Desde la época de la conquista del Oeste Americano, con su conocido desenfundar rápido y apuntar con calma, seguido por sus distintas variaciones hasta el Point Shooting de Rex Appelgate para acabar en las modernas técnicas del tiro defensivo actual, la motivación siempre ha sido la misma: ofrecer soluciones a lo que sucede durante un enfrentamiento armado. Hay quien dice que el mundo del tiro defensivo ha entrado en una nueva época, en la que viejos conceptos se retoman bajo nuevas formas.
Estadística, tecnología y nuevos sistemas pedagógicos de instrucción ayudan mucho a ofrecer un cuadro más o menos patente de lo que ocurre en el enfrentamiento armado. Pero para poder perfilar claramente ese cuadro es ineludible conocer antes a quién nos enfrentamos. Es decir, conocer al enemigo.
En los países occidentales las muertes por armas de fuego se han incrementado en un 80% en el primer lustro de siglo, lo que parece demostrar que la eficacia técnica del criminal también ha tenido un aumento. El ciudadano común tiende a pensar esto mismo, pero añadiendo un dato preocupante: la mejora técnica de su contraparte, las fuerzas policiales y militares, no han seguido el mismo crecimiento. Algo que como veremos no es en modo alguno correcto.
Algo muy preocupante es que generalmente el criminal, si tiene el infortunio (para él, que no para el ciudadano) de acabar en prisión, goza de las 24 horas del día para estudiar los distintos modus operandi; y, lo que es más preocupante, intercambiar información con los demás reclusos, lo que acaba convirtiendo cualquier cárcel en una auténtica “universidad del delito". Esta dedicación exclusiva (no tienen otra tarea) genera que rápidamente se conviertan en especialistas en la materia por la que hayan optado para delinquir. Pero no debemos llevarnos a engaño, el criminal es quien cae en la mayor parte de las ocasiones, y esto es así en prácticamente todo el globo.
Salvo en casos muy concretos, su nivel de instrucción con armas de fuego es bajo o muy bajo, siendo habitual que Hollywood sea su instructor predilecto, además de otras vías más técnicas como Internet. Raro, pero no por ello descartable, es el criminal con un nivel medio alto, y mucho más raro, y por tanto más peligroso, el criminal con un nivel muy alto de adiestramiento. El hecho es que la inmensa mayoría de los criminales, del pelaje que sean o presuman ser, deben considerarse poseedores de niveles bajos y muy bajos de instrucción. Entonces, ¿qué factores influyen en su aparente eficacia?
Análisis del enfrentamiento armado
Si consideramos tres parámetros de estudio en concreto, como son: que de 0 a 4,5m es la distancia tipo para el enfrentamiento en un entorno urbano; que los agresores poseen nula o muy poca instrucción en el uso de armas de fuego; y a esto, sumamos datos cruzados de enfrentamientos reales y ensayos con voluntarios en campos de tiro, el resultado es totalmente esclarecedor sobre el por qué de la aparente gran eficacia del criminal armado.
En el 48% de los casos estudiados los agresores dispararon de forma instintiva a la cabeza. El resultado es que de tres disparos, al menos uno alcanza el área seleccionada. La cabeza es la zona escogida tan solo porque es donde el agresor fija su mirada cuando decide actuar. Hasta 6 metros, los disparos suelen agruparse entre la cabeza, cuello y zona superior del tórax. Y aquí surge un detalle curioso y contradictorio.
La mayoría de los especialistas suelen considerar como dato inapelable que un tirador inexperto llevará sus impactos hacia la zona contraria de la mano que empuña. Si es diestro, sus impactos irán hacia la izquierda del blanco. Pues bien, la experiencia en galerías de tiro y los datos reales contrastados demuestran que lo normal es todo lo contrario, que los impactos tienden a agruparse en el mismo lado que la mano que empuña.
El mejor razonamiento que podríamos aplicar a todo lo anterior sería el de anticipar la agresión y sorprender al adversario. Pero entonces surgen dos cuestiones básicas, comunes tanto a militares como a policías: ¿hasta dónde es posible anticipar el ataque?, y la que quizás sea la pregunta más evasiva de la ecuación: ¿qué justificación moral, ética y/o legal podríamos aplicar a un ataque preventivo de esta índole? En la mayoría de los enfrentamientos producidos en un entorno urbano, el operador simplemente reacciona ante la amenaza, y esto es consecuencia de 4 razones principalmente:
1. Nunca es el operador quien decide el enfrentamiento, sino el criminal el que selecciona tanto el momento como el lugar. Cuando el agente o el militar percibe la situación, ya está sobreviniendo el asalto dirigido por el criminal en todas sus fases: acecho, aproximación y ataque.
2. El operador necesita justificar su acción, poseer un argumento legal, y esperar a que surjan indicadores de un peligro inminente y real, como por ejemplo el arma en manos del agresor, y por supuesto, ser apuntado por ella. Es posible que a muchos les parezca ingenuo, pero la gran mayoría de los profesionales armados se condicionan a sí mismos a retrasar su respuesta ante un ataque debido al temor, lógico y fundamentado, de la consecuencia legal.
3. La acción, cualquiera que sea, siempre es más rápida que la reacción. El operador atacado debe primero procesar la información antes de plantear siquiera el actuar de forma alguna. Esto es conocido como ciclo OODA (Observar, Orientar, Decidir y Actuar), y demuestra que cada individuo opera con un ciclo único y personal de rapidez y precisión.
En cuanto a la precisión, esta viene determinada durante la fase de orientación, en la cual la información es filtrada, organizada y comparada. Boyd consideraba esta fase de orientación como la más importante del ciclo, al precisar ésta la forma de interactuación con el entorno; y por lo tanto, definir la forma de cómo observamos, decidimos y actuamos.
4. El último punto a considerar es el doble efecto de un ataque: el rebote mental y el ciclo de negación. Aunque ya el Bushido enseñaba que el samurai desde que abandonaba su casa hasta que regresaba debía considerar que estaba bajo la vigilancia del enemigo, la realidad es que nadie sale a la calle esperando encontrarse a la vuelta de la esquina ante una situación de vida o muerte. Y esto es así incluso para los militares destinados, después de un periodo más o menos largo, en misiones de mantenimiento de la paz. La sorpresa causa perplejidad, a la cual se une al efecto natural de negar en un primer momento lo que está ocurriendo.
Esto, evidentemente, retarda el tiempo de respuesta. Incluso estando en condición de alerta, en 1,35 segundos las cosas suceden muy rápido. Distancia y sorpresa matan la técnica. Es una frase muy repetida por muchos profesionales armados.