En estos días, en los que no corre fecha sin que se hable de "los indignados" como de una masa en expansión sarpullida por la facción más vociferante, el silencio de la baña viene a traerme memoria de un hombre que, al menos puertas afuera, nunca dio muestras de verse quebrado en su dignidad. Tanto es así que muchos lo admiran por su obra y yo sobre todo lo hago por su serena forma de ser; por esa manera en que siempre –incluso en conversación intrascendente– estaba por encima de las cosas banales y por la caridad exenta de mojigatería que destilaba en su trato.
Si además digo de él que era impenitente cazador y observador de la naturaleza, hombre de bien y castellano de ánimo recio, no necesito ya escribir su nombre. Yo, en cambio, que acuso el plomazo del folio en blanco, me limitaré en este caso a entresacar algo de lo que en el foro ARMAS.ES se dijo de él con motivo de su muerte que fue para mi una forma de orfandad cinegética; sentimiento que los cazadores no sabemos que existe hasta que lo sufrimos por primera vez.
Creo que en general sabíamos que los aficionados a la caza teníamos en él un valedor de nuestra dignidad de cazadores y aficionados a las armas, dignidad con fundamentos que hoy no me molestaré en describir. Quizá por eso, su fallecimiento dio lugar a varios hilos.
El forero "navegante001" dijo en su día que "algunos no deberian morir nunca" y "super" comentó que "el Sr Delibes, no ha muerto, sigue ahi, condenado a contarme sus historias cada vez que yo abra un libro suyo, de por vida". Y es que, como dijo "Hectorvillajos", "supo convertir lo cotidiano en genial".
Miguel Delibes fue un poco parte de todos los cazadores y nos sentimos en él orgullosamente representados, digo yo.
Y como después de bañarse y revestirse tranquilamente con el lodo de la añoranza un jabalí que se precie siempre se alivia de pulgas, garrapatas y tábanos estivales al tiempo que prueba sus navajas... me acerco al rascadero para completar el primer "publicado" con otro homenaje, más directo, en el que no me voy a ahorrar alguna que otra tarascada al tronco rugoso de la encina.
El 1980 falleció Félix Rodríguez de La Fuente. Huelga explicar quien fue, pero sí merece la pena detenerse en lo que hizo y es que pasado un tiempo "prudencial" tras su desaparición se han oído críticas a su trabajo que como suele ser habitual carecen de firma (y de estilo).
Cierto es que a menudo las historias que contaba y entretejía en "El hombre y la tierra" contenían fantasía y romanticismo en dosis elevadas y cierto que lo que mostraba no ocurría espontáneamente ante las cámaras de su equipo; pero no es menos cierto que en la mayor parte de las ocasiones ponía en escena personajes que no hacían otra cosa que recrear sucesos que ocurren en la naturaleza a diario aunque a salvo de nuestra mirada. Esta práctica tan denostada no es otra que la que se emplea en apreciados documentales modernos que echan mano de los "trucos" de toda la vida pero con muchos más medios materiales y humanos.
Si Félix se concedió licencias, bien empleadas fueron para que una sociedad crecientemente urbanita volviera la mirada a una naturaleza que dejó olvidada en el pueblo. Gracias a él también la gente del mundo rural pudo conocer detalles que le hicieron mirar de otra manera a muchos animales que creía conocer. Sirvió por tanto para quitarle dos vueltas de rosca a la boina de quienes pensaban que la lechuza es la mensajera de la muerte y dar dos vueltas de tuerca a quienes pensaban que la naturaleza nada aporta cuando no produce beneficios.
Los ingleses tienen a David Attenborough y los franceses tienen a Jaques Cousteau. Nosotros tenemos a Félix Rodríguez de La Fuente y no estaría de más que volviéramos a tener un referente que le releve en el fomento del amor por el mundo natural y que sea trascendente para una generación, como lo fue para la mía. Si además fuera persona apasionada y conocedora de la importancia de la caza en ese mundo, como ocurría con Félix, miel sobre hojuelas. {addthis off}