Días atrás, armas.es informaba de que la Oficina Nacional de Caza (ONC) va a instar al Gobierno español a que presente la caza como candidata a la declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Al margen de que esta medida cuente con partidarios y con detractores que ya se habrán rasgado las vestiduras, ocurre que si no fuera por la caza, el hombre no sería tal y por tanto tampoco sería un "animal cultural".
Puede que a pesar de su loable iniciativa la ONC ni siquiera haya reparado en esta verdad que a buen seguro resulta errónea para unos y sencillamente inaceptable para otros que lo creerán un argumento cortado a la medida de unos intereses o aficiones y no una realidad palmaria que enseguida paso a explicar.
Para acotar el tema pido en primer lugar que no se confunda "cultura" con "costumbre", ni con "tradición" ni con "idiosincrasia"; si bien contiene estos conceptos.
La cultura no es sólo un conjunto de conocimientos prácticos, tanto es así que podríamos vivir sin cultura. Sin embargo no hay ningún otro animal que la necesite como nosotros. Es uno de esos misterios que parecen habitar en lo desconocido de un cerebro muy desarrollado y una de las características que nos diferencia del resto de nuestros "hermanos" de la Tierra.
¿Puede un cerebro poco desarrollado tener "sed" de cultura y generarla? Evidentemente NO.
Pero resulta que disponer de un cerebro complejo pasó inevitablemente por el consumo de proteínas. Un cerebro que, entre otras funciones, es creativo y necesita alimentarse culturalmente, implica un consumo de energía brutal que se obtiene de los hidratos de carbono pero que inevitablemente precisó de proteínas para generarlo.
La antropología nos enseña que sin la ingesta de proteína, el cerebro no hubiera podido jamás evolucionar hacia el "homo sapiens" y sabemos que la principal fuente de proteínas se encuentra en los animales que necesariamente tuvimos que cazar para obtenerlas.
Para quien piense que este razonamiento está cogido por los pelos, hago un resumen esclarecedor (corolario): sin caza y pesca apenas hay proteínas; sin proteínas no hay cerebro complejo y sin cerebro complejo no hay ni producción ni inquietud cultural. Así de ramplón y de directo.
Lógicamente la ingesta de proteína no implica un nivel intelectual superior; pero resulta que un nivel intelectual superior implica la ingesta de proteína. O sea, que nos guste o no, somos producto de la depredación, de la caza en suma.
Es más, si se es contrario a la práctica de la caza, esa sensibilidad hacia el tema –si es razonada– es también producto de un pasado cazador y un carácter depredador que nos dio acceso a la razón y que corroboran detalles de nuestro físico, como nuestros dos ojos en el mismo plano (necesarios para una visión estereoscópica que permita calcular las distancias) o la locomoción erguida bípeda (para poder elevar nuestro punto de vista y disponer de nuestras extremidades anteriores en el uso de armas, entre otras cosas).
"Lo malo que tiene el pasado es que nunca lo puedes negar", cantaba Café Quijano.
MANIFESTACIONES EXTERNAS DE LA CULTURA DE CAZA
Además de ser la puerta que abrió la mente humana a la cultura y a otras muchas cosas que nos hacen animales singulares, la caza produce las primeras manifestaciones culturales externas que encontramos en forma de pinturas prehistóricas que nos narran qué cazaban y pescaban nuestros ancestros, dónde lo hacían y cómo lo hacían.
Las artes –manifestaciones culturales– tienen su origen en esas pinturas milenarias que son mucho más que un mero motivo decorativo pues guardan una clara conexión con la comunicación (explicaban a sus iguales cada lance), con la enseñanza (mostraban cómo se cazaba), con la religión (constituían iconos) y con el deseo de perpetuar una experiencia (ayudaban a recordar las vivencias de la caza).
La caza, por tanto, genera desde un primer momento arte y docencia, así como una forma incipiente de escritura y comunicación.
Si eso ocurrió en una edad temprana, es fácil imaginar la cantidad de manifestaciones culturales que la caza ha producido a lo largo de los siglos en todos los pueblos de la tierra.
La propia caza conlleva la cultura de sus métodos. Existen más métodos de caza y de pesca de los que podemos imaginar, unos delicados, otros brutales y algunos sorprendentemente ingeniosos; no sólo porque cada especie y cada orografía requiere una forma de caza, sino también porque cada grupo tribal, en cualquier rincón del planeta, ha desarrollado sus propias variantes hasta conformar una inconmensurable cantidad de artes de caza y, paralelamente, una serie de tradiciones y costumbres en torno a ella que abarcan todo el orbe y todos los ámbitos de la vida humana.
Estas técnicas de caza han dado lugar además a otros inventos y a una enorme cantidad de literatura y filosofía; están representadas también en los siete artes y constituyen un modo de vida aún hoy vigente para muchos pueblos.
¿Acaso esto no encaja perfectamente en la definición de cultura?: "Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en un grupo social."
CULTURA DE CAZA VERSUS "CULTURA BAMBY"
La caza es lo primero que acerca al hombre hacia los animales, pues resulta obvio que para cazar un animal hay que conocer sus costumbres. El cazador, incluso fuera de la acción de caza es seguro que pasa muchas horas contemplando a los animales (aunque esto, a veces, no le ha reportado un mejor entendimiento del comportamiento animal).
Por el contrario, la fuente de alimento procedente de la ganadería, la cría controlada, la pesca comercial y la piscicultura en una sociedad de seres especializados en trabajos distintos y de vida sedentaria en núcleos separados de la naturaleza, ha causado el efecto contrario y ha alejado de los animales y de sus hábitats a la inmensa mayoría de la población humana occidental y urbanita.
¿Cómo es posible que esta falta de contacto haya dado lugar en nuestros días a una sensibilidad tan acentuada hacia los animales?
Se trata de lo que denomino "paradoja de la empatía por desconocimiento", en la que hay factores culturales, principios aprendidos pero sobre todo un alejamiento de la naturaleza que deforma su imagen al punto de equiparar al animal con el hombre.
Su manifestación más palpable es lo que hemos dado en llamar "Cultura Bamby", tan opuesta a la realidad de la naturaleza en la que la acción de los predadores –la caza– es parte fundamental.
Lo cierto es que hay una verdad incontrovertible: el cazador existe desde siempre, mientras que la "Cultura Bamby" es un producto de nuestros tiempos, luego no cabe por parte de los segundos criticar la existencia de los primeros; pues aunque el pasado remoto del hombre como cazador no justifica la caza en la actualidad, la explica perfectamente. Igual ocurre con otros muchísimos comportamientos del hombre que no son sino vestigios de su pasado y que no guardan relación con la lógica pero que constituyen actitudes mantenidas generación tras generación.
Quien vive próximo a la naturaleza sabe que ésta puede ser tan dulce como la leche de una madre tomada en su regazo o absolutamente despiadada y ajena al sufrimiento que ella misma produce.
Esta persona acepta como natural que cada ser que habita la Tierra vive y muere conforme a su realidad, al margen de lo duro o injusto que parezca bajo el punto de vista humano que resulta ser precisamente eso, tan sólo un punto de vista.
Sabe igualmente que cada animal está situado en un eslabón de la cadena trófica y no ignora que el dolor existe en la naturaleza a cada rato. Es consciente también de que el hombre es el único ser que tiene recursos para revelarse de forma racional contra sus padecimientos físicos, contra la enfermedad y la muerte y tiene la certeza de que, sea por causas naturales o no, es raro que un animal silvestre termine sus días de forma apacible e indolora.
En este grupo de "afortunados" está el cazador como persona pegada a la realidad de la naturaleza y sus habitantes, pero también hay gente muy respetable, poco o nada influida por la "Cultura Bamby", que piensa que el hombre causa con la caza un innecesario sufrimiento. Debemos ser racionales y concluir que esto es normal en quien no experimenta lo que siente el cazador. Tenemos que ser muy comprensivos en este aspecto aunque no lo compartamos, de la misma manera que debemos exigir su respeto hacia nosotros. Otra historia son quienes en su ignorancia defienden para los animales una vida y una muerte ajena a su realidad.
Sin embargo resulta curioso que, contrariamente a lo que "el anticaza" cree, el cazador suele ser sensible al sufrimiento de los animales de forma que, siendo capaz de dar muerte a un animal y celebrarlo como una victoria, también disfruta como nadie viendo esos animales en compañía de sus retoños, por ejemplo o es el primero en socorrer un animal en apuros que en acción de caza se presentaría como pieza fácil e incluso de acogerlo en su casa... Sin olvidar que esto último dio origen a la domesticación de animales y a la postre nada menos que al abandono de la vida nómada y la caza como forma de vida.
Esta cercanía al animal sucede porque el cazador está sujeto a una extraña paradoja-lógica (a esta no le he puesto nombre) en la que el cazador ama lo que caza. (Véase www.youtube.com/watch?v=iyajfIYjt6c&feature=player_embedded)
Me temo que esta afirmación es un nuevo "calambrazo" para quien no nos entiende; pero es tan sencillo como pensar que el cazador no mata animales porque los odie ni porque tenga "sed de sangre" (qué pensamiento más estúpidamente extraviado).
Al respecto, el "anticaza" suele calificar al cazador de "asesino"; pero olvida que todo asesinato tiene un móvil que en este caso él no podría precisar. Tan equivocada es esta manera de pensar que ignoran un hecho que sería fácilmente corroborable mediante encuesta: la inmensa mayoría de los cazadores devolvería la vida a los animales cazados sin dudarlo un instante... Y es que el cazador no caza para matar sino que mata para cazar o, como decía Ortega y Gasset, "mata por haber cazado".
No obstante, si bien lo uno pasa por lo otro, la caza no se reduce a la muerte del animal y puede perfectamente haber caza sin que se produzca muerte, de la misma manera que hay muerte sin que haya caza.
De hecho, si bien el momento cumbre de la caza es aquel en que se da muerte al animal, ese instante supone un porcentaje de tiempo muy pequeño del total empleado en la caza. Luego en la caza hay mucha más emoción antes y después de la que produce abatir un animal y es lo que llamamos "lance".
La prueba de esta afirmación está en que el cazador desea siempre un lance largo que prolongue la intensidad de sus emociones y lo hace de forma incluso inconsciente: tiene ensoñaciones libres (durante la vigilia) y sueños (mientras duerme) en los que casi siempre visualiza un lance y no únicamente el preciso momento de abatir una pieza. Esto es así porque la intensidad de la caza no está ni mucho menos limitada a la muerte del animal, sino que se extiende a una acción completa que tiene una duración de tiempo variable y que no siempre culmina con la muerte de la pieza deseada.
LA RELACIÓN CAZADOR-PRESA Y EL MÓVIL DEL CAZADOR ¿POR QUÉ CAZAMOS?
Ese amor hacia el animal al que me refería más arriba puede llegar antes o después de cazarlo, pero siempre llega a quien tiene "afición" y forma un círculo cerrado en el que la caza te hace admirar más a los animales que cazas.
Si antiguamente no se cazaba nada que no fuera útil como fuente de alimento, en nuestros días la escala de valores se ha modificado de tal manera que los cazadores del mundo "civilizado" no cazan nada que no admiren, existiendo además un factor de deseo de posesión o de acercamiento hacia la pieza.
También la relación entre esfuerzo en la caza y piezas conseguidas ha cambiado radicalmente.
En la antigüedad y aún hoy los pueblos que viven primitivamente valoran la relación entre riesgo y esfuerzo con la cantidad y calidad de alimento conseguido.
Abatir un gran mamut implicaba un gran riesgo y un enorme esfuerzo, pero se hacía porque la recompensa obtenida era mayúscula: carne para alimentarse durante muchos días, tendones para hacer cuerdas, piel para cubrir el cuerpo o las chozas, marfil y huesos para fabricar herramientas y objetos... Parece lógico pensar que tratándose de una cuestión meramente práctica, de "gazuza" y de mínimo esfuerzo posible, nuestros ancestros no depredarían sobre animales que requirieran gran esfuerzo de caza y que les procuraran poco alimento. ¿O quizá sí?
Lo que sí queda claro es que el cazador moderno no tiene en cuenta el aporte energético y de materia prima que le proporciona el animal, ni se dedica a la caza que menos esfuerzo conlleve; antes al contrario, lo que verdaderamente le interesa es que exista resistencia por parte del animal a ser cazado. O lo que es lo mismo, buscamos la recompensa que produce medirnos con los animales admirando y deseando tanto más aquellos que más nos cuesta cazar porque nos plantean mayores retos y la necesidad de echar mano de nuestro instinto cazador hasta el punto de generar una adrenalina que estaría en el origen de eso que se ha dado en llamar "el placer de la caza". ÉSTE y no otro, es el móvil del cazador; ésta y no otra es la principal recompensa que obtiene el "cazador deportivo", sin olvidar que hay otras como la camaradería y el disfrute de la naturaleza.
Precisamente por esto podemos considerar que un hombre paleolítico gozaría enormemente en una granja de cerdos mientras que, en la misma situación, un cazador moderno sentiría estar haciendo el jilipollas con su rifle al hombro.
Esta explicación daría además respuesta en parte a la pregunta de por qué seguimos cazando si no tenemos necesidad de hacerlo.
¿POR QUÉ NO TODO EL MUNDO EXPERIMENTA LA NECESIDAD DE CAZAR?
Para entrar en este asunto, he decir primero que la afirmación anterior (sobre la granja de cerdos) tiene muchos matices, pues intuyo que desde antiguo el hombre que tenía la necesidad de cazar también sentía una forma especial de placer al hacerlo así como admiración hacia la pieza de caza y no sólo la satisfacción por haber cubierto una necesidad. O sea, que tenía una doble motivación ¿A qué vendría si no tanto pintar y festejar la caza y fundar sus clanes en torno a los animales?
Trasladado a la edad moderna, vemos en los reportajes la ilusión con que los "pisteros" y guías de caza nativos celebran el hecho de abatir una pieza en un safari. ¿Por qué lo hacen? ¿Por la disponibilidad de carne para sus familias? ¿Porque así lo requiere el protocolo marcado por la empresa organizadora?
Tal cual me lo he preguntado aquí, se lo pregunté a los compañeros de foro "Cansino" y "Chemarq", ambos con experiencia de caza África. No quedó muy claro que en todos los casos recibieran su parte del "botín", pero sí coincidieron en que la caza y sobre todo su resultado positivo era lo que los animaba a felicitar efusivamente al cazador y más tarde, en el poblado o en el "lodge", a cantar, gritar y dar palmas por el éxito de la caza en sí y no por lo que les reportase.
Me interesan mucho estas cuestiones de por qué el deseo de cazar no afecta a todos por igual, por qué la caza no desapareció cuando se extinguió la necesidad de cazar y por qué pervive el móvil que nos impulsa a cazar y se despierta tan vívidamente ese deseo cuando vemos una pieza de caza.
Por lo que parece, ningún animal responde a este patrón; de suerte que si acostumbramos a un depredador a tomar el alimento que le damos, no se molestará en cazar y puede que hasta olvide cómo hacerlo. De parecida manera, el lobo que quiera alimentarse, no correrá tras los ciervos mientras pueda bajar al prado y tomar un cordero por el cuello. No tiene, como el hombre, la necesidad de proponerse el reto de la caza.
Sin embargo un hombre moderno, con su comida en el plato, quiere seguir cazando. Busca el reto de la caza.
Para abreviar; domesticamos los animales, los estabulamos, los tenemos a nuestra disposición para nuestra mayor comodidad y para asegurar nuestro sustento y sin embargo NECESITAMOS seguir cazándolos, con las "molestias" y coste que eso conlleva.
He hablado antes del "placer de la caza" como el móvil del cazador; pero para que nos veamos recompensados con la descarga de adrenalina que nos produce la caza debe haber algún mecanismo aún más profundo que dé lugar a experimentarlo y al deseo de volverlo a experimentar. ¿Qué es lo que nos lleva a darnos una paliza tras las perdices o a escalar una montaña en busca de un sarrio o a helarnos de frío en el fondo de un barranco esperando el paso de un jabalí?
En mi opinión tal cosa se debe al "gen de la caza" y sé que por falta de corroboración científica esta es la única grieta en el intento de construir una teoría sincera (aunque incomprensible para algunos) sobre la cultura de caza y la pervivencia de su práctica hasta nuestros días; pero es también la única cosa que explica verdaderamente por qué seguimos cazando.
No se ha estudiado científicamente y por tanto no se ha localizado (lo que no se busca, raramente se encuentra o se reconoce); pero tengo indicios de que "el gen de la caza" existe y de que forma parte del genoma humano; de modo que se tiene o no se tiene. No hay más.
Habrá quien plantee que no hay nada de esto y que la "afición" a la caza es un hecho educacional. Sin embargo conozco personas que no habiendo sido educadas en familia de cazadores y no habiendo vivido jamás la cultura de caza, han tenido contacto con ella hasta sentirse apasionadamente deseosos de cazar, de sentir "el placer de la caza". Por el contrario tengo hermanos que fueron educados junto a mí en la cultura de caza que no han mostrado el más mínimo interés por ella, quizá porque carecen de la carga genética que crea un nicho en el cerebro para experimentar el placer de la caza y sencillamente son "sordos" a esa experiencia.
Tanto es así que en mi opinión la palabra "afición" es, en este caso, sinónimo de "gen cazador".
Esto del "gen de la caza" es algo que sabe cualquier padre cazador sin que nadie se lo haya dicho y si preguntas entre ellos se ve que intuyen esta idea de forma no meditada o directamente la dan por hecha, pues todos tienen la esperanza de que "el hijo/a SALGA cazador/a"; pero ninguno tiene la seguridad de que sea así... Como quien desea que su hijo herede unos bonitos ojos sabiendo que eso es sólo una posibilidad que queda "a capricho" de las leyes de Mendel.
En resumen, cuando leo discusiones entre cazadores y "anticaza" y veo que alguien aporta el razonamiento sobre "la necesidad de la caza en el equilibrio natural", pienso que es un argumento cierto y válido en la mayoría de casos; pero no es sincero, ya que la verdad es que cazamos porque nos gusta y no porque eso sea más o menos necesario para la naturaleza. O mejor aún, cazamos porque somos cazadores, porque está en nuestro genoma. Así de simple, de la misma forma que el montañero quiere alcanzar la cumbre de un "ochomil" sencillamente "por que está ahí".
¿DIFERENCIA DE "AFICIÓN" ENTRE SEXOS?
Llegados a este punto no tengo más remedio que comparar y con ello corro el riesgo de caer en tópicos y de generalizar más de lo necesario.
En su monólogo "Defendiendo al cavernícola", Rob Becker demuestra con magistral humor que la incomprensión de las formas distintas de pensar y de hacer las cosas entre hombres y mujeres –que tanto nos exaspera a veces– procede de un pasado remoto en el que el hombre era cazador y la mujer recolectora y no es otra cosa que adaptación a estas funciones.
Esto implica desarrollos diferenciados de la razón. O sea que aunque somos igualmente inteligentes, hemos evolucionado de forma diferente y complementaria en nuestra manera de procesar por cuestiones eminentemente prácticas para las funciones distintas de caza y de recolección asumidas por uno y otro sexo.
La caza requiere silencio, orientación, previsibilidad, fuerza física, esfuerzo explosivo... Mientras que la recolección conlleva comunicación y relación social, memoria, destreza manual, esfuerzo continuado. Aunque los dos sexos reúnen estas características es de sobra conocido que las primeras son más comunes al hombre y las segundas más frecuentes en la mujer.
¿Puede haber por tanto una predisposición de género hacia la afición a la caza?
Hay una característica masculina que así lo sugiere: el hombre (el macho) genera más testosterona que la mujer cuando consigue una victoria. Por eso es más competitivo, más inclinado a la lucha y quizá por eso tenga una mayor tendencia a medirse con la naturaleza y a tratar de dominarla.
Sin embargo encontramos cazadoras eminentes en cuya forma de expresar lo que sienten por la caza se conoce que les mueven exactamente los mismos mecanismos que al género masculino.