Dice la leyenda recogida por el historiador del siglo VI d.C. Jordanes que Atila, rey de los hunos, descubrió la “Espada de Marte”:
“Cierto pastor descubrió que un ternero de su rebaño cojeaba y no fue capaz de encontrar la causa de la herida. Siguió ansiosamente el rastro de la sangre y halló al cabo una espada con la que el animal se había herido mientras pastaba en la hierba. La recogió y la llevó directamente a Atila. Éste se deleitó con el regalo y, siendo ambicioso, pensó que se le había destinado a ser señor de todo el mundo y que por medio de la Espada de Marte tenía garantizada la supremacía en todas las guerras”.
Frases atribuidas a Atila como “donde pisa mi caballo, no vuelve a crecer la hierba”, o “cuanto más alta es la hierba mejor se corta”, reflejan la huella que dejó él y su pueblo en el Imperio Romano de Occidente.
El origen de este pueblo o conjunto de pueblos es un misterio en parte aún vigente. La opinión más aceptada es que los hunos o Xiongnu (hiong-nou; hsiung-nu) eran un pueblo nómada ubicado geográficamente entre China y Mongolia.
Los chinos intentaron someterlos sin éxito, y por esta razón los hunos se vieron obligados a emigrar en busca de territorios más propicios para desarrollar su forma de vida nómada, buscando pastos para su ganado según las estaciones del año y viviendo de lo que les proporcionaba la tierra.
Determinar la trayectoria de los hunos a lo largo de la geografía y el tiempo es una tarea ardua, ya que su propia forma de vida ha dificultado encontrar objetos materiales que nos expliquen su historia, previa a la llegada al limes romano.
En 1986, tras unas excavaciones desarrolladas en las montañas siberianas de Altai, se encontraron restos del objeto material más preciado por los hunos: el arco. Tan valiosa era esta arma para ellos, que precisamente no se ha podido encontrar ninguno completo. Los arcos hallados o eran imitaciones o estaban rotos. Evidentemente, teniendo en cuenta lo que costaba fabricar un buen arco en aquellos tiempos, resulta comprensible que no hayamos encontrado ninguno en buen estado.
No es sino hasta la aparición del gran caudillo huno Atila, que no se tienen noticias más sólidas sobre este pueblo. Traspasadas las fronteras del Imperio, los hunos interesaron mucho a hombres como Amiano Marcelino o Eunapio, que nos dejaron escritas en sus crónicas la historia de este conjunto de tribus.
“Pequeños y toscos, imberbes como eunucos, con unas caras horribles en las que apenas pueden reconocerse los rasgos humanos. Diríase que más que hombres son bestias que caminan sobre dos patas. Llevan una casaca de tela forrada con piel de gato salvaje y pieles de cabra alrededor de las piernas. Y parecen pegados a sus caballos. Sobre ellos comen, beben, duermen reclinados en las crines, tratan sus asuntos y emprenden sus deliberaciones. Y hasta cocinan en esa posición, porque en vez de cocer la carne con que se alimentan, se limitan a entibiarla manteniéndola entre la grupa del caballo y sus propios muslos. No cultivan el campo ni conocen casa. Descabalgan sólo para ir al encuentro de sus mujeres y de sus niños, que siguen en carros su errabunda existencia de devastadores”.
Su inexorable avance propició el enfrentamiento y posterior desplazamiento de los pueblos que se interponían en su camino. Alanos, ostrogodos y visigodos fueron empujados contra las fronteras de Roma. Ello derivó en grandes problemas para el Imperio, que a la postre significaron el principio del fin.
¿Cómo fue posible que un pueblo nómada como el de los hunos se hiciera tan poderoso y arrasara el Imperio Romano a finales del siglo IV d.C?.
El historiador Peter Heather nos da una respuesta a esta pregunta: gracias al arco huno.
No podemos afirmar ni mucho menos que un arma como el arco huno fuera el principal factor que inclinó la balanza en contra del Imperio. Pocas armas han cambiado por si solas el curso de la historia. Quizás el ejemplo más significativo conocido por todos fue el uso durante la Segunda Guerra Mundial de la bomba atómica.
Lo que si es cierto es que este arco, sumado a las tácticas bélicas propias de un pueblo nómada, creó una situación diferente en el campo de batalla para los romanos.
"Los hunos acuden a la batalla en grupos...y como son ligeros y muy rápidos a la hora de combatir, lanzan a propósito ataques por sorpresa y...de forma desordenada, se desplazan causando grandes matanzas. Y es que como luchan a distancia, disparan armas que cuentan con huesos afilados en vez de punta, y que están realizadas con una técnica extraordinaria. Después recorren al galope la larga distancia que les separa del enemigo y luchan cuerpo a cuerpo con espadas...". Amiano Marcelino.
"Los hunos eran incapaces de combatir a pie, ya que ignoraban cómo hacerlo, pero con sus giros, sus cargas, sus retiradas a tiempo y su lanzamiento de dardos a caballo, causaban una enorme mortandad". Zósimo (s. VI) basándose en un relato de Eunapio (s. IV).
Los guerreros hunos eran en su mayoría arqueros montados a caballo, capaces de combatir a distancia desde una posición segura hasta que sus enemigos rompían la formación y se dispersaban. Los hunos aprovechaban entonces para matarlos o bien con el arco o bien con la espada.
La táctica de los hunos se valía de grupos de arqueros montados que lanzaban rápidos ataques con terrible fiereza. La vida nómada, sus caballos y la práctica de la caza con arco predisponían a estos guerreros para este tipo de combate.
Pero si anteriormente a la llegada de los hunos esta táctica ya era empleada por los guerreros sármatas y partos mucho antes, ¿por qué los primeros obtuvieron más éxito frente a los romanos?.
El arco compuesto es un arma que se inventó muchísimo antes de que existiera el Imperio Romano. La arqueología nos ha demostrado que este tipo de arco ya se usaba en el tercer milenio antes de Cristo.
El arco compuesto usado por los pueblos de las estepas constaba de varias piezas y materiales. La pieza central de madera servía de sujeción para otras dos partes esenciales del mismo. La primera eran tendones colocados en la parte exterior que se distendían al ser tensado el arco. La segunda eran placas de hueso colocadas en la parte interior que al contrario resultaban comprimidas.
La madera, los tendones y el hueso se unían utilizando un adhesivo natural que resultaba de la mezcla de espinas de pescado y cuero de animales al secarse.
A diferencia del resto de los arcos compuestos usados por otros pueblos nómadas que medían 80 centímetros de longitud, el arco compuesto huno podía alcanzar entre 130 y 160 centímetros.
¿Pero cómo puede ser esto posible si usaban los arcos mientras montaban a caballo?, ¿cómo un arco de esa longitud era manejable a lomos de un équido?.
La respuesta nos la da otra vez Peter Heather al señalar un detalle muy curioso. Los arcos hunos eran asimétricos.
Es cierto que cuanto más largo es el arco más potencia se puede generar en el disparo del proyectil, pero como ya hemos señalado, la longitud del arco era un hándicap para disparar a lomos de un caballo correctamente ya que en algún momento tendría que entrar en contacto con el cuello del animal o las riendas. Con la construcción de un arco asimétrico esto podía subsanarse.
De la mitad hacia abajo, los arcos hunos eran más cortos respecto a la parte superior. Esto resultaba incómodo a la hora de disparar el arco, porque la forma de apuntar variaba respecto al arco simétrico, pero las ventajas obtenidas compensaban estos inconvenientes.
Dos eran las ventajas. La potencia del arco asimétrico era mayor que la del simétrico de 80 centímetros de longitud, ya que el primero era capaz de traspasar una coraza sármata. La segunda ventaja radicaba en la mayor distancia a la que se podía disparar el proyectil respecto al blanco.
Por último podemos apuntar un inconveniente y una ventaja táctica en el uso del arco huno.
Aunque el cine y las películas de romanos nos muestren a los jinetes usando estribos, esto no deja de ser una licencia hollywoodiense. Ni romanos ni hunos usaban los estribos por aquella época ya que este accesorio se empezó a utilizar durante la Edad Media. Pero los hunos se valían de unas sillas de montar de madera que les permitían sujetarse con los muslos al caballo de una manera más adecuada para conseguir disparos eficaces.
Como ya hemos dicho previamente, antes de llegar a las fronteras del Imperio Romano los hunos tuvieron que "empujar" a otros pueblos bárbaros como los godos y los alanos. Ante los primeros la eficacia del arco era mayor porque los godos no usaban corazas que los protegieran, por lo tanto los hunos no tenían que arriesgar tanto en sus ataques, pudiendo abatir a sus enemigos a distancias comprendidas entre los 150 y 200 metros. Y aún llevando protecciones como los guerreros alanos, los hunos tampoco tenían que acercarse tanto a estos, pues entre 75 y 100 metros los proyectiles eran letales.
En la historia de la guerra, los bandos enfrentados siempre han buscado la manera de golpear a su enemigo desde más lejos y con mayor contundencia para derrotarlo. La invención y uso de la artillería resume este punto.
Quizás sea pretencioso achacar a un arma como el arco huno el desbaratamiento del Imperio Romano, pero hay que reconocer que su uso en el campo de batalla condicionó la balanza a favor de los bárbaros en más de una ocasión. A pesar de que Atila perdió la oportunidad de ser amo del Imperio Occidental en la más que decisiva batalla de los Campos Cataláunicos en el 451 d.C., la leyenda de los arqueros hunos a caballo ha perdurado hasta nuestros días.