¿Alguna vez ha intentado cortar un chuletón con un cuchillo de abrir ostras? Es tan seguro que no se le ha ocurrido hacerlo como que tampoco ha tratado de hacer lo contrario, salvo que quiera llevarse un buen tajo y es que por simple apreciación visual intuímos cual es el destino de unos y otros cuchillos. Merece la pena que vayamos más allá de la intuición y repasemos la “geografía” de los cuchillos que así la denomino porque cada perfil de hoja y filo, cada parte de las armas blancas responde a una razón más o menos evidente.
Son tan variadas las utilidades de un cuchillo y tan difundido su empleo en el mundo y en diferentes culturas, que se puede afirmar que se trata de las armas con más formas, composiciones y usos específicos del universo.
Cuchillos para cortar, para pinchar, para serrar para desollar, para despellejar, para su uso exento o unido a otras armas...
En este capítulo veremos algunos de los modelos más famosos, las singularidades de su fisonomía y las particularidades en su composición y método de elaboración.
Anatomía del cuchillo
Las dos partes principales del cuchillo son la hoja y el cabo (empuñadura o mango) y estaríamos cometiendo un error si atribuyéramos a la primera toda la funcionalidad del cuchillo.
No obstante es ésta la que en mayor medida define las utilidades y así la encontramos de un sólo filo, de doble filo, de filo y contrafilo, con sierra...
Su forma, tamaño, filos y modos de empleo sirven para diferenciar las familias que integran el conjunto de las armas blancas. Así encontramos, por ejemplo, el puñal: arma blanca de entre 20 y 30 cm que solo hiere con la punta, está formado por una hoja de acero corta y puntiaguda; la daga: cuchillo de dos filos con lámina aplanada y remate agudo, más larga que un puñal y más corta que una espada; el kunai: cuchillo arrojadizo muy puntiagudo y de hoja pesada para facilitar que llegue al blanco con la punta por delante; la bayoneta: arma blanca que se acopla o cala al extremo del cañón del fusil; la navaja: Instrumento cortante de hoja articulada que puede plegarse y guardarse dentro del mango; la puntilla, corta, ancha en sus tres cuartas partes y de doble filo; o el machete: cuchillo grande con la hoja ancha.
La hoja
Como ya hemos comentado, sus formas y mecanizaciones pueden ser muchas y variadas. Lo más habitual y más deseable, si no estamos ante un cuchillo plegable o navaja, es que la pieza metálica que compone el arma blanca sea enteriza; es decir, que su parte inciso cortante y el espacio para fijar la empuñadura constituyan una sola pieza para garantizar la máxima solidez.
En la hoja encontraremos comunmente el filo, el lomo, la punta y el recazo. No obstante, según su forma, mecanizado y afilado dispondrán también de vaciado (estrechamiento sobre el que se crea el filo), mesa (zona de la hoja no vaciada y por tanto de espesor completo), contrafilo, sangradera, muesca antideslizante, sierra e incluso alveolos.
Más atrás quedarán el recazo, la virola, la guarda y el cabo.
Merecen especial mención los tipos de filos que son muchos y algunos de ellos definen culturas, costumbres y también, lógicamente vienen determinados por las herramientas para afilar que tradicionalmente han estado disponibles.
Básicamente podemos distinguir tres tipos de filos según su forma en un una vista transversal: cóncavo, convexo y plano; si bien éstos dan lugar a variantes como el filo de sable o doble bisel, el filo hueco, etc.
Sus ángulos, de entre 15 y 35 grados, ofrecerán un afilado más incisivo y fino o menos penetrante pero más grueso y resistente.
Algunos filos se identifican incluso con regiones del orbe como el filo finlandés de hoja muy estrecha y puntiaguda, el escandinavo o el japonés. En éste último, su filo marcadamente convexo separa las superficies cortadas de la hoja para que no supongan obstáculo al avance.
El cabo / mango
La empuñadura o mango, a la que de forma más correcta y técnica se denomina “cabo”, puede ir montado sobre la pieza de metal de dos maneras. En el caso de las hojas enterizas –en las que la lámina mantiene la anchura en toda su longitud– se colocan sendas cachas a los dos lados de la lámina de metal a la que se fijan mediante pasadores, tornillos o remaches.
En aquellas piezas de metal en las que la parte destinada a montar la empuñadura se estrecha formando una espiga, el mango va encajado en ella. Generalmente, la última parte de la espiga se rosca para que sea un talón y a continuación una tuerca los que sujeten el mango en su sitio.
Entre los materiales naturales encontramos la madera, el asta, el hueso, el caucho natural e incluso, las pezuñas de animales, el nácar, los frutos o semillas duros y hasta los fósiles . Entre los sintéticos tenemos los polímeros, la goma y resinas artificiales, el carbono.
Cabe mencionar también los cabos de materiles naturales muy transformados como el mokume (damasco de metales no férricos) o los de manufactura mixta en madera estabilizada (madera con resina acrílica sometida al vacío) o con micarta (que combina capas de fibras vegetales o textiles con resina de poliéster).
El rompecocos y la rabiza
Con bastante frecuencia la lámina de metal presenta un apéndice horadado al final del lomo o del filo (en el recazo) o sobresaliendo por el talón que se conoce con el nombre de “rompecocos” o “rompecráneos”, en cuyo caso no hay que dar más explicaciones sobre su utilidad.
De los rompecocos situados en el talón, pende muchas veces una cuerda o rabiza que puede tener muchísimas funciones complementarias sobre todo en cuchillos de supervivencia como trampa de lazo, torniquete, ligadura... Una de estas funciones es fundamental cuando el arma de filo no tiene una guarda que impida a la mano resbalar hacia la hoja y terminar en el filo con el consiguiente corte profundo en la mano. Esto puede ocurrir al apuñalar un objeto duro en el que la hoja no se abra paso con facilidad. Para evitarlo, la cuerda o rabiza actúa de fiador: se pasa haciendo un lazo en el dedo pulgar que mantendrá la mano en su sitio evitando desgradables accidentes.
A veces la misma rabiza cumple la misión de mango enrollada sobre la pieza a la que no se ha dotado de cachas.
Además puede servir para unir el cuchillo a un palo, improvisando así una extensión a modo de lanza o jabalina.
Partes específicas
Algunos cuchillos para misiones concretas, poseen también partes más o menos exclusivas.
La sierra es una de ellas y se añade a muchos de los denominados cuchillos de supervivencia, aunque también a otros con intención de incrementar sus utilidades.
Algunas de estas sierras combinan dientes anchos y estrechos que se alternan con el fin de cortar objetos duros como huesos.
Puestos a ver formas extrañas, podemos referirnos al llamado “crujehuesos” de Leomatik; un cuchillo de hoja doble superpuesta con tres filos, dos de ellos encarados (uno con sierra) y dos puntas que resultan de hacer una incisión longitudinal profunda en la zona media de una hoja muy ancha. Su objetivo es disponer de todos los filos necesarios para desollar una pieza de caza con rapidez y eficacia.
Otros desolladores muestran también partes exclusivas como el gancho de seno afilado que sirve para rasgar la piel de los animales que se pretende eviscerar. Estos cuchillos suelen tener una hoja de forma convexa que forma un curva pronunciada y facilita separar la piel de la carne.
Los desolladores disponen a veces de un mango en forma de T, a modo de tirador.
Otra parte singular es el antideslizante que generalmente se situa en el último tercio del lomo y que un lego en cuchillos podría confundir con una sierra. Sin embargo su perfil es almenado y sus caras no están afiladas. No es por tanto una zona de corte sino un área de manejo ampliada en la que poder apoyar el dedo pulgar o la palma de la mano para hacer fuerza directamente sobre la hoja.
Damos gracias al foro Armas Blancas por la cesión de los esquemas mostrados en este artículo y en concreto a los foreros Monipodio1 (Anyelo Hidalgo) y Acero-al-carbono (Ignacio Morales).
Más información en www.armasblancas.mforos.com