En el seno de la comunidad policial se suele debatir mucho sobre el enfrentamiento armado con armas de fuego, o sea, sobre el ataque que los agentes de seguridad reciben por parte de personas armadas con tales armas. En determinadas zonas del mundo es frecuente que los policías sean objeto de atentados con armas de fuego convencionales, pero en otros sitios se ha hecho cotidiana la agresión con armas largas automáticas (armas de guerra) e incluso con explosivos. Aun así, en general, todo policía está sujeto a esos riesgos en casi cualquier parte del globo. No obstante, hay otro tipo de arma muy letal y de uso mucho más frecuente y diario: el arma blanca.
Al nacer, nadie recibe en sus manos una pistola, un fusil de asalto o un lanza granadas; sin embargo todos somos instruidos, desde niños, en el manejo de una herramienta de uso diario y de por vida, el cuchillo. Desde que somos niños, nuestros padres o tutores nos adiestran en modales y buenas costumbres, siendo ahí donde, entre otros instrumentos, se nos enseña a manejar en la mesa el cuchillo. Desde párvulos tenemos contacto con un útil que, de ser usado de modo antisocial, puede ser letal como tantos más. Pero lo cierto es que el arma blanca es la herramienta que más se emplea en este país para producir lesiones deliberadamente, y muchas de esas lesiones acaban con vidas humanas.
Después, con el devenir de los años, aprenderemos a usar el cuchillo (aunque sea de cocina) como una herramienta eficaz de circunstancia en el ámbito doméstico. La usaremos para cortar cosillas durante determinados juegos y quehaceres. Se tira de cuchillo hasta para hacer palanca y abrir tarros y botes de alimentos cerrados al vacío, ¿es cierto, o no? ¿A que sí? Lo dicho, se utiliza desde siempre, para todo. Se adquiere destreza en el manejo del cuchillo doméstico tanto para su uso primitivo, como para los destinos que vayan surgiendo dentro del ámbito profesional o del hogar.
Un arma de uso común
Casi todos manejamos o asimos el cuchillo sin miedo. Está en nuestras manos desde hace miles de años, cuando era un medio de supervivencia. Algo que cortara, se clavara o pinchara (lo que hoy es un cuchillo), servía para sobrevivir cazando, o sea matando a otro ser vivo con el que nutrirse. También se empleó para confeccionar, con las pieles de las piezas cobradas, vestiduras que guarnecieran de las inclemencias del tiempo. Otras veces, y ahí es donde nace lo innato del uso letal del cuchillo, se usaba para sobrevivir a situaciones de peligro ante el acecho de un igual o de un ser vivo superior en la cadena alimentaria. Por tanto, el cuchillo está en nuestras manos desde tiempo inmemorial, de tal forma que su utilización es natural e instintiva a la hora de atacar a un igual. Instinto primario de conservación.
Si a un lego en el empleo de armas se le deja sobre una mesa una pistola con un único cartucho y un machete, y se le pide que ataque súbitamente ante una señal, seguro que será más eficaz con un solo golpe de cuchillo que con ese único disparo posible. Es lógico. Es lo antedicho: todos sabemos empuñar un cuchillo, es algo que hemos hecho millones de veces. Motivado por ese instinto animal que aún subsiste en nuestro cerebro, de cuando corríamos delante de aquellos seres vivos superiores, sabemos lanzar el puño/cuchillo hacia el lugar en el que queremos impactar/clavar. Solamente somos una evolución muy avanzada de otras especies. Todavía conservamos una pequeña porción cerebral a la que se llama reptilinea (cerebro reptil), de cuando lo fuimos...
Por lo anteriormente comentado, muchos instructores adiestran a sus alumnos en el empleo del cuchillo de combate o navaja táctica. Hay quien no lo ve acertado. Lo cierto es que, como dice mi amigo Cecilio Andrade, en determinados casos la navaja puede ser una útil arma defensiva in extremis. A veces puede ser “el último cartucho” y otras veces el único.
Armas blancas incautadas
En España están proliferando los ataques con armas de fuego por parte de delincuentes comunes. El empleo de estas armas está aumentando en general, pero muy particularmente durante la perpetración de delitos de robo. Pero una cosa es más cierta todavía y además fácilmente constatable: la Policía incauta, mensualmente, ingentes cantidades de armas blancas por el mero hecho de ser portadas en vías, lugares o establecimientos públicos. Como es preceptivo, esos decomisos están amparados por el ordenamiento jurídico positivo (Ley Orgánica 1/92 y Reglamento de Armas). Cualquier agente de policía destinado a labores de seguridad ciudadana que mínimamente esté comprometido con el servicio, incautará, anualmente, un buen número de cuchillos, machetes y navajas. Muchas de estas armas son localizadas durante los cacheos que se realizan a sujetos sospechosos, tanto en controles de tráfico como en otras habituales circunstancias policiales. La mayoría de las veces, las armas blancas, al igual que las de fuego y las sustancias estupefacientes, se hallarán ocultas entre las ropas de los infractores. En otras ocasiones, estarán ocultas en maleteros, guanteras o bajo los asientos o alfombrillas de los vehículos. Las estadísticas lo demuestran.
Afortunadamente, de las calles se retiran más armas blancas que armas de fuego, y la causa tiene lógico sentido: la gente no se pasea ligeramente con pistolas ilegales, pero sí lo hace con navajas y machetes. En el primer caso (armas de fuego), siempre se cometerá delito, con las consecuencias lógicas que ello acarrea: de uno a tres años de prisión si son cortas, y de seis meses a un año si son largas. En el segundo supuesto se incurrirá siempre en infracción administrativa: una multa pecuniaria que se abonará si el denunciado es solvente, y que nunca podrá ser cobrada por la Administración si es insolvente.
Tras lo anteriormente expuesto, hay que decir que si los enfrentamientos armados con armas de fuego se producen en cortas distancias (casos policiales más frecuentes), con las armas “de filo” se establecerán, como mínimo, los mismos rangos, cuando no mucho más cortos. Es un hecho cierto y seguro que en el instante del apuñalamiento el contacto físico será intimo entre las dos partes, la víctima y la atacante. Será de piel contra piel. Por tanto, quien ha decidido y determinado agredir con un arma blanca será, casi siempre, altamente eficaz al buscar la letalidad. En España, por suerte para la comunidad policial, no hay un excesivo número de policías fallecidos por ataques homicidas con estas armas. Pero sí empieza a preocupar la cifra de heridos.
Ataques a civiles
Donde la cifra sí es lamentablemente elevada, en cuanto a resultado de muerte, es entre la población civil. Se cometen muchísimos ataques mortales con cuchillos, principalmente durante el transcurso de robos, riñas o desavenencias familiares o domésticas. Un dato objetivo, muy cercano para este autor: en la ciudad en la que ejerzo como policía, durante 2009 se produjeron una decena de homicidios, unos en grado de consumación y otros en grado de tentativa. Algunos de estos homicidios fueron especialmente brutales e inhumanos. En el 80% de los casos se emplearon armas blancas. La ciudad tiene una población que no supera los 70.000 habitantes. Pues fue mucho mayor la cifra de delitos de lesiones cometidos con armas blancas, sin llegar a la calificación de homicidio tentando.
Para el ser humano es difícil predecir un ataque con arma blanca. Un arma de fuego, incluso si es de tamaño reducido, difícilmente podrá ocultarse en una mano cuando ya se tiene empuñada. A poco que se disfrute de iluminación en la zona, y se preste atención a los movimientos del sospechoso, podrá ser detectada la presencia de una pistola o revólver en las manos de un sospechoso. Con un cuchillo, no siempre será tan sencillo. Seguro que muchos de los policías que estén ahora leyendo estas líneas habrán encontrado, durante cacheos, cuchillos ocultos en los antebrazos (bajo la manga de la camisa). En tales circunstancias de porte y con un mínimo entrenamiento, el arma puede caer en la mano de forma inmediata y con amplias posibilidades de uso. En esa misma ubicación sería imposible ocultar un arma de fuego, al menos con capacidad súbita y eficaz de disparo.
Como la vida misma: la realidad
El 14 de septiembre de 2011, en Madrid, dos agentes del Cuerpo Nacional de Policía (CNP) estaban tratando de identificar a un nigeriano cuando éste los atacó con un machete. Uno de los funcionarios resultó herido grave por cortes en la cabeza, un hombro y una escápula. Su compañera, una chica en prácticas, no resultó lesionada pero sí desarmada: le fue arrebatada su pistola. Posteriormente, otra pareja de policías se personó en el lugar para socorrer a sus compañeros y detener al agresor: también fueron heridos y desarmados (a uno de los policías le fue sustraída la pistola). Ambos fueron heridos en la cabeza por el machete que portaba el africano, y uno, además, en el hemitórax derecho. Para colmo, el individuo los tiroteó con una de las armas. Por suerte llevaban chaleco de protección balística y los impactos fueron detenidos. Una tercera dotación consiguió apresar al individuo sin herirlo. Por cierto, los jefes políticos y policiales se vanagloriaron de la actuación porque el arrestado no fue herido a balazos.
No trascendió tanto, pero el 4 de agosto de 2010, en Burgos, un funcionario del CNP fue gravemente herido con un cuchillo. Las lesiones se produjeron en una muñeca y afectaron de modo muy grave a los tendones y a los nervios. La agresión se produjo en el interior de una vivienda en la que el policía se encontraba junto a otro agente. Habían acudido allí a requerimiento de la madre, de quien finalizó cortando la extremidad al agente. El individuo, un español de cincuenta años de edad, atacó al policía con dos cuchillos (uno en cada mano) y nada pudo hacer para defenderse. Cuando realmente pudo reaccionar ya estaba herido, era tarde. Aunque disparó su arma una vez, el proyectil no alcanzó a su objetivo. Al revés, rebotó y cerca estuvo de herir al otro actuante o a la requirente.
El 13 de febrero de 2009, también en Madrid, un ciudadano de Ghana hirió a un agente de la Policía Municipal y a otro del CNP. Los atacó con un cuchillo y les produjo lesiones en una mano al primero y en un hombro al segundo. Para colmo, mientras los dos funcionarios intentaban reducir al subsahariano, el agente estatal disparó su arma contra el asaltante, impactando una bala en un pie del policía local. El sujeto solo fue arrestado cuando otro policía le disparó en una rodilla, pero aún así consiguió huir corriendo del lugar por espacio de bastantes metros.
En 1992, el agente de seguridad e instructor de defensa personal-policial Darren Laur, realizó un concienzudo trabajo sobre las reacciones de los policías atacados con armas blancas. Laur es funcionario de seguridad en Victoria, BC (Canadá). Su trabajo consistió en analizar a 85 agentes durante la requisa o cacheo de un calabozo. Todo lo que ocurría en la celda era filmado para su posterior visionado, estudio y análisis. Al preso, en realidad una persona que actuaba como tal, se le pidió que fingiera estar herido o enfermo, de modo que cuando el policía se aproximara para auxiliarlo fuese agredido con un cuchillo simulado. El arma tenía el filo de la hoja manchado con tiza, así que cuando fuese usado para cortar o clavar sobre el funcionario dejaría surcos o trazas en la ropa del agente: trayectorias de las imaginarias puñaladas. El agresor, para confundir y conseguir un mayor desorden emocional en el que se iba a convertir en su víctima, además de apuñalarla la insultaba y amenazaba con gritos. Ni que decir tiene que los policías no habían sido advertidos de que iban a ser asaltados.
El resultado del análisis de las grabaciones fue el que seguidamente se expone: 72 agentes, de un total de 85, no supieron que estaban siendo atacados con un arma blanca. Una vez acabado el trabajo, fueron invitados a localizar en sus prendas de vestir las trazas dejadas por la tiza que se había untando a la cuchilla del machete simulado. Mientras el asalto se estaba produciendo, solo 10 agentes fueron conscientes de que estaban siendo apuñalados. Únicamente 3 funcionarios detectaron la presencia del arma en las manos del homicida antes de entrar en contacto con él. Tras el estudio, se alcanzaron varias conclusiones: la mayoría de los policías fueron sorprendidos por el ataque y agacharon la cabeza, a la par que la protegían por la zona del cuello. Para ello usaron ambas manos y brazos. Esta mayoría se abandonó ante su agresor, motivo por el que recibieron muchísimas cuchilladas. No fueron capaces de actuar de modo reactivo o defensivo.
Los agentes que sí predijeron el ataque cuando éste se iniciaba, solamente tres, consiguieron bloquear la mano portadora del arma y comenzaron a golpear al hostil con sus rodillas y codos. En estos casos, lo más instintivo es huir hacia atrás para ganar distancia. El cerebro ordena poner distancia de por medio. Es algo que todo el mundo hace y que no se puede evitar. Pero no solamente nos echamos hacia atrás con el fin de ponérselo más difícil al otro. Al obtenerse esa distancia se capta más información sobre lo que está ocurriendo. Se amplía el campo de visión, para así poder tomar cerebralmente una medida reactiva más efectiva contra la acción atacante. Como en cualquier otra situación de máximo estrés, algunos de los policías que consiguieron inmovilizar la mano letal no recordaron después haber visto el cuchillo.
Una vez más tengo que referir a Cecilio Andrade. En un trabajo publicado con su firma trata el asunto del arma blanca desde el punto de vista de un arma defensiva, para casos extremos. Yo, ahora, veo el tema desde otra perspectiva, desde el punto de vista de la victima. Por cierto, en el artículo de Andrade es muy interesante este dato: el 60% de las personas atacadas con armas de fuego sobreviven, pero el 60% de las agredidas con armas blancas fallecen. Tomemos nota. Esos datos coinciden con los de más de un informe técnico.
La inmensa mayoría de las plantillas policiales entrenan, si acaso lo hacen, supuestos policiales poco reales. Pocos cuerpos o unidades forman a sus funcionarios en el empleo del arma a distancias extremadamente cortas, cual pudiera ser la del contacto físico, imprescindible, cuando se recibe un ataque con machete. Siempre que puedo lo digo, hoy también: hay que modificar los programas de formación de los policías y de muchos cursos para instructores. Mientras no se reciclen planes y mentalidades, no se modernizará y adecuará el adiestramiento a la realidad que se vive día a día en las calles.
Durante este artículo hemos hablado de armas blancas, o sea armas clásicas de filo como las navajas, los cuchillos o los machetes. Pero dentro de esta clasificación, y solamente a los efectos que aquí se están tratando, se deben incluir otras herramientas. Hablamos ahora de utensilios que son concebidos para otros menesteres, pero que demasiadas veces se portan y utilizan con incívicos e ilícitos fines. La tijera, el vaso de vidrio o el destornillador, por ejemplo, son utensilios de uso diario personal, doméstico y profesional, pero en muchas ocasiones se emplean durante acciones violentas. Por ello, siempre que estas armas punzantes o cortantes se utilicen para lesionar, serán tan peligrosas como cualquier machete o navaja, o incluso más. (Menos mal que aquel sujeto tiró la tijera al suelo, al sonar tu disparo, ¿verdad, Fali?).
De todo lo dicho aquí, la conclusión más elocuente que quizá se pueda desprender es que a las distancias habituales de identificaciones o cacheos, estas armas o herramientas son tan peligrosas, o más, como las propias armas de fuego. La mayoría de los agentes lo sabe, pero no siempre es así entendido, en principio, por las autoridades judiciales, ni tampoco por el ciudadano particular lego en temas de seguridad.