Las primeras armas de aire comprimido que como tal pueden considerarse fueron sin duda las cerbatanas; pero las primeras que emplearon el aire como propulsor por un método mecánico que no fuera el soplido de los pulmones podrían situarse a finales del siglo XV o principios del XVI. De los cuatro elementos básicos de la materia (agua, viento, fuego y tierra), con el invento de las armas de aire comprimido, el hombre tenía en su haber el mérito de haber sabido utilizar dos como propulsores para sus armas.
Nos han quedado muy pocas de aquellas armas neumáticas (así llamadas por la naturaleza de su agente propulsor) pero su sistema de funcionamiento se puede decir que era muy similar al de las carabinas de aire más convencionales de nuestro tiempo. Las más antiguas consistían en un fuelle de cuero que se alojaba en el interior de una voluminosa culata. El aire era después desalojado repentinamente al apretar el gatillo que liberaba un potente muelle que se había comprimido previamente con una llave de manivela. El aire impulsado empujaba una bala de 7 milímetros alojada en el cañón. Y decimos bala porque aquellas armas eran verdaderamente potentes en cuanto a su munición, pues algunas otras empleaban proyectiles esféricos de 12 mm o más.
Otras carabinas, como la que se conserva en el museo Livrustkammaren de Estocolmo y que data de 1580, eran lo más parecido a las actuales, con un pistón impulsado por muelle helicoidal que corría dentro de un cilindro. Estos sistemas de muelle o resorte, junto con el de aire precomprimido (hoy denominado PCP) son los dos más habituales en las carabinas de aire que se conservan de aquel tiempo.
También las de aire precomprimido eran parecidas a las actuales, con una cámara en la que un émbolo comprime el aire tomado de la atmósfera y que después liberará una válvula que se abre al accionar el gatillo.
En aquellos tiempos eran armas caras, poco corrientes y muy apreciadas por varias razones muy poderosas: no requerían un proceso de carga con la complicación de materiales y el proceso de las armas de pólvora y por tanto tenían también mayor cadencia de “fuego”; no estaban afectadas por la humedad o la lluvia, que inutilizaba a veces la pólvora o los sistemas de ignición de las armas de fuego; muchas de ellas serán más precisas que las armas de fuego; eran más discretas en el sonido que emitían y en su apariencia ya que no formaban la gran humareda de la pólvora negra quemada; finalmente, requerían menos mantenimiento y limpieza que las armas de fuego.
Por todas estas razones fueron armas muy apreciadas en la batalla; pero también temidas y odiadas hasta el punto de que eran calificadas “armas del diablo”. Tan notable era su eficacia que, en las guerras napoleónicas, este general francés dio orden de fusilar a los prisioneros del ejército austriaco equipados con carabinas de aire. Concretamente aquellas proscritas armas eran las carabinas Girandoni de 1780 creadas por aquel armero italiano y de las que hoy todavía existen ejemplares en perfecto estado de uso. Éstas carabinas de retrocarga rápida empleaban su culata metálica como depósito de aire, disparando las 20 balas de calibre 51 que albergaba en su almacén de munición en tan solo un minuto. En ese lapso de tiempo, un entrenado soldado francés disparaba sólo tres veces su fusil napoleónico. Eso sí, tras el vaciado de la botella de aire, la Girandoni debía recargarse, desenroscando la culata para inyectar aire mediante una aparatosa bomba de mano (similar a las de hinchado de balones). Su único inconveniente era la delicadeza de las válvulas y la eventual explosión de los depósitos de aire, por lo que quedaron relegadas frente a las armas de fuego y su potencia se redujo para cumplir el papel de “armas de jardín” y más tarde el de carabinas de feria.
Siempre comenzamos los reportajes haciendo un repaso de las armas que son objeto de nuestra atención y aunque había prometido no “enrollarme” lo más mínimo en esta parte, no lo he podido evitar porque la historia me parece interesantísima y entretenida (curiosamente eso no me ocurría en el colegio).
Pero al tiempo que la historia general es apasionante, nuestras historias personales nos son, lógicamente, relevantes por cuanto forman nuestra. Es aquí donde desciendo de lo trascendente para la generalidad a las particulares porque… ¿quién entre nosotros no ha tenido una carabina en su infancia? Yo tenía una y el armisticio de Vietnam me importaba un comino por muy histórico que fuera el Señor Kissinger que era un tipo vestido de traje oscuro, siempre con una cartera y que vivía en la escalerilla de un avión, según deduje.
Mi primera carabina fue una Gamo Gamátic que me regalaron al aprobar quinto curso de EGB. ¿Qué puedo decir que no imaginéis? Dormía con ella a mi lado y gracias a ella aprendí a disparar con alza y punto en cualquier situación. El empeño de mi padre en no ponerle un visor hasta que no supiera a tirar muy bien con miras abiertas me hizo un buen tirador y llegaba a cortar el hilo de pescar de los señuelos que otros pescadores dejaban enganchadas en los árboles de la ribera. Posiblemente fue una de las primeras carabinas con sistema de seguridad en las que, al apretar el gatillo con el cañón basculado, éste no se cerraba repentinamente, lo que a algún compañero de juventud le causó un pellizco de los serios.
Con ella, las vacaciones eran largas y luminosas, estaban llenas de aventuras: yo era Karamojo Bell y los estorninos que se comían las cerezas y los higos, leopardos en la maleza ¿Alguien lo duda? Después tuve una Crosman de aire precomprimido que se cargaba con una biela situada bajo el guardamanos conectada a un émbolo y que disparaba tanto perdigón corriente de plomo como bolas BB de acero que se mantenían sujetas a su cerrojo imantado. Más tarde llegaron otras varias y muy entretenidas.
¡Aquellos chavales con sus carabinas!
¡Qué tiempos! Ibas con la carabina por las afueras del pueblo y nadie te decía nada. Pertenezco a una generación “distinta”. Crecí con el sabor que dejaron en mi boca los balines que llevaba bajo la lengua (¡veneno!) y al chaval que no tenía carabina de aire comprimido, lo mirabamos como a un bicho raro. Hoy en las casetas de feria, las carabinas podrían ser de lujo. En mi tiempo eso era imposible porque todos los chicos teníamos cayo de tanto disparar; así que de haber pillado una carabina medio decente, el dueño de “atracciones los claveles” hubiera vivido bastante peor. Entonces no sabíamos qué eran los perdigones con polímero, los grains o los metros por segundo. Sólo sabíamos que cuando la carabina no sacaba el perdigón a la primera, había que llevársela al Ángel “el bicicletas” y su hijo Luisfer le cambiaba el cuero para que el verano continuara siendo eterno con la carabina entre las manos.
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