Declarado reglamentario el 7 de enero de 1828, seguramente el modelo de 1828 fue uno de los mejores fusiles de chispa que utilizó la infantería española y, sin embargo, es uno de los menos conocidos de su época. Numerosos elogios mereció este armamento entre los diversos tratadistas del siglo XIX. Juan Génova e Yturbe dice en su manual, Armas de Guerra: “nuestro fusil modelo 1828 era de los más perfectos; soportaba sin inutilizarse 1400 disparos, las marras no llegaban al 2 por 100 y tenía un alcance de 900 metros, aunque el alcance eficaz no llegaba a la cuarta parte”.
En términos generales y según el Diccionario Ilustrado de Artillería de don Luis de Agar (1853-1866) se considera al fusil como:
“Arma de fuego portátil, que por la adición de la bayoneta debe ser y es considerada también como arma blanca, pero en la que siempre depende de los fuegos su principal mérito y fuerza; sirve para armar la infantería desde principios del siglo pasado (el siglo XVIII en este caso) en que se generalizó su uso en toda ella sustituyendo al mosquete con que estaba armada solo una parte de aquella tropa por las dificultades que originaba en la guerra el empleo de la mecha para dar fuego…”.
El fusil de chispa modelo 1828 era un arma de ánima lisa que se cargaba por la boca del cañón; utilizaba cartuchos con envuelta de papel, cargados con unos 11 gramos de pólvora negra, incluido el cebo, y bala esférica del calibre llamado “de a 17 en libra” por la cantidad de balas de dicho calibre que tenían cabida en una libra de plomo, el peso de dicha bala era aproximadamente de 27 gramos y su diámetro ligeramente inferior a los 18mm.
Sabemos la forma de cargar un arma de guerra de estas características por las numerosas instrucciones que se conservan destinadas al adiestramiento de tropas. Don José Odriozola y Oñativia, capitán de Artillería y profesor del Colegio del Arma, escribía en 1827 (castellano antiguo):
“Para usar el cartucho se estiende un poco el papel del estremo sin bala, se rompe con los dientes la parte que sobra; y cebando primero, para lo cual tiene cierto esceso de pólvora el cartucho, se derrama dentro del cañón lo restante, a que sigue con el empuje de la baqueta la bala envuelta en el papel, sirviendo este de taco primero y segundo.”
Pocas concesiones se podían hacer a la seguridad en el orden de carga cuando, rodeado por el fuego enemigo, el soldado debía buscar operatividad y rapidez a la hora de recargar su arma.
Las circunstancias económicas, sociales y políticas debieron influir en la tardía adopción de un arma de tan excelentes características como fue el fusil de 1828. Una vez finalizada la Guerra de la Independencia en 1814 la situación del país era desastrosa, la industria había sido arrasada y los caminos resultaban impracticables.
Curiosamente una de las armas más abundantes en la infantería española de aquella época era el fusil inglés Tower, conocido popularmente como Brown Bess, que había sido adquirido en grandes cantidades durante la guerra.
En 1815 se había declarado reglamentario un fusil español a partir de una llave mejorada por el maestro examinador Bustinduy en 1812. Pero lo cierto es que aquella arma dejaba mucho que desear. Se intentó establecer un nuevo sistema de armamento durante el Trienio Liberal, sistema que se denominaría “modelo 1822”. No obstante, las mismas circunstancias políticas en que fue gestado fueron motivo suficiente para que quedase anulado el proyecto tras la recuperación del poder absoluto por parte de Fernando VII.
En 1826 se retomó de nuevo el problema de la calidad del armamento, planteándose la Junta Superior Facultativa del Cuerpo de Artillería la creación de un arma buena y eficaz con que dotar a la infantería. En las pruebas que se hicieron se decidió comparar las nuevas llaves que se iban diseñando con la mejor llave de que se disponía entonces: la inglesa de los fusiles Tower. Sin duda el autor que más datos técnicos nos ha dejado sobre la gestación del fusil modelo 1828 es don Ramón de Salas, quien fue en numerosas ocasiones miembro de dicha Junta Superior Facultativa. En su Prontuario de Artillería (2ª ed. 1833) nos dice:
“Nuestro fusil de modelo de 1815 era muy defectuoso por la mala disposición de las piezas de la llave, por lo que se trató de otro modelo en 1826. La llave es el todo en las armas de chispa, y para conseguir hacerla perfecta se principió por construir una mejorada por razonamiento, a fin de compararla con otras once españolas y extranjeras…
Decidíose pues no comparar sino con las inglesas, asimilando a ellas las piezas de las nuestras que se iban reformando sucesivamente en el taller de Madrid; y tomando la inglesa…y otras dos de las nuestras, se tiraron con cada una 1000 rastrillazos, en los cuales la primera de Madrid no hizo falta alguna, la segunda una, y la inglesa hizo trece….
Por estos pasos y estos tanteos se llegó a obtener un fusil bueno que es el último, conocido, por el de 1828…”
El fusil de 1828 fue producido, sobre todo, en las Reales Fábricas de Oviedo y Placencia. Las principales fábricas de armamento de la época estuvieron a cargo del Cuerpo de Artillería. En algunos de estos centros la dependencia de dicho cuerpo era total, mientras que en otros, la labor de los artilleros se limitaba a la inspección técnica de la fabricación. Existían distintas especialidades entre los armeros de las fábricas, así había maestros cañonistas, llaveros o chisperos, aparejeros, cajeros y bayoneteros. En fábricas como la de Oviedo o la de Placencia los distintos especialistas se organizaban en gremios. Los armeros solían poner su marca en las distintas piezas que aportaban al arma. En armas militares iba, además, una marca en forma de corona para indicar su pertenencia al Estado. Las armas examinadas en Placencia iban marcadas también con una P, las de Eibar con una E, una O indicaba la procedencia de la fábrica de Oviedo y una T de la de Trubia. También era normal indicar el año de fabricación.
A la muerte de Fernando VII estalló la guerra civil, es decir, la Primera Guerra Carlista (1834-1840). Eran pocos los fusiles del nuevo modelo 1828 fabricados, como eran pocos los anteriores de 1815, mientras que se disponía de fusiles Tower británicos y algunos franceses incautados durante la Guerra de la Independencia. La necesidad extrema que se tenía de armamento hizo aceptar al bando “cristino” (a la sazón el gobierno liberal) una oferta de Gran Bretaña, comprándose, según el autor Juan Luis Calvó, 350.000 fusiles más de la marca Tower que aún había en los almacenes de dicho país, excedentes de las Guerras Napoleónicas. El fusil británico pasó a ser, pues, el arma mayoritaria en la infantería española. Aunque como tal fusil de chispa no fue nunca declarado reglamentario sí lo serían, muchos años después, sus transformaciones a percusión.
La adopción del fusil británico planteó algunos problemas con la munición, pues usaba un mayor calibre que el de las armas españolas, lo que llevaría a plantearse una normalización de dichos calibres. En 1836 se declaró reglamentario un nuevo fusil con la misma llave que el anterior de 1828 pero de cañón más corto y de un calibre similar al inglés. El fusil modelo 1836 sería el último con llave de chispa que utilizaría la infantería española.
Paradójicamente, el fusil de chispa más avanzado del momento había nacido prácticamente obsoleto en una época en la que el sistema de percusión se habría camino lenta pero inexorablemente, pero esa es otra historia.
Ficha Técnica (datos sin bayoneta)
Modelo de 1828
-Calibre: de a 17 (18,3mm)
-Longitud del cañón: 1.055mm
-Longitud del arma: 1.435mm
-Peso: 4.340 gramos
Modelo de 1836
-Calibre: de a 15 (19,1mm)
-Longitud del cañón: 995mm
-Longitud del arma: 1.380mm
-Peso: 4.500 gramos
Bayonetas (ambas son de cubo y sección triangular)
-Modelo de 1828: 515mm long. y 315gr. peso
-Modelo de 1836: 565mm long. y 400gr. peso