https://www.ingenierosdemontes.org/prensa/la-irresponsable-difamacion-del-colectivo-forestal-ante-el-problema-de-los-incendios.aspxEl Colegio de Ingenieros de Montes expresa su más enérgica repulsa ante la gratuita difamación al conjunto del colectivo forestal en la entrevista de Xabier Vázquez Pumariño, recogida en la edición del jueves 19 de octubre
La mencionada entrevista está plagada de falsedades, tópicos que creíamos superados y ataques infundados, totalmente gratuitos e inaceptables, que consideramos superan los límites de la libertad de expresión.
El problema de los incendios forestales es muy complejo, por lo que es más fácil, en vez de reconocer su complejidad y aceptar el esfuerzo de un debate solvente, sugerir la existencia de una conspiración, a la vez que se proponen medidas milagrosas que expiatoriamente nos resuelvan el reto.
Dentro de su osadía, el autor expresa una peligrosa apuesta contra la profesionalización en el ámbito forestal. Es como si planteara, por hacer un paralelismo en el ámbito sanitario, que los problemas de salud que tuvieran los ciudadanos tuviesen su origen en el propio interés de los profesionales dedicados a la medicina. Y esto resulta aún más injusto cuando son los profesionales del ámbito forestal, entre los que están obviamente los Ingenieros de Montes, los que muchas veces ponen en riesgo su vida para combatir los incendios forestales.
El entrevistado inicia su argumentación con una premisa totalmente errónea cuando sentencia que Galicia nunca estuvo arbolada. La evidencia científica demuestra que después de las glaciaciones, Galicia, como el resto de la Península Ibérica, estuvo cubierta en un alto porcentaje por bosques básicamente compuestos por pinos y robles (según los análisis de pólenes realizados). Por tanto, que el pino gallego (Pinus pinaster) es autóctono en este territorio está más que demostrado. Pero lo cierto es que la cubierta arbórea fue desapareciendo a lo largo de los siglos fruto de la actuación deforestadora humana, a consecuencia de la construcción civil y naval, la ganadería basada en el reiterado uso del fuego, y todo ello unido a una densidad poblacional muy elevada en el medio rural. Este patrón se repite en todos los territorios de origen celta, ya sea en las Islas Británicas, la Bretaña o el Noroeste de la Península Ibérica.
Por tanto, defender un territorio ampliamente deforestado, según estaba en el siglo XIX, como el escenario ideal, roza el delirio. De hecho, los Ingenieros de Montes del Servicio Forestal tuvieron la difícil misión de recuperar poco a poco la cubierta forestal y, con ello, el capital suelo que había sido dilapidado como consecuencia de la reiteración del fuego que padecían. Esto se hizo con pinos autóctonos, por la frugalidad y adaptación de la especie que le permite sobrevivir en condiciones tan adversas; y, con el consentimiento de los alcaldes, sobre los montes vecinales en mano común, que eran los únicos con cierta extensión, a pesar de contar con peor calidad de suelos para su recuperación. Se podría argumentar que los alcaldes no representaban adecuadamente a sus vecinos pero en todo caso era algo que el Servicio Forestal no podía cambiar.
Más tarde llegó el eucalipto, que los paisanos utilizaron para dar un uso y rentabilidad a sus parcelas en las zonas bajas, en general privadas, que carecían de otras alternativas interesantes, máxime en un contexto de minifundio extremo, profundos cambios socioeconómicos y donde la opción forestal fue lo que permitió preservar la propiedad.
Carece de sentido culpabilizar a las especies que pueblan los montes y a los que proyectaron su recuperación y que realizan su gestión. Según la información oficial, en la zona costera norte de esta comunidad, donde se encuentran las zonas más productivas, compactas y gestionadas de eucaliptos, es donde los incendios son menos frecuentes y de menor tamaño. En cambio, las zonas de montaña donde precisamente se regeneran robles y abedules son las que más frecuentemente arden en otoños secos y al final del invierno.
Por otro lado, la emigración rural se produjo por causas socioeconómicas y no por la recuperación forestal; es más, allí donde se han sabido gestionar los bosques, se ha frenado e incluso recuperado empleo rural, fijando así población en el territorio.
Además, el hundimiento de la ganadería del que habla el autor nada tiene que ver con la recuperación forestal sino con el minifundio, la falta de capitalización del sector, las cuotas lecheras mal gestionadas en el momento de la incorporación a la entonces CEE -debido entre otros motivos a una infraestimación en las estadísticas oficiales-, la imposibilidad de acceso a las generosas ayudas de la PAC durante sus primeras 3 décadas, etc.
En todo caso, es importante, cuando juzgamos procesos históricos, contextualizar los análisis en las condiciones del momento. No podemos juzgar desde la perspectiva actual decisiones tomadas hace casi un siglo, pues las necesidades, condicionantes y medios disponibles eran muy distintos. ¿O acaso nos atreveríamos hacerlo con la sanidad, educación, comunicaciones y otros servicios? El cometido de los Ingenieros de Montes a lo largo de su historia ha sido velar por el interés de los ciudadanos y la conservación y mejora del medio natural, que tantos bienes y servicios aporta a la sociedad, pensando siempre en las generaciones futuras.
La única propuesta concreta que hace el entrevistado es cargar los costes de la prevención y extinción de incendios a los propietarios. Esta medida resulta tremendamente injusta a la vez que va en contra de la tendencia actual, que busca el reconocimiento hacia el propietario forestal (privado o comunal) por su contribución en servicios ambientales prestados a la sociedad, que van más allá de la producción con mercado (madera y otros), y por lo que debería recibir un reconocimiento social y económico, al igual que ocurre en la agricultura. Así lo ha entendido el Congreso de los Diputados, aprobando en marzo pasado una Proposición No de Ley sin ningún voto en contra en este sentido. Ello es una forma inteligente de asegurar una mínima gestión en todos los montes, reforzando la cohesión territorial. Con medias innovadoras como la bioeconomía podemos optimizar la creación de empleo y riqueza en el medio rural.
El bosque gallego constituye, ya hoy, un capital de partida incalculable cuyo único freno se encuentra en algunas mentes, como tan magistralmente expuso nuestro premio Nóbel Santiago Ramón y Cajal al visitar las repoblaciones de Sierra Espuña en 1921: “Repoblar los montes y poblar las inteligencias constituyen los dos ideales que debe perseguir España para fomentar su riqueza y alcanzar el respeto de las naciones”.