HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

La historia se escribe con fuego: todo sobre operaciones militares, tácticas, estrategias y otras curiosidades
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Rescoldo
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 25 May 2015 00:04

JUAN I DE NAVARRA Y II DE ARAGON

Rey de Navarra (Juan I, 1429-1479) y Rey de Aragón (Juan II, 1458-1479), nacido en Medina del Campo (Valladolid) el 29 de junio de 1398, y muerto en Barcelona el 19 de enero de 1479. Se trata de uno de los más importantes monarcas hispanos de todos los tiempos, el más longevo de todo el Cuatrocientos, lo que propició su intervención continua en el devenir político y militar no sólo de los territorios de los que fue monarca, sino también en Castilla, de donde era natural y donde tenía títulos y rentas, o en Italia, con motivo de la expansión de la Corona de Aragón por el Mediterráneo.

La política en Castilla (1416-1425)

A la muerte de Fernando I, la disposición testamentaria había dejado al infante Juan un enorme patrimonio territorial, tanto en rentas como en títulos, centrado sobre todo en el reino de Castilla. A los títulos de Duque de Peñafiel y Duque de Montblanc, unía el condado de Mayorga, las villas y rentas de Castrogeriz, Medina del Campo, Olmedo, Cuéllar, Villalón (todas en Castilla), más Haro, Belorado, Briones y Cerezo (en tierras riojanas), lo que acabó por conformar la base económica, territorial y de prestigio sobre la que Juan se alzó como dirigente político del llamado partido aragonesista de Castilla, que, apoyado por parte de los linajes castellanos, como los Estúñiga, los Mendoza y los Pimentel, pretendían continuar la línea intervencionista de la nobleza en la dirección del reino, gobernado todavía de forma precaria por Juan II de Castilla, primo del infante Juan, a quien la presencia tanto de Juan como de su hermano Enrique de Aragón comenzaba a incomodarle demasiado. Pero también había desavenencias entre ambos hermanos, Juan y Enrique, problemas que resultaron fatales para la unidad de los infantes. El 10 de junio de 1420, conforme a sus propios planes, Juan contrajo matrimonio en Pamplona con la infanta Blanca de Navarra, hija y heredera del rey Carlos III. Blanca, trece años mayor que el infante Juan, proporcionaría a éste la posibilidad de reinar, algo que él siempre ambicionó por encima de cualquier otra cosa.

Sin embargo, Juan tuvo que suspender los subsiguientes festejos al enlace al enterarse de que su hermano, el maestre Enrique, evidenciando una tremenda falta de sintonía con Juan, había decidido apoderarse de su primo, Juan II de Castilla, raptándolo de su residencia en Tordesillas. El incidente, conocido en la historiografía con el nombre de Atraco de Tordesillas (14 de julio de 1420), significó el resquicio de desunión entre los infantes de Aragón que aprovechó hábilmente un miembro del séquito de Juan II de Castilla, un segundón llamado Álvaro de Luna, para, a base de ganar confianza con el monarca castellano, convertirse en el enemigo principal de los infantes de Aragón en Castilla. Por de pronto, fue Álvaro de Luna quien libertó a Juan II de su libertad vigilada, de modo que Juan y Enrique de Aragón tuvieron que pactar una tregua con el que habría de ser todopoderoso privado de Juan II. El enfrentamiento entre Álvaro de Luna y los infantes de Aragón capitaliza gran parte de la historia del siglo XV hispano, pero sobre todo significa que las fricciones y discordias entre Juan y su hermano Enrique ejemplificaron cuán lejos estaban los planes de Fernando el de Antequera de cumplirse. Con tan negros augurios en lontananza, Juan prefirió instalar a su familia en su castillo de Peñafiel, donde su esposa Blanca daría a luz a su primer vástago, el príncipe Carlos, nacido el 29 de mayo de 1421. En 1423 tuvo que regresar al primer plano de la actividad política, puesto que Álvaro de Luna, nuevo hombre fuerte de Castilla, dictó una orden de prisión contra Enrique de Aragón. El infante Juan mantuvo una actitud ambigua al respecto, pues si bien es cierto que debía defender a su hermano por cuestiones de linaje, fue reticente a entablar conversaciones con su hermano Alfonso V, recién llegado de tierras italianas, para hallar una solución al confllicto, que amenazaba con desembocar en una guerra abierta entre todos los hermanos. Finalmente, se produjo el acuerdo de Torre de Arciel (Navarra), el 3 de septiembre de 1425, por el cual Enrique fue liberado y todos los infantes de Aragón firmaron la paz entre ellos y con su primo, el rey Juan II de Castilla.

Rey de Navarra e intervención en Castilla (1425-1445)

Cuatro días más tarde de este gran triunfo del infante Juan, le llegó la noticia de la muerte de su suegro, Carlos III el Noble, por lo que quedó investido como rey de Navarra en septiembre de 1425. Sin embargo, la pugna que mantenía en Castilla contra el nuevo condestable, Álvaro de Luna, hizo que los asuntos de su nuevo reino quedasen al menos en estos inicios en manos de su esposa, la reina Blanca. Juan estaba mucho más implicado en conseguir el destierro del condestable Luna, cosa que logró en 1427, imponiendo a Juan II de Castilla la voluntad del partido aragonesista, lo que pareció abrirle las puertas a controlar la débil y pusilánime personalidad de su primo el rey castellano; pero la situación era insostenible, y Álvaro de Luna regresó a la corte en 1428 para continuar la lucha. En aquella ocasión, con motivo de la celebración en Valladolid de unas fiestas en honor de la princesa Leonor, hermana de los infantes de Aragón, que viajaba hacia Portugal para desposarse con el rey Duarte, tuvieron lugar unos torneos, justas y pasos de armas, como el Paso de la Fuerte Ventura, en que Álvaro de Luna, Juan de Navarra y Enrique de Aragón dirimieron sus diferencias en clave festiva, presagio de los enfrentamientos del futuro, en la guerra más o menos subterránea que mantuvieron Castilla y Aragón durante 1429 y 1430.

El 15 de mayo de 1429, cuatro años más tarde de su nombramiento, Juan I de Navarra fue coronado rey en la catedral de Pamplona. Y al igual que sucediese en 1420, de nuevo un acto imprevisto le obligó a abandonar su reino y dirigirse hacia Castilla: esta vez, dentro de las hostilidades abiertas, las tropas de Juan II habían sitiado Medina del Campo, Olmedo y Cuéllar, villas pertenecientes a Juan I. La guerra había comenzado, aunque las pérdidas y las dudas de ambos bandos hicieron llegar a un pronto acuerdo de paz con las treguas de Majano (23 de julio de 1430). Entre 1431 y 1432 estuvo con su hermano, Alfonso V, en Barcelona, ayudándole a organizar la flota con la que éste pretendía conquistar Nápoles, razón por la cual Juan I de Navarra quedó investido como lugarteniente de Aragón en 1433, durante la ausencia de su hermano. En estos años, Juan I pareció abandonar definitivamente la política castellana y centrarse en los asuntos de Navarra, donde pasó todo el año 1433, aunque en 1435, tomó parte en la batalla naval de Ponza, donde los aragoneses fueron derrotados y Juan I, como su hermano Alfonso V, fue hecho prisionero. Pocos meses más tarde fue puesto en libertad y se dirigió, vía Milán, hacia la península Ibérica, investido definitivamente por su hermano el rey como lugarteniente de Aragón, Valencia y Cataluña, lo que equivalía a entregarle “la total dirección de la política castellana de la Corona aragonesa” (Vicens Vives, Juan II..., p. 79).

Aprovechándose de las debilidades internas, sobre todo porque la política del condestable Luna le había granjeado a éste nuevos enemigos en Castilla, Juan I regresó al primer plano de la actividad en 1439, presentándose como una suerte de conciliador entre ambos bandos, pero en 1440, con la firma de una gran Liga nobiliaria, Juan II de Castilla huyó de la vigilancia a que le sometían los infantes de Aragón, y corrió a refugiarse en brazos del condestable Luna. La espoleta de la guerra abierta prendía otra vez sobre Castilla, sobre todo después de que en 1441 un nuevo personaje, Juan Pacheco, privado del entonces príncipe de Asturias y futuro Enrique IV de Castilla, saltase a la escena. Juan I logró atraerse a príncipe y a valido merced al matrimonio de su hija, Blanca, con el futuro Enrique IV, enlace acontecido en 1441. Convertido en árbitro de Castilla, impuso al rey Juan Ia llamada Sentencia de Medina del Campo (1441), en la que de nuevo el condestable Luna era desterrado de la corte y se dejaba vía libre a los consejeros del partido aragonesista. Desde un plano más personal, en el mismo año de 1441 Juan I de Navarra quedaba viudo, al fallecer la reina Blanca. En el mismo año, y en virtud de la Sentencia de Medina, Juan se comprometió con sus aliados castellanos a tomar por esposa a Juana Enríquez, hija del Almirante de Castilla Fadrique Enríquez. El precario equilibrio se rompió en el llamado golpe de Estado de Rámaga (1443), cuando los partidarios del condestable Luna volvieron a ser arrestados, lo que motivó la formación de una nueva alianza. La cuestión final acabó dirimiéndose en la batalla de Olmedo (1445), en que los infantes de Aragón fueron derrotados, además de que Juan I perdió a su hermano, el maestre don Enrique, fallecido a raíz de una herida que recibió en la batalla.

La guerra civil navarra (1447-1457)

Pocos meses antes de la batalla de Olmedo, Juan I había perdido a sus hermanas María, Reina de Castilla, y Leonor, Reina de Aragón; fallecidos desde hacía tiempo ya sus hermanos Sancho y Pedro, y muerto su hermano Enrique en 1445, la ingente prole de Fernando de Antequera quedaba reducida a Alfonso V y a Juan I, lo que parecía deshacer los planes de dominio de los Trastámara aragoneses sobre Castilla. Pero supo esperar su oportunidad, totalmente convencido de que las dos facciones que le habían derrotado en Olmedo, los partidarios del condestable Luna y los partidarios de Juan Pacheco, flamante marqués de Villena, acabarían por enfrentarse mutuamente. Juan I continuó con sus planes y se casó en el verano de 1447 con Juana Enríquez, validando su alianza con el todopoderoso linaje castellano. Pero esta acción encendió la mecha de la guerra civil en Navarra, toda vez que su hijo Carlos, investido en su calidad de príncipe de Viana como heredero del trono, esperaba pacientemente a que su padre renunciase el trono en él, tal como le obligaban las leyes de Navarra. Con el nuevo matrimonio, Juan I vulneraba los acuerdos pactados con su primera esposa, de forma que el reino de Navarra se dividió en dos grupos, beaumonteses y agramonteses, que apoyaban respectivamente al príncipe Carlos y al rey Juan. La guerra civil duraría más de veinte años y dejaría a Navarra sumida en un caos, puesto que fue presa de las ambiciones extranjeras, sobre todo de Francia y de Castilla, que la utilizaron como campo de batalla. Pero Juan I, un entusiasta convencido del poder absoluto del monarca, no dio jamás su brazo a torcer en este aspecto.

En 1450 el condestable Luna se alió con el príncipe de Viana en el conflicto que éste mantenía contra su padre; la furiosa reacción de Juan I fue la de armar un gran ejército que derrotó a las tropas leales a Carlos de Viana en la batalla de Aibar, acontecida el 23 de octubre de 1451. Carlos fue hecho prisionero, aunque posteriormente, en 1453, llegó a un acuerdo con su padre para su liberación, si bien fue desterrado. En este momento, la situación era ventajosa para Juan I: en primer lugar, había acabado con la rebelión de su hijo; en segundo, su odiado rival, el condestable Luna, fue ajusticiado en Valladolid después de haber caído en desgracia del hasta entonces máximo valedor, Juan II de Castilla. Por si fuera poco, en 1453 cumplió un año su nuevo vástago, el futuro Fernando el Católico, primer hijo suyo y de Juana Enríquez. Pero precisamente el nacimiento de Fernando habría de encender la mecha de la discordia en la guerra civil navarra, toda vez que los celos y suspicacias comenzaron a envenenar la ya de por sí precaria relación entre Juan I y las instituciones de Cataluña. En 1455, Juan I desheredó a Carlos de Viana y a su hija Blanca, nombrando heredera de Navarra a su tercer hija, Leonor. Carlos de Viana viajó hacia Nápoles para intentar obtener la ayuda de su tío Alfonso V, pero apenas llegó a verle con vida. La muerte del Magnánimo daría un giro radical a los acontecimientos.

Juan II de Aragón y la guerra civil catalana (1458-1472)

En 1458, Juan I de Navarra se convirtió en Juan II de Aragón, pues su hermano Alfonso V no había dejado hijos legítimos, aunque sí un ilegítimo, Ferrante, que reinaría en Nápoles. Con sesenta años, Juan II se convertía en el más poderoso monarca hispano, a quien la rebeldía de Carlos de Viana seguía constituyendo su principal problema, agravándose ahora más puesto que, como primogénito, también Carlos era heredero de Aragón. Durante los dos primeros años de reinado, Juan II apaciguó los ánimos en Cataluña y en Navarra, llegando incluso a una reconciliación con su hijo firmada en Barcelona el 28 de marzo de 1460, sellada con la ayuda de su esposa, Juana Enríquez. Pero los aliados navarros de su hijo no dejaron de continuar hostigando la rebeldía del príncipe, poniéndole en contacto con Enrique IV de Castilla para una alianza. Juan II, enterado de esta actuación, decidió encarcelarlo el 2 de diciembre del mismo año, mientras se celebraban las Cortes en Lleida. Ello motivó inmediatamente el levantamiento de los catalanes, movilizados por el partido de la Biga (la aristocracia urbana), quienes pensaban que todo era una maniobra para nombrar príncipe heredero al infante Fernando. Ni siquiera sirvió la firma de la Capitulación de Vilafranca (1461) por parte de Juan II, prometiendo alejarse del reino de Aragón como garantía de su neutralidad en el conflicto (véase conflicto de la Busca y la Biga).

Por si fueran pocos problemas, el príncipe de Viana falleció el 23 de septiembre de 1461. En Navarra, su hija Leonor, casada con Gastón de Foix, fue nombrada heredera del trono en detrimento de Blanca, la que había sido primera esposa de Enrique IV. Gastón de Foix quedó al frente de las tropas realistas, engrandecidas con su propio ejército señorial, por lo que Juan II pudo centrarse en las repercusiones de esta muerte en Cataluña, dode todos culparon de la muerte a Juana Enríquez, a quien acusaron de haber envenenado a Carlos para favorecer la herencia de su hijo, el infante Fernando. A partir de ese momento, con el recrudecimiento del conflicto entre agramonteses y beaumonteses en Navarra, Cataluña vivió una auténtica guerra civil en contra de Juan II, con la participación de otros reinos europeos, como Castilla y Francia, que hicieron al conflicto extenderse durante diez años.

Últimos años (1472-1479)

La capitulación de Pedralbes, firmada el 16 de octubre de 1472, puso fin a la contienda de Cataluña, pero Juan II era un septuagenerio que comenzaba a estar exhausto. Los años y años de conflicto se habían llevado por delante a todos sus hermanos, los infantes de Aragón, a su hijo primogénito, Carlos de Viana (muerto en 1461), a su hija Blanca (muerta en 1464), y, en 1468, de la reina Juana Enríquez, de la que Juan II estaba profundamente enamorado y a quien se dirigía en todas sus epístolas con el amoroso epíteto de mi niña. Afectado de algunas dolencias, principalmente de gota y de unas cataratas que le fueron poco a poco privando de visión, los últimos años del gran dominador de la política hispánica durante el siglo XV fueron bastante difíciles. A todos los problemas ya mencionados se le unía el sentimiento de pena por haber tenido que hipotecar los condados de Rosellón y Cerdaña a Luis XI, a cambio de parar la ofensiva bélica en Cataluña. Durante la última etapa de su vida, la única alegría se la proporcionó su hijo Fernando, que ya desde su adolescencia se mostró como un príncipe digno sucesor de su padre. Fernando peleó en la defensa de Perpiñán contra los franceses y atendió a los asuntos de gobierno que su padre, enfermo y cansado, apenas podía realizar.

Pero la última gran intervención política de Juan II de Aragón sin duda fue la de buscar concienzudamente la alianza con Castilla, apoyando sin reservas el matrimonio de su hijo Fernando con la princesa Isabel, hermana de Enrique IV y que había sido jurada heredera de Castilla en 1468. Juan II quiso así cumplir en su hijo el objetivo que él había intentado sin éxito durante toda su larga vida: aunar sus intereses en ambos reinos, Castilla y Aragón, al tiempo que la alianza con Castilla dejaría a Aragón a salvo de las amenazas francesas. Para ello, cedió a su hijo no sólo el título de heredero de Aragón, el ducado de Montblanc, sino la corona de Rey de Sicilia, para que su rango fuese mayor que el de la princesa Isabel. Antes de morir, le cupo el honor de verlo convertido en rey de Castilla (1474), con lo que al menos parte de sus planes se habían cumplido. En una carta escrita un día antes de fallecer, Juan II aconsejaba a su hijo:

Fortalecido con tanta gracia, prosigue en la práctica de las empresas de un buen rey y príncipe católico; mantente firme en el honor que se te confiere en la administración del gobierno, y en ello se te juzgue tan recto que rindas cuenta irreprochable de los talentos que se te confiaron.
(Palencia, Cuarta Década, ed. cit., p. 110).

Su muerte, el 19 de enero de 1479, no sorprendió a nadie, pues ya llevaba enfermo mucho tiempo. Marco Berga, fraile franciscano y confesor del rey, y Jaime Ruiz, fraile cisterciense y limosnero real, le asistieron en sus últimas horas, además de gran parte de su familia. Después de haberse celebrado los funerales en el palacio real de Barcelona, fue sepultado en el monasterio de Poblet, tradicional panteón de los monarcas aragoneses. Atrás quedaban más de cincuenta años de vida política.

Valoración historiográfica de Juan II

En los primeros años de siglo XVI, el cronista de la Casa Real aragonesa, Lucio Marineo Sículo, efectuaba esta breve semblanza de Juan II en su Crónica d’Aragón (ed. Perea Rodríguez, p. 101):

Créese que Dios le avié proveýdo de tales dones naturales y de tan generoso ánimo que quiso que, con aquellas ocasiones, se mostrasse lo que en él avía puesto. Y él no lo escondió: antes, muy valerosamente, en qualquier condición de negocios, descubrió bien quién era, no mostrando flaqueza en la adversidad ni menos en la prosperidad, altivez diferente de lo que primero se mostrava.

La primera característica a señalar de Juan II es que fue ambicioso por reinar, en el buen sentido de la palabra, pareciéndose mucho en esto a su padre, Fernando de Antequera. Primero Navarra y después Aragón no fueron óbice para que la política castellana continuase siendo de su interés. Astuto en ocasiones, taimado en otras, quizás más ingenuo de lo que pudiera pensarse en su relación con los reinos, fue Juan II sin duda un monarca cuyo peso específico en la política hispana del Cuatrocientos fue enorme, y cuya influencia en los tiempos posteriores fue extraordinaria, sobre todo en la unión dinástica de Aragón y Castilla efectuada precisamente a su muerte, a partir de 1479. Este carácter rudo, autoritario y fuerte continuó con su hijo, el príncipe Fernando, que culminaría en su longevo y formidable reinado muchos de los proyectos de la casa Trastámara aragonesa.

Otra de las características que habría de heredar su hijo, el futuro Rey Católico, fue la reputación de mujeriego que mantuvo Juan II a lo largo de su vida. De su primer matrimonio con Blanca de Navarra nacieron, como ya se ha mecionado, el príncipe Carlos de Viana, la infanta Blanca, primera y repudiada esposa de Enrique IV de Castilla, y Leonor, Reina de Navarra, casada con Gastón de Foix. De su segundo matrimonio, con Juana Enríquez, nacerían el príncipe Fernando y Juana, Reina de Nápoles, pues otras dos hijas de este enlace, Marina y Leonor, fallecieron siendo muy pequeñas. Además de esta descendencia legítima, Juan II tuvo numerosos hijos ilegítimos: En primer lugar, hay que mencionar a Juan de Aragón, arzobispo de Zaragoza entre 1460 y 1475, fruto de las relaciones entre el monarca y una dama del linaje Avellaneda. En segundo lugar, Alonso de Aragón, duque de Villahermosa y conde de Ribagorza, que sería un colaborador destacado en las campañas militares de su hermano el Rey Católico, fue hijo de Leonor de Escobar una de las más conocidas amantes de Juan II de Aragón. Por último, Leonor de Navarra, condesa de Lerín, engendrada en una dama del linaje de los Ansas navarros; Leonor casó con Luis de Beaumont, condestable de Navarra y conde de Lerín. Marineo Sículo, en su Crónica d’Aragón (ed. cit., pp. 100-101), menciona hasta otros tres vástagos ilegítimos, llamados Alonso, Fernando y María, que fallecieron siendo niños. Otro cronista, Alonso de Palencia, registra en su Crónica el tremendo apetito sexual del monarca Trastámara aragonés incluso en sus últimos momentos:

En tan decrépita edad ya se le notaba torpeza en el mando y más inclinado a cumplir la voluntad de los que lo rodeaban, que atento a la utilidad de sus reinos, principalmente cuando en su extrema senectud daba la mayor importancia a sus lascivos placeres con una jovenzuela llamada Rosa.
(Palencia, Cuarta Década, II, p. 108).

Al igual que todos los Trastámara aragoneses, Juan II fue durante mucho tiempo vilipendiado por la historiografía catalana resultante de la Renaixenca, que lo soterró en el infierno por ser monarca autoritario y falto de respeto por las tradiciones de la Corona de Aragón, al tiempo que su hijo, el príncipe de Viana, era elevado prácticamente a los altares de la santidad. La historiografía castellana, en cambio, no ha dejado de ver con simpatía a un rey de Navarra y de Aragón nacido en plena meseta vallisoletana, que además siempre mantuvo una honda preocupación por los asuntos castellanos. A la visión historiográfica de Juan II le ocurre lo que al resto de monarcas Trastámara, que, seducidos por el pactismo aragonés para utilizarlo a favor de sus intereses en Castilla de participar en los asuntos de gobierno, aplicaron en cambio el autoritarismo característico de esta dinastía para saltarse la complejidad institucional (Cortes, Generalidades, Diputaciones...) de los territorios agrupados bajo la Corona de Aragón. Con todo, el azaroso reinado de Juan II supuso el viraje inicial de un capítulo de la historia hispánica que sería decisivo en el devenir de la misma, y de hecho, si se analizan con detenimiento, muchos de los logros atribuidos a los Reyes Católicos tienen un origen embrionario en la época del tercer rey Trastámara de la Corona de Aragón.

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y el modo cómo ha de ser
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 25 May 2015 22:47

ENRIQUE IV REY DE CASTILLA Y LEON El Impotente

Bueno, ya el apelativo viene a decir bastante de este monarca, que siendo justos a lo que busca el hilo, de alguna forma no debería ni tan siquiera figurar en él, pero no hay que olvidar que como consecuencia de las decisiones que tomó, en primer lugar nombrando heredera al trono a su hermana Isabel, que reinaría como Isabel I de Castilla y finalmente junto con su esposo Fernando como los Reyes Católicos, y luego posteriormente desdiciéndose y nombrando heredera a su hija Juana la Beltraneja, darían lugar a una guerra civil entre los partidarios de ambos bandos, (otra más).


Rey de Castilla y León, apodado el Impotente, hijo de Juan II y de María de Aragón, hija del rey Juan II de Aragón, nacido en Valladolid, el 25 de enero del año 1425 y muerto en la villa de Madrid, el 11 de diciembre del año 1474. Su prolongado reinado (desde el año 1454 al 1474) estuvo marcado por su falta de cualidades como monarca y por la gran oposición que encontró dentro de las filas de la nobleza más poderosa de su reino, lo cual provocó un período abierto de guerras civiles, que contrastan claramente con el orden establecido por sus sucesores, los Reyes Católicos, circunstancia que ha contribuido poderosamente en lo mucho que ha sido desprestigiada su figura por la historiografía posterior.

Siendo aún príncipe de Asturias, el infante y heredero al trono, Enrique, comenzó a actuar activamente en la turbulenta y complicada política del reino castellano, siempre apoyado por su gran amigo y favorito don Juan Pacheco, marqués de Villena, favoreciendo con sus múltiples intrigas el desenlace fatal del todopoderoso valido de su padre, don Álvaro de Luna. El 23 de julio del año 1454, dos días después de la muerte de su padre Juan II, Enrique fue proclamado rey de Castilla y León en el monasterio vallisoletano de San Pablo. Por su edad ya avanzada (veintinueve años) y por la dilatada experiencia que atesoraba en cuestiones de gobierno, el inicio de su reinado fue saludado por todos los estamentos del reino con muy buenos ojos, que hacían recaer en sus espaldas las esperanzas del pueblo de que se pusiera fin al período de guerras y enfrentamientos acaecidos durante gran parte del reinado de su padre, que habían agotado casi en su totalidad al reino de Castilla y León.

Los primeros años del reinado de Enrique IV, reconocido en el trono por todos, se basó en el cumplimiento de cinco puntos básicos de gobierno: la consolidación de la plataforma económica del reino, en el sentido de reformar y controlar totalmente el cobro de rentas, tanto para el beneficio del propio reino como para la hacienda privada del monarca; la reconciliación con la nobleza, punto crucial si quería reinar en concordia con los demás estamentos del reino, para lo que Enrique IV necesitaba con urgencia tapar la brecha que su padre había abierto entre el trono y la clase aristocrática; asegurar y aumentar el control de la monarquía sobre las Cortes, y por extensión, sobre las ciudades y municipios englobados dentro del señorío regio; la paz con los reinos cristianos vecinos, y especialmente con Portugal y Francia, amistades primordiales para contrarrestar la excesiva influencia aragonesa en Castilla; y, por último, el reinicio de la guerra contra la Granada nazarí, proyecto más ambicioso y entusiasta del nuevo monarca, pero que a la vez fue el que primero levantó serias protestas y la más generalizada oposición.

En marzo del año 1455, Enrique IV convocó una de las contadas convocatorias de cortes, celebradas en Cuéllar, con el objeto de transmitir a los estamentos del reino el nuevo programa político de la corona, además de para recaudar los consiguientes impuestos. En esta primera reunión comenzó a destacar como figura relevante la persona del marqués de Villena, don Juan Pacheco, que aspiraba desempeñar en la corte del nuevo soberano el papel que don Álvaro de Luna había desempeñado en el reinado anterior. La ascendencia cada vez más preponderante del marqués hizo despertar serios recelos entre los miembros de la alta nobleza y de los grandes prelados de la Iglesia castellana, temerosos de que se produjera un nuevo intento por parte de la monarquía de erosionar sus prebendas y privilegios. Enrique IV, aunque era consciente de la necesidad que tenía del apoyo de la nobleza y de su consenso para con su política, siempre procuró rodearse de simples hidalgos, nobles de títulos medios y legalistas, conformando a su alrededor una corte totalmente predispuesta y fiel a su persona y a su acción de gobierno. De todos estos personajes, destacaron por su relevancia Miguel Lucas de Iranzo, condestable del reino, el converso don Diego Arias, como contador mayor del reino, y don Beltrán de la Cueva, su otro valido, una vez que se consumó la caída en desgracia y posterior traición del marqués de Villena.

Como se dijo antes, la proyectada guerra de Granada se convirtió en el primer y más adecuado caldo de cultivo para el desarrollo del nuevo y complejo germen opositor hacia el monarca. El mismo año de la celebración de las cortes de Cuéllar, Enrique IV llevó a cabo dos acciones militares contra Granada, en las cuales si bien se adjudicó la victoria de forma brillante, fue a costa de un enorme esfuerzo económico y humano debido a la táctica de “guerra de desgaste” impuesta por el monarca.

Tanto la nobleza como el alto clero castellano-leonés, encabezado por el primado de Toledo, el arzobispo Alfonso de Carrillo, acusaron al rey de malversación y uso indebido de los subsidios recibidos en las cortes de Cuéllar, a lo que se sumó los gravísimos cargos de inmoral e irreligioso. Nobleza, clero y ciudades (esquilmadas económicamente por parte del rey) empezaron a dar muestras fehacientes de descontento hacia la persona y actitud de Enrique IV, quien se había preocupado anteriormente el Consejo Real de nobles poderosos para colocar a sus partidarios y fieles colaboradores, siempre liderados por el ambicioso marqués de Villena, el único miembro de la alta nobleza auténticamente protegido por el rey. Contra el marqués de Villena y su grupo se dirigieron directamente los ataques posteriores de la oposición nobiliar hasta que éste abandonase el poder directo, en el año 1463.

En el año 1457, el marqués de Villena se hizo directamente con los asuntos directos del reino, dando comienzo una guerra abierta con la facción nobiliar liderada por el arzobispo Carrillo y el conde de Haro, entre otros. El marqués de Villena, en su esfuerzo permanente por mantenerse en lo más alto del poder, procuró durante el tiempo que estuvo en el gobierno desmontar la poderosa facción creada contra Enrique IV y, por consiguiente, contra su propia persona.

Los mecanismos utilizados por el marqués de Villena para neutralizar la oposición fueron múltiples. Uno de ellos fue forzar a Enrique IV a buscar una alianza aragonesa, concretamente con Juan de Navarra, hijo del monarca aragonés Alfonso V el Magnánimo, y futuro rey de Aragón. Ambos monarcas se entrevistaron entre las localidades de Corella y Alfaro en el año 1457, en el que firmaron un pacto de colaboración por el que Enrique IV dejó de apoyar al hijo de éste, Carlos de Viana, en sus pretensiones al trono navarro, mientras que Juan II se comprometió a no apoyar ni dar cobertura en su reino a cualquier posible liga o confederación nobiliar contra su persona.

Otro mecanismo defensivo practicado por el marqués de Villena fue la búsqueda y posterior obtención del respaldo papal. Tanto Calixto III como su sucesor, el culto papa Pío II, legalizaron la acción de gobierno de Enrique IV, y sobre todo, mediante sendas bulas, le autorizaron a distribuir los fondos del impuesto de cruzada como él quisiera, eliminando de ese modo las posibles quejas del partido nobiliario en cuanto a la distribución y gastos del impuesto.

La tercera vía que practicó el marqués de Villena fue hacerse con un equipo de personas adictas a su persona, como hiciera el rey, que le apoyasen en sus decisiones. La persona clave en su gobierno fue su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, junto con los condes de Plasencia y de Alba, fieles siempre a la corona. Por último, otro argumento de la actuación del marqués de Villena para consolidar a Enrique IV y a él mismo en el poder, fue el incremento de su propio patrimonio, bien practicando la directa apropiación de las fortunas de los nobles rebeldes, bien gracias a la práctica de una política matrimonial bien planificada.

La reacción de la liga nobiliaria contra Enrique IV y su valido, cada vez más rico, prepotente y poderoso, no se hizo esperar. La adhesión a esta liga de Juan II de Navarra y Aragón dio más fuerza a la decidida oposición regia, cambiando totalmente de significado la evolución del reinado de Enrique IV. Juan II de Aragón fue proclamado rey de Aragón desde mediados del año 1458, por lo que rompió el pacto de amistad firmado con el monarca castellano, toda vez que ya no necesitaba de su apoyo una vez que se vio seguro en el trono aragonés para enfrentarse a las pretensiones de su hijo Carlos de Viana.

Enrique IV, tras su inicial arranque de protagonismo, se había dejado llevar por la política impuesta por su favorito, el marqués de Villana. Pero tras el espectacular protagonismo que iba aglutinando la liga nobiliar, decidió atacar de frente al movimiento opositor, circunstancia que frenó el marqués de Villena, quien a escondidas del rey entabló negociaciones secretas y ambiguas con los principales cabecillas de la liga nobiliar. Así pues, en agosto del año 1461, el marqués de Villena convenció a Enrique IV para que firmase una paz onerosa con la facción nobiliar, a la vez que se vio obligado a permitir el acceso al Consejo Real a relevantes personalidades de este partido rebelde. El año siguiente, 1462, significó un importante punto de inflexión en el reinado de Enrique IV. El deterioro del orden público y la ralentización de la justicia fueron un hecho más que evidente, con el consiguiente e irreversible declive de la monarquía representada por Enrique IV, coaccionado por la omnipresencia del Consejo Real, dominado tras el vejatorio pacto del año 1461.

Enrique IV contrajo segundas nupcias, en el año 1455, con doña Juana de Portugal, tras declararse nulo su anterior enlace con doña Blanca de Navarra. Del nuevo enlace nació una hija, en el año 1462, la infanta y heredera doña Juana (apodada como la Beltraneja) y que en un futuro sería la causa de la guerra civil por la cuestión sucesoria al trono. Enrique IV, más seguro de sus propias fuerzas, comenzó a distanciarse de sus colaboradores más directos, en concreto del marqués de Villena, por lo que buscó el apoyo de otros nobles, como los Mendoza y don Beltrán de la Cueva, quien ocupó el puesto vacante dejado por el marqués de Villena, tras la pérdida de confianza del rey a raíz de la cuestión catalana. Beltrán de la Cueva y Pedro González de Mendoza entraron a formar parte del Consejo Real, neutralizando la influencia de la facción proaragonesa.

Con la caída en desgracia del marqués de Villena, acaecida en el año 1464, y la entrega del poder a los Mendoza, Enrique IV desató nuevamente la guerra civil en Castilla y León. Es importante resaltar el hecho de que los nuevos partidarios del monarca en ese año eran los mismos que diez años antes conformaron el primer núcleo nobiliario de oposición al rey.

El 6 de mayo del mismo año, el defenestrado marqués de Villena, junto con Alfonso de Carrillo y su hermano Pedro Girón, invitaron al resto de nobles a constituir una nueva coalición contra el monarca para evitar, según sus propias palabras, que el hermanastro del rey, el infante don Alfonso, fuera asesinado por el propio rey.

El éxito de la llamada a la rebelión fue considerable, por lo que Enrique IV se vio obligado a negociar con los rebeldes, encabezados esta vez por su anterior servidor, el marqués de Villena, circunstancia que no hizo sino resquebrajar aún más la autoridad regia. Con el apoyo, otra vez, de Juan II de Aragón, la liga se reunió en asamblea, el 28 de septiembre de ese año, en la ciudad de Burgos, donde se nombró como príncipe heredero al infante Alfonso y se negó el reconocimiento de la hija del rey como heredera legítima al trono, a la que achacaron su paternidad al nuevo valido del rey, don Beltrán de la Cueva, en un claro intento por desprestigiar a Enrique IV y a su descendencia.

El rey castellano trató de arreglar el asunto concertando el matrimonio de su hija con su hermanastro, pero la liga nobiliar no aceptó la solución dada por el monarca castellano, revelando la proyección de un vasto programa político, basado principalmente en tres puntos: política de fuerza contra el ascenso en la corte de los conversos y judeoconversos que copaban todos los puestos de relevancia que según los nobles les correspondían a ellos por su linaje y estirpe, es decir, acometer con urgencia todo un plan de limpieza religiosa; respeto y defensa del status de los nobles; y, por último, libertad plena para las ciudades a la hora de la elección de sus propios procuradores en cortes. Las diferentes reivindicaciones de la liga fueron llevadas al papal y firmada por todos sus componentes más relevantes a mediados de mayo del año 1964, en la localidad castellana de Alcalá de Henares. Enrique IV, sumamente debilitada su posición política, acabó por claudicar ante las peticiones de la nobleza, reconociendo a su hermanastro Alfonso como príncipe heredero a la corona y permitiendo la celebración de una comisión compuesta por personas de ambos partidos, encargada de pacificar el reino. De la celebración salió la sentencia de Medina del Campo, firmada el 16 de enero de 1465, claramente desfavorable para Enrique IV.

Enrique IV, refugiado en Zamora, decidió combatir a los rebeldes, así que solicitó la ayuda portuguesa, acelerando las negociaciones matrimoniales entre Alfonso V de Portugal y su hermanastra, la princesa Isabel, con la que hasta el momento no había contado ningún miembro de la nobleza. La posterior anulación de la sentencia de Medina del Campo por parte de Enrique IV dio comienzo un nuevo capítulo de la guerra civil. Lentamente, los nobles más relevantes del reino, adheridos en un primer momento al bando real, fueron pasándose al bando nobiliar. Los rebeldes, en una ceremonia oprobiosa que tuvo lugar en las afueras de Ávila, el 5 de junio del año 1465, depusieron a Enrique IV, representado por un muñeco, y nombraron como nuevo monarca al infante don Alfonso. Entre los cabecillas nobles, aparte del intrigante y ambicioso marqués de Villena, se encontraban prácticamente todos los grandes linajes del reino, don Álvaro de Zúñiga, conde de Plasencia; don Alfonso Carrillo Albornoz, arzobispo de Toledo; don Rodrigo Pimentel, conde de Benavente; don Diego López de Zúñiga, y tantos otros. El espectáculo pasó a conocerse como la llamada “Farsa de Ávila”.

Pese a todo, Enrique IV pudo reaccionar gracias al apoyo de la Hermandad General y de algunos nobles poderosos adictos a su persona, como el linaje de los Mendoza y los Alba, lo cual permitió a Enrique IV levantar un ejército fiable que derrotó en varias ocasiones al ejército rebelde de los nobles, bastante disperso y descoordinado por los diferentes intereses de sus miembros. La cruenta guerra civil entre ambos hermanos y sus respectivos partidarios se prolongó tres años, hasta la providencial muerte del pretendiente don Alfonso, en julio del año 1468.

No obstante, los últimos años del reinado de Enrique IV estuvieron dominados por el problema sucesorio, anteriormente aludido. En el año 1468, mediante el Pacto de los Toros de Guisando, Enrique IV reconoció oficialmente a su hermana Isabel como heredera al trono, en claro perjuicio de los legítimos derechos de su hija doña Juana. Pero el matrimonio de Isabel con el príncipe heredero aragonés, Fernando, celebrado en Valladolid, en octubre del año 1469, disgustó enormemente a Enrique IV, que decidió anular lo pactado en Guisando, proclamando inmediatamente después como heredera a su hija doña Juana. El acto de reafirmamiento de los derechos sucesorios de su hija doña Juana entrañó, a su vez, la lógica anulación de todos los derechos de su hermana Isabel, así como el juramento público de Enrique IV y de Juana de Portugal sobre la legitimidad de su hija. La facción nobiliar, muy reforzada tras los múltiples enfrentamientos con la monarquía en los que se vio envuelta a lo largo de todo el siglo, se desinhibió por el momento del asunto dinástico, sin entrar en liza directa en defensa de uno u otro bando. Pero lo cierto es que, entre los años 1471 y 1473, tanto enriqueños como isabelinos se prepararon a conciencia para la irreversible guerra que se iba a producir sin remisión una vez que Enrique IV falleciese, circunstancia que se produjo el 11 de diciembre del año 1474. Tras la muerte del rey Enrique IV, el reino en su totalidad se vio envuelto nuevamente en una tremenda guerra sucesoria, entre Isabel y Fernando por una parte, y los partidarios de doña Juana “la Beltraneja” por otra.

De esta manera quedó todo dispuesto para el reinado de dos de los monarcas más conspicuos de la historia de España, los que unificarían la totalidad de los reinos y condados que coexistían por entonces en un solo reino, y sentarían las bases de lo que es la actual España, o lo que pueda ser.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
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y el modo cómo ha de ser
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 31 May 2015 01:20

FERNANDO V DE ARAGON e ISABEL I DE CASTILLA Los Reyes Catolicos)

Poco hay que no se haya dicho sobre estos dos reyes, puede decirse en verdad que su ascenso al trono y reinado significo el despegue de España, siendo ellos quienes pusieron las bases de un Imperio que duraría los siglos XVI, XVII, XVIII y parte del XIX, hasta que el desastre del 98 acabó con un imperio donde no se ponía el sol, en esos siglos España unificada alcanzaría sus más altas cotas de poder y esplendor, tanto en lo militar como en las letras y el arte.

Los Reyes accedieron al trono de Castilla tras la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479) contra los partidarios de la princesa Juana la Beltraneja, hija del rey Enrique IV de Castilla. En 1479 Fernando heredó el trono de Aragón al morir su padre, el rey Juan II de Aragón. Isabel y Fernando reinaron juntos hasta la muerte de ella en 1504. Entonces Fernando quedó únicamente como rey de Aragón, pasando Castilla a su hija Juana, apodada "la Loca", y a su marido Felipe de Austria, apodado "el Hermoso", Archiduque de Austria, duque de Borgoña y conde de Flandes. Sin embargo Fernando no renunció a controlar Castilla y, tras morir Felipe en 1506 y ser declarada Juana incapaz, consiguió ser nombrado regente del reino hasta su muerte en 1516.

La historiografía española considera el reinado de los Reyes Católicos como la transición de la Edad Media a la Edad Moderna. Con su enlace matrimonial se unieron provisionalmente, en la dinastía de los Trastámara, dos coronas: la Corona de Castilla y la Corona de Aragón dando nacimiento a la Monarquía Hispánica y, apoyados por las ciudades y la pequeña nobleza, establecieron una monarquía fuerte frente a las apetencias de poder de eclesiásticos y nobles. Con la conquista del Reino nazarí de Granada, del Reino de Navarra, de Canarias, de Melilla y de otras plazas africanas consiguieron la unión territorial bajo una sola corona de la totalidad de los territorios que hoy forman España —exceptuando Ceuta y Olivenza que entonces pertenecían a Portugal—, que se caracterizó por ser personal, ya que se mantuvieron las soberanías, normas e instituciones propias de cada reino y corona.

Los Reyes establecieron una política exterior común marcada por los enlaces matrimoniales con varias familias reales de Europa que resultaron en la hegemonía de los Habsburgo durante los siglos XVI y XVII.

Conquista de Granada
La rendición de Granada, por Francisco Pradilla, uno de los especialistas en la pintura de historia propia de la segunda mitad del siglo XIX.
Artículo principal: Guerra de Granada

Una vez que Isabel y Fernando se afirmaron en el trono de Castilla, reanudaron la conquista del Reino nazarí de Granada, el último reducto musulmán de la península Ibérica, aprovechando que dicho reino se encontraba en una crisis dinástica entre el sultán Abu-l-Hasan «Alí Muley Hacén», su hijo Abu Abd-Alah, Mohámed XII «Boabdil» también llamado el Chico y Mohámed XIII «el Zagal», hermano del primero y tío del segundo.

La Guerra de Granada tuvo varias fases:

1484 a 1487: La parte occidental del reino de Granada es conquistada por los castellano-aragoneses. Boabdil firmó un tratado con los Reyes, según el cual la entrega de Granada se canjearía a cambio que los Reyes le dieran un señorío en la zona oriental del reino.
1488 a 1490: Empezó la conquista del oriente del reino nazarí. Se trasladó la base de operaciones a Murcia. Durante esta etapa se rindió "el Zagal".
1490 a 1492: Se exigió a Boabdil la entrega de Granada. Al enterarse el pueblo granadino de lo pactado, opuso resistencia, que fue respondida por los ejércitos de los Reyes. Al final Boabdil entregó Granada tras unas negociaciones secretas.

La victoria de esta guerra significó:

La caída del último reino musulmán de la península Ibérica en poder de los cristianos, con lo cual culminó la Reconquista y aumentó el prestigio de los Reyes Católicos en la Europa cristiana.
La aparición de un ejército estructurado y profesional, independiente de la nobleza, formado por los tercios reales.
La aportación a la Corona de grandes recursos económicos.
El premio y apaciguamiento de ciertos sectores de la nobleza mediante el reparto de los territorios granadinos entre ellos.

Conquista de las islas Canarias

En 1402, el rey Enrique III de Castilla concedió a Jean de Bethencourt el privilegio feudal sobre el archipiélago, dando inicio a la conquista de las Islas Canarias hasta entonces habitadas por los Aborígenes canarios, entre ellos los guanche que poblaban la isla de Tenerife, pueblos de raíz bereber que vivía de forma independiente. Posteriormente la Corona de Castilla recuperó para sí el derecho de conquista sobre las islas que los señores feudales no habían podido ocupar, Gran Canaria, Tenerife y La Palma.

En 1478 en el marco de la Guerra de Sucesión Castellana contra Portugal, los castellanos iniciaron la conquista de Gran Canaria. La soberanía del archipiélago canario le fue reconocida a Castilla por el Tratado de Alcáçovas de 1479, que limitó los territorios castellanos y portugueses.

En 1492 los Reyes conquistaron la isla de La Palma y el proceso de incorporación de las Islas Canarias se completó con la finalización de la conquista de Tenerife en 1496, en la llamada Paz de Los Realejos.

La conquista de Navarra

El Reino de Navarra estaba dividido a principios del siglo XVI en dos bandos: agramonteses y beamonteses, cada uno partidario de un rey distinto. En este enfrentamiento, los reyes de Navarra firmaron un tratado con el rey de Francia que puso en peligro a España. Debido a que los reyes de Navarra fomentaron ciertas doctrinas religiosas que disgustaron al Papa, se dictó una bula de excomunión contra ellos.

En 1512 Fernando el Católico pidió permiso a Navarra —aliada natural de Francia (en el ambiente de continua rivalidad entre Aragón y Francia)— para que las tropas españolas pasaran por Navarra para atacar a Francia. La respuesta negativa por parte del rey navarro fue motivo suficiente para que Fernando el Católico ordenara al duque de Alba la ocupación de Navarra, mandando así ayuda a sus partidarios —los beamonteses— y, en menos de un año, la parte del Reino de Navarra situada al sur de los Pirineos fue anexionada a la Corona de Castilla. Sólo se produjo cierta resistencia armada en algunos puntos del sur; Pamplona, la capital, cayó en tres días.

La expansión por el Mediterráneo: Italia

Una vez finalizada la conquista de Granada, el rey Carlos VIII de Francia firmó con el rey Fernando, en 1493, el tratado de Barcelona, mediante el cual la Corona de Aragón recuperó el Rosellón y la Cerdaña a cambio de su postura neutral ante un inminente ataque francés al reino de Nápoles, ubicado en el sur de Italia.

El ejército de Carlos VIII se desplazó al sur de la península italiana, destronando a Alfonso II, rey de Nápoles y pariente de Fernando el Católico. La situación de Francia en la península Itálica no gustó al Papa —el valenciano Alejandro VI— puesto que ponía en peligro los Estados Pontificios, por lo cual pidió ayuda al Rey Católico. Fernando no dudó en intervenir y, en poco tiempo, el ejército de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, expulsó a los franceses, recuperando su trono el rey napolitano.

En 1500 el nuevo rey de Francia Luis XII firmó con Fernando el Católico el tratado de Granada para ocupar conjuntamente el reino de Nápoles. Fernando accedió y el rey de Nápoles, a la sazón Federico I, fue destronado. Ambos ejércitos ocuparon la zona, pero las discrepancias empezaron a surgir y comenzó una lucha de guerrillas. Pese a la inferioridad numérica de su ejército, el Gran Capitán derrotó a los franceses y los expulsó de Italia. El Reino de Nápoles fue conquistado de nuevo e incluido en la Corona de Aragón.

Durante los últimos años del reinado de Fernando el Católico se reanudó la intervención de la Corona de Aragón en asuntos italianos. Fernando participó en la Liga de Cambrai de 1508, convocada por el Papa Julio II contra Venecia. Después de esta liga comenzaron a producirse roces entre el Pontífice y Francia. Por el auxilio que pide el Papa, Fernando rodeó Roma con sus tropas ante un posible ataque francés para destituir al Papa.

Expansión por el Norte de África

Tras la conquista de Granada, los Reyes Católicos decidieron iniciar la conquista del norte de África, con el argumento de la continuación de la Reconquista cristiana por la antigua provincia Mauritania Tingitana de la Hispania romana, y con los objetivos estratégicos de evitar que los reinos del norte de África emprendieran una reconquista de Granada y eliminar los focos de la piratería berberisca de la zona.

La conquista comenzó con la toma de Melilla por Pedro de Estopiñán en 1497 y siguió en 1505 con la toma de Mazalquivir. Posteriormente las tropas españolas ocuparon el Peñón de Vélez, Orán, Bugía, Argel, Túnez, La Goleta y Trípoli; con destacada participación militar del cardenal Cisneros, confesor de la reina Isabel y Arzobispo de Toledo, probablemente la tercera persona más poderosa en la España de su época. La conquista del norte de África se interrumpió en 1510 debido a la reanudación de las guerras en Italia y a que empezaba a revelarse más rentable dirigir los esfuerzos a la colonización de las Indias.

La expansión atlántica: América

En 1486 el marino Cristóbal Colón ofreció a los Reyes Católicos un proyecto: viajar a las Indias hacia el oeste, en una nueva ruta por el Atlántico. Los informes científicos al respecto fueron muy poco favorables para Colón, y para la corona era cuestión prioritaria en esos momentos la conquista de Granada. Terminada ésta, los Reyes Católicos aceptaron su proyecto. Mediante las Capitulaciones de Santa Fe, del 17 de abril de 1492, se recogieron las negociaciones llevadas a cabo con Colón quien pactó con los reyes Isabel y Fernando su nombramiento como almirante, virrey y gobernador de los territorios por descubrir y la décima parte de todos los bienes obtenidos. El costo de la expedición fue estimado en 2.000.000 de maravedís, más el sueldo de Colón. En contra de la idea popular de que fue sufragado por «las joyas de Isabel la Católica», la mitad de dicho dinero lo prestó Luis de Santángel —tesorero de la Corona de Aragón, de familia conversa— con fondos de la Santa Hermandad, la cuarta parte la aportó el mismo Colón —que a su vez los pidió prestados—, y la cantidad restante probablemente la derramaron banqueros y mercaderes residentes en Andalucía, entre los que estaban los hermanos Pinzón y Juan de la Cosa, interesados en dicho comercio.

El 3 de agosto de 1492 partió Colón del Puerto de Palos con la nao Santa María —propiedad de Juan de la Cosa— y las carabelas la Pinta —propiedad de los hermanos Pinzón— y la Niña —propiedad de los hermanos Niño—,10 con 120 tripulantes aproximadamente. El 12 de octubre llegaron a la isla de Guanahaní, en las Bahamas, y desde la que pasaron a Cuba y la Española, dando comienzo al Descubrimiento de América. El retorno de Martín Alonso Pinzón a Galicia y de Colón a Portugal desató una crisis diplomática entre el rey de Portugal y los Reyes Católicos que concluyó con la firma en 1494 del Tratado de Tordesillas para redistribuir la esfera de influencia territorial de cada país que se había fijado en el Tratado de Alcáçovas. Entre tanto los Reyes enviaron una segunda expedición mucho mayor a las tierras descubiertas, también capitaneada por Colón.

En las Indias, anexionadas al reino de Castilla, se instauraron los sistemas administrativos tradicionales del reino castellano. Se instituyó en Sevilla, en 1503, la Casa de Contratación, para monopolizar y controlar el comercio con América, Canarias y Berbería, impidiendo que cualquier otro puerto de España pudiese hacerlo. Se creó la Audiencia de Santo Domingo, en 1510 y, para la administración de los nuevos territorios, se creó un antecedente del Consejo de Indias que más tarde instituiría formalmente Carlos I, en 1523, organizándolo a semejanza del Consejo de Castilla.

Los reyes consiguieron del papa el Patronato de Indias, que les permitió controlar la Iglesia americana. Se instauraron además las encomiendas para evangelizar a los indios.

A la muerte de la reina Isabel el trono de Castilla fue heredado por su hija Juana, quien reinó junto con su esposo Felipe I el Hermoso, al morir Felipe la reina fue incapacitada e ingresada en un convento, ejerciendo la regencia en el trono desde 1508 hasta 1516 el rey Fernando, a la espera de que su nieto que reinaria como Carlos I de España y V de Alemania, ciñese la corona, es de hacer notar que sería este rey Carlos I el que asumiría el título de Emperador.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

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FERNANDO V DE ARAGON e ISABEL I DE CASTILLA Los Reyes Catolicos)

Poco hay que no se haya dicho sobre estos dos reyes, puede decirse en verdad que su ascenso al trono y reinado significo el despegue de España, siendo ellos quienes pusieron las bases de un Imperio que duraría los siglos XVI, XVII, XVIII y parte del XIX, hasta que el desastre del 98 acabó con un imperio donde no se ponía el sol, en esos siglos España unificada alcanzaría sus más altas cotas de poder y esplendor, tanto en lo militar como en las letras y el arte.

Los Reyes accedieron al trono de Castilla tras la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479) contra los partidarios de la princesa Juana la Beltraneja, hija del rey Enrique IV de Castilla. En 1479 Fernando heredó el trono de Aragón al morir su padre, el rey Juan II de Aragón. Isabel y Fernando reinaron juntos hasta la muerte de ella en 1504. Entonces Fernando quedó únicamente como rey de Aragón, pasando Castilla a su hija Juana, apodada "la Loca", y a su marido Felipe de Austria, apodado "el Hermoso", Archiduque de Austria, duque de Borgoña y conde de Flandes. Sin embargo Fernando no renunció a controlar Castilla y, tras morir Felipe en 1506 y ser declarada Juana incapaz, consiguió ser nombrado regente del reino hasta su muerte en 1516.

La historiografía española considera el reinado de los Reyes Católicos como la transición de la Edad Media a la Edad Moderna. Con su enlace matrimonial se unieron provisionalmente, en la dinastía de los Trastámara, dos coronas: la Corona de Castilla y la Corona de Aragón dando nacimiento a la Monarquía Hispánica y, apoyados por las ciudades y la pequeña nobleza, establecieron una monarquía fuerte frente a las apetencias de poder de eclesiásticos y nobles. Con la conquista del Reino nazarí de Granada, del Reino de Navarra, de Canarias, de Melilla y de otras plazas africanas consiguieron la unión territorial bajo una sola corona de la totalidad de los territorios que hoy forman España —exceptuando Ceuta y Olivenza que entonces pertenecían a Portugal—, que se caracterizó por ser personal, ya que se mantuvieron las soberanías, normas e instituciones propias de cada reino y corona.

Los Reyes establecieron una política exterior común marcada por los enlaces matrimoniales con varias familias reales de Europa que resultaron en la hegemonía de los Habsburgo durante los siglos XVI y XVII.

Conquista de Granada

Una vez que Isabel y Fernando se afirmaron en el trono de Castilla, reanudaron la conquista del Reino nazarí de Granada, el último reducto musulmán de la península Ibérica, aprovechando que dicho reino se encontraba en una crisis dinástica entre el sultán Abu-l-Hasan «Alí Muley Hacén», su hijo Abu Abd-Alah, Mohámed XII «Boabdil» también llamado el Chico y Mohámed XIII «el Zagal», hermano del primero y tío del segundo.

La Guerra de Granada tuvo varias fases:

1484 a 1487: La parte occidental del reino de Granada es conquistada por los castellano-aragoneses. Boabdil firmó un tratado con los Reyes, según el cual la entrega de Granada se canjearía a cambio que los Reyes le dieran un señorío en la zona oriental del reino.
1488 a 1490: Empezó la conquista del oriente del reino nazarí. Se trasladó la base de operaciones a Murcia. Durante esta etapa se rindió "el Zagal".
1490 a 1492: Se exigió a Boabdil la entrega de Granada. Al enterarse el pueblo granadino de lo pactado, opuso resistencia, que fue respondida por los ejércitos de los Reyes. Al final Boabdil entregó Granada tras unas negociaciones secretas.

La victoria de esta guerra significó:

La caída del último reino musulmán de la península Ibérica en poder de los cristianos, con lo cual culminó la Reconquista y aumentó el prestigio de los Reyes Católicos en la Europa cristiana.
La aparición de un ejército estructurado y profesional, independiente de la nobleza, formado por los tercios reales.
La aportación a la Corona de grandes recursos económicos.
El premio y apaciguamiento de ciertos sectores de la nobleza mediante el reparto de los territorios granadinos entre ellos.

Conquista de las islas Canarias

En 1402, el rey Enrique III de Castilla concedió a Jean de Bethencourt el privilegio feudal sobre el archipiélago, dando inicio a la conquista de las Islas Canarias hasta entonces habitadas por los Aborígenes canarios, entre ellos los guanche que poblaban la isla de Tenerife, pueblos de raíz bereber que vivía de forma independiente. Posteriormente la Corona de Castilla recuperó para sí el derecho de conquista sobre las islas que los señores feudales no habían podido ocupar, Gran Canaria, Tenerife y La Palma.

En 1478 en el marco de la Guerra de Sucesión Castellana contra Portugal, los castellanos iniciaron la conquista de Gran Canaria. La soberanía del archipiélago canario le fue reconocida a Castilla por el Tratado de Alcáçovas de 1479, que limitó los territorios castellanos y portugueses.

En 1492 los Reyes conquistaron la isla de La Palma y el proceso de incorporación de las Islas Canarias se completó con la finalización de la conquista de Tenerife en 1496, en la llamada Paz de Los Realejos.

La conquista de Navarra

El Reino de Navarra estaba dividido a principios del siglo XVI en dos bandos: agramonteses y beamonteses, cada uno partidario de un rey distinto. En este enfrentamiento, los reyes de Navarra firmaron un tratado con el rey de Francia que puso en peligro a España. Debido a que los reyes de Navarra fomentaron ciertas doctrinas religiosas que disgustaron al Papa, se dictó una bula de excomunión contra ellos.

En 1512 Fernando el Católico pidió permiso a Navarra —aliada natural de Francia (en el ambiente de continua rivalidad entre Aragón y Francia)— para que las tropas españolas pasaran por Navarra para atacar a Francia. La respuesta negativa por parte del rey navarro fue motivo suficiente para que Fernando el Católico ordenara al duque de Alba la ocupación de Navarra, mandando así ayuda a sus partidarios —los beamonteses— y, en menos de un año, la parte del Reino de Navarra situada al sur de los Pirineos fue anexionada a la Corona de Castilla. Sólo se produjo cierta resistencia armada en algunos puntos del sur; Pamplona, la capital, cayó en tres días.

La expansión por el Mediterráneo: Italia

Una vez finalizada la conquista de Granada, el rey Carlos VIII de Francia firmó con el rey Fernando, en 1493, el tratado de Barcelona, mediante el cual la Corona de Aragón recuperó el Rosellón y la Cerdaña a cambio de su postura neutral ante un inminente ataque francés al reino de Nápoles, ubicado en el sur de Italia.

El ejército de Carlos VIII se desplazó al sur de la península italiana, destronando a Alfonso II, rey de Nápoles y pariente de Fernando el Católico. La situación de Francia en la península Itálica no gustó al Papa —el valenciano Alejandro VI— puesto que ponía en peligro los Estados Pontificios, por lo cual pidió ayuda al Rey Católico. Fernando no dudó en intervenir y, en poco tiempo, el ejército de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, expulsó a los franceses, recuperando su trono el rey napolitano.

En 1500 el nuevo rey de Francia Luis XII firmó con Fernando el Católico el tratado de Granada para ocupar conjuntamente el reino de Nápoles. Fernando accedió y el rey de Nápoles, a la sazón Federico I, fue destronado. Ambos ejércitos ocuparon la zona, pero las discrepancias empezaron a surgir y comenzó una lucha de guerrillas. Pese a la inferioridad numérica de su ejército, el Gran Capitán derrotó a los franceses y los expulsó de Italia. El Reino de Nápoles fue conquistado de nuevo e incluido en la Corona de Aragón.

Durante los últimos años del reinado de Fernando el Católico se reanudó la intervención de la Corona de Aragón en asuntos italianos. Fernando participó en la Liga de Cambrai de 1508, convocada por el Papa Julio II contra Venecia. Después de esta liga comenzaron a producirse roces entre el Pontífice y Francia. Por el auxilio que pide el Papa, Fernando rodeó Roma con sus tropas ante un posible ataque francés para destituir al Papa.

Expansión por el Norte de África

Tras la conquista de Granada, los Reyes Católicos decidieron iniciar la conquista del norte de África, con el argumento de la continuación de la Reconquista cristiana por la antigua provincia Mauritania Tingitana de la Hispania romana, y con los objetivos estratégicos de evitar que los reinos del norte de África emprendieran una reconquista de Granada y eliminar los focos de la piratería berberisca de la zona.

La conquista comenzó con la toma de Melilla por Pedro de Estopiñán en 1497 y siguió en 1505 con la toma de Mazalquivir. Posteriormente las tropas españolas ocuparon el Peñón de Vélez, Orán, Bugía, Argel, Túnez, La Goleta y Trípoli; con destacada participación militar del cardenal Cisneros, confesor de la reina Isabel y Arzobispo de Toledo, probablemente la tercera persona más poderosa en la España de su época. La conquista del norte de África se interrumpió en 1510 debido a la reanudación de las guerras en Italia y a que empezaba a revelarse más rentable dirigir los esfuerzos a la colonización de las Indias.

La expansión atlántica: América

En 1486 el marino Cristóbal Colón ofreció a los Reyes Católicos un proyecto: viajar a las Indias hacia el oeste, en una nueva ruta por el Atlántico. Los informes científicos al respecto fueron muy poco favorables para Colón, y para la corona era cuestión prioritaria en esos momentos la conquista de Granada. Terminada ésta, los Reyes Católicos aceptaron su proyecto. Mediante las Capitulaciones de Santa Fe, del 17 de abril de 1492, se recogieron las negociaciones llevadas a cabo con Colón quien pactó con los reyes Isabel y Fernando su nombramiento como almirante, virrey y gobernador de los territorios por descubrir y la décima parte de todos los bienes obtenidos. El costo de la expedición fue estimado en 2.000.000 de maravedís, más el sueldo de Colón. En contra de la idea popular de que fue sufragado por «las joyas de Isabel la Católica», la mitad de dicho dinero lo prestó Luis de Santángel —tesorero de la Corona de Aragón, de familia conversa— con fondos de la Santa Hermandad, la cuarta parte la aportó el mismo Colón —que a su vez los pidió prestados—, y la cantidad restante probablemente la derramaron banqueros y mercaderes residentes en Andalucía, entre los que estaban los hermanos Pinzón y Juan de la Cosa, interesados en dicho comercio.

El 3 de agosto de 1492 partió Colón del Puerto de Palos con la nao Santa María —propiedad de Juan de la Cosa— y las carabelas la Pinta —propiedad de los hermanos Pinzón— y la Niña —propiedad de los hermanos Niño—,10 con 120 tripulantes aproximadamente. El 12 de octubre llegaron a la isla de Guanahaní, en las Bahamas, y desde la que pasaron a Cuba y la Española, dando comienzo al Descubrimiento de América. El retorno de Martín Alonso Pinzón a Galicia y de Colón a Portugal desató una crisis diplomática entre el rey de Portugal y los Reyes Católicos que concluyó con la firma en 1494 del Tratado de Tordesillas para redistribuir la esfera de influencia territorial de cada país que se había fijado en el Tratado de Alcáçovas. Entre tanto los Reyes enviaron una segunda expedición mucho mayor a las tierras descubiertas, también capitaneada por Colón.

En las Indias, anexionadas al reino de Castilla, se instauraron los sistemas administrativos tradicionales del reino castellano. Se instituyó en Sevilla, en 1503, la Casa de Contratación, para monopolizar y controlar el comercio con América, Canarias y Berbería, impidiendo que cualquier otro puerto de España pudiese hacerlo. Se creó la Audiencia de Santo Domingo, en 1510 y, para la administración de los nuevos territorios, se creó un antecedente del Consejo de Indias que más tarde instituiría formalmente Carlos I, en 1523, organizándolo a semejanza del Consejo de Castilla.

Los reyes consiguieron del papa el Patronato de Indias, que les permitió controlar la Iglesia americana. Se instauraron además las encomiendas para evangelizar a los indios.

A la muerte de la reina Isabel el trono de Castilla fue heredado por su hija Juana, quien reinó junto con su esposo Felipe I el Hermoso, al morir Felipe la reina fue incapacitada e ingresada en un convento, ejerciendo la regencia en el trono desde 1508 hasta 1516 el rey Fernando, a la espera de que su nieto que reinaria como Carlos I de España y V de Alemania, ciñese la corona, es de hacer notar que sería este rey Carlos I el que asumiría el título de Emperador.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 31 May 2015 01:41

Gonzalo Fernandez de Córdoba "El Gran Capitan"

Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar (Montilla, Casa de Aguilar, 1 de septiembre de 1453 – Loja (Granada), 2 de diciembre de 1515) fue un noble, político y militar castellano, duque de Santángelo, Terranova, Andría, Montalto y Sessa, llamado por su excelencia en la guerra el Gran Capitán. En su honor, el cuartel de la Legión Española en Melilla lleva su nombre. Y también fue caballero y comendador de la Orden de Santiago.

El eco de sus proezas aún retumban en los manuales de historia militar. En Europa y allende los mares, donde los «herederos» de sus Tercios fraguaron el Imperio de aquella joven España. Cuando muchos nombran tan alegremente a Sun Tzu, Clausewitz, Napoleón, Patton o Schawrzkopf, olvidan que fue este genio militar español quien cambiaría para siempre el «arte de la guerra»: de la pesadez medieval (caballería pesada) a la agilidad moderna (infantería).

Reconquista de Granada, victoria sin igual frente al francés en Nápoles, conquista de un nuevo Reino para sus «Señores», virrey, precursor de una nueva estrategia militar fundamentada en la infantería y visionario de un Ejército español cuyas reformas impulsaron un cambio de mentalidad que posteriormente derivó en la creación de los populares tercios españoles que acabarían dominando buena parte del mundo e invictos desde 1503 hasta el desastre de Rocroi en 1643.


Sin embargo, y a pesar de sus proezas, este cordobés nunca dejó de ser un oficial cercano a sus hombres, con sentido del honor para con el contrario, estoico y, ante todo, súbdito leal hacia unos Reyes Católicos que iniciaban en sus hombros la aventura de una nueva nación. Aunque no fueron pocas las desaveniencias acaecidas con sus «Señores», llegando a ser apartado de la «res publica» y «res militaris» de la siempre desagradecida España.

Como bien explica Fernando Martínez Laínez, periodista y coautor del libro «El Gran Capitán» (Ed. Edaf), Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515) se inició pronto en la carrera militar, pues estaba destinado a dedicarse a guerrear al ser el segundo hijo de una familia noble, cobrando su nombre más poder entre los militares. Pronto se asoció su nombre a la valentía. «Una de las primeras batallas en las que intervino fue la de Albuera, cuando combatió a las huestes del rey de Portugal que habían invadido Extremadura».

«Hacia 1497, tras una breve estancia en la Corte, los Reyes Católicos le nombran "adalid de la Frontera", un grado que equivalía a capitán», explica Laínez.

La Reconquista de Granada

Pero donde realmente comenzó a mostrar su ingenio militar fue durante la «Guerra de Granada», una campaña militar que se sucedió a partir de 1482 y en la cual los españoles pretendían expulsar a Boabdil del último estado musulmán en la Península Ibérica. «La guerra se produjo por la firme decisión de los Reyes Católicos, que querían acabar de una vez por todas con el enclave musulmán de Granada, el único territorio que quedaba para completar la unidad cristiana peninsular».

Gonzalo tomó parte en esta contienda al mando de una unidad de «lanzas» (caballería pesada con una gruesa armadura) de la casa de Aguilar, de la que su hermano era señor. «Fue una guerra larga, que duró casi diez años, y se libró a base de incursiones, asedios, golpes de mano y escaramuzas persistentes, sin grandes batallas campales», determina el escritor.

«El Gran Capitán tuvo un papel muy destacado a lo largo de toda la campaña, en especial en los ataques a Álora, la fortaleza de Setenil, Loja y el asalto al castillo de Montefrío, cercano a Granada». De hecho, algunos cronistas como Hernán Pérez afirman que, durante esta guerra. «Gonzalo era siempre el primero en atacar y el último en retirarse».

Su papel más destacado lo tuvo al final de la contienda, ya que fue una de los diplomáticos que negoció la rendición del reino nazarí de Granada e incluso actuó como espía. «Es totalmente cierto que llevó a cabo una hábil labor secreta, fomentó la división de las facciones nazaríes de Granada, negoció con Boabdil la rendición de la ciudad, y hasta acompañó al último monarca nazarí en su último viaje por España cuando este pasó a refugiarse en África», sentencia Laínez. Granada sería su principal manual de «lecciones aprendidas» para las guerras venideras.

«Pronto, su valerosa actitud y dotes de mando llamaron la atención de los Reyes Católicos, que le recompensaron con la tenencia (jefatura militar) de Antequera, el señorío de Órgiva y una encomienda», prosigue Laínez.

Primera guerra de Italia

Sin embargo, parece que los grandes honores que recibió no fueron suficientes para Gonzalo, pues en 1495 se embarcó hacia otra gran campaña esta vez en Nápoles. Su misión era clara: detener el avance de los franceses, deseosos de expandirse militarmente con la toma de algunos territorios. «La primera campaña italiana se inició cuando el rey francés Carlos VIII invadió el reino de Nápoles (Reame) con una gran ejército. Al poco tiempo se retiró, pero dejando la mayor parte del Reame ocupado».

«Utilizando las tácticas aprendidas en la Guerra de Granada, Fernández de Córdoba, limpió Calabria de enemigos, conquistó la provincia de Basilicata y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en Nápoles en 1496», destaca el escritor. Fue tras el asalto a esta ciudad cuando se empezó a conocer a Gonzalo como «Gran Capitán». Tras tomar el lugar, volvió a España como un héroe.

Segunda contienda en Nápoles

A pesar de que se firmó un tratado con Francia para que cesaran las hostilidades, la paz no duró demasiado. El rey francés Luis XII había firmado un tratado con Fernando el Católico para repartirse el reino napolitano. Los franceses ocupan la mitad norte y el sur queda en poder de las tropas españolas que manda el Gran Capitán.

Pero pronto se iniciaron las discrepancias entre españoles y franceses por cuestiones fronterizas, lo que provocó que en 1502 se reiniciara la guerra después de que los franceses trataran de nuevo de tomar Reame. El «Gran Capitán» no lo dudó y se dispuso a enfrentarse a los enemigos de España. Una de las primeras batallas de esta guerra fue la de Ceriñola (Cerignola), en la que Gonzalo tendría que hacer uso de toda su experiencia militar para lograr salir victorioso.

La batalla que revolucionó la Historia

La batalla de Ceriñola sin duda cambió la historia, y es que, si hasta ese momento la fuerza de los ejércitos se medía en base a la cantidad de caballería pesada de la que disponía, tras esta lid la mentalidad militar evolucionó y comenzó a primar la infantería.

La batalla se desarrolló en un diminuto punto de la Apulia italiana situado en lo alto de una colina cubierta de viñedos y olivos. En ella, las tropas del «Gran Capitán» se defendieron de los atacantes franceses, tras verse obligados a retirarse en varios enfrentamientos.
Obligó a los caballeros a llevar infantes en la grupa de sus monturas
De hecho, el «Gran Capitán» demostró antes de la batalla su mentalidad innovadora y revolucionara. Y es que, para llegar a la ciudad Ceriñola y poder preparar las defensas concienzudamente antes del ataque de los franceses, Gonzalo forzó a sus caballeros a hacer algo nunca antes visto y que suponía una afrenta a su honor.

El Gran Capitán obligó a los caballeros de su ejército a llevar infantería en la grupa de sus monturas en la marcha hacia Ceriñola, por terreno arenoso y próximo a la costa, lo que hacía muy fatigosa la marcha. Eso era algo que no se hacía nunca, pero mejoró la movilidad y la moral de la tropa y le permitió ganar tiempo. Fue una muestra más de su ingenio táctico

Este acto hizo que los españoles ganaran tiempo y les permitió preparar las defensas de la ciudad, que consistieron en cavar un foso y una pared de tierra alrededor de Ceriñola, lo que les permitía aprovechar la situación elevada del enclave. Además, el «Gran Capitán» pudo establecer una estrategia que más tarde sería reconocida como un preludio de la guerra moderna.

Una reforma militar

Los franceses no se hicieron esperar y, a los pocos días, su comandante, Luis de Armagnac, dejó ver a sus tropas. «Por el lado francés, aunque varió según avanzaba la guerra, se contaban unos 1.000 hombres de armas (caballeros con armadura), 2.000 jinetes ligeros, 6.000 infantes, 2.000 piqueros suizos y 26 cañones». Por el contrario, Gonzalo tenía a sus órdenes un ejército formado principalmente por infantería: «Del lado español había solo 600 hombres de armas, 5.000 infantes y 18 cañones, más un refuerzo de 2.000 mercenarios alemanes», señala Laínez.

«En esta batalla las fuerzas estaban bastante equilibradas en cuanto a números, pero los franceses tenían mucha superioridad en caballería pesada y su artillería doblaba a la española. Por el contrario, los españoles contaban con un mayor número de arcabuceros, una fuerza que se revelaría decisiva», explica el escritor.

Para detener la fuerza arrolladora de la caballería francesa se planteó una estrategia novedosa: situar las tropas de disparo delante de las defensas. «El Gran Capitán colocó en primera línea a los arcabuceros y espingarderos (hombres armados con una escopeta de chispa muy larga), detrás a la infantería alemana y española, y más retrasada a la caballería. Él se situó en el centro del dispositivo y revisó con detalle el despliegue de toda la tropa».

Todo quedó preparado para un duro combate. Pero, antes siquiera de desenvainar una espada, el «Gran Capitán» volvió a demostrar su arrojo. Concretamente, Gonzalo se quitó el casco en los momentos previos a la batalla y, cuando uno de sus capitanes le preguntó la causa, él contestó: «Los que mandan ejército en un día como hoy no debe ocultar el rostro».

Comienza la batalla

La batalla se inició con la caballería francesa cargando orgullosa contra las tropas españolas. Hasta ese momento, una de las cosas más terribles que podía ver un enemigo de Francia era a los majestuosos jinetes en marcha con las armas en ristre. Sin embargo, fueron recibidos con una salva de fuego que hizo caer a un gran número de soldados.

La batalla apenas duró una hora y fue una victoria total

Cuando se inició el fuego, las balas de los arcabuceros españoles hicieron estragos en la caballería pesada francesa, impedida de avanzar ante el foso erizado de estacas y pinchos. Al no poder avanzar, los jinetes, desesperados, trataron al galope de encontrar alguna fisura en las defensas del «Gran Capitán», pero su intentó fue en vano y costó la vida a Luis de Armagnac, alcanzado por varios disparos.

Tras la derrota de la caballería pesada, la infantería francesa se dispuso a avanzar, pero sufrió grandes bajas debido al fuego español. Además, justo antes de que los soldados alcanzaran la primera línea de arcabuceros y acabaran con ellos, el «Gran Capitán» ordenó retirarse a estas tropas de disparo para evitar bajas.

Después de esta estratagema, el «Gran Capitán» cargó con todos sus infantes contra las diezmadas tropas del fallecido Armagnac que, ahora, no tenían objetivos contra los que luchar al haberse retirado los arcabuceros españoles. Sin apenas dificultad, las unidades de Gonzalo dieron buena cuenta de los restos del ejército francés.

Se adelantó a Napoleón en cuatro siglos

Ni siquiera la caballería ligera francesa pudo ayudar a sus compañeros, pues fueron arrollados por los jinetes españoles. «La batalla apenas duró una hora y fue una victoria total. Además, quedó como un ejemplo de arte táctico, y de la importancia de la fortificación y elección del terreno para el buen resultado de cualquier combate

Otro escritor, Juan Granados, autor de la novela histórica «El Gran Capitán» (Ed. Edhasa) explica que «esencialmente demostró que en adelante las batallas se ganarían con la infantería. Utilizando para ello compañías formadas por soldados distribuidos en tercios, es decir, en tres partes: arcabuceros, rodeleros —soldados con armadura muy ligera armados de espada y rodela, el típico escudo circular de origen musulmán— y piqueros, generalmente lasquenetes alemanes, enemigos acérrimos de los cuadros mercenarios suizos que solía emplear Francia. Se adelantó cuatro siglos a Napoleón, huyendo de la guerra frontal yutilizando las tácticas envolventes y las marchas forzadas de infantería».
«Triunfador absoluto, desempeñó funciones de virrey en Nápoles»

A finales de 1503 españoles y franceses volverían a medir sus fuerzas en el río Garellano -que por cierto da nombre a uno de los regimientos del Ejército con más solera y cuya sede se encuentra en Vizacaya- donde el «Gran Capitán» dio cuenta de las huestes del marqués de Saluzzo. «El sur de Italia quedó durante más de dos siglos en poder de España. El Gran Capitán, triunfador absoluto de estas guerras, desempeñó funciones de virrey en Nápoles, donde fue querido y respetado, pero pronto las envidias y maledicencias cortesanas empezaron a actuar en su contra», señala Laínez.

Pero parece que España no podía soportar a los héroes, pues Gonzalo terminaría siendo relevado de su puesto. El escritor Juan Granados sentencia: «Tal era la popularidad de Gonzalo de Córdoba entre sus hombres, que llegaron a desear proclamarle rey de Nápoles. Algo que él nunca deseó, se hubiese conformado con ser comendador de su querida orden de Santiago. Pero Fernando el Católico era suspicaz, desconfiaba de tanto éxito, el mismo rey de Francia, a quien había derrotado, le había ofrecido el generalato de su ejército. Por otra parte, sí es cierto que Gonzalo era descuidado en sus informes a su rey, tardaba en escribirle, pero nunca había pensado en suplantarle».

El monarca pidió entonces al «Gran Capitán» un registro de gastos para asegurarse de que no había malgastado fondos reales. Fernando el Católico le reclamó claridad en las cuentas de sus gastos militares en Nápoles, algo que Fernández de Córdoba consideró humillante. Como respuesta a lo que Gonzalo consideraba una gran ofensa personal, el entonces virrey dirigió a la monarquía un memorial conocido como las «Cuentas del Gran Capitán».
Unas cuentas curiosas

Irónicamente las cuentas incluían en el capítulo de gastos cantidades tales como: Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas. Cien millones en picos, palas y azadones. Diez mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres enemigos, cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas un día de combate, ciento setenta mil ducados en renovar campanas destruidas por el uso de repicar cada día por las victorias conseguidas... y lo mejor: «Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el rey pedía cuentas al que le ha regalado un reino».

Esto no debió de sentar muy bien al monarca que, a sabiendas de lo que «Gran Capitán» representaba prefirió evitar el enfrentamiento directo con él, pero no perdonó la ofensa. «El monarca decidió alejar a Gonzalo de Nápoles. A partir de entonces el Gran Captán tuvo que adaptarse a una vida más sedentaria en sus posesiones de España. Es el destino de casi todos los héroes, una vez que han cumplido con su cometido en la guerra y llega la paz», finaliza Martínez Laínez. Sin embargo, lo que sí dejó este guerrero fue una reforma militar que duraría siglos.

La reforma militar

La herencia del «Gran Capitán» revolucionó la forma de combatir a nivel mundial hasta la llegada de las armas de destrucción masiva. Entr otros elementos destacables se sitúan la formación de la tropa en compañías (que luego serían la unidad fundamental de los tercios) al mando de un capitán, y el experto manejo de las armas de fuego individuales del combatiente de a pie, señala Martínez Laínez.

Por otro lado, el Ejército cambió su mentalidad y comenzó a formar nuevos soldados que, además de pelear, tuvieran la capacidad de entrenarse por sí solos, hacer trabajos de fortificación y ponerse a punto con marchas y ejercicios constantes.

«Este método es una herencia de las antiguas legiones romanas y creó un soldado que poco después hizo de los tercios una maquinaria invencible en toda Europa», destaca Laínez.

Además, el «Gran Capitán» creó también un nuevo tipo de unidad, la coronelía. Es el antecedente más inmediato de los tercios. Tenía unos 6.000 hombres y era capaz de combatir en cualquier terreno. Otra de sus innovaciones fue armar con espadas cortas, rodelas y jabalinas a una parte de los soldados. «La finalidad era que se introdujeran entre las formaciones compactas enemigas, causando en ellas terribles destrozos»

Enseñanzas que fueron adquiridas por el «Gran Capitán» en la guerra de guerrillas que supuso la reconquista de Granada, con unos Reyes Católicos que depositaron en los hombros del «Gran Capitán» sus primeros pasos militares de una nueva nación en aquella vieja Europa llamada España.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 31 May 2015 01:57

El Cardenal Cisneros

Francisco Jiménez de Cisneros o Giménez de Cisneros, cuyo nombre de pila era Gonzalo, más conocido como el Cardenal Cisneros (Torrelaguna,1 1436 – Roa, 8 de noviembre de 1517) fue cardenal, arzobispo de Toledo, primado de España y tercer inquisidor general de Castilla, perteneciente a la Orden Franciscana

También gobernó la Corona de Castilla en dos ocasiones por incapacidad de la reina Juana. Entre 1506 y 1507 presidió el Consejo de Regencia que asumió el gobierno castellano tras la muerte del rey Felipe el Hermoso en espera de la llegada de Fernando el Católico. Entre 1516 y 1517 volvió a asumir el gobierno tras la muerte del rey Fernando y en espera de Carlos I.

A la muerte del cardenal Mendoza en 1495, fue consagrado arzobispo de Toledo en el convento de San Francisco de Tarazona, en presencia de los Reyes Católicos, lo que en la Baja Edad Media era ostentar el mayor poder tras La Corona, al ser Primado de España y Canciller Mayor de Castilla

Isabel la Católica tuvo en Cisneros no sólo un confesor, también un consejero. Al morir la reina, Juana I de Castilla y su esposo Felipe de Habsburgo fueron nombrados reyes de Castilla. El 24 de septiembre,4 un día antes de la muerte de Felipe I, los nobles acordaron formar un Consejo de Regencia interina para gobernar provisionalmente el reino5 presidido por Cisneros y formado por el Almirante de Castilla, el Condestable de Castilla, Pedro Manrique de Lara y Sandoval duque de Nájera, Diego Hurtado de Mendoza y Luna, duque del Infantado, Andrés del Burgo, embajador del Emperador, y Filiberto de Vere, mayordomo mayor del rey Felipe

La nobleza y las ciudades contendieron acerca de quién debía desempeñar la Regencia, pues por un lado estaban los que querían al emperador Maximiliano durante la minoría del príncipe Carlos, como los Manrique, Pacheco y Pimentel; y por otro lado, los que querían la regencia de Fernando el Católico tal y como quedó establecida en el testamento de Isabel la Católica y las cortes de Toro de 1505, como los Velasco, Enríquez, Mendoza y Álvarez de Toledo. Sin embargo, la reina Juana trató de gobernar por sí misma, revocó e invalidó las mercedes otorgadas por su marido, para lo cual intentó restaurar el Consejo Real de la época de su madre

Sin consultar a Juana, Cisneros acudió a Fernando el Católico para que regresara a Castilla. Pero a pesar de los intentos de Cisneros, nobles y prelados, la reina no reclamó a su padre para gobernar y de hecho llegó a prohibir la entrada del arzobispo a palacio. Para dar legalidad al nombramiento como regente de Fernando el Católico, el Consejo Real y Cisneros buscaron encauzar el vacío de poder con la convocatoria de Cortes, pero la reina se negó a convocarlas, y los procuradores abandonaron Burgos sin haberse constituido en asamblea.

Tras regresar de tomar posesión del Reino de Nápoles, Fernando el Católico se entrevistó con su hija el 28 de agosto de 1507, y volvió a asumir el gobierno de Castilla. En diciembre de 1509 pactó con el emperador la renuncia de las pretensiones imperiales a la regencia en Castilla, y las Cortes de 1510 le ratificaron como regente.

Agradecido con Cisneros, el Rey Católico le consiguió el capelo cardenalicio. Entre 1507 y 1516, aun con extremadas dificultades, Cisneros y el rey Fernando lograron devolver un tanto el prestigio que la monarquía había perdido. Se renovó el entusiasmo conquistador, desempeñando Cisneros un papel importante en la conquista de Orán, al igual que en los tiempos de Isabel la Católica había participado de manera activa en la conquista de Granada.

Muerto Fernando el Católico, por disposición testamentaria, Cisneros queda constituido nuevamente como Regente del Reino de Castilla hasta que el joven príncipe Carlos, que se encontraba entonces en Flandes, viniera a España para ocupar el trono. En esta etapa de casi dos años, Cisneros, que contaba ya con ochenta años, mostró unas dotes políticas y una habilidad para gobernar extraordinarias. Supo hacer frente a un clima interior extremadamente inestable, con los nobles castellanos ávidos de recuperar el poder perdido, así como a las intrigas de los que pretendían sustituir en el trono español a Carlos por su hermano Fernando, que había sido educado en España por Fernando el Católico. Los acontecimientos se desbordaron y Carlos fue proclamado en Bruselas rey de Castilla y Aragón, en un acto que se podría asemejar a un golpe de Estado, pues la reina legítima era Juana y nadie había declarado su destitución. Sin embargo, Cisneros se advino a los hechos de Bruselas y envió emisarios a Flandes urgiendo la inmediata presencia de Carlos como único medio de parar las inquietudes de rebelión que corrían por el reino. Así pues, de facto había dos gobiernos: el de la corte de Bruselas y el de Cisneros en Castilla.

Cisneros murió en Roa (Burgos), el 8 de noviembre de 1517, cuando se dirigía a recibir al futuro Carlos I.

Origen del apellido de familia

En 1501 el cardenal Cisneros instituyó la obligatoriedad de la identificación de las personas con un apellido fijo. Hasta entonces las personas se identificaban con su nombre y un apellido o mote que reflejaba el lugar de procedencia, el oficio o alguna característica de la persona, por lo que miembros de una misma familia, incluso hermanos, podían tener diferente apellido. Este sistema producía un tremendo caos administrativo para poder identificar a las personas por familias. A partir de la ordenanza de Cisneros, el apellido del padre quedaba fijado y pasaría a ser el de todos sus descendientes.

Una ciudad con su nombre

Durante la época en la que el Sáhara Occidental pertenecía a España, estaba dividido en dos provincias, y la capital de Río de Oro recibió en honor de este cardenal el nombre de Villa Cisneros, que hoy también se denomina Dajla

Hoy día son numerosos los institutos y colegios que llevan su nombre, en este caso al menos se ha reconocido la valía de un gran hombre, cosa poco usual en esta España nuestra que tan desagradecida se suele mostrar con sus grandes hombres.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 01 Jun 2015 01:46

CARLOS I de España y V de Alemania

Tras el reinado de los Reyes Católicos, y el breve interín que supuso el reinado de Juana (La Loca) y Felipe I (El Hermoso), así como la regencia del Rey Fernando y posterior del Cardenal Cisneros, llegó a España el primer rey de los que podríamos denominar como Los Austrias, quien reino como se indica al principio, entrando España ya en lo que podemos denominar como edad moderna.

Carlos I fue Emperador del Imperio Germánico y Rey de España, nacido en Gante el 24 de febrero de 1500 y muerto en Yuste el 21 de septiembre de 1558

Hijo de Felipe el Hermoso y de Juana I de Castilla, era nieto del emperador Maximiliano I y María de Borgoña, y de los Reyes Católicos. Gracias a un complejo entramado de relaciones dinásticas, en Carlos confluyó una magnífica herencia territorial que le convirtió en el soberano más importante de la Cristiandad. De Maximiliano I recibió la herencia patrimonial de la Casa de Habsburgo, la posibilidad de convertirse en Emperador del Imperio Germánico, los territorios del Tirol, las regiones de Kitzbühel, Kufstein, Rathenberg y el condado de Gorizia; De María de Borgoña, heredó los territorios patrimoniales de Borgoña, que incluía los Países Bajos, el Franco Condado, el Artois y los condados de Nevers y Rethel; de Fernando el Católico, recibió los territorios de la Corona de Aragón y las posesiones italianas vinculadas; mientras que de Isabel la Católica, recibió los territorios castellanos, norteafricanos y americanos de la Monarquía Católica.

El emperador Maximiliano de Austria y su familia.

A lo largo de su reinado, Carlos viajó de un extremo al otro de sus dominios y combatió en innumerables campos de batalla. Permaneció poco tiempo en un mismo lugar y nunca tuvo una Corte estable, pero supo rodearse de importantes pensadores, artistas y hombres de ciencia.

Carlos contrajo matrimonio en 1526 con Isabel de Portugal, la cual falleció en 1539. Pese a que el Emperador aún vivió veinte años más nunca volvió a casarse. De este matrimonio nacieron cinco hijos, de los cuales sólo el príncipe Felipe y las princesas María y Juana llegaron a la edad adulta. Además de estos, Carlos tuvo una hija de una relación anterior a su matrimonio, Margarita de Parma, y, ya viudo, un hijo, Juan de Austria.

En 1516, tras la muerte de Fernando el Católico, Carlos se convirtió en el heredero legítimo de todos los estados que habían pertenecido a los Reyes Católicos. El 17 de septiembre de 1517, Carlos de Gante llegó a España para hacerse cargo de sus dominios. El nuevo rey, Carlos I, era un joven ignorante de las costumbres y del idioma de sus súbditos, que además se presentaba rodeado de una corte de personajes extranjeros. Dos años más tarde, en 1519, abandonó la península Ibérica para dirigirse al Imperio Germánico, ya que había sido elegido Emperador. En ausencia del Rey estallaron la revuelta comunera y las germanías. El 23 de octubre de 1520 Carlos I fue coronado emperador como Carlos V.

A partir de este momento, Carlos V tuvo que hacer frente a la inmensa responsabilidad de gobernar sobre los territorios más extensos de la Cristiandad. Acometió la dirección de las conquistas en América y la regularización del comercio con el Nuevo Continente, el cisma religioso planteado por los protestantes, la amenaza creciente del poderío otomano, tanto en el Mediterráneo como en el este de Europa, encabezado por Solimán el Magnífico; y, sobre todo, la pugna por la supremacía europea con Francisco I y Enrique II de Francia. Para tan ingente labor, Carlos contó con la ayuda de importantes personajes, entre los que destacaron el canciller Gattinara y el secretario Francisco de los Cobos.

En 1555 abdicó en el príncipe Felipe el gobierno de Flandes y el 16 de enero de 1556 el resto de sus territorios, a excepción de la corona imperial que pasó a su hermano Fernando. Carlos se retiró a Yuste, donde residió hasta su muerte en 1558.

La elección imperial

Desde que en 1440 Federico III había sido elegido Emperador, la Casa de Habsburgo estaba al frente del Sacro Imperio, lo que en principio convertía a Carlos I en el candidato mejor situado para suceder a su abuelo Maximiliano I. No obstante, Maximiliano no había nombrado a Carlos Rey de Romanos, lo que le habría convertido en el heredero directo al trono imperial. Por esta razón, a la muerte del Emperador se abrió el complicado sistema de elección imperial, regulado por la Bula de Oro, en el que Carlos tenía que competir con el resto de candidatos.

La Bula de Oro establecía que siete grandes personajes del Imperio serían los encargados de elegir al nuevo emperador. Estos personajes, conocidos como los Príncipes Electores, eran tres altos clérigos (los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia) y cuatro nobles (el rey de Bohemia, el magrave de Brandemburgo, el conde del Palatino y el duque de Sajonia). A estos personajes correspondía decidir entre los dos candidatos principales, Francisco I de Francia y Carlos I.

Carlos I, rey de España y V de Alemania. Aremberg.

Carlos tenía a su favor el ser el jefe de la Casa de Habsburgo, pero en su contra estaba su juventud y el hecho de no ser aún un personaje suficientemente conocido en Europa. Francisco I simbolizaba todo lo contrario, era el rey indiscutido de un rico territorio, Francia; había protagonizado brillantes campañas militares y era unos años mayor que Carlos. Francisco I contaba con el apoyo del arzobispo de Maguncia y del magrave de Brandemburgo, además, era el preferido por el papa León X, temeroso de que sus estados quedaran rodeados por un Emperador que además de serlo controlase también Nápoles. Ante estas dificultades, Margarita de Saboya le propuso a su sobrino Carlos que cediera sus derechos a su hermano Fernando, cuya elección sería más fácil dado que no representaba un peligro para nadie.

Carlos I se mostró inflexible, él era el primogénito, suyos los derechos, y no estaba dispuesto a que nadie lo pusiera en duda. Desde Barcelona escribió a todos los Príncipes Electores recordándoles que habían prometido a Maximiliano I que apoyarían su candidatura, además, les prometió suculentos beneficios económicos. Una vez fijada su candidatura al trono imperial, Carlos dejó en manos de su tía Margarita las negociaciones. En el transcurso de las mismas, se recurrió al soborno, las amenazas e incluso la guerra propagandística entre ambos candidatos. En los meses siguientes una serie de factores jugaron a favor de Carlos. Por un lado, Federico de Sajonia, uno de los electores, se negó a presentar su propia candidatura, como pretendía León X, y apoyó decididamente la de Carlos. Esto provocó que el Papa, ante la posibilidad de convertirse en enemigo del nuevo Emperador, retirase su apoyo al rey francés. Por otro lado, Carlos contó con el dinero de los Fugger, pieza fundamental en el mecanismo de sobornos. Francisco I, abandonado por sus principales apoyos, trató en vano de lograr que Carlos no fuera elegido Emperador, ya que esto supondría que Francia quedase rodeada por los estados de Carlos; para ello renunció a su candidatura en beneficio de Joaquím de Brandemburgo o de Federico de Sajonia, pero este último intento no fructificó.

El 28 de junio de 1519, reunidos los Príncipes Electores en Frankfurt eligieron por unanimidad a Carlos de Gante, archiduque de Austria, como nuevo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Carlos I pasaría a ser conocido desde entonces como Carlos V.

La elección le había costado a Carlos la fabulosa cifra de 850.000 florines, desembolsados en tampoco tiempo que no hubo más remedio que recurrir a los banqueros europeos, principalmente florentino, genoveses y, desde luego, a los alemanes Welser y Fugger. Estos préstamos se cubrieron, en gran parte, con las Nada más terminar las Cortes catalanas, Carlos V puso en marcha los preparativos de su viaje al Imperio. Las Cortes de Valencia no fueron convocadas, ante el temor de Carlos V de que esto postergara su viaje más tiempo. En lugar de convocar Cortes, Carlos envió a Valencia a Adriano de Utrecht, como su representante. No obstante, antes de partir era imprescindible convocar las Cortes de Castilla tanto para obtener nuevos recursos económicos como para tranquilizar a la población, preocupada por la posibilidad de perder a su Rey. Dada la premura del viaje, se eligió la ciudad de La Coruña para llamar a las Cortes, ya que esta ciudad estaba cerca del puerto desde el que iba a partir el Emperador.

Cuando Carlos aún se encontraba en Barcelona, una delegación de la ciudad de Toledo trató de entrevistarse con él para presentarle sus quejas. Chièvres impidió el encuentro y los toledanos enviaron cartas a las demás ciudades castellanas lanzando la voz de alarma: (...) sobre tres cosas nos debemos juntar y platicar y sobre la buena expedición della enviar nuestros mensajeros a S.A. Conviene a saber: suplicarle, lo primero, no se vaya destos Reinos de España; lo segundo, que en ninguna manera permita sacar dinero della; lo tercero, que se remedien los oficios que están dados a extranjeros. Es significativo el tratamiento de Alteza que se da a Carlos V en la carta, el tradicional entre los reyes anteriores, mientras que la cancillería real trataba de imponer el de Majestad, que indicaba el origen divino de la monarquía. Otro agravio más que añadir a la lista de quejas ciudadanas.

Carlos V atravesó Aragón y Castilla sin apenas detenerse, desairando así a las ciudades que habían preparado festejos en honor del Emperador. En Valladolid trató de buscar el apoyo de la ciudad, pero a punto estuvo de iniciarse una sublevación por las presiones ejercidas por los consejeros reales sobre los representantes ciudadanos.

Las Cortes se abrieron el 31 de marzo de 1520, en un clima bastante enrarecido por lo que los castellanos consideraban desplantes de su Rey. Faltaron a la cita los representantes de Toledo y Salamanca. Carlos V expuso, por medio de sus delegados, su concepción de Europa, un territorio basado en: el respeto al resto de los pueblos que no se encontraba bajo su dominio, dejando claro que no pretendía conquistar las posesiones de ningún Príncipe cristiano; en la paz universal dentro de la Cristiandad, paz que permitiera fortalecerse para emprender la guerra contra los otomanos, para lo que contaba con los metales preciosos de América; todo ello sería posible gracias a la voluntad de Dios, dejando claro que Carlos V era emperador por deseo expreso de Dios. Ante la situación delicada en la que se encontraba Castilla, Carlos V pronunció en castellano el que sería su primer discurso público:

Todo lo que el obispo de Badajoz os ha dicho, os lo ha dicho por mi mandato, y no quiero repetir sino solas tras cosas: la primera, que me desplace de la partida, como habéis oído, pero no puedo hacer otra cosa, por lo que conviene a mi honra y al bien destos Reinos; lo segundo, que os prometo por mi fe y palabra real, dentro de tres años primeros siguientes, contados desde el día que partiere, y antes si antes pudiere, de tornar a estos Reinos; lo tercero, que por vuestro contentamiento soy contento de os prometer por mi fe y palabra real, de no dar oficio en estos Reinos a personas que no sean naturales dellos y así lo juro y prometo

Pese a las promesas del Emperador, las Cortes se mostraron reticentes a conceder lo que éste solicitaba. Hicieron falta varias sesiones, negociaciones y todo tipo de presiones para que finalmente se alcanzase un acuerdo, que dada la ausencia de Toledo y Salamanca, rozaba la ilegalidad. Finalmente el 20 de mayo de 1520 la flota imperial zarpó de La Coruña, dejando tras de sí un clima de profunda inestabilidad.

Comunidades y Germanías

Antes de que la flota imperial abandonase el puerto de La Coruña, la ciudad de Toledo ya había iniciado la revuelta que desencadenaría la Guerra de las Comunidades. La situación era tal que Carlos V pensó incluso en posponer su viaje para frenar la insurrección.

Las Comunidades y la Germanías.

La primera ciudad en seguir a Toledo fue Segovia, cuya población asesinó a uno de sus enviados a las Cortes de La Coruña, encolerizada por que estos hubiesen acabado concediendo a Carlos V lo que pedía en contra de las órdenes de la propia ciudad. Ante estos hechos, el cardenal Adriano de Utrecht, regente en ausencia del Emperador, convocó al Consejo Real y se inició la represión. Las ciudades amotinadas empezaron a organizar sus milicias ciudadanas. El clero, molesto con Carlos V por el nombramiento de Guillermo de Chièvres como arzobispo de Toledo, apoyó la sublevación. El toledano Juan de Padilla se puso al frente de la sublevación y dirigió las milicias de Toledo en auxilio de Segovia, sitiada por las tropas imperiales. En estos momentos, León, Ávila, Salamanca, Madrid, Medina del Campo y otras ciudades castellanas se unieron a la sublevación. La alta nobleza, molesta por los títulos concedidos por Carlos a sus consejeros flamencos, se mostró pasiva, cuando no colaboracionista, ante la sublevación. Las tropas imperiales, al mando de Antonio de Fonseca, tomaron y saquearon Medina del Campo, lo que provocó la reacción del resto de villas rebeldes que se organizaron en la Junta de Gobierno, conocida como Santa Junta.

En el verano de 1520 el levantamiento comunero llegó a su máximo apogeo. La villa de Tordesillas, donde se encontraba la reina Juana, cayó en su poder y la reina mostró simpatías por el movimiento. No obstante, Juana también mostró su incapacidad para gobernar y fue tajante en su negativa de levantarse contra su hijo Carlos. Cuando el triunfo de la sublevación parecía más cercano, tuvo lugar un hecho que provocaría su completo hundimiento: los comuneros empezaron a levantarse no sólo contra el poder imperial, también contra el poder de los nobles. Esto provocó que los Grandes reaccionaran y, temiendo por sus privilegios, pasaran a la ofensiva. Carlos V, desde el extranjero, supo aprovechar la situación y nombró al Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, y al Condestable, Íñigo de Velasco, como adjuntos del regente Adriano de Utrecht. Poco a poco, las tropas imperiales fueron recuperando terreno y el 5 de octubre de 1520 expulsaban a los comuneros de Tordesillas. El 23 de abril de 1521, con la derrota de los comuneros en Villalar, se pudo dar por finalizada la amenaza, pese a que Toledo no se rindió hasta febrero de 1522.

Cuando los comuneros comprendieron que la reina Juana no podía hacerse cargo del gobierno, trataron de negociar con Carlos V e imponerle sus condiciones. Estas podían resumirse en el ideal de que el poder correspondía al Reino, quien lo entregaba al Rey para que obrase con justicia, pero que podía recuperarlo en caso contrario. Los comuneros trataron de darle una mayor fortaleza a las Cortes a costa del poder real. Como algunos historiadores han apuntado, de haber triunfado, las Comunidades se hubieran convertido en la primera revolución política de la Edad Moderna.

A finales de 1519, la crítica situación que vivía el Reino de Valencia, acentuada por la peste y la negativa de Carlos V de convocar Cortes, estalló en una revuelta antinobiliaria conocida como la Guerra de las Germanías. Las Germanías, pese a su importancia, no fueron comparables con las Comunidades, ya que carecieron de las connotaciones políticas del movimiento castellano. Las Germanías no pasaron nunca de ser un movimiento social ante los abusos de la nobleza y no cuestionaron el poder imperial. A pesar de que ambos movimientos fueron coetáneos, para fortuna de Carlos V, no llegaron a unirse, de modo que cuando las Germanías alcanzaron su momento de máxima extensión, en el verano de 1521, las Comunidades estaban prácticamente agotadas.

Carlos V destacaba por su extrema religiosidad, solía oír varias misas diarias; su espíritu justiciero y su dedicación absoluta a sus deberes regios. El propio Contarini achaca a Carlos V una cierta sequedad en su carácter, que se materializaba en el trato con sus súbditos, a los que además no solía recompensar debidamente, según el embajador italiano:

Es muy poco afable, más bien avaro que liberal, por lo que no es muy querido; no demuestra ser ambicioso de Estado, pero tiene gran ambición de combatir, y desea mucho encontrarse en una jornada de guerra; demuestra también tener gran deseo de hacer la empresa contra los infieles.

Según lo retrataron sus coetáneos, Carlos V era parco en palabras y de carácter moderado. Pese a sus victorias militares no solía hacer alarde de ellas y tampoco era dado a dejarse vencer por las adversidades. Otro rasgo de su carácter era que no perdonaba fácilmente a los que le ofendían. A lo largo de su vida, fueron muchos los comentarios que se hicieron sobre los excesos culinarios del Emperador, excesos que finalmente le llevaron a padecer de gota. Carlos V fue, para sus contemporáneos, un gran estadista, que gozaba de una memoria privilegiada y que dominaba varios idiomas con los que podía comunicarse con sus súbditos; así, Alonso de Santa Cruz dijo de él:

Fue muy agudo y muy claro de juicio, lo cual se veía en él por el conocimiento que tenía de todas las cosas y en las buenas razones que daba de todas ellas. Y conocíase su gran memoria en la variedad de las lenguas que sabía, como eran: lengua flamenca, italiana, francesa, española, las cuales hablaba tan perfectamente como si no supiera más de una.

En la personalidad de Carlos V tuvo una gran importancia el hecho de educarse en la Corte borgoñona de su tía Margarita, una Corte culta en la que se usaba el francés como lengua madre. Pero no se puede olvidar la trascendental influencia de España en su educación, hasta el palacio de Malinas llegaban constantemente las noticias de lo que ocurría en la península Ibérica y Carlos V creció orgulloso de las hazañas realizadas por los compatriotas de su madre. El futuro Emperador creció así imbuido del ideal caballeresco imperante en la Corte borgoñona y la profunda espiritualidad propia de Castilla. Se convirtió en el dirigente de la Orden del Toisón de Oro, al tiempo que se dejó arrastrar por las ideas providencialistas que venían de la Corte hispana; por ello, Carlos se consideraba el brazo ejecutor de los designios divinos. Desarrolló un complejo ideario basado en el premio o castigo divino. Sus éxitos se debían a la disposición divina, al igual que sus fracasos.

El ejército de Carlos V

El fabuloso imperio de Carlos V necesitaba de una poderosa maquinaria bélica para sostenerse en pie y lo fue tanto que llegó a ser lo único sobre lo que el imperio se sostuvo hasta el siglo XVII.

Un hecho fundamental a tener en cuenta al hablar de los ejércitos de Carlos V es la moral. Las tropas imperiales eran, con diferencia, las más motivadas de los campos de batalla europeos. Los tercios, cuya confianza había nacido en las gestas de los Reyes Católicos, se pasearon por Europa de victoria en victoria durante buena parte del reinado de Carlos V y además, lo hicieron capitaneados por el Emperador en persona. Los tercios entraban en batalla creyendo ciegamente que luchaban por una causa justa, sedientos de oro, gloria y hazañas.

La principal característica del ejército imperial de Carlos V fue su heterogeneidad, ya que sus efectivos eran flamencos, alemanes, italianos y desde luego, españoles. Las tropas españolas, los famosos tercios viejos, no eran ni mucho menos las más numerosas, pero si las mejor formadas; su importancia en la batalla consistía en que eran las fuerzas de choque, la elite del ejército cuya presencia era decisiva. Los tercios viejos, sacados fundamentalmente de Castilla, suponían la fuerza de combate más temida de su época y con mucho las mejores tropas de su tiempo.

Un tercio estaba compuesto por unos tres mil hombres, divididos en grupos más pequeños. Los tercios solían agruparse de dos en dos formando coronelías y estas, en su máxima formación, se agrupaban también de dos en dos. Como resultado había pues un máximo de cuatro tercios agrupados en dos coronelías, lo que suponía unos 12.000 hombres, que dada su potencia de choque suponían un muy respetable ejército en sí mismo.

Los tercios eran tropas permanentes, que en tiempos de paz ocupaban una demarcación que les daba nombre. Como mínimo siempre había tres tercios en activo, lo que suponía una gran diferencia con el resto de tropas, que eran mercenarias y que sólo se reclutaban en tiempos de guerra.

Todo este despliegue militar tenía un altísimo coste económico, que acabó por arruinar la Hacienda. Ni la plata americana, ni las rentas de todos sus dominios eran bastante hacer frente a estos gastos.

Sin duda, la infantería de Carlos V era la mejor de la época, pero su caballería era inferior a la francesa y su artillería inferior a la alemana. En cuanto a la marina de guerra, no era permanente en el Atlántico y sólo existía en el Mediterráneo, aquí en gran parte consistía en la flota genovesa de Andrea Doria. No obstante, Carlos V nunca logró desarrollar en el mar algo parecido a la potencia de sus tropas en tierra.

Carlos V se rodeó de un competente equipo de estadistas, provenientes de todos sus dominios, que tuvieron un destacado papel en el Gobierno. El primer personaje clave fue Guillermo de Chièvres, el único privado que Carlos V tuvo en toda su vida. Durante los años en los que Chièvres estuvo al frente de la Administración, los cargos más importantes fueron copados por consejeros flamencos, pero tras la muerte de éste, la Administración se abrió a todos los territorios. Adriano de Utrecht, el canciller Gattinara y Enrique de Nassau fueron otros de los personajes destacados de este primer período.

En una segunda fase, tras la muerte de Chièvres y Gattinara, destacaron personajes como Nicolás Perrenot, y posteriormente su hijo Antonio Perrenot de Granvela; Francisco de los Cobos, el cardenal Tavera, el duque de Alba y Juan de Zúñiga. Hay que destacar la presencia de personajes extranjeros, como el marino Andrea Doria o los banqueros alemanes Welser y Fugger.

En cuanto a los embajadores, dos hombres tuvieron una importancia singular: Pedro de Toledo, marqués de Villafranca, que ejerció como virrey de Nápoles desde 1532 hasta 1553; y Diego Hurtado de Mendoza que ocupó la embajada de Venecia entre 1538 y 1547, para posteriormente pasar a la de Roma.

A todos estos nombres hay que incluir la impresionante nómina de los conquistadores americanos, encabezados por figuras como Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Pedro Alvarado, Jiménez de Quesada, Hernando de Soto, Vázquez Coronado, Pedro de Valdivia, Magallanes, Elcano o el virrey Antonio de Mendoza. (de todos ellos haremos una mención más adelante)

La Guerra con Francia

Como ya dijimos, el enfrentamiento con Francia fue una constante del reinado de Carlos V. Este enfrentamiento estuvo casi siempre provocado por la rivalidad con Francisco I, pero ni siquiera la muerte del rey francés puso freno a la lucha.

La derrota francesa en Pavía, espectacular y completamente sorpresiva, no fue tan definitiva como cupiera esperar. Ni la potencia militar francesa estaba agotada, ni Francisco I había sido derrotado por un ejército más poderoso que el suyo, más bien era al contrario. Francisco I perdió la batalla por su imprudencia y por la decisión, o desesperación, de los generales imperiales. A pesar de ello, Carlos V adquirió una posición de fuerza indudable, ya que el rey francés fue trasladado a Madrid como prisionero y, por tanto, el Emperador tenía en sus manos a su principal enemigo. No obstante, esta situación podía derivar en el desmantelamiento de las alianzas diplomáticas logradas por Carlos V, ya que estas se basaban en la amenaza que suponía el belicismo de Francisco I, que, evidentemente, tras su captura estaba seriamente dañado. Además, Carlos V podía aparecer ahora como el soberano que amenazaba la estabilidad del resto de Europa.

Los personajes más allegados a Carlos V le aconsejaron que aprovechara el cautiverio de Francisco I para acabar de una vez por todas con su amenaza, tanto en Italia, como en la propia Francia. Carlos V sin embargo tenía otros planes. Su ideal caballeresco, tan característico en todas sus acciones, le impedía invadir los territorios de un rey que no podía defenderlos, máxime cuando dicho rey era su prisionero. Carlos V pretendía llegar a un pacto ventajoso que supusiera la devolución de todos los territorios conquistados por Francisco I. En las negociaciones de este pacto tuvo una gran presencia la reina madre de Francia, Luisa de Saboya.

Las negociaciones, pese a todo, no fueron fáciles, ya que Carlos V exigía la devolución del ducado de Borgoña, perdido por su bisabuelo Carlos el Temerario. El 14 de enero de 1526 se llegó a la firma del Tratado de Madrid por el que Carlos V se comprometió a no invadir Francia y a devolver la libertad a Francisco I, mientras éste se comprometía a una vez llegado a sus dominios devolver Borgoña a Carlos. El Tratado se formalizaría con la boda entre Francisco I y Leonor de Austria. En prenda del Tratado, Francisco I empeñó su palabra y sus hijos, el delfín y el duque de Orleans, quedaron como rehenes en Castilla. Sin embargo, Francisco I firmó un documento secreto en el que negaba los términos del Tratado y aseguraba que había firmado bajo presión y para salvar su vida.

Tras contraer matrimonio, A finales de mayo, los emperadores dejaron Sevilla rumbo a Granada, donde permanecieron hasta finales de 1526. Allí fue concebido el primer hijo de la pareja, que nacería en Valladolid, el futuro Felipe II. Granada impresionó tanto a Carlos V que posteriormente mandó construir junto a La Alhambra un magnífico palacio renacentista.

Durante la estancia en Granada, Carlos V recibió un memorial de quejas de la población morisca que se comprometió a investigar de inmediato. Se creó una junta eclesiástica presidida por el inquisidor general y el confesor del Emperador que atestiguó la imposibilidad de evangelizar sinceramente a la población morisca granadina, recomendando que los esfuerzos se encaminaran hacia la juventud. Los moriscos, temerosos de los procesos de aculturación que contemplaba la junta, hicieron una oferta a Carlos V que difícilmente podía rechazar: 80.000 ducados a cambio de que se les permitiera conservar sus modos de vida tradicionales. Carlos V decretó que las leyes de asimilación cultural quedaran suspendidas durante cuarenta años.

El 10 de diciembre de 1526 Carlos V, ante la delicada situación que se estaba produciendo en Europa, abandonó su admirada Granada para no volver a verla nunca más. Atrás quedaba probablemente los cinco meses más felices de su vida. Carlos V puso en marcha un colegio para educar a los hijos de los moriscos y sentó las bases de la Universidad de Granada, inaugurada en 1535.

La guerra en Europa

Francia, que estuvo al borde de la derrota total tras la derrota de Pavía, había logrado rehacerse y poner en marcha una importante campaña diplomática. Los mismo motivos que había usado Carlos V para formar la coalición contra Francia fueron usados ahora por Francisco I contra el Emperador. Francia, tan debilitada por las tropas imperiales, ya no suponía una amenaza para el resto de las potencias europeas, sin embargo, Francisco I supo vender a Carlos V como ese peligro ante las principales Cortes del continente.

Enrique VIII, la República de Venecia, Clemente VII, todos se unían ahora con Francisco I frente al inmenso poder acumulado por Carlos V. Nada más producirse la liberación del rey francés, se puso en marcha la nueva Liga, llamada clementina o de Cognac, con el objetivo de expulsar a los imperiales de Milán y Nápoles.

A la amenaza de la Liga Clementina, se unió un peligro aún mayor, Solimán el Magnífico. Francisco I pasó de prometer, en caso de ser elegido Emperador, una gran cruzada contra el Imperio Otomano a buscar su alianza frente a Carlos V. Nada más producirse la derrota de Pavía, una embajada francesa había salido hacia Constantinopla en busca de la ayuda otomana. Solimán vio ante sí la gran oportunidad de entrar en la Cristiandad como libertador en lugar de como conquistador y no estaba dispuesto a desaprovecharla. La segunda guerra hispano-francesa estaba a punto de comenzar.

En la primavera de 1526 Solimán salió de Constantinopla al frente de un poderoso ejército de 100.000 hombres y 300 cañones rumbo a Budapest. Las fuerzas otomanas eran muy superiores a las que cualquier rey de la Cristiandad podía levantar, por lo que el pánico se adueñó de Hungría. El avance turco sobre Hungría fue fulminante. En Mohacs el valeroso Luis II de Hungría decidió plantar batalla con sus escasas fuerzas. Para Carlos V el avance turco suponía una doble ofensa, por un lado por la alianza con Francisco I y la tolerancia del Papa; por otro, Hungría era la antesala de Austria, sus estados patrimoniales. En las orillas del Danubio había tres grandes ciudades: Belgrado, Budapest y Viena, la primera ya había caído en manos turcas durante la primera guerra hispano-francesa; la segunda se hallaba en grave peligro y si caía, Viena, la cuna de su dinastía, se encontraría a merced de Solimán.

Mohacs fue una carnicería, el joven Luis II, no olvidemos que era el marido de la hermana de Carlos V, María; no tenía ninguna posibilidad ante Solimán. Pese a su valerosa actuación, el ejército húngaro era muy inferior a los otomanos. Luis II perdió la vida junto a más de 20.000 de sus soldados. Hungría estaba vencida y María perdía su corona. La noticia del desastre llegó a España en octubre, enviada por el infante Fernando, que aún nadie olvidaba en su Castilla natal; cuando Carlos V se encontraba de luna de miel en Granada. El Emperador convocó al Consejo de Estado inmediatamente en busca de una salida a la crisis. Esto supuso un reconocimiento por parte de Carlos V del error cometido en la personal decisión del Tratado de Madrid. El Consejo de Estado se valió de la red eclesiástica para dar la noticia de la ruina de Hungría:

Que se escriba a los Prelado y a los Superiores de las Órdenes para que hagan que los predicadores y confesores prediquen a los pueblos el peligro de la Cristiandad y las crueldades que los enemigos de la fe hacen en la Cristiandad, para los incitar y mover al remedio (...)

El resultado fue impresionante, por toda Castilla se sucedieron las muestras de indignación y fervor religioso en busca de la ayuda divina, se sucedían las entregas de donativos y se clamaba venganza. La Monarquía Hispánica, exhausta tras la anterior guerra con Francia, se ponía en pie de guerra contra el Imperio Otomano.

Carlos V trató, en primer lugar, de desmontar la Liga de Cognac para después poder unir a la Cristiandad frente a Solimán. Para ello era necesario que el Emperador tomara las riendas de sus dominios y pusiera a trabajar todos sus recursos.

A principios de 1527 Carlos V hizo un inusual llamamiento a Cortes generales en Valladolid. El discurso imperial realizado por Gattinara fue un encendido alegato en favor del Emperador y de la necesidad de luchar contra el poder otomano, Gattinara no se refería a Castilla, lo hizo a España, con la idea de que todos colaborasen en los difíciles momentos que debía afrontar la Monarquía Hispánica y a su frente el Emperador. Pese al alegato de Gattinara, las Cortes se mostraron reacias a conceder más dinero, sólo el brazo eclesiástico se mostró favorable; los nobles se negaron a pagar tributo, alegando que iba en contra de sus privilegios, sin embargo aceptaron formar parte del ejército que levantase el Emperador; las ciudades se negaron ya que aún no habían acabado de pagar los servicios aprobados en 1525. Realmente, las Cortes se reunían cada tres años, por lo que el sistema de pagos de tributos estaba pensado para realizarse en ese plazo, por eso, en 1527 no se había acabado de pagar el servicio anterior. Carlos V entendió las posturas de los distintos brazos de las Cortes y no hizo ningún reproche, sobre todo al exhausto pueblo. De este modo, el entusiasmo bélico despertado en el otoño de 1526 se fue enfriando.

Mientras tanto, la Emperatriz había llegado a Valladolid en avanzado estado de gestación. El 21 de mayo, tras dieciséis horas de parto, nació el primer vástago del matrimonio imperial, Felipe, el futuro heredero de Carlos V. El parto fue tremendamente dificultoso, pero la joven Isabel dio muestras de su fuerte carácter y dignidad. Según cuentan las crónicas de la época, la comadrona que asistía a la reina la instó a que gritara, a lo que la reina contestó, en su portugués natal: Nao me faleis tal, minha comare, que eu morirei, mas no gritarei. Tras el difícil parto, la alegría contagió a la Corte y se prepararon innumerables fiestas para celebrar el acontecimiento. El 5 de junio el recién nacido fue bautizado con un gran despliegue de fastuosidad imperial.

Los festejos por el nacimiento del heredero se vieron repentinamente interrumpidos por una noticia que hizo tambalearse a toda la Cristiandad. Las tropas imperiales, faltas de paga, habían sitiado y asaltado Roma, el Papa estaba prisionero de los soldados, los cuales carecían de control debido a la muerte de su jefe, el duque de Borbón.

El Saco de Roma

A principios de 1527, las tropas del duque de Borbón estaban listas para salir hacia Hungría para combatir a Solimán, pero para cuando se pusieron en camino, el frente se había estabilizado y su presencia ya no era necesaria. Por otro lado, Francisco I, asustado ante lo que había ocurrido en Mohacs, paralizó sus acciones bélicas contra Carlos V y puso en marcha una campaña diplomática orientada a hacer ver al resto de Europa que la culpa del desastre húngaro correspondía al Emperador, al tiempo que trataba de ocultar su alianza con Solimán. Estos dos acontecimientos, dejaron al ejército del duque de Borbón en una situación peligrosa: sin un objetivo y en medio de Italia.

El duque de Borbón, con plena libertad de acción, se lanzó sobre Milán, que recuperó de nuevo, y posteriormente puso rumbo al sur, a Roma. En la ciudad papal se encontraba el enviado imperial Hugo de Moncada, cuyo objetivo era hacer entrar en razón al Papa para que desistiera de su apoyo a Francia o en caso contrario aliarse con los Colonna y hacerle la guerra. La situación en la Ciudad Eterna era muy tensa, debido al cruce de amenazas entre Clemente VII y Hugo de Moncada. Al mismo tiempo, Carlos de Lannoy, virrey de Nápoles, levantó en sus territorios un pequeño ejército que amenazaba Roma desde el sur. No obstante, la gran amenaza era la que representaba el duque de Borbón, que marchaba hacia el sur con una formidable fuerza de 25.000 soldados a los que continuamente se añadían más tropas, atraídas por la posibilidad de botín.

Los mandos del ejército imperial del duque de Borbón, perdieron el control en la Toscana. Ante la falta de pago, los mercenarios se revelaron y empezaron a arrasar todo el territorio, los oficiales al mando sólo pudieron seguir a sus hombres para evitar males mayores. A la llegada a Roma exigieron un rescate de 300.000 ducados que Clemente VII no pudo satisfacer, por lo que entraron en la ciudad y la saquearon. En el asalto falleció el duque de Borbón, por lo que la anarquía se adueñó de las tropas. Lo que ocurrió a continuación ha pasado a la historiografía como el Saco de Roma, uno de los episodios más violentos del Renacimiento italiano.

Roma (Italia). Castillo de Santangelo.

Carlos V se enfrentó a acusaciones gravísimas, ante el estupor de la Cristiandad. Hasta los pueblos bárbaros de la Antigüedad, aquellos que habían acabado con el Imperio Romano, habían respetado Roma, sin embargo, las tropas de un emperador cristiano la habían saqueado. Para defenderse de las mismas, el Emperador puso a trabajar a sus mejores hombres, encabezados por Gattinara. El encargado de dar respuesta a las graves acusaciones lanzadas por el Papado fue el humanista Alfonso de Valdés, en su categoría de secretario de cartas latinas. Carlos V, a través de Valdés, envió cartas en latín a todos los príncipes de la Cristiandad, en las que se mostraba dolido por las acusaciones, repugnado por los actos de sus tropas y daba al mundo su versión de los hechos. Valdés no sólo defendió al Emperador, fue más allá, y presentó los acontecimientos como un castigo divino hacia un Papa que había dejado a un lado sus deberes como cabeza de la Cristiandad.

El Saco de Roma no hizo más que legitimar la alianza de Francisco I con Solimán, ya que sí el Emperador había saqueado la ciudad papal, un rey cristiano podía aliarse con los infieles. El Saco dio fuerzas pues a Francia, que rompió su aislamiento y provocó que se equilibraran las fuerzas. Enrique VIII, por su parte, pasó a apoyar abiertamente a Francisco I. Por otro lado, con Clemente VII prisionero, se alcanzó un acuerdo por el cual el Papa recuperaría la libertad a cambio de 400.000 ducados. La situación pues, se estabilizó tras el asalto a Roma.

1528, el regreso de las hostilidades

En el verano de 1527 la Corte se trasladó a Palencia debido a un estallido de peste en Valladolid. En otoño de ese año, ante las dificultades de alojamiento, la Corte se trasladó a Burgos. En todo ese tiempo, la situación internacional no dejó de complicarse y Carlos V tenía serios problemas en Italia, donde su ejército se encontraba disperso ante el avance de los franceses.

Francia, Inglaterra y Venecia, declararon la guerra a Carlos V, basándose en la necesidad de liberar al Papa. No obstante, el Papa ya había sido liberado, por lo que la argumentación carecía de valor.

En febrero de 1528 Carlos V convocó las Cortes en Madrid para obtener nuevos fondos y hacer jurar a su heredero. Hay que tener en cuenta, que como en las Cortes de 1527 no se había otorgado servicio alguno, el Emperador respetaba el plazo de tres años entre unas Cortes y otras; por ello, obtuvo 400.000 ducados.

La situación en Italia se hacía cada vez más desesperada. El poderoso ejército francés, acompañado por la flota de Andrea Doria, se dirigió directamente sobre Nápoles, mientras que la nobleza local se sublevaba contra el dominio español. Cuando todo parecía estar perdido para los defensores imperiales se produjeron dos acontecimientos que cambiarían el rumbo de la Historia. Por una lado, Andrea Doria, cansado de los incumplimientos franceses, cambió de bando y pasó al servicio de Carlos V; por otro, el ejército francés fue atacado por la peste y tuvo que retirarse a toda prisa. Nápoles se había salvado.

La liberación del Papa y el desastre del ejército francés, podían poner las bases para alcanzar una paz que diera respiro a Carlos V. Había además otro asunto que tendría una enorme repercusión en el futuro, Enrique VIII había empezado los trámites para anular su matrimonio con Catalina de Aragón, la tía de Carlos V. Todo esto suponía el fin de la Liga Clementina. Se contempló entonces un arriesgado proyecto de invadir Inglaterra, pero finalmente fue desechado.

En junio de 1528, Margarita de Saboya firmó una tregua entre los Países Bajos e Inglaterra, que suponía el primer paso para la paz. Francisco I aún mandó un nuevo ejército contra Carlos V, con la idea de recuperar el Milanesado, pero Antonio de Leyva lo derrotó en Landriano el 21 de junio de 1529. Tras esta derrota, y gracias a la intervención de Margarita de Saboya y de Luisa de Saboya, se firmó la Paz de Cambrai el 3 de agosto de ese mismo año. Carlos V renunciaba a Borgoña y Francisco I lo hacía al Milanesado, Génova, Nápoles y al señorío sobre Flandes. Además, Carlos devolvía a los hijos del rey francés a cambio de dos millones de ducados. El tratado se ratificó con el enlace entre Leonor de Austria y Francisco I.

La Dieta de Ratisbona y la amenaza sobre Viena

El embajador de Venecia en Constantinopla, un puesto de gran importancia en la época, fue el que dio la voz de alarma en la Cristiandad. Venecia, como potencia comercial que tenía negocios con Constantinopla, tenía una embajada permanente en tierras otomanas, embajada que además de su cometido comercial cumplía una importante labor de espionaje que frecuentemente se ha minusvalorado.

Ante la amenaza de Solimán, Carlos V reaccionó pidiendo el apoyo de toda la Cristiandad, ya fueran católicos o protestantes. En esos momentos, tanto unos como otros reconocían los esfuerzos imperiales por alcanzar un acuerdo y llegar a una solución del problema religioso, por lo que todos respetaban la autoridad del Emperador. No obstante, para hacer frente a Solimán, Carlos V necesitaba más recursos de los que el Imperio tenía, necesitaba la unidad de todos los Príncipes.

A principios de 1532 se convocó la Dieta de Ratisbona, en la que Carlos volvió a hacer un llamamiento en favor de la paz en la Cristiandad y por la guerra contra los turcos. Los esfuerzos pacificadores fueron reconocidos por todos y Carlos V consiguió un ayuda importante que le permitió levantar un ejército de 100.000 hombres. Todos los territorios de Carlos V colaboraron en la formación de este ejército, incluso su hermano Fernando mandó un contingente importante de soldados checos, pero una vez más, fueron los tercios viejos los que formaron la fuerza de choque, el orgullo de la infantería imperial. También llegaron nobles de todos los lugares, acompañados de sus propias huestes. La aportación económica también fue considerable, 500.000 ducados, lo que quedaba del rescate de los hijos de Francisco I, fueron enviados desde Castilla que además, sumó ciento ochenta millones de maravedís aprobados por las Cortes; el virrey de Cataluña envió 70.000 ducados. Todos estos fondos se completaron con las aportaciones particulares de los principales nobles, entre los que destacó la duquesa de Medina-Sidonia que dio 50.000 ducados. Los Países Bajos concedieron importantes subsidios y el rey de Portugal envió 100.000 ducados. En definitiva, un despliegue militar y económico sin precedentes.

Carlos V se puso al frente de su ejército y marchó hacia Viena para encontrarse con el ejército turco. El ejército otomano encontró una inesperada resistencia en Güns, una fortaleza a 100 kilómetros de Viena, que frenó su avance en agosto de 1532. Mientras, Carlos V continuaba su avance. Solimán no llegó a atacar Viena, pero empezó a plantearse la retirada ante la oposición encontrada. El 27 de septiembre, tras varios choques menores entre las vanguardias de ambos ejércitos, de los que salieron vencedores las tropas de Carlos V, Solimán el Magnífico inició la retirada. No se había producido la gran batalla entre ambos emperadores, pero Carlos V había logrado expulsar a Solimán.

La expedición a Túnez

La expansión de la Monarquía Católica por el sur del Mediterráneo se vio interrumpida en 1516 por la muerte de Fernando el Católico. Esto fue aprovechado por Arug Barbarroja y su hermano Khair, para hacerse con el control de Argel. A partir de entonces, los corsarios de Argel protagonizaron diversas razzias sobre las costas hispanas.

La marcha de Carlos V a Italia en 1529 dio nuevas fuerzas a Khair Barbarroja (Arug había muerto en 1518), que multiplicó sus ataques por el Mediterráneo occidental. Pese a los insistentes ruegos de la Emperatriz, los esfuerzos bélicos de Carlos V estuvieron en otros frentes y la flota imperial estaba ocupada en el Mediterráneo oriental en lucha contra los turcos.

El 2 de agosto de 1534 Barbarroja, que había sido nombrado almirante de la armada turca, se apoderó de Túnez, cuyo rey Muley Hasan era feudatario de Carlos V. Además, el corsario argelino había atacado Nápoles. Esto suponía un ataque directo a los intereses imperiales en el Mediterráneo, ya que Barbarroja no sólo era un corsario, era el almirante de la flota turca en el Mediterráneo occidental, con lo que todos los territorios de Carlos V en Italia corrían peligro. El Emperador ordenó la movilización general en todos sus territorios del Mediterráneo.

Antes de emprender ninguna acción eran necesarios nuevos fondos, con este fin se convocaron las Cortes de Castilla en Madrid. El discurso inicial fue semejante al de Monzón, donde Carlos V había logrado algunos éxitos en cuanto a sus prerrogativas regias, pero no había conseguido el dinero que buscaba. Por lo tanto, correspondía de nuevo a Castilla sufragar los gastos de la defensa de la Monarquía. Las Cortes otorgaron 200.000 ducados, todo lo que podían dar, pero insuficientes.

Carlos V empezó a movilizar las tropas, para ello solicitó la participación de las Órdenes Militares, pero la respuesta fue decepcionante. Cuando parecía que la expedición a Túnez se iba a postergar de nuevo, llegó una fabulosa noticia, la flota de Indias llegó con más oro y plata del que había traído nunca. Pizarro acababa de conquistar el rico Perú y los tesoros incas, mucho mayores que los aztecas, llegaban a España para colmar las exhaustas arcas. Desde ese momento, las remesas de América se incrementaron de forma espectacular, a partir de 1535 llegaban a Sevilla una media de 300 millones de maravedíes anuales.

Francisco Pizarro.

El dinero llegado de América, más los 200.000 ducados de las Cortes de Castilla, más otros 800.000 obtenidos de préstamos de particulares y las cantidades aportadas por el clero, las Órdenes Militares, la Mesta y los impuestos sobre la seda granadina, hicieron subir los fondos del Emperador hasta los dos millones de ducados.

Resuelto el problema económico, la flota se empezó a reunir en Barcelona. El Emperador mantuvo en secreto su deseo de ponerse una vez más al frente de sus tropas. Tanto sus consejeros más cercanos como la Emperatriz, conocieron a última hora sus planes y trataron de disuadirlo sin éxito. Además de derrotar a Barbarroja, Carlos V pretendía visitar sus reinos italianos.

Carlos V contó en esta ocasión con el apoyo entusiasta del nuevo papa, Paulo III, que puso a su disposición seis galeras y presionó a Francisco I para que no iniciara la guerra de nuevo. Por si el rey francés ignoraba los designios papales, Carlos V envió una alta suma de dinero a los Países Bajos para armar un ejército en el caso de que Francisco I atacase. Además, buscó el compromiso de los príncipes alemanes de atacar Francia si Francisco I hacía algún movimiento. Tras la ofensiva diplomática para dejar seguras sus fronteras, Carlos V puso en marcha la movilización de sus ejércitos. Ocho mil hombres fueron reclutados en Castilla y otros tantos landsquenetes en Alemania. Los tercios viejos de Italia se pusieron en marcha y miles de soldados italianos fueron reclutados. A estos se sumaban, la Orden de San Juan y una poderosa flota portuguesa. En total las fuerzas imperiales contaban con unos 30.000 soldados, a los que había que sumar los aventureros y las fuerzas aportadas por los nobles españoles, portugueses, flamencos, borgoñones e italianos. Tal apoyo se debió al espíritu de cruzada que envolvía a la expedición, pero también a la fama de Carlos V.

El 31 de mayo de 1535 la flota imperial salió del puerto de Barcelona entre el júbilo de los congregados. Carlos V, el Emperador de la Cristiandad partía a la cruzada contra el Turco. La flota imperial navegó hacia Cagliari (Cerdeña) al encuentro del resto de las fuerzas, las tropas italianas y alemanas mandadas por el marqués del Vasto. El 15 de junio las fuerzas imperiales ocuparon Puerto Farina, junto a las ruinas de Cartago. En los dos días siguientes el ejército desembarcó y se estableció una sólida cabeza de puente. Era fundamental mantener abiertas las rutas marítimas ya que por mar tenían que llegar los aprovisionamientos del ejército. No obstante, pese a los esfuerzos de la flota, pronto empezó a fallar el avituallamiento, por lo que se recurrió al mercado negro. Las inclemencias climáticas y las malas condiciones alimenticias empezaron a amenazar el ejército, por lo que urgía tomar una plaza fuerte, La Goleta. Tras un mes de continuo avance, Carlos V llegó a los muros de la fortaleza y se lanzó al ataque. La inexpugnable plaza de La Goleta fue batida durante horas por la artillería de la flota imperial y de las piezas de tierra, hasta que finalmente se abrió una brecha en sus muros por la que entraron los tercios viejos españoles. El 16 de julio de 1535 La Goleta cayó en manos imperiales.

A la conquista de La Goleta, la plaza marítima más importante de Túnez, se unió la noticia del nacimiento de una nueva hija del Emperador, la princesa Juana. Ante este triunfo se planteó el interrogante de si había que seguir adelante o si ya se había cumplido el objetivo de la misión. La captura de La Goleta significaba que las flotas de Barbarroja ya no podrían partir desde Túnez, pero Carlos V quería más, deseaba derrotar completamente a su enemigo en Túnez. La toma de La Goleta había supuesto además la captura de 85 barcos y 200 cañones.

El 20 de julio el ejército se puso de nuevo en camino, con el objetivo de capturar Túnez. La mayor dificultad del ataque era la época del año, en pleno verano las armaduras imperiales se convertían en trampas mortales, al tiempo que la sed hacía mella entre las tropas y se producían violentos enfrentamientos por la posesión de los pozos de agua. Barbarroja confiaba en el clima para derrotar al ejército de Carlos V, no habituado a semejantes temperaturas. En medio de estas penalidades ocurrió un hecho inesperado, aprovechando que las tropas de Barbarroja habían salido de la ciudad para defender los pozos de agua, los miles de esclavos cristianos que se encontraban en el interior se sublevaron y se adueñaron de la fortaleza. Barbarroja no tuvo más remedio que huir y Carlos V entró en Túnez prácticamente sin resistencia. Sólo faltaba, para que la victoria fuera total, la captura de Barbarroja, pero a pesar de que Andrea Doria le persiguió hasta Argel, el corsario logró darse a la fuga. En Túnez Carlos V se apoderó de unas comprometedoras cartas de Francisco I que probaban una alianza entre Francia y Barbarroja.

Tras la asombrosa victoria del Emperador, se dio por concluida la campaña y Carlos V inició los preparativos para desplazarse a Sicilia. En España no se entendió bien el motivo por el que el Emperador no había perseguido a Barbarroja hasta Argel, así lo expresó la Emperatriz:

Quedo con gran deseo de saber la determinación que V. M. había tomado después de la venida de Jorge de Melo, así con el rey de Túnez como en lo demás que se había de hacer en el armada. Espero en Dios que será lo que más convenga a su servicio, que lo que acá deseamos es que se acabase de destruir ese corsario, y se le tomase a Argel, pues yendo tan desbaratado paresce que se podría hacer agora con más facilidad que en otro tiempo, demás de acabar de limpiar la mar de las galeras que le quedaron y otras fustas que andan haciendo daño por estas costas. Lo cual se podrá bien efectuar sin poner V. M. en ello su imperial persona.

Carlos V no siguió estos consejos y se marchó a Sicilia. Al igual que ocurrió con Francisco I en Pavía, Carlos V no apuró su victoria hasta el final, quizá por ser esto contrario a su espíritu de caballero. No obstante el Emperador tenía sus motivos para no continuar la campaña, por un lado, entre Túnez y Argel había una gran distancia, por otro el ejército estaba agotado por los rigores del clima y por último, las provisiones estaban agotadas y podía ocurrir el desastre. Barbarroja aprovechó la situación para lanzar a las fuerzas que le quedaban sobre Menorca. Conquistó Mahón, asoló la isla y capturó gran cantidad de esclavos. En España creció el malestar general ya que se entendía que la toma de Túnez sólo beneficiaba a los territorios italianos del Emperador, mientras que España, que tanto había contribuido a la victoria, era la pieza sacrificada. Carlos V permaneció en Sicilia durante el otoño de 1535 y posteriormente pasó a Nápoles, donde estuvo todo el invierno. En aquellos momentos, los intereses del Emperador se encontraban en Italia, en afianzar su dominio sobre Italia que equivalía a hacerlo sobre Europa entera; mientras que España tenía que pasar a un segundo plano.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 01 Jun 2015 01:47

CARLOS I DE ESPAÑA Y V DE ALEMANIA segunda parte

El viaje a Italia: Sicilia, Nápoles y Roma

En los primeros días de agosto, el ejército imperial se dispuso a reembarcarse rumbo a Italia, a excepción de la guarnición que quedó el La Goleta. El 22 de agosto, Carlos V desembarcó en Sicilia, donde fue recibido con grandes muestras de entusiasmo por la población. Allí, el Emperador fue proclamada Carolus Africanus, al estilo de los antiguos conquistadores de Roma. En Palermo, los Estados del Reino le concedieron un subsidio de 150.000 ducados. Más espectacular fue el recibimiento que le dio Nápoles y mucho más alta la cantidad de dinero: un millón y medio de ducados.

La alegría del Emperador en Italia se truncó el 19 de febrero de 1536 ante una alarmante noticia, Francisco I había invadido el ducado de Saboya. Francisco I no sólo había vuelto a Italia, había atacado Saboya cuya duquesa era hermana de la Emperatriz. Ante esto, Carlos se veía obligado a dilatar su ausencia de Castilla, pues una nueva guerra iba a comenzar.

Antes de iniciar el conflicto, Carlos V buscó el apoyo de Paulo III y el nuevo Papa se comprometió a actuar como mediador entre ambos reyes. No obstante, Carlos V no se fiaba ya de Francisco I e inició los preparativos para la guerra mientras aún se negociaba para alcanzar la paz. Carlos V se dirigió a Roma para entrevistarse personalmente con Paulo III y transmitirle su malestar por haber permitido que Francisco I usara los diezmos eclesiásticos para rearmarse.

Roma se engalanó para recibir al Emperador, se demolieron casas, se limpiaron edificios, se erigieron arcos triunfales, en suma se preparó un recibimiento al estilo del que recibían en la Antigüedad los generales victoriosos romanos. El 4 de abril Carlos V llegó a las afueras de Roma acompañado de un impresionante séquito militar y el día 5 hizo su entrada triunfal en la Ciudad Eterna. En Roma, el 17 de abril, ante el Papa, el Colegio cardenalicio y los embajadores europeos, Carlos V realizó un discurso en español, auténticamente sorprendente en el que trató de ganarse el favor de todos y acusó a Francisco I de estar aliado con los musulmanes y ser el perpetuo violador de la paz. La fuerza y el tono directo del discurso, junto con el patente enfado del Emperador por la actitud de Francisco I sorprendieron a toda la audiencia, incluyendo a sus propios consejeros. Carlos V, en la cima de su poder, reclamaba al Papa y al resto de los Estados que reconocieran sus méritos, sus deseos de paz y que arremetieran contra Francisco I. Una vez más, Carlos V volvió a retar al rey francés a un combate singular.

La incesante guerra en Europa

Para Francia la caída de Túnez en manos de Carlos V no era una buena noticia, ya que debilitaba sus relaciones con Argel y fortalecía la posición del Emperador. Francisco I sólo había firmado la Paz de Cambrai para ganar tiempo y restablecer su precaria posición militar, pese a lo firmado, nunca había renunciado al Milanesado y eso sólo podía conducir a un nuevo enfrentamiento con Carlos V.

Tras Cambrai, Francisco I se lanzó a una febril reorganización de los recursos de su reino y a una actividad diplomática tendente a aislar a Carlos V. Fue entonces cuando se creó un ejército nacional francés compuesto de poderosas legiones. Francisco I firmó alianzas con Enrique VIII, al que prometió ayuda en su pleito con Roma; con los príncipes alemanes protestantes de la Liga de Esmalkalda; y con el Papado a través de la boda de su hijo Enrique con Catalina de Médicis, sobrina de Clemente VII. Todo este despliegue diplomático fue posible por el debilitamiento de la posición de Carlos V en el norte de Europa. En efecto, el Emperador, al volcar sus esfuerzos en el Mediterráneo, tuvo que hacer algunas concesiones en Europa y su relación con su hermano Fernando se resintió. Por todo ello, Francisco I, seguro de sus fuerzas y de sus apoyos diplomáticos, se lanzó sobre Italia e invadió Saboya.

La respuesta de Carlos V a la invasión de Saboya no se hizo esperar. En su discurso de Roma, el Emperador dio un plazo de veinte días a Francisco I para que abandonase Saboya o habría guerra. El 18 de abril de 1536 Carlos V salió de Roma al encuentro de sus ejércitos del norte de Italia, al mismo tiempo que desarrollaba los preparativos para un doble ataque sobre Francia.

Carlos V movilizó a sus fuerzas en España e Italia y reclutó a 35.000 landsquenetes en Alemania. La idea imperial era lanzar un ataque masivo no en Italia sino desde Italia. Pretendía invadir Francia por todas parte, por un lado un ataque marítimo de la flota, por otro una invasión desde Italia y por otro un ataque desde la frontera de los Países Bajos. En el mes de junio Carlos V llegó a Lombardía con un ejército de 60.000 soldados (24.000 alemanes, 26.000 italianos y 10.000 españoles) más la caballería y la artillería. Poco después se añadieron los refuerzos enviados por Fernando desde el Imperio y los de España: 4.000 soldados y 600.000 ducados.

Entre el 17 y el 25 de julio el ejército de Carlos V cruzó los Alpes marítimos. El día 25 Carlos V entraba en Niza y de allí recorría toda la Provenza. El 2 de agosto se ordenó que desembarcara la artillería para marchar sobre Marsella. Las tropas francesas, al mando de Montmorency, aplicaron una táctica de tierra quemada, que consistía en retirarse sin combatir pero arrasando todo tras ellos para que el ejército imperial no pudiera abastecerse. En poco tiempo las tropas imperiales empezaron a padecer enfermedades derivadas de la falta de alimentos. El ataque sobre Marsella fracasó y la invasión del conde de Nassau desde los Países Bajos también. Ante esto, el 4 de septiembre Carlos V ordenó la retirada. En la retirada falleció el gran general Antonio Leyva y el poeta Garcilaso de la Vega. Para los ideales de la época, la victoria había correspondido a Carlos V ya que su rival no se había atrevido a presentar batalla, pero lo cierto es que de la invasión de Francia el Emperador no había logrado nada.

La paz con Francia

En su retirada, Carlos V dejó una guarnición en Niza para evitar futuros ataques de Francisco I sobre Provenza. Posteriormente llegó a Génova, donde estuvo más de un mes reorganizando sus fuerzas en Italia. Para sustituir al difunto Leyva nombró al marqués del Vasto. Finalmente, entrado ya el mes de noviembre, el Emperador zarpó de regreso a España.

El 5 de diciembre Carlos V desembarcó en la costa catalana y emprendió camino hacia Tordesillas donde había dado orden de que se reuniese su familia. Cabalgando sin descanso, llegó a Tordesillas el 19 de diciembre. Tras pasar las Navidades descansando en Tordesillas, rodeado de su familia, el 29 de diciembre se trasladó, junto a la Corte, a Valladolid. Allí permaneció hasta el mes de julio, afectado por un grave ataque de gota. El Emperador se mostró apático y cansado, ni siquiera las Cortes de Castilla, convocadas en el mes de abril, lograron que saliera de su abatimiento. Castilla no se encontraba en una buena situación económica, no obstante, se pidieron nuevos subsidios, más de doscientos millones de maravedíes a pagar en dos años, para hacer frente a una situación internacional ciertamente complicada. Así, la fallida invasión de Francia había envalentonado a Francisco I y se temía su contraataque. Además, la amenaza turca seguía vigente, máxime cuando la alianza entre Francia y el Imperio Otomano se había redoblado.

Ante la crítica situación internacional, Carlos V salió de su apatía. El 23 de julio de 1537 salió de Valladolid y diez días más tarde se encontraba en Zaragoza, dispuesto a presidir las Cortes de Monzón. Atrás quedaba la Emperatriz, de nuevo embarazada. El 10 de agosto llegó a Monzón, donde le esperaban los representantes de Cortes. Mientras tanto, un nuevo problema ocupó la atención del Emperador. Su hermana María de Hungría se quejaba del intervencionismo en sus decisiones del consejero imperial Granvela. Pese al respeto que tenía a su hermana, Carlos V confiaba plenamente en Granvela y de hecho, el entendimiento entre Granvela y Cobos era una de las bases del Gobierno de Carlos V. El primero se ocupaba de los asuntos internacionales y el segundo de los de España.

Las Cortes de Monzón se prolongaron hasta mediados de noviembre, pero finalmente, Carlos V logró la mayor cantidad de dinero que las Cortes le habían otorgado hasta entonces. Al finalizar la Cortes, a Carlos V le llegó la inquietante noticia de que la Emperatriz había dado a luz un niño pero que no lograba recuperarse del parto. El 27 de noviembre Carlos V llegó a Valladolid tras una veloz cabalgata. Pero su estancia junto a su esposa se vio interrumpida por los acontecimientos internacionales. El rey francés se acercaba con su Corte a Provenza y Carlos no podía dejar pasar la oportunidad de entrevistarse con él y llegar a la tan ansiada paz.

Si Carlos V no se encontraba en situación de entablar una nueva campaña militar, Francisco I no se hallaba en una situación mucho mejor. Por eso, ambos iniciaron contactos para llegar a la paz. En estos contactos tuvieron un destacado papel María de Hungría y el delfín Enrique de Francia. Se acordó que dos comisionados de cada bando se reunieran en territorio fronterizo para tratar de llegar a un acuerdo, por parte francesa fueron el cardenal de Lorena y Montmorency, mientras que por parte imperial asistieron Granvela y Cobos.

A principios de febrero de 1538 se había formado la Santa Liga entre el Emperador, su hermano Fernando y Venecia, para luchar contra los ataques otomanos en el Mediterráneo. Ante la perspectiva de un nuevo ataque contra el Islam, Paulo III decidió intervenir en la querella entre Francisco I y Carlos V. Así, citó a ambos en Niza para tratar de alcanzar un acuerdo. En Castilla, la Emperatriz aconsejaba a su esposo que no fuera a Niza, ya que el Reino no podía afrontar los gastos, no obstante el viaje se hizo y Castilla se endeudó hasta extremos imposibles para financiarlo. Finalmente, de la mediación de Paulo III no salió la tan ansiada paz, sólo una tregua por diez años.

Carlos V acompañó a Paulo III en su viaje de regreso a Italia y, pese a que no logró que el Papa rompiera su neutralidad en su favor, si consiguió una alianza familiar (se concertó el matrimonio de la hija natural del Emperador, Margarita, con el nieto del Papa, Octavio Farnesio) y los ingresos de cinco años de la Bula de Cruzada, dos millones de ducados.

Leonor de Austria logró lo que el Papa no había conseguido, que se produjera un encuentro entre su hermano Carlos V y su marido Francisco I. La entrevista se fijó en Aigues-Mortes, al regreso del viaje del Emperador. Allí llegó el 4 de julio la flota imperial. El encuentro se transformó en unas sorprendentes muestras de amistad y afecto por parte de ambos soberanos.

La Santa Liga

El 20 de julio de 1538 Carlos V desembarcaba en Barcelona ilusionado tras su afectuosa entrevista con Francisco I. Todo parecía indicar que el Emperador podría llevar a término la muchas veces postergada campaña contra Argel. Ese verano lo pasó en compañía de su familia en Valladolid, desde donde convocó las Cortes generales de Castilla en Toledo.

El 23 de octubre la Corte llegó a Toledo. El Emperador necesitaba más hombres y dinero para realizar la campaña de Argelia. El estado de la Hacienda era auténticamente caótico, Francisco de los Cobos realizó un informe según el cual hacían falta 4.273.000 ducados (1.601.365.000 maravedíes) para sanear las cuentas imperiales, cifra inalcanzable para los recursos de Carlos V. En sólo cuatro años se había pasado de una Hacienda saneada gracias a la plata de Perú, a una situación desesperada, y eso debido a la campaña de Túnez, la tercera guerra con Francia y los gastos del viaje imperial a Niza y Aigues-Mortes. La única solución pasaba por lograr que las Cortes adelantaran los subsidios correspondientes a 1540-1542 y que las clases privilegiadas aceptaran cooperar económicamente. No obstante, la respuesta de los nobles en las Cortes de Toledo fue muy distinta, allí, solicitaron al Emperador que cambiara su política exterior y que pusiera fin a las guerras y a los costosos desplazamientos de la Corte. Las ciudades pusieron las mismas objeciones y sólo el clero se prestó voluntarioso a las peticiones imperiales.

Según lo acordado en la Santa Liga, había que levantar un ejército de 300 barcos, 50.000 infantes y 4.500 caballeros, de los que la mitad correspondían al Emperador. Semejantes fuerzas hicieron florecer en la Cristiandad la idea de una nueva cruzada general contra el Islam, al estilo que las de la Edad Media. A lo largo de todo el año 1538, Carlos V se mostró entusiasmado con la idea de ponerse al frente de las tropas de la Cristiandad. Pese a este entusiasmo, la realidad se mostró mucho más parca y los aliados no fueron capaces de reunir más que 131 galeras y 16.000 soldados, de los que 11.000 eran españoles.

El ejército de la Liga tuvo una primera victoria en la montenegrina Herzeg Novi (Castelnuovo) y logró acorralar a la flota de Barbarroja en el golfo de Artá. Se trataba de un primer ensayo de lo que debería ser el gran ataque del verano de 1539. En Herzeg Novi quedó un tercio viejo, al mando de Francisco Sarmiento. Estos soldados, unos 4.000, protagonizaron el hecho más impresionante de esta campaña, ya que lograron aguantar la acometida de todo el ejército de Barbarroja, unos 50.000 hombres, ayudados además por la flota otomana, desde el 15 de julio al 7 de agosto de 1539. Para esas fechas, la Santa Liga estaba prácticamente disuelta. No obstante, la gesta del tercio de Castelnuovo no fue inútil, por un lado Barbarroja sufrió un número sorprendente de bajas, lo que desgastó su poderío, por otro, la Cristiandad quedó maravillada de la heroica defensa, sobre todo Italia, amenazada por los turcos y que veía como los únicos capaces de defenderla eran aquellas tropas imperiales, dispuestas a todo antes de rendirse.

Un hecho oscuro referente a la Santa Liga fueron las negociaciones secretas llevadas a cabo entre la diplomacia imperial y Barbarroja. Estas negociaciones, iniciadas en 1537 curiosamente por Barbarroja, tenía por objeto convertir al almirante turco en vasallo de Carlos V, tal y como había ocurrido anteriormente con Andrea Doria. Hasta 1540 estuvieron en pie las negociaciones, pero finalmente no se alcanzó ningún acuerdo.

La Santa Liga no logró los objetivos deseados por diversas razones. En primer lugar, Venecia sólo pretendía obtener mejores posiciones comerciales con respecto al Imperio Otomano; por otro lado, Francia se negó a apoyar a la Liga y Carlos V fue incapaz de levantar al ejército necesario tras la negativa de las Cortes de 1538. Además, los pobres resultados logrados en 1538 hicieron que la alianza se debilitara aún más. Finalmente, en la primavera de 1539, Carlos V renunció a sus sueños de cruzada.

El desastre de Argel

En el verano de 1541 Carlos V contemplaba como el panorama internacional se le complicaba por momentos. Se temía un inminente ataque de Solimán sobre Hungría, de hecho, en ese verano Budapest fue conquistada por los turcos; y una ruptura de la paz por parte de Francia. Al mismo tiempo, necesitaba una resonante victoria para presionar al Papa en su deseo de convocar el Concilio, máxime cuando la Dieta de Ratisbona había fracasado. También era necesario dar satisfacción a sus pueblos hispanos, sacrificados tantas veces a los intereses del resto del Imperio. Por todo ello, Carlos V cambió su política y pasó a la ofensiva, el objetivo: Argel.

En España era un clamor la necesidad de poner fin a las correrías de Barbarroja en el Mediterráneo y para ello era imprescindible acabar con su base de operaciones. Carlos V por su parte, seguía manteniendo vivo su sueño de la Universitas Christiana a pesar de que le había tocado luchar contra los reformadores protestantes, los príncipes alemanes, unos papas poco comprometidos con su causa, unos reyes difícilmente colaboracionistas y un Imperio Otomano que, de la mano de Solimán, se encontraba en la cima de su poderío; por ello, había que lograr una nueva victoria que permitiera extender las fronteras de la Cristiandad, había que conquistar Argel.

A pesar de que el verano estaba acabando, Carlos V reunió a su ejército y se dispuso para lo que debería ser una acción bélica de rápidos resultados. Al ejército imperial se sumaron un número grande pero indeterminado de aventureros, sobre todo españoles; nobles con sus séquitos, hidalgos y escuderos. Entre todos ellos, un hombre de gran fama: Hernan Cortés, el conquistador de los aztecas.

El ejército reclutado por Carlos V en Italia y Alemania, se reunió con las tropas hispanas en Mallorca. El 19 de octubre la flota imperial desembarcó en Matafú, en la costa africana, con lo que dio inicio la gran campaña. En principio, las tropas imperiales parecían muy superiores a las de Barbarroja y pese a que Argel tenía buenas defensas, estas eran muy inferiores a las que años antes habían sido batidas en Túnez. El principal problema de la campaña era la fecha elegida, en pleno otoño las embarcaciones se encontraban a merced de las inclemencias climáticas, de hecho, en el corto trayecto entre Mallorca y Argelia la flota ya fue dispersada por una tormenta, lo que obligó a buscar la seguridad del puerto de Matafú.

Cuando aún no se había desembarcado la totalidad de las tropas ni los alimentos, una nueva tormenta puso en peligro la flota que tuvo que buscar refugio quedando en tierra el ejército sin provisiones. En tierra, la tormenta hacía inútiles los arcabuces imperiales, ante la imposibilidad de encender sus mechas, por lo que los argelinos, armados con ballestas, tenían una amplia ventaja. Mientras tanto, en el mar, la flota pasaba grandes dificultades para mantenerse a flote y se vio obligada a desprenderse de la carga: artillería y provisiones. El ejército imperial que iba a sitiar Argel se encontró sitiado por los argelinos, sin comida, sin apoyo naval, sin apenas caballos y con poca artillería. La situación se volvió desesperada y Carlos V tuvo que ordenar la retirada hasta Matafú so pena de perder el ejército. En Matafú se organizó un consejo militar en el que todos los capitanes aconsejaron la retirada definitiva para salvar lo que quedaba del ejército. La empresa de Argel había fracasado ante la mala organización y la falta de previsión, era el 2 de noviembre de 1541. Sólo Hernán Cortés abogó por continuar la batalla, pero no fue escuchado.

La campaña de Argel había sido un sonoro fracaso, pero era imprescindible minimizar su impacto en la opinión pública europea ya que se corría el riesgo de que los enemigos de Carlos V aprovecharan la ocasión para atacarle. Por eso se hizo correr la noticia de que a pesar del fracaso el ejército imperial se encontraba entero y el Emperador a su frente. No obstante, la cruzada, la lucha contra el Islam, había terminado para Carlos V que desde entonces sólo se ocupó de los asuntos de Europa.

Muy en el pensamiento de la época, Carlos V había puesto al campaña de Argel en manos de Dios, por lo que su fracaso suponía que algo había hecho contra los designios divinos. Para el Emperador la respuesta era evidente, el fallo estaba en el trato que los conquistadores de América daban a los indígenas, eso había motivado la ira divina y eso era lo que estaba detrás de la catástrofe de Argel. En efecto, hacía tiempo que diversas autoridades, como Francisco de Vitoria, se quejaban de los abusos cometidos por los conquistadores. Por ello, en 1542 Carlos V promulgó las Leyes Nuevas, como un serio intento de frenar la conducta de los conquistadores y hacer respetar los derechos de los nativos.

La cuarta guerra con Francia

Tras una penosa travesía, Carlos V llegó a Cartagena el 1 de diciembre de 1541 y de allí se encaminó al interior de la península al encuentro con su hijo Felipe. Era urgente que Carlos V acabara de formar al príncipe para hacer frente a las responsabilidades que le correspondían como heredero, máxime cuando Francia estaba dando muestras evidentes de que iba a iniciar de nuevo las hostilidades contra el Emperador.

Con el objeto de preparar a Felipe para el Gobierno y de que sus súbditos conocieran al próximo rey, Carlos V inició una serie de viajes por los distintos reinos hispanos acompañado del heredero. El Emperador pronto se dio cuenta de que su hijo estaba bien preparado y que podía confiar en él los asuntos de Estado, algo fundamental en un tiempo en el que cada vez eran más evidentes los preparativos de Francisco I para atacar los Países Bajos.

De diciembre de 1541 a mayo de 1543 Carlos V pasó su última temporada en España al frente del Gobierno. En este tiempo trató de asegurar las fronteras con Francia e involucrar de lleno a su heredero en los asuntos de la Monarquía.

A principios de 1542 se convocaron las Cortes de Castilla en Valladolid, pero antes de asistir a las Cortes, Carlos V pasó unos días con su madre en Tordesillas. Carlos V, tras hacer un resumen de los acontecimientos de los últimos años y una advertencia sobre los peligros que se cernían sobre la Monarquía Católica, obtuvo de las Cortes 450 millones de maravedíes.

La causa de la guerra

El motivo que acabó desencadenando el nuevo conflicto entre Francisco I y Carlos V no fue otro que el control del Milanesado, la llave del dominio europeo. Si bien, tras la triunfal acogida del Rey de Francia al Emperador en 1540, todo parecía indicar que habían quedado enterradas las hostilidades; la decisión de Carlos V de ceder el ducado de Milán a su hijo Felipe volvió a encender los ánimos belicistas de Francisco I.

En 1540 Carlos V parecía convencido de llegar a un acuerdo con Francisco I sobre Milán. No se trataba de ceder el Milanesado, sino de dejarlo en manos neutrales por medio de un enlace dinástico. Pero la sublevación de Gante hizo ver al Emperador la necesidad de mantener controlado el Milanesado como único camino para el tránsito de los ejércitos imperiales desde el sur hacia los Países Bajos. A partir de ese momento, la diplomacia imperial trabajó para lograr un nuevo enlace dinástico, el de María de Austria, la hija del Emperador, con el duque de Orleans, segundo hijo de Francisco I. María tendría como dote los Países Bajos, el Franco Condado y Charlois. Francisco I no aceptó esta alianza debido a la desconfianza que sentía hacia Carlos V y a que su auténtico sueño no era otro que el de controlar Italia y no el norte de Europa.

Sorprendido por la negativa francesa y perdiendo toda esperanza de alcanzar la paz duradera, Carlos V entregó el Milanesado a su hijo Felipe y casó a María con Maximiliano, un hijo de su hermano Fernando. Francisco I por su parte, se sintió traicionado y renovó su alianza con los protestantes y los turcos. La guerra era ya sólo cuestión de tiempo y de que se presentase la oportunidad debida, esta oportunidad apareció tras el desastre de Carlos V en Argel.

El desarrollo del conflicto

Tras concluir las Cortes castellanas, Carlos V partió hacia Aragón, acompañado de su heredero. Antes de llegar al Reino de Aragón, la comitiva imperial se detuvo en Navarra, donde se dieron órdenes para fortificar la frontera y se aprovechó para que el heredero y su pueblo se conocieran. El 22 de junio de 1542 Carlos V hizo su entrada en Monzón. De las Cortes generales de Aragón, Carlos V consiguió el servicio habitual y el juramento de fidelidad hacia el príncipe Felipe. Tras concluir las Cortes, Carlos V y el príncipe Felipe viajaron por la Corona de Aragón.

El 12 de julio de 1542, Francisco I proclamó la guerra a Carlos V. Oficialmente, Francisco I acusaba al Emperador de la muerte de dos de sus embajadores y de no devolverle el Milanesado. La guerra debía ser total, todo súbdito francés debía atacar los intereses imperiales allá donde se encontraran, a excepción del Imperio, ya que Francisco I no quería arrojar a los príncipes alemanes en los brazos de Carlos V y pretendía usarlos como una fuerza debilitadora de su eterno rival. La respuesta de Carlos V no se hizo esperar y rompió todas las relaciones con Francia.

Sólo Paulo III continuaba abogando por la paz, máxime cuando al fin se había decidido a convocar el Concilio de la Iglesia para debatir la cuestión protestante. El lugar elegido para el Concilio era Trento y la fecha de inicio el 1 de noviembre de 1542, por ello, una nueva guerra en el seno de la Cristiandad no era deseable y sólo podía debilitarla frente a sus enemigos. Francisco I rechazó la convocatoria del Concilio, ya que si el Imperio se pacificaba la posición de Carlos V saldría fortalecida; por su parte, Carlos V mostró su enfado por el hecho de que Paulo III no hiciera distinciones entre él, que había luchado contra los turcos en defensa de la Cristiandad, y Francisco I, que no había dudado en aliarse con los turcos para atacarle.

Francisco I inició la guerra con un triple ataque sobre Milán, Flandes y Cataluña, siendo este último donde concentraron las mayores fuerzas. Carlos V, en su reciente viaje por la Corona de Aragón, había encomendado al duque de Alba que reforzara las defensas de Barcelona y preparara la guerra, por lo que el ataque francés no fue una sorpresa. El ataque a Cataluña se convirtió en un calco, salvo que a la inversa, de lo ocurrido unos años antes en la Provenza y los franceses tuvieron que retirarse. En el Milanesado Francisco I no logró mejores resultados, ya que su avance quedó rápidamente estancado. Sin embargo, en Flandes la guerra cobró mayor importancia. El duque de Orleans se apoderó de Luxemburgo; el duque de Clèves, aliado de Francia, puso en graves dificultades al príncipe de Orange, que a punto estuvo de perder Amberes.

Tras el primer ataque, Carlos V comprobó lo que siempre supo, que si bien sus dominios meridionales eran fuertes, sus posesiones en el norte eran sumamente vulnerables. Por lo tanto, era urgente ponerse al frente de la guerra en aquellos lugares donde su posición era más débil. El 1 de marzo de 1543 Carlos V salió de Madrid rumbo a Bruselas, al frente de los designios de España quedaba su hijo Felipe, acompañado de Tavera, Cobos, Zúñiga y el duque de Alba. El 30 de abril embarcó rumbo a Génova, pero poco después tuvo que refugiarse en Palamós debido al mal tiempo. Desde allí envió unas instrucciones secretas al príncipe Felipe en las que daba testimonio del estado de abatimiento que padecía e hizo recomendaciones importantes para el Gobierno.

Finalmente, el 25 de mayo Carlos V desembarcó en Génova. Allí, Carlos V recibió un mensaje sorprendente, una embajada papal le recibió y le planteó una oferta para alcanzar la paz: el Milanesado a cambio de dos millones de ducados, además las plazas fuertes y la capital continuarían perteneciéndole. La oferta era tentadora, pero Carlos V se negó a contestarla hasta recabar la opinión de sus hermanos Fernando y Margarita y de su hijo Felipe. Éste último se mostró dispuesto a ceder su herencia a cambio de la paz y el dinero, que tanta falta hacía en la Hacienda imperial, pero la respuesta de Felipe llegó demasiado tarde, cuando la entrevista entre Carlos V y Paulo III ya había fracasado.

A principios de julio de 1543 Carlos V marchó desde Italia hacia los Países Bajos, acompañado de un impresionante ejército. Tras un lento viaje, el 20 de agosto llegó a Bonn, a escasos kilómetros del frente abierto por el duque de Clèves. Dos días más tarde, Carlos V se plantó ante la fortaleza de Düren, plaza inexpugnable controlada por Clèves, al frente de un ejército de 45.000 infantes y 6.500 caballos. El 24 de agosto la plaza fue conquistada y saqueada por el ejército imperial. El avance imperial fue fulminante, ante el pavor que provocaban los tercios viejos, y el 6 de septiembre Clèves se rindió ante Carlos V, que le perdonó y le restituyó en sus estados. En la campaña el príncipe de Orange falleció y fue sustituido por un joven que tendría un importante papel en las próximas décadas, Guillermo de Orange.

A las buenas noticias de los Países Bajos, se unieron otras tan buenas llegadas desde España, donde varias expediciones marítimas francesas habían fracasado. Sólo en el Mediterráneo había dificultades, ya que la armada francesa, aliada con Barbarroja, sembró el mar de miedo y caos. No obstante, el ataque de los turcos y franceses sobre Niza y el amarre de la flota turca en Tolón para pasar el invierno, beneficiaron a Carlos V ya que de nuevo, Francisco I aparecía ante la Cristiandad como el enemigo a vencer.

La llegada del mal tiempo impuso la tregua en el frente, momento que aprovechó Carlos V para tratar de fortalecer sus posiciones. Para ello, solicitó más dinero y soldados a su hijo, al tiempo que estrechó su alianza con Enrique VIII. El príncipe Felipe trató de disuadir a su padre para que firmase la paz, dando muestras de una independencia y madurez sorprendentes para su edad, no obstante, Carlos V estaba decidido a acabar con el conflicto de una vez para siempre. La indignación de la Cristiandad por el apoyo francés a las correrías de la flota turca, se transformó en una importante ayuda de los príncipes alemanes a Carlos V y en un pacto entre Enrique VIII y el Emperador.

En abril de 1544 los franceses trataron de responder atacando Milán, pero la ofensiva tuvo escaso éxito. Sin embargo, a principios de junio el ejército imperial reconquistó Luxemburgo y desencadenó la ofensiva sobre París. A lo largo de todo el verano el ejército avanzó por Francia conquistado una fortaleza tras otra, hasta que a principios de septiembre se encontraba en las cercanías de París. La capital francesa no estaba preparada para la defensa y el pánico cundió entre los parisinos que, en su huida, a punto estuvieron de embotellar a su propio ejército e impedir su avance. Sólo la pasividad de las tropas inglesas salvó París, ya que Enrique VIII, celoso de los éxitos imperiales, no acudió con su ejército al encuentro fijado en los alrededores de París, lo que dio un respiro vital a Francisco I. Carlos V por su parte, se encontraba sin dinero para continuar la guerra y sin posibilidades de conseguirlo ya que desde España el príncipe Felipe insistían en la imposibilidad de un nuevo esfuerzo.

El 18 de septiembre de 1544 Carlos V y Francisco I firmaron la Paz de Crépy, con lo que la guerra llegaba a su fin.

La paz de Crépy

Desde comienzos de septiembre los franceses comenzaron a solicitar la paz. Carlos V, acuciado por los problemas económicos estaba dispuesto a ello, pero no podía firmarla sin contar con Enrique VIII. Finalmente, con el acuerdo de todos, la paz se logró el 18 de septiembre de 1544.

En los acuerdos de Crépy se llegaba a una situación muy similar a la que Carlos V había impulsado antes de la guerra, es decir, a la solución del conflicto por medio de una enlace dinástico. Por parte francesa, el novio sería el duque de Orleans, mientras que por parte imperial lo sería la princesa María o una hija de Fernando, el Rey de Romanos. Si la boda era con María, esta llevaría como dote los Países Bajos y el Franco Condado, por contra, si era la hija del Rey de Romanos, la dote sería el Milanesado. Francisco I se comprometió a devolver sus conquistas en Saboya y Piamonte y a renunciar a sus derechos sobre Flandes y Artois. Además, en cláusulas secretas, Francisco I se obligaba a apoyar la política imperial frente a los turcos y a los protestantes.

Carlos V decidió ceder Milán, pero unos días antes de formalizar esta decisión se vio libre de su cumplimiento, ya que el duque de Orleans falleció y por tanto no había boda que celebrar.

Los acuerdos de Crépy tuvieron dos consecuencias de gran importancia, el Concilio de Trento y la guerra de Carlos V contra los protestantes alemanes.

La campaña de 1547: Mülhberg

A comienzos de 1547, Carlos V sufrió un nuevo ataque de gota, se encontraba notablemente envejecido y cansado de las constantes preocupaciones que sus múltiples dominios le ocasionaban. No obstante, en la primavera de 1547 llegaron noticias alarmantes del norte, Juan Federico de Sajonia estaba derrotando a las tropas de su hermano y del duque Mauricio. La guerra volvía a comenzar.

Ante el nuevo estallido bélico, Carlos V no podía contar con el apoyo de Paulo III que se dedicaba a conspirar contra el Emperador en Italia. Algo parecido pasaba con Francisco I, el cual hasta su muerte el 31 de marzo de 1547, estuvo tratando de volver a la guerra contra el Emperador. Además, tras la campaña del año anterior, Carlos V había mandado a las tropas de los Países Bajos de regreso a su tierra. Por todo ello, el ejército imperial era muy inferior al que había levantado en 1546. Al abandonar Ulm en dirección al norte, Carlos V llevaba 25.000 infantes y 2.000 caballos, sus tropas estaban formadas sólo por alemanes y españoles, siendo estos últimos unos 9.000. En Eger, el reducido ejército de Carlos V se reunió con las tropas de su hermano Fernando (1.700 caballos), del duque Mauricio (1.000 caballos) y del margrave Juan de Brandemburgo (400 caballos).

Tras la Semana Santa, el ejército imperial se adentró en Sajonia en busca del enemigo, comenzaba la campaña del Elba. El elector Juan Federico, que se encontraba en sus dominios, pretendía desgastar al ejército imperial mientras se internaba en Sajonia, para una vez que estuviera debilitado aniquilarlo, para ello, fue enviando pequeños destacamentos que organizaban emboscadas. Por su parte, Carlos V pretendía alcanzar a Juan Federico cuanto antes, para forzarle a presentar batalla, antes de que su ejército sufriera demasiadas bajas.

Al atardecer del 22 de abril de 1547 Carlos V dio alcance a Juan Federico a orillas del río Elba, en la localidad de Mühlberg. Al amanecer del día siguiente el ejército imperial, protegido por la niebla, se situó junto al de la Liga, que se encontraba desprevenido. Ambos ejércitos sólo estaban separados por el Elba, pero cruzarlo en pleno mes de abril era algo muy arriesgado. Al levantarse la niebla el ejército de la Liga descubrió al ejército imperial dispuesto al ataque. El pánico hizo mella en las tropas protestantes que en lugar de prepararse para el combate se dispusieron a huir. El ejército imperial se lanzó al combate y obtuvo una sonada y definitiva victoria, el propio Juan Federico cayó prisionero y su ejército fue destruido.

Tras la victoria de Mühlberg, la Liga de Esmalkalda estaba desarticulada. Así, el día 23 de mayo, la ciudad de Wittemberg, la cuna del luteranismo, se rindió a Carlos V.

El 1 de septiembre de 1547 se abrió la Dieta de Augsburgo con la firme decisión de acabar con la disidencia luterana. Carlos V se presentó ante la Dieta con su victorioso ejército, pero no trató de imponer el catolicismo sino de alcanzar un acuerdo. Debido a que el Concilio de Trento se había suspendido temporalmente, Carlos V formó un comité de dieciséis miembros encargados de encontrar una forma de convivencia pacífica entre católicos y protestantes hasta que el Concilio volviera a reunirse y se alcanzara una solución definitiva. De la Dieta salió el Interim de Augsburgo, un documento consistente en veintiséis artículos que trataba de aglutinar tanto las sensibilidades católicas como las protestantes. El Interim fue concluido el 12 de marzo de 1548 y sorprendentemente, las mayores dificultades para su funcionamiento vieron del lado católico, desde el que se acusó a Carlos V de atribuirse funciones que sólo correspondían a la Iglesia. Pese a las dificultades, el 30 de junio de 1548 el Interim fue declarado ley del Imperio

Ya en 1558 Carlos V tuvo noticia de los brotes luteranos que se habían producido en Castilla y Andalucía. Esta noticia, unida a los recientes fracasos de los ejércitos de su hijo, a las complicaciones de la política internacional y a la muerte de Leonor de Austria, dañó profundamente su debilitada salud. A finales de agosto Carlos V enfermó gravemente, no de gota sino de paludismo. El 19 de septiembre, tras varias semanas de delirios provocados por las altas fiebres, Carlos V recibió la extremaunción. Finalmente, a las dos de la madrugada del 21 de septiembre de 1558, Carlos V, el único Emperador del Viejo y Nuevo Mundo, falleció.

Esta es de forma breve la historia del primer monarca de la familia de los Austrias que gobernó España, siendo el único Emperador que existió del Viejo y del Nuevo Mundo, su hijo y sucesor Felipe II, sería rey de España y del Nuevo Mundo, así como de sus posesiones en Europa, que eran inmensas, pero no detentó el título de Emperador que a la muerte de Carlos I fue adjudicado a su hermano Fernando.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 02 Jun 2015 23:11

HERNAN CORTES Conquistador de Mexico

(Medellín, Badajoz, 1485 - Castilleja de la Cuesta, Sevilla, 1547) Conquistador español de México. Pocas veces la historia ha atribuido al brío y determinación de un solo hombre la conquista de un vasto territorio; en esta reducida lista se halla Hernán Cortés, que siempre prefirió quemar sus naves a retroceder. Con escasos medios, sin apenas más apoyo que su inteligencia y su intuición militar y diplomática, logró en sólo dos años reducir al dominio español el esplendoroso Imperio azteca, poblado, según estimaciones, por unos quince millones de habitantes.

Es cierto que diversas circunstancias favorables lo acompañaron, y que, llevado por la ambición y la sed de honores y riquezas, cometió abusos y violencias, al igual que otros conquistadores. Pero, de todos ellos, Cortés fue el capitán más culto y más capaz, y aunque ello no sirva de atenuante, lo impulsó también un gran fervor religioso; su conciencia moral llegó a plantearle si era lícito esclavizar a los indios, una duda insólita en los albores de la colonización de América.

Procedente de una familia de hidalgos de Extremadura, Hernán Cortés estudió brevemente en la Universidad de Salamanca. En 1504 pasó a las Indias, recién descubiertas por Cristóbal Colón, y se estableció como escribano y terrateniente en La Española (Santo Domingo).

En 1511 participó en la expedición a Cuba como secretario del gobernador Diego Velázquez de Cuéllar, con quien emparentó al casarse con su cuñada; Velázquez le nombró alcalde de la nueva ciudad de Santiago. En 1518 Diego Velázquez puso a Hernán Cortés al mando de una expedición a Yucatán; sin embargo, el gobernador desconfiaba de Cortés, a quien ya había encarcelado en una ocasión acusado de conspiración, y decidió relevarle del encargo antes de partir.

Advertido Cortés, aceleró su marcha y se hizo a la mar en 1519, antes de recibir la notificación. Con once barcos, unos seiscientos hombres, dieciséis caballos y catorce piezas de artillería, Hernán Cortés navegó desde Santiago a Cozumel y Tabasco; allí derrotó a los mayas y recibió (entre otros regalos) a la india doña Marina, también llamada Malinche, que le serviría como amante, consejera e intérprete durante toda la campaña. Desobedeciendo órdenes expresas del gobernador Velázquez, fundó en la costa del golfo de México la ciudad de Villa Rica de la Veracruz.

La conquista del Imperio azteca

Allí tuvo noticias de la existencia del Imperio azteca en el interior, cuya capital se decía que guardaba grandes tesoros, y se aprestó a su conquista. Para evitar la tentación de regresar que amenazaba a muchos de sus hombres ante la evidente inferioridad numérica, Hernán Cortés hundió sus barcos en Veracruz; de este episodio procede la frase hecha quemar la naves, expresión de una determinación irrevocable. Pronto logró la alianza de algunos pueblos indígenas sometidos a los aztecas, como los toltecas y tlaxcaltecas.

Tras saquear Cholula, Cortés llegó a la capital azteca, Tenochtitlán, en donde fue recibido pacíficamente por el emperador Moctezuma II, que se declaró vasallo del rey de Castilla. La posible identificación de los españoles con seres divinos y de Cortés con el anunciado regreso del dios Quetzalcoátl favoreció quizá esta acogida a unos extranjeros que, sin embargo, empezaron enseguida a comportarse como invasores ambiciosos y violentos.

Mientras tanto, para castigar la rebeldía de Cortés y obligarlo a volver a Cuba, el gobernador Diego Velázquez envió contra él una expedición al mando de Pánfilo de Narváez. Cortés hubo de dejar la ciudad a su lugarteniente Pedro de Alvarado para hacer frente a las tropas de Narváez, a las que derrotó en Cempoala en 1520, consiguiendo además que se uniese a él la mayor parte del contingente.

Cuando regresó a Tenochtitlán, Cortés se encontró con una gran agitación indígena contra los españoles, provocada por los ataques realizados a sus creencias y símbolos religiosos y por la matanza que había desencadenado Pedro de Alvarado para desbaratar una supuesta conspiración. Cortés hizo prisionero a Moctezuma II e intentó que éste mediara para calmar a su pueblo, sin lograr otra cosa que la muerte del emperador.

Hernán Cortés se vio entonces obligado a abandonar Tenochtitlán en la llamada «Noche Triste» (30 de junio de 1520), en la que su pequeño ejército resultó diezmado. Refugiado en Tlaxcala, siguió luchando contra los aztecas (ahora bajo el mando de Cuauhtémoc), a los que venció en la batalla de Otumba; y, finalmente, cercó y tomó Tenochtitlán (1521). Destruida la capital azteca, construyó en el mismo lugar (una isla en el centro de un lago) la ciudad española de México.

Gobernador de Nueva España

Dominado ya el antiguo Imperio azteca, Cortés lanzó expediciones hacia el sur para anexionar los territorios de Yucatán, Honduras y Guatemala. Los detalles de la conquista de México, así como los argumentos que justificaban las decisiones de Hernán Cortés, fueron expuestos en las cuatro Cartas de relación que envió al rey. En 1522 fue nombrado gobernador y capitán general de Nueva España (nombre que dieron los conquistadores al territorio mexicano).

Sin embargo, la Corona española (ya en manos de Carlos V) practicó una política de recorte de los poderes de los conquistadores para controlar más directamente las Indias; funcionarios reales aparecieron en México enviados para compartir la autoridad de Cortés, hasta que, en 1528, fue destituido y enviado a la Península.

En España salió absuelto de todas las acusaciones e incluso fue nombrado marqués del Valle de Oaxaca, además de conservar el cargo honorífico de capitán general, aunque sin funciones gubernativas. De vuelta a México en 1530, todavía organizó algunas expediciones de conquista, como las que incorporaron a México la Baja California (1533 y 1539).

Regresó nuevamente a España para intentar obtener mercedes de la Corona por los servicios prestados, para lo cual llegó a participar en una expedición contra Argel en 1541, pero sus reclamaciones nunca obtuvieron plena satisfacción; mientras aguardaba respuesta, se instaló en un pueblo cercano a Sevilla, en donde reunió una tertulia literaria y humanística y pasó los últimos seis años de su vida.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 02 Jun 2015 23:20

FRANCISCO PIZARRO Conquistador español del Perú

Se cree que pudiera haber nacido el 16 de marzo de 1478 en Trujillo, Cáceres.

Hijo natural del capitán de los tercios españoles Gonzalo Pizarro, llamado el "El Largo o El Romano", que luchó en Granada, en Italia con el Gran Capitán y murió en el sitio de Amaya (Navarra) y de Francisca González Mateos criada de su tía Beatriz Pizarro. Se conserva la partida de bautismo y allí se le consigna como Francisco González, con el apellido de la madre. No llevará el apellido de su padre hasta los 12 años. Se crió con su madre y sus abuelos maternos, campesinos y roperos. Desde pequeño, Francisco nunca se destacó por su interés en la cultura, no aprendió a leer, por lo que fue obligado a cuidar cerdos. Se cuenta que a los pocos años los animales a su cuidado contrajeron una grave enfermedad y, por temor a ser culpado, escapó a Sevilla con tan sólo 15 años.

Pizarro viaja a Italia a los 17 años, lucha en los Tercios junto al Gran Capitán y aprende la ciencia militar y en 1502, tras su vuelta a España, embarca junto a fray Nicolás de Ovando, que partía como gobernador a la isla de La Española. En 1509 se añade al grupo de Alonso de Ojeda que se disponía a poblar en Tierra Firme y participó en la fundación de la villa de San Sebastián y Santa María de la Antigua (Colombia).

En 1513 inició junto a Vasco Núñez de Balboa un largo recorrido por el istmo de Panamá, que acabó con el descubrimiento del océano Pacífico. Durante los siguientes años participó en diferentes expediciones que recorrieron parte de las costas y las islas del mar del Sur (denominación que recibió el océano Pacífico) buscando oro y perlas. En el año 1519 formó parte del grupo que fundó la ciudad de Panamá, recibiendo a las orillas del río Chagres las tierras que le correspondían como poblador, donde llegó a ser regidor y alcalde.

En 1524 se une a Diego de Almagro y Hernando de Luque para explorar las tierras situadas al sur atraídos por las noticias sobre grandes riquezas facilitadas por la expedición de Pascual de Andagoya, que había llegado hasta un río donde recibió noticias de un reino llamado Birú. En el primer viaje llegó al mismo río, que remontó, y fundó Puerto del Hambre. La falta de alimentos y los ataques de los indios le obligaron a retirarse, por lo que se instaló en Chochama, en el golfo de San Miguel (Panamá), donde recibió poco después a Diego de Almagro, que había salido en su busca. Decidieron que Almagro regresaría a Panamá para conseguir más hombres y volver a encontrarse con el fin de proseguir el viaje. Tras su regreso, Almagro y Pizarro navegaron en un mismo barco hasta el río San Juan (Colombia), donde recibieron la noticia de la existencia de varias poblaciones en las que sus habitantes llevaban valiosos adornos de oro. Al mismo tiempo, Bartolomé Ruiz y los hombres que viajaban en el otro barco de la expedición habían localizado en Tumbes una embarcación cargada con oro, plata y tejidos, que describieron a su regreso a San Juan. Allí les esperaba Pizarro, quien, al escuchar estos detalles, emprendió la navegación hacia San Mateo (Ecuador), lugar donde se habían realizado los contactos, y continuó hasta Tacames (Atacámez, Ecuador). De regreso a San Mateo, Almagro volvió de nuevo a Panamá en busca de refuerzos y alimentos.

Pizarro y sus hombres se trasladaron con el otro barco a una isla que denominaron del Gallo, en la que permanecieron aislados, ya que este barco volvió también a Panamá, donde un nuevo gobernador, Pedro de los Ríos, decidió poner fin a la expedición. Pizarro deseaba seguir adelante y ofreció a sus compañeros la posibilidad de continuar o regresar. El grupo formado por los que decidieron seguir recibiría después el nombre de los 'trece de la fama'. La expedición continuó hasta el río Santa (Perú) y a lo largo del viaje recibió importantes noticias del Imperio inca, cuyo jefe Huayna Cápac había muerto, y que en esos momentos vivía una lucha entre sus hijos Huáscar y Atahualpa por la sucesión.

En 1528 Pizarro vuelve a España con numerosos presentes y la intención de presentar al emperador Carlos V (rey de España como Carlos I) las peticiones acordadas con sus compañeros, que se concretaban en la gobernación de las tierras descubiertas para él mismo, el título de adelantado para Almagro y el obispado para Luque. El 26 de julio de 1529 la emperatriz Isabel de Portugal firmó las capitulaciones para la conquista del Perú, cuyo nombre oficial fue el de Nueva Castilla, y facultó a Pizarro a seguir descubriendo y poblando, en el plazo máximo de un año, hasta el límite de Chincha (Perú). También se le concedieron los nombramientos de gobernador, capitán general y alguacil mayor, y su propio escudo de armas, en el que ya aparecían elementos alusivos a Perú, como la representación simbólica de la ciudad de Tumbes y varias balsas peruanas.

En 1530 partió de nuevo para América y al llegar a Panamá, junto a sus socios Almagro y Luque, organizó la expedición comprometida. Francisco Pizarro partió en enero de 1531 y se estableció en Coaque (Ecuador), donde recibió los refuerzos que llevaba Sebastián de Belalcázar, quien se sumó así al grupo. A continuación llegaron a la isla de Puná (Ecuador), donde se les agregó Hernando de Soto. Tras pasar por Tumbes y fundar en agosto de 1532 la villa de San Miguel (Perú), el 15 de noviembre la expedición entró en Cajamarca (Perú), donde estaba Atahualpa, que había apresado a su hermano Huáscar. Tras varios intentos de los españoles por atraérselo, el inca inició una visita acompañado de una multitud de indios y, después de unos breves contactos en los que se negó a acatar el requerimiento habitual, ambos ejércitos entraron en combate, culminando la batalla con la prisión de Atahualpa.

Éste, para conseguir su libertad, ofreció llenar de oro la habitación en la que se encontraba y de plata otras dos estancias, y, en secreto, mandó matar a su hermano Huáscar. Mientras se reunía este tesoro, tres soldados españoles llegaron hasta Cuzco y regresaron con más noticias sobre sus riquezas. En Cajamarca se incorporaron Almagro y sus hombres y el 18 de junio de 1533, reunidos los dos socios, se repartieron el botín. Desde Cajamarca Hernando Pizarro salió hacia Panamá con la parte correspondiente al quinto real (100.000 pesos de oro y 5.000 marcos de plata), que llevó personalmente a España, mientras tanto, un gran ejército se aproximó a Cajamarca para liberar a Atahualpa, y Pizarro decidió juzgarle por la muerte de sus hermanos Huáscar y Atoc y por el delito de traición. Tras ser condenado a muerte, fue ejecutado hacia finales de julio de 1533, a la vez que su hermano Túpac Huallpa, que había prestado fidelidad a Carlos V, fue nombrado nuevo inca.

En agosto de 1533 salieron los españoles hacia Cuzco donde entraron el 15 de noviembre, pero antes de llegar el nuevo inca fue envenenado por el cacique quiteño Calcuchimac, por lo que Manco Inca Yupanqui (Manco Cápac II) ocupó su lugar. En marzo de 1534 tuvo lugar la fundación española de la ciudad. Mientras tanto, Francisco Pizarro había recibido el título de marqués y se habían ampliado los límites de Nueva Castilla para incluir a Cuzco, concediéndose a su socio Almagro una gobernación que recibió el nombre de Nueva Toledo y que se extendía 200 leguas hacia el sur, en el Chile actual. El enfrentamiento entre los dos conquistadores se acentuó, ya que Almagro se resistía a abandonar el cargo de gobernador de Cuzco y tomó prisioneros a los hermanos de Pizarro, Juan y Gonzalo, liberándoles sólo tras entrevistarse con su antiguo socio.

El 8 de julio de 1538 Diego de Almagro fue ejecutado tras ser apresado por Hernando Pizarro en la batalla de las Salinas, en el transcurso de las llamadas 'guerras civiles' que se iniciaron a su regreso de Chile y al reclamar de nuevo la ciudad de Cuzco como parte de su gobernación. Pizarro dejó con vida a sus oficiales, los mismos que a la postre se conjurarían con el hijo de Almagro para asesinarle.

Tras la conquista de Perú ya es un hombre maduro, con más de 50 años. Atahualpa le regaló una princesa, Quispe Sisa, que por entonces tenía 17, hija de la cacica de Guayalas, luego bautizada como Inés Guayalas. Con ella tuvo dos hijos (uno murió). La princesa inicia una relación con un paje al servicio de Pizarro y éste, lejos de encolerizarse, permitió que Quispe Sisa se casara con él. Pizarro se casó con otra princesa, la bellísima Cuxirimay Ocllo, bautizada Angelina Yupanqui, que fue esposa del Inca Atahualpa. Con ella tuvo otros dos hijos, cuando él ya contaba 61 y 62 años, poco antes de morir.

Unos años más tarde, el 26 de junio de 1541, Francisco Pizarro fue asesinado, tras salir de misa en su propia casa de Lima por los partidarios de Diego de Almagro, los antiguos oficiales que había perdonado, alentados por el liderazgo del hijo de su lugarteniente por el que había intercedido. Amigos de Pizarro, temiendo que los atacantes lo decapitaran para empalar su cabeza en la plaza, tal como él solía hacer, lo enterraron esa misma tarde tras la iglesia.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 02 Jun 2015 23:35

DIEGO DE ALMAGRO Conquistador del Perú, y de Chile)

Los orígenes de Diego de Almagro permanecen oscuros. Nació en 1475 en la villa manchega de Almagro, en Ciudad Real, lugar del que tomó el apellido por ser hijo ilegítimo de Juan de Montenegro y Elvira Gutiérrez. Para salvar el honor de la madre, sus familiares le quitaron el infante y lo trasladaron a la cercana villa de Bolaños de Calatrava, siendo criado en esta localidad y en Aldea del Rey, a cargo de Sancha López del Peral. Cuando cumplió los 4 años volvió a Almagro, estando bajo la tutela de un tío suyo llamado Hernán Gutiérrez hasta los 15 años, cuando por causa de la dureza de su tío se fugó de casa. Se dirigió al hogar de su madre, que ahora vivía con su nuevo esposo, para avisarle de lo ocurrido y de que se iría a recorrer el mundo, pidiéndole algo de pan que le ayudara a vivir en su miseria. Su madre, angustiada, le buscó un pedazo de pan y unas monedas y le dijo: "Toma, hijo, y no me des más presión, y vete, y ayúdate de Dios en tu aventura".

Después se le encontraría en Sevilla como criado de don Luis de Polanco, que era uno de los alcaldes de aquella ciudad. Mientras desempeñaba esta ocupación, Almagro acuchilló a otro criado por ciertas diferencias, dejándolo con heridas tan graves que motivaron que se promoviera un juicio en su contra que Almagro no quiso enfrentar, por lo que huyó de Sevilla y vagó por Andalucía hasta que decidió partir a América.

Era Diego de Almagro un hombre de mediana estatura y poco favorecido en apariencia física, ya que fue afectado de acné y viruelas mientras estuvo en España.

Almagro llegó al Nuevo Mundo el 30 de junio de 1514 en la expedición que Fernando el Católico enviaba al mando de Pedro Arias de Ávila. La expedición desembarcó en la ciudad de Santa María la Antigua del Darién, donde se encontraban muchos otros destacados futuros conquistadores, entre ellos Francisco Pizarro.

Sobre Almagro no se tienen muchas noticias en este período, pero se sabe que acompañó a varios capitanes que salieron de la ciudad de Darién entre 1514 y mediados de 1515, aunque se mantuvo principalmente en la ciudad llegando a tener una encomienda, construyéndose una casa y dedicándose a la agricultura.

Desarrolló su primera acción conquistadora el 30 de noviembre de 1515, cuando partió de Darién al mando de 260 hombres, para fundar la villa de Acla, ubicada en el lugar del mismo nombre, pero tuvo que desistir de su empresa porque cayó enfermo y debió regresar a Darién, dejando la misión de completar su plan al licenciado Gaspar de Espinosa.

Almagro trabajó por algún tiempo con Vasco Núñez de Balboa, en ese tiempo encargado de Acla, que con los materiales de la expedición de Espinoza quería construir un barco, recortarlo y reconstruirlo en el Mar del Sur (el Pacífico). Sin embargo, según los datos obtenidos, no hay indicios de que participara en la expedición de Balboa y es más probable que regresara a Darién.

Espinosa decidió realizar una nueva expedición, partiendo en diciembre con 200 hombres, entre los que estaba un ya recuperado Almagro, y Francisco Pizarro, quien por primera vez tenía el título de capitán. En esta expedición, que duró 14 meses, se encontró con el padre Hernando de Luque a quien ya conocía anteriormente. Aunque la famosa sociedad entre los tres no estaba aún realizada, ya se demostraban confianza y amistad. Tomó parte en las incursiones, fundaciones y conquistas desarrolladas en el golfo de Panamá, participando nuevamente en una de las expediciones de Espinosa, que se transportaba en dos barcos de Balboa. De Almagro en esta expedición sólo se sabe que sirvió como testigo en listas, que en cada acontecimiento relacionado con indígenas, hacía levantar Espinosa. Permaneció en la recién fundada ciudad Santa María la Antigua del Darién, ayudando a poblarla. Durante cuatro años no participó de nuevas expediciones, ocupando su tiempo en la administración de sus bienes y los de Pizarro.

Nació en esta época su hijo Diego de Almagro el Mozo, que tuvo con una india de la región llamada Ana Martínez.

Allí tiene noticias de un reino situado en el sur, llamado Birú, que era el centro del Imperio inca. Francisco Pizarro propuso el reconocimiento de esas tierras y la conquista de sus riquezas. Sus dos primeras expediciones por esta zona, realizadas entre los años 1524-1525 y 1526-1528, revelaron las sorprendentes riquezas del Imperio incaico en las tierras recién descubiertas.

En 1529, tras la firma de la Capitulación de Toledo, la Corona española autorizó a Pizarro la conquista y gobernación de Perú, que pasó a denominarse Nueva Castilla. Reunidos Almagro y Pizarro en 1532, iniciaron desde Cajamarca la conquista del territorio de los incas y, después de ejecutar al soberano Atahualpa, partieron hacia Cuzco. Ocupada esta ciudad en 1533, Almagro marchó a tomar posesión del litoral peruano y fundó la ciudad de Trujillo, superando mediante negociación las aspiraciones del conquistador Pedro de Alvarado. En 1535 el rey Carlos I recompensó a Almagro con la gobernación de Nueva Toledo, al sur de Perú, y el título de Adelantado de las tierras más allá del lago Titicaca, en los territorios del actual Chile.

Para aquella época se formalizó la sociedad entre Almagro, Pizarro y Luque, recibiendo a principios de agosto de 1524 el permiso esperado para descubrir y conquistar por cuenta suya las tierras ubicadas en el levante de Panamá, empresa que culminó con la conquista del imperio inca por parte de Pizarro.

Almagro permaneció en Panamá para reclutar hombres y conseguir avituallamiento, mientras Pizarro capturaba al Inca Atahualpa en Cajamarca. Los éxitos de Pizarro le movieron a solicitar el permiso real para emprender, por cuenta propia, la conquista de nuevos territorios; aunque le fue denegado, este hecho agrietó las relaciones de amistad con los Pizarro. No obstante, cuando llegó al Perú en 1533, lo hizo con un título de igual importancia que el de Pizarro, lo cual causó fricciones entre ambos. Tras repartirse el tesoro de Atahualpa y ejecutarlo, partieron hacia el Cuzco y tomaron la ciudad. La intromisión de Pedro de Alvarado se resolvió con el pago de una indemnización a éste y su retirada, con lo que se evitó un conflicto.2 En junio de 1535 se produjo un acercamiento entre Almagro y Francisco de Pizarro, Pizarro incentivó a Almagro a realizar nuevos descubrimientos y se realizaron los preparativos en el Cuzco. En 1534 el Adelantado Pedro de Alvarado, conquistador de Guatemala y El Salvador, le vende en la ciudad de Quito su armada de seis naves por cien mil pesos de oro.

En 1535 el rey Carlos I recompensó a Almagro con la gobernación de Nueva Toledo, al sur de Perú, y el título de Adelantado de las tierras más allá del lago Titicaca, en los territorios del actual Chile.

Almagro inició los preparativos de su expedición a Chile con buenos auspicios. Le llegaron noticias de los incas de que la región al sur del Cuzco estaba poblada de oro, por lo que juntó fácilmente 500 españoles para la expedición, muchos de los cuales lo habían acompañado al Perú. Iban también en la expedición unos 100 negros y unos 10.000 indios yanaconas para el transporte de las armas, ropas, víveres, etc.

Las noticias que les llegaban de Chile eran absolutamente falsas, pues los incas planeaban una rebelión contra sus dominadores y deseaban que aquel grupo tan numeroso de españoles se alejara del Perú. Para convencerlos, Almagro le pidió a un alto señor del imperio que les preparara el camino junto a tres soldados españoles, el Inca les entregó el más alto jefe religioso del imperio, el villac umu, a su propio hermano llamado Paullu Inca, y su propia compañía.

Encomendó a Juan de Saavedra que se adelantase con una columna de cien soldados para que, a la distancia de unas ciento treinta leguas, fundase un pueblo y lo esperase con los alimentos e indios de relevo que pudiera reunir en aquellas comarcas.

Almagro salió del Cuzco el 3 de julio de 1535 con 50 hombres y se detuvo en Molina hasta el 20 de ese mes, detenido por el inesperado arresto del Inca Manco Cápac II por Juan Pizarro, acción que le trajo problemas. Dejada atrás Moina, Almagro se encaminó por el camino del Inca, con los 50 hombres de que consistía su columna. Recorrieron el área occidental del lago Titicaca, cruzaron el río Desaguadero y se encontró con Saavedra en un poblado llamado Paria, en que logró reunir a 50 españoles más, que pertenecían al grupo del capitán Gabriel de Rojas , y que decidieron abandonar a su jefe y dirigirse a Chile, se reunió un total de 150 hombres. Permanecieron cerca del lago Aullagas todo agosto, en espera del derretimiento de las nieves de la cordillera de los Andes.

Pasado este contratiempo, se dirigieron a Tupiza, donde se encontraron con Pablo Inga y el Villac-Umu, que tenían recolectado oro de los tributos de la región, y con los tres españoles que los acompañaron. Estos tres españoles, se habían dedicado mientras esperaban a Almagro al pillaje y asaltaron una caravana que supuestamente provenía de Chile con oro, el cual le fue mostrado a Almagro. Esto renovó los bríos de los expedicionarios haciéndoles olvidar los padecimientos de la marcha. Aquí Almagro realizó una nueva pausa de dos meses en la expedición, esperando que viniesen las tropas. Sin embargo le inquietó una nueva noticia; había arribado al Perú el Obispo de Panamá, fray Tomás de Berlanga, que traía poderes para dirimir el conflicto de límites entre los conquistadores. Los amigos de Almagro le solicitaron que volviese para defender mejor su causa, pero el Adelantado quería ir por la riqueza chilena, por lo que siguió adelante. Otro contratiempo se presentó cuando el Villac-Umu se escapó de la expedición con todos los porteadores y volvió al norte. Pero Almagro y sus hombres siguieron adelante, ya que aún contaban con Pablo Inga. Los españoles tuvieron que tomar porteadores a la fuerza para poder transportar los avituallamientos, esto causó más de un conflicto con los naturales.

Los españoles más algunos yanaconas comenzaron a transmontar las primeras alturas de la cordillera de los Andes. En su avance por la cordillera, los expedicionarios sufrieron muchas penalidades, ya que caminaban agotados por el frío y el congelamiento de sus manos y pies, y por la dificultad de un suelo lleno de guijarros pequeños, de bordes afilados, que les destruían las suelas de los zapatos y las herraduras a los caballos. El gélido clima de la cordillera mató a gran parte de los indios yanaconas, que empezaron a dejar en la ruta como un sendero de muerte, pues no tenían la ropa adecuada y andaban a pie desnudo, y a varios de los españoles, cuando se quitaban las botas, se les caían los congelados dedos de los pies. La tradición dice que fue por el llamado hoy Paso de San Francisco por donde Almagro realizó su triste travesía. Las penurias aumentaron al internarse por ese paisaje helado, inhóspito y silencioso, llegando incluso a detener el avance por falta de ánimos.

El conquistador, preocupado por la suerte de sus hombres, encabezó junto a otros veinte jinetes un grupo de avanzada, que atravesó la cordillera y después de cabalgar tres días enteros, llegaron al valle de Copiapó (en ese entonces Copayapu), y recogieron víveres que le suministraron los indígenas y que envió de inmediato para socorro de sus hombres.

Por fin el resto de la columna llegó a Copayapu (Valle del Copiapó) con 240 españoles, 1500 yanaconas, 150 negros y 112 caballos. Entre los negros venía una mujer leal a Almagro llamada Malgarida. Murieron durante la travesía 10 españoles, 50 caballos y cientos de indios auxiliares.

Después de la natural recuperación de energías, se dio la orden de reiniciar la marcha hacia el valle de Copiapó; sin embargo le desertaron una multitud de yanaconas que dejaron prácticamente sin sirvientes a los españoles. Almagro endureció la mano y mandó que quemaran a varios indios culpables de haber matado españoles. Estos indios habían asesinado a los tres soldados enviados en vanguardia que habían llegado a Chile. Para su escarmiento, Almagro decidió darles un cruel castigo reuniendo a todos los caciques importantes de la región, echándoles en cara su crimen y condenándoles a morir en la hoguera. Durante la realización del castigo le llegaron noticias de los caciques de la región del Aconcagua, que deseaban entablar amistad con los blancos. Eso se debió a un par de españoles renegados de Pizarro que estaban en la región desde antes. Se trataba de Gonzalo Calvo de Barrientos y de Antón Cerrada, quienes en realidad fueron los primeros españoles en descubrir y pisar territorio chileno. Gonzalo Calvo de Barrientos había sido afrentado por Pizarro -que había mandado que le cortaran las orejas- y para no exhibir su afrenta se internó hacia el sur del valle de Zama, de forma que llegó posteriormente más hacia el sur. Sería el más leal colaborador de Almagro.

Durante su marcha a esa región, el Adelantado tuvo noticias de un barco, el San Pedro, que había recalado en la región, (Los Vilos) dirigido por Ruy Díaz y que venía lleno de ropas, armas y víveres para la expedición. Al llegar al río Conchalí, en Los Vilos, se encontró con el otro español ya mencionado llamado Antón Cerrada quien ya había influenciado a los aborígenes a dar una bienvenida pacífica a la columna de Almagro.

Al llegar al valle del Aconcagua los españoles fueron bien recibidos por los naturales, gracias a los consejos que les había entregado Gonzalo Calvo, como se ha dicho, español radicado desde hacía años en Chile. Sin embargo, los naturales fueron influenciados por el indio Felipillo, intérprete de los conquistadores, que les habló de las malas intenciones de éstos y les recomendó atacarlos o huir de ellos. Los naturales le hicieron caso, pero no se atrevieron a atacarlos y escaparon durante la noche, al igual que el indio Felipillo y varios yanaconas, que tomaron el camino del norte, pero este último intento no fructificó. Felipillo fue atrapado y descuartizado con caballos frente al curaca de la región como escarmiento.

El territorio que el Adelantado esperaba encontrar lleno de riquezas no cumplía ni sus más mínimas expectativas, lo que le causó una gran desilusión, por lo que decidió enviar una columna de 70 jinetes y 20 infantes dirigida por Gómez de Alvarado para que explorase el sur del territorio. Cuando la columna llegó al río Itata, tuvo lugar en Reinohuelén el primer enfrentamiento entre los españoles y los mapuches, en el que la superioridad de las armas y la sorpresa causada por los caballos permitió una fácil victoria española frente a indios muy guerreros, que se asustaron al ver el hombre montado a caballo como si fuesen ambos un solo ser. Esto no sería más que una mera escaramuza previa a la futura Guerra de Arauco que iniciaría Pedro de Valdivia muchos años después. Almagro, al sentir la presión de la tropa desengañada por las falsas promesas de riqueza y las desalentadoras noticias de una avanzada que daban cuenta de más tierra fría y pobre,,3 sopesó la situación y decidió no proseguir hacia el sur.

Sin oro, Almagro, mal aconsejado por Gómez de Alvarado y Hernando de Sosa, sólo pensó en regresar al Perú a intentar ganar el Cusco para su gobernación. Entre la alternativa de volver a atravesar la cordillera, o dirigirse por el desierto, se decidió por la segunda opción. En un acto de reconocimiento al sacrificio hecho por sus hombres en la expedición, y que no fueron recompensados con el ilusorio oro de esta región, decidió perdonar las deudas que sus soldados habían contraído con él, destruyendo todas las escrituras que los comprometían.

El camino por el desierto de Atacama fue tan terrible como la travesía por la cordillera: días quemantes y noches heladas, la hostilidad de los indígenas, sin contar con la escasez de agua y alimento. Pero de cualquier forma se consideró mejor que la travesía por los Andes. Salieron en grupos pequeños de no más de 10 hombres haciendo jornadas de 20 km cada día. Durante el día se refugiaban bajo la sombra de los tamarugos, en la Pampa del Tamarugal y de noche, caminaban.

Para ponerse a cubierto de una sorpresa, ya que el Perú ardía en una rebelión general contra Pizarro, Francisco Noguerol de Ulloa se hizo a la mar y desembarcó en el caserío como protección adelantada de los expedicionarios, permaneciendo 18 días y luego regresando por tierra a Arequipa en febrero de 1537, con la pérdida consignada de un hombre, Francisco de Valdés, que murió ahogado en un río. Tal fue el estado físico en que llegaron Almagro y sus seguidores que desde entonces se les llamó los "rotos de Chile" a quienes vinieran de esas tierras. Sólo se atrevería a ir a conquistar esas tierras, 4 años más tarde, Pedro de Valdivia, en una expedición organizada desde el Perú.

En 1535, el rey Carlos I lo recompensó con la gobernación de Nueva Toledo, gobernación que comprendía desde el límite de la gobernación de Pizarro y 200 leguas al sur, y el título de Adelantado en las tierras más allá del lago Titicaca.

A su regreso a Perú, en 1537, Almagro ocupó la ciudad del Cuzco, y en la batalla de Abancay, el 12 de junio de 1537, haciendo prisioneros a Hernando y Gonzalo Pizarro, por considerar que pertenecía a su gobernación. Francisco Pizarro negoció con Almagro el destierro de sus hermanos, pero en realidad Pizarro sólo buscaba ganar tiempo y de algún modo imponerse ante la voluntad del rey, que decidió que el Cuzco era propiedad de Almagro. Pizarro, sintiéndose afianzado, lejos de cumplir con el acuerdo, les dio el mando de las tropas a sus hermanos. Almagro se encontraba enfermo en el momento de la traición del acuerdo y dio el mando a Rodrigo Orgóñez y los almagristas fueron derrotados en abril de 1538 en la batalla de las Salinas. En esta misma batalla murió el leal Gonzalo Calvo de Barrientos, el desorejado de Pizarro. Hecho prisionero, Almagro fue avergonzado por Hernando Pizarro y no pudo apelar ante el rey. Almagro, sintiéndose perdido entonces, suplicó por su vida, a lo cual respondió Hernando Pizarro diciendo:

Sois caballero y tenéis un nombre ilustre; no mostréis flaqueza; me maravillo de que un hombre de vuestro ánimo tema tanto a la muerte. Confesaos, porque vuestra muerte no tiene remedio.

Grabado del libro "Historia General de las Indias" de Francisco López de Gómara (1554) "Almagro en el Cuzco".

Fue ejecutado el 8 de julio de ese mismo año en la cárcel por estrangulamiento de torniquete y su cadáver decapitado en la Plaza Mayor de Cuzco. Malgarida, su fiel sirvienta negra, tomó el cadáver de su amo y lo enterró en la Iglesia de la Merced en el Cuzco.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 02 Jun 2015 23:41

Fadrique Enriquez de Velasco (Almirante de Castilla)

Aristócrata castellano nacido en el último cuarto del siglo XV y muerto en 1537. Fue almirante de Castilla, conde de Módica y Osona, vizconde de Cabrera y de Bas y tercer conde de Melgar. Formó parte del consejo de regencia mientras Carlos V se encontraba ausente de Castilla.

Heredó de su padre, Alfonso Enríquez y de Quiñones, el título de almirante de Castilla, que estaba vinculado como feudo a su familia. Casó con doña Ana de Cabrera y en 1487 mandó la flota castellana en el bloqueo del puerto de Málaga, que después se rindió a los Reyes Católicos. En 1495 fue puesto al frente de 120 naves que servían de escolta a la infanta doña Juana, cuando ésta viajó desde Laredo para contraer matrimonio con el archiduque Felipe de Austria. A su regreso a Castilla al año siguiente, llevó consigo a la archiduquesa Margarita, prometida en matrimonio al infante don Juan.

Acompañó a Fernando el Católico en su viaje de Madrid a Andalucía en 1515 y tres años después se opuso al proyecto de una nueva milicia diseñado por el regente, cardenal Cisneros. En las cortes de Valladolid de 1518 combatió la proclamación como rey de don Carlos (futuro Carlos V) mientras permaneciera con vida la reina doña Juana, enclaustrada en Tordesillas a la sazón. Don Fadrique expuso su opinión de que la ausencia de España del rey sólo podría causar males a la nación, pero al no ser atendidos sus esfuerzos se retiró de los negocios públicos y se estableció en el vizcondado de Cabrera. Durante la guerra de las Comunidades no tomó partido por el futuro emperador, pero tampoco por los sublevados, pese a lo cual, en 1519 recibió de don Carlos el Toisón de Oro, aunque se negó a asistir a la ceremonia de imposición en Barcelona. En 1520 fue nombrado gobernador de Castilla junto con el cardenal de Utrecht y el condestable don Íñigo Fernández de Velasco, mientras que Carlos acudía a Alemania para su coronación como emperador. La designación de dos nobles castellanos para el consejo de regencia respondió a la creencia del rey de que tal hecho debilitaría a los comuneros y ganaría la adhesión de la nobleza castellana. Ante la sorpresa general aceptó el cargo y abandonó Cataluña. Desarrolló una hábil política de concordia y estuvo a punto de conseguir una paz de compromiso con los comuneros, que le alentaron para que abandonase la causa del rey y se uniese a la Santa Junta. Pero cuando éstos atacaron sus territorios en Valladolid y conquistaron la fortaleza de Torrelobatón (1521), residencia común de los Enríquez, cambió su postura hacia posiciones más duras y tras el final de la guerra fue uno de los principales instigadores de la represión.

En 1522 fue apartado de la política a pesar de su gran ambición y de sus repetidas súplicas en este sentido. Insistió al emperador para que aprovechase su victoria sobre Francisco I de Francia en Pavía, consejo que fue desoído por Carlos V. Don Fadrique se opuso a la regencia de la emperatriz Isabel (1529), sin duda resentido por no haberla desempeñado él mismo, como en la época de las Comunidades. Fue un gran amante de la cultura y un perfecto representante del humanismo, además de hombre de gran piedad, que en 1525 desarrolló un plan de evangelización de sus estados. Murió sin hijos y heredó el almirantazgo su hermano don Fernando, duque de Medina de Rioseco.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 02 Jun 2015 23:46

PEDRO DE ALVARADO

Conquistador español, nacido en Badajoz en 1485 y muerto en Guadalajara en 1541. Llegó a La Española en 1510, donde su puso al amparo de su tío Diego de Alvarado. Participó en la conquista de Cuba (1511) y en 1518 se unió a las expediciones de Grijalva por Yucatán y México.

Volvió a Cuba para dar cuenta del descubrimiento y, con ello, promovió la expedición de Velázquez y Cortés. Llegó a Cozumel en 1519. En Ulúa ayudó a la proclamación de Cortés como capitán general. Luchó con los tlaxcaltecas (se casó con Luisa, hija de Xicoténcatl el Viejo), fue embajador de Cortés en Tenochtitlán, estuvo en la matanza de Cholula y en la entrada a México.

Participó en la prisión de Moctezuma. Fue causante de la matanza de 1520 durante la fiesta de Tóxcatl, lo que motivó la revuelta de los mejicanos y precipitó la muerte de Moctezuma. Con Juan Velázquez de León formó la retaguardia del ejército de Cortés en la "Noche Triste". Tomó parte con Jorge de Alvarado, Gutiérrez de Badajoz y Andrés de Monajaraz en la toma de la capital (junio-agosto 1520). En 1522 participó en la conquista de Tututepec.

En 1523 partió a la conquista de América Central. En ocho meses luchó denodadamente con los quichés, pactó con los cakchiqueles, derrotó a los tzutuhiles y los xinca, conquistó Guatemala y Salvador y fundó Santiago de los Caballeros de Guatemala. Aunque nominalmente al mando de Cortés, actuó con independencia.

Ayudó a Cortés en su expedición de Honduras (1526) y conquistó con posterioridad el territorio de Nicaragua. En 1527, con fama fabulosa, regresó a España. Protegido por Francisco de los Cobos, se casó con Francisca de la Cueva y obtuvo de Carlos V el nombramiento de gobernador, capitán general y adelantado de Guatemala. Vuelto a Veracruz en 1528, fue encarcelado por Nuño de Guzmán y luego liberado ante el anuncio de la vuelta de Cortés. Volvió a Guatemala (1530).

Preparó una expedición para conquistar el Perú (1534). A su llegada a la meseta de Quito descubrió que se le habían adelantado Pizarro, Belalcázar y Almagro. Regresó a Guatemala en 1536. Se casó en segundas nupcias con Beatriz de la Cueva, hermana de su primera mujer. Se le reconoció el gobierno de Honduras y se le dio permiso para la exploración de las Molucas.

Mantuvo enemistad con Antonio de Mendoza sobre contratos de tierras. Su fama fue en vida la de uno de los más grandes conquistadores.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 02 Jun 2015 23:51

PEDRO DE VALDIVIA

Conquistador español y primer gobernador y capitán general de Chile, nacido en Villanueva de la Serena (Badajoz) en 1500 y fallecido en Tucapel (Chile) el 25 de diciembre de 1553. Capitán valeroso e hidalgo, luchó en Flandes, Italia y Perú antes de llegar al territorio chileno en 1541. Entre todos los españoles que llegaron al país, Valdivia constituye un caso especial: pudo haberse quedado en Perú o haber regresado a España después de su triunfo en la batalla de Las Salinas, que le granjeó fama y muy buena situación económica; sin embargo, su afán de aventura pesó más y lo llevó a organizar, con grandes dificultades, una expedición a Chile, tierra que había obtenido una pésima reputación entre los españoles después de la expedición de Diego de Almagro.

Valdivia siempre habló de Chile con cariño y entusiasmo; una permanencia de doce años en aquella tierra, interrumpida sólo por dos viajes a Lima, le había hecho tomar gran amor por ella. Consideraba que la fundación de Santiago del Nuevo Extremo, capital del país, era el primer escalón para organizar otros emplazamientos e ir poblando las tierras hasta el Estrecho de Magallanes.

Valdivia tenía cierto grado de cultura, lo que le permitió moverse con habilidad en lo político y con soltura de estratega en lo militar. Buen conocedor del idioma, fue capaz de escribirlo con corrección, valiéndose de expresiones populares cuando fue necesario. Tras una breve estancia en Atacama, decidió proseguir su marcha atravesando el desierto y tomó como guía al religioso Antonio Rondón, que había acompañado a Almagro en su primera visita a Chile. Llegó hasta el valle de Copiapó, comarca de la que tomó posesión en nombre de su rey y que recibió el nombre de Valle de la Posesión. Valdivia siguió su camino hacia el S y llegó a Coquimbo; los indígenas, la mayoría de los cuales se mostraban más que recelosos, huían ante la presencia de los europeos. Valdivia fundó en el valle de Mopochó, el 12 de febrero de 1541, la ciudad de Santiago de la Nueva Extremadura, eligiendo para ello la llanura que se extiende al pie del cerro de Huelen (también conocido como Santa Lucía). Después de dividir el terreno en manzanas y solares, los distribuyó entre sus soldados, y éstos edificaron las primeras casas y una modesta iglesia. Constituido el Cabildo, Valdivia fue nombrado gobernador y capitán general de la Nueva Extremadura.

Además, la llegada de Valdivia y su expedición conllevó la introducción en el país del cultivo del trigo y de otras principales hortalizas, así como la cría de los animales domésticos que los conquistadores pudieron llevar consigo (gallinas, cerdos, caballos, etc.). Tras la muerte de Francisco Pizarro, tanto Valdivia como sus compañeros sufrieron un gran número de penalidades hasta que llegó el capitán Alonso de Monroy.

En el año 1544, Valdivia fundó la ciudad de La Serena (denominada así en honor a su pueblo) en el N del país, en el valle de Coquimbo, y a la par había enviado a los capitanes Francisco de Villagrán y Francisco de Aguirre a explorar el terreno comprendido a partir del río Maule. Además, encomendó una nueva expedición encabezada por Juan Bautista Pastene con el objetivo de realizar estudios sobre la costa más meridional de Chile; los oficiales que iban a bordo, Jerónimo de Alderete y Rodrigo de Quiroga, tomaron posesión de las playas donde desembarcaban.

Al poco tiempo, Valdivia decidió partir hacia el Perú y embarcó en Valparaíso dejando a Villagrán como lugarteniente de Chile. A su regreso, comenzaron las expediciones hacia el S mientras Valdivia fundaba a su paso un gran número de ciudades entre las que destacan las de La Imperial y Valdivia; esta última en la desembocadura del río Callecalle. Los enfrentamientos con los indios fueron constantes pero se recrudecieron a partir del año 1550 por lo que Valdivia ordenó la construcción de los fuertes de Arauco, Tucapel y Purén. Los araucanos atacaron el fuerte de Tucapel, lo que causó la muerte de algunos de sus defensores, lo cual hizo ver a los indios que los españoles no eran invulnerables y podían ser vencidos, y motivó un alzamiento general contra el invasor español. En este contexto cayó prisionero Valdivia, que falleció en diciembre de 1553 tras sufrir importantes torturas. (Se dice que los indios araucanos le obligaron a comerse sus propios miembros amputándoselos poco a poco)

Su muerte, ocurrida a finales de 1553 en el sur del país a manos de los indígenas, acarreó numerosas dificultades a los españoles. Francisco de Aguirrey Francisco de Villagrán se disputaron el cargo vacante, sin que ninguno consiguiera ocuparlo por derecho inmediatamente.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 05 Jun 2015 00:29

Gonzalo JIMENEZ DE QUESADA

Conquistador español. El origen de Gonzalo Jiménez de Quesada es aún misterioso. Algunos biógrafos consideran que nació en Córdoba o en Granada (España). Murió en Mariquita (Tolima) el 16 de febrero de 1579. Fundador en 1538 del Nuevo Reino de Granada (hoy Colombia) y de su capital, Santa Fe de Bogotá. Sus conquistas y descubrimientos le ganaron el título de Adelantado del Nuevo Reino de Granada.

Existen algunas pruebas que dicen que estudió y se licenció en Derecho en la Universidad de Salamanca y que ejerció el cargo de abogado en la Real Audiencia de Granada hasta que viajó a América (1535), para administrar justicia en la expedición que envió la Corona Española en el proceso de la conquista del Nuevo Reino de Granada. Jiménez de Quesada rodeó la Sierra Nevada de Santa Marta y llegó a Valledupar, pasó luego a Chiriguaná, Tamalameque y Sompallón. Continuó su ruta por el Magdalena a San Pablo, Barranca y Cuatro Brazos o La Tora (actualmente Barrancabermeja) y llegó a La Grita (Santander). Luego entró a Guachetá, Lenguazaque, Cucunubá, Suesca, Nemocón, Tausa y Zipaquirá. Avanzó hasta Chocontá y Turmequé.

Descubrió, además, Tunja, Sogamoso, Duitama, los Valles de Sáchica, Zaquenzipá y la laguna de Tota. También exploró el valle de Neiva y se extendió hasta el municipio de Altamira. El 6 de agosto de 1538 fundó Santa Fe de Bogotá y un año después viajó a España y recorrió Francia e Italia. Regresó nuevamente a Santa Fe de Bogotá en 1569 para emprender la expedición por los Llanos en busca de los tesoros de El Dorado, empresa en la cual fracasó.

A los tres años, arruinado y enfermo, Jiménez de Quesada regresó a Suesca donde se dedicó a escribir sus memorias, y en 1579 se trasladó a Mariquita, donde murió. Jiménez de Quesada fue un conquistador especial: era instruido, sabía leer, escribir y era abogado. Con el descubrimiento y Conquista del Nuevo Reino de Granada, logró para España el dominio de la tercera gran cultura americana: la chibcha o muisca.

Otro aspecto interesante de la vida de Jiménez de Quesada fue su actividad como escritor. Su obra más conocida es El Antijovio (1567). Además se conservan los escritos de las Indicaciones para el buen gobierno (1549) y las Memorias sobre los descubridores y conquistadores que entraron conmigo a descubrir y conquistar este Nuevo Reino de Granada (1576) y algunas cláusulas y cartas de su testamento.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 05 Jun 2015 00:36

HERNANDO DE SOTO

Conquistador y descubridor español nacido en Jerez de los Caballeros hacia el año 1500 y muerto el 21 de mayo de 1542, mientras realizaba una larga marcha en busca de la desembocadura del río Mississippi, descubierto por él en mayo de 1541. Participó en la colonización de Castilla del Oro, Nicaragua y Perú, y fue nombrado adelantado de la Florida; emprendió la colonización de dicho territorio, pero apenas pudo realizar el descubrimiento de algunas tierras del suroeste de los Estados Unidos.

Nacido en el seno de una familia hijodalga, formada por Francisco Méndez de Soto, oriundo de la Bureba, y doña Leonor Arias Tinoco, oriunda de Portugal. No se conoce nada de su infancia, ni sus primeros años de juventud, pero tenemos una descripción suya hecha por Pedro Pizarro, según el cual era “hombre pequeño, diestro en la guerra de los indios, valiente y afable con los soldados”. Embarcó para América en la gigantesca expedición (1.500 hombres) que llevó Pedrarias Dávila a Castilla del Oro y que salió el 11 de abril de 1514. Hernando de Soto participó en las acciones principales que se realizaron entonces en Panamá, como soldado bajo las órdenes de Gaspar Espinosa. En la campaña contra Urracá, en la que logró el título de Capitán, contribuyó a la fundación de la villa de Santiago de Natá entre 1520-22. Participó luego en el descubrimiento y conquista de Nicaragua por Hernández de Córdoba y asistió a las fundaciones de Bruselas, León y Granada (1524). Luchó con Gil González Dávila y, tras participar en el sometimiento de Hernández de Córdoba, se asentó en Granada como regidor y uno de sus vecinos principales. Allí tuvo dos hijos en una mujer indígena, que fueron María (reconocida) y Andrés. También convivió maritalmente con la española Juana Hernández, en la que no tuvo descendencia. Se dedicó a los negocios y tuvo dos buques dedicados al lucrativo negocio de esclavos, en compañía con Hernán Ponce. Pizarro requirió su ayuda para la conquista del Perú, para obtener su colaboración le ofreció el cargo de teniente general; Soto aceptó y abandonó su vida de comodidades para lanzarse a la conquista de nuevos territorios. Fletó cuatro buques y equipo 100 hombres con los que se unió a Francisco Pizarro en la isla de Puná, donde se encontró con la sorpresa de que el cargo que se le había prometido había sido otorgado ya a Hernando Pizarro. Mas tarde se le compensaría con una encomienda en Piura, primera población fundada por los españoles en el Tawantinsuyu.

Hernando de Soto actuó decisivamente en la conquista del imperio Inca. Acompañó a Pizarro hasta Cajamarca y fue enviado para intimidar a Atahualpa. Realizó entonces una cabalgada y frenó frente a la misma persona del Inca, que al parecer no se inmutó (15 de noviembre de 1532). Al día siguiente, el de la victoria, De Soto capitaneó uno de los tres escuadrones de caballería, junto con Benalcázar y Hernando Pizarro. Después de la prisión de Atahualpa fue enviado al Cuzco, donde redondeó su botín. De Soto fue Corregidor en Cuzco, de lo que resultó una rivalidad con Juan Pizarro. La mediación de Francisco Pizarro solucionó la tensión.

Partió después para Nicaragua con sus grandes riquezas. Pasó a Lima y finalmente (fines de noviembre de 1535) se encaminó a Panamá, cruzó el istmo hasta Nombre de Dios y regresó a España. Era un indiano auténtico. Tenía 35 años y una inmensa fortuna. En 1537 se casó en Segovia con doña Isabel de Bobadilla, hija de Pedrarias, y se trasladaron a Sevilla. Al conocer las noticias de los descubrimientos realizados al norte de México le entró nuevamente el desasosiego por la aventura. Ese mismo año solicitó y obtuvo la conquista de la Florida, donde habían fracasado Ponce de León, Vázquez de Ayllon y recientemente Pánfilo de Narváez. Fue nombrado Adelantado de la Florida y Gobernador de Cuba, cargo este ultimo que reclamó para poder tener una base de operaciones. Invirtió todo cuanto había ganado hasta entonces en preparar una gran expedición integrada por 600 hombres armados a los que sostendría por año y medio, según se comprometió. Abundaban en ella veteranos del Perú y algunos portugueses. Embarcaron en siete navíos y tres bergantines el 6 de abril de 1538, al llegar a Cuba en junio, reedificó allí el fuerte de la Habana, hizo acopio de víveres y refuerzos y dejó a Juan de Rojas como su Lugarteniente del Gobernador y a su mujer doña Isabel de Bobadilla. El 18 de mayo de 1539 zarpó de La Habana con nueve embarcaciones, a bordo de los cuales iban 515 hombres, sin la marinería, y 237 caballos.

La armada llegó sin contratiempos a la bahía del Espíritu Santo (Tampa) el 25 de mayo de 1539, donde encontraron a Juan Ortiz, un superviviente de la expedición de Narváez, que vivía desde hacía doce años con los indios. El Adelantado dejó cien hombres en el puerto y ordenó regresar las naves a Cuba (con ordenes de volver al cabo de un tiempo). Luego se internó con sus hombres en la península de la Florida. Desde entonces y durante tres años, recorrió incesantemente el territorio suroriental norteamericano, atraído por diversos mitos que se desvanecieron. Fue hasta Apalachee, antiguo objetivo de Narváez, donde invernó y luego siguió hacia el noreste a través de la actual Georgia. En las proximidades del río Savannah cambió hacia el noreste -por donde llegó casi a Tennessee-, y luego al suroeste nuevamente por Georgia y Alabama, para llegar a parar cerca de Mobila. Tras cambiar el rumbo hacia el noroeste llegó el 8 de mayo de 1541 a las orillas de un río enorme. Era el Misissippi, al sur de donde luego se construyó la ciudad de Memphis (Tennessee). Lo llamaron el Río Grande del Espíritu Santo. Los indios lo denominaban Meact Massipí o “padre de las aguas”. Para poder cruzarlo tuvieron que construir cuatro piraguas, lo que les llevó cerca de un mes. Se echó encima el invierno de 1541-42 y siguieron adelante por Arkansas, donde decidieron invernar.

La tropa había quedado reducida a la mitad: quedaban apenas 300 hombres y 42 caballos. En marzo de 1542 reanudaron la marcha en busca del mar, con dirección sur. El Adelantado enfermó de fiebres y llamó a sus capitanes y nombró como sucesor a Luis de Moscoso. Falleció el 21 de mayo de 1542. Sus hombres lo envolvieron en una manta y lo sumergieron en las aguas del río que había descubierto. Los sobrevivientes construyeron unos bergantines y bajaron el Misissippi durante 50 días, al cabo de los cuales llegaron a la desembocadura. Era ya el año de 1543.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 05 Jun 2015 00:39

Francisco VAZQUEZ DE CORONADO

Conquistador español nacido en 1510 (probablemente en Salamanca) y muerto en 1554 en Nueva Galicia (México). Descubrió y recorrió los territorios de lo que luego se llamó el Far West, las grandes praderas norteamericanas, las Montañas Rocosas, el Gran Cañón y el río Colorado, el territorio de los indios pueblo y los territorios de Nuevo México, Arizona y Kansas, incluidos los grandes desiertos de Nuevo México y Arizona.

Nació en el seno de una familia hidalga, pero se desconoce su vida hasta 1535, cuando pasó a América en compañía de su amigo don Antonio de Mendoza, primer Virrey de México. Éste le nombró Gobernador de Nueva Galicia, una provincia recién conquistada, que correspondía a gran parte de lo que hoy es Jalisco, Zacatecas y Aguascalientes. Vázquez se trasladó a su Gobernación en 1537, junto con su señora doña Beatriz Estrada, con la que acababa de contraer matrimonio. Doña Beatriz era de Ciudad Real y era hija del tesorero Alonso Estrada. Su primera acción en Culuacán fue socorrer a los pobladores de la Villa de San Miguel, que estaban a punto de abandonarla a causa de la guerra que les hacían los indios del cacique Ayapin. Vázquez combatió a los agresores y capturó y ahorcó al cacique, lo que permitió que la región fuera repoblada. Durante los meses posteriores se dedicó a afianzar el asentamiento de Guadalajara.

En 1536 llegaron a San Miguel de Culuacán Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus tres compañeros (uno de ellos el negro Estebanico), supervivientes de la gran expedición de Pánfilo de Narváez, tras haber recorrido una parte del sur de lo que hoy son los Estados Unidos, con noticias de los numerosos pueblos indígenas existentes al norte de México. El Virrey consideró que era necesario explorarlos y ordenó hacerlo al franciscano fray Marcos de Niza, que había regresado del Perú. Lo haría llevando por guía a Estebanico, a quien dio unas Instrucciones (20 de noviembre de 1538) de lo que debía hacer: tomar posesión de la tierra (“pues toda aquella tierra es de la Corona de Castilla y de León”); averiguar cómo eran los indios que habitaban en ella (si eran numerosos, si vivían en poblados, si eran pacíficos, etc.); si era tierra fría o caliente (su “temple”); si existía en ella un paso interoceánico (“que entendiese siempre la noticia que había de la costa del mar del Norte y Sur, porque podría ser estrecharse la tierra, o entrar algún brazo de mar la tierra adentro”); y, finalmente, que localizara alguna población importante para fundar un monasterio en ella. Fray Marcos partió de Culuacán el 7 de marzo de 1539 con el hermano Honorato, Estebanico y unos indios pimas y se perdió por los desiertos de Arizona y Nuevo México. Estebanico iba en vanguardia y le enviaba informes de lo que iba hallando. El último que mandó, antes de que lo mataran los indios, fue que siguiese su rastro, porque los indios le habían dicho que a 30 jornadas de donde se encontraba había una tierra muy rica llamada Cíbola, cuyos pormenores indicaría el indio con el que enviaba el mensaje. Cibola, según le explicó el indio, eran siete ciudades enormes de casas de piedra y azoteas, con puertas labradas de turquesas y habitadas por gentes que vestían ricas telas (véase Las siete ciudades de Cíbola). Fray Marcos abandonó Vacapa, donde se encontraba, y siguió las huellas de Estebanico hasta llegar a la primera ciudad de Cíbola (extremo occidental de Nuevo México), que contempló desde un alto, sin atreverse a entrar en ella. Según su relato: "son las casas por la manera que los indios me dijeron, todas de piedra, con sus sobrados y azuteas... La población es mayor que la ciudad de México". Indudablemente, el franciscano estaba viendo un espejismo, pues se trataba de una miserable población zuñí, pero regresó inmediatamente a México contando fantasías de las ciudades de Cíbola. Hernán Cortés y Pedro de Alvarado se interesaron por Cíbola, ya que aseguraron que las ciudades estaban en sus jurisdicciones, pero el Virrey Mendoza estimó que era una empresa que le correspondía dirigir y mandó a su amigo Vázquez de Coronado que preparase una gran expedición colonizadora.

Vázquez de Coronado partió de Compostela el 23 de febrero de 1540 provisto de un gran dispositivo, ya que no iba a explorar, como siempre se ha dicho, sino a conquistar y colonizar Cíbola. Llevaba 12 cañones y abundante munición para la guerra, 150 soldados de a caballo y 200 infantes, 800 indígenas y abundante ganado y semillas. Mendoza ordenó asimismo que dos buques, bajo las órdenes de Fernando de Alarcón, salieran al mismo tiempo del puerto de La Natividad para llevar provisiones a Jalisco y estar a disposición de Coronado. Coronado pasó por Petatlán y Sinaloa. En el primero de dichos lugares se le unieron los capitanes Melchor Díaz y Juan Saldívar, enviados el invierno anterior para encontrar la ruta más apropiada para alcanzar Cíbola. Sus informes fueron contradictorios, sin embargo. La expedición siguió hasta Chichilticalli, donde fray Marcos había asegurado que existía una excelente colonia de casas de piedra, que no hallaron. Sólo aparecieron las ruinas de unas casas de piedra rojiza. Continuaron luego por un trecho del río de las Balsas (lo denominaron así porque tuvieron que construir balsas para pasarlo) o Gila y luego, con dirección noreste, para cruzar el desierto de Gila y las montañas de Pinal y Mogozloh. Pasaron infinitas penalidades de sed y hambre y los caballos estaban exhaustos. Los españoles caminaban por inmensos arenales salpicados de peñascos y cactus gigantescos que parecían candelabros. Tras varias semanas de marcha llegaron a un río de aguas rojizas, al que llamaron Bermejo (Colorado pequeño) y, finalmente, el 7 de julio, a los dos meses de viaje, arribaron a la primera ciudad de Cíbola (Abiquiú o Hawikuh). Los naturales les recibieron hostilmente y tuvieron que asaltarla. Coronado no halló rastro de la riqueza imaginada por Niza, ni tampoco en las otras seis ciudades de Cíbola que, según escribió, constaban únicamente de 50 a 200 casas: "las casas son de dos e tres altos, las paredes de piedra e lodo, y algunas de tapias". Eran las famosas casas de los indios pueblo, hechas con adobes, a cuyas terrazas se accedía por medio de unas escalas. En ellas hallaron unas estufas por lo que concluyeron que era tierra fría. Los indios se vestían con cueros de venado y bisonte, y mantas de algodón. En los alrededores había buenas sementeras de maíz, calabaza y fríjol, que permitieron reponer fuerzas a los españoles. El mito se desvaneció en el aire, pero los indios de Cíbola dijeron a Coronado que había otras siete ciudades llamadas Tusayán, en dirección noroeste. Vázquez de Coronado envió a dicho lugar al capitán Pedro de Tovar con 17 jinetes y algunos infantes. Tusayán fue otra desilusión, pues resultó ser el hábitat de los indios moqui (Arizona); siete poblaciones en lugares defensivos, la más importante de las cuales era Wolpi. Allí, Tovar oyó decir a los indios que al oeste de su país había un gran río. Cuando regresó a Cíbola con la noticia, el Gobernador Vázquez de Coronado ordenó a García López de Cárdenas que tomara 12 hombres y fuese a descubrir el río. La patrulla cruzó el desierto durante 20 interminables días hasta que lo encontró. Su sorpresa fue verlo al fondo de un inmenso cañón. Estaba mil metros más abajo de donde se encontraban, en una garganta muy profunda. Se trataba del Cañón del Colorado, que divisaron desde arriba. Bautizaron el río como Tizón e intentaron descender al mismo, pero fue imposible a causa de lo escarpado de las paredes del Cañón. En la relación del capitán Jaramillo, que se encuentra en el Archivo General de Indias, se recogió así el descubrimiento: "Halló una barranca de un río que fue imposible por una parte, ni otra, hallarle bajada para caballo, ni aún para pie, sino por una parte muy trabajosa, por donde tenía casi dos leguas de bajada. Estaba la barranca tan acantilada de peñas, que apenas podían ver el río, el cual, aunque es, según dicen, tanto o mucho mayor que el de Sevilla, desde arriba aparescía un arroyo". Tovar y sus hombres regresaron a Cíbola y contaron a sus compañeros su extraño hallazgo; aseguraron que las paredes del cañón en cuyo fondo estaba el río tenían hasta tres o cuatro leguas de altura, pero todos lo creyeron una exageración.

Fernando de Alarcón, quien como se dijo había salido con dos barcos de La Natividad, descubrió también el río Colorado, aunque por otro lugar. Tras navegar por la costa occidental mexicana llegó al golfo de California, donde encontró la desembocadura del río Tizón o Colorado. El 26 de agosto de 1540 dejó allí sus barcos y remontó el río con unas barcas durante dos semanas hasta alcanzar la desembocadura del río Gila (donde luego se erigió el fuerte Yuma). La falta de alimentos le obligó a volver a la desembocadura, donde se aprovisionó y volvió a remontar el Colorado con la esperanza de encontrar a Vázquez de Coronado. Subió 85 leguas y llegó a los 33º de latitud N; allí erigió una cruz y dejó cerca de ella, bajo un árbol, unos escritos con su diario de navegación, con la esperanza de que los encontrara Vázquez de Coronado. En el árbol grabó la leyenda “Alarcón llegó hasta aquí; debajo del árbol hay escritos”. Por increíble que pueda parecer, estos escritos llegaron a manos españolas. Los encontró Melchor Díaz, a quien Vázquez de Coronado había ordenado dirigirse a la parte septentrional del Golfo de California para hallar la flotilla de Alarcón. Díaz siguió el curso del Tizón hasta el desierto, donde pudo cruzarlo en unas balsas. Bajó entonces por su margen derecha, halló los papeles de Alarcón, y se dispuso a explorar la península de California, pero murió de un accidente. Sus hombres decidieron entonces regresar a Sonora y México.

Vázquez Coronado permaneció entre tanto en Cíbola, a donde llegó una representación de indios de un pueblo llamado Cicuye, que distaba 70 leguas más al este. Su jefe tenía bigote, lo que sorprendió a los españoles, que le llamaron desde entonces “Bigotes”; trajo regalos de pieles y turquesas, e invitó a los peninsulares a visitar su tierra. Coronado ordenó al capitán Hernando de Alvarado que tomara 20 hombres y se dirigiera a Cicuye. Tras cinco días de marcha llegaron a Acuco (Acoma), un poblado semejante a los de Cíbola, pero situado en un lugar inaccesible, sobre una enorme roca. Negociaron con sus pobladores y prosiguieron adelante hasta alcanzar la provincia de Tigüez (Bernalillo), 12 ciudades situadas a la orilla de un gran río: el Río Grande del Norte (también Río Bravo del Norte en su parte inferior). Era una región fértil y poblada, situada en el centro de Nuevo México. Los españoles fueron bien recibidos y admirados por haber llegado hasta allí montando unas bestias desconocidas. Hernando de Alvarado consideró que era una región mejor que Cíbola y envió un mensaje a Coronado sugiriéndole trasladarse con todo el ejército para invernar. Después prosiguió hacia su objetivo. Cicuye era una población integrada por casas de cuatro terrazas y rodeada por un muro de piedra (posiblemente Pecos). En dicho lugar encontró un indio de Florida que había recorrido como esclavo, pasando de un pueblo a otro, la otra mitad del territorio norteamericano. Impresionado por lo que contaba decidió llevarlo consigo al regresar a Tigüez, donde encontró ya acampado el ejército de Coronado. El Gobernador habló largamente con el indio de Florida, que le dijo cosas sorprendentes y muchas mentiras. Afirmaba que hacia el este existía un río enorme de al menos dos leguas de ancho y cuyos peces eran tan grandes como un caballo (se refería, sin duda, al Mississippi). Lo navegaban enormes canoas que tenían hasta 20 remeros por cada costado. Cerca del Río, siguió contando, había un lugar llamado Quivira, cuyos habitantes comían en vajillas de oro, adornaban las quillas de sus piraguas con el mismo metal y tenían enseres de oro y plata. Su cacique dormía la siesta bajo un árbol lleno de campillas de oro que sonaban alegremente con el viento. El indio de Florida completaba su relato mítico afirmando que había traído algunos objetos de oro de Quivira, pero se los habían quedado sus amos de Cicuye.

El Gobernador comisionó a Alvarado para que fuera a Cicuye y trajera tales objetos de oro, pero naturalmente no pudo hallarlos. Sus pobladores le dijeron que el esclavo de Florida era un mentiroso y sobrevino un incidente que enemistó a los españoles con la tribu de “Bigotes”. Se sublevaron además los naturales de Tigüez y Coronado tuvo que emplear la violencia para sofocarlos. La toma de Tigüez le costó mes y medio. Se dominaron asimismo otras poblaciones como Chía y Quirex o Querez.

Al llegar la primavera, Coronado decidió ir en busca de Quivira, el 23 de abril de 1541. Pasó por Cicuye y luego por un gran río, que denominó igual que la provincia indígena (el río Cicuye es seguramente el Pecos). Continuó con dirección noreste a través de las inmensas praderas existentes entre las Montañas Rocosas y el río Mississippi. Apenas existía vegetación, ni casi pobladores, salvo unos indios nómadas llamados Querechos, que vivían en unas extrañas tiendas formadas por armazones de madera cubiertas por pieles de bisonte, que montaban y desmontaban con facilidad, ya que eran cazadores. Los españoles vieron entonces por primera vez los bisontes, que llamaron “vacas”; quedaron muy impresionados y enviaron algunas partidas para cazarlos. Los caballos se asustaban, pues en su opinión eran espantosos y repulsivos, llenos de pelos, y algunos cazadores se despistaban al intentar luego regresar al real, dado lo monótono de las inmensas planicies. Vázquez de Coronado se guiaba con la brújula, como si fuera navegando y enviaba destacamentos en distintas direcciones con objeto de obtener noticias de Quivira. Una patrulla, mandada por Rodrigo Maldonado, encontró una banda de querechos que informaron del paso de cuatro españoles por aquellos lugares (Cabeza de Vaca y sus acompañantes). Otra encontró a los indios pintados de Texas, que estaban en guerra con los querechos, quienes dijeron que Quivira estaba a unos 40 días de camino, en dirección norte. Vázquez de Coronado juzgó imprudente continuar hacia dicho objetivo con todo su ejército y le ordenó regresar a Tigüez, para seguir luego adelante sólo con 30 jinetes. Al cabo de un mes llegó a otro gran río, que bautizó como San Pedro y San Pablo (quizá el actual Arkansas). Tras pasarlo, continuó avanzando con dirección noreste durante dos semanas. Allí apareció Quivira. Lo que encontró, según escribió, fue lo siguiente: "Lo que en Quivira hay es una gente muy bestial, sin policía ninguna en las casas, ni en otra cosa, las cuales son de paja, a manera de los ranchos tarascos". Su indignación fue tal que mandó matar al indio de Florida que llevaba por guía. No se sabe donde estuvo realmente Quivira, pero posiblemente fuera cerca del actual Wichitta, en el estado de Kansas, mas allá del río Arkansas. Según el relato que envió al Emperador, había llegado hasta los 40º de latitud norte y estaba a 950 leguas de México. En Quivira oyó hablar de otro gran río cercano (el Missouri), pero consideró imprudente continuar en su búsqueda, ya que se aproximaba el invierno y era conveniente regresar a Tigüez antes de que los ríos crecieran demasiado y fuera imposible pasarlos. Se encontraba además en una tierra muy fría, donde nevaba en invierno. De haber seguido hacia el sureste es muy posible que se hubiera encontrado con la expedición española de Hernando de Soto, que andaba por entonces en el río Mississippi.

Coronado erigió una cruz en Quivira, en señal de posesión del territorio. Descansó durante 25 días y tomó algunas anotaciones del país, que según escribió era mejor que ninguno de los de Europa, especialmente para la cría de ganado, ya que era todo de llanos y ríos, con sólo algunas lomas. Finalmente emprendió el regreso a Tigüez, a donde llegó tras 40 días de penosa marcha por Texas, Oklahoma y Kansas. Allí le esperaba su lugarteniente Arellano, que le informó de otra exploración realizada al norte del Río Grande, en la que los españoles habían alcanzado unas provincias llamadas Yemez y Yuque-Yunque, así como una gran ciudad fortificada de Braba (Taos).

Vázquez de Coronado invernó nuevamente en Tigüez y al llegar la primavera de 1542 preparó otra expedición hacia el noreste, pero sufrió una caída del caballo en un torneo con Pedro Maldonado. Se golpeó en la cabeza y estuvo maltrecho durante semanas. Los españoles hicieron consejo de guerra para tomar una determinación y decidieron finalmente abandonar las exploraciones y regresar a México. En la tierra se quedó el franciscano fray Juan de Padilla, con algunos negros e indios cristianos. El religioso fue muerto a manos de los indios cuando intentó volver a Quivira. En cuanto al ejército de Coronado, emprendió la vuelta a México por un camino mucho más directo, ya que anduvieron sólo 200 leguas, en vez de las 300 que les costó llegar. Los expedicionarios volvieron a México en 1542. El virrey Mendoza le recibió con mucha frialdad por haber desobedecido sus órdenes de colonizar al norte de México. Coronado quedó desilusionado de que no se le reconocieran sus esfuerzos y se retiró a sus posesiones de Nueva Galicia. Residenciado luego por Tello de Sandoval fue condenado a pagar una multa. Falleció en el otoño de 1554.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 05 Jun 2015 00:41

Antonio DE MENDOZA Y PACHECO
Político y administrador colonial español, I virrey de Nueva España (1535-1550) y II virrey del Perú (1551-1552), nacido en Alcalá la Real (Granada) en 1495 y muerto en la Ciudad de los Reyes (Acapulco, México) el 21 de julio de 1552.

Fue el segundo hijo de Íñigo López de Mendoza, marqués de Mondéjar y segundo Conde de Tendilla, y de Francisca Pacheco. A temprana edad se incorporó a la corte de los Reyes Católicos (véase Fernando e Isabel) y fue instruido, entre otros, por el humanista Pedro Mártir de Anglería. A la muerte de su padre en 1512 heredó las encomiendas manchegas de Socuéllamos y Torre de Veguezate. En 1517 acudió a Flandes a rendir pleitesía a Carlos I y formó parte del séquito que le acompañó a España. Entre 1519 y 1521 participó en la Guerra de las Comunidades al lado de las fuerzas leales al monarca; destacó entre sus actos la toma de Huéscar (Granada). Ejerció como embajador ante la corte de Hungría. A principios de 1528 retornó a España y ocupó la presidencia de la Cámara Real. Contrajo matrimonio en Valladolid con Catalina de Vargas y Carvajal, con la que tuvo tres hijos. A instancias de la emperatriz Isabel fue nombrado virrey de Nueva España el 17 de abril de 1535, cargo que también le confería la presidencia de la Real Audiencia. Mantuvo una contienda de competencia con el capitán general Hernán Cortés, quien al final tuvo que subordinarse a su mandato. Después de tomar posesión de su cargo el 14 de noviembre, su primer acto fue enviar preso a Castilla al anterior gobernante interino, Nuño Beltrán de Guzmán, bajo la acusación de corrupción y maltrato a los naturales. Poco después, hizo abortar la conspiración de los esclavos negros en septiembre de 1537. Tras lograr la pacificación del virreinato, introdujo la imprenta (en 1539 se publicó el primer libro americano, la Breve y compendiosa Doctrina Christiana en lengua mexicana y castellana de Juan de Zumárraga). Con el fin de fomentar la educación mandó edificar los colegios de Santa Cruz de Tlatelolco, para los hijos de la nobleza, de San Juan de Letrán, para los indios y mestizos, y de La Concepción, para mujeres. También alentó la explotación de nuevas minas y formalizó la acuñación de las primeras monedas del virreinato. El 20 de noviembre de 1540 fue firmada la capitulación entre el virrey Antonio de Mendoza y el gobernador de Guatemala Pedro de Alvarado, para explorar los territorios en la llamada “Tierra de la especería”. Por muerte al año siguiente de Alvarado en la campaña del Mixtón, la expedición fue efectuada por Juan Rodríguez Cabrillo-Ferrelo. Otra expedición importante fue la que se envió a las Molucas, en el archipiélago filipino, al mando de Ruy López de Villalobos, quien tuvo que regresar por el occidente al ser atacado por los portugueses. El ejército del virrey aplastó la sublevación de los indios caxcanes y chichimecas en la región de Nueva Galicia (Guadalajara) en septiembre de 1541; poco después se fundó en el valle de Guayangareo la población de Valladolid (hoy Morelia). Durante los quince años de su mandato en Nueva España, las leyes administrativas que impartió le convirtieron en el supremo organizador del virreinato novohispano. Acató la promulgación de las Leyes Nuevas el 24 de marzo de 1543, pero al poco tiempo las suspendió hasta que la Corona decidiera acerca de la protesta en contra de las mismas por parte del Cabildo de México. A diferencia de en Perú, el virrey atendió prudentemente los reclamos de los conquistadores y encomenderos en contra de las Leyes Nuevas, lo que evitó que estallaran revueltas. Las Leyes Nuevas finalmente fueron derogadas por este virrey el 20 de octubre de 1545. En 1546 el visitador Francisco Tello de Sandoval elevó a la corona 46 cargos en su contra y, simultáneamente, fray Bartolomé de las Casas lo excomulgaba por apoyar a los encomenderos. Sin embargo, en 1548 el Consejo de Indias lo declaró libre de todos los cargos. Su formación humanista le condujo a escribir De las cosas naturales y maravillosas de Nueva España. El 26 de septiembre de 1550 el rey lo nombró virrey del Perú. Antes de partir dejó una relación de gobierno a su sucesor, Luis de Velasco. Asumió su cargo en Lima en ceremonia solemne pero sin entrar bajo palio el 12 de septiembre de 1551. Debido a su avanzada edad delegó en su hijo Francisco de Mendoza la visita de los territorios de Charcas con indicación de que debía prestarse especial atención a las condiciones de trabajo de los indios en el cerro rico de Potosí. El informe de Francisco de Mendoza, acompañado de los primeros dibujos y planos del centro minero, fueron remitidos a España y depositados presumiblemente en el Consejo de Indias hasta su pérdida. Durante su breve mandato tuvo que enfrentar el alzamiento de los conquistadores Francisco de Miranda, Alonso de Barrionuevo y Alonso de Hernández Melgarejo en el Cuzco en noviembre de 1551. También en Lima y Charcas estallaron los levantamientos liderados, respectivamente, por Pedro Alonso de Hinojosa y Sebastián de Castilla. A este virrey le correspondió expedir el primer código de procedimientos judiciales. Alentó al conquistador Juan Díez de Betanzos a que culminara su crónica Suma y Narración de los Incas. Bajo su administración se creó el Obispado de la Plata, en Chuquisaca y se recibieron las dos cédulas de 12 de mayo y de 21 de septiembre de 1551 que autorizaban la fundación de la Universidad de San Marcos en el convento de Santo Domingo de Lima. Concedió licencia a Baltazar Zárate para introducir camellos en el Perú como medio de transporte, pero la empresa fracasó. Por último, dictó una serie de normativas con el fin de reglamentar el uso de los bienes comunales de los indios, conformar una compañía de alabarderos para servir como escolta virreinal y obligar a los encomenderos a casarse.

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