El debate sobre quién fue el mejor espía durante la Segunda Guerra Mundial tiene difícil conclusión. Fueron muchos los agentes que mostraron una capacidad innata para obtener información del enemigo, por lo que sería complicado establecer un ranking de este tipo.
No obstante, existe un baremo que podría dilucidar ese disputado título; la medida en la que fueron determinantes para el desarrollo de la contienda. Es posible que Cicerón haya sido el más famoso, pero si analizamos los méritos de los espías desde ese punto de vista, seguramente llegaremos a la conclusión de que Richard Sorge merece ostentar este honor.
Sorge, hijo de madre rusa y de padre alemán, acabaría proporcionando a los soviéticos importantes informaciones desde Japón, como la que garantizaba que los nipones no atacarían a la URSS. Esto posibilitó el envío masivo de tropas desde Extremo Oriente a Moscú, logrando rechazar el ataque alemán que se estaba produciendo a las mismas puertas de la apital. Es arriesgado lanzar alguna hipótesis sobre lo que hubiera currido de no llegar esos ingentes refuerzos, pero no cabe duda de que la posibilidad de que los alemanes hubieran tomado Moscú habría sido mucho más probable, con lo que la Segunda Guerra Mundial podría haber tomado un rumbo muy distinto.
La vida de Richard Sorge está envuelta en el misterio. Aunque se ha escrito mucho sobre él, muchos datos de su biografía son enormemente controvertidos. De hecho, al igual que en el caso de Cicerón, nadie se pone de acuerdo ni siquiera sobre el lugar en donde nació. Sorge vino al mundo el 4 de octubre de 1895 en algún lugar del Cáucaso; se cree que fue en Bakú, aunque quizás fuera en una aldea cercana llamada Adjekend. Su padre, Wilhelm, era ingeniero de minas al servicio de una compañía alemana que estaba realizando trabajos de prospección en los campos petrolíferos de Bakú. Parece ser que el pequeño Richard fue el benjamín de nueve hermanos, aunque esto nunca ha podido saberse de cierto.
Vivió en territorio de lo que más tarde sería la Unión Soviética tan sólo sus dos primeros años de vida. La familia se trasladó a Berlín, al barrio residencial de Liechterfeld. Aunque creció plenamente integrado en la sociedad germana, el pequeño Richard se sentía muy cercano a la cultura y carácter ruso por influencia de su madre, que acostumbraba a relatarle cuentos e historias populares de su país.
Muy aplicado en sus estudios, Sorge sacó buenas notas en el bachillerato. Se alistó voluntario para luchar en las filas germanas durante la Primera Guerra Mundial, combatiendo en las campañas de Flandes, contra británicos y franceses, y de la región polaca de Galitzia, contra los rusos. Resultó herido en una pierna, lo que le causó una cojera que arrastraría toda su vida. El valor demostrado en el campo de batalla le fue recompensado con la Cruz de Hierro de segunda clase.
El estallido de la revolución en Rusia en 1917 le llevó a abrazar el comunismo, una decisión a la que no fue ajeno el hecho de descubrir que su abuelo paterno, Friedrich Albert Sorge, fallecido en 1903 en Nueva York, había sido secretario personal de Karl Marx.
Acabada la guerra, Sorge se doctoró en Ciencias Políticas por la Universidad de Hamburgo y comenzó a trabajar en la organización del Partido Comunista. En 1921 se enamoró de la mujer de un profesor suyo, con la que se casaría después de que ésta consiguiese el divorcio. En 1924 viajó a la Unión Soviética para descubrir sobre el terreno los logros de la Revolución. Durante su estancia en tierras rusas, fue tanteado por las autoridades soviéticas para convertirse en agente secreto.
Sorge aceptó sin dudarlo. En Moscú ya hizo gala de las cualidades y los defectos que le acompañarían a lo largo de su vida como agente. Pese a que su aspecto no era muy agradable, debido a su descuidada forma de vestir y a su concepto relajado de la higiene personal, a lo que había que sumar su afición por el juego y la bebida, despertaba una irresistible atracción entre las mujeres, que él solía corresponder. Además, era un auténtico genio en el terreno de la simulación. Sorge era capaz de interpretar el personaje que requería una circunstancia concreta y de mantener el engaño aunque estuviera totalmente borracho.
La desordenada vida de Sorge acabó con la paciencia de su mujer, cansada de sus continuas infidelidades. Con el permiso de las autoridades soviéticas, que no pusieron impedimentos, ella pudo regresar a Berlín. De ahí marcharía a Nueva York. Nunca más volverían a verse.
Gracias a las revelaciones de Richard Sorge, Moscú pudo ser defendida in extremis del ataque alemán gracias a la llegada de las tropas destinadas a guardar la frontera con Japón.
El nuevo agente fue puesto a prueba con varias misiones. Su periplo en busca de informaciones de interés para los soviéticos le llevó por Dinamarca, Suecia, Noruega, Alemania y Gran Bretaña. En 1929 se le encargó la primera misión importante; debía introducirse en China, un país con el que la Unión Soviética había roto las relaciones diplomáticas.
Para ello viajó a Hamburgo con pasaporte alemán, en donde se ofreció como periodista para una revista agrícola y otra de sociología. Desde allí se embarcó rumbo a Shangai. Llegó a China el 10 de enero de 1930 con sus credenciales de periodista y no tardó en integrarse en la ciudad. China le estimuló el interés por la cultura oriental, lo que le hizo aprender el idioma y las costumbres locales.
Su objetivo, además de obtener información sobre el potencial militar chino, era reactivar el Partido Comunista y restablecer la red de espionaje que había funcionado hasta el cierre de los consulados soviéticos. En China residiría durante tres años. Cuando desde Moscú se consideró que la meta había sido alcanzada, le ordenaron regresar a Alemania, en donde creían que podía desempeñar otra misión de gran relevancia. Una vez allí, logró infiltrarse en el Partido Nazi, que lo admitió como un militante más sin que se descubriese su pasado comunista.
Su audacia le permitió llegar hasta el teniente coronel Eugen Ott, que era agregado militar en Tokio y que se encontraba en esos momentos en Berlín. Gracias a su conocimiento de Oriente, encontró una base en la que sustentar una relación de amistad con el militar germano, que también se sentía atraído por esa milenaria cultura. Mientras tanto, Sorge se mantenía en contacto con Moscú, informando puntualmente de todos sus movimientos.
En julio de 1933, coincidiendo con el ascenso a general de Ott y su nombramiento como embajador alemán en Tokio, Sorge consiguió que el periódico Frankfurter Zeitung lo aceptase como corresponsal en la capital nipona. Cuando ambos se encontraron de nuevo en Japón, su amistad se estrechó aún más.
A lo largo de la década de los treinta, gracias al trabajo de Sorge, Moscú estuvo informada al detalle de las relaciones entre Japón y Alemania. En el verano de 1936, el espía aseguró que era inminente la firma de un pacto entre ambas naciones para frenar la expansión del comunismo, como así fue.
Del mismo modo, Sorge advirtió que el conflicto entre Japón y China, que había estallado el 7 de julio de 1937, sería largo y duro, pese a que los expertos soviéticos creían que sería breve. No se equivocó, puesto que no acabaría hasta 1945.
Una vez iniciada la Segunda Guerra Mundial, las aportaciones de Sorge serían determinantes. Pero hubieran podido serlo mucho más si Stalin hubiera hecho caso de sus indicaciones. Se asegura que el dictador soviético nunca acabó de confiar en Sorge, puesto que archivaba sus valiosos mensajes en una carpeta titulada «Informaciones dudosas y peligrosas».
Sea por el motivo que fuera Stalin no tomó en consideración un informe fechado el 12 de mayo de 1941, en el que aseguraba que Hitler lanzaría entre 170 y 190 divisiones contra la Unión Soviética el 20 de junio, aunque el ataque podía producirse uno o dos días más tarde. Tampoco se equivocó en este caso, puesto que la Operación Barbarrojai se inició el 22 de junio.
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