Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

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Brasilla
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 23 Ene 2018 20:13

Batalla naval de la Isla TERCEIRA


El combate naval de Terceira (o Tercera) tuvo lugar el 26 de julio de 1582 en aguas de la isla Terceira y la isla de São Miguel (San Miguel) de las Azores entre una escuadra española de 25 naves, al mando de don Álvaro de Bazán, y otra escuadra francesa de 64, al mando del almirante Felipe de Pedro Strozzi, y que terminó con una aplastante, y decisiva, victoria para los españoles. Esta fue la primera batalla naval de la historia en la que participaron galeones de guerra, y también fue la primera batalla naval que se libró en mar abierto.

Antecedentes

En 1580, tras la muerte sin sucesión del rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir, y el posterior fallecimiento de Enrique I el Cardenal, Felipe II de España fue reconocido como rey de Portugal, con el nombre de Felipe I de Portugal, por las Cortes de Tomar.

Este nombramiento no fue demasiado bien aceptado en Francia ni en Inglaterra, por el poder que significaba para la casa de Austria, por lo que apoyaron la causa de don Antonio, prior de Crato, que también pretendía la Corona de Portugal. Con esto intentaban evitar la unión de los imperios coloniales de España y Portugal, lo que convertía a Felipe II en uno de los monarcas más poderosos de la historia.

Todas las posesiones portuguesas, salvo las islas Azores o Terceras, reconocían a Felipe II como rey de Portugal. Estas islas eran punto de recalada para la flota de la plata de Indias, donde hacían aguada y recogían víveres para continuar viaje a España. Pese a no estar en guerra con España, Francia envíó una flota a las Azores para apoyar al Prior.

En 1581 se presentan en Lisboa los comisarios de la isla de San Miguel para ofrecer su sumisión a Felipe II, por lo que se envía a dicha isla la escuadra de Galicia, al mando de Pedro de Valdés. Estaba formada por cuatro naos grandes y dos pequeñas, y llevaban 80 artilleros y 600 infantes. Su misión era limpiar el mar de corsarios y recibir a las flotas de Indias, para evitar que recalasen en territorio enemigo. Y conociendo que la de la India Oriental venía bajo el mando de don Manuel de Melo, partidario del prior de Crato, otra de sus misiones era evitar que los agentes del Prior contactaran con él.

En paralelo se prepara en Lisboa una armada de 12 naos, que, mandada por Galcerán Fenollet y con el maestre de campo Lope de Figueroa, seguiría a la de Valdés, y que llevaría a San Miguel 2.200 soldados, con la intención de desembarcar en la Tercera.

El 30 de junio llega Valdés a San Miguel, y su gobernador, Ambrosio de Aguiar, le informa que en la Tercera se han recibido armas y municiones. Pero la tripulación de una carabela que había interceptado le dijo que, si bien en la Tercera había muchos partidarios del Prior, estos estaban mal armados. Dando por buena esta última información, en lugar de emprender su misión de esperar a la flota de Indias, efectuó un desembarco con 350 hombres cerca de Angra. El desembarco fue un fracaso y se perdieron más de 200 hombres, entre ellos un hijo de Valdés y un sobrino de don Álvaro de Bazán.

Al llegar las flotas de Tierra Firme y Nueva España, con 43 naves, intentó convencer a sus generales, don Francisco de Luján y don Antonio Manrique, para efectuar un desembarco conjunto en la Tercera. Estos se negaron y siguieron viaje a España, encontrándose en esta singladura con la flota de Lope de Figueroa. Este les dio agua y los escoltó a Lisboa, frustrando las intenciones de Melo, que, por el descuido de Valdés, había recibido instrucciones para dirigirse a Francia.

Lope de Figueroa vuelve a las Azores, y a la vista del fracaso de Valdés, decide no efectuar el desembarco en la Tercera, al considerar que la guarnición de la isla era superior a la inicialmente estimada.

En marzo de 1582 se refuerza la isla de San Miguel con cuatro naos guipuzcoanas que lleva Rui Díaz de Mendoza, y quedan a cargo del almirante portugués Pedro Peixoto da Silva, que estaba allí con dos galeones y tres carabelas.

En mayo nueve naos francesas atacan San Miguel. El ataque es rechazado por las naos guipuzcoanas, que tuvieron 20 muertos.

La batalla

En enero de 1582 da Felipe II las órdenes de preparación de la expedición naval que ha de conquistar el reducto enemigo de las Azores occidentales. Los preparativos comienzan en la primavera bajo el mando de don Álvaro de Bazán, capitán general de las galeras de España, elegido por el rey para comandar la armada que ha de trasladarse a las islas.

En Lisboa y Sevilla se construyen los buques y se reúnen las tropas con soldados preferentemente portugueses, aunque también figuran españoles, italianos y alemanes. Pero los preparativos se retrasan porque se tienen que construir 80 barcas planas —para que desembarque la infantería—, cuya madera se cortó a finales de febrero, y se ha de elaborar un patrón que sirva de modelo común a las atarazanas andaluzas.

La expedición ha de estar compuesta por 60 naos gruesas, con los pataches y embarcaciones auxiliares correspondientes, 12 galeras y las barcas para desembarco. Aparte de los marinos, las tropas de tierra serán de 10.000 a 11.000 soldados, al mando del maestre de campo general, don Lope de Figueroa. La impedimenta constaba de provisiones para seis meses, artillería de batir, carros de municiones, mulas y caballos para atender a los servicios de transporte y acarreo.

El propósito principal de la expedición, según las órdenes del rey, es la de destruir las armadas enemigas y conquistar las islas en poder de los rebeldes. El objetivo principal está claro: derrotar a la fuerza naval adversaria; logrado este, expugnar las islas.

Mientras, Catalina de Médicis —que intenta arrastrar a su hijo Enrique III a intervenir en la intriga contra Felipe II— prepara el plan de campaña, que sería así: Strozzi, después de conquistar la isla de Madeira, ocupará las Azores para el prior de Crato; después el mariscal Brissac se apoderará de las islas de Cabo Verde; en agosto, Felipe Strozzi deberá reforzar la guarnición y dirigirse a Brasil, que será cedido a Francia por el pretendiente cuando sea rey de Portugal.

Sin embargo, en los contratos de asiento con los dueños de los buques figura que se utilizarán para proteger los buques mercantes, combatir a los piratas o hacer lo que ordene el rey o la reina madre. La noticia de que Felipe II está preparando una expedición naval contra las islas Azores conduce a concentrar la fuerza francesa para poder hacerle frente en vez de desarrollar el plan escalonado previsto.

En Belle Isle se reúne una imponente flota de 64 buques, comandados y dotados con la élite de la marina de Francia, y 6.000 hombres de armas, organizada por Strozzi como si fuese una fuerza de infantería: a las órdenes de Brissac, elegido teniente general; de Borda, mariscal de campo, y Saint Souline y de Bus, como maestres de campo. Entre los dos se reparten el mando de las 55 compañías. 7 buques ingleses entregados al pretendiente forman también parte de la flota de Strozzi.

Esta flota sale el 16 de junio y después de un mes de navegación atracan los buques en la rada de San Miguel. Los pilotos piensan que están en la isla de Santa María, y entonces Strozzi toma la decisión de desembarcar 1.200 hombres para asediar el fuerte de Ponta Delgada, y aunque consigue un éxito inicial frente a la tropa que trata de resistirse al desembarco, no aprovecha la ocasión de rendir la plaza, viéndose obligado a reembarcar a sus soldados cuando se entera de la apremiante presencia de las naves de don Álvaro de Bazán.

En efecto, sabiendo Felipe II de que ha salido de Francia una escuadra rumbo a las islas Azores manda de inmediato la partida de la escuadra de Bazán que se preparaba en Lisboa. El 10 de julio se hace don Álvaro a la mar, portando su insignia en el San Martín, galeón de 1.200 toneladas; le acompañan 27 naos y urcas y 5 pataches.

Composición de las dos flotas

La flota española estaba mandada por el gran marino militar Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz y capitán general de las Galeras de España. Mandaba dos galeones del rey, 10 naos guipuzcoanas, ocho portuguesas y castellanas, 10 urcas flamencas y una levantina, así como cinco pataches. Pero dos de las urcas desaparecieron en la noche del 24 de julio, tres naves se demoraron en Lisboa, la levantina llegó tarde y uno de los pataches había sido apresado, por lo que, en el momento del combate, solo tenía 25 bajeles de guerra.

El mando de la flota francesa lo tenía Felipe Strozzi, hijo de Pedro Strozzi, mariscal de Francia, y le secundaba Charles de Brisac, conde de Brisac, también hijo de mariscal de Francia. Se encontraba en ella don Francisco de Portugal, conde de Vinioso. También había un pequeño contingente inglés, al mando de sir Howard of Effingham. Llevaban 60 navíos con 6.000 a 7.000 infantes y arbolaban la bandera blanca con la flor de lis dorada.

Preparativos para el combate

El 21 de julio llega el marqués a la isla de San Miguel, con solo 27 naos y la mitad de la tropa prevista. Manda dos pataches para notificar su llegada al gobernador y decir al almirante Peijoto que se una a su escuadra, y fondea el 22 en Villafranca para hacer aguada. Le sorprende el recibimiento hostil de los lugareños, e incluso los esquifes recibieron algún arcabuzazo. Pero le dicen que son leales a Felipe II y que deberían dirigirse a Ponta Delgada.

En esto llega una carabela comunicando que había salido de Lisboa con otras dos carabelas y dos naos, que las dos carabelas habían sido apresadas por los franceses y que las naos habían conseguido escapar como ellos. Uno de los pataches de descubierta viene con las noticias del apresamiento de los dos pataches que se habían enviado a Ponta Delgada. Ante la evidencia de la presencia de la flota francesa, acelera la aguada y se hace a la mar, avistando más de 60 velas que estaban ocultas al otro lado de la isla.

El combate

La falta de viento deja a las dos escuadras inmóviles, y con la brisa del anochecer, los españoles se dirigen hacia la mar y los franceses hacia tierra.

A media noche llega a la capitana de Bazán una pinaza con noticias de Ponta Delgada. El gobernador le comunica que los franceses habían desembarcado con 3.000 hombres en la isla el 15 de julio, saqueando la villa de La Laguna y tomando Ponta Delgada, salvo el castillo. Que el almirante Peijoto, en vez de hacerse a la mar, se arrimó al castillo, resultando apresadas las naves guipuzcoanas y varadas en los escollos dos carabelas y dos galeones. Que la gente de los barcos se había refugiado en el castillo, por lo que pudo resistir con más de 500 hombres. Y que al ver que los franceses se retiraban, en vez de hacerse fuertes en Ponta Delgada, supusieron que había llegado la escuadra española, por lo que despacharon la pinaza para avisarles.

Al amanecer, la flota francesa, que tenía barlovento, intenta romper la formación española sin conseguirlo. Repite el intento dos veces más durante la mañana, ya que por la tarde el viento vuelve a calmarse, dejando inmóviles a las dos flotas.

En la amanecida del 24, la situación sigue igual. A las cuatro de la tarde, los franceses, en tres columnas, atacan la retaguardia que manda Miguel de Oquendo, con sus cinco naves guipuzcoanas. La presteza de Bazán en cerrar la formación hace que fracase el ataque, y los franceses se ven obligados a retirarse con daños, pero conservando el barlovento.

Bazán ordena a sus barcos que esa noche, al ponerse la luna, sin más órdenes y sin luces, viren para ganar barlovento, esperando así encontrarse al amanecer a barlovento de los franceses, como así fue.

En la mañana del 25, se encuentra por tanto Bazán a barlovento de los franceses, y además la formación francesa está desordenada, porque estaban reparando las averías del combate de la tarde anterior. Sin embargo, Bazán no puede aprovechar esa oportunidad, puesto que a las nueve de la mañana, la nao de Cristóbal de Eraso, su segundo en el mando, pide auxilio pues se ha desarbolado. Bazán le da remolque y se pierde la ocasión de atacar.

El 26 de julio amanecen las dos flotas a tres millas una de otra, y a 18 millas de la isla de San Miguel, con la francesa situada a barlovento. Siguen navegando de orza, y parece que tampoco va a haber combate.

Después del mediodía, el galeón San Mateo, que lleva de maestre de campo a don Lope de Figueroa se aparta de la línea hacia barlovento. Los franceses creen que pueden aislarle de la línea española, y se dirigen hacia él la capitana, la almiranta y tres galeones. Figueroa acepta el combate, y sin disparar sus cañones, se ve abordado por la capitana (por babor) y la almiranta (por estribor), mientras los otros tres galeones le hacen disparos por proa y popa. Cuando las dos naves están muy cerca, dispara su artillería, produciendo grandes daños a los franceses, y repite la descarga antes del abordaje. Pone tiradores escogidos en la gavias para barrer las cubiertas francesas. Siendo el San Mateo ya una boya, sin jarcias ni velas, mantiene combate durante dos horas. Tuvo que dar orden D. Lope a sus hombres para que no pasasen a la capitana francesa, que se había rendido, para mantener el combate con la almiranta.

El resto de las flotas

Los franceses atacan la línea española, que se mantiene en buen orden. El marqués suelta el remolque que llevaba y se dirige a apoyar al galeón San Mateo, al igual que el grupo de retaguardia, que llega antes. La nao Juana del capitán Garagarza aborda a la capitana francesa, abarloada al galeón, mientras Villaviciosa lo hace con la almiranta. Acuden naves francesas, que se amarran a estas últimas, y se forma un grupo de barcos en que los hombres combaten unos con otros. Miguel de Oquendo se mete a toda vela entre el San Mateo y la almiranta francesa, disparando contra ella al estar en medio. Con esta maniobra, rompe las amarras y hunde el costado de la nave francesa, a la que se aferra.

Cuando llega don Álvaro, viendo que sus barcos están dominando la situación y, al comprobar que la capitana francesa, que mandaba Strozzi, se separa del San Mateo, la aborda, al igual que la nave Catalina. En una hora, el navío francés se rinde.

Al dar por perdidas la almiranta y la Capitana, los franceses que no están trabados a naves españolas se retiran, y termina el combate a las cuatro horas de haber empezado.

Resultado de la batalla

Por parte española hubo 224 muertos y 550 heridos, y, aunque no se perdió ningún barco, todos quedaron con averías.

Por parte francesa se perdieron 10 navíos grandes, y se calcula que hubo unos 2.000 muertos, entre ellos el almirante Felipe Strozzi.

Después de la batalla

El día 30 fondea la escuadra española en Villafranca, desembarcando heridos y prisioneros y empezando sus reparaciones.

Se inicia un juicio contra los prisioneros, acusándoles de piratas, ya que España y Francia estaban oficialmente en paz. Los franceses alegaron no ser piratas, y que tenían despachos del rey de Francia, pero don Álvaro dio por falsos esos documentos, y los condena a muerte. El 1 de agosto, en Villafranca, fueron degollados 28 señores y 52 caballeros, y ahorcados los soldados y marineros de más de 18 años de edad.

El Prior de Crato huye de la isla Tercera, embarcando en las naves francesas fugitivas.

Curiosidades

Cabe destacar que en esta batalla participó el poeta y dramaturgo Félix Lope de Vega.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 23 Ene 2018 21:18

La Derrota de la Invencible Inglesa



La Invencible Inglesa o Contraarmada fue una flota de invasión enviada contra la Monarquía Hispanica por la reina Isabel I de Inglaterra en la primavera de 1589, en el marco de las operaciones de la Guerra anglo-española de 1585-1604. Los anglosajones se refieren a ella como English Armada, Counter Armada o Drake-Norris Expedition. Esta última denominación se debe a que la expedición fue mandada por Francis Drake, que ejercía de almirante de la flota, y por John Norreys en calidad de general de las tropas de desembarco.

La intención de esta fuerza de invasión era aprovechar la ventaja estratégica obtenida sobre España tras el fracaso de la Armada Invencible enviada por Felipe II contra Inglaterra el año anterior. Los objetivos ingleses eran tres. El primero y fundamental era destruir el grueso de los restos de la Armada Invencible (Grande y Felicísima Armada), que se encontraban en reparación en los puertos de la costa cantábrica, principalmente en Santander. El segundo objetivo era tomar Lisboa y entronizar al prior de Crato, Antonio de Crato, pretendiente a la Corona portuguesa y primo de Felipe II, que viajaba con la expedición.

Crato había firmado con Isabel I unas cláusulas secretas por las que, a cambio de la ayuda inglesa, le ofrecía cinco millones de ducados de oro y un tributo anual de 300 000 ducados. También le ofrecía entregar a Inglaterra los principales castillos portugueses y mantener a la guarnición inglesa a costa de Portugal. Asimismo prometía darle quince pagas a la infantería inglesa y permitir que Lisboa fuera saqueada durante doce días, siempre que se respetasen las haciendas y vidas de los portugueses y se limitase el saqueo a la población y hacienda de otros hispanos.

Además de todo esto, se daba vía libre para la penetración inglesa en Brasil y en el resto de las posesiones coloniales portuguesas. De facto, estas cláusulas convertían a Portugal en un vasallo de Inglaterra y brindaban a Isabel I la posibilidad de tener su propio imperio ultramarino. Finalmente, como tercer objetivo, se tomarían las islas Azores y capturaría la flota de Indias. Esto último permitiría a Inglaterra tener una base permanente en el Atlántico desde la que atacar los convoyes españoles procedentes de América, lo que supondría un avance significativo hacia el objetivo más a largo plazo de arrebatar a España el control de las rutas comerciales hacia el Nuevo Mundo.

La operación acabó en una total derrota, sin precedentes para los ingleses, y constituyó un rotundo fracaso de dimensiones comparables a las de la famosa Armada Invencible española. A raíz de este desastre, el que había sido hasta entonces héroe popular en Inglaterra, Francis Drake, cayó en desgracia.

Objetivos y organización de la expedición

El objetivo básico de Isabel I era aprovechar la debilidad de la Armada de España tras de el fracaso de la Armada Invencible y asestar un golpe definitivo a Felipe II, obligándole a aceptar los términos de paz que Inglaterra impusiese. El primer punto del plan consistía en destruir los restos de la Armada Invencible, mientras estaban sometidos a reparaciones en sus bases de La Coruña, San Sebastián y sobre todo Santander. Además, se aprovecharían estos ataques para abastecerse de agua y víveres mediante el saqueo de dichas localidades. Posteriormente, se desembarcaría en Lisboa para causar una revuelta contra Felipe II en Portugal, país recientemente anexionado al Imperio español. De este modo, y una vez asegurado el control sobre Portugal, Inglaterra se convertiría en principal aliado y socio comercial del país, y se adueñaría de alguna de las Azores para disponer así de una base permanente en el Atlántico desde la que atacar a las flotas comerciales españolas.

Al igual que su predecesora española, la Invencible Inglesa adoleció de un exceso de optimismo ante una empresa que resultaba prácticamente imposible dada la tecnología disponible en aquella época. Posiblemente influidos por el exitoso ataque de Drake a Cádiz en 1587, los ingleses cometerían graves errores tácticos y estratégicos, que desembocarían en un desastre.

Todo el plan se construyó como si de una operación comercial se tratase.​ La expedición fue financiada por una compañía con acciones cuyo capital era de 80 000 libras. Del capital, un cuarto lo pagó la reina, un octavo el gobierno holandés y el resto varios nobles, mercaderes, navieros y gremios. Todos ellos esperaban no ya recuperar lo invertido, sino obtener grandes beneficios. Este criterio organizativo, basado en un conjunto de intereses económicos particulares, se había mostrado efectivo hasta aquel momento para promocionar expediciones piratas y corsarias, basadas fundamentalmente en ataques por sorpresa. Pero en esta ocasión, dada la enormidad de los objetivos estratégicos y la duración de la campaña frente a un enemigo alerta, se demostraría calamitoso.

Los ingleses no tenían en aquel momento ninguna experiencia en la organización de grandes campañas navales, por lo que la logística fue muy deficiente.​ Diversas preocupaciones unidas al mal tiempo retrasaron la salida de la flota. Otros problemas incluyen que los holandeses no proporcionaron todos los barcos de guerra que habían prometido, que el retraso causó que se consumiera un tercio de las provisiones antes de salir del puerto (quedándoles solo para dos semanas de campaña), que solo había 1 800 soldados veteranos frente a 19 000 voluntarios novatos e indisciplinados, que no se llevaban las armas de asedio indispensables para tomar fortalezas, ni la caballería imprescindible para lanzar cargas en las operaciones en tierra. Es probable que se subestimase el problema logístico debido a que el año anterior, cuando combatieron contra la Grande y Felicísima Armada de Felipe II, lo hicieron frente a sus propias costas, siendo constantemente aprovisionados por pequeñas embarcaciones que iban y venían llevándoles todo lo que necesitaban.

Quizá un punto controvertido fue la decisión de otorgar el mando de la escuadra a Francis Drake. Si bien Drake había obtenido notables éxitos actuando como corsario y pirata, numerosos compañeros habían criticado furiosamente su actitud durante la campaña de la Invencible española el año anterior, aunque Drake finalmente consiguió atribuirse todo el mérito de la derrota española, mérito del que dudan diversos historiadores. Según su historial anterior, la expedición de la Invencible Inglesa requería un jefe con sus supuestas cualidades. Pero los hechos posteriores demostrarían que Drake no era el hombre adecuado para mandar una gran expedición naval.

Sir Francis Drake, Fue considerado como un pirata por las autoridades españolas, mientras que en Inglaterra se lo valoró como corsario y se lo honró como héroe. Lo cierto es que unas veces actuó como pirata y otras como corsario.

La flota inglesa partió de Plymouth el 13 de abril de 1589.​ Al salir, la flota consistía en 6 galeones reales, 60 buques mercantes ingleses, 60 urcas holandesas y unas 20 pinazas, además de docenas de barcazas y lanchas. En total, entre 170 y 200 naves, más numerosa por tanto que la Armada Invencible, que había estado compuesta por 121 hasta 137 barcos.

Además de las tropas de tierra, embarcaron 4000 marineros y 1500 oficiales. El número total de combatientes, entre marineros y soldados, fue contabilizado antes de zarpar en 27 667 hombres.​ Emulando la táctica utilizada el año anterior frente a los españoles, Drake dividió su flota en 5 escuadrones, mandados respectivamente por él (en el Revenge), Norreys (Nonpareil), el hermano de Norreys, Edward (Foresight), Thomas Fenner (Dreadnought) y Roger Williams (Swiftsure). Junto con ellos, y en contra de las órdenes de la reina que había prohibido expresamente su asistencia a la campaña, navegaba el favorito de Isabel I: Robert Devereux, II conde de Essex.

Desde el primer momento, la indisciplina de las tripulaciones inglesas se hizo notar. Antes incluso de llegar a divisar la costa española, ya habían desertado una veintena de pequeñas embarcaciones, con un total de unos 2000 hombres a bordo. A ello se sumó la desobediencia del propio Drake, quien se negó a atacar Santander como se le había ordenado, alegando vientos desfavorables y el temor a verse cercado por la flota española en el Golfo de Vizcaya o a embarrancar en el Cantábrico.

En su lugar, Drake decidió poner rumbo a la ciudad gallega de La Coruña. No están claros los motivos que le llevaron a tomar esa decisión, pero pudo haber dos razones fundamentales: en primer lugar el deseo de Drake de repetir su éxito de 1587 cuando atacó Cádiz, pues corría el rumor de que en La Coruña se custodiaba un fabuloso tesoro valorado en millones de ducados, lo cual era falso, y por otra parte La Coruña era base de partida de numerosas flotas españolas, por lo que poseía grandes reservas de víveres.

Las defensas de La Coruña eran bastante deficientes. El primer avistamiento de las velas inglesas se produjo en Estaca de Bares, en la zona del Ortegal, de donde salieron avisos hacia la ciudad. Allí, tras conocer el peligro, se ordenó encender fuego en la torre de Hércules para avisar del riesgo a toda la comarca. El gobernador de la ciudad, Juan Pacheco de Toledo, II marqués de Cerralbo, reuniendo a los pocos soldados de los que disponía, además de las milicias locales y los hidalgos tan solo podía contar con unos 1500 hombres. A pesar de todo, la población civil de la ciudad se dispuso a ayudar a la defensa en todo lo que fuese necesario, lo cual resultaría decisivo. En cuanto a la flota disponible, tan solo se contaba con el galeón San Juan, la nao San Bartolomé, la urca Sansón y el galeoncete San Bernardo, así como con dos galeras, la Princesa, mandada por el capitán Pantoja, y la Diana bajo mando del capitán Palomino.

El 4 de mayo, la flota inglesa se asomaba al puerto de la ciudad gallega. El San Juan, la Princesa y la Diana se apostaron junto al fuerte de San Antón y cañonearon, apoyadas por las baterías del fuerte, a la flota inglesa a medida que esta se iba introduciendo en la bahía, forzando así a los atacantes a mantenerse alejados. Unos 8000 ingleses desembarcaron al día siguiente en la playa de Santa María de Oza,​ en la orilla opuesta al fuerte, llevando a tierra varias piezas de artillería y batiendo desde allí a los barcos españoles que no podían cubrirse ni responder al fuego enemigo. Finalmente, los marinos españoles tomaron la decisión de incendiar el galeón San Juan"' y resguardar las galeras en el puerto de Betanzos, dejando a la mayor parte de las tripulaciones en la ciudad para unirse a la defensa.

Durante los siguientes días, las tropas inglesas al mando de John Norris atacaron la ciudad, tomando sin demasiada dificultad la parte baja de La Coruña, saqueando el barrio de La Pescadería y matando a unos 500 españoles, entre los cuales se contaban numerosos civiles. Tras esto, los hombres de Norris se lanzaron a por la parte alta de la ciudad, pero esta vez se estrellaron contra las murallas coruñesas. Apostados tras ellas, la guarnición y la población de la villa, incluyendo a mujeres y niños,​ se defendió con total determinación del ataque inglés, matando a cerca de 1000 asaltantes.

Fue durante esta acción donde se distinguió la que hoy en día sigue siendo considerada heroína popular en la ciudad de La Coruña: María Mayor Fernández de la Cámara y Pita, más conocida como María Pita. La leyenda cuenta que muerto su marido en los combates, cuando un alférez inglés arengaba a sus tropas al pie de las murallas, doña María se fue sobre él con una pica y lo atravesó, arrebatándole además el estandarte, lo que provocó el derrumbe definitivo de la moral de los atacantes. Otra mujer que aparece en las crónicas de la época por su distinción en los combates fue Inés de Ben. María Pita fue nombrada por Felipe II Alférez Perpetuo, y el capitán Juan Varela fue premiado por su actuación al mando de las tropas y milicias coruñesas.

Finalmente, y ante la noticia de la llegada de refuerzos terrestres, las tropas inglesas abandonaron la pretensión de tomar la ciudad y se retiraron para reembarcar el 18 de mayo, habiendo dejado tras de sí unos 1000 muertos españoles, y habiendo perdido por su parte unos 1300 hombres, además de entre dos y tres buques y cuatro barcazas de desembarco,​ todos ellos hundidos por los cañones del fuerte de San Antón y los barcos españoles. Además, en aquel momento las epidemias empezaron a hacer mella entre las tropas inglesas, lo cual unido al duro e inesperado rechazo en La Coruña contribuyó al decaimiento de la moral y al aumento de la indisciplina entre los ingleses. Tras hacerse a la mar, otros diez buques de pequeño tamaño con unos 1000 hombres a bordo decidieron desertar y tomaron rumbo a Inglaterra. El resto de la flota, a pesar de no haber conseguido aprovisionarse en La Coruña, prosiguió con el plan establecido y puso rumbo a Lisboa.

El siguiente paso era provocar el levantamiento portugués contra los españoles. La aristocracia portuguesa había aceptado a Felipe II como rey de Portugal en 1580 quedando el país anexionado al Imperio español. El pretendiente, el Prior de Crato, no habiendo sido capaz de establecer un gobierno en el exilio, había pedido ayuda a Inglaterra para tratar de hacerse con la corona portuguesa. Isabel aceptó ayudarle con el objetivo de disminuir el poder de España en Europa, obtener una base permanente en las islas Azores desde la que atacar a los mercantes españoles y finalmente, arrebatar a España el control de las rutas comerciales a las Indias.

El Prior de Crato, heredero final de la Casa de Avís, no era un candidato demasiado bueno: carecía de carisma, su causa estaba comprometida por falta de legitimidad y tenía un oponente mejor visto por las cortes portuguesas, Catalina, duquesa de Braganza. Este hecho ponía en duda la estrategia inglesa para Portugal, pues se suponía que Antonio de Crato debería captar seguidores y liderarlos en la batalla contra España.

Con unos precedentes poco halagüeños, finalmente la flota inglesa fondeó en la ciudad portuguesa de Peniche el 26 de mayo de 1589 e inmediatamente comenzó el desembarco de las tropas expedicionarias comandadas por Norreys. Pese a no contar con resistencia de consideración, los ingleses perdieron 80 hombres y unas 14 barcazas debido a la mala mar. Inmediatamente la fortaleza de la ciudad, bajo mando de un seguidor de Crato, se rindió a los invasores.

Acto seguido, el ejército comandado por Norreys, compuesto a aquellas alturas de la misión por unos 10 000 hombres, partió rumbo a Lisboa, defendida mayormente por una guardia teóricamente poco afecta a Felipe. Paralelamente, la flota comandada por Drake también puso rumbo a la capital portuguesa. El plan consistía en que Drake forzaría la boca del Tajo y atacaría Lisboa por mar, mientras Norreys, que iría reuniendo adeptos y pertrechos por el camino, atacaría la capital por tierra para finalmente tomarla.

Pero lo cierto es que el ejército inglés tuvo que soportar una durísima marcha hasta llegar a Lisboa, siendo diezmados por los constantes ataques de las partidas hispano-portuguesas, que les causaron cientos de bajas, y por las epidemias que ya traían de los barcos. Además, las autoridades españolas habían vaciado de materiales y pertrechos utilizables por los ingleses todos los pueblos entre Peniche y Lisboa. Por otro lado, la esperada adhesión de la población portuguesa no se produjo nunca. Más bien al contrario, la población civil lusa hizo el completo vacío a las tropas inglesas, y en todo el camino hacia Lisboa los ingleses no consiguieron sumar más que unos 300 hombres.

En realidad, parece que para los portugueses de a pie, los supuestos libertadores no eran más que unos herejes que llevaban años saqueando sus costas y atacando sus barcos pesqueros y mercantes.
Por otro lado, los ingleses no contaban más que con 44 caballos, por lo que tenían que transportar la mayor parte del material haciendo uso de los soldados. Al llegar los ingleses a Lisboa, tras haber recorrido 75 kilómetros infernales, su situación era dramática porque carecían de medios para forzar su entrada en la capital. Les faltaban pólvora y municiones, no tenían caballos ni cañones suficientes y se les habían agotado los alimentos.

Sorprendentemente para los ingleses, la ciudad no solo no daba muestras de pretender rendirse, sino que se aprestaba a la defensa. La guarnición lisboeta estaba compuesta por unos 7000 hombres entre españoles y portugueses. Si bien las autoridades españolas no confiaban totalmente en las tropas portuguesas, nunca llegaron a producirse levantamientos ni motines. Por otra parte, en el puerto fondeaban unos 40 barcos de vela bajo mando de Matías de Alburquerque, y las 18 galeras de la Escuadra de Portugal, bajo mando de don Alonso de Bazán (hermano del ilustre marino español), se preparaban para el combate.

Inmediatamente las galeras de Bazán atacaron a las fuerzas terrestres inglesas desde la ribera del Tajo causando numerosas bajas a los invasores con su artillería y con el fuego de mosquetería de las tropas embarcadas. Los ingleses buscaron refugio en el convento de Santa Catalina, pero fueron acribillados por la artillería de la galera comandada por el capitán Montfrui, y se vieron forzados a salir y continuar la marcha bajo un fuego incesante. La noche siguiente, los soldados de Norreys montaron su campamento en la oscuridad para evitar ser detectados por las temibles galeras.

Al no conseguir localizar la posición de las tropas invasoras, don Alonso de Bazán ordenó simular un desembarco echando varios botes al agua, indicando a sus hombres que hiciesen el mayor ruido posible, que disparasen al aire y gritasen, lo cual provocó inmediatamente la alerta y la confusión en el campamento inglés, que se preparó para la defensa. Las galeras españolas distinguieron en la oscuridad los fuegos de las antorchas y las mechas encendidas de las armas inglesas, por lo que Bazán ordenó concentrar el fuego de sus barcos en las luces, lo que provocó una nueva matanza entre los ingleses.

Al día siguiente, Norreys intentó asaltar la ciudad por el barrio de Alcántara, pero de nuevo las galeras acribillaron a las tropas inglesas forzándolas a dispersarse y retirarse para ponerse a cubierto, tras haberles causado un gran número de muertos. Tras conocerse que algunos habían vuelto a buscar refugio en el convento de Santa Catalina las galeras abrieron de nuevo fuego contra el edificio forzando a los atrincherados a salir y matando a muchos de ellos. Posteriormente, los prisioneros ingleses relatarían el pavor que les producían las galeras de Bazán, responsables de un enorme número de bajas entre sus filas. Finalmente Bazán desembarcó 300 soldados para atacar desde tierra al maltrecho ejército inglés.

Durante los combates, la pasividad de Drake que no se decidía a entrar en batalla provocó un aluvión de reproches por parte de Norreys y Crato que lo acusaron de cobardía. Drake alegaba que no tenía posibilidades de entrar en Lisboa debido a las fuertes defensas y al mal estado de su tripulación. Lo cierto es que mientras las tropas terrestres llevaban todo el peso de la batalla, el almirante inglés se mantenía a la expectativa, bien porque realmente no pudiese hacer nada, bien porque estuviese esperando el momento adecuado para entrar en batalla cuando la victoria fuese segura y recoger los laureles.

En cualquier caso, el 11 de junio entraban en Lisboa otras nueve galeras de la escuadra de España, bajo mando de Martín de Padilla transportando a 1000 soldados de refuerzo. Esto supuso el punto de inflexión definitivo en la batalla, y el 16 de junio, siendo ya insostenible la situación del ejército inglés, Norreys ordenó la retirada. Inmediatamente se ordenó a las tropas hispano-lusas salir en persecución de los ingleses. Si bien no se registraron combates de entidad, las tropas ibéricas hicieron numerosos prisioneros que iban quedando rezagados y se apropiaron de gran cantidad de pertrechos ingleses. Sorprendentemente, también se hicieron con los papeles secretos de Antonio de Crato, que incluían una lista con los nombres de numerosos conjurados contra el Imperio Español.

Tras la dura derrota sufrida por el ejército de Norris, Drake decidió abandonar con su flota las aguas lisboetas y adentrarse en el Atlántico. Por su parte, los marinos españoles se dispusieron para la persecución del enemigo.

Don Martín de Padilla, al mando de la escuadra de galeras de España, contaba con una gran experiencia en combate, ya que llevaba más de 20 años comandando escuadras de galeras en una lucha sin cuartel contra piratas y corsarios turcos, argelinos e ingleses, desde que en 1567 se le otorgara el mando de la escuadra de galeras de Sicilia.

Padilla sabía muy bien que una galera no podía enfrentarse con posibilidades de éxito a cualquier velero de tonelaje medio, pues las galeras estaban muy poco artilladas, tan solo contaban con un cañón de grueso calibre y varias piezas de menor tamaño y alcance, y todas ellas situadas a la proa de la embarcación. A esto se unía el fuego de mosquetería de las tropas embarcadas.

Si bien las galeras eran ideales para atacar tropas terrestres desde las aguas costeras poco profundas, como se había demostrado una vez más en Lisboa, estas eran claramente inferiores a cualquier velero de guerra en un combate naval. No obstante, existía una condición táctica en la que una flota de galeras podía hacer mucho daño a una formada por veleros: la ausencia de viento. Esta circunstancia dejaba a los barcos de vela prácticamente inmóviles, sin capacidad de maniobra y al capricho de las corrientes marinas. En cambio, las galeras podían utilizar su propulsión a remo para maniobrar y situarse a popa del velero, batiéndolo con su escasa artillería de modo que los proyectiles atravesasen el velero longitudinalmente causando grandes estragos y sin exponerse a los cañones situados en el costado enemigo. En cualquier caso, esta maniobra era extremadamente arriesgada, pues la aparición repentina del viento podía permitir al velero ponerse de costado a la galera atacante y destrozarla gracias a su abrumadora superioridad artillera.

De este modo, Padilla partió el 20 de junio tras la flota inglesa al mando de siete galeras: la capitana comandada por el propio Padilla, la segunda comandada por don Juan de Portocarrero, la Peregrina, la Serena, la Leona, la Palma y la Florida. Los españoles mantuvieron la distancia con la flota enemiga, esperando un golpe de fortuna que dejase a los ingleses sin viento y permitiese atacarlos y destruirlos. El comandante español estaba preocupado por los planes de Drake, y temía que su intención fuese volver sobre Cádiz para a atacarla como ya había hecho en 1587. Durante la noche, Padilla se adentró entre la flota enemiga, y envió a un capitán inglés católico a bordo de un esquife para ponerse en contacto con los marinos ingleses y tratar de averiguar sus planes. La única información que pudieron obtener fue que las tripulaciones inglesas se encontraban enfermas y desmoralizadas.

Los vientos flojos impedían a los ingleses alejarse de las costas portuguesas, y finalmente llegó a los españoles la oportunidad que estaban esperando. Con vientos muy débiles que impedían maniobrar a los veleros, las galeras se lanzaron a la caza. Padilla ordenó a sus barcos formar en hilera y atacar a los buques enemigos que se encontraban descolgados de la formación. Así, la fila de galeras iba situándose a popa de los buques ingleses, y batiéndolos sucesivamente con su artillería se iban relevando unas a otras a medida que se recargaban los cañones. Por su parte, las tropas embarcadas batían las cubiertas inglesas con su mosquetes.

Debido a la imposibilidad de defenderse o huir, los barcos ingleses atacados sufrieron un terrible castigo, siendo finalmente apresados 4 buques de entre 300 y 500 toneladas, un patache de 60 toneladas y una lancha de 20 remos. Durante aquellos durísimos ataques murieron unos 570 ingleses, y unos 130 fueron hechos prisioneros. Entre éstos últimos se contaban tres capitanes, un oficial de ingenieros y varios pilotos. Por su parte, los españoles solo lamentaron dos muertos y 10 heridos. Pero una ligera brisa comenzó a soplar de nuevo, por lo que Drake, que había sido un mero testigo del ataque pudo maniobrar con su buque insignia, y seguido por otras cuatro embarcaciones mayores se dirigió hacia las galeras españolas que trataban de remolcar sus presas de vuelta a Lisboa. Los españoles decidieron entonces quemar los buques de mayor tamaño y hundir a cañonazos los más pequeños, hecho lo cual se retiraron manteniendo las distancias con los grandes veleros enemigos, que no pudieron alcanzarlos.

A eso de las 5 de la tarde comenzó a soplar un fuerte viento, por lo que los ingleses largaron velas y pusieron rumbo al Norte. Tras esto, Padilla, muy preocupado por el peligro que corría Cádiz, y a pesar de haber recibido tres nuevas galeras de refuerzo, decidió abandonar la lucha y poner rumbo a la ciudad andaluza para participar en su defensa llegado el caso. Por su parte, don Alonso de Bazán decidió relevar a Padilla con varias galeras de la escuadra de Portugal y continuar con la persecución, apresando tres buques ingleses más durante los días siguientes.

Drake puso rumbo entonces a las islas Azores, para tratar de conseguir el último de los objetivos acordados al planearse la expedición, pero sus fuerzas estaban ya muy mermadas, y fueron rechazados sin grandes dificultades por las tropas ibéricas destacadas en el archipiélago. Perdida la ventaja de la sorpresa inicial, con las tropas de desembarco diezmadas por los combates y la tripulación cada vez más cansada y afectada por enfermedades (sólo quedaban 2000 hombres capaces de luchar), se decidió que el objetivo de formar una base permanente en las Azores no era posible.

Tras otra tormenta que provocó nuevos naufragios y muertes entre los ingleses, Drake saqueó la pequeña isla de Puerto Santo en Madeira, y ya en las costas gallegas, desesperado por la falta de víveres y agua potable se detuvo en las Rías Bajas de Galicia para, el 27 de junio, arrasar la indefensa villa de Vigo, que en aquella época era un pueblo marinero de unos 600 habitantes, a pesar de lo cual, la resistencia de la población civil causó nuevas bajas a los atacantes. Al tenerse noticia de la llegada de tropas de milicia bajo mando de don Luis Sarmiento, los ingleses reembarcaron.​ Tras numerosas deserciones y un nuevo brote de tifus, Drake decidió dividir la expedición. El propio Drake, al mando de los 20 mejores bajeles regresaría a las Azores para tratar de apresar la flota de indias española, mientras que el resto de la expedición regresaría a Inglaterra. Essex recibió orden de Isabel de volver a la corte y Norris decidió también poner rumbo a Inglaterra.

El 30 de junio Drake capturó una flota de barcos comerciales hanseáticos, que habían roto el bloqueo inglés rodeando las islas por Escocia. Pero aquello no sirvió para sufragar los gastos de la expedición porque para acallar las protestas de las ciudades de la Hansa, esos navíos tuvieron que ser devueltos con sus mercancías a sus legítimos propietarios. Antes de conseguir llegar de nuevo a las Azores, otro temporal obligó al almirante inglés a retroceder,10​ momento en el que se dio por vencido y ordenó poner rumbo a Inglaterra.

Mientras la flota inglesa navegaba dispersa debido las tempestades y a la escasez de dotaciones en los navíos, don Diego Aramburu recibió la noticia de que el enemigo navegaba en pequeños grupos por el Cantábrico camino de Inglaterra por lo que inmediatamente partió de los puertos cantábricos al mando de una flotilla de zabras a la busca de presas, consiguiendo finalmente capturar dos buques ingleses más, que remolcó a Santander. La retirada inglesa degeneró en una carrera individual en la que cada buque luchaba por su cuenta para llegar lo antes posible a un puerto amigo.

La indisciplina dominó hasta el final en la flota inglesa. Al arribar Drake a Plymouth el 10 de julio con las manos vacías, habiendo perdido a más de la mitad de sus hombres y numerosas embarcaciones, y habiendo fracasado absolutamente en todos los objetivos de la expedición, la soldadesca se amotinó porque no aceptaban los cinco chelines que como paga se les ofreció. Y tan mal cariz tomó la protesta que para reprimirla las autoridades inglesas ahorcaron a siete amotinados.

Consecuencias

La expedición de la Contraarmada está considerada como uno de los mayores desastres militares de la historia de la Gran Bretaña, quizá sólo superado, siglo y medio después y durante la Guerra del Asiento, por la derrota sufrida en el sitio de Cartagena de Indias de nuevo a manos de tropas españolas. Según el historiador británico M. S. Hume, de los más de 18 000 hombres que formaron aquella flota de invasión descontados los numerosos desertores, sólo 5000 regresaron vivos a Inglaterra.

Es decir, más del 70 por 100 de los expedicionarios fallecieron en la operación. Entre la oficialidad, las bajas mortales también fueron muy altas: el contraalmirante William Fenner, ocho coroneles, decenas de capitanes y centenares de nobles voluntarios murieron debido a los combates, los naufragios, y las epidemias de aquella empresa. A las pérdidas humanas hay que añadir la destrucción o captura por los españoles de al menos doce navíos, y otros tantos hundidos por temporales. Además de esto, los ingleses perdieron también al menos 18 barcazas y varias lanchas.

Aparte de perder la oportunidad de aprovechar el que la Armada española se encontrase en horas bajas, los costes de la expedición agotaron el tesoro real de Isabel, pacientemente amasado durante su largo reinado. Entre los cañones capturados en La Coruña, los bastimentos y otras mercancías de variada índole apresadas en Galicia y en Portugal, el total del botín a repartir entre los numerosos inversores no alcanzaba las 29 000 libras. Teniendo en cuenta que las pérdidas de la corona inglesa debidas a la derrota habían superado las 160 000 libras, el negocio no podía ser más ruinoso para Isabel.

Ante la magnitud del desastre, las autoridades inglesas nombraron una comisión para tratar de esclarecer las causas de la derrota, pero pronto el asunto fue enterrado debido a conveniencias políticas y propagandísticas. Por su parte, el hasta entonces considerado azote de los españoles, Francis Drake, quedó condenado a un casi total ostracismo tras el fracaso, asignándosele la dirección de las defensas costeras de Plymouth17​ y negándosele el mando de cualquier expedición naval durante los siguientes 6 años. Cuando finalmente se le concedió la oportunidad de resarcirse del fracaso de 1589, otorgándosele el mando de una gran expedición naval contra la América española, de nuevo volvió a guiar a sus hombres al desastre, finalmente perdiendo la vida él mismo en 1595 en combates contra fuerzas españolas destacadas en el mar Caribe.

La guerra anglo-española fue muy costosa para ambos países, hasta el punto de que Felipe II tuvo que declararse en bancarrota en 1596, tras otro ataque a Cádiz. Después de la muerte de Isabel I y la llegada al trono de Jacobo I (rey de Escocia e hijo de María Estuardo) en 1603, éste hizo todo lo posible por terminar con la guerra. La paz llegó en 1604 a petición inglesa. Las cláusulas de la misma se estipulaban en el Tratado de Londres, y resultaron muy favorables a los intereses españoles.

Ambas naciones estaban ya cansadas de luchar, pero especialmente Inglaterra, que en aquel momento era tan solo una potencia media y que estaba luchando en ese momento contra la monarquía más poderosa del momento,y más cuando ya no podía sostener más los costes de un conflicto que fue muy lesivo para su economía. A raíz de este acuerdo de paz, Inglaterra fue capaz de consolidar su soberanía en Irlanda, además de ser autorizada a establecer colonias en determinados territorios de América del Norte que no revestían interés para España. Por su parte, los ingleses debieron abandonar su pretensión de controlar las rutas comerciales entre Europa y América y su promoción de flotas corsarias contra España, cesar en su apoyo a las revueltas en Flandes y permitir a las flotas españolas enviadas para combatir a los rebeldes holandeses utilizar los puertos ingleses, lo cual suponía una total rectificación en la política exterior inglesa.

Tras la derrota de la Contraarmada, España rehizo su flota, que rápidamente incrementó su supremacía marítima hasta extremos superiores a los de antes de la Armada Invencible. Dicha supremacía duró casi 50 años más, hasta la batalla naval de Las Dunas (1639) en la que Holanda comenzó a asomar como primera potencia naval. Inglaterra no emergería definitivamente como primera potencia naval hasta la Guerra de Sucesión española, en 1700-1715, aunque durante el protectorado de Oliver Cromwell la marina inglesa venció repetidamente a la holandesa en la primera guerra anglo-holandesa.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 23 Ene 2018 22:54

Batalla naval de Las Islas CIES


La Batalla de las Islas Cíes, también conocida como Batalla de la Bahía de Bayona, o de las Islas de Bayona, fue una confrontación naval acontecida a principios de 1590, acontecida en las proximidades de las Islas Cíes, cerca de Bayona y Vigo, en Galicia (España), entre una pequeña fuerza normal bajo las órdenes del capitán Don Pedro de Zubiaur, y una flotilla anglo-holandesa de catorce naves, durante la Guerra de los Ochenta Años, en el contexto de la Guerra Anglo-Española (1585-1604) y las guerras de religión de Francia.

Tras varias horas de intenso combate, las fuerzas españolas, compuestas de tres buques ligeros, alcanzó una victoria determinante, dejando la flota anglo-holandesa completamente derrotada.​ El buque insignia holandés fue abordado y capturado, al igual que otros seis barcos más.2​ Tras ello, el resto de la flota holandesa se rindió.

Poco después, Pedro de Zubiaur llegaría al puerto del Ferrol, junto con los barcos capturados, para gran sorpresa para las autoridades portuarias españolas.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 23 Ene 2018 22:57

Batalla naval del GOLFO DE VIZCAYA


La batalla del golfo de Vizcaya (también llamada batalla de la bahía de Vizcaya traducido directamente del inglés), fue un combate naval que sucedió en noviembre de 1592, entre la fuerza naval española formada por cinco urcas dirigida por Pedro de Zubiaur y un convoy de 40 navíos ingleses escoltados por seis buques de guerra.

Tras el asesinato de Enrique III de Francia, la corona francesa recayó en el protestante Enrique IV de Navarra. La Liga Católica, el papa Sixto V y el rey Felipe II de España se negaron a reconocerlo como rey de Francia. Así, el rey español envió en 1590 una expedición al país galo al mando de Juan del Águila.

Los ingleses, como protestantes y enemigos de España por la guerra que había comenzado en 1585, apoyaron a Enrique de Navarra y enviaron tropas a Francia.

Combate

La flota dirigida por Pedro de Zubiaur atacó a la flota inglesa abordando y quemando la nave capitana británica, lo que produjo una gran confusión entre el convoy inglés. Poco tiempo después, otra escuadra inglesa compuesta por seis barcos (enviados por la reina Isabel I de Inglaterra a Burdeos para apoyar a los protestantes franceses), llegó a la batalla, y trataron de defender el convoy. Después de intensos combates, los españoles salieron victoriosos en la batalla ya que varios de los navíos ingleses fueron seriamente dañados y tres más fueron capturados.

Consecuencias

La flota dirigida por Pedro de Zubiaur, a pesar de su inferioridad numérica respecto a la flota inglesa, hizo frente a los navíos de ese país logrando un importante éxito.

Para la carrera de Zubiaur fue un éxito que precedió a otros aún más importantes en sus batallas contra los ingleses, como la Batalla de Blaye en 1593 y la Batalla de Cornualles en 1595 lo que le dio fama en la época.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 23 Ene 2018 23:17

Batalla de BLAYE


En 1592 el marino Pedro de Zubiaur dispersaba un convoy inglés de 40 buques incendiando la nave capitana y capturando otros tres barcos. Sin embargo, el daño no pudo ser mayor debido a que fue descubierto por una flota de 6 buques de guerra ingleses y tuvo que desistir.

Al año siguiente, acude en la ayuda de Blaye, ciudad tomada por los católicos y que estaba siendo asediada duramente. Al llegar al puerto, avistó 6 buques ingleses y los embistió, hundiendo la nave capitana, y provocando un incendio a la nave almirante, que también se hundió con todos sus tripulantes. Posteriormente una nueva flota enemiga lo encontró y se produjo un duro cañoneo. Aunque se incendió ligeramente la nave mandada por Pedro de Zubiaur, se consiguió hundir la nave capitana enemiga y salvar todos los buques españoles.

Posteriormente, tuvo que librar dos combates más. El primero sucedió cuando desembarcaba el socorro, contra una escuadra de 11 navíos de La Rochelle y de Boagre. A pesar de que su capitana sufrió un pequeño incendio, logró hundir la capitana enemiga y salvar todos sus buques. Cuando anochecía, llegó otra escuadra de 40 navíos y dos galeotas procedentes de Burdeos. Pero un temporal hizo encallar buques (tanto propios como enemigos) y dispersar otros. Finalmente, logró retirarse con toda su flota con la marea alta y emprendió el viaje de regreso a Pasajes.

Consecuencias

Aunque se pidió al rey Felipe II que le concediera el título de "general como a lo demás de escuadra para que antes que muera deje esto a los mios", no lo consiguió. El éxito alcanzado fue calificado de milagro, y se mandó pintar un lienzo que sirviera de recuerdo permanente de este feliz acontecimiento.

La victoria, unida a otras victorias españolas, propició que en el tratado de Londres de 1604, España mantuviera la hegemonía mundial durante varios años más.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 23 Ene 2018 23:19

Batalla del GOLFO DE ALMERIA


La batalla del Golfo de Almería, también conocida como la batalla de la Bahía de Almería o la batalla del Cabo de Palos, fue una victoria naval española que sucedió a finales de agosto de 1591, en las costas de Almería, cerca del cabo de Gata, durante la guerra de Flandes y la Guerra anglo-española.

La batalla ocurrió cuando la flota española del adelantado, Martín de Padilla (una vez de vuelta de su viaje a la República de Venecia a España con bienes de gran valor), avistó una flota anglo-neerlandesa en las aguas de Almería, en la costa suroriental de España.

La flota española, liderada por Martín de Padilla, atacó con tal intensidad que la flota enemiga solamente pudo abandonar el entrenamiento en el que participaba, consiguiendo así un gran éxito. Alrededor de 20 navíos holandeses y tres ingleses fueron capturados por los españoles, siendo la mayoría del resto de buques gravemente dañado. Por otro lado, las pérdidas del bando español fueron mínimas.

Tras la batalla, la victoriosa flota española entró al puerto de Almería con los barcos capturados.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 23 Ene 2018 23:55

Toma y saqueo de CADIZ


En 1596, durante la guerra anglo-española y la guerra de Flandes, la ciudad de Cádiz fue objeto de un ataque por parte de una gran flota inglesa bajo el mando del almirante Charles Howard y de las tropas de Robert Devereux, II conde de Essex, con el apoyo de las Provincias Unidas de los Países Bajos.

La falta de previsión y de organización de las fuerzas españolas, y la escasa resistencia de estas contra los atacantes, dieron como resultado la rápida victoria inglesa. Tras destruir la armada española presente en la bahía de Cádiz, las fuerzas atacantes desembarcaron, capturando y saqueando la ciudad; antes de su retirada tomaron varios rehenes de entre las principales personalidades de la ciudad, que fueron llevados a Inglaterra y aprisionados en espera del pago de su rescate.

Las pérdidas económicas causadas durante el saqueo fueron cuantiosas: la ciudad resultó incendiada, al igual que la flota, en la que fue una de las principales victorias inglesas en el transcurso de la guerra; España se declararía en quiebra ese mismo año.

A finales del siglo XVI, la Monarquía católica, que en 1580 había anexionado el Reino de Portugal y sus posesiones, era la mayor potencia mundial;​ estaba en constante expansión en las Indias, y contaba con el apoyo de los Habsburgo en Europa Central y de los príncipes italianos.

Hacia 1570 las relaciones entre Inglaterra y España, hasta entonces amistosas, comenzaron a torcerse debido a una serie de circunstancias económicas, políticas y religiosas:

El protestantismo inglés se enfrentaba al catolicismo español; Isabel I de Inglaterra había sido excomulgada por el papa Pío V en 1570, y Felipe II de España había firmado en 1584 el tratado de Joinville con la Santa Liga de París, a fin de combatir el protestantismo.

Las constantes expediciones de los corsarios ingleses contra los territorios españoles en las Indias y contra la flota del tesoro, que cargada de riquezas alimentaba las finanzas de la metrópoli, suponían para España una amenaza a sus intereses económicos.

El apoyo inglés a las Provincias Unidas de los Países Bajos, enemigas de España en la guerra de Flandes, quedó plasmado en el tratado de Nonsuch de 1585, mediante el cual se pactaba una alianza militar anglo-holandesa contra España. El apoyo inglés a Don Antonio, pretendiente al trono portugués, era otra fuente de disputas.

La guerra

En 1585 la tensión existente entre ambos países desembocó en la guerra anglo-española de 1585-1604. Desde el comienzo de esta, Felipe II intentó invadir Inglaterra y deponer a Isabel I, valiéndose para ello de la armada española. La expedición de Drake de 1587, en la que la flota española en Cádiz resultó destruida, y la derrota de la Armada Invencible en 1588 supusieron graves daños para España en el desarrollo de la guerra, pero el rey español no cejó en sus intenciones. En 1596 el mal tiempo desbarata la nueva Gran Armada y se iba a dirigir hacia Irlanda para apoyar a los católicos irlandeses en su lucha contra Inglaterra. Y un año más tarde nuevamente solo el clima impidió el éxito de una nueva flota de invasión (Invasión española de Inglaterra de 1597) más grande que las anteriores y que amenazó Londres.

La muerte de John Hawkins en 1595 y de Francis Drake en enero de 1596] privaron a Inglaterra de dos de sus corsarios más efectivos. El apoyo español a los rebeldes irlandeses, que en aquella época mantenían contra Inglaterra la guerra de los Nueve Años, era otra amenaza más para Inglaterra. En abril de 1596 los tercios españoles tomaron a los hugonotes franceses la ciudad de Calais, desde donde se podría fácilmente acometer la invasión de las islas británicas por su cercanía geográfica. Ante la amenaza de una invasión española inminente, Isabel I ordenó atacar la flota española fondeada en Cádiz.

Preparativos

El 13 de junio de 15961​ la armada inglesa zarpó de Plymouth. Estaba formada por 150 naves inglesas, de las que 17 pertenecían a la Royal Navy, divididas en cuatro escuadras, con 6360 soldados de paga, 1000 voluntarios ingleses y 6772 marineros en total.

Lord Effingham era el almirante al mando de la flota, mientras las fuerzas terrestres estaban bajo el mando de Robert Devereux, II conde de Essex; lord Thomas Howard, sir Walter Raleigh y sir Francis Vere dirigían cada uno una escuadra; Anthony Ashley era secretario del consejo de guerra.​ Cristóbal y Manuel de Portugal, hijos del prior de Crato, y (supuestamente) Antonio Pérez también iban a bordo, aunque sin mando.​ A estas fuerzas se unieron otras 20 naves de las Provincias Unidas con 2000 hombres a bordo, que bajo el mando del almirante John de Duyvenvoorde, señor de Warmond, se pondrían bajo las órdenes inglesas.

Llegada a Cádiz

La ciudad de Cádiz ―con aproximadamente 6000 habitantes―8​ era uno de los principales puertos españoles. El sábado 29 de junio de 1596 llegaron a Cádiz noticias procedentes de Lagos, en el Algarve portugués, en las que se avisaba de la presencia de una flota inglesa. En aquel momento había en la bahía de Cádiz unas 40 naves españolas de guerra, entre galeras y galeones,​ además de otras 16 naos de la flota de Indias, que prestas a zarpar a las Indias se encontraban desprovistas de armamento; estas, desde los primeros momentos, fueron a refugiarse a Puerto Real.

Juan Portocarrero y el marqués de Santa Cruz Álvaro de Bazán zarparon al frente de las galeras españolas, intentando impedir el paso de la flota inglesa hacia el interior de la bahía.

El domingo 30 de junio de 1596, a las dos de la mañana, se avistó desde Cádiz la flota inglesa, que no pudo entrar en la bahía por causa del mal tiempo.​ A las cinco de la mañana ambos contendientes comenzaron un intenso fuego de artillería; al cabo de dos horas la flota española, superada en número por la inglesa, debió retirarse hacia el interior de la bahía. En el enfrentamiento los galeones españoles San Andrés y San Mateo fueron capturados, mientras el San Felipe y el Santo Tomás encallaron, siendo incendiados por sus capitanes ante la posibilidad de ser capturados por los ingleses. Estos penetraron en la bahía a las ocho de la mañana.

A mediodía llegaron a Cádiz refuerzos enviados por el duque de Medina Sidonia Alonso Pérez de Guzmán desde Vejer, Jerez, Arcos, Medina-Sidonia, Puerto Real y Chiclana, en su mayor parte soldados bisoños mal armados, juntando 5000 hombres que se desplegaron desde Santa Catalina a San Felipe.

Desembarco inglés

A las dos de la tarde no más de 2000 ingleses desembarcaron en El Puntal, poniendo en fuga a las fuerzas españolas encargadas de su defensa, que habían salido al combate sin nadie al mando. Antes de las cinco de la tarde la vanguardia de los atacantes tomó el control de la ciudad con escasa resistencia, mientras otra parte de su ejército avanzaba hacia el puente Zuazo, en San Fernando, que defendido por fuerzas españolas, no llegaron a cruzar; en la escaramuza habida frente a la ciudad hubo aproximadamente 25 bajas de cada bando. El fuerte de San Felipe se rendiría al día siguiente.

El mal estado de la artillería, escasamente amunicionada; la escasa preparación de las fuerzas españolas, mal armadas y abastecidas; y la falta de organización entre las autoridades españolas, motivaron la escasa resistencia opuesta a las fuerzas atacantes; la dirección de la defensa se sucedió improvisadamente entre el capitán Pedro de Guía y el corregidor Antonio Girón en Cádiz, y el duque de Medina Sidonia en Jerez:

... el desorden ha sido, después de la voluntad del Señor, la causa de la perdición de esta ciudad, porque todos eran cabezas a mandar y ninguno había que supiese como pies obedecer, y así se perdió por no tener pies ni cabeza.

Saqueo

Ya en posesión de la ciudad, las tropas inglesas se dedicaron al saqueo. Templos, casas y personas fueron objeto del pillaje, aunque se respetó la integridad de los gaditanos; «Que hicieron muy buen tratamiento a la gente y en particular a las mujeres, sin que se hiciera ofensa alguna» (Lope de Valenzuela).

Ante la posibilidad de que las fuerzas inglesas capturasen la flota española refugiada en Puerto Real, Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, el duque de Medina Sidonia, ordenó su destrucción. Se incendiaron 32 naves, incluyendo las galeras de la armada y las naos de la flota de Indias.​

Al día siguiente, 3 de julio de 1596, las autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad pactaron con las tropas inglesas la salida de los habitantes de Cádiz, a cambio de un rescate de 120 000 ducados y la liberación de 51 prisioneros ingleses capturados en pasadas campañas; los gaditanos salieron de la ciudad hacia el puente Zuazo sin poder llevar más que lo puesto; en garantía por el pago del rescate pactado, varios ciudadanos principales de la ciudad, entre los que se encontraban el presidente de la Casa de Contratación, el corregidor, los regidores y religiosos, fueron apresados como rehenes.

El conde de Essex, Francis Vere y los mandos holandeses se mostraron partidarios de mantener la ciudad en poder anglo-holandés, aprovisionándola y guarnicionándola para su utilización como base de operaciones; el parecer contrario del almirante Howard y del resto de los oficiales ingleses, que consideraban la empresa azarosa y contraria a las órdenes de la reina inglesa, frustró los planes de ocupación permanente de la ciudad.​ El 14 de julio los ingleses incendiaron Cádiz, y al día siguiente salieron de la bahía llevando consigo a los rehenes, al no haber podido satisfacer las autoridades españolas el pago por su rescate.

En Portugal

En su camino de vuelta a Inglaterra, desembarcaron e incendiaron el pueblo de Faro (Portugal). A la altura de Lisboa recibieron noticias de la próxima llegada de la flota de Indias a las islas Azores; el conde de Essex propuso acometer la tarea de capturarla, pero el almirante Howard se opuso, alegando ser contrario a sus órdenes, con lo cual la flota siguió su camino hacia Plymouth, adonde llegaron pocos días después.

Consecuencias

El saqueo de Cádiz de 1596 fue una de las grandes derrotas españolas en el transcurso de la guerra, junto con el ataque a Cádiz de 1587 (realizado por Drake) y la pérdida de la Armada Invencible en 1588. Las pérdidas económicas producidas por la expedición del conde de Essex contra la ciudad y la flota amarrada en el puerto, estimadas en 5 millones de ducados, contribuyeron a la quiebra de la Real Hacienda española ese mismo año.

Sin embargo, la capacidad de recuperación de la armada española quedó patente en la organización de una flota en octubre de 1596 para atacar Irlanda y en septiembre de 1597 para atacar Inglaterra (Invasión española de Inglaterra de 1597), bajo el mando de Martín de Padilla, cuando intentaría infructuosamente atacar las costas inglesas.

La ciudad de Cádiz quedó devastada: además de las iglesias y hospitales se quemaron 290 casas de un total de 1303; tras la partida de los ingleses, las autoridades españolas consideraron la posibilidad de fortificarla o desmantelarla, trasladándola al Puerto de Santa María; los ingenieros militares Luis Bravo de Laguna, Tiburzio Spannocchi, Peleazzo Fratín y Cristóbal de Rojas expusieron sus proyectos en este sentido. Finalmente se decidió seguir los planes expuestos por Cristóbal de Rojas, quien inició la construcción de las fortificaciones en 1598. Felipe II concedió a la ciudad un plazo de diez años de exención en el pago de los impuestos.

Los rehenes no serían liberados hasta julio de 1603,​ tras la muerte de Isabel I y su sucesión por Jacobo I. Al año siguiente España e Inglaterra acordarían el final de la guerra mediante la firma del tratado de Londres.

Anecdotario

Algunos pretenden ver en las profecías de Nostradamus el anuncio del saqueo de Cádiz por los ingleses:

Ante el lago donde el más querido fue arrojado
En siete meses y su hueste desconfiada
Serán Hispanos por Albaneses derrotados,
Por retraso parte dará el conflicto.


El relato de la expedición a Cádiz de 1596, recopilado por el historiador inglés Richard Hakluyt en su obra The Principal Navigations, Voyages, Traffiques and Discoveries of the English Nation, fue suprimido en las primeras ediciones de la obra por orden de Isabel I,​ supuestamente por las desavenencias de esta con el conde de Essex.

El ataque a Cádiz, en el transcurso del cual las tropas inglesas se apoderaron de una importante cantidad de vino de Jerez, contribuyó a popularizar en Inglaterra el consumo de esta bebida, dando origen a la leyenda de que las tropas atacantes saquearon la ciudad para hacerse con el vino. Algunos autores relacionan etimológicamente la expresión inglesa sacke ('saqueo') con seck ('seco'), utilizada antiguamente en Inglaterra para referirse al jerez.

Miguel de Cervantes dedicaría un soneto satírico a las tropas que el duque de Medina Sidonia y el capitán Becerra condujeron a Cádiz después de la salida de las tropas inglesas.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 23 Ene 2018 23:58

Batalla de SLUYS


La batalla de Sluys de 1603 fue un combate naval ocurrido frente a la ciudad de Sluys (Esclusa en español) en el que la flota de las Provincias Unidas de los Países Bajos derrotó a la flota española bajo el mando de Federico Spínola, quien resultó muerto en el encuentro.

En abril de 1604 las fuerzas holandesas de Mauricio de Nassau pusieron asedio a la ciudad de Sluis durante cuatro meses. Ambrosio Spínola, por aquel entonces entregado al asedio de Ostende, intentó acudir en defensa de la ciudad, pero no pudo evitar la toma de ésta por el ejército holandés.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 24 Ene 2018 00:02

1ª Batalla de GIBRALTAR 1.603


La batalla de Gibraltar fue un combate naval acaecido el 25 de abril de 1607 durante la Guerra de los Ochenta Años en el que una flota de las Provincias Unidas de los Países Bajos sorprendió y atacó durante cuatro horas a la flota española amarrada en la bahía de Gibraltar. La batalla terminó con una victoria neerlandesa.

La flota atacante, dirigida por Jacob van Heemskerk, constaba de 26 barcos de guerra y cuatro cargueros. El buque insignia de esta flota era el Æolus, y lo acompañaban, entre otros, De Tijger, De Zeehond, De Griffioen, De Roode Leeuw, De Gouden Leeuw, De Zwarte Beer, De Witte Beer y De Ochtendster.

Los españoles, bajo el mando de Don Juan Álvarez de Ávila, tenían fondeados en la bahía 21 barcos, incluyendo 10 galeones de los más grandes. El buque insignia de éstos era el San Agustín, a cargo del hijo de Don Juan. Asimismo, estaban presentes los barcos Nuestra Señora de la Vega y Madre de Dios.
Batalla

Van Heemskerk dejó algunas de sus naves a la entrada de la bahía para evitar que salieran los barcos españoles. La flota holandesa se adentró en la bahía y concentró su ataque contra el San Agustín.

Van Heemskerk resultó muerto en el primer acercamiento a los españoles a consecuencia de las heridas sufridas en una pierna por una bala de cañón. Los holandeses desdoblaron su flota y atacaron a la flota española, que se encontraba mal posicionada ya que los cañones de las fortificaciones terrestres no podían darle apoyo. Ambas flotas perderían varios buques si bien la victoria se decantó del lado holandés, que tuvo que lamentar algo más de 300 bajas por casi 500 de los españoles.

La posibilidad de tener que enfrentar las baterías costeras y el nutrido fuego de mosquete que recibían desde tierra hizo a los holandeses desistir de atacar la propia plaza de Gibraltar, ya que habían conseguido la destrucción (no lograron capturar buque alguno) de cinco de los españoles. Las propias tropas españolas quemaron varios buques mercantes holandeses que habían sido capturados previamente para evitar su represa, resultando quemado también un buque francés. Los holandeses pusieron varios botes en el agua a fin de rematar a los náufragos (bien que muchos de estos eran de sus propios buques mercantes capturados), de hecho un patache holandés (buque ligero) sería capturado en la propia bocana del puerto.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 24 Ene 2018 00:08

2ª Batalla de GIBRALTAR 1.621


La denominada Batalla de Gibraltar (1621), que algunos autores titulan batalla del Estrecho, fue un combate entre nueve galeones españoles y una flota holandesa de treinta navíos mercantes, fuertemente escoltada por veinte buques de guerra.

Durante la hispano-holandesa Guerra de los Ochenta Años que mantuvieron las Provincias Unidas de Holanda para independizarse del dominio español, durante el reinado de Felipe III y la privanza del Duque de Lerma, se concertó la Tregua de los Doce Años (1609-1621). A partir de 1621, se reanudaron las hostilidades que acabaron en 1648 con la firma del Tratado de Munster (en el marco de la Paz de Westfalia, que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años) donde el Rey de España reconocía de iure la soberanía holandesa, que ya existía de facto desde la firma de tregua

En esta nueva fase de la contienda, la estrategia española pasaba por impedir totalmente el comercio holandés en el Mediterráneo.

Los espías al servicio de la Corona española, informaron de que una importante flota holandesa procedente de Venecia, formada por treinta naves mercantes, que debido al peligro de los piratas turcos y berberiscos, estaba escoltada por veinte navíos de guerra, se proponía cruzar el Estrecho de Gibraltar rumbo a sus bases de partida en los Países Bajos.

El mando español decidió interceptarla y, teniendo en cuenta el alcance de la fuerza, se preparó para reunir una armada de superior potencia. A este fin, se planeo reunir en la zona del Estrecho varias escuadras: la armada del Océano comandada por D. Fadrique de Toledo, la escuadra del Estrecho al mando de don Juan Fajardo, la de Portugal al mando de Martín de Vallecilla y la de Cuatro Villas, al mando de Francisco Acevedo.

La Armada del Océano que estaba fondeada en Cadiz, salió el 31 de julio hacia el cabo de San Vicente esperando reunirse con las otras tres. Por diversos motivos, estas no lograron acudir a la cita, Solamente D. Fadrique se encontraba en posición de enfrentarse a la columna holandesa.

Sin esperar más, D. Fadrique y su exigua escuadra, compuesta por el galeón Santa Teresa, enorme buque de más de 800 toneladas, quizá el mayor y mejor artillado de su época, tres galeones de unas 450 tm, otros tres de 350 tm y dos pataches, se dirigió a la bahía de Algeciras.

La batalla

El día 9 de agosto desde Ceuta se avisto a la formación holandesa, informando a la escuadra española. El día 10 por la mañana se avistaron ambos rivales. Los mercantes holandeses estaban a barlovento, en dos grupos de veinticuatro y siete, protegidos por doce naves de guerra que confiando en su superioridad numérica formaron el línea de combate.

La táctica española consistía en aprovechar la mayor potencia de fuego de la nave capitana, para lanzarla sobre la formación contraria, abriendo brecha por donde pasarían el resto de la flota. Para asegurar el tiro, no se abría fuego hasta encontrarse a tocapañoles.

El Santa Teresa, buque insignia, conmino a la rendición enemiga, que rechazando el ofrecimiento lanzó a dos navíos a cañonearla. Tras soportar la primera descarga de los dos barcos holandeses, se desplazó entre ambos, abriendo fuego de artillería y mosquete a babor y estribor. El daño fue enorme, retirándose del combate las dos atacantes. D. Fadrique continuo su rumbo entre la formación rival abriendo un enorme corredor por donde se introdujeron los otros galeones, que en esta primera fase lograron hundir o capturar dos o tres navíos. Cuando atravesó completamente la formación holandesa, el Santa Teresa viró, volviendo al combate y capturando un barco e incendiando a otro. A cambio el fuego se propagó al propio Santa Teresa; el incendio pudo ser sofocado pero su efecto se sumó a los daños recibidos en el combate, por lo que disminuyó su actividad.

Sobre las 15:00 horas, la batalla había declinado, el grueso del convoy holandés optó por abandonar la batalla, continuando su ruta.

Consecuencias

En términos estrictamente militares el combate se saldó con una rotunda victoria española, cinco buques destruidos y dos apresados contra ninguna pérdida propia. No obstante, el principal objetivo, impedir la marcha del convoy, no se consiguió. Pese a ello, el gobierno español dio una gran relevancia al hecho, elevando la moral de combate, un tanto deprimida desde la derrota de 1609 en las mismas aguas.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Hoplon » 24 Ene 2018 19:13

En otro país, en cualquier otro país, estos hombres tendrían una estatua en cada ciudad, ylos niños de EGB estudiarían sus hazañas en el colegio.

Aquí, si tienen una placa en algún rinconcito, les aplicarán la Ley de Revancha Histórica y se la quitarán.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 24 Ene 2018 21:26

Spain is diferent.

Y a los que los recordamos e intentamos de alguna manera que sus hechos y vidas no caigan en el olvido, lo mínimo que nos llaman es fascistas reaccionarios, y algunas lindezas por el estilo, pero es igual, inasequibles al desaliento.

Saludos
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 24 Ene 2018 22:34

Defensa de CADIZ 1.625


Tras la declaración de guerra de Inglaterra contra España en 1624, alentada por el rey Carlos I de Inglaterra y su valido George Villiers, I duque de Buckingham, y con el apoyo de las Provincias Unidas de los Países Bajos, en 1625 se organizó una gran flota anglo-holandesa con el objetivo de atacar algún puerto español importante y capturar la flota de Indias proveniente de América.

Entre los días 1 y 7 de noviembre de 1625, la flota al mando de Sir Edward Cecil atacó la ciudad española de Cádiz con 10.000 hombres. La escasa preparación de las fuerzas inglesas, la mala organización de la expedición y la sucesión de errores estratégicos de sus mandos supusieron el fracaso total de la misión. Fernando Girón, gobernador de Cádiz, junto con el duque de Medina Sidonia, consiguieron rechazar el ataque, que se saldó con la muerte de aproximadamente 1.000 atacantes y la pérdida de 30 naves anglo-holandesas.

El fallido ataque a Cádiz de 1625 supuso para Inglaterra graves pérdidas en dinero y prestigio, y fue el único gran enfrentamiento de la guerra anglo-española de 1624–1630.

En los primeros años de la década de 1620 Felipe IV reinaba en España, con el Conde-Duque de Olivares como su valido. La guerra de Flandes contra las Provincias Unidas se reanudaba tras el final de la tregua de los doce años, y las finanzas españolas se alimentaban con las riquezas que la flota de Indias traía de América. Jacobo I era rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, con su hijo Carlos, príncipe de Gales, como su heredero. Inglaterra tenía alianzas militares con las Provincias Unidas de los Países Bajos, a quienes había prestado ayuda en la guerra de Flandes.

En estas fechas concurrieron varias circunstancias que desencadenaron las hostilidades entre ambos países:

En el transcurso de la guerra de los Treinta Años que se libraba en Europa, Federico V del Palatinado y su esposa Isabel Estuardo (hija del rey de Inglaterra) fueron derrotados y despojados de sus posesiones por los tercios españoles;
Inglaterra acusaba a España de haber violado las treguas y acuerdos establecidos durante la guerra;
George Villiers, I duque de Buckingham, acompañó al príncipe de Gales en un viaje a Madrid para negociar las condiciones de la boda de éste con la infanta española María Ana de España, pero las negociaciones fracasaron.

En marzo de 1624 Jacobo I, que hasta entonces había seguido una política pacifista, declaró la guerra a España con el apoyo de la Cámara de los Comunes, que aprobó la provisión de fondos para acometer la empresa. Un año después Jacobo I moría. Su sucesor, aun antes de ser coronado como Carlos I de Inglaterra, aceleró los preparativos para iniciar la guerra contra España, ayudado por su favorito el duque de Buckingham.

La ciudad de Cádiz (14.000 habitantes en 1625),​ gozaba de una posición privilegiada en el comercio con las Indias, siendo el punto de llegada de la flota del tesoro, que proveniente de América regresaba cargada de metales preciosos. Ya en 1587 Francis Drake había destruido la flota amarrada en la bahía de Cádiz, y en 1596 Robert Devereux, II conde de Essex había saqueado la ciudad. Con estos antecedentes, las fortificaciones de Cádiz habían sido reforzadas en los primeros años del siglo XVII, incluyendo la construcción del castillo de Santa Catalina y la torre del castillo de San Sebastián.

Los espías españoles habían informado de las intenciones inglesas de invadir Cádiz, por lo que la ciudad había contado con una numerosa guarnición durante los meses precedentes, pero ante la inactividad inglesa, estas fuerzas habían sido dispersadas por Andalucía, dejando sólo una guarnición de 300 hombres para su defensa. Juan Manuel Pérez de Guzmán y Silva, VIII Duque de Medina Sidonia (hijo de Alonso Pérez de Guzmán, que comandara la Armada Invencible), era capitán general de Andalucía con plaza en Jerez. Fernando Girón, consejero de Estado, era gobernador de Cádiz; sexagenario y aquejado de gota, tenía, sin embargo, una amplia experiencia como veterano de la guerra de Flandes. Diego Ruiz era su teniente de maestre de campo.

Preparativos

El duque de Buckingham, encargado de la organización, eligió a los responsables entre sus amistades: Sir Edward Cecil, antiguo oficial en la guerra de Flandes, fue escogido como almirante de la flota; antes de partir fue nombrado vizconde de Wimbledon, con el fin de destacarlo como líder sobre el resto de los oficiales. Robert Devereux, III conde de Essex (hijo de Robert Devereux, II conde de Essex, artífice del ataque a Cádiz de 1596) era vicealmirante. Ninguno de los dos tenía experiencia naval. John Glanville era secretario de la expedición.

Mala organización

Desde antes de partir, la expedición fue una sucesión de errores en la planificación. Las tres semanas de plazo marcadas por Carlos I para preparar la flota fueron reducidas a una sola por el duque de Buckingham; la temporada del año era propicia a peligrosas tormentas en el Atlántico. Las tropas, levadas en mayo, no habían recibido entrenamiento, y su disciplina era escasa; los marinos fueron reclutados a la fuerza.​

Las armas que deberían usar se mantuvieron guardadas en las naves hasta el día de la partida: días después de zarpar se descubriría que algunos de los mosquetes no tenían ánima, por la tosquedad de su fabricación, y que la munición era de un calibre equivocado.​ Algunas de las naves tenían los mástiles sueltos, las velas y cabos podridos y las quillas agujereadas; la carga venía mal estibada, la flota no tenía cartas de navegación adecuadas ni inteligencia de los puertos españoles,​ las provisiones eran escasas y tuvieron que ser racionadas pocos días después de zarpar. Sir Michael Geere, capitán del St. George, anotaría acerca de la comida: «...ni la mitad de la asignada por el rey, y apesta de tal manera que ningún perro de París podría comerla».

Antes de la partida, el propio Edward Cecil notificaría al rey Carlos I las numerosas deficiencias que encontró en la flota, aunque mostrándose siempre dispuesto a acometer la empresa:

«Y me atrevo a decir que ninguna armada, aun en los tiempos más turbulentos, estando tan llena de necesidades y defectos, estuvo más dispuesta en tan breve plazo (...). Pero ni éstas ni otras razones podrán desalentarnos, sino hacernos más resueltos y sacrificados».

Fuerzas anglo-holandesas


El 15 de octubre10​ de 1625 zarparon del puerto inglés de Plymouth 9 galeones de la Marina Real Británica, junto con varios mercantes y barcos carboneros de Newcastle en los que se habían montado baterías de artillería. En total sumaban 90 naves, con 5.400 tripulantes, 10.000 soldados y 100 caballos, divididas en tres escuadrones. A éstas se unirían 15 barcos holandeses (marinos expertos) bajo el mando de Guillermo de Nassau, en cumplimiento de un acuerdo firmado entre ambos países en agosto.

Viaje a España

Inmediatamente tras la partida, la flota fue sorprendida por una tormenta, que les obligó a buscar refugio en los puertos de Falmouth y Plymouth. El 18 de octubre zarpó definitivamente, bordeando la costa de Galicia y navegando frente a Portugal. Cecil dio órdenes de mantenerse a una distancia de 60 leguas de la costa y de apresar cualquier nave española que encontrasen en el camino. El día 22 la flota fue dispersada por una tormenta que duró dos días. El Robert se hundió con 37 marinos y 138 soldados a bordo, y el resto de las naves sufrieron daños. Al amanecer del día 29 llegaron a la altura del cabo Mondego, frente a Figueira da Foz (Portugal), donde las naves de la flota volvieron a reunirse.

[b]Objetivos[/b]

El plan de ataque no había sido concretado; el rey Carlos I había dado instrucciones de tomar una ciudad costera española, entre las que se contaban como posibles objetivos Lisboa, Sanlúcar de Barrameda y Cádiz; la captura de la flota de Indias española, cargada de riquezas provenientes de los virreinatos americanos, era un punto primordial de la misión, así como la destrucción de la armada española. El 30 de octubre, a la altura del cabo de San Vicente la flota anglo-holandesa formó un consejo, donde establecieron los planes de ataque: desembarcarían en el Puerto de Santa María, desde donde avanzarían doce millas hacia Sanlúcar, puerto que consideraban de fácil conquista dado el gran número de efectivos con que contaban.

El ataque
Llegada a Cádiz


El sábado 1 de noviembre10​ la flota anglo-holandesa llegó ante la bahía de Cádiz. Tras el avistamiento, Fernando Girón informó a Juan Manuel Pérez de Guzmán y Silva, duque de Medina Sidonia y capitán general de Andalucía, quien desde la plaza de armas de Jerez despachó avisos a todas las plazas vecinas solicitando refuerzos.

En aquel momento había entre 8 y 15 galeones españoles anclados en la bahía, junto con varias naves más. Alterando los planes previstos, el conde de Essex, a bordo del Swiftsure, avanzó hacia ellos en solitario con intención de tomarlos; Edward Cecil, a bordo del Anne Royal, fue tras él, gritando órdenes hacia los otros barcos de su flota para que le secundasen, pero éstos, siguiendo los planes iniciales, se mantuvieron inmóviles, y el conde de Essex cesó en su ataque. Los galeones españoles se internaron en la bahía, refugiándose en la Carraca.

Ataque al Puntal

Esa noche los ingleses rectificaron sus planes iniciales de llegar por el puerto de Santa María por la dificultad que suponía para el desembarco la poca profundidad de las aguas en esa parte, y por las informaciones que un comerciante inglés llamado Jenkinson, cuyo barco estaba anclado en la bahía, les trajo acerca del escaso número de soldados que defendían Cádiz.​ Decidieron atacar el fuerte del Puntal, que situado en la parte más angosta de la entrada a la bahía, guardaba la entrada a ésta.

Cinco naves holandesas junto con veinte buques ingleses comenzaron a atacar el fuerte con fuego de artillería, que fue devuelto por los 120 hombres y 8 cañones españoles que lo defendían. Los marinos ingleses, situándose detrás de los holandeses, dejaron solos a éstos frente al fuego español; sólo al amanecer, tras la pérdida de dos barcos holandeses, y obligados por las órdenes de Cecil, los ingleses entraron en combate; poco después el propio Cecil los mandaría cesar en el ataque: el fuego de artillería de los buques ingleses hacía más daño a su propia vanguardia que al fuerte del Puntal.

Desembarco

Los refuerzos solicitados por Fernando Girón llegaron el domingo día 2 desde Chiclana, Medina y Vejer a bordo de las naves de Pedro Álvarez de Toledo Osorio, V marqués de Villafranca del Bierzo, grande de España, desde su nacimiento II duque de Fernandina y príncipe de Montalbán, quien era general de las galeras españolas; sumaban 4.000 hombres en la ciudad de Cádiz.

En la tarde del día, con el apoyo de toda su flota y tras más de 2.000 disparos de artillería​ los atacantes consiguieron vencer la resistencia de la guarnición del Puntal bajo el mando de Francisco Bustamante. Cecil permitió a las fuerzas españolas salir con honores. Durante la noche y hasta la mañana siguiente, el grueso de las fuerzas inglesas, unos 9.400 hombres, desembarcaron y se desplegaron por el istmo que une la ciudad de Cádiz con la isla de León; unos 600 soldados más quedaron a bordo de las naves del escuadrón de retaguardia a la entrada de la bahía, demasiado alejados como para poder desembarcar. El conde de Denbigh quedó al mando de la flota. Diego Ruiz salió desde Cádiz a escaramuzar el día.

Luis Portocarrero, corregidor de Jerez, al frente de 2.300 hombres y 7 cañones, avanzó por tierra desde Jerez hasta el puente Zuazo. Teniendo noticias de la llegada de éstos, a fin de evitar ser rodeado entre las fuerzas de Portocarrero y las de la ciudad de Cádiz, Edward Cecil decidió marchar con 8.000 hombres al encuentro de aquél, mientras los restantes avanzaban hacia Cádiz bajo el mando de los coroneles Burroughs y Bruce. Cecil, después de avanzar 15 km en dirección al puente, y sin haber establecido contacto con las fuerzas españolas, fue informado de la ausencia de provisiones para su tropa: los oficiales encargados de recibir las provisiones en el Puntal las habían devuelto a las naves por no tener órdenes de recibirlas.

Los ingleses no habían comido desde el desembarco en el Puntal. Entrando en los caseríos cercanos, encontraron barriles de vino, almacenado en espera de la llegada de la flota de Indias, con el que se emborracharon, amotinándose contra sus mandos. Portocarrero, ignorante del estado en el que se hallaban los ingleses, decidió no entablar combate, dada la inferioridad numérica de sus fuerzas.
Combates ante la ciudad

Mientras tanto, los españoles habían hundido cuatro de sus propias urcas en la bahía, por lo que las naves inglesas al mando de sir Samuel Argall no pudieron adentrarse en ella para atacar a los barcos refugiados en la Carraca, tal como había ordenado Cecil.

La ciudad, que sólo tenía suministros para tres días, fue abastecida por las galeras españolas que, llegando desde Sanlúcar, atravesaron las líneas enemigas. A pesar del fuego con el que las naves inglesas intentaban impedirles el paso, los barcos españoles consiguieron entrar a Cádiz con el apoyo de las baterías de artillería de la ciudad. Varias embarcaciones más, saliendo de la Carraca y navegando por el caño de Sancti Petri, llegaron asimismo a La Caleta de Cádiz con bastimentos.

El duque de Medina Sidonia también repartiría las tropas disponibles por las ciudades cercanas: 1.200 a El Puerto de Santa María, 400 a Puerto Real, 300 a Rota y 900 a Sanlúcar, quedando 4.300 más en Jerez en previsión de los posibles movimientos de las tropas inglesas.

Retirada inglesa


Tomando en cuenta la debilidad de sus soldados, la falta de provisiones y lo improbable de un encuentro con las fuerzas españolas, en la mañana del día Cecil ordenó regresar hacia el Puntal, dejando tras de sí cien de sus hombres incapaces de seguir la marcha por la debilidad y la resaca, que fueron matados por las fuerzas de Portocarrero. El miércoles 5 las fuerzas inglesas retrocedieron hacia sus naves, donde embarcaron el jueves 6, hostigados por los hombres de Diego Ruiz, llegados desde Cádiz, y por los de Portocarrero, desde el puente Zuazo. Tras incendiar uno de sus barcos, en el que habían embarcado los cuerpos de los ingleses fallecidos, el viernes 7 salieron de la bahía de Cádiz.

Ese mismo día, tras la retirada de los atacantes, llegarían a Cádiz los refuerzos procedentes de Sevilla y Écija, y posteriormente los de otras plazas, que durante varios días más permanecerían en la zona en previsión del regreso de los atacantes. Estos se quedaron junto a la costa sur de Portugal, esperando la llegada de la flota de Indias, pero ante las malas condiciones de las naves, Cecil decidió el regreso a Inglaterra el 26 de noviembre. La flota de Indias, bajo el mando del marqués de Cadreita Lope Díez de Aux y Armendáriz, llegaría a Cádiz el 29 de noviembre sin haberse encontrado con los ingleses.

Regreso a Inglaterra

El viaje de regreso fue desastroso. Los barcos holandeses, hastiados de la incompetencia inglesa, se marcharon sin previo aviso. Azotados por el mal tiempo, sin haber podido repostar comida y con la bebida echada a perder y racionada, las enfermedades se extendieron entre los marinos y soldados de la flota inglesa. De los 400 hombres que formaban la tripulación del buque insignia, el Ann Royal, sólo 150 emprendieron el regreso, de los cuales 130 enfermaron durante el viaje de vuelta hasta su llegada al puerto de Kinsale (Irlanda) el 21 de diciembre. Dispersados por las tormentas del Atlántico, los barcos fueron llegando a distintos puertos ingleses e irlandeses en los meses siguientes. Las bajas se estiman en 1.000 hombres y 30 barcos.

Consecuencias

Por la parte española, el rechazo del ataque inglés vino a sumarse a otras operaciones militares igualmente exitosas ocurridas en la misma época: la reconquista de Salvador de Bahía en la costa brasileña, la rendición de Breda en los Países Bajos, el socorro de Génova y la recuperación de San Juan de Puerto Rico, victorias que contribuyeron a restituir la reputación de España en el mundo.

En recompensa por la defensa de la ciudad, Felipe IV nombró a Fernando Girón marqués de Sofraga y le ofreció la gobernación del Milanesado, cargo que éste rechazó para retirarse a su pueblo natal.

A su regreso a Inglaterra, el vicealmirante Robert Devereux, Sir Edward Conway secretario de Estado, Henry Power (Lord Valentia), general de artillería, Sir Michael Geere y otros oficiales participantes en la expedición acusaron a Edward Cecil de negligencia y mala administración.

Los miembros de la Cámara de los Comunes del Reino Unido, convocados en 1626 para aprobar nuevas ayudas financieras a las campañas militares de Carlos I, rehusaron discutir la provisión de nuevos fondos hasta haber depurado las responsabilidades por el fracaso de Cádiz. Intentaron imputar al duque de Buckinham como organizador de la expedición, acusándole de alta traición.​ El rey Carlos I ordenó la disolución del parlamento para proteger a su favorito, y las investigaciones para hallar a los responsables nunca se llevaron a cabo.

Carlos I de Inglaterra y el duque de Buckingham abandonaron la idea de atacar España para centrarse en la guerra con la Francia del cardenal Richelieu. Los gastos provocados por la expedición afectaron gravemente a la economía inglesa: para proseguir sus campañas militares, Carlos I se vería obligado a pedir créditos ofreciendo las joyas de la corona británica como fianza.

La guerra entre España e Inglaterra continuaría oficialmente hasta 1630, aunque en el transcurso de ella no se producirían más enfrentamientos en la Península Ibérica.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 24 Ene 2018 22:42

Batalla de LIZARD POINT


La Batalla de Lizard Point fue una acción naval que tuvo lugar el 18 de febrero de 1637 en la costa de Cornualles, Inglaterra, durante la Guerra de los Ochenta Años. El almirante español Miguel de Horna, comandante de la Armada de Flandes, interceptó un importante convoy mercantil anglo-holandés de 44 buques escoltados por seis buques de guerra, destruyendo o capturando a 20 de ellos, y regresó a salvo a su base en Dunkerque.

A principios de 1636, el experimentado almirante flamenco Jacob Collaert, comandante de la Armada de Flandes, la flota de los Dunkerkers , fue derrotado por cinco buques de guerra de la flota holandesa de bloqueo bajo el mando del capitán Johan Evertsen.​ Su galeón y otro buque fueron hundidos después de un prolongado enfrentamiento frente a la costa francesa, cerca de Dieppe y fue capturado junto con 200 hombres. Después de un intercambio de prisioneros fue liberado pero murió de una enfermedad en A Coruña poco después.​ El navarro Miguel de Horna lo reemplazó. Horna también demostró ser un hábil comandante, ya que destruyó tres convoyes enemigos principales en menos de dos años, ganando las acciones de Lizard Point, Mardyck y Channel.

La batalla

Miguel de Horna zarpó de Dunkerque el 18 de febrero al mando de un escuadrón de cinco barcos y dos fragatas, para atacar la flota pesquera holandesa y las rutas comerciales. Sus capitanes fueron el vasco Antonio de Anciondo, los flamencos Marcus van Oben y Cornelis Meyne y los castellanos Antonio Díaz y Salvador Rodríguez. Después de capturar un barco mercante mientras estaba bajo el fuego de las baterías costeras de Calais, el escuadrón español cruzó el Canal de la Mancha. Un convoy anglo-holandés de 28 mercantes holandeses y 16 mercantes ingleses, escoltados por seis buques de guerra holandeses, fue avistado frente a Lizard Point, en la costa de Cornualles. Los buques de guerra españoles se dirigieron rápidamente al ataque, acercándose al convoy bajo el intenso fuego de los buques de guerra que los escoltaban.​

Poco después de que la escolta del convoy fuera atacada por los españoles, el buque insignia holandés quedó completamente inutilizado por el intenso fuego de cañones y mosquetes del buque insignia de Horna.​ El barco de Antonio Díaz logró abordarlo y capturar su bandera pero el asalto finalmente fue rechazado. Un segundo intento del barco de Horna, que duró media hora, también falló pero con la ayuda de un tercer barco español bajo el mando de Cornelis Meyne, finalmente fue capturado. Aunque los mercaderes utilizaron sus cañones para ayudar a los buques de guerra holandeses, tres de ellos se hundieron. Los otros dos se rindieron y fueron capturados. Las naves del convoy se dispersaron e intentaron escapar individualmente pues aprovecharon el humo de la batalla y la oscuridad de la noche. Sin embargo, 14 de ellos cayeron en manos españolas y fueron llevados a Dunkerque con los tres buques de guerra capturados.

Consecuencias

Horna regresó a Dunkerque escoltando 17 premios completamente cargados con municiones y suministros.​ Evitó al almirante holandés, Philips van Dorp, que había sido enviado a interceptarlo con 20 buques de guerra.​ Dorp intentó bloquear a la flota española en el puerto, pero Horna pudo continuar sus campañas sin dificultades. En julio tendió una emboscada a dos convoyes holandeses de Burdeos, llevándose 12 barcos cargados, entre otras cosas, con 125 valiosos caballos.​ Un convoy que venía desde Venecia a Amsterdam también fue capturado, así como 14 barcos de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales y ocho que llevaban regalos al rey Luis XIII.

En otra hazaña posterior, el 18 de febrero de 1639, cuando fue atacado por una flota holandesa de 17 barcos, Horna logró ayudar a un convoy español a escapar, a pesar de su inferioridad numérica.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 24 Ene 2018 22:45

Batalla de DUNQUERKE 1.639


La batalla de Dunkerque fue una batalla naval librada cerca de Dunkerque el 18 de febrero de 1639 durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) dentro del contexto de la Guerra de los Ochenta Años (1568 – 1648) entre Provincias Unidas de los Países Bajos y España.
Desarrollo de la batalla

La flota neerlandesa se encontraba bajo el mando del almirante Maarten Tromp, en tanto que el escuadrón español estaba bajo el mando del almirante Miguel de Horna, comandante de la flota de Flandes, que zarpó de Dunkerque a principios de 1639 para unirse a la armada del almirante Antonio de Oquendo en La Coruña, con 2.000 soldados valones a bordo de cinco barcos. En las aguas del canal de la Mancha la flota española fue atacada por una flota holandesa de 17 barcos.

Luego de una batalla de cuatro horas de Horna se vio obligado a regresar a Dunkerque dejando atrás a dos de sus galeones, mientras que un tercer galeón al mando de Matías Rombau encalló y fue quemado por su tripulación. A pesar de su éxito en detener la incursión, muchos de los buques de Tromp sufrieron graves daños, y el almirante holandés se vio obligado a abandonar el bloqueo. Por lo tanto, de Horna, después de la reparación de su escuadrón, fue capaz de cumplir con su misión.

A pesar de su inferioridad numérica las pérdidas españolas ascendieron a 600 entre muertos o heridos, mientras que las neerlandesas tuvieron 1.700 muertos o heridos

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 24 Ene 2018 22:57

Batalla de LAS DUNAS 1.639


La batalla naval de las Dunas fue una batalla entre las armadas española y holandesa que tuvo lugar el 21 de octubre de 1639 en la rada de las Dunas —o de los Bajíos (The Downs)—, cerca de la costa del condado de Kent, en Inglaterra, en el transcurso de la guerra de los Ochenta Años.

En 1639 se formó en Cádiz una escuadra de 23 barcos y 1679 hombres de mar para operar contra Francia y Holanda al mando de Antonio de Oquendo. Zarpó hacia Flandes y se unió en La Coruña a la escuadra de Dunquerque. Acompañaban a la escuadra doce transportes ingleses que llevaban tropas. La misión principal consistía en llevar tropas y dinero a Flandes.

Reunión de la Armada en La Coruña

A finales de agosto, llegaron a La Coruña los navíos de Antonio de Oquendo, fondeando fuera del puerto para permitir la salida del resto de la flota. Se reunieron así las escuadras de:

Antonio de Oquendo
Martín Ladrón de Guevara
Nápoles, con el general Pedro Vélez de Medrano y el almirante Esteban de Oliste
La de Jerónimo Masibriadi, con el almirante Mateo Ulajani (o Esfrondati) procedente de Cádiz. Estaban formadas por el sistema mixto de contrata y embargo, llevando barcos de Ragusa, Nápoles, Dinamarca y Alemania, siendo un total de veintidós barcos, entre los que había pocos españoles.

En La Coruña se unieron las escuadras de:

Lope de Hoces, con Tomás de Echaburu de almirante
Galicia, con el general Andrés de Castro y el almirante Francisco Feijó
Dunquerque con el general Miguel de Horna y el almirante Matías Rombau
San José, con el general Francisco Sánchez Guadalupe.

Estas eran naves de asiento y embargadas, y provenían de Vizcaya, la Hermandad de las Cuatro Villas, Galicia, Portugal y Flandes. Se supone que eran 29. Además, les acompañan 12 navíos ingleses fletados como transporte de tropas.

Entre todas llevaban, según las versiones extranjeras, veintisiete mil hombres. Algunas versiones españolas los reducen a seis mil. En realidad debieron ser unos catorce mil, de los que ocho mil serían hombres de mar y guerra y el resto, infantería.

Para el Conde Duque de Olivares, los buques y dotaciones estaban en un estado excelente de preparación y adiestramiento, y no había salido armada como esta desde la jornada de Inglaterra. Para el almirante Feijó, de la escuadra de Galicia, estaban faltos de todo, la gente era forzada, no había bastantes artilleros y tenían poca experiencia, etc.

Encuentro con los holandeses en el Canal

El 31 de agosto se hacen a la mar, dejando a los transportes ingleses navegar sueltos, lo que fue un error, ya que los holandeses apresaron al menos a tres, con mil setenta infantes.
La vanguardia la formaba la escuadra de Dunquerque, como expertos del Canal.
En el Canal se encontraba a la espera el almirante holandés Martín Harpertz Tromp, con pocas naves.

Se avistaron las escuadras el 15 de septiembre al anochecer y, al amanecer del 16, Oquendo intentó abordar a la capitana holandesa, no consiguiéndolo y recibiendo a cambio numerosos cañonazos, que dejaron su nave casi desaparejada y con cuarenta y tres muertos y otros tantos heridos. A lo largo del día, se entablaron escaramuzas, con el único resultado de la voladura de una nave holandesa. El combate continuó el día 17, entre escaramuzas y combate artillero, sin permitir los holandeses que los españoles se acercasen a tiro de arcabuz.

El 18 se le unen a Tromp dieciséis naves, pero se mantuvo la misma táctica. Cayeron en el combate los almirantes Guadalupe y Ulajani, estando a punto de ser apresado el galeón de éste.

En estos tres días de combate, los contendientes agotaron toda la pólvora y municiones. Tromp entró en Calais, donde el gobernador le facilitó quinientas toneladas de pólvora, reparó sus buques, pudo desembarcar a los heridos y, en veinte horas, estar de nuevo en la mar listo para el combate.
Entrada de la Armada en las Dunas (Downs)

Oquendo podría haber hecho lo mismo en los puertos amigos de Mardique (hoy Fort-Mardyck, diez kilómetros al oeste de Dunquerque) o Dunquerque, pero, dudando del calado de Mardique, donde pensaba que no podían entrar sus galeones grandes, dada la proximidad de la rada de Las Dunas —o de Los Bajíos (The Downs)— en la costa del condado de Kent, en Inglaterra, y considerando que los ingleses eran neutrales, decidió refugiarse allí, para intentar aprovisionarse y reparar sus barcos.

A los ingleses les disgustó la decisión española, y el enfado se agravó por no haber saludado Oquendo a la bandera inglesa del almirante Pennigton, que se encontraba fondeado en la rada. Ante el enfado inglés, y dada su precaria situación, Oquendo cedió. Los ingleses facilitaron el fondeadero interior a los españoles y se colocaron entre la armada española y la holandesa.

Oquendo intentó conseguir pertrechos de guerra, informando de su presencia al embajador de España en Londres y al gobernador de los Países Bajos, consiguiendo así refuerzo de marineros y soldados desde Dunquerque. Organizó transportes en buques ligeros para llevar a Flandes el dinero y los soldados que transportaba con ese destino. El 27 de septiembre, aprovechando una espesa niebla, organizó un convoy con trece pataches y fragatas que acompañaron a cincuenta y seis embarcaciones costeras (la mayoría pesqueros venidos de Dunquerque), que llegó sin novedad a Flandes, pese a estar Tromp bloqueando la salida de la rada.

Este mantuvo una escuadra fondeada en la salida de la rada y otra navegando por el Canal. Disponía de entre ciento catorce y ciento veinte naves, entre ellas diecisiete brulotes. Algunos relatos cuentan que permitió el paso de buques de apoyo españoles con jarcias y arboladuras, para que Oquendo pudiese reparar antes sus naves y así poder entablar combate.

La batalla

El 20 de octubre, Oquendo llevaba un mes fondeado en la rada de Las Dunas, cuando llegó el primer suministro de pólvora. Resultó escaso y lo repartió entre los galeones.

Tromp tiene noticias de ello y decide atacar antes de que los españoles se hayan rearmado completamente, por lo que expone al almirante inglés que ha sido atacado por los españoles y que, por lo tanto, procede a atacarles. Lanza sus brulotes sobre la escuadra fondeada, pero los españoles pican amarras y se hacen a la mar. Entre la confusión producida por los brulotes y una espesa neblina, solo consiguen salir de la rada veintiún buques para enfrentarse a más de cien holandeses. Los demás varan en los bancos de arena y la costa de los Downs.

Tromp lanzó tres brulotes contra la capitana de Oquendo. Este consiguió desembarazarse de los tres, pero uno de ellos se enganchó en la proa del galeón Santa Teresa, de Lope de Hoces, que le seguía y que se perdió envuelto en llamas.

La batalla se entabló con los galeones españoles peleando aislados contra fuerzas cinco veces superiores. Al anochecer, aprovechando la oscuridad, algunos españoles consiguieron desembarazarse de sus atacantes y, los que pudieron, se dirigieron a Mardique, a donde llegaron las naves de Oquendo, de Masibriadi y siete buques más de la Escuadra de Dunquerque. Del resto de los barcos, nueve se rindieron; estaban en tan mal estado que tres se hundieron cuando eran llevados a puerto holandés. Los demás embarrancaron en las costas francesas o flamencas para no entregarse al enemigo. De los que habían varado en Los Bajíos (The Downs), nueve consiguieron llegar a Dunquerque.

Las pérdidas españolas fueron estimadas por los holandeses en cuarenta y tres buques y seis mil hombres, y las holandesas estimadas por los españoles en diez buques y unos mil hombres.

Dicen que Oquendo, que estaba gravemente enfermo, dijo al llegar a Mardique: «Ya no me queda más que morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte». Hubo quien, desde España, vio la acción de Oquendo como una gran hazaña, puesto que había conseguido llevar los refuerzos y los dineros al ejército de Flandes y salvó a la capitana y al estandarte real ante fuerzas abrumadoramente superiores. Olvidan que, si en lugar de encerrarse en la rada de los Downs, se hubiese dirigido a los puertos de Flandes, no hubiese perdido casi toda su flota. Según el historiador y almirante portugués Costa Quintella, Oquendo se «portó más como comandante [de buque] que como almirante, ya que, sin más que poner en línea sus navíos [en el primer encuentro], pudo aniquilar a sus enemigos».

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 24 Ene 2018 23:03

Batalla del CABO SAN VICENTE 1.641


La Batalla de Cabo San Vicente del año 1641 tuvo lugar el 4 de noviembre de ese mismo año cuando una flota española comandada por Juan Alonso de Idiáquez y Robles interceptó una flota holandesa dirigida por Artus Gijsels durante la Guerra de los Ochenta Años. Después de una batalla feroz se perdieron dos barcos holandeses pero ellos afirmaron que solo un centenar de sus hombres resultaron muertos; la flota española también perdió dos barcos pero tuvo más de mil muertos. La flota holandesa dañada se vio obligada a abandonar su ataque planeado contra la flota del tesoro español

En 1641, después del estallido de la Guerra de Restauración portuguesa, el gobierno portugués, con ayuda holandesa y francesa, se preparó para comenzar la ofensiva contra España en el mar. António Telles da Silva, que había luchado contra los holandeses en la India, fue designado comandante del escuadrón de 16 barcos que junto a otros 30 de la República holandesa bajo el mando de Artus Gijsels, se le encomendó la misión de capturar y mantener la posesión de las ciudades españolas de Cádiz y Sanlucar de Barrameda.

Los intentos fracasaron gracias al encuentro fortuito que tuvieron con cinco Dunkerkers bajo el mando de Judocus Peeters, que estaba persiguiendo a una flotilla de corsarios argelinos en el cabo de San Vicente. [2] Peeters logró llegar a Cádiz sin perder un solo buque y puso en alerta a los marqueses de Ayamonte y a don Gaspar Alfonso Pérez de Guzmán, noveno duque de Medina Sidonia. [3]

Gijsels y Telles regresaron a Lisboa donde Telles fue reemplazado por Tristán de Mendoza, ex embajador en la República holandesa. La flota portuguesa navegó con la flota francesa del Marqués de Brézé, mientras la flota holandesa zarpaba para interceptar y capturar la Flota de Indias española entre las Azores y el Cabo San Vicente. Fue una maniobra apresurada, ya que los barcos holandeses tenían órdenes de regresar a su país si la Flota de las Indias Occidentales no aparecía antes de noviembre.

La batalla

El escuadrón naval español de Galicia, bajo bajo el mando de Andrés de Castro, el escuadrón de Nápoles, gobernado por don Martín Carlos de Meneos y los galeones de don Pedro de Ursúa se reunieron con urgencia en Cádiz para interceptar a la flota holandesa. El gobernador militar de Cádiz, Juan Alonso de Idiáquez y Robles, duque de Ciudad Real, fue nombrado comandante de la flota en sustitución del capitán general, el duque de Maqueda, que estaba enfermo. Era un soldado veterano, estuvo en acción en el Asedio de Leucata contra los franceses, pero no tenía experiencia en batallas navales.

La flota de Gijsels fue avistada frente a Cabo San Vicente el 4 de noviembre. El duque de Ciudad Real ordenó de inmediato atacar a los principales buques holandeses. Después de sufrir graves bajas, detuvo el ataque y los barcos regresaron a Cádiz. Esta conducta enfadó al rey Felipe IV , que reprendió severamente, entre otros oficiales, a Martín Carlos de Mencos, al almirante Pedro de Ursúa, a los capitanes Pedro Girón, Gaspar de Campos y Adrián Pulido.

Michiel de Ruyter estuvo presente en esta batalla como contraalmirante de la flota holandesa.

Consecuencias

Algunos de los barcos holandeses, bajo el mando de Artus Gijsels, abandonados por sus aliados portugueses y franceses, tuvieron que navegar de vuelta a Inglaterra para hacer reparaciones

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 24 Ene 2018 23:07

Jornada del BRASIL


La jornada del Brasil fue una expedición militar hispano-portuguesa llevada a cabo en 1625 contra las fuerzas holandesas que ocupaban la ciudad de Salvador de Bahía, como extensión de la guerra de Flandes o Guerra de los 80 años que en aquellos tiempos se libraba en los Países Bajos.

Tras la captura en 1624 de la colonia portuguesa de Salvador de Bahía por parte de la flota de las Provincias Unidas de los Países Bajos junto a la de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, Felipe IV, rey de España y Portugal, ordenó armar una flota conjunta hispano-portuguesa con el objetivo de recuperar la ciudad.

La parte portuguesa de la armada partió de Lisboa al mando de Manuel de Meneses y la parte española de Cádiz bajo el mando de Fadrique de Toledo a finales de 1624 y principios de 1625; unidos atravesaron el océano Atlántico y, al llegar frente a Salvador, la asediaron durante un mes, al cabo del cual se consiguió la capitulación.

Historia

Un año antes una flota al servicio de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, creada en 1621, había asaltado Salvador de Bahía, entonces capital del Brasil, dirigida por el almirante Jacob Willekens, consiguiendo reducir a una guarnición gobernada por el virrey Diego Mendoza Furtado, quien fue apresado junto con su hijo, el obispo, el principal de los jesuitas y otros ilustres personajes.

Después se saqueó la ciudad mientras la población abandonaba el lugar, que no fue incendiado: los holandeses pensaban quedarse en una plaza de tan alto valor estratégico, ya que los portugueses eran sus máximos competidores entre las potencias colonizadoras de ultramar. Así que se nombró un gobernador holandés, Johan van Dorth. La resistencia se reorganizó en el Arrabal de Rio Vermelho y consiguió contener a los invasores en el perímetro urbano de la ciudad. En el año 1624 la llamada «Tregua de los doce años» había llegado a su fin; los holandeses deseaban sacar el máximo provecho al reiniciar las hostilidades y pensaban quedarse con el comercio de azúcar en la región.

Don Fadrique alcanzó Salvador de Bahía con una flota de 26 navíos provista de 450 cañones y 3500 soldados de desembarco y recuperó una de las ciudades más importantes de entre las colonias portuguesas, integradas entonces en el Imperio español. Era la flota más grande que hasta entonces había cruzado el Atlántico. Don Fadrique de Toledo, capitán general de la Armada del Mar Océano, había vencido varias veces en combates navales a holandeses e ingleses.

El 29 de marzo de 1625 casi una treintena de barcos españoles y portugueses bloquearon la bahía y pocos días después desembarcó la infantería de marina. El asedio se prolongó durante un mes hasta que los holandeses se rindieron y las tropas españolas tomaron 18 banderas, seis naves, 260 cañones y 500 quintales de pólvora; recuperaron además las mercancías saqueadas al tomarse la ciudad, valoradas en 300.000 ducados. Por el bando hispanoluso falleció el maestre de campo Pedro Ossorio, seis capitanes y 65 soldados.

Unos meses después arribó a Salvador de Bahía otra flota holandesa de 34 buques que desconocía que el asedio español había concluido en victoria y fueron rechazados.

La expulsión de los holandeses de Bahía, el sitio y toma de Breda y el fallido intento inglés por conquistar Cádiz convirtieron a 1625 en un annus mirabilis para España. Por desgracia, en un audaz acto de corso en el Caribe, el almirante holandés Piet Heyn, al servicio de la Compañía de las Indias Occidentales, interceptó y saqueó en 1628 la flota española que transportaba el cargamento anual de plata extraída de las colonias americanas posibilitando una nueva invasión, esta vez de la Capitanía de Pernambuco; de ahí fue más difícil echarlos y su gobierno se extendió de 1630 a 1654.

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