Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

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Brasilla
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 19 Ene 2018 17:52

2º Sitio de AMBERES

El asedio de Amberes tuvo lugar entre el 3 de julio de 1584 y el 17 de agosto de 1585, durante la guerra de los Ochenta Años, este decisivo asedio fue consumado por las tropas españolas al mando del Rayo de la Guerra. Con el éxito de este asedio, se culminó una de las ofensivas españolas más importantes durante el conflicto ya que en el plazo de dos años se cercaron un gran número de ciudades estratégicas al mismo tiempo; todas ellas con victoria para los intereses de las armas imperiales: Amberes, Gante, Terramunda, Dunkerque, Zutphen, Brujas, Nieuwpoort y Alost entre otras

Resuelto a continuar con la guerra, y contando con los tercios viejos venidos de España, se decidió Alejandro Farnesio a poner cerco formal a Amberes aunque sin abandonar el hostigamiento a las otras ciudades principales de Brabante: Gante, Terramunda, Malinas, Brujas, Ypres y Villebrove, ciudades que comunicaban por río con Amberes. Ypres y Brujas se entregaron las primeras, tras una corta resistencia.


Fue el de Amberes quizás el cerco más famoso de todo el amplio período de las guerras de Flandes por su extrema dificultad, pies <<nunca con más pesadas moles fueron enfrenados los ríos, ni los ingenos se armaron con más osadas invenciones, ni se peleó con gente de guerra que en más repetidos asaltos hiciese más provisión de destreza y coraje. Aquí se echaron fortalezas sobre los arrrebatados ríos, se abrieron minas entre las ondas, los ríos se llevaron sobre las trincheras, luego las trincheras se plantaron sobre los ríos, y como si no bastara sólo el trabajo de atacar Amberes, se extendieron los trabajos del general también a otras partes, y cinco fortísimas y potentísimas ciudades se cercaron a un mismo tiempo, y dentro del círculo de un año al mismo tiempo se tomaron>>.

Mientras Alejandro, al mando de 10.000 infantes y 1.700 de a caballo comenzaba el cerco de Amberes, otra parte del ejército continuaba con el coronel Verdugo la guerra en Frisia; otros luchaban en Colonia bajo el mando del conde de Arembergh y de Manrique; otros combatían en Zutphen y, por último, se protegían las provincias del Henao y Artois de los ataques de los franceses. Para el plato fuerte, es decir el asedio de Amberes, Alejandro se había reservado a los tercios españoles.

La ciudad de Amberes se hallaba a orillas del caudaloso Escalda y contaba con una población de más de 100.000 habitantes. Por la parte que daba a Flandes discurría el río sirviendo éste como protección y además como una excelente vía para el socorro que pudieran enviar las provincias marítimas. Por la parte enfrentada a Brabante la ciudad se encontraba rodeada de unos anoches muros con diez poderosos baluartes y un amplio foso inundado. Estaba también guarnecida por numerosos castillos construidos a orillas del Escalda, en especial los de Lillou y Lieskensek. La misma comunicación por el cauce fluvial existente entre Amberes y Gante -a 30 millas-y protegida a mitad de camino por Terramunda, suponía un escollo para el cerco, además de la cercanía de la ciudad de Malinas -12 millas- y su interconexión con ella a través del río Dili. También desde Bruselas se podía socorrer a la ciudad, pues por medio de un cacuce artificial se navegaba desde Bruselas hasta desembocar en el Escalda.

La atrevida idea que permitió la conquista de la ciudad fue la de construir un puente sobre las turbulentas aguas del ancho Escalda. Dadas las dificultades que suponían la toma de los castillos de Lillou y Leskensek, Alejandro pensó que sería más fácil construir el puente en otro paso y levantar sus propias fortificaciones para defenderlo. El gobernador de la ciudad, Phillipo de Marnix, se rió de la intención de los españoles. Para conseguir los materiales necesarios para la magna obra, el duque de Parma asaltó y tomó Terrramunda, rodeada por una abundante arboleda que fue talada a tal efecto.

Cuando colocaba las baterías para cañonear los muros de esta ciudad, el maestre de campo Pedro de la Paz -que por cuidar como un padre de los hombres a su cargo era llamado Pedro de Pan- recibió un balazo en la frente. Fue tal la rabia de los españoles que no les sirvió de nada a los de Terramunda romper un dique para inundar las posiciones de los sitiadores. Éstos, cargando en sus hombros los cañones y transportándolos con el agua hasta el pecho, lograron instalarlos y batir los muros. Para calmar suus ánimos de venganza, y dado el pequeño número de hombres que llevaría a cabo asalto inicial, Alejandro tuvo que elegir a tres de cada compañía para que todas pudieran participar en la primera embestida. El primer baluarte se tomó con rapidez, rindiéndose los defensores días más tarde para no irritar los ánimos de los enfurecios españoles.

Al ver a los españoles empezar a fijar las vigas traídas desde Terramunda en la ribera del río, afirmó Phillipo de Marnix <<que fiaba, decía, sobradamente de sí, embriagado del vino de su fortuna, Alejandro; pues pensaba que echándole un puente enfrenaría la libertad del Escalda. Que no sufriría más el Escalda los grillos de esas máquinas, que los flamencos libres el yugo de los españoles. Que si no sabía, que el río por aquel paraje tenía de ancho dos mil cuatrocientos pies.>>

También avisaron a Alejandro sus generales de lo imposible de la empresa, pero no era hombre que tomara las decisiones a la ligera ni mudara su opinión tras decidirse de algo. Se colocaron postes verticales hasta donde era posible por la profundidad del río, y se unieron después con vigas transversales para sujetar los tablones que formaban el piso. A cada extremo del puente se construyeron dos pequeños fortines capaces de acoger a medio centenar de hombres. Se guarneció el puente con vallas de madera tan gruesas que pudieran parar los arcabucazos del enemigo. En la orilla que daba a Brabante se construyeron 900 pies de longitud de puente y sólo 200 en la orilla contraria. Quedaba un espacio, por tanto, entre partes de 1.300 píes.

Principio del sitio de Amberes

El cerco a la ciudad de Gante, que prestaba un molesto socorro a los de Amberes, fue finalmente concluido con la rendición de sus defensores. Con los 22 navíos tomados en gante y otros que trajo de Dunkerque, el de Parma se propuso cerrar el gran hueco central del puente sobre el río. Dado que esas aves no podían llegar hasta el puente a medio construir sin exponerse a los disparos de la artillería de Amberes, rompió un dique del Escalda inundando la campiña, por la que navegaron sus barcos. Lo vieron los rebeldes y, en respuesta, levantaron un reducto para impedir la llegada de más navíos desde Gante. A Alejandro Farnesio le quedó como único remedio construir un canal de 14 millas de longitud para comunicar las aguas de la inudación con el riachuelo de Lys, que desemboca en el Escalda a la altura de Gante. El mismo Alejandro Farnesio tomó la pala y azadón dando ejemplo a sus hombres. Acabada la obra en noviembre de 1584, les fue sencillo llevar desde Gante los materiales y barcos precisos para cerrar el puente.

Se colocaron 32 barcos, situados de veinte en veinte pasos, unidos entre sí con cuatro juegos distintos de maromas y cadenas y con vigas de entre nave y nave. Cada nave, a su vez, se parapetó con vallas para defenderse de los tiros de arcabuz, y se comunicaba con las vecinas por vigas coon opunta de hierro mirando hacia el exterior -a modo de picas- para protegerlas del ataque de las naves enemigas.

La gigantesca obra quedó terminada a finales de febrero de 1585, siete meses después de comenzada. Mientras nuestras tropas podían pasar con libertad de Flandes a Brabante a través del puente, los de Amberes veían su paso por el Escalda cerrado. La construcción del puente representaba la determinación de los españoles de llevar el asedio hasta sus últimas consecuencias. En este sentido dijo el de Parma a un espía capturado: <<Anda, dice, libre a los que te enviaron a espiar y depués de haberles contado por menudo cuanto ha visto por tus ojos, diles que tine fija y firma resolución Alejandro Farnesio de no levantar el cerco antes que, si debajo de aquel -y le mostró el puente- haga para sí el sepulcro, o por aquel se haga paso para la ciudad>>.

En vano intentaron una salida por tierra los de Amberes, pues fueron rechazados. Los intentos de socorro desde el exterior, viendo la inutilidad de emprenderlos por el río, se centraron en la toma de Bois-le-Duc, ciudad que permitía la ayuda por tierra a los sitiados de Amberes. Pese a que los hombres de Holak tomaron ciudad en nombre de los rebeldes por medio de añagazas, cincuenta de nuestros hombres al frente de los habitantes de la villa lograron expulsarlos. En ese tiempo Bruselas se renía también a las tropas reales, disminuyendo aún más el ánimo de los sitiados. Al mes siguiente se rindió Nimega, capital de la provincia de Güeldres.

Les quedaba a los sitiados el consuelo de una armada en su socorro enviada desde Zelanda al mando de Justino de Nassau, hijo bastardo del de Orange. Esta armada, apoyada por la artillería del fuerte de Lillou, logró tomar el castillo de Lieskensek, en la orilla opuesta. De esta manera quedaban libres los rebeldes parra navegar entre el mar y los citados fuertes y, desde esas posiciones, embestir contra el puente del de Parma. También contaban con el ingenio de Federico Giambelli, hombre de gran formación e inteligencia que había resultado desairado en España, y por vengarse militaba ahora en el bando flamenco rebelde.

Dirgió Giambelli la construcción de unos navíos especiales destinados a acabar con el puente: llevaban los gigantescos barcos en su centro una construcción hecha con piedras y ladrillo, y dentro de ella se había echado pólvora, clavos, cuchillos, garfios, pedazos de cadena y hasta ruedas de molino para que actuasen como metralla. Se cerraban las gigantescas minas con vigas engrapadas con hierro y todo ello se recubría con tablones y pez para preservar de la humedad. Las minas se encederían con unas largas mechas que darían tiempo suficiente a los navíos y hombres que empujaran a las enormes construcciones para alejarse de ellas antes de la explosión.

En la noche del 4 de abril, iluminados con múltiples fuegos para sembrar el pánico, soltaron los rebeldes cuatro barcos-mina en la parte más rápida de la corriente del Escalda. Acompañaban a éstos 13 naves de menores dimesiones. Portaban los barcos gigantescos hogueras que infundían una gran preocupación en los hombres que fueron a proteger el puente. La tripulación abandonó los barcos a dos mil pasos del puente. Al carecer de gobierno, unas naves encallaron en las orillas, otras se fueron a pique por el excesivo peso y algunas se clavaron en las puntas de hierro que protegían a los barcos españoles. De los cuatro barcos-mina uno hizo agua y se hundió, otros dos, debido al fuerte viento, se desviaron y eencallaron en la ribera de Flandes y el último prosiguió y quedó encajado en el puente. Viendo que no ocurría nada al transcurrir el tiempo, subieron a él algunos soldados españoles burlándose de la deforme máquina de guerra.

Cuando explotó el terrible ingenio, se llevó consigo a todos y todo lo que se hallaba cerca. Al despejarse la increible humareda que se formó se pudieron apreciar mejor los estragos: pelotas de hierros lanzadas a nueve mil pies de distancia, lápidas y piedras de molino empotradas cuatro pies en tierras a más de mil pasos y más de 800 hombres destrozados. El mismo Alejandro Farnesio, que no había subido al barco por la insitencia de un alférez español que conocía las artes de Giambelli, salió despedido por la onda expansiva y se quedó tumbado, inconsciente, hasta que logró ser reanimado.

Aprovechando la oscuridad de la noche y la humareda, se hizo con rapidez un apaño en el puente de forma que aparentara no haber sido realmente dañado. Engañados por el remedio desistieron los de la armada rebelde del ataque a la construcción e intentaron introducir sus naves por la campiña inundada. En contra de ello se levantó un dique con castillos para su defensa. La protección del dique se encomendó al coronel Mondragón, que logró rechazar el ataque simultáneo de los barcos procedentes de Amberes y los de la armada zelandesa al mando de Justino de Nassau. Prefeccionó el italiano Giambelli sus máquinas de guerra, consiguiendo que no torcieron el rumbo al añadirles una especie de velas bajo el casco.

Alejandro Farnesio, por su parte, se hallaba prevenido y había ideado un sistema de enganche para los barcos que conformaban el puente, de forma que se soltaban al acercarse los barcos-mina enemigos, dejándolos pasar. De esta manera, cuando las minas explotaban lo hacían lejos del puente, causando, en teste caso con más razón que en la anterior, más risa que espanto a los soldados españoles.

Ni el cerebro ni el vengativo espíritu de Giambelli descansaban. Ideó un navío de desproporcionada magnitd, mayor que ninguno visto antes, en cuyo centro se alzaba un castillo de planta cuadrada. En dicho castillo flotante iba un impresionante despliegue de cañones y una guarnición de 1.000 mosqueteros. Tal era la confianza que los sitiados habían despositado en el ingenio que lo bautizaron con el nombre de El fin de la guerra. Primero aparentaron dirigir la espantosa máquina contra el puente, desviando así a las tropas reales, y cambiaron después su dirección para hacerla surcar la campiña inundada, El desproporcionado peso del ingenio lo hizo encallar profundamente en la tierra, y alunos españoles le mudaron el nombre entonces por el de Los gastos perdidos, y otros por Carantamaula o espantajo para niños.

Los rebeldes intentaron, pese a todos los reveses sufridos, una última salida. Atacaron con todas sus naves, unas 160, el contradique. Arrollaron algunos puestos y fortines, de forma que en la misma Amberes se celebraba ya la victoria. Acudió de refuerzo un tercio de italianos y españoles, picados ambos por ganar mayor gloria, y consiguieron resistir en el dique el tiempo suficiente para que llegara el de Parma, cuando casi todas las posiciones se hallaban perdidas y algunas barcos rebeldes habían llegado ya a Amberes con la primicia del socorro próximo.

El tumulto creciente entre nuestras tropas avisó a los que combatían en primera línea de la llegada de Alejandro, quien <<sacando a los ojos y al semblante la nube de iras que en su pecho había fraguado, con voz alta, como con un trueno, hiriendo los oídos y las almas de los circunstantes dice: no cuida de su honor ni estima la causa del rey el que no me siga>>. Miles de hombres combatían sobre una estrecha lengua de tierra. Peleaba el de Parma con espada y broquel tanto contra los enemigos en pide sobre el dique como contra los que desde las naves intentaban desembarcar.

Se alargaba la lucha hasta que, en un momento, se arrodillaron españoles e italianos e, implorando a Dios, arremetieron con fiereza contra los sediciosos y les ganaron el fuerte de La Palada. Todavía mantenían los rebeldes sus posiciones atrincheradas, desde donde disparaban causando numerosas bajas, pero enardeciendo áun más a los supervivientes, que siguieron avanzando hasta entrar en los puestos enemigos, matando a sus guarniciones. En vano intentaron los vencidos herejes huir en sus navíos. Estando la marea baja, los barcos encallaban y eran asaltados por los españoles e italianos que, espada en mano y con el agua hasta el pecho, querían terminar lo que habían empezado y producían gran carnicería entre los aterrorizados rebeldes que, horas antes, habían cantado victoria.

Se les tomaron 28 navíos grandes, 65 cañones de bronce y gran cantidad de vituallas de las que el campo español andaba escaso. Murieron en las siete horas que duró la refierga cerca de 3.000 rebeldes, siendo 700 los caídos del bando leal a la corona, en su mayoría españoles e italianos. Se apresuraron los hombres de Alejandro no sólo a curar a los numerosos heridos, sino de la reparación del mismo dique [b]<<heridos no menos que ellos; y para repararle, estando abierto y destroozado por trece partes, fuera de otros materiales, de fajina y terraplenos, por la cólera y la prisa de los soldados, le cerraron con los cadáveres de los enemigos amontonados>>[/b].

La población de Amberes exigía a sus dirigentes el comienzo de conversacions de paz. Marnix intentaba tranquiliarles y les pedía que esperaran a la posible ayuda de Inglaterra. En eso, el gobernador distribuyó entre su gente unas cartas falsas en las que, supuestamente, los franceses le comunicaban que enviaban un ejército en su socorro. El descubrimiento de la falsedad de las cartas encrespó todavía más a la población, que comenzaba a pensasr que lo mejor sería entregar la ciudad. Ayudó a propagar este sentimiento el hecho de que un joven, que se había arriesgado a salir de la ciudad por coger una burra (con cuya leche los médicos habían dicho que sanaría de su enfermedad una mujer noble de la ciudad), volviera a entrar en Amberes con la burra cargada con todo género de comida que Alejandro, tras apresar al joven y conmovido por su gesto, enviaba para la recuperación de la anciana.

En lugar de la ayuda prometida, los de Amberes recibieron la noticia de la rendición de la ciudad de Malinas. Se plegaron finalmente a tratar de paz, aunque pretendían exigir al de Parma la libertad de conciencia en materia religiosa en la ciudad a cambio de entregarle incluso Holanda y Zelanda. No podía transigir con ello <<En todos los tratados con las ciudades y castillos que vendrán a vuestro poder, sea esto lo primero y lo último: que en estos lugares se reciba la religión católica, sin que se permita a los herejes profesión o ejercicio alguno, sea civil, sea forense; sino es que para la disposición de sus haciendas se les haya de conceder algún tiempo, y ese fijo y limitado. Y porque sobre esto no quede lugar a la interpretación o moderación de alguno, desde luego aviso, que se persuadan los que hubieren de vivir en nuestras provincias de Flandes que les será fuerza escoger uno de dos, o no mudar cosa en la romana y antigua fe, o buscar en otra parte asiento luego que acabare el tiempo señalado>>.


Alejandro cumplió estrictamente las órdenes de su rey en el capítulo religioso, pero se mostró increíblemente generoso con los sitiados en todos los otros aspectos, de manera que se acabaron por firmar las capitulaciones e hizo su entrada triunfal en la ciudad en agosto de 1585, tras recibir del rey Felipe II el Toisón de Oro en premio a su fidelidad y valor. Fue tal la alegría de Felipe II la noche que le comunicaron la noticia de la rendición de Amberes, que el sobrio y parco monarca se levantó de la cama y fue a la habitación de su hija Isabel y, abriendo la puerta, dijo <<nuestra es Amberes>>, volviéndose después a dormir ante la sorpresa de su hija.

Entró en la ciudad <<la comitiva de Alejandro, de infantes y caballos, vistosos a la verdad, no tanto por la gala de vestidos y armas como-por ser todos veteranos y escogidos- por el mismo aspecto marcial y militar ferocidad>>. La victoria fue celebrada por los soldados con un gigantesco banquete sobre el puente del Escalda, con mesas que se extendían de orilla a orilla del río. Tras las celebraciones desmantelaron el puente sobre el río y se reconstruyó la ciudadela-fortaleza levantada por el duque de Alba que el de Orange había posteriormente derruido.

En septiembre, las tropas obtuvieron sus pagas, tras casi tres años sin cobrar.

Este episodio constituye uno de los episodios más brillantes de los Tercios y supuso un alarde de ingeniería, y despliegue táctico.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 19 Ene 2018 18:14

Batalla de ZUTPHEN 1586


La batalla de Zutphen se libró el 22 de septiembre de 1586 cerca de las localidades de Warnsveld y Zutphen, actual Países Bajos, durante la guerra de los Ochenta Años. En ella se enfrentaron fuerzas de las Provincias Unidas de los Países Bajos, ayudados por los ingleses, contra los españoles. En 1585, Inglaterra firmó con los Estados Generales de los Países Bajos el Tratado de Nonsuch y con ello se involucró formalmente en la guerra contra España.

Robert Dudley, I conde de Leicester, fue nombrado Gobernador general de los Países Bajos y enviado al mando de un ejército inglés con la misión de apoyar a los rebeldes holandeses.1​ Cuando Alejandro Farnesio, príncipe de Parma y comandante del Ejército de Flandes, estaba asediando la ciudad de Rheinberg en el contexto de la Guerra de Colonia, Leicester tomó represalias poniendo sitio a la localidad de Zupthen, ubicada en la provincia de Güeldres y en la orilla oriental del río IJssel.

Zutphen era un enclave estratégicamente importante para Farnesio porque permitía a sus tropas recaudar impuestos para la guerra en la rica región de Veluwe. Por ello, dejó algunos efectivos militares en el sitio de Rheinberg y marchó con el resto de sus tropas a levantar el sitio de Zutphen. En principio consiguió enviar suministros a la localidad, pero ante la duración del asedio anglo-holandés, decidió organizar un gran convoy de víveres​ y encargó su envío al marqués de Vasto.

Leicester tuvo noticia de esta maniobra gracias a la intercepción de un mensajero que Farnesio había enviado a Francisco Verdugo, el hombre al cargo de Zutphen,​ por lo que las fuerzas anglo-holandesas prepararon una emboscada.​ A pesar de la intervención de numerosos caballeros y nobles ingleses en el ataque al convoy, el duro combate se saldó con victoria española y los suministros consiguieron llegar a la localidad sitiada. Aunque la caballería española, compuesta esencialmente por soldados italianos y albaneses, resultó derrotada por la caballería inglesa que mandaba el conde de Essex, los tercios españoles aguantaron el ataque del enemigo y aseguraron que el envío llegara indemne a destino.​ A partir de ese momento, las tropas españolas, reforzadas por los efectivos de Verdugo, obligaron a los ingleses a retirarse.

La localidad de Zutphen fue asegurada por los españoles, pero ello no impidió que varias semanas después los ingleses tomaran un pequeño fuerte situado junto a esta villa, en la orilla opuesta del río IJssel.10​ Sin embargo, la mayor parte de los avances ingleses quedaron en nada porque un año después los gobernadores ingleses de la localidad de Deventer y del fuerte de Zutphen desertaron al bando español y entregaron sus posiciones a Farnesio.1​

Desde 1568, las provincias del norte de los Países Bajos mantenían contra España la llamada guerra de los Ochenta Años, o guerra de Flandes, en la que los rebeldes holandeses pretendían conseguir la independencia de la corona española, lo que conseguirían finalmente en 1648.

En 1585 Isabel I de Inglaterra envió a Robert Dudley al frente de tropas inglesas en apoyo de la causa protestante de los rebeldes holandeses.

La batalla

En la mañana del 22 de septiembre de 1586, un convoy militar bajo el mando del albanés George Cresiac, capitán de los tercios españoles, llevaba suministros hacia la ciudad de Zutphen (Güeldres), bajo control español desde 1583. Las tropas inglesas, bajo el mando de Lord Willoughby, interceptaron la columna española. En el combate que se libró, Cresiac fue hecho prisionero por los ingleses, pero éstos finalmente hubieron de retirarse ante la superioridad numérica de los españoles.

Fue en este encuentro donde el poeta y soldado Philip Sidney, sobrino de Robert Dudley, recibió las heridas que causarían su muerte un mes más tarde. La ciudad de Zutphen sería capturada por el ejército holandés de Mauricio de Nassau en 1591

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 03:44

Batalla de ALCANTARA


La batalla de Alcántara, librada el 25 de agosto de 1580, fue una victoria del ejército español comandado por Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba de Tormes, sobre las tropas portuguesas del pretendiente Antonio, prior de Crato, en la freguesía de Alcântara, cerca de Lisboa, Portugal.

Como consecuencia de esta batalla, el rey Felipe II de España fue reconocido rey de Portugal como Felipe I, en una unión dinástica con los demás reinos hispánicos que se prolongó hasta 1640, y que significó el apogeo del Imperio español.


Tras la muerte del rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir de 1578 sin herederos directos que le sucedieran, el trono de Portugal fue ocupado por su tío-abuelo el cardenal Enrique I de Portugal. A la muerte de éste en enero de 1580, también sin herederos, sobrevino una crisis sucesoria en el país; mientras la regencia provisional del reino era asumida por un consejo de cinco gobernadores, la titularidad del trono fue disputada entre varios pretendientes, que según la antigua costumbre feudal tenían la siguiente preferencia:

Ranuccio I Farnesio de Parma, de 11 años, (hijo de María de Portugal, duquesa de Parma y de Piacenza, primogénita de Eduardo de Portugal, IV duque de Guimarães, el hijo menor de Manuel I de Portugal),
Catalina, duquesa de Braganza y sus hijos (segunda hija de Eduardo de Avís, la hermana pequeña de María), casada con Juan I, duque de Braganza,
Felipe II de España y sus descendientes (hijo de Isabel de Portugal, la hija mayor de Manuel I de Portugal),
María de Austria y Portugal, emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, y sus hijos (hija de Isabel de Portugal y hermana de Felipe II),
Manuel Filiberto de Saboya y sus hijos (hijo de Beatriz de Portugal, la hija pequeña de Manuel I de Portugal),
Juan I, duque de Braganza e hijos (nieto de Isabel de Portugal, la hija pequeña de Manuel I y casado con Catalina, duquesa de Braganza),
Don Antonio, prior de Crato, era nieto por vía masculina de Manuel I, pero hijo ilegítimo de Luis de Avis.

Las reclamaciones al trono del joven Ranuccio no fueron tramitadas convenientemente, en un intento de su padre Alejandro Farnesio por no indisponerse compitiendo con su señor, el rey de España; la condición femenina de Catalina fue un obstáculo insalvable para su ascenso al trono; Felipe II, ante las objeciones portuguesas por su condición de extranjero, decidió ocupar militarmente el país.

El 20 de junio de 1580 Antonio se autoproclamó rey en Santarém, con el apoyo popular. Inmediatamente comenzó a reclutar soldados para el ejército que habría de enfrentarse a los españoles, marchando hacia Lisboa.

La batalla

En junio de 1580 el ejército español reunido por el rey Felipe II en Badajoz entró en Portugal por Elvas, con 35 000 hombres bajo el mando del capitán general Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba de Tormes. Su hijo Fernando de Toledo, le acompañaba como su lugarteniente; Francés de Álava era general de la artillería con 22 piezas y Sancho Dávila era el maestre de campo general. Al mismo tiempo en Cádiz se formó una flota de 64 galeras, 21 naos y 9 fragatas, además de 63 chalupas, cuyo mando se encomendó a Álvaro de Bazán.

Durante las semanas siguientes el ejército español avanzó en dirección a Lisboa, venciendo la escasa resistencia de las ciudades que encontraron por el camino. A finales de julio llegó a Setúbal, donde embarcó en las naves que llegadas de España les conducirían a Cascais, veinticinco kilómetros al oeste de Lisboa.

El enfrentamiento

Las fuerzas españolas que estaban al frente del experimentado Gran Duque de Alba contaban con 18.000 hombres y 1800 jinetes, pues los restantes se habían quedado repartidos en el camino asegurando las plazas tomadas.

El ejército portugués estaba formado por 25 000 soldados de infantería y 2500 de caballería, entre los cuales la mayoría eran hombres reclutados con prisa entre los campesinos y milicianos voluntarios. Francisco de Portugal, conde de Bimioso, era general de estas fuerzas junto con su tío Juan de Portugal, obispo de la Guarda. Diego López de Sequeira era general de las galeras; de las naos y galeones lo era Gaspar Brito.

Los dos ejércitos se encontraron a ambos lados del río, en Alcántara, a unos kilómetros al oeste de Lisboa. Los españoles, llegando desde el oeste, ocuparon la margen derecha del río, que a pesar de bajar seco por lo caluroso de la estación, suponía un obstáculo por lo empinado de sus taludes.

La batalla se inició con un intenso fuego de artillería por ambos bandos; los Tercios españoles, tras dos intentos fallidos, consiguieron cruzar el río por el puente de Alcántara, cerca de la desembocadura, mientras Sancho Dávila con sus fuerzas conseguía atravesarlo río arriba. En el breve combate que siguió, las experimentadas tropas del duque de Alba derrotaron a las portuguesas de don Antonio, obligándolas a retirarse en dirección a Lisboa.

La victoria del Gran Alba fue completa ya que mientras el derrotado ejército portugués perdió unos 4000 hombres incluyendo 1000 muertos; los bajas españolas rondaron los 500 fallecidos. Lisboa, indefensa, se rindió dos días más tarde. Don Antonio consiguió escapar hacia el norte, en dirección a Coímbra y Oporto, acosado por Sancho Dávila. Los españoles, hacia finales de 1580, contralaban la mayor parte de Portugal.

Consecuencias

Vencida la resistencia del último pretendiente al trono y ocupado militarmente el país, el 25 de marzo de 1581 el rey Felipe II de España fue coronado rey, reconocido por las Cortes de Tomar, con el nombre de Felipe I de Portugal. Este fue el comienzo de un periodo en el que Portugal junto con los demás reinos hispánicos compartieron el mismo monarca en una unión dinástica aeque principaliter bajo la Casa de Habsburgo​ hasta 1640.

Por su parte, Fernando Álvarez de Toledo fue nombrado por el rey Felipe II condestable de Portugal y I virrey de Portugal, máximos cargos en aquel país después de la persona del propio monarca. El Gran Duque de Alba alcanzó, en el final de sus días, una posición encumbradísima tanto en el Reino de España como en el Reino de Portugal, ya que ocupó estos cargos lusitanos hasta su fallecimiento en Lisboa, en 1582.

El último reducto leal al prior de Crato cedió ante las fuerzas del rey Felipe II luego de la victoria del I marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán y Guzmán, en la batalla de la Isla Terceira, librada el 26 de julio de 1582, que permitió la conquista española de las Azores, en 1583. El Imperio español estaba en el cenit de su poder.

Cronica de la Batalla

25 de agostoAproximadamente a las tres de la mañana del 25 de agosto, el Duque de Alba se despierta y escucha misa. El día promete. La conquista de Lisboa está solo a unos metros de distancia

Las tropas se arman Dos horas antes de que amanezca. Un solitario jinete recorre el campamento. Con una trompetilla, llama a los soldados a caballo a armarse, a formar sus unidades y, finalmente, a seguir al abanderado de su unidad hacia el campo de batalla

Las tropas se armanAhora le toca el turno a la infantería. Los soldados de los Tercios se atan la espada al cinto, mientras que los arcabuceros cogen el «recado» y hacen acopio de munición. La lucha va a comenzar

Alba tenía bajo su mando 18.000 infantes, entre 1.000 y 1.500 jinetes, y 18 piezas de artillería. «Los demás que el exército tenía del Duque los havia dexado de presidio en los pueblos y castillos que hasta allí habían sido ganados, y muchos d’llos que havian muerto de enfermedad», destaca de Escobar.

A su vez, contaba con la ayuda de la flota de Bazán, que avanzaba por el Tajo (a la derecha de su posición) dispuesta a acabar con las naves que defendieran Lisboa. Estaba formada por unas 60 galeras y 25 barcos menores.


El Prior de Crato ya ha llegado a Lisboa y empieza a reunir soldados para enfrentarse a los españoles. A su vez, guiado por los consejos de sus generales, decide presentar batalla fuera de los muros de la ciudad, a orillas del Alcántara, para así aprovechar las ventajas estratégicas que le ofrece

Para acompañar las operaciones terrestres, Felipe II puso al veterano Álvaro de Bazán al frente de una flota de al menos 59 galeras procedentes sobre todo de las Armadas de la Península Itálica y de la Armada Real de las Galeras de España.

Desde su participación en Lepanto, Bazán se había convertido en un héroe de la cristiandad y un experto en operaciones anfibias. Sus órdenes eran llegar a Setúbal a tiempo de suministrar víveres a las tropas del Duque de Alba y, juntos, conquistar las fortificaciones portuguesas en la desembocadura del Tajo con el objetivo de aislar Lisboa.

Las galeras de Álvaro de Bazán, que incluían los tercios embarcados de Rodrigo de Zapata y Martín de Argote, cumplieron con su tarea asignada y fueron tomando una a una las fortificaciones remontando desde el sur.

El veterano marino, además, consiguió capturar varios galeones portugueses, la mejor flota oceánica del mundo. Esos 11 gigantescos galeones de altura, de entre 700 y 1.000 toneladas, servirían para vertebrar las fuerzas españolas en la batalla de islas Terceiras y más tarde en el malogrado ataque de Inglaterra en 1588

Cascais cae tras un asedio de dos días. Diego Meneses, el portugués encargado de defender la ciudad por orden del Prior, es encontrado dentro, escondido. Alba no muestra piedad y le cuelga. En las jornadas posteriores, la región es saqueada hasta los cimientos por los Tercios

Tras una marcha de menos de una semana, el ejército de Alba llega hasta San Julián de Oeiras, 12 kilómetros al este de Cascais, desde donde habían partido. Alba tarda tres días en tomar la región, la cual es considerada la entrada natural por mar hasta Lisboa. Si quiere que la flota de Bazán le ayude en la posterior toma del corazón de Portugal, no puede hacer más que conquistarla. Los Tercios le secundan y la región cae en manos española

10 días después de tomar San Julián de Oeiras, los Tercios conquistan la Torre de Belem. Sin esta fortaleza, el camino hacia Lisboa está libre. ¡Santiago y cierra España! El objetivo de Alba está a tiro de piedra. Durante ese día, el Duque inicia el camino hacia el río Alcántara (ubicado inmediatamente al oeste de Lisboa)

El Prior de Crato ya ha llegado a Lisboa y empieza a reunir soldados para enfrentarse a los españoles. A su vez, guiado por los consejos de sus generales, decide presentar batalla fuera de los muros de la ciudad, a orillas del Alcántara, para así aprovechar las ventajas estratégicas que le ofrece

Conocedor de los problemas de higiene que se podían ocasionar en una campaña militar del siglo XVI, Felipe II ordenó, en un alarde logístico fuera de lo común en ese periodo, que se creara un hospital de campaña y no se descuidara el abastecimiento de las tropas.

Sin embargo, lo que no pudo evitar es que las enfermedades asaltaran su propia comitiva. Mientras el Rey seguía el transcurso de las operaciones desde Badajoz, la Reina Anna y muchos de los cortesanos murieron de una epidemia de catarro, e incluso Felipe II enfermó de gravedad.

Cuando el 5 de diciembre de 1580 montó en caballo para entrar en su nuevo reino vestido de herreruelo, los cronistas observaron que «manifestaba en el color de su rostro lo que la soledad y enfermedad le causaban» y en su ánimo estaba de luto.

-Tras reconocer la ciudad y percatarse de que su enemigo está formando un ejército, el Duque de Alba sitúa a sus hombres en la margen derecha del río.

-La reunión ha acabado. Antes de despedir a sus oficiales, el Duque ordena que todo lo dicho en aquel «consejo de guerra» sea puesto por escrito. Antes de disolver la tertulia, Alba se encomienda al apóstol Santiago.

Finalmente, se despide de sus oficiales y establece que «pongan en buen orden a su gente con todas las demás cosas que fuesen convenientes para la ocasión».

En esta misma tarde, el Duque de Alba empieza a mover las piezas de este macabro y sangriento juego. Durante la noche, sus soldados se dedican a aullar y a hacer disparos al aire para asustar a las ya acobardadas fuerzas del Prior de Crato

24 de agostoDurante la tarde, el Duque se reúne con los capitanes de caballería y los «maeses» de campo. A lo largo de varias horas, les informa del plan para acabar con el ejército de Don Antonio.

A su vez, les recuerda que Su Majestad no quiere excesos con la población civil en el caso de que se venza al enemigo y se tome la ciudad. Al fin y al cabo, la idea es atraer a los ciudadanos portugueses (muchos de los cuales odian a España, todo sea dicho) para que sean posteriormente buenos súbditos de Felipe II. Según explica Antonio de Escobar (un vecino de Valladolid que, además de luchar del lado español, lleva un diario de lo sucedido) el de Alba está confiado de su victoria

oAproximadamente a las tres de la mañana del 25 de agosto, el Duque de Alba se despierta y escucha misa. El día promete. La conquista de Lisboa está solo a unos metros de distancia.

Así era el campo de batalla.

El lugar donde acaeció la batalla fue a ambos lados del río Alcántara, una pequeña corriente de agua ubicada inmediatamente al oeste de la ciudad de Lisboa. Concretamente, la contienda se sucedió en la desembocadura de este arroyo en el Tajo (cerca de la cual había, además, un puente de dimensiones considerables). Sus aguas eran escasas durante la mayoría del año y, cuando las tropas de Alba llegaron –en pleno agosto- la cuenca estaba casi seca.

La orilla en la que se situaron los defensores contaba con una serie de trincheras construidas por los portugueses -con mucho acierto- a la derecha del puente. Y es que, fueron edificadas inmediatamente después del lecho del río. Este sencillo hecho hacía que los españoles que pretendieran cruzarlo se tuvieran que enfrentar a una doble dificultad. En primer lugar, subir la pendiente de arena creada por la erosión del agua y, en segundo término, superar las defensas ideadas por los lusos. A la izquierda de la pasarela, casi a orillas del Tajo, se ubicaban varios molinos de viento. Finalmente, a una ligera distancia tras el río se destacaba un olivar.

De la orilla desde la que atacaron los españoles poco hay que decir, salvo que contaba en su flanco izquierdo con unas pequeñas colinas que permitieron protegerse, en un principio, a las fuerzas del Duque cubrirse de la artillería enemiga

Llegado el día de la batalla las fuerzas españolas expanden sus líneas para así aprovechar su superioridad numérica. Y es que, según pensaban, llegado el momento este despliegue les permitiría flanquear a un enemigo que, por falta de efectivos, debería concentrar más a sus hombres.

A la izquierda de la línea española, bastante al norte, se ubica la caballería española al mando de Fernando, el hijo del Duque de Alba. Su objetivo sería atravesar el molesto riachuelo por un lugar en el que no hubiese enemigos. De esta forma, se evitarían bajas innecesarias y no tendrían que cargar colina arriba por las cuestas de tierra.

En el centro y parte del flanco derecho, el Duque de Alba comanda a seis Tercios de infantería española (entre ellos, los de Nápoles y Lombardía) y a los alemanes del regimiento de Don Jerónimo Lodrón. Sin duda, es una de las posiciones más fuertes de los asaltantes. En palabras de Antonio de Escobar, la mayoría de los militares optan por ubicarse tras algunas elevaciones del terreno para así evitar que los cañones enemigos les manden al infierno.

Finalmente, en el flanco derecho se destacan los soldados italianos.

La artillería, por su parte, se ubica frente a los infantes, ocupando buena parte del flanco derecho

Por su parte, los portugueses hacen un despliegue sencillo, pero –en principio- sumamente eficaz. En su flanco derecho (frente al izquierdo de Alba) ubican a parte de su infantería, bien pertrechada en las trincheras excavadas tras el río.

El centro queda reservado para el resto de sus combatientes a pie (los cuales protegían también el puente) y para los jinetes lusos. Todos ellos, ubicados al abrigo de un olivar cercano para no ser vistos por los cañones del Duque. Frente a estos soldados, a su vez, están las piezas de artillería del Prior dispuestas a repartir disparos por doquier entre los Tercios.

El flanco izquierdo (frente al derecho español) lo toman para varias compañías de arcabuceros, las cuales se protegen en los molinos de viento cercanos a la desembocadura del Tajo para molestar lo más posible a las tropas de Felipe II. La batalla va a comenzar.

Según Antonio de Escobar, bien entrada la mañana comienza la contienda. En palabras del cronista, los primeros en disparar son los portugueses. Desde la orilla contraria del Alcántara, las tropas de Alba observan como varias bolas metálicas cruzan el cielo. Una de ellas cae al suelo y rebota, acabando en su camino con tres soldados y un alférez del Tercio de Nápoles. Este, sin vida, deja caer la bandera de la unidad, que es recogida inmediatamente por otro combatiente. El balazo se salda, además, con otros cuatro contusos. Como respuesta, la unidad cierra filas.

Al ver a los portugueses, Francés de Álava, al mando de la artillería española, da la orden de fuego. Así comienza, como un baile de truenos, la descarga de los de Alba aproximadamente a las seis de la mañana.

Ha pasado media hora, la artillería de Don Antonio sigue cercenando las vidas de los leales a Felipe II a base de zurriagazos. Parece que el Prior se siente confiado, pues ordena a sus tropas que salgan de sus escondrijos tras los olivares. Los soldados de Alba le imitan.

Destierro del III Duque de Alba.

Los consejeros de Felipe II se mostraron unánimes al recomendar al Rey que fuera el veterano Duque de Alba, de 72 años, quien encabezara la campaña portuguesa. Intimidado por sus consejeros, Felipe II volvió a llamar a Fernando Álvarez de Toledo al servicio activo tras casi 7 años alejado del frente y desde hace un año desterrado en Uceda, Guadalajara.

«Sois el único monarca de la tierra que sacáis de la prisión a un general para daros otra corona», afirmó el Duque, que por su edad y causa de la gota debía trasladarse en litera en todo momento. La caída en desgracia del Gran Duque tuvo como fondo la mala relación entre el Rey y el noble tras ser relevado del mando en Flandes y como detonante el comportamiento del hijo y heredero del castellano. Fadrique dio promesas de matrimonio a Magdalena de Guzmán, dama de la Reina Ana de Austria, pero no las cumplió, lo que le costó el arresto y encarcelamiento en el Castillo de La Mota, en Medina del Campo (Valladolid), aunque fue puesto en libertad al poco tiempo.

En 1578 Felipe II ordenó reabrir el proceso contra Fadrique, en el transcurso del cual se descubrió que a fin de evitar su boda con la reclamante, Fadrique se había casado, por tercera vez, en secreto y por poderes con María de Toledo, hija de García Álvarez de Toledo, valiéndose de una autorización emitida para tal fin por su padre el Duque de Alba. Fadrique quedó confinado en su prisión, en el Castillo de la Mota y su padre fue desterrado de la Corte, por un período de un año, de donde partió al exilio a Uceda con la prohibición de salir de la población

Al menos, así lo explica el cronista español: «La caballería portuguesa a este tiempo baxava por unas laderas de los olivares donde habían estado emboscados, los quales trayan cantidad de arcabuceros a caballo, y escaramuzando daban su carga a nuestra infantería y luego se volvían a subir por donde havian baxado, y se tornaban a emboscar por hazer otra carga, y desta manera peleavan sin parar, alsando grande alarido»

¡Al ataque!Los primeros proyectiles han caído sobre la posición de Don Antonio, causando pavor entre sus poco aguerridos defensores. En palabras de Antonio de Escobar, «una bala de cañón llega incluso a pasar a escasos metros del Prior», cuyo caballo no puede evitar dar un respingo y un bufido.

Sangre, picas, espadas… Todo eso se sucede en el puente de Alcántara, frente a una Lisboa desde la que los ojos de cientos de personas de agudizan para discernir lo que frente a ellos se sucede. En esas, el Prior se percata de que sus combatientes flaquean y, llamando a la resistencia, se lanza él mismo a la carga contra el Tercio de Colonna.

Tras un tiempo interminable de intercambio de arcabuzazos, comienza el frío baile de aceros, y a cargo de un Tercio italiano. La batalla es cruenta y los lusos, faltos de entrenamiento, ceden un poco al principio.

Animados por el desconcierto, los oficiales de Alba dan la orden de ataque. Así, gritos de ánimo mediante, el Tercio de italianos de Próspero Colonna (formado por 1.940 soldados al salir de España) pone sus picas en ristre y se lanza a la carga. Su objetivo: pasar el puente de Alcántara y arremeter contra los portugueses hasta obligarles a retirarse

La valentía del Prior ha logrado aumentar la moral de los defensores del puente. Tras minutos de encarnizada lucha los portugueses han logrado que el Tercio italiano se retire hasta en dos ocasiones. Por su parte, desde los molinos, los arcabuceros colaboran para que los hombres de Colonna tengan que abandonar sus posiciones… ¡El primer revés de España!

¡Atención! Cuando todo parece perdido para los hombres de Colonna, llegan en su ayuda los soldados alemanes al mando de Lodrón. Armas en ristre, logran detener la matanza a la que están sometiendo los portugueses a los italianos y evitan el desastre

El conde de Vimioso no se queda atrás. Es partidario de que la contienda se va a decidir en el puente de Alcántara y manda a la refriega a las tropas que se ubican en su flanco derecho, que queda levemente desprotegido. Su finalidad no es otra que expulsar de una santa vez a los de Alba y evitar que crucen por el puente

Punto claveLa suerte está echada. El Duque de Alba cree que debe presionar a los lusos en el puente y ha ordenado enviar dos Tercios más, entre ellos el de Martín Argote. ¡Picas al cielo soldados!

¡Ya están en su destino! Contra todo pronóstico, estos aguerridos soldados han llegado hasta la otra orilla y, ahora, están apoyando con su fuego a las tropas del Duque de Alba que tratan de desbaratar la defensa portuguesa en el puente. Además, han conseguido expulsar a los arcabuceros ubicados en los molinos

Cruzan el ríoMientras los alemanes socorren a los italianos en el puente, una compañía de arcabuceros del Tercio de Antonio Moreno (ubicados en el flanco derecho español, frente a los molinos) están cruzando el río sin que los defensores puedan impedirlo. Apenas se han percatado de ello debido a que estaban disparando sus armas contra el bullicio acaecido en el puente.

El centro está bloqueado, nadie es capaz de tomar el puente de Alcántara y más tropas llegan en ayuda de la que están combatiendo a pica y espada por preservar el lugar y sus vidas

Increíble! Cuando todo parecía en tablas, Sancho Dávila ha cruzado el río por el flanco izquierdo español (el derecho portugués) con 2.000 hombres entre piqueros y arcabuceros. Ha aprovechado el momento justo, cuando estaba más desprovisto de defensores. El Prior no puede contener su asombro. Puede ser el movimiento que decida la lucha

.Ceden terrenoParece que la superioridad de las tropas del Duque de Alba comienza a notarse, tanto a nivel numérico (lo que ha permitido hacer este magistral movimiento de flanqueo) como en calidad, pues el puente sigue todavía disputado y los Tercios presentes en él siguen presionando al enemigo a base de sangre y sudor.

«¡Por Santiago!¡Por la Magdalena!¡Arremeta ahora la caballería!». La voz del Duque de Alba ha resonado por todo el campo de batalla. A su orden, la caballería al mando de su hijo avanza por el flanco izquierdo del río, ya sin oposición, dispuesta a acabar con los portugueses que tratan de retirarse ordenadamente hacia las trincheras

Ante la imposibilidad de mantener el frente, el ejército portugués comienza a retirarse hacia las trincheras. Esperan defenderse hasta la muerte en las posiciones

Al ver a Hernando de Toledo –hijo del duque– y sus jinetes, la desbandada es general. La batalla ha terminado, y aproximadamente a las once. El terreno pertenece a las tropas del Duque de Alba, que tendrán que enterrar a 500 de sus compañeros.

Consecuencias de la batalla.

Con la contienda finalizada y 2.000 fallecidos portugueses en la campiña cercana a Lisboa, todo estaba decidido. El Duque de Alba no tuvo problemas posteriormente para imponer su poder en la ciudad, a pesar del odio a los españoles que se respiraba en la zona. Por su parte, Portugal rindió pleitesía a Felipe II, que fue coronado rey en marzo del año siguiente, logrando así la ansiada unión de la Península. Al menos, hasta 1640. El Prior Antonio trasladó el combate al terreno naval con la batalla de la isla Terceira, perdiendo con igual estrépito y viendose obligado a pasar el resto de su existencia en el olvido.

El mundo no es suficiente para Felipe II.

Tras la unión de coronas en 1580, Felipe II asumió un nuevo lema «Non sufficit orbis» (el mundo no es suficiente), en clara referencia al emblema de su padre «Plus ultra» («Ir más allá»). Cabe mencionar que al principio del reinado, había empleado otros lemas y divisas como es el caso de la famosa «nec spe nec metu» (Ni por esperanza ni por miedo). La unificación de la península ibérica puso en manos de Felipe II el Imperio portugués, es decir, la mayor parte de los territorios explorados del Nuevo Mundo además de las colonias comerciales en Asia y África, entre ellas Filipinas y Angola. No en vano, el Rey se cuidó en mantener en manos portuguesas el comercio de esas regiones y la estructura del Imperio portugués para no despertar los recelos de sus nuevos súbditos.

Hasta aquí la narración de la batalla de Alcántara que dejó el reino de Portugal en manos de Felipe II y sirvió como colofón a la carrera de uno de los mejores generales de su tiempo, Fernando Álvarez de Toledo. El 11 de diciembre de 1582, el III Duque de Alba moría en Tomar, localidad próxima a Lisboa, auxiliado por el famoso fray Luis de Granada, a la edad de setenta y cuatro años. «Ha muerto el padre de los soldados», exclamaron de Flandes a Portugal. Y lloraron.

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Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 11:54

El Milagro de EMPEL


La batalla o Milagro de Empel forma parte de las acciones bélicas de la Guerra de los Ochenta años o Guerra de Flandes . La guerra se inició en 1568 y finalizó con la Paz de Westfalia en 1648.

Durante este largo periodo se enfrentaron a las diecisiete provincias de los Países Bajos contra su soberano, el Rey de España. La rebelión finalizó con el reconocimiento de la independencia de las siete Provincias Unidas (actuales Bélgica y Luxemburgo). Permanecieron leales a la Corona Española los territorios de Lieja que formaban parte del Sacro Imperio Romano Germánico.

Flandes tenía gran importancia geoestratégica para el Imperio Español. Representaba una amenaza permanente para Inglaterra, Francia y Alemania. En aquella época, Felipe II y toda su Corte, estaban convencidos de que España era el guardián del Catolicismo en Europa. Durante las Guerra de Flandes tuvieron lugar numerosas batallas, destacamos , además de la de esta página, el Asedio de Breda, la Batalla de Rocroi, Jemmingen, Haarlem, Ostende y Amberes . Los personajes más influyentes a los largo del periodo, el Duque de Alba, Alejandro Farnesio, Guillermo de Orange, Isabel I de Inglaterra, Ambrosio Spínola, don Juan de Austria.

La Guerra de los Ochenta años se inició con la batalla de Heiligerlee el 23 de mayo de 1568. Las tropas de Luis de Nassau, hermano de Guillermo de Orange, vencieron a las tropas locales del Imperio. Posteriormente el ejército de Luis de Nassau sería derrotado por los tercios del duque de Alba en la batalla de Jemmingen. El ejército holandés quedó completamente destrozado.

El 30 de enero de 1648 la Guerra de los Ochenta años o Guerra de Flandes terminó con el tratado de Münster. Este tratado, firmado entre España y las Provincias Unidas, era una parte de la Paz de Westfalia que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años.

Comienza la Batalla del Milagro de Empel


Cuando recuperó Amberes, en el verano de 1585, Farnesio se sintió en condiciones de acudir a las "islas de Gelanda y Holanda " cuyas poblaciones católicas oprimidas por los rebeldes protestantes le pedían auxilio. Farnesio mandó los tercios a la isla de Bómel, situada entre los ríos Mosa y Waal y en respuesta a esta maniobra, el almirante rebelde Holak situó su flota de 10 navíos entre el dique de Empel y la ciudad de Bolduque - Hertogenboch, bloqueando por completo a los españoles. Ahora el Tercio estaba al alcance de la artillería de la flota enemiga y sería fácil de rendir. Estaba claro, el Tercio del Maestre de Campo Francisco de Bobadilla no aguantaría mucho.

Reconociendo su superioridad táctica y con objeto de evitar posibles bajas , Holak que conocía a los españoles, les propuso a una rendición honrosa; pero su respuesta fue clara:

“Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.

El orgullo y altanería de los españoles provocó a Holak y decidió el exterminio total de los soldados españoles. Ordenó abrir los diques del canal del rio Mosa, que trascurría por encima del nivel del campamento del Tercio, provocando la inundación de la Isla de Bomel. Los españoles, que estaban alojados en la zona de los pueblos de Dril, Rosan, Herwaardefl y Hurwenen tuvieron el tiempo justo de subir a refugiarse en los diques Las aguas inundaron rápidamente el campamento donde estaban acampadas las fuerzas española, solo quedó como tierra firme el pequeño montecillo de Empel, donde se refugiaron los 5.000 soldados del Tercio para evitar morir ahogados.

"La inundación echó el río sobre casi toda la isla con tanta presteza que apenas tuvo tiempo Bobadilta para llevar tras el Mosa al lugar de Empel y a otros de la vecindad las tropas, artillería y vituallas. Pero ni aquí les dejó Libres la corriente del río, porque si bien los españoles habían tomado los puntos más altos,... el campo desde la isla Bomel a Boldu que era algo más bajo y facilmente llamó a sí las aguas ... y menos unos altos a los que habían subido los soldados, el otro campo del río parecía un mar hinchado ".

Por la tarde la flota rebelde disparó el fuego de su artillería, arcabuces y mosquetes sobre los infantes españoles que se apiñaban en el dique de Empel. La situación era límite los españoles se apiñaban en el montecillo con la ropa húmeda sin comida, ni leñal. Ahora ya eran presa fácil del enemigo. Los soldados del Tercio Viejo estaban en clara inferioridad, habían quedado sitiados por las tropas enemigas y sin posible escapatoria habían decidió clavarse al suelo hasta el final. Pero esta vez, iba a hacer falta un auténtico milagro para obtener una rotunda victoria y salvar sus vidas, el Milagro de Empel.

El sábado 7 de diciembre de 1585, la situación era desesperada. En el momento más crítico, según cuenta la tradición, un soldado del Tercio mientras cavaba una trinchera o su propia tumba, encontró allí enterrada una tabla flamenca de vivos colores con la imagen dibujada de la Inmaculada Concepción. Este hecho levantó la moral de la tropa, pues era la víspera de la Inmaculada. Colocaron la imagen en un improvisado altar sobre una bandera con la Cruz de San Andrés y de rodillas entonaron acto seguido la Salve.

" En ésto, estando un devoto soldado español haciendo un hoyo en el dique para guardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía junto a su tienda y cerca de la iglesia de Empel, a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los colores y matices como si se hubiera acabado de hacer. Como si hubiera descubierto un tesoro acuden de las tiendas cercanas. Vuela allá el mismo Maestre de Campo Bobadilla .Llevanla pues como en procesión al templo entre las banderas la adoran pecho por tierra todos: y ruegan a la Madre de los Ejércitos que pues es la que solo podía hacerlo, quiera librar a sus soldados de aquella asechanzas de elementos y enemigos: que tenían por prenda de su libertad cercana su imagen entregada piadosamente cuando menos imaginaban y más necesidad tenían, que prosiguiese y llevase a cabo su beneficio ".

"Pusieron la tabla en una pared de la iglesia, frontero de las banderas, y el Padre Fray García de Santisteban hizo luego que todos los soldados le digesen una salve, y lo continuaban muy de ordinario. Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen Maria, esperaban en su bendito día".

El maestre Bobadilla convocó a la junta de capitanes para tomar una decisión. Les propuso quemar las banderas del Tercio y hundir la artillería para que no cayese en manos del enemigo. Al llegar la noche atacarían con las pleytas ( barcazas) a las principales naves rebeldes. Algunos capitanes propusieron al maestre matarse unos a otros, lo mismo que hicieron los arévacos en Numancia, y de esta forma evitarse morir a manos del enemigo. El Maestre de Campo no quiso oírlo y los animó de nuevo a que luchasen hasta la muerte y encomendasen su vida a la Virgen Inmaculada.

"¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos. ¿Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que abordemos esta noche las galeras enemigas?"

"¡Si queremos!" fue la respuesta unánime de aquellos infantes españoles.


Durante la madrugada del 7 al 8 de diciembre , empezó a soplar un viento del nordeste terriblemente gélido y empezó a helar, algo que no pasaba desde hace mucho tiempo y que tampoco pasaría en los años siguientes . Las aguas del rio Mosa terminaron por helarse rápidamente. Esta circunstancia hizo que los infantes españoles vieran la posibilidad de atacar a la flota enemiga desde la superficie firme que ofrecia el hielo.

Bobadilla ordenó al Capitán Cristóbal Lechuga que tuviera listos doscientos hombres y tres piezas para atacar al enemigo. De esta forma, al mando del Cristóbal Lechuga los infantes españoles marcharon sobre el hielo y atacaron por sorpresa desde el hielo a los barcos rebeldes al amanecer del 8 de diciembre.

Los tercios combatieron con extrema contundencia animados por la sed de venganza por el asedio de los holandeses. Los rebeldes caían ante las armas española sin posibilidades de reaccionar. Los infantes españoles tomaron prisioneros y capturaron y quemaron todos los barcos de la flota enemiga.

Durante el 9 de diciembre el Tercio cargo con rabia contra el fuerte holandés situado a la orilla del río Mosa. La posición defensiva fue tomada por los españoles y los holandeses huyeron en desbandada aterrorizados por la furia de los arcabuceros y piqueros españoles.

La victoria española fue tan completa que el almirante Holak llegó a decir:

“Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro”.

"cinco mil españoles que eran a la vez cinco mil infantes, y cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil diablos"

Al día siguiente mejoró el tiempo y los españoles pudieron volver en barcas a Bolduque . Los infantes de Bobadilla estaban agotados, fueron acogidos y curados por la población de Bolduque. Muchos morirían por las penalidades sufridas y otros perdieron pies y manos por congelación. Los tercios españoles había pasada un momento muy crítico y se había salvado de milagro. La ciudad recibió como testimonio de agradecimiento de Farnesio y del propio Felipe II, un cáliz de oro y ochenta vacas para limosna de pobres. Los extraordinaros acontecimientos de esta angustiosa semana se divulgaron rápidamen.

Los católicos holandeses calificaron los sucesos que habían dado lugar a la salvación de los españoles del ejército del Rey como "Het Wonder van Empel", "el milagro de Empel". El 8 de diciembre de 1585 entre vítores y aclamaciones, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia. Pero habría que esperar 269 años para que la bula del Papa Pío IX, Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854 proclamase como dogma de fe católica la Concepción Inmaculada de la Virgen Santísima. Posteriormente, el 12 de noviembre de 1892 por real orden de la Reina Regente doña María Cristina de Habsburgo, se dice:

“Declara patrona del Arma de Infantería a Nuestra Señora la Purísima e Inmaculada Concepción”

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 14:00

Sitio de VENLO 1.586



El Sitio de Venlo de 1586 , también conocido como la Captura de Venlo, fue una victoria española que tuvo lugar el 28 de junio de 1586, en la ciudad de Venlo, en el sureste de los Países Bajos, cerca de la frontera con Alemania, provincia actual de Limburgo, Países Bajos, entre las fuerzas españolas comandadas por el gobernador general Alejandro Farnesio y la guarnición holandesa de Venlo, con el apoyo de las tropas de socorro bajo Maarten Schenck van Nydeggen y Sir Roger Williams, durante la Guerra de los Ochenta Años y la Guerra anglo-española (1585-1604).​ Después de dos intentos fallidos para tomar la ciudad, el asedio terminó el 28 de junio de 1586, con la capitulación y la retirada de la guarnición holandesa.

Según John Lothrop Motley, durante el asedio, hubo un evento importante cuando las tropas de Maarten Schenck y Roger Williams llegaron cerca de Venlo para ayudar a la guarnición holandesa.​ En esa noche alrededor de 170 soldados holandeses e ingleses liderados por Schenck y Williams pasaron por las líneas enemigas con sigilo, mataron a varios soldados españoles e incluso llegaron a la puerta de la tienda del Príncipe de Parma, donde mataron al secretario de Parma y su guardia personal. Luego, con el campamento español alertado, las tropas de Schenck huyeron a Wachtendonk y fueron perseguidas por 2000 soldados españoles. En esta búsqueda, cerca de la mitad de Maarten, las tropas de Schenck fueron muertas o capturadas.

Después de la captura de Venlo, a mediados de julio de 1586, el ejército español dirigido por Alejandro Farnesio, rodeó la ciudad de Neuss, una importante fortaleza protestante en el Electorado de Colonia, como parte del apoyo español a Ernesto de Baviera en la guerra de Colonia.​ La ciudad se negó a capitular y Neuss fue prácticamente destruida por el ejército de Parma.​ Toda la guarnición comandada por Hermann Friedrich Cloedt fue muerta o capturada, incluido él mismo.

El 21 de mayo de 1597, Maurice de Nassau trató de capturar Venlo por sorpresa, pero la operación fue un fracaso debido a la gran defensa de la guarnición española, con el apoyo de la población de la ciudad.9​ En 1606, otro intento dirigido por Frederick Henry dio como resultado otro fracaso.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 14:06

Asedio de BERGEN OP ZOOM


La ciudad de Bergen op Zoom en los Países Bajos fue objeto de dos asedios distintos, en 1588 y 1622, durante la Guerra de los Ochenta Años. En ambos, los ejércitos españoles sitiaron y posteriormente se retiraron de la ciudad ante las fuerzas de las Provincias Unidas.

Desde 1568 se libraba en los Países Bajos la Guerra de los Ochenta Años, en la que los ejércitos de las Provincias Unidas intentaban conseguir su independencia del Imperio español.

Primer asedio

El primer asedio fue una serie de tres ataques por sorpresa por las fuerzas del duque de Parma, Alejandro Farnesio, entre el 23 de septiembre y el 13 de noviembre de 1588. La ciudad estaba defendida por una guarnición anglo-holandesa bajo el mando del coronel Morgan. El sitio terminó con la aparición de la armada holandesa bajo el mando de Mauricio de Nassau, que provocó la retirada de los españoles.

Segundo asedio

Finalizada la tregua de los doce años en 1621, se reanudan los combates; el 18 de julio de 1622, el general Ambrosio Spínola al frente de sus tercios plantó sitio a la ciudad. El 2 de octubre debieron levantar el sitio, por la dificultad que presentaban las recientes construcciones defensivas y por la intervención del estatúder Mauricio de Nassau, príncipe de Orange. Se estima en 20.600 los soldados españoles presentes en el asedio

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 14:30

La Armada Invencible


A finales de mayo de 1588, una impresionante flota abandonaba el Tajo con rumbo a Inglaterra. Su finalidad era invadir el reino gobernado por Isabel Tudor y, tras derrocar a la hija de Enrique VIII, reimplantar el catolicismo. En apariencia, la empresa no podía fracasar pero al cabo de unos meses se convirtió en un sonoro desastre.

Las causas fueron identificadas por Felipe II con “los elementos” adversos mientras que los ingleses las atribuyeron a su flota supuestamente dotada de una mayor pericia que la ostentada por la española. Tampoco han faltado los que han buscado un elemento sobrenatural que ha ido de la acción de las brujas inglesas a la intervención directa de Dios castigando la posible soberbia española o protegiendo la Reforma. Sin embargo, por encima de consideraciones trascendentes, ¿por qué fracasó la Armada invencible?

A finales de mayo de 1588, una armada española de impresionantes dimensiones descendía por el Tajo. Dos días fueron necesarios para que la flota —que contaba con más de 130 navíos entre los que se hallaban sesenta y cinco galeones— se agrupara en alta mar. El propósito de aquella extraordinaria agrupación que llevaba a bordo treinta mil hombres era atravesar el canal de la Mancha y reunirse en la costa de Flandes con un ejército mandado por el duque de Parma. Una vez realizada la conjunción de ambos ejércitos, la flota se dirigiría hacia el estuario del Támesis con la intención de realizar un desembarco y marchar hacia Londres. De esa manera, las tropas españolas procederían a derrocar a la reina Isabel I Tudor para, acto seguido, reinstaurar el catolicismo. No sólo se asestaría un golpe enorme al protestantismo sino que además Felipe II vería favorecida su situación en los Países Bajos donde una guerra que, aparentemente, iba a durar poco estaba drenando peligrosamente los recursos españoles.

Para el verano de 1588, Inglaterra y España llevaban en un estado de guerra no declarada casi cuatro años. En 1584, precisamente, el duque de Parma, al servicio de Felipe II, había asestado un terrible golpe a los rebeldes holandeses al conseguir que unos agentes a su servicio asesinaran al príncipe de Orange. Por un breve tiempo, pareció que la causa de los flamencos estaba perdida y que el protestantismo podría ser extirpado de los Países Bajos. Sin embargo, justo en esos momentos, Isabel de Inglaterra decidió ayudar a los holandeses con tropas y dinero.

La acción de Isabel implicó un notable sacrificio en la medida en que sus recursos eran muy escasos pero a la soberana no se le escapaba que un triunfo católico en Flandes significaría su práctico aislamiento, aislamiento aún más angustioso dada la pena de excomunión que contra ella había fulminado el papa al fracasar los intentos de casarla con un príncipe francés o con el propio Felipe II trayendo así a Inglaterra nuevamente a la obediencia al papa. La ayuda inglesa —a pesar de sus deficiencias— resultó providencial para los flamencos y a este motivo de encono se sumó que en 1587 Isabel ordenara ejecutar a María Estuardo, reina escocesa de la que pendía la posibilidad de una restauración del catolicismo en Inglaterra y sobre la que giraba una conjura católica que pretendía asesinar a la soberana inglesa. A todo lo anterior, se sumaban las acciones de los corsarios ingleses —especialmente Francis Drake—, que en 1586 lograron que no llegara a España ni una sola pieza de plata de las minas de México o Perú precisamente en una época en que las finanzas de Felipe II necesitaban desesperadamente los metales de las Indias.

La reina inglesa fué la mayor beneficiaria del triunfo, ya que su dudosa popularidad y su gobierno se revalorizaron como la espuma tras "frenar" la invasión española.

La posibilidad de que la invasión tuviera éxito no se le escapaba a nadie. De hecho, el papa Sixto V ofreció a Felipe II la suma de un millón de ducados de oro como ayuda para la expedición y, por otra parte, resultaba obvio que el poder inglés era muy menguado si se comparaba con el español. A la sazón, las nunca bien establecidas finanzas de Inglaterra pasaban uno de sus peores momentos y, de hecho, aunque las noticias de la expedición española no tardaron en llegar, no se tomaron medidas frente a ella fundamentalmente porque no había fondos. Por si fuera poco, en los cinco años anteriores no se había gastado ni un penique en mejorar las defensas costeras. Sin embargo, la realidad no era tan sencilla y, desde luego, no se le ocultaba ni a Felipe II ni a sus principales mandos.

Hacia finales de junio, unas cuatro semanas después de que la Armada hubiera dejado el Tajo, el duque de Medina Sidonia, que estaba al mando de la expedición y que acababa de sufrir la primera de las tormentas con que se enfrentaría en los siguientes meses, viéndose obligado a buscar refugio en La Coruña, escribió a Felipe II señalándole que muy pocos de los embarcados tenían el conocimiento o la capacidad suficientes para llevar a cabo los deberes que se les habían encomendado. En su opinión, ni siquiera cuando el duque de Parma se sumara a sus hombres tendrían posibilidades de consumar la empresa. Semejante punto de vista era el que había sostenido el mismo duque de Parma desde hacía varios meses. En marzo, por ejemplo, había comunicado a Felipe II que no podría reunir los 30.000 hombres que le pedía el rey y que incluso si así fuera se quedaría con escasas fuerzas para atender la guerra de Flandes.

Dos semanas más tarde, Parma volvió a escribir al rey para indicarle que la empresa se llevaría a cabo ahora con mayor dificultad. No sólo eso. En las primeras semanas de 1588, el duque de Parma había propuesto entablar negociaciones de paz con Isabel I, una posibilidad que la reina había acogido con entusiasmo dados los gastos que la guerra significaba para su reino y que hubiera podido acabar en una solución del conflicto entre ambos permitiendo a Felipe II ahogar la revuelta flamenca. Sin embargo, el monarca español no estaba dispuesto a dejarse desanimar —como no se había desanimado cuando en febrero de 1588 murió el marqués de Santa Cruz, jefe de la expedición, y hubo que sustituirlo deprisa y corriendo por el duque de Medina Sidonia— ni por el pesimismo de sus mandos ni tampoco por las noticias sobre el agua corrompida, la carne podrida y la extensión de la enfermedad entre las tropas. Ni siquiera cuando el embajador ante la Santa Sede le informó de que el papa “amaba el dinero” y no pensaba entregar un solo céntimo antes de que las tropas desembarcaran en Inglaterra, dudó de que la expedición debía continuar su camino. A fin de cuentas, el cardenal Allen había asegurado a España que los católicos ingleses —a los que Isabel, deseosa de reinar sobre todos los ciudadanos y evitar un conflicto religioso como el que Felipe II padecía en Flandes, había concedido una amplia libertad religiosa inexistente para los disidentes en el mundo católico— se sublevarían como un solo hombre para ayudar a derrocar a la reina. Así, en contra de los deseos de Medina Sidonia, Felipe II ordenó que la flota prosiguiera su camino.

El 22 de julio, la armada española se encontró con otra tormenta, esta vez en el golfo de Vizcaya. El 27, la formación comenzó a descomponerse por acción del mar y al amanecer del 28, se habían perdido cuarenta navíos. Durante veinticuatro horas no se tuvo noticia de ellos pero, finalmente, uno consiguió llegar al lugar donde se encontraba el grueso de la flota para indicar dónde se hallaban los restantes barcos. Por desgracia para Medina Sidonia, ese grupo de embarcaciones fue avistado por Thomas Fleming, el capitán del barco inglés Golden Hind, que inmediatamente se dirigió a Plymouth para dar la voz de alarma. Allí llegaría el viernes 29 de julio encontrándose con Francis Drake que, a la sazón, jugaba a los bolos. La leyenda contaría que Drake habría dicho que había tiempo para acabar la partida y luego batir a los españoles. No es seguro pero de lo que cabe poca duda es de que para la flota española fue una desgracia el que la descubrieran tan pronto. Mientras las naves de Medina Sidonia bordeaban la costa de Cornualles, pasaban Falmouth y se encaminaban hacia Fowey, los faros ingleses daban la voz de alarma.


A finales de julio de 1588 mientras las naves de Medina Sidonia bordeaban la costa de Cornualles, pasaban Falmouth y se encaminaban hacia Fowey, los faros ingleses daban la voz de alarma. Para la flota inglesa, la llegada de los españoles significó una desagradable sorpresa.
Habían especulado con la idea de atacar la Armada mientras se hallaba fondeada en La Coruña —una idea defendida por el propio Drake— y ahora los navíos de Medina Sidonia estaban a la vista de la costa cuando distaban mucho de poder considerarse acabados los preparativos de defensa. Ahora, lo quisieran o no, los navíos ingleses no tenían otro remedio que enfrentarse con los españoles e intentar abortar el desembarco. El domingo 31 de julio, hacia las nueve de la mañana, mientras la Armada avanzaba por el canal de la Mancha en formación de combate, un barco inglés llamado Disdain navegó hasta su altura y realizó un único disparo. En el lenguaje de la época aquel gesto equivalía al lanzamiento de un guante previo al inicio del combate. Aquel día, la flota española —la vencedora de Lepanto— iba a descubrir que en tan sólo unos años su táctica se había quedado atrasada.

La Armada española se desplazaba en forma de V invertida. Ese tipo de formación no sólo permitía enfrentarse con ataques lanzados desde ambos flancos sino que además, situando los galeones en las alas, facilitaba entablar combate con las naves enemigas que, finalmente, eran abordadas por los infantes españoles, a la sazón los mejores de Europa. Esa forma de combate naval había dado magníficos resultados en el pasado y de manera muy especial en Lepanto, pero durante los años siguientes los españoles no habían reparado en los avances de la guerra naval. Sus cañones tenían un calibre inferior al de los ingleses, sus proyectiles eran de peor calidad, sus naves —aunque impresionantes— eran más lentas en la maniobra y, sobre todo, su formación implicaba un tipo de maniobra que, en realidad, repetía en el mar la disposición de las fuerzas de tierra. Para sorpresa suya, los barcos ingleses se acercaban en una formación nunca vista, es decir, en una sola fila, lo que llevó a pensar que debía existir otra fila que podía aparecer en cualquier momento. Para colmo, a diferencia de los turcos de Lepanto, los ingleses no se acercaban hasta los barcos enemigos buscando el combate casco contra casco sino que disparaban y, a continuación, se retiraban evitando precisamente que se produjera el abordaje. El enfrentamiento resultó desconcertante pero no puede decir que fuera adverso para los españoles. De hecho, cuando concluyó, la Armada estaba intacta y prácticamente no había recibido ningún daño de importancia. Al final de la jornada, dos navíos españoles se verían fuera de combate pero la razón fue una colisión entre ellos.

Al amanecer del día siguiente, la flota española había llegado hasta Berry Head, el extremo suroriental de la bahía de Tor. A esas alturas, Lord Howard, el almirante inglés, contaba con refuerzos considerables y hubiera podido atacar a la Armada pero sir Francis Drake, al que se había conferido el honor de llevar la luz que indicaba a los otros barcos la ruta que debían seguir, se lo impidió. Drake, corsario más que otra cosa, había previsto la posibilidad de capturar una presa y se había apartado de la flota inglesa sin encender una luz que habría puesto sobre aviso a su potencial captura. El resultado fue que el resto de la flota se mantuvo inmóvil y tan sólo el buque insignia de Lord Howard y un par de barcos más persiguieron a los españoles. Drake, efectivamente, capturó el barco español pero la flota inglesa no se reagrupó antes del mediodía y ni siquiera entonces llegó a hacerlo correctamente. Esa circunstancia fue captada por la flota española y Medina Sidonia decidió junto con la mayoría de sus mandos aprovecharla para asestar un golpe de consideración a los ingleses.

Para llevar a cabo el ataque, resultaba esencial la participación de las galeazas que estaban al mando de Hugo de Moncada, el hijo del virrey de Cataluña. Sin embargo, Moncada no estaba dispuesto a colaborar. Tan sólo unas horas antes, Medina Sidonia le había negado permiso para atacar a unos barcos ingleses y ahora Moncada decidió que respondería a lo que consideraba una ofensa con la pasividad. Ni siquiera el ofrecimiento de Medina Sidonia de entregarle una posesión que le produciría 3.000 ducados al año le hizo cambiar de opinión. Se trató, no puede dudarse, de un acto de desobediencia deliberada y de no haber muerto Moncada unos días después seguramente hubiera sido juzgado pero, en cualquier caso, el mal ya estaba hecho. Cuando, finalmente, se produjo la batalla, los ingleses se habían recuperado.

Poco después del amanecer del 2 de agosto de 1588, Lord Howard dirigió su flota hacia la costa de Pórtland Bill en un intento de desbordar el flanco español que daba sobre tierra, pero Medina Sidonia lo captó impidiéndolo. Durante las doce horas que duró la lucha, los españoles hicieron esfuerzos denodados por abordar a los barcos enemigos y en alguna ocasión estuvieron a punto de conseguirlo. No lo lograron pero tampoco pudo la flota inglesa, a pesar de los intentos de Drake, causar daños a la española. Cuando concluyó la batalla, la Armada se reagrupaba con relativa facilidad, no había perdido un solo barco y continuaba su rumbo para encontrarse con el duque de Parma y, ulteriormente, desembarcar en Inglaterra. A decir verdad, esta última parte de la operación era la que seguía mostrándose angustiosamente insegura. La noche antes de la batalla de Pórtland Bill, el duque de Medina Sidonia había despachado otro mensajero hasta el duque de Parma y para cuando se produjo el combate ya eran dos los correos españoles que se habían entrevistado con él. Las noticias no eran, desde luego, alentadoras porque el duque de Parma no tenía a su disposición ni las embarcaciones ni las tropas necesarias.

Sin embargo, los ingleses carecían de esta información y para colmo de males al hecho de no haber causado daño alguno a la Armada se sumaba el agotamiento de sus reservas de pólvora y proyectiles y el pesimismo acerca de la táctica utilizada hasta entonces. Mientras sus navíos se rearmaban, Lord Howard convocó un consejo de guerra para decidir la manera en que proseguiría la lucha contra la Armada. Finalmente, se decidió dividir las fuerzas inglesas en cuatro escuadrones —mandados por Lord Howard, Drake, Hawkins y Frobisher— que atacarían a las fuerzas españolas para romper su formación y así impedir su avance hacia el este. La nueva batalla duró cinco horas —desde el amanecer hasta las diez de la mañana— y los ataques ingleses tuvieron el efecto de empujar a la flota española con un rumbo norte-este —un hecho que muchos han interpretado como una hábil maniobra, ya que hubiera significado empujar a la flota enemiga contra una de las zonas más peligrosas de la costa— pero Medina Sidonia captó rápidamente el peligro y evitó el desastre. Ciertamente, la Armada no había sufrido daños pero se vio desplazada al este del punto donde Medina Sidonia deseaba esperar noticias del duque de Parma y, finalmente, el mando español decidió seguir hacia el este hasta encontrarlo. Ya eran cinco los días que ambas flotas llevaban combatiendo y con sólo un par de barcos españoles fuera de combate y ninguno hundido, la moral de los ingleses estaba comenzando a desmoronarse.

Medina Sidonia se dirigió entonces hacia Calais con la idea de encontrarse posteriormente con el duque de Parma a siete leguas, en Dunkerque y desde allí atacar Inglaterra. Sin embargo, Medina Sidonia seguía abrigando dudas y volvió a enviar un mensajero al duque de Parma con la misión de informarle de que si no podía acudir con tropas, por lo menos enviara las lanchas de desembarco.

El descanso en Calais significó un verdadero respiro para la flota española. Francia, a pesar de ser una potencia católica, mantuvo en relación con la expedición de la Armada una actitud relativamente similar a la adoptada con ocasión de Lepanto. No obstante, en este caso la población tenía muy presente los siglos de lucha contra Inglaterra y simpatizaba con los españoles. El gobernador de Calais —antigua plaza inglesa en suelo francés— no tuvo ningún reparo en permitir que la flota española fondeara y se surtiera de lo necesario. El domingo 7 de agosto, llegó a Calais uno de los mensajeros enviados por Medina Sidonia al encuentro del duque de Parma. Las noticias no por malas resultaban inesperadas. El duque de Parma no estaba en Dunkerque, donde además brillaban por su ausencia los barcos, las municiones y las tropas esperadas. La situación era preocupante y Medina Sidonia decidió enviar en busca del anhelado duque a don Jorge Manrique, inspector general de la Armada.

Advertido por el sobrino del gobernador de Calais de que la Armada se hallaba anclada en una zona de corrientes peligrosas y de que sería conveniente que buscara un abrigo más adecuado, Medina Sidonia volvió a poner en movimiento la flota. La decisión la tomó precisamente cuando la flota inglesa, ya dotada de refuerzos y aprovisionamientos, llegaba a las cercanías de Calais con un plan especialmente concebido para dañar a la hasta entonces invulnerable Armada. Iba a dar comienzo la denominada batalla de Gravelinas, la más importante de toda la campaña.

El domingo 7 de agosto de 1588 llegó a Calais uno de los mensajeros enviados por Medina Sidonia al encuentro del duque de Parma. Las noticias no por malas resultaban inesperadas. El duque de Parma no estaba en Dunkerque, donde además brillaban por su ausencia los barcos, las municiones y las tropas esperadas.

La moral de las fuerzas españolas había comenzado a descender de tal manera que Medina Sidonia hizo correr el rumor de que las tropas del duque de Parma se reunirían con la Armada al día siguiente. Para colmo de males, en torno a la medianoche, se descubrió un grupo de ocho naves en llamas que se dirigían hacia la flota. No se trataba sino de las conocidas embarcaciones incendiarias que podían causar un tremendo daño a una flota y que los ingleses habían enviado contra la Armada. La reacción de Medina Sidonia fue rápida y tendría que haber bastado para contener las embarcaciones.

Sin embargo, cuando la primera de las embarcaciones estalló al ser interceptada, los españoles pensaron que se debía a Federico Giambelli, un italiano especializado en este tipo de ingenios, y emprendieron la retirada. Lo cierto, no obstante, es que Giambelli ciertamente se había pasado a los ingleses pero no tenía nada que ver con aquel lance y, de hecho, se encontraba construyendo una defensa en el Támesis que se vino abajo con la primera subida del río. Para remate, un episodio que podría haber concluido con un éxito de la Armada tuvo fatales consecuencias para ésta. Ciertamente, ni uno de sus barcos resultó dañado pero la retirada la alejó del supuesto lugar de encuentro para no regresar nunca a él.

De hecho, para algunos historiadores a partir de ese momento la campaña cambió totalmente de signo. Posiblemente, este juicio es excesivo pero no cabe duda de que cuando amaneció, la Armada se hallaba en una delicada situación. Con la escuadra inglesa en su persecución y sin capacidad para maniobrar sin arriesgarse a encallar en las playas de Dunkerque, Medina Sidonia tan sólo podía intentar que el choque fuera lo menos dañino posible. Una vez más, el duque —que no contaba con experiencia como marino— dio muestras de una capacidad inesperada. No sólo hizo frente a los audaces ataques de Drake sino que además resistió con una tenacidad extraordinaria que permitió a la Armada reagruparse. Con todo, quizá su mayor logro consistió en evitar lanzarse al ataque de los ingleses descolocando así una formación que se hubiera convertido en una presa fácil. Aunque no le faltaron presiones de otros capitanes que insistían en que aquel comportamiento era una muestra de cobardía, Medina Sidonia lo mantuvo minimizando extraordinariamente las pérdidas españolas.

La denominada batalla de Gravelinas iba a ser la más importante de la campaña y, tal y como narrarían algunos de los españoles que participaron en ella, las luchas artilleras que se presenciaron en el curso de la misma superaron considerablemente el horror de Lepanto. Fue lógico que así sucediera porque, al fin y a la postre, Lepanto había sido la última gran batalla naval en la que sobre las aguas se había reproducido el conjunto de movimientos típicos del ejército de tierra. Lo que sucedió en Gravelinas el lunes 8 de agosto fue muy distinto.

Mientras los ingleses hacían gala de una potencia artillera muy superior, incluso incomparable, los españoles evitaron la disgregación de la flota y combatieron con una dureza extraordinaria, el tipo de resistencia feroz que los había hecho terriblemente famosos en todo el mundo. Estas circunstancias explican que cuando concluyó la batalla, la Armada sólo hubiera perdido tres galeones, lo que elevaba sus pérdidas a seis navíos. Mayores fueron las pérdidas humanas alcanzando los seiscientos muertos, los ochocientos heridos y un número difícil de determinar de prisioneros. Los ingleses perdieron unos sesenta hombres y ningún barco. La fuerza de la Armada seguía en gran medida intacta pero sin municiones y sin pertrechos —como, por otro lado, les sucedía a los ingleses que no pudieron perseguirla— la posibilidad de continuar la campaña estaba gravemente comprometida.

Por si fuera poco, el martes 9 de agosto, la Armada tuvo que soportar una tormenta que la colocó en la situación más peligrosa desde que había zarpado de Lisboa, ya que la fue empujando hacia una zona situada al norte de Dunkerque conocida como los bancos de Zelanda. Mientras contemplaban cómo los barcos ingleses se retiraban, las naves españolas tuvieron que soportar impotentes un viento que las lanzaba contra la costa amenazándolas con el naufragio. La situación llegó a ser tan desesperada que Medina Sidonia y sus oficiales recibieron la absolución a la espera de que sus naves se estrellaran. Entonces sucedió el milagro. De manera inesperada, el viento viró hacia el suroeste y los barcos pudieron maniobrar alejándose de la costa. Posiblemente, el desastre no sucedió tan sólo por unos minutos.

Aquella misma tarde, Medina Sidonia celebró consejo de guerra con sus capitanes para decidir cuál debía ser el nuevo rumbo de la flota. Se llegó así al acuerdo de regresar al Canal de la Mancha si el tiempo lo permitía, pero si tal eventualidad se revelaba imposible, las naves pondrían rumbo a casa bordeando Escocia.

No se cruzaría ya un solo disparo entre las flotas española e inglesa y la expedición podía darse por fracasada pero en el resto de Europa la impresión de lo sucedido era bien distinta. En Francia, por ejemplo, se difundió el rumor de que los españoles habían dado una buena paliza a los ingleses en Gravelinas y los panfletos que ordenó imprimir el embajador de la reina Isabel en París desmintiendo esa versión de los hechos no sirvieron para causar una impresión contraria. El único que no pareció dispuesto a creer en la victoria española fue el papa, que se negó a desembolsar siquiera una porción simbólica del dinero que había prometido a Felipe II y que jamás le entregaría.

La infantería española era y seguría siendo, pese a este revés, la máquina militar más temida de Europa. Otra habría sido la suerte de Inglaterra de llegar a desembarcar Farnesio con sus veteranos de Flandes.

Durante las semanas siguientes, la situación de la Armada no haría sino empeorar. Apenas dejada atrás la flota inglesa, los españoles arrojaron al mar todos los caballos y mulas, ya que no disponían de agua, y Medina Sidonia ajustició a un capitán como ejemplo para las tripulaciones. Durante los cinco primeros días de travesía hacia el norte, la lluvia fue tan fuerte que era imposible ver los barcos cercanos. No era eso lo peor. El número de enfermos, que crecía cada día, superaba los tres mil hombres, el agua se corrompió en varios barcos y el frío dejó de manifiesto la falta de equipo. Para colmo, no tardó en quedar de manifiesto que buen número de las embarcaciones no estaban diseñadas para navegar por el mar del Norte. A 3 de septiembre, el número de barcos perdidos se elevaba ya a diecisiete y a mediados de mes la cifra podía alcanzar las dos decenas. Entonces se produjo un desastre sin precedentes.

Las instrucciones de Medina Sidonia habían sido las de navegar mar adentro para evitar no sólo nuevos enfrentamientos con la flota inglesa sino también la posibilidad de naufragios en las costas. De esa manera, se bordeó las islas Shetland, el norte de Escocia y a continuación Irlanda. Fue precisamente entonces cuando algo más de cuarenta naves se vieron arrojadas por el mal tiempo contra la costa occidental de Irlanda. De ellas se perdieron veintiséis a la vez que morían seis mil hombres. De manera un tanto ingenua habían esperado no pocos españoles que los católicos irlandeses se sublevarían contra los ingleses para ayudarlos o que, al menos, les brindarían apoyo.

La realidad fue que los irlandeses realizaron, por su cuenta o por orden de los ingleses, escalofriantes matanzas de españoles. Hubo excepciones como la representada por el capitán Christopher Carlisle, yerno de sir Francis Walsingham, el secretario de la reina Isabel, que se portó con humanidad con los prisioneros, solicitó que se les tratara con humanidad y, finalmente, temiendo que fueran ejecutados, les proporcionó dinero y ropa enviándolos acto seguido a Escocia.

También se produjeron fugas novelescas como la del capitán de Cuellar. Sin embargo, en términos generales, el destino de los españoles en Irlanda fue aciago muriendo allí seis séptimas partes de los que perdieron la vida en la campaña. No fue mejor en Escocia. Allí también esperaban recibir la ayuda y solidaridad del católico rey Jacobo. No recibieron ni un penique. Mientras tanto, más de la mitad de la flota llegaba a España. Era la hora de buscar las responsabilidades.

En términos objetivos, el comportamiento de Isabel I y Felipe II con sus tropas fue bien diferente. Mientras que Isabel se desentendió de su suerte posterior a la batalla alegando dificultades financieras —una excusa tan sólo a medias convincente— el monarca español manifestó una enorme preocupación por los soldados. Sin embargo, no pocos de éstos se sintieron abrumados por la culpa. Miguel de Oquendo, que demostró un valor extraordinario durante la expedición, se negó a ver a sus familiares en San Sebastián, se volvió cara a la pared y murió de pena. Juan de Recalde, que aún tuvo un papel más destacado, falleció nada más llegar a puerto. Sin embargo, Felipe II no culpó a nadie —desde luego no a Medina Sidonia o al duque de Parma— y aunque mantuvo en prisión durante quince meses a Diego Flores de Valdés, asesor naval del jefe de la escuadra, finalmente lo puso en libertad sin cargos.

Fue en realidad la opinión pública la que estableció responsabilidades culpando del desastre al mal tiempo y a un Medina Sidonia inexperto e incluso cobarde. La tesis del mal tiempo pareció hallar una confirmación directa cuando en 1596 una nueva flota española partió hacia Irlanda para sublevar a los católicos contra Inglaterra y fue deshecha por la tempestad antes de salir de aguas españolas y, al año siguiente, otra escuadra que debía apoderarse de Falmouth y establecerse en Cornualles fue destrozada por el mal tiempo. La verdad, sin embargo, como hemos visto, es que el tiempo sólo tuvo una parte muy reducida en la incapacidad de la Armada para desembarcar en Inglaterra. Ciertamente, las condiciones climatológicas causaron un daño enorme a la flota pero ya cuando regresaba a España y bordeaba la costa occidental de Irlanda.

Menos culpa tuvo Medina Sidonia del desastre. A decir verdad, si algo llama la atención de su comportamiento no es la impericia sino lo dignamente que estuvo a la altura de las circunstancias. La misma batalla de Gravelinas podía haber resultado un verdadero desastre si hubiera perdido los nervios y cedido a las presiones de sus subordinados. Ciertamente era pesimista pero, si hemos de ser sinceros, hay que reconocer que no le faltaban razones.

Papel más importante que todos los aspectos citados anteriormente tuvo, sin duda, la inferioridad técnica de los españoles. Fiados en sus éxitos terrestres y en la jornada de Lepanto, se habían quedado atrás en lo que a empleo de artillería, disposición de fuerzas y formas de ataque se refiere. Lo realmente sorprendente no es que no ganaran batallas como la de Gravelinas sino que ésta no concluyera en un verdadero desastre. Dada su superioridad técnica —y también la de su servicio de inteligencia— lo extraño verdaderamente es que los ingleses no ocasionaran mayores daños a los españoles y tal hecho hay que atribuirlo a factores como la extraordinaria valentía de los combatientes de la Armada y a la competencia de Medina Sidonia.

Aunque el duque de Parma tuvo un papel mucho menos airoso en la campaña —y se apresuró a defenderse para no convertirse en el chivo expiatorio de la derrota— tampoco puede acusársele de ser el responsable del desastre. En repetidas ocasiones avisó a Felipe II de la imposibilidad de la empresa y, al fin y a la postre, no se le puede achacar que no lograra lo irrealizable. En realidad, las responsabilidades del fracaso de la campaña deben hallarse en lugares más elevados y más concretamente en el propio Felipe II. A diferencia de otras campañas de su reinado, la empresa contra Inglaterra no se sustentaba en intereses reales de España sino más bien en los de la religión católica tal y como él personalmente los entendía.

En 1588, Isabel I estaba bien desengañada de su intervención en los Países Bajos y más que bien dispuesta a llegar a la paz con España. Semejante solución hubiera convenido a los intereses españoles e incluso hubiera liberado recursos para acabar con el foco rebelde en Flandes. Sin embargo, Felipe II consideraba que era más importante derrocar a Isabel I y así recuperar las islas británicas para el catolicismo. Con una Escocia gobernada por el católico Jacobo y una Inglaterra sometida de nuevo a Roma, sería cuestión de tiempo que el catolicismo volviera a imperar en Irlanda.

¿Cómo abandonar semejante plan a favor de los intereses de España? Vista la cuestión desde esa perspectiva, el papa Sixto V, en teoría al menos, tenía que ver con placer semejante empresa e incluso bendecirla. Aquí Felipe II cometió un nuevo y craso error. El denominado “pontífice de hierro” era considerablemente corrupto y avaricioso hasta el punto de no dudar en vender oficios eclesiásticos para conseguir fondos y, de hecho, su comportamiento era tan aborrecido que, años después, nada más conocerse la noticia de su muerte, el pueblo de Roma destrozó su estatua. Aunque prometió un millón de ducados de oro a Felipe II si emprendía la campaña contra Inglaterra, lo cierto es que no llegó a desembolsar una blanca.

Tampoco fue mejor la disposición del resto de los países católicos. Francia no quiso ayudar a España y lo mismo sucedió con Escocia e incluso con la población irlandesa. De esa manera, se repetía en versión aún más grave lo sucedido años atrás con Lepanto. España ponía nuevamente a disposición de la iglesia católica los hombres, el dinero y los recursos pero en esta ocasión ni siquiera recibió un apoyo real de la Santa Sede que, por añadidura, vio con agrado la derrota de un monarca como el español al que consideraba excesivamente peligroso.

Fue la convicción católica de Felipe II la que le hizo iniciar la empresa en contra de los intereses nacionales de España —algo muy distinto de lo sucedido en Lepanto— y también la que le impidió ver que, sin el apoyo de Parma, la misma era irrealizable. En todo momento —y así lo revela la correspondencia— pensó que cualquier tipo de deficiencia, por grave que fuera, sería suplida por la Providencia no teniendo en cuenta, como señalaría medio siglo después Oliver Cromwell, que en las batallas hay que “elevar oraciones al Señor y mantener seca la pólvora”. No faltaron voces entonces y después que clamaron en España contra esa manera de concebir la religión que ni siquiera compartía la Santa Sede. En los cuadernos de cortes de la época se halla el testimonio de quienes se preguntaban si el hecho de que Castilla se empobreciera haría buenas a naciones malas como Inglaterra o clamaban que “si los herejes se querían condenar, que se condenasen”.

El desastre de 1588 costó a España sesenta navíos, veinte mil hombres —incluyendo cinco de sus doce comandantes más veteranos— y junto con enormes gastos materiales, un notable daño en su prestigio en una época especialmente difícil. El principal responsable de semejante calamidad no fueron los elementos, ni la pericia militar inglesa, ni siquiera la incompetencia —falsa, por otra parte— de Medina Sidonia. Lo fue un monarca imbuido de un peculiar sentimiento religioso que, ausente en las demás potencias de la época sin excluir a la Santa Sede, acabaría provocando el colapso del imperio español.

Breves consideraciones personales sobre el desastre de la Armada. Por el General Targul.

Escéptico por naturaleza y sabedor del mucho mal que la historiografía británica nos hizo y, aún hoy, hace, basando sus postulados desde una perspectiva introspectiva, casi mezquina, y ensalzadora de grandiosos triunfos, que solo en contadas ocasiones lo fueron, nunca me he creído del todo que la armada fracasara por el potencial inglés. Los británicos tienen la extraña pero sorprendente capacidad de dejar correr sin sentimiento de culpa alguno sus numerosas derrotas, barnizándolas o tapándolas en base a lo meramente anecdótico, y aprovechar sus glorias militares en una especie de enaltización patria en base a la historia que, en nuestra España medio dividida y mezquina, manejada por políticos de dudosa responsabilidad y más dudoso patriotismo, se nos antoja patrioterismo barato, chovinismo, que diría un francés.

Así, de creer a los libros de historia que leen y aprenden los mozalbetes de la pérfida albión (pese a lo que su compatriota Henry Kamen ha demostrado de forma rigurosa y casi científica), Isabel I, su "gran reina" (que esa es otra, en la bajeza y el maquiavelismo los británicos saben ver algo bueno), gracias a sus grandes marinos-piratas-corsarios-ladrones (o héroes cuais románticos contra el opresivo y genocida imperio español, según la historiografía inglesa), su poderosa y moderna flota y su valiente almirante Drake, vencieron a una enorme flota española, salvando la isla de una destrucción que, por otra parte y según aseguran (pese a que la española era la mejor infantería del mundo y Farnesio, con diferencia, el general más veterano y mejor estratega del entonces) les habría costado lo indecible realizar a los españoles, gracias a un paupérrimo y desentrenado núcleo de ejército (varias veces vatido en Flandes por Farnesio) y unas muy aguerridas pero mal armadas "bandas entrenadas" de Londres y otras ciudades (cuyo grueso estaba formado por mosqueteros y piqueros con peto o vistiendo solo sus ropas).

Creo que esto constituye parte de la mentalidad del vencedor, y además de un vencedor cuasi ocasional que supo beneficiarse del declive del imperio sin apenas mojarse los pies. Es muy fácil conjeturar, pues, en base a la victoria naval, una victoria terrestre. Si bien es cierto que, sabedores de los saqueos y matanzas de rebeldes holandeses en Flandes, los ingleses no se iban a dejar conquistar por las bravas, no es menos cierto que, como se vió durante la campaña, un par de victorias debilitando el poder de Londres hubieran supuesto un oportunista cambio de bando de Escocia e Irlanda. Otro gallo hubiera cantado.

Por otra parte, descargar las culpas sobre Felipe II parece la teoría más novedosa. Para un hombre que pasó media vida entre legajos, lúcido escribano y sosegado político, no fiándose ni de su secretario real (que al cabo le terminó intrigando y tuvo que huir a uña de caballo hacia Francia sublevando Aragón por el camino) y cuya educación y consejos paternos pasaban por la intransigencia religiosa para todo aquello que oliera a protestantismo, los continuos desafios y la perfidia de la reina Isabel (llegando sus embajadores a negar el apoyo a los flamencos habiéndose tomado fortalezas con guarnición inglesa), la piratería, y, no olvidemos, su experiencia inglesa con María Tudor (la hermana de Isabel), viaje a Londres y boda inclusive, a punto de convertirse en rey legítimo de Inglaterra, le impulsaron sin duda, junto a saberse el monarca más grande de, quizás, todos los tiempos, al mando de poderosas y casi imbatibles tropas y con un imperio donde no se ponía el sol, a hacerle pagar a la reina de Inglaterra su perfidia de forma muy cara.

La mala mar, la falta de pericia marinera y el oportunismo de unos aliados que creía firmes hizo el resto. Luego vino la derrota y la propaganda británica, que, según atestiguan los numerosos trabajos publicados sobre la Armada (Invencible según un francés, posteriormente, pues nosotros nunca le pusimos tal adjetivo), perdura en cierta manera hasta nuestros días.


Los historiadores ingleses han elevado al deficiente y anticuado ejército inglés hasta el extremo de ser capaz de derrotar a las veteranas tropas españolas al mando de Alejandro Farnesio, que ya se habían batido contra holandeses, alemanes, turcos, flamencos e incluso la expedición inglesa mandada por Robert Dudley, conde de Leicester.

Lo cierto y demostrado por la historia, es que pocos pueblos saben como los ingleses, exaltar su victorias por mínimas que estas hayan sido, y esconder sus derrotas por muy clamorosas que puedan ser.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
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Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 14:39

Socorro de PARIS 1.590


Corría el verano de 1590 y Alejandro se veía obligado continuamente a preparar el socorro de París, ciudad a la que el conde de Béarn -Enrique de Borbón- había puesto cerco. No sirvieron de nada las quejas de Alejandro que veía que, en breve, podría perderse lo que con tanto esfuerzo y sangre se había conseguido en Flandes, pues un año antes únicamente dos (Holanda y Zelanda) de las diecisiete provincias de Flandes estaban por los rebeldes. Alejandro envió dos tercios de infantería -uno de ellos español- al duque de Umena, que dirigía la guerra en Francia contra Enrique de Borbón, pero en vista de los negativos resultados tuvo que encargarse de la campaña personalmente.

Partió, pues, Alejandro hacia Francia a primeros de agosto de 1590. Iban a enfrentarse los dos generales más afamados de Europa, Alejandro Farnesio y el conde de Béarn, Enrique de Borbón. Europa entera dependía del resultado de la contienda. El ejército que conducía Alejandro se componía de 14.000 infantes, entre españoles, alemanes y valones y cerca de 3.000 caballos. Las tropas reales en Flandes -a cargo del conde de Mansfeld- quedaban con ello muy debilitadas, lo que Mauricio de Nassau, como siempre, sabría aprovechar.

No se fiaba Alejandro de sus aliados franceses y así lo explica a sus hombres <<Que los de la liga [católica] por sola necesidad de intereses habían invocado las fuerzas y pedido protección al rey. Que los naturales en ellos se debían tener por los mismos; fáciles a las sospechas y consiguientemente a las mudanzas. Y así por todas las consideraciones de estado y guerra se debía proceder de modo en la conducta y gobierno del ejércio que ninguna acción se aventurara y ninguna sin gran madurez se ejecutase>>. Marchando, pues, con extremo recelo, llegó a Meos el 23 de agosto, juntándose allí con el ejército de 12.000 hombres del duque de Umena. París, acuciado por el hambre, se hallaba a punto de caer.

Enrique de Borbón consultó con sus generales sobre las acciones a llevar a cabo ante la venida de Alejandro, y decidieron levantar el cerco y dirigir sus tropas contra él. En verdad parecía lo más lógico, pues las vituallas que consiguieran los de París poco serivirían si se impedía al de Parma reforzar la ciudad. El ejército del Borbón constaba de 20.000 infantes y 6.000 caballos, la mitad de éstos voluntarios de la abundante y "florida" nobleza francesa. Fue con sus tropas a Celes, donde había una ancha llanura para la batalla; al otro extremo, en varios días, se dispusieron las tropas de Alejandro. Invitó Enrique de Borbón por medio de un mensajero a Alejandro a la batalla, a lo que nuestro general respondió que tenía costumbre de dar las batallas cuando él mismo lo decidía y no cuando lo hacían sus enemigos.

Durante cuatro días hubo pequeñas escaramuzas hasta que Alejandro se decidió a avanzar. Su intención era aparentar la batalla y, cuando ésta se presentara, rehuirla para tomar la ribera cercana y avanzar a socorrer París, pues esa era la victoria que en realidad buscaba. Así se hizo. Mientras la vanguardia de las tropas de Alejandro entretenía a la del enemigo, el cuerpo mayor del ejército real se desvió pra tomar Lagny, en la ribera contraria del río. Allí pasaron algunas tropas y seis cañones con los que se comenzó a disparar contra las fortificaciones de Lagny. Después tendieron un puente de barcas sobre el río y lo cruzaron las infanterías italiana y española al igual que Jorge Basta con algunos de a caballo.

Cuando el Borbón se percató de la hábil maniobra de Alejandro, decidió atacar a lo que todavía restaba del ejército español en su margen del río. No le sirvió de nada, pues la inicialmente impulsiva naturaleza de Alejandro se había templado con su experiencia militar en Flandes y, previsoramente, había ordenado durante los días de las escaramuzas levantar fortificaciones que fueron suficientes para repeler el ataque. Poco después caía Lagny y se squeaba la ciudad mientras se pasaba a cuchillo a las tropas defensoras. Comenzarn entonces a introducir vituallas en Parías a la vez que se tomaban otras posiciones en eas margen del río Marne que aseguraban las posiciones españolas y el socorro de la ciudad.

El Borbón intentó sin éxito asaltar con escalas París durante la noche. Fue repelido dos veces y, finalmente, visto su fracaso, disolvió la mayor parte de su ejército y se retiró a San Dionisio. Alejandro decidió entonces volver a Flandes, lo que le acarreó las críticas de sus aliados franceses, que pretendía que permaneciese allí hasta derrotar de forma definitiva a Enrique de Borbón. De forma bastante diplomática, pues no quería causar una indisposición entre Felipe II y sus aliados de la Liga Católica, Alejandro les explicó que de no prevalecer las fuerzas católicas en Flandes serían atacados por dos frentes y desbaratados con facilidad. Se vio, sin embargo, obligado a tomar y asegurar el resto de la tierra y fuertes cercanos, principalmente el de Corbel, a orillas del Sena. Una vez aseguradas totalmente las cercanías de París y sus vías fluviales, pudo por fin emprender camino a Flandes.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 14:42

Batalla de LIPPE


La batalla de Lippe entre las fuerzas de las Provincias Unidas de los Países Bajos, bajo el mando de Mauricio de Nassau, y el ejército español, bajo el mando de Cristóbal de Mondragón, tuvo lugar el 2 de septiembre de 1595 cerca del rio Lippe.

La batalla

El escaso ejército de Cristóbal de Mondragón se enfrenta a las orillas del río Lippe a las mucho más numerosas tropas de Mauricio de Nassau. Después de varios meses atrincherados, Mauricio trató de tender una emboscada al ejército de Mondragón, siendo él finalmente este sorprendido por el tercio del coronel (gracias a las labores de espionaje) perdiendo la vida el Conde Felipe de Nassau (primo de Mauricio) y siendo hecho prisionero el Conde Ernesto de Nassau.

Esta derrota obligó a Mauricio a retirarse hacia Holanda.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 15:22

Toma de BREDA 1.590


En marzo de 1590, durante el transcurso de la guerra de los ochenta años que enfrentaba a españoles contra ingleses y neerlandeses, la ciudad española de Breda fue objeto de un exitoso ataque por sorpresa. 70 soldados holandeses consiguieron introducirse en la ciudad ocultos en una embarcación y pusieron en fuga a los 600 soldados de la guarnición defensora, capturando la ciudad sin sufrir ni una baja.

La toma de Breda, por la rotundidad con la que se llevó a cabo la operación, supuso un golpe para el prestigio de España en los Países Bajos; para los holandeses fue una gran victoria por el valor estratégico de la ciudad, y un argumento patriótico.

Hacia 1566 - 68 las provincias del norte de los Países Bajos, hasta entonces bajo dominio español, iniciaron una guerra contra España, la llamada guerra de Flandes o guerra de los ochenta años, en la que los territorios alzados luchaban por conseguir su independencia del imperio español. En 1579 estas provincias se agruparon en la Unión de Utrecht formando las Provincias Unidas de los Países Bajos, que en 1581 declararon formalmente su independencia de la corona española mediante el Acta de abjuración, cosa que fue rechazada por el rey Felipe II de España.

El duque de Parma Alejandro Farnesio era gobernador de los Países Bajos españoles. En 1590 se encontraba en Francia, combatiendo a Enrique IV por orden de Felipe II.
Mauricio de Nassau era estatúder de las Provincias Unidas y mando supremo del ejército neerlandés. Johan van Oldenbarnevelt era landsadvocaat, el mayor cargo político de los Países Bajos.

Inglaterra, bajo el reinado de Isabel I, se encontraba en guerra con España, prestando apoyo militar a las Provincias Unidas en su lucha contra España, sobre la base de los acuerdos firmados en el tratado de Nonsuch de 1585.

La ciudad de Breda, localizada en la confluencia de los ríos Aa y Mark, en la provincia de Brabante, era la principal ciudad de la zona. Bien fortificada, estaba rodeada por un foso defensivo alimentado por las aguas del río Mark. Estaba bajo dominio español desde 1581, cuando los soldados de los tercios españoles la habían tomado a los neerlandeses.

La guarnición de la ciudad estaba formada por 500 hombres de infantería y 100 de caballería, soldados italianos del Tercio de Sicilia al servicio del imperio español. Eduardo Lanzavecchia, gobernador de Breda y de Geertruidenberg, se encontraba en esta última ciudad supervisando la construcción de sus fortificaciones. En su ausencia, su sobrino Paolo Lanzavecchia le sustituía en el gobierno de la plaza.​

El asalto
Planes de ataque

En febrero de 1590, los ingleses Lionel Vickars y Charles de Heraugiere, planificaron el ataque a la ciudad. Disfrazados de pescadores consiguieron entrar en Breda y estudiar la posibilidad de su asalto. Contactaron con Adrian van der Berg, leal a la causa neerlandesa, comerciante que acostumbraba entrar y salir de Breda con un barco cargado de turba, utilizada como combustible, y planearon introducir dentro de la ciudad, ocultos entre la carga del barco, un reducido número de soldados que se encargaría de facilitar el paso al grueso del ejército de las Provincias Unidas.

El plan fue presentado a Mauricio de Nassau, quien dio su aprobación, ordenando llevar la operación en el máximo secreto.

Viaje a Breda

El 25 de febrero Charles de Heraugiere junto a 68 soldados holandeses esperó junto a la desembocadura del río Mark la llegada del barco de Adrian van der Berg. Lo acompañaban los capitanes Logier y Fervet, y el teniente Matthew Held. Ese mismo día Mauricio de Nassau, Francis Vere y el conde Hohenlohe con 600 soldados ingleses, 800 holandeses y 300 de caballería4​ llegaron a Willemstad, a 30 km de Breda; allí deberían esperar el aviso de Heraugiere.

El lunes 26 Heraugiere y sus hombres embarcaron en la nave de van der Berg; éste no pudo acudir a la cita por hallarse enfermo, enviando en su lugar a dos de sus sobrinos que se ocuparían de manejar el barco. Remontando el Mark en dirección a Breda, debieron vencer las condiciones meteorológicas del invierno holandés, que dificultándoles la navegación les hicieron retrasarse varios días en el viaje. El sábado por la tarde llegaron a las puertas de Breda. Ocultos bajo los montones de turba consiguieron entrar en la ciudad burlando la vigilancia de los soldados de la guarnición y enviaron aviso a Mauricio de Nassau, que inició la marcha de sus tropas hacia la ciudad.

[b]Asalto[/b]

En la madrugada del domingo 4 de marzo, los atacantes salieron de su escondite en el barco y se dividieron en dos grupos: Heraugiere atacó el puesto de guardia, mientras Fervet intentaba apoderarse del arsenal de la fortaleza. En una rápida acción, que tomó por sorpresa a los soldados italianos de la guarnición de Breda, los holandeses mataron a 40 defensores sin sufrir ni una sola baja; los italianos se dispersaron desorganizadamente por las calles de la ciudad.

Antes del amanecer, el conde Hohenlohe llegó a las puertas de Breda con la caballería neerlandesa y tras él Mauricio de Nassau al frente del grueso del ejército neerlandés; Felipe de Nassau, Justino de Nassau, el conde Solms, Pieter van der Does y Francis Vere estaban entre ellos.​ Para entonces los 70 hombres de Heraugiere ya habían tomado el control de la ciudad.
Rendición

Dispersada la guarnición italiana defensora, el joven Paolo Lanzavecchia negoció con los atacantes las condiciones de la rendición de la ciudad, que fue acordada según los siguientes términos:

La ciudad se libraría de ser saqueada a cambio del desembolso de dos meses de paga a cada uno de los soldados participantes en el ataque; la cantidad resultante, 100.000 florines resultaría excesiva, ya que muchos de los soldados llegados tras la rendición también reclamaron su parte;
A los ciudadanos que quisieran dejar la ciudad les serían respetados su vida y propiedades;
Los que quisieran quedarse podrían conservar sus propiedades, y no serían molestados por motivos religiosos.

[b]Consecuencias[/b]

La toma de Breda, ciudad que se suponía segura, por parte de las tropas anglo-neerlandesas, fue una desagradable sorpresa para las autoridades españolas. Alejandro Farnesio, en castigo por la cobardía de los tercios italianos encargados de la defensa de la ciudad, mandó decapitar a los tres capitanes responsables de la guarnición de Breda, y un cuarto oficial fue expulsado del ejército. Eduardo Lanzavecchia fue cesado de su cargo como gobernador de Geertruidenberg.

El rotundo éxito que supuso la captura de Breda por las tropas anglo-neerlandesas sin haber sufrido bajas fue ampliamente celebrado en las Provincias Unidas, por el valor estratégico de la ciudad y por las connotaciones patrióticas que para los neerlandeses tenía una victoria tan rotunda. A lo largo de 1590 Mauricio de Nassau conquistó las plazas cercanas de Heyl, Flemert, Elshout, Crevecoeur, Hayden, Steenberg, Rosendaal y Osterhout, tomando Breda como base de operaciones. Charles de Heraugiere fue designado gobernador de Breda; a los barqueros se le concedió una renta vitalicia y a los soldados holandeses participantes en el ataque, una medalla de oro.

El conde de Mansfeld fue enviado con sus tropas a recuperar la ciudad. Tras tomar la pequeña villa de Sevenburguen, construyó un fuerte en Terheyde y puso sitio a Noordam, intentando reducir a Breda por hambre; Matthew Held, al mando de Noordam, consiguió rechazarlo.

La ciudad permanecería en manos neerlandesas hasta 1625, fecha en la que los tercios españoles de Ambrosio Spinola conseguirían recapturarla tras un largo asedio. El Spanjaardsgat (pozo de los españoles), en el castillo de Breda, señala el lugar en el que supuestamente se encuentra el barco utilizado por los asaltantes.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 15:28

La Batalla de CORNUALLES


La batalla de Cornualles, del 2 de agosto de 1595, fue un ataque a las costas británicas por parte de la Corona Española en la que se arrasaron varias villas inglesas del Condado de Cornualles. Fue una de las varias veces que España ha invadido territorios de la propia Inglaterra.

Tras el asesinato de Enrique III de Francia, la corona francesa recayó en el protestante Enrique III de Navarra. La Liga Católica, el papa Sixto V y el rey Felipe II de España se negaron a reconocerlo como rey de Francia. Así, el rey español envió en 1590 una expedición al país galo al mando de Juan del Águila.

Los ingleses, como protestantes y enemigos de España por la guerra que había comenzado en 1585, apoyaron a Enrique de Navarra y enviaron tropas a Francia.

Combate


En 1595 Juan del Águila decidió organizar una expedición de castigo contra Inglaterra. La expedición fue encomendada a Carlos de Amésquita, quien, al mando de tres compañías de arcabuceros (unos 400 hombres), zarpó el 26 de julio de Blavet (actual Port-Louis) en cuatro galeras (Capitana, Patrona, Peregrina y Bazana) de la escuadra de Pedro de Zubiaur. Tras recalar en Penmarch, desembarcaron en Inglaterra en la bahía de Mounts (Cornualles) el 2 de agosto.

Las milicias inglesas, que aglutinaban a varios miles de hombres y eran la piedra angular de la defensa inglesa en caso de invasión de tropas españolas, arrojaron las armas y huyeron presas del pánico. En dos días los españoles tomaron todo lo que necesitaban y quemaron las localidades de Mousehole, Paul, Newlyn y Penzance.​ También desmontaron la artillería de los fuertes ingleses y la embarcaron en las galeras.

Al final del día, celebraron una tradicional misa católica en suelo inglés, prometiendo construir una iglesia después de que Inglaterra fuera derrotada. Embarcaron de nuevo, arrojaron a todos los prisioneros por la borda, hundieron una embarcación de la Royal Navy que les había dado alcance y esquivaron una flota de guerra al mando de Francis Drake y John Hawkins que había sido enviada para expulsarlos.

Vuelta a Francia

El 5 de agosto, un día después de zarpar de vuelta a Francia, se toparon con una escuadra holandesa de 46 barcos de la que consiguieron escapar no sin antes hundir dos buques enemigos. El 10 de agosto, Amézquita y sus hombres desembarcaron victoriosos en Blavet, aunque previamente habían parado de nuevo en Penmarch, donde se llevaron a cabo algunas reparaciones. La expedición se saldó con 20 bajas, todas ellas en la escaramuza contra los holandeses.
Consecuencias

La expedición de Amésquita fue una de las pocas veces en que soldados españoles desembarcaron en Inglaterra (pero no la única).

El control de puertos en el canal de la Mancha, la facilidad del desembarco de Amésquita en 1595 y la debilidad de las tropas de tierra de Inglaterra (milicias que abandonaron sus armas) alentaron la creación de otra nueva flota de invasión en 1597.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 15:39

Asedio de HULST 1.596



El asedio de Hulst tuvo lugar entre mediados de julio y el 18 de agosto de 1596 en esta ciudad de la provincia de Zelanda, actual Países Bajos, en el contexto de la guerra de los Ochenta Años y de la Guerra anglo-española (1585-1604).​ Se saldó con una victoria del ejército español comandado por el Archiduque Alberto de Austria tras un corto sitio durante el cual el príncipe Mauricio de Nassau intentó socorrer la ciudad sin éxito, pues esta cayó en poder español con la rendición de su guarnición formada por tropas neerlandesas e inglesas.

Desde 1590 hasta 1594 los neerlandeses liderados por Mauricio de Nassau habían conseguido grandes éxitos militares y expandido el territorio bajo su control con la conquista de numerosas localidades y ciudades estratégicas. En 1595 Mauricio inició una nueva campaña con la finalidad de expulsar a las tropas españolas de todas las ciudades al norte del río Rin y en el este de los Países Bajos. Sin embargo, en el asedio neerlandés de Groenlo apareció Cristóbal de Mondragón con un ejército de socorro que obligó a Mauricio a levantar el sitio.

El año siguiente no empezó muy bien para los neerlandeses y sus aliados ingleses porque la importante ciudad portuaria de Calais cayó en manos españolas tras la rendición de su guarnición francesa. Las tropas hispanas dirigidas por el archiduque Alberto de Austria regresaron después a Flandes y emprendieron una contraofensiva. Los ricos burgueses de Brujas pidieron al gobernador español que sitiara Ostende y le ofrecieron 1 200 000 florines para sufragar los gastos, aunque este plan no se pudo llevar a cabo porque Mauricio de Nassau había reforzado fuertemente la guarnición de la ciudad con nuevas tropas y abundancia de suministros.

Las fuerzas de Alberto, un ejército de 15 000 hombres entre infantería y caballería, marcharon desde Amberes, atravesaron el río Escalda y se adentraron en Brabante dirigidas por un nuevo comandante, Sieur de Rosne, un refugiado francés que había sustituido a los ya fallecidos Francisco Verdugo y Cristóbal de Mondragón. Alberto dudaba entre sitiar las ciudades de Bergen op Zoom o Breda,​ aunque en realidad había engañado deliberadamente a los neerlandeses sobre la localización de su próximo ataque.

Las escasas fuerzas de Mauricio, unos 5000 soldados, se desplazaron hasta Brabante, mientras que la mayoría de regimientos de soldados veteranos escoceses e ingleses, que sumaban 4000 hombres, se encontraban en ese momento bajo mando de Francis Vere en la toma y saqueo de Cádiz.17​18​ Sin embargo, el pueblo holandés recaudó dinero suficiente para pagar otros 2000 soldados. Con las fuerzas de Mauricio muy debilitadas, Alberto se dio cuenta de que podía atacar en Hulst sin demasiados obstáculos.

Asedio

El archiduque Alberto se dirigió hacia Hulst evitando todo contacto con el ejército de Mauricio. Era esta una localidad pequeña pero fuertemente defendida, capital de la región flamenca de Waasland, que estaba en poder de los protestantes desde que fuera tomada en 1591 por una fuerza anglo-holandesa liderada por el propio Mauricio. Su guarnición había construido varios terraplenes que delimitaban una zona que podía ser inundada gracias a un sistema de esclusas y así aislar por tierra la localidad. El foso había sido profundizado pero las murallas estaban tan solo parcialmente reconstruidas.

Aunque el engaño de Alberto tuvo éxito y su avance alarmó a los neerlandeses, en cuanto Mauricio supo que los españoles pretendían tomar Hulst, marchó hacia allí con sus fuerzas. Los neerlandeses esperaban sufrir un largo asedio, por lo que tenían provisiones para siete meses y la voluntad de resistir a toda costa bajo el liderazgo de Georg Eberhard, conde de Solms.

A pesar de la resistencia que ofrecieron los asediados, que hicieron varias salidas exitosas, el archiduque español consiguió hacerse con el control del dique principal y un fuerte llamado Moer que permitió a los zapadores de su ejército cavar túneles más cerca de las murallas. Sin embargo, las bajas en el campamento hispano fueron muchas y después de seis semanas de sitio su número ascendía ya a seiscientos muertos, más varios miles de enfermos y heridos. Además, el comandante de las tropas españolas, el francés Sieur de Rosne, resultó muerto en combate durante una de las salidas de la guarnición de Hulst.

El bombardeo de la artillería española fue terrible y después de disparar 1500 balas de cañón se consiguió abrir una brecha en la muralla.​ La guarnición esperaba que por ella llegara el asalto español, pero en su lugar el archiduque Alberto conminó a los defensores del conde de Solms a rendirse o enfrentarse a un ataque inmediato. Los asediados se negaron a rendirse, pero los españoles no asaltaron la ciudad y comenzaron a excavar un túnel bajo la muralla.​ Con casi setecientos muertos en la ciudad, la mayoría debido a las enfermedades, la determinación de resistir de la guarnición y los habitantes de Hulst comenzó a resentirse y el miedo al inminente asalto de las tropas españolas y la destrucción que causarían hicieron que cundiera el pánico.

Mauricio, junto con Guillermo Luis, estaba ya cerca de Hulst, pero el conde de Solms, presionado por los habitantes de la ciudad, ya había ofrecido la entrega de la plaza a los sitiadores. A pesar de todo, Mauricio intentó socorrer a Hulst, pero fracasó ante sus fuertes estructuras defensivas y no tuvo más remedio que retirarse. Los españoles se sorprendieron de que la ciudad aceptara la rendición y el 18 de agosto de 1596 el archiduque Alberto decidió ser muy indulgente con los tres mil soldados supervivientes de la guarnición de Hulst.

Repercusiones

Para el archiduque Alberto de Austria la victoria fue muy costosa: sesenta oficiales y unos cinco mil hombres habían perecido, la mayoría víctima de las enfermedades.10​22​ Hulst fue destruida pues lo españoles le dispararon 3500 balas de cañón.​ Los zelandeses quedaron muy disconformes con la conducta del conde de Solms, quien fue relevado del mando de sus tropas.​ La conquista de la ciudad aseguró que Alberto se ganara el respeto del rey Felipe II, pues había roto una cadena de derrotas españolas en la década previa, tanto en Francia como en Países Bajos.10​19​ La ciudad de Hulst permaneció en poder español hasta el 4 de noviembre de 1645, cuando fue tomada por el príncipe de Orange.

Con esta derrota, la república neerlandesa temió que los españoles asediaran las ciudades de Axel y Biervliet. Sin embargo, Alberto había sufrido muchas bajas entre sus fuerzas y no contaba con tropas suficientes para continuar, por lo que se retiró hacia Flandes, un movimiento del que tuvo noticia la república gracias a la interceptación de una carta al rey Felipe II. Ello alivió a los neerlandeses y además Mauricio pudo contar con las tropas inglesas que acababan de regresar del saqueo de Cádiz. Así, al año siguiente fue capaz de lanzar una exitosa ofensiva en la que derrotó a los tercios españoles el 24 de enero de 1597 en la batalla de Turnhout.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Hoplon » 20 Ene 2018 18:59

Sobre la Grande y Felicísima Armada haría falta un hilo exclusivo, y se quedaría corto: yo siempre he pensado, tal como acredita lo ocurrido a la Contraarmada de Drake, que los medios de la época no permitían operaciones de tal envergadura, simplemente. Podían concebirse pero no rematarse.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 21:06

Al menos creo que queda claro que las cosas no son como nos las han contado ni como lo cuentan los Hijos de la Gran Bretaña, culpa habría para dar y repartir y quedarnos todos con una buena parte, pero es evidente que no se podía luchar con los elementos, no al menos con los medios de los que se disponía entonces.
Sin entrar en temas de capacidad de los capitanes y jefes de escuadra, que ese es otro cantar, pero en fin es lo que hay.

Saludos cordiales
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 23:22

Batalla de TURNHOUT


En la batalla de Turnhout ocurrida en 1597 durante la Guerra de los Ochenta Años las fuerzas holandesas bajo el mando de Mauricio de Nassau derrotaron a la españolas del conde de Varas.

Desde 1568, las Provincias Unidas de los Países Bajos luchaban contra España en la denominada Guerra de los Ochenta Años, para conseguir independizarse de la Corona española.

En 1597, Felipe II de España había logrado una monarquía en unión dinástica aeque principaliter1​ incluyendo a Portugal; en la que el archiduque Alberto de Austria era gobernador de los Países Bajos. Por el contrario, Mauricio de Nassau era estatúder de los Países Bajos.

Preparativos

La ciudad de Turnhout, en Brabante, no estaba amurallada, a pesar de su importancia estratégica en el límite de las provincias del norte de los Países Bajos y las del sur. Jean de Rie de Varas, general de la Artillería en el Ejército de Flandes al servicio de la corona española, guardaba la ciudad. La fuerza bajo su mando estaba compuesta por 4 unidades de infantería, el tercio de italianos Trevico, los regimientos de Valones La Barlette y Hachicourt, y el regimiento alemán Sulz, además de 7 cornetas de caballería, que incluían 3 de jinetes españoles (lanceros ligeros) y 4 de arcabuceros a caballo alemanes. En total una fuerza de aproximadamente 4.000 infantes y 300 de a caballo, que tenían por misión evitar el cobro de contribuciones de guerra por parte de las tropas rebeldes en Brabante.

El 22 de enero Mauricio de Nassau reunió en Geertruidenberg (40 km al norte de Turnhout) un ejército de 6.800 hombres, formado por 50 compañías de infantería y 16 cornetas de caballería; entre éstos, además de holandeses llegados de las guarniciones de Breda, Bergen op Zoom, Nimega y Zutphen, se incluían tropas inglesas enviadas en apoyo de los protestantes por Isabel I de Inglaterra, y mercenarios escoceses.

La batalla

Durante todo el día 23 de enero, el ejército de Mauricio marchó desde Geertruidenberg hasta Ravels, donde acampó a muy poca distancia de Turnhout. A la mañana siguiente fue sorprendido por la inesperada retirada de Varas, que habiendo abandonado Turnhout de noche, retrocedía hacia la ciudad fortificada de Herentals, al sur. Esta retirada se debía a las noticias exageradas que Varas había recibido sobre la fuerza enemiga.

Mauricio, viendo la retirada de Varas, ordenó a sus tropas seguir al ejército español hasta darle alcance. La caballería holandesa, acomapañada de 300 mosqueteros ingleses montados a la grupa, más rápida que la infantería, alcanzó la retaguardia española en Tielen, a media legua de Turnhout. Mientras Francis Vere y Marcellus Bax atacaban la retaguardia, el conde Hohenlohe rodeó y atacó la vanguardia española.

Varas ordenó a su caballería proteger la retirada con una carga, que fue fácilmente rechazada, los coraceros holandeses se mostraron claramente superiores a la caballería española, demasiado ligera.

La infantería, acosada por los mosqueteros ingleses mientras avanzaba en columna de marcha, y viendo la huida de su propia caballería, perdió el ánimo. Los regimientos valones trataron de formar una línea con el flanco protegido por un bosquecillo, pero como vieran a lo lejos aparecer a la infantería holandesa en apoyo de su caballería, su moral se quebró y se dispersaron tratando de cruzar a nado el Aade para llegar Herentals.

El regimiento alemán directamente se rindió en masa al ver aproximarse a la caballería enemiga, y solo le tercio italiano del marqués de Trevico se desplegó en formación de combate para oponer resistencia. Los coraceros holandeses atacaron precedidos por una descarga cerrada de sus pistolas, matando a Varas, que luchaba en la primera línea con los italianos, que se desmoralizaron y, tras ina breve resistencia, se dispersaron.

Después de la victoria, Mauricio renunció a perseguir a las tropas españolas, volviendo a Turnhout que quedó así en manos holandesas. Sin embargo, en pocos días tuvo que abandonar la ciudad ante los refuerzos españoles, el archiduque Alberto de Austria había sacado de sus cuarteles de invierno al tercio español de Velasco y a varias unidades de caballería, que unidos a los supervivientes de la batalla avanzaban contra él. Mauricio, siempre prudente, se contentó con lo hecho y se retiró a Holanda sin presentar batalla.

Siguiendo las costumbres militares de la época, Mauricio de Nassau, tras devolver el cuerpo de Varas, decretó la ejecución de los 500 prisioneros tomados en la batalla si en el plazo de 20 días no fuera satisfecho el pago de un rescate; el archiduque Alberto de Austria recaudó el dinero del rescate entre los habitantes de Brabante, evitando así la muerte de sus soldados.

Consecuencias

La batalla tuvo una gran resonancia en la época por dos razones. Por un lado, demostró la superioridad de la nueva caballería, los coraceros, experimentada por Enrique IV de Francia desde la batalla de Ivry. Los coraceros, como sus antecedentes los reitres, vestían media armadura y estaban armados con pistola y espada, pero ya no empleaban la caracola como táctica, en su lugar cargaban contra el enemigo en densas formaciones (de 8 en fondo) disparando sus pistolas solo en el momento del contacto. Esta táctica, que ya había derrotado a los gendarmes (lanceros con armadura completa) franceses en Ivry, demostró que también era efectiva contra la caballería ligera española.

Por otro lado, los coraceros holandeses, con el apoyo de unos cientos de mosqueteros, habían dispersado un escuadrón de picas enemigo (el del tercio Trevico, el único que formó en defensa) sin ayuda de la infantería pesada propia.

Estas lecciones sobre el valor de los coraceros fueron rápidamente aprendidas y la mayoría de los ejércitos abandonó el empleo de lanceros por esa época. Los españoles, tras la derrota de Nieuwpoort finalmente también sacaron sus conclusiones y en 1603 las unidades de lanceros fueron definitivamente licenciadas en el ejército español.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 23:29

Batalla de NIEUWPOORT


La primera batalla de las Dunas (2 de julio de 1600) [...] es la primera victoria importante del ejército holandés, del que hasta entonces se decía que "no se atrevía a mostrarse en campo abierto", y que únicamente servía para tomar ciudades. Sin embargo, las reformas de Mauricio [de Nassau] le habían convertido en un peligrosísimo adversario, como se vio ese día.

El combate es consecuencia de una maniobra de amplias miras. Los Estados, aprovechando su dominio del mar, deciden llevar a cabo un desembarco en territorio controlado por España. Confían conseguir de esta forma dos objetivos: mantener a Inglaterra como aliada y acabar con las bases de operaciones corsarias que eran Nieuport y Dunquerque. Esperaban contar para, además, con una sublevación general de la población de Flandes, a la que creían reprimida por el yugo español. El 22 de junio, las fuerzas de Mauricio saltan a tierra. Al enterarse de la noticia, el archiduque Alberto, que gobernaba los Países Bajos, parte de Bruselas para hacer frente a la amenaza. Sobre la marcha, pide ayuda a las tropas amotinadas en Diest, que le dan ochocientos infantes españoles y seiscientos caballos, para servir en vanguardia bajo sus propios jefes, formando un escuadrón volante.

El ejército, tras haber andado doce leguas en un día una noche, cae sobre tres pequeños fuertes ocupados por los holandeses. A pesar de que las guarniciones se rinden, los amotinados, "porque deseaban mucho degollarlos y coger el pillaje... les quebraantaron la palabra y les degollaron". Tras ello, prosiguen su avance, topan con Ernesto de Nassau, que avanzaba a su encuentro con dos mil infantes escoceses y zelandeses, cuatro escuadarones de caballería y dos piezas y, sin casia detenersee, les deshacen, no dándoles cuartel. "Los escoceses, en un éxtasis de miedo", a pesar de su bien ganada reputación, se desbandan como los demás. Ni siquiera fue una batalla: "en un momento mataron de mil ochocientos a dos mil hombres, se apoderaron de dos cañones y varias banderas".

Siguiendo la desalada caminata, llegan ante las posiciones de Mauricio. Éste había desembarcado con unos nueve mil infantes, de los que habría que deducir los destacamentos recién batidos, en torno a atres mil caballos y seis piezas. Ha desplegado en la playa, pero la marea creciente le obliga a correr su izquierda, donde se concentra la infantería hasta ocupar una serie de dunas, reforzadas con sendas baterías. Los jinetes, expulsados de su primitiva posición por el agua, forman a la derecha. Por falta material de espacio, las tropas se escalonarán en profunidad.

Cánovas afirma, no sin razón, que era un ejército protestante más que holandés, ya que en él servían, además de holandeses, escoceses, ingleses, alemanes, suizos, franceses y un regimiento de desertores valones [holandeses católicos], que poco antes habían vendido a Mauricio las plazas que les habían sido confiadas. Pero lo mismo se podía decir de sus rivales, que también presentaban tropas de distintas nacionalidades.

Los católicos suman entre nueve y diez mil infantes, menos de mil seiscientos caballos y siete cañones, más los dos cogidos recientemente. Entre los primeros, tres españoles, los de Zapena, Villar y Monroy, así como dos unidades valonas, una italiana y una irlandesa. También, cuatro mil alemanes que marchan a retaguardia y que no participarán en la batalla.

Según algunos, el archiduque toma por sí la decisión de atacar, quizás dolido por las acusaciones por su actuación en el socorro de Amiens. Otros, en cambio, afirman que son los soldados -especialmente los amotinados. quienes "ensorbecidos con este buen suceso (sus anteriores victorias) y llevados de la codicia del pillaje y de la gloria", los que le fuerzan a combatir, mostrándose tan insolentes que los oficiales superiores le aconsejan que "pues eran los soldados los que habían de hacer aquella facción, los dejase".

En cualquier caso, la elección no fue nada prudente, por demasiados motivos: los españoles tenían un flanco expuesto al fuego de la escuadra que había traido el ejército enemigo; las tropas estaban aspeadas tras la marcha forzada empezada esa madrugada, y tendríana que pelear con el sol, y sobre todo el viento de cara. Finalmente, no estaban al completo: casi la mitad de la infantería se hallaba todavía en camino.

El choque inicial se producirá en las vanguardias. A medida que las demás unidades van llegando, irán alimentando el combate [...]. Los tercios, "como si les fuese oigual la muerte o la victoria", "con el mayor fervor y valor que se ha visto, muertos de sed y tan faatigados que parecía casi imposible poder dar paso", cargan frontalmente, jadeando, hundiéndose en las dunas, cegados por el sol y por un viento que les mete la arena y el humo en los ojos, y que apaga la llama de sus mosquetes.

Con los amotinados a la cabeza, dan un primer salto, que la sólida infantería enemiga, apoyada por la artillería, apoyada por la artillería, rechaza. Se reagrupan y lanzan un segundo, sin mejor suerte. Mientras, fuerzas holandesas de caballería han dado una carga por la derecha, que arrolla a los jinetes católicos, pero que es detenida por el fuego de los infantes. Un tercer ataque de éstos, en cambio, les permite apoderarse de una de las alturas, expulsando a los ingleses y frisones. Algunos de ellos, llevados por el miedo, se arrojan a las oloas para escapar. Su jefe, sir Francis de Vere, se ha batido con coraje, recibiendo dos tiros en una pierna, y siendo muerto su caballo. Ante ese revés, la línea holandesa entera vacila. Parecía en ese momento que "todo el ejército, el único ejército de los Estados, estaba perdido, roto, dominado paor el pánico; los gritos de victoria de los españoles sonaban en todas partes".

Éstos hacen un breve alto para tomar aliento. Luego, aunque agotados y diezmados, empiezan el asalto de otra duna defendida por una batería, llegando tan cerca de ésta que, tras un último disparo, está a punto de ser abandonada.

Pero ya es demasiado tarde. Mauricio, "que parecía el único hombre del campo (holandés) no atemorizado", ha aprovechado el mínimo respiro que se le ha concedido. Midiendo perfectamente el tiempo, hace cargar a las únicas fuerzas ordenadas que le quedaban, los regimientos de caballería de Balen, Vere y Cecil. Éstos barren a los jinetes católicos, que en su fuga arrollan a parte de sus propios infantes, dejando aislado al resto. Siguiendo la carga, los caballos caen sobre el flanco de la primera línea católica, que recibe a la vez un contraataque por su frente de la infantería holandesa, reorganizada y apoyada por la artillería que ha vuelto a abrir fuego.

El archiduque, pie a tierra, intenta evitar el colapso. Un enemigo le hiere "entre las sienes y la cabeza", pero "él le mató con la espada de una cuchillada con que le abrió la cara". Sin embargo, los españoles han sufrido pérdidas terribles, incluyendo a dos de los tres maestres de campo, los tres sargentos mayores, treinta y seis capitanes y centenares de hombres. Sus compañeros italianos, que han combatido valerosamente, no están en mejores condiciones. Abandonada y exhausta tras una jornada que ha consistido en una marcha forzada, el encuentro con el destacamento de Ernesto de Nassau y su persecución, además de varias horas de combate en la aarena, bajo el sol de julio, la infantería se hunde.

Las cifras de las respectivas bajas varían considerablemente. Los holandesas se pueden cifrar en torno a los mil setecientos muertos o heridos. El archiduque tuvo alrededor de cuatro mil, incluyendo más de sesenta capitanes y un número desproporcionadamente elevado de españoles, difíciles de sustituir, quedando tanto los amotinados como los teracios "menguadísimos", ya que llevaron el peso del combate. Los irlandeses y los valones, que por estar en segunda línea apenas tuvieron ocasión de batirse, salieron mejor parados, como sucedió a la caballería, a causa de la escasa resistencia que presentó. Entre los capturados estaba el almirante de Aragón, jefe de los jinetes. Un mosquetazo le mató el caballo, que cayó de espaldas sobre él. Más de doscientos prisioneros fueron pasados a cuchillo, en justa represalia por los excesos cometidos por los españoles. Los demás serían rescatados dos años después, mediante el pago de cien mil escudos.

Resulta casi una paradoja que la victoria neerlandesa, a pesar de su importancia táctica y moral, no generó ningún resultado estratégico. En contra de lo previsto, la población civil no se unió a sus pretendidos libertadores contra la tiranía española. Por otra parte, las pérdidas de éstos, lejos de sus bases, habían sido sensibles: "el golpe fue fatal: a fines de mes, Mauricio estaba de vuelta con sus hombres en Zelandia". La invasión había fracasado. Cuatro años después, Spínola comenzaba con la toma de Oestende una serie de campañas victoriosas. Antes de que en 1607 se firme el armistiticio que se consolidará en la Tregua de los Doce Años, conquistará Oldenzaal, Lingen, Wachtendonk, Cracow, Lochem, Groll y Rheinberg.

Nieuport constituyó la primera gran victoria del ejército holandés sobre el español en campo abierto, pese al revés de Tournay. La infantería española seguiría plantando cara y cosechando victorias antre el ejércitoa de los estados hasta la década de los 50 (del siglo XVII).

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 20 Ene 2018 23:53

El Sitio de OSTENDE


El sitio de Ostende fue un asedio de más de tres años de duración en el que los tercios del Imperio español cercaron y conquistaron la ciudad de Ostende (actual Bélgica), defendida por las fuerzas de las Provincias Unidas de los Países Bajos con el apoyo de tropas inglesas, desarrollado en el contexto de la Guerra de Flandes.

El empeño de ambas bandos en la disputa por la única plaza holandesa en la provincia de Flandes, hizo que la campaña se prolongase más que cualquier otra en el transcurso de la guerra, provocando uno de los asedios más largos y cruentos de la historia mundial: más de 100.000 personas resultaron muertas durante el sitio.

Tras la conquista de Ostende por los tercios de Ambrosio Spinola, la ciudad quedó totalmente destruida. Los objetivos españoles de controlar la plaza, con un alto valor estratégico por su situación geográfica dominando el mar del Norte, se vieron frustrados por la conquista holandesa del puerto de La Esclusa un mes antes de la rendición de Ostende. El coste económico de una campaña tan larga y el elevado número de bajas llevaron a los dos bandos en guerra a plantearse la necesidad de una tregua, que se plasmaría cinco años después en la Tregua de los doce años.

Contexto histórico


En 1568, durante el reinado de Felipe II de España, los Países Bajos, hasta entonces bajo el dominio del Imperio español, se alzaron en armas contra la corona española en respuesta a las imposiciones religiosas católicas y las cargas económicas a las que los sometía el imperio, intentando conseguir su independencia en una serie de batallas que constituirían la Guerra de los Ochenta Años o Guerra de Flandes.

En 1601, siendo rey Felipe III y su valido el duque de Lerma, España a pesar de mantener su hegemonía a nivel mundial, se encontraba económicamente debilitada: la quiebra de la Hacienda Real en 1575; la guerra con Francia que duraría hasta 1598; la guerra con Inglaterra librada desde 1585, que incluyó el desastre de la Armada Invencible; las operaciones contra los otomanos en el Mediterráneo; y la guerra de Flandes contra las fuerzas rebeldes de las Provincias Unidas de los Países Bajos hacían que economía de España no diera abasto. Los archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia, cuñado y hermana de Felipe III, gobernaban como soberanos los Países Bajos.

La situación de las Provincias Unidas no era mucho mejor. Después de más de treinta años de guerra, y con el comercio exterior bloqueado por el embargo que España mantenía contra ellas, la flota holandesa4​ intentaba aliviar la precariedad de sus finanzas expandiéndose comercialmente hacia las Indias.

Fundada quinientos años antes, la ciudad de Ostende era a mediados del siglo XVI una villa pesquera de unos 3.000 habitantes. Sólo a partir del inicio de la guerra ganaría importancia por su posición estratégica: situada en la provincia de Flandes Occidental, a orillas del Mar del Norte, fue fortificada por los holandeses entre 1583 y 1590, y convertida en un importante puerto militar. En 1600 el ejército de las Provincias Unidas bajo el mando de Mauricio de Nassau utilizó Ostende como base de operaciones para invadir Flandes, en un intento por conquistar la ciudad de Dunquerque que terminaría con la victoria holandesa en la batalla de Nieuwpoort.

A diferencia de otras plazas de los Países Bajos, que durante la guerra cambiaron de manos varias veces, Ostende nunca antes había sido conquistada por los españoles. Era la única posesión de la república holandesa en Flandes y su captura era una cuestión estratégica para los ejércitos del imperio español. Las provincias holandesas leales a España, molestas por las constantes incursiones hostiles que los corsarios de la flota de las Provincias Unidas hacían contra ellos desde Ostende, ofrecieron financiar el asedio con 300.000 florines mensuales.

Ocupando una superficie de menos de un kilómetro cuadrado, estaba dividida en dos partes, la ciudad vieja junto al puerto y la nueva, ambas separadas por un canal, con puentes que las unían; el conjunto estaba fuertemente amurallado y aislado de tierra firme por terreno arenoso y pantanoso; rodeada por el este por el canal Geule, ancho, profundo y navegable, que servía como entrada para el tráfico marítimo hacia la ciudad; por el oeste por el canal Old Haven, que por su poco calado no era navegable pero tampoco se podía vadear fácilmente (ambos canales servían como fosos defensivos, cuyo nivel de agua podía ser regulado desde las esclusas situadas en la ciudad); por el sur un entramado impracticable de arroyos y pantanos; y por el norte abierta al mar, por donde podía recibir refuerzos y suministros durante la pleamar sin impedimento.

Su conquista no parecía sencilla con los medios al uso en la época: excavación de trincheras y minado subterráneo. Ya en 1587, durante los preparativos de la invasión de Inglaterra por la Armada Invencible, Alejandro Farnesio, gobernador de los Países Bajos en nombre de España, había rechazado la idea de su conquista por considerarla una empresa temeraria.

El asedio


El sitio de Ostende fue una campaña completa dentro de la guerra, que acaparó las energías de ambos bandos en conflicto, extendiéndose por toda la zona geográfica circundante: una sucesión constante de combates terrestres y navales, intentos de asalto y contraataques, obras de ingeniería militar e innovaciones tecnológicas, labores de espionaje y diplomacia, misiones para conseguir apoyo financiero, motines y deserciones de ambos bandos. Tuvo cobertura mediática internacional, espectadores ajenos contemplando el sitio, justificaciones religiosas. Escuela militar de Europa, universidad de la guerra, nueva Troya, gran carnaval de la muerte, fueron algunos de los calificativos que se le dieron.

Fuerzas en combate

Los tercios del Imperio español eran considerados en su época como la élite de los cuerpos militares, que mantuvieron la hegemonía militar española durante el siglo XVI y parte del XVII. La calidad de su organización y la estricta disciplina, que los hacían tan eficientes, no eran obstáculos para que en determinadas circunstancias (retrasos en las pagas o condiciones precarias) sus protestas desembocaran en motines violentos. El número de efectivos en Ostende osciló entre 8.000 y 20.000, relevándose a lo largo del asedio; (esta cifra no incluye los acompañantes no combatientes en la retaguardia: mochileros, criados, prostitutas, comerciantes, etc).

Las fuerzas defensoras de Ostende, parte del ejército de las Provincias Unidas, reorganizado años antes por Mauricio de Nassau, basaba su fuerza en la (aparente) inexpugnabilidad de las fortificaciones de la plaza, la superioridad de los holandeses en el mar y la imposibilidad física de los tercios de cerrar la parte norte de Ostende, por donde durante todo el asedio la ciudad recibió refuerzos y suministros por vía marítima. El número de soldados de la guarnición varió durante la campaña entre 3.000 y 8.000, sin contar el personal civil.

Aunque en ambos bandos la atención sanitaria estaba prevista en los campamentos, con la presencia de barberos, médicos, boticarios y hospitales de campaña, el alto número de heridos después de un combate, desbordando la capacidad del personal médico, hacía que las amputaciones fueran la solución habitual. Las deficientes condiciones higiénicas extendían las infecciones y la peste, causante de mayor número de muertes que los combates.

Espadas, puñales, picas, arcabuces y mosquetes fueron las armas más utilizadas, además de rudimentarios (e imprevisibles) explosivos y granadas de mano y especialmente artillería, de la que se haría un uso intensivo en Ostende.

En el conflicto participaron actores de múltiples nacionalidades: los defensores holandeses contaban con la ayuda de un numeroso contingente de ingleses enviados en apoyo de la causa protestante por Isabel I de Inglaterra, por aquel entonces en guerra contra España, escoceses, flamencos, franceses con el favor de Enrique IV de Francia y alemanes de los principados protestantes.

Por parte de los atacantes, los tercios del Imperio español estaban compuestos por soldados reclutados en todos los dominios de los Habsburgo, castellanos, portugueses, italianos, alemanes, valones, suizos, borgoñones, flamencos leales a España, irlandeses, además de mercenarios de otros países. El papa Clemente VIII también apoyaría la causa católica de los atacantes, enviando dinero y asesores militares.6​ Emanuel van Meteren, cronista del sitio, lo definiría como «una olla podrida de nacionalidades».

El 5 de julio de 1601 entre 12.0007​ y 20.0008​ soldados de los tercios del Imperio español bajo el mando del archiduque Alberto de Austria pusieron cerco a la villa de Ostende. Los defensores contaban con 7.000 u 8.000 hombres, entre ellos 2.000 ingleses. A mediados de julio llegó Sir Francis Vere, militar inglés, héroe de la batalla de Nieuwpoort, designado por los Estados Generales de los Países Bajos para ocuparse de la defensa de la plaza en sustitución del gobernador Charles van der Noot.

Cincuenta piezas de artillería españolas cañoneaban la ciudad, mientras los soldados de los tercios intentaban cegar los fosos para poder vadearlos. El conde de Bucquoy, al mando de las fuerzas sitiadoras al este de Ostende, ante la imposibilidad de hacer lo mismo debido a la corriente del canal Geule, comenzó la construcción de un dique desde su posición hacia la ciudad, donde colocar artillería con la que batir los barcos que entraban y salían por el norte. Estas obras eran constantemente interrumpidas por las crecidas del mar, desarrollándose bajo el fuego proveniente de la ciudad, que seguía recibiendo refuerzos y suministros por su lado norte por vía marítima.

Mauricio de Nassau, al frente del ejército de las Provincias Unidas marchó a socorrer a la ciudad. Contra la opinión de los Estados Generales, que le instaban a enfrentarse a los asediadores y expulsarlos del campo de batalla, consciente de la imprudencia de provocar un ataque directo, optó por recorrer las áreas circundantes, en un intento por bloquear los suministros españoles y desviar la atención de éstos fuera de Ostende. Tomó Rhinberg y Meurs, y en noviembre plantó asedio a la ciudad de Bolduque, que resultó fallido por el socorro de Frederic van den Berg, primo de Mauricio al servicio del archiduque.

Alberto de Austria envió a un espía llamado Coningsby, quien pasó a Inglaterra, consiguió cartas de recomendación para Francis Vere y entró en Ostende al servicio de los defensores; desde dentro informó a los españoles, hasta que fue descubierto y expulsado de la ciudad.

Negociaciones de rendición


En diciembre de 1601 el número de los defensores de la guarnición había bajado a menos de 3.000; de las fuerzas españolas que iniciaron el asedio quedaban menos de 8.000 efectivos. La artillería de los tercios había disparado 163.000 proyectiles dentro de la ciudad y no quedaba dentro de ella ningún edificio sin daños.

El 23 de diciembre, tras cinco meses y medio de asedio y después de dos meses sin recibir refuerzos, enterado Francis Vere de los preparativos de un gran asalto inminente a la ciudad por parte de las tropas españolas, propuso parlamento a los españoles, en una estratagema por ganar tiempo para esperar la llegada de refuerzos; envió a dos de sus capitanes, John Ogle y Charles Fairfax, como rehenes al campamento de los sitiadores, mientras éstos enviaron a Mateo Antonio, intendente general del ejército español, y a Mateo Serrano, gobernador de La Esclusa, al interior de la fortaleza de Ostende para negociar las condiciones de la rendición. El día 25, durante el transcurso de las conversaciones llegaron tres naves con 600 zelandeses como refuerzo a Ostende, tras lo cual Vere rompió las negociaciones.

El 7 de enero de 1602 se produjo el asalto que las fuerzas españolas habían pospuesto durante las conversaciones; después de bombardear intensamente la plaza durante todo el día, aprovecharon la marea baja del atardecer para cruzar los fosos y atacar por los tres flancos posibles: este, sur y oeste. Parapetados tras los amurallamientos de la ciudad, los defensores rechazaron fácilmente el ataque, que se saldó con la muerte de entre 800 y 1.500 soldados de los tercios; aproximadamente otros 2.000 murieron ahogados cuando desde la ciudad abrieron las esclusas que anegaban los fosos.​ Tras el fracaso de este asalto, los soldados de los tercios se amotinaron como protesta por el elevado número de bajas habidas, culpando a sus mandos de haberles llevado a una muerte segura; el archiduque Alberto de Austria hubo de sofocar el motín con el fusilamiento de varios de los participantes.

En marzo de 1602, Francis Vere sería destinado a servir con las fuerzas de Mauricio de Nassau, por lo que su lugar en la defensa de Ostende lo ocuparía el coronel zelandés Frederic van Dorp. En julio de este mismo año Mauricio puso sitio a Grave, tomándola el 18 de septiembre, y continuó su avance por Brabante y Luxemburgo.

Los Spinola

Federico y Ambrosio Spinola, hermanos genoveses, ofrecieron sus servicios al rey de España: Federico Spinola llegó a la corte española en Valladolid, donde Felipe III puso a su disposición seis galeras, con las que marchó a La Esclusa, desde donde hostigó a los holandeses por mar. Posteriormente se le concederían otras ocho, de las que cinco se perderían en el camino desde España, en enfrentamientos con la flota holandesa. Por su parte Ambrosio Spinola, junto con el conde de Fuentes, gobernador de Milán, reclutó 8.000 hombres en Italia, a costa de su propio patrimonio y del crédito concedido por los banqueros genoveses, que partieron hacia Ostende para reforzar las tropas del archiduque.

Motines

La falta de pagas y la escasez de víveres entre los asediadores llevaron a un cuerpo de 3.000 soldados de los tercios italianos a amotinarse; se hicieron fuertes en Hoogstraeten, desoyendo los llamamientos a la disciplina que les hizo el archiduque; alentados por Mauricio de Nassau, se pasaron a las filas enemigas.

Diplomacia

La muerte de la reina Isabel I de Inglaterra en marzo de 1603, y su sucesión por Jacobo I dio lugar a conversaciones diplomáticas en las que tanto los embajadores de España, Juan de Tassis y Acuña y el duque de Frías Juan Fernández de Velasco, como Johan van Oldenbarnevelt al frente de la delegación de las Provincias Unidas intentaron atraer la complicidad del nuevo monarca inglés en el conflicto de Flandes, del que Ostende era el tema central. La respuesta inglesa no se haría efectiva hasta la firma del tratado de Londres de 1604, en el que Inglaterra firmaría la paz con España, comprometiéndose a no prestar ayuda a los rebeldes holandeses. La puesta en práctica de las cláusulas del tratado se llevaría a cabo finalizado el sitio de Ostende.

El mando de Ambrosio Spinola

Tras dos años de campaña, los progresos que las tropas del archiduque habían logrado en el asedio eran escasos: los intentos por cegar el Old Haven por el oeste no habían dado el resultado esperado, y el dique que Bucquoy mantenía por el este no había conseguido detener el transporte marítimo a la ciudad: el puerto seguía recibiendo barcos con tropas de refuerzo y víveres suficientes. Sólo los reductos exteriores habían sido conquistados.

En octubre de 1603, Ambrosio Spinola sucedió a Alberto de Austria en el mando de las fuerzas españolas. Spinola, proveniente de una familia noble genovesa, no tenía ninguna experiencia militar anterior, pero su conocimiento de la teoría militar, su implicación personal en el conflicto y su personalidad carismática, sirviendo como incentivo a las tropas, acelerarían los avances hacia la conquista de la ciudad.

Spinola se centró en atacar la ciudad por la parte oeste y suroeste, paralizando la construcción del dique que las tropas del conde de Bucquoy levantaban en la parte este.

Peter van Gieselles sustituyó a Charles van der Noot en el gobierno de la ciudad a finales de 1603. Entre febrero y marzo de 1604 la ciudad sufrió graves daños a causa de las fuertes tormentas. Muerto en combate van Gieselle en marzo, le sucedió el coronel John van Loon, también muerto cuatro días después por el impacto de una bala de cañón; su sustituto provisional el sargento mayor Jacques de Bievry sería malherido y evacuado a Zelanda. Jacques van der Meer, barón de Berendrecht, sería designado como comandante de la plaza, muerto poco después de un mosquetazo; su puesto sería ocupado por el coronel holandés Uytenhoove quien, malherido, sería a su vez reemplazado por el valón Daniel d´Hertaing.

Sitio de La Esclusa

Mauricio de Nassau y su primo Guillermo Luis de Nassau, al frente de un ejército de 11.000 10​–18.000 11​ hombres penetraron en Flandes en abril de 1604, poniendo sitio a la ciudad de La Esclusa; aunque Luis de Velasco, general de la caballería española, y más tarde el propio Spinola acudieron en su socorro, no pudieron evitar su pérdida; en agosto, el gobernador de la ciudad Mateo Serrano la rindió a los holandeses.

Rendición

El 2 de junio los asediadores de Ostende consiguieron abatir la muralla de la parte sur de la ciudad, para descubrir que durante el asedio los defensores habían levantado otra muralla interior. Parapetados los españoles en la recién conquistada muralla exterior y los holandeses en la interior, arreciaron los combates, ya de por sí intensos.

El 20 de septiembre el gobernador de Ostende Daniel d´Hertaing rindió la ciudad ante las fuerzas de Ambrosio Spinola. Los 3.000 ocupantes de la ciudad fueron respetados y se les permitió marchar hacia Flesinga. En este punto los españoles habían perdido aproximadamente 55.000 hombres en los combates.

[b]Ingeniería militar
Invenciones del arquitecto italiano Pompeo Targone
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Mientras en la toma de otras ciudades fortificadas la costumbre era la excavación de trincheras hacia las murallas y la colocación de minas explosivas bajo éstas, la particularidad del terreno sobre el que se asentaba Ostende, rodeado de fosos y canales, no permitió la aplicación de estas técnicas. Los ingenieros militares de los asediadores se vieron obligados a idear nuevos métodos que facilitaran la conquista. Entre ellos Pompeo Targone, arquitecto italiano al servicio de las tropas españolas, diseñó diversos artefactos a tal efecto

La construcción de los llamados coloquialmente salchichones, estructuras de mimbre rellenas de piedras y tierra que eran hundidas en los fosos por los soldados de los tercios; se utilizaron en la parte oeste de la ciudad para permitir al vado del canal Old Haven.

Al este, el canal Geule, más profundo y caudaloso que el Old Haven, no permitía la técnica anterior; las tropas del conde de Bucquoy, aprovechando las horas de la bajamar, construyeron un dique hacia la ciudad sobre el que montaron piezas de artillería para impedir la entrada de barcos hacia el puerto; sobre el proceso de construcción de este dique escribiría Pompeo Giustiniano:

Primero se clavaban estacas, de 15 pies de largo, a las que luego se ataban otras longitudinalmente mediante cabos fabricados con leños retorcidos, elevándose la obra lo suficiente para que la creciente del agua no la inundase; después se metía dentro mucha arena para resistir el ímpetu del mar. Sobre el dicho dique se levantó también un parapeto de tierra y fajinas de 30 pies de largo, dejándose a la distancia conveniente, cañoneras para meter las piezas de artillería.

Cañones montados sobre barcas que se adentraban en los fosos para bombardear la ciudad desde posiciones más cercanas; este diseño resultaría un fracaso: se hundió en su primer viaje antes de poder realizar el primer disparo.

Puente levadizo móvil, conocido como puente de Targone: el propio Spinola hizo notar que un único proyectil de la artillería holandesa impactando en una de sus ruedas podría inutilizarlo definitivamente.


Los trabajos de los defensores no serían menores: la reparación de las murallas exteriores destruidas por la artillería de los tercios y la erección de la muralla interior requirieron de todos los materiales disponibles. A mediados de 1604, la mayoría de los edificios de Ostende, incluyendo la única iglesia habían sido desmantelados para reutilizar sus piedras y vigas en la reconstrucción de las defensas de la ciudad.

Carro anfibio.

La época, al final del Renacimiento sería propicia para los avances tecnológicos. A la derecha, el «carro a vela», vehículo anfibio diseñado por Simon Stevin, probado con éxito por Mauricio de Nassau en su viaje inaugural en 1602.

Consecuencias

Tras la rendición, los ejércitos españoles encontraron una ciudad completamente devastada. Tres años, dos meses y dos semanas de asedio bajo el fuego casi constante de la artillería, los esfuerzos de los defensores por reconstruir las murallas destruidas a costa de la utilización de los materiales de construcción de la ciudad y las enfermedades sufridas por la población durante el sitio, habían dejado Ostende en unas condiciones lamentables.

A pesar de que las autoridades españolas consideraron la toma de Ostende un éxito militar y lo utilizaron como argumento propagandístico, el tiempo y dinero invertidos en el asedio y el elevado número de bajas hacen posible considerarlo objetivamente una empresa ruinosa (la Hacienda Real española se declararía en quiebra en 1607, en parte por los gastos de la guerra de Flandes). El cansancio económico y militar por un asedio tan largo llevaría a los dos bandos en conflicto a mantener una tregua tácita durante el invierno de 1604–1605, preludio de la tregua de los doce años firmada en 1609.

Las intenciones estratégicas españolas de arrebatar a los holandeses su único puerto militar en la parte occidental del mar del Norte, se vieron compensadas por la conquista por Mauricio de Nassau de la ciudad de La Esclusa, que a partir de ese momento pasó a ocupar el lugar de Ostende como base de operaciones militares navales de los holandeses.

Tras la victoria (20 de septiembre de 1604), Ambrosio Spinola fue nombrado maestre de campo general, mando supremo del ejército en Flandes. Agustín Mexía, castellano de Amberes y quien dirigió las operaciones hasta 1602 con la llegada de Juan de Ribas, quedó como gobernador de Ostende.

El sitio de Ostende está considerado como la campaña militar más larga de la Guerra de los Ochenta Años, y uno de los asedios más largos y cruentos de la historia mundial: durante su desarrollo murieron más de 100.000 personas de ambos bandos, en una cantidad imposible de precisar. A principios del siglo XXI, cuatrocientos años después del sitio, en las obras de acondicionamiento del centro urbano de Ostende todavía seguían apareciendo restos humanos que se atribuyen a las víctimas del asedio.
Diario del sitio de Ostende.

Arte y literatura

La campaña de Ostende tuvo una amplia cobertura en los medios de comunicación de la época. El diario del sitio de Ostende (anónimo), circuló por toda Europa traducido a varios idiomas, a modo de periódico.

Sebastian Vrancx, Cornelis de Wael, Pieter Snayers, Baptiste van Doetecom o Wilhelm Iützenkinchen retrataron en óleos y grabados el asedio.

Floris Balthasar o Joan Blaeu, dibujarían la cartografía del sitio, además de otros. Gabrielle di Philippo Ughi modelaría una maqueta del asedio para Giovanni de Medici.

Henrik van Haestens, Guido Bentivoglio (De la Guerra de Flandes), Emanuel van Meteren (Historia de los Países Bajos), Hugo Grocio (Anales et Historia), fueron algunos de los testigos presenciales que anotaron sus experiencias.

Anecdotario

Según cuenta la leyenda, la archiduquesa Isabel Clara Eugenia prometió no cambiarse de ropa interior hasta que la ciudad de Ostende hubiera sido conquistada. La larga duración del asedio dio lugar a que el color de su ropa se tornara, lógicamente, de blanco a oscuro; desde entonces se suele aplicar el término isabelo o isabelino a las reses o caballerías cuyo color de pelaje oscila entre blanco y amarillo (no es seguro si este término se refiere a Isabel Clara Eugenia o a Isabel la Católica con respecto a la toma de Granada de 1492).

En 1603 los holandeses acuñaron una medalla alusiva al sitio de Ostende con un motivo satírico; en el anverso de la moneda, un zorro, representando a España, mira ansioso a un gallo encaramado a un árbol, que simboliza a Ostende, sin poderlo alcanzar. En el reverso, un plano de la ciudad.

El fuego de artillería contra la ciudad llegó a ser tan intenso que los proyectiles lanzados por los cañones de los tercios quedaban amontonados junto a la parte exterior de las murallas. Los nuevos disparos, cayendo sobre los anteriores, los hacían rebotar como canicas.

Tras la rendición, Spinola y sus lugartenientes celebraron junto a los oficiales de la guarnición defensora un banquete amistoso en reconocimiento al heroísmo y el tesón de éstos durante el asedio.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 21 Ene 2018 14:30

El "paseo" de Carlos de AMEZOLA



Corría el año 1.595 y con él nuestra querida España había dado un ventajoso vuelco a su política en torno a Inglaterra. Cansada de sufrir el acoso de la ralea pirática inglesa, decidió dejar de mesarse las barbas y pasar a la ofensiva. Por aquellos tiempos, en los que no se ponía el sol en nuestro imperio, nuestra querida España estaba inmersa en el cristiano mesester de desmochar ingleses y por ello desde los puertos flamencos, y Dunquerque principalmente, una legión de corsarios al servicio de nuestro monarca no dejaba de acosar a la pérfida Albión. Hay que dejar constancia, que tampoco se quedaban mancos a la hora de importunar a la flota holandesa, a la sazón igualmente enemiga de nuestra querida España.

En esta tesitura nos encontrábamos cuando el 26 de julio de 1.595, zarpan del puerto de Blavet cuatro galeras, "Capitana", "Patrona", Peregrina" y "Bazana", pertenecientes a las Galeras de la Guarda de la Costa de Bretaña y reforzadas con infantes y arcabuceros. Su destino no era otro que tocar un poco las narices a la reina virgen, que por su calificativo quizás no permitiera que le tocaran otras cosas, atacando por sorpresa las costas de Inglaterra.

Como decíamos la expedición zarpa de Blavet el 26 de julio de 1.595 en dirección al puerto francés de Penmarch en donde obtienen 3.000 ducados que se utilizarán en adquirir víveres y pertrechos. El 2 de agosto, avistan a las 8 de la mañana las costas de Cornwall después de navegar sin contratiempo las 100 millas que separaban a ambas costas y en apenas 24 horas de navegación favorable.

Efectuada la aproximación a la costa, ponen pie a tierra 400 arcabuceros y algunos piqueros, en la bahía de Mounts, entre los cabos Lands End y Lizard. Formando un escuadrón con una vanguardia y dos mangas de arcabuceros, enfilan la población de Mousehole, mientras que tres de las cuatro galeras lo cañonean para poner en fuga a las gentes que trataban de defenderlo. La cuarta galera, "La Peregrina" estaba guardando las espaldas del pequeño ejército español por si navíos enemigos, ingleses por más señas, osaban mostrar su pabellón y los aceros. Después de esta población cayeron también Newlyn, Saint Paul, Church Town y posiblemente otras villas cercanas.

Esta pequeña expecición además, consigue rendir el fuerte inglés de Penzance, defendido por alrededor de 1.200 hombres entre soldados y lugareños...sin sufrir una sola baja y poniéndo en fuga a tan gallarda y valiente oposición. Al día siguiente, 4 de agosto, después de pernoctar en las galeras, desmontar la artillería del fuerte y traspasarla a las galeras y de incluso celebrar una misa, los soldados españoles tienen noticia que, como los 1.200 ingleses no han bastado para parar los pies a 400 de los nuestros, los súbditos de la reina virgen preparan una fuerza de 8.000 hombre además de la salida de la flota amarrada en Plymouth. Los españoles piensan en combatir atrincherándose en el fuerte recientemente conquistado, pero se percatan de la debilidad de las defensas y los muros y optan por abandonar sus correrías en tierras de Cornwall. Para ello tienen que burlar no solo al ejército inglés, cuyas vanguardias se aproximan, sino a la flota inglesa salida de Plymouth para darles caza.

Nuestros compatriotas no solo reembarcan con la celeridad y buen tino que les libra del ejército inglés, sino que además durante la noche burlan a los primeros barcos ingleses que habían acudido para darles escarmiento, sino que el día 5, con el alba y quizás con fuerte viento de poniente, encontraron una flota holandesa de alrededor de 46 bajeles de unos 200 toneles de porte, todos además artillados e incluso protegidos por cuatro buques de guerra de la misma nacionalidad, que les corta el paso.

Lo normal, habría sido escabullirse entre las brumas y nieblas de aquellos mares, pero los españoles quizás algo contrariados por no haber podido despacharse a gusto con unos cuantos ingleses más, deciden que verdes las han segado y que tendrán que ir a por ellos si quieren que se rindan. "Pardiez, no sería de caballeros que el cacareo de una gallina luterana nos haga temblar. Cargad pues los cañones."

Dicho y hecho. Se entabla combate y contra todo pronóstico, no solo pasan entre esa flota, sino que dos bajeles holandeses son enviados al fondo y otros dos seriemente dañados, hasta el punto que debieron ser abandonados por sus tripulaciones. A cambio, los españoles dejan 20 muertos y dos galeras con numerosos impactos, aunque a flote y con el pabellón en alto.

Por fin, después de vencer al inglés y al holandés, el día 10 de agosto, quince después de la partida, las cuatro galeras, hacen su entrada de nuevo en Blavet.

Quien fue el capitán de tal expedición, se preguntarán vuesas mercedes, después de leer tan buen suceso. Pues, un brioso capitán, vive Dios que sirvió a las órdenes de Diego Brochero e hizo muchas veces a bordo de las galeras de Su majestad, el corso contra los herejes ingleses, un tal Carlos Amézola.

¿Tendrá alguna calle o plaza este marinero español?

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