HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

La historia se escribe con fuego: todo sobre operaciones militares, tácticas, estrategias y otras curiosidades
Brasilla
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 09 Feb 2016 20:54

SITIO DE CIUDAD RODRIGO

El sitio de Ciudad Rodrigo de 1810 fue una batalla por la conquista del municipio salmantino homónimo entre los invasores franceses y los defensores españoles. Esta batalla se encuadra dentro de la serie de batallas que se dieron durante la Guerra de la Independencia Española.

La batalla se produjo entre el 26 de abril y el 9 de julio de 1810. 65 000 franceses lucharon contra una guarnición de 5500 españoles que defendía la ciudad; los franceses estaban comandados por el mariscal de campo Michel Ney mientras los españoles eran dirigidos por el también mariscal Don Andrés Pérez de Herrasti.


El VI Cuerpo de Ney incluía la 1.ª División de Jean Marchand (6500 hombres), la 2.ª División de Julien Mermet (7400), la 3.ª División de Louis Loison (6600), la brigada de caballería ligera de Auguste Lamotte (900), la brigada de dragones montados de Charles Gardannes y 60 cañones.

Por su parte Herrasti comandaba 5500 hombres formados por 3 batallones de regulares de Ávila, Segovia, el 1.er Regimiento de Infantería de Mallorca, 375 artilleros, 60 zapadores, 3 batallones de Voluntarios de Ciudad Rodrigo y una batallón de la Guardia de la ciudad.

Los 5500 defensores españoles establecieron una defensa valiente. Sin embargo la artillería francesa pudo abrir una brecha en las murallas. Finalmente la infantería tomó la ciudad al asalto y la saqueó. Los españoles sufrieron 461 muertos y 994 heridos mientras 4000 hombres y 118 cañones fueron capturados. En las tropas francesas 180 soldados murieron y más de 1000 fueron heridos durante el sitio.

El sitio retrasó más de un mes la invasión de Portugal del mariscal francés André Masséna. La siguiente acción del ejército francés fueron el sitio de Almeida y la batalla del Côa. El segundo sitio de Ciudad Rodrigo ocurrió en enero de 1812.

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Marco Tulio Cicerón.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 09 Feb 2016 20:58

2º SITIO DE CIUDAD RODRIGO

El asedio de Ciudad Rodrigo de 1812, fue un asedio por la conquista de la ciudad del mismo nombre, entre franceses y aliados, este asedio se encuadra dentro de la serie de asedios que se dieron durante la Guerra de la Independencia Española. El ejercitó anglo-portugués, comandado por Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, tomó la ciudad donde estaba la guarnición francesa bajo el mando del brigadier general Baron Barrié el 20 de enero de 1812, tras el sitio que había comenzado el 7 de enero.

Previamente, los franceses habían tomado la ciudad a las fuerzas españolas tras el primer sitio de Ciudad de Rodrigo en 1810.

Como parte de su estrategia en la Guerra de Independencia, el Mariscal Auguste Marmont ordenó enviar 10.000 hombres al mariscal Suchet para ayudarle a conquistar Valencia y 4000 como refuerzo. Cuando Wellington recibió noticias que el Ejército francés de Portugal de Marmont había enviado fuerzas al este, se fue a Ciudad Rodrigo e inició el asedio el 8 de enero.

Ciudad Rodrigo era una fortaleza de segunda clase con murallas de 10 metros de alto construidas de «mala mampostería, sin flancos, con parapetos débiles y terraplenes débiles». Una colina cercana conocida como «Gran Tesón», de una altura de 180 metros, dominaba la ciudad. Los franceses construyeron una fortaleza adicional en ese lugar. La defensa francesa, compuesta por 2.000 hombres, incluía batallones del 34º Regimiento Ligero y el 113º Regimiento de Infantería, una sección de zapadores, 167 artilleros y 153 cañones. Era demasiado débil para poder defender la fortaleza.

El 8 de enero, la División Ligera tomó el Tesón Grande y empezó a cavar posiciones para las baterías. El Convento de Santa Cruz fue conquistado el 13 de enero por la Legión alemana del Rey y una compañía del 60º. El convento de San Francisco cayó el 14 de enero. Las baterías abrieron fuego el 14 de enero, incluyendo 23 cañones de 24 libras y cuatro de 18 libras. En cinco días, pudieron abrir dos brechas en las murallas. Wellington ordenó el asalto la noche del 19 de enero.

La 3ª División del General Thomas Picton entró en la brecha más grande situada en el noroeste de la muralla cercana a la catedral, mientras que la división ligera de Robert Craufurd penetró por la brecha del norte. Durante el sitio, Craufurd fue herido muriendo días después. La Brigada Portuguesa realizaría ataques de diversión en la Puerta de San Pelayo en el este y a través del río Águeda en el sur.
Resultado

El Ejército francés de Portugal perdió sus armas de asedio, incluidos 153 cañones. Irónicamente, el mariscal francés Suchet capturó Valencia antes que los refuerzos de Marmont llegasen.

La captura de Ciudad Rodrigo abrió un pasillo en el oeste de España que permitió a Wellington proceder a la captura de Badajoz.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 09 Feb 2016 21:01

SITIO DE TORTOSA

El sitio de Tortosa se libró durante la Guerra de la Independencia Española. Enfrentó a los ejércitos Español y Francés, con triunfo para los franceses, y supuso una victoria importante, de cara a la posterior conquista de Valencia. Tuvo lugar entre diciembre de 1810 y el 1 de enero de 1811.

El nombre de Tortose figura grabado en los muros exteriores del Arco de Triunfo de París.

Ocupada Reus (febrero de 1809), Gerona (diciembre de 1809) y Lérida (mayo de 1810).

En el momento del asedio la guarnición de Tortosa tenía entre 8000 y 9000 hombres entre tropa y voluntarios. La ciudad tenía en aquellos momentos de 10 a 12 mil habitantes.

Bloqueada la plaza desde el 4 de julio de 1810 con la aparición de la división de Laval1 en la ribera derecha del Ebro, se iniciaron los primeros enfrentamientos.

El sitio del general Louis Gabriel Suchet (1770 - 1826) empezó el 15 de diciembre de 1810. Tras intensos bombardeos la noche del 1 de enero, los franceses abrieron brechas en la muralla. Entonces la ciudad capituló y firmó la rencición delante del III Ejército napoleónico que entró victorioso el 2 de enero de 1811. Durante el periodo de enfrentamiento hubo más de un millar de muertos por contra de algunos centenares entre las tropas francesas. Se hicieron miles de prisioneros.

Meses más tarde fue el turno de la ocupación de Tarragona (28 de junio de 1811), de Sagunto (25 de octubre de 1811) y de Valencia (14 de enero de 1812).

Al comienzo de 1812 Napoleón annexó de hecho el Principado de Cataluña a Francia. El territorio de Cataluña se dividió en cuatro departamentos. Tortosa se convirtió en cabeza de distrito (Sous-Préfecture de Tortose) del Departamento de las Bocas del Ebro que tenía a Lérida como capital.

La ocupación francesa se mantuvo hasta la evacuación de la ciudad del 18 de mayo de 1814.

De aquellos hechos surgieron héroes3 y relatos populares como el Milagro de la Bomba de la Real Capilla de la Virgen de la Cinta (Catedral de Tortosa; 30-12-1810).

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 09 Feb 2016 21:27

BATALLA DE TALAVERA

La batalla de Talavera tuvo lugar en las inmediaciones de Talavera de la Reina (Toledo, España) el 28 de julio de 1809 y enfrentó a los ejércitos aliados (Reino Unido y España) contra los ejércitos napoleónicos de Francia.

Una vez expulsado el ejército de Soult de Portugal, Wellesley (futuro duque de Wellington) acude a petición de la Junta de Defensa española para colaborar en la lucha contra las tropas napoleónicas, concretamente para ayudar a vencer al ejército del mariscal Victor, concentrado en la ciudad de Mérida.

La reunión de Wellesley con el General Cuesta para establecer un plan común de acción no sale todo lo bien que ambos hubieran deseado, ya que entre ellos surgen numerosas disputas y desacuerdos en la forma de llevar a cabo los movimientos.

Mientras tanto, Victor traslada a sus hombres hacia Talavera, donde el rey José Bonaparte, al mando de la mayor parte del ejército de Madrid se dirige en su auxilio y a quienes se une también el general Sebastiani que observaba los movimientos del español Venegas por La Mancha.

Pese a todo, Wellesley y Cuesta logran alcanzar un mínimo acuerdo y el 20 de julio juntan sus ejércitos en Oropesa, a unos 40 km al oeste de Talavera de la Reina.

El día 27 de julio, el ejército aliado ya estaba posicionado unos kilómetros al oeste del río Alberche. Las tropas francesas al mando de Victor, sin esperar la llegada de José Bonaparte y Sebastiani, atravesaron el río Alberche a mediodía de ese mismo día 27 de julio, pillando desprevenida a una brigada inglesa con quienes se encontraba el propio Wellesley, en posición avanzada de observación. Éste estuvo a punto de ser hecho prisionero, salvándose en última instancia al poder subir a un caballo y huir a galope tras sus líneas.

En preparación del ataque inminente, el ejército aliado toma posiciones entre el Tajo y el Cerro de Medellín, situándose esa noche los españoles a la derecha junto a la ciudad de Talavera, formando tres líneas y convirtiéndose en la parte más fuerte de la línea defensiva, y los ingleses a la izquierda, ocupando el cerro y situando en el centro de las líneas un refugio artillado.

Justo en frente del cerro de Medellín se encuentra el cerro del Cascajal, que pronto se convertirá en el centro de la posición francesa, y separando ambas alturas se extiende un amplio valle de más de un kilómetro de anchura con un pequeño riachuelo, llamado arroyo de la Portiña, discurriendo por él.

Envalentonado por este primer escarceo y sin importarle lo avanzado de la noche, a las 22:00 horas Victor lanza la división Ruffin al ataque contra las posiciones del Cerro de Medellín. El asalto por las empinadas pendientes se hace a bayoneta calada contra la defensa dirigida por Hill, dominando la posición y expulsando a los ingleses de la altura. Rehechas las líneas inglesas, contraatacan de nuevo el cerro, reconquistándolo a los franceses.

Por parte francesa, el rey José Bonaparte y el general Jourdan preferían esperar la llegada de los refuerzos solicitados a Soult, quien se encuentra en camino desde Salamanca, pero instados por el general Victor comenzaron el ataque. El asalto por sorpresa de los franceses se inició de madrugada sobre las posiciones inglesas situadas en el Cerro de Medellín, quienes aguantaron los ataques tras haber reforzado su flanco izquierdo con la caballería española del duque de Alburquerque y la 5.ª división española de Bassecourt.

Visto el escaso éxito del ataque, José Bonaparte se reúne con Victor, Sebastiani y Jourdan para decidir si retirarse o continuar. Tras una larga deliberación y después de saber que Soult no llegaría a Plasencia hasta primeros de agosto y que además Venegas avanzaba hacia Toledo y Aranjuez con el ejército de La Mancha, se opta por seguir el criterio de Victor y continuar la batalla.

Mientras tanto, Wellesley aprovecha este descanso para reforzar sus posiciones y pedir al general Cuesta cuatro piezas de artillería de mayor calibre que las suyas para sustituir algunas pérdidas en la anterior refriega.

Hacia mediodía Jourdan ordenó bombardear el cerro con los cañones que se encontraban en la cercana colina del Cascajal, pero el pequeño calibre de éstos logró hacer poco daño en las filas inglesas. Es entonces cuando se ordena el ataque simultáneo de la infantería francesa contra las posiciones defendidas por los británicos. Tras una agotadora lucha, sostenido fundamentalmente por el regimiento n.º 45 de Infantería al mando de William Guard, sobre las 17 horas el ejército francés es repelido de sus posiciones dejando tras sí numerosas bajas (7000 en el bando francés, más de 5000 en el inglés y 1200 en el español).

Durante el resto de la tarde, y ante la tranquilidad de la situación, el ejército aliado se dedica a restablecer sus líneas y prepararse para pasar la noche y continuar batalla al día siguiente. Al amanecer del 29 de julio, los aliados observan sorprendidos que el ejército francés se ha retirado dejando a los aliados solos en el campo de batalla.

A pesar de la victoria y desoyendo la opinión de Cuesta de atacar a los franceses replegados ahora en Cazalegas, Wellesley, en vista de la inminente llegada de Soult con su ejército y temeroso de verse cortado de su base de operaciones en Portugal, decide una rápida retirada por Extremadura hacia la frontera, encargando a las tropas españolas la protección de su retaguardia y dejando abandonada la ciudad el 4 de agosto.

El 8 de agosto, el ejército de Soult se encontraría con el español, que cubría la retaguardia de Wellesley, en la batalla de Puente del Arzobispo. Por los méritos de la batalla Wellesley recibiría los títulos de Vizconde de Wellington y Vizconde de Talavera de la Reina. Por su parte, la Junta Central de Defensa concedió a Cuesta la gran cruz de la Orden de Carlos III.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 09 Feb 2016 21:30

BATALLA DE TAMAMES

La batalla de Tamames (18 de octubre de 1809) fue una victoria española sobre las tropas de ocupación francesas junto a esta localidad salmantina, en el transcurso de la Guerra de Independencia Española.

En el otoño de 1809, tras la expulsión de los mariscales Soult y Ney de Galicia, Salamanca se hallaba bajo ocupación francesa, con el general Jean Gabriel Le Marchand al mando del IV cuerpo francés por ausencia de Ney. El llamado Ejército de la Izquierda, comandado por el Duque del Parque se encontraba en las inmediaciones de Ciudad Rodrigo.

Del Parque decidió avanzar hacia Salamanca y situó sus tropas en las inmediaciones del pequeño pueblo de Tamames, a 55 kilómetros de la ciudad, al pie de la pequeña sierra a la que da nombre. Marchand, al percatarse de las intenciones de los españoles, salió al encuentro de su ejército.

Con el pueblo de Tamames en una zona intermedia entre las tropas españolas y francesas, Marchand se lanzó al ataque, formando tres columnas y concentrando el grueso de sus fuerzas en el flanco izquierdo. El combate comenzó mal para los españoles, debido a la maniobra poco hábil de su caballería. Una batería española de 7 piezas fue tomada por la caballería francesa, pero retomada por la infantería española a la bayoneta.

Mientras el contrataque español hacía retroceder a los franceses, la fuerzas guarnecidas en Tamames desbarataron el flanco derecho francés. En vista del rechazo de su ofensiva y las cuantiosas bajas producidas, Marchand emprendió la retirada.

Le Marchand creyó prudente replegarse sin plantar más batalla hacia Salamanca, plaza que poco después de vio obligado a abandonar al ser informado de que las tropas españolas se dirigían a la ciudad. El 20 de noviembre el Duque del Parque entró en la ciudad como parte del plan para liberar Madrid con un doble ataque desde el sur y el noroeste.

Sin embargo, el día antes las tropas de Juan Carlos de Aréizaga sufrieron una calamitosa derrota ante Soult en la batalla de Ocaña. El 24 de noviembre el Parque abandonó la ciudad, siendo interceptado por las fuerzas del propio Marchand, que se tomó cumplida venganza por su derrota en Tamames en la batalla de Alba de Tormes.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 09 Feb 2016 23:48

BATALLA DE SOMOSIERRA

La batalla de Somosierra fue un enfrentamiento entre las tropas españolas y las fuerzas francesas del Grande Armée de Napoleón durante la Guerra de la Independencia Española. La batalla tuvo lugar el 30 de noviembre de 1808 en el puerto de Somosierra, en la sierra madrileña de Guadarrama. Se la considera el mayor éxito de la caballería polaca de todos los tiempos.

Durante su avance hacia Madrid, las fuerzas de Napoleón se vieron bloqueadas en el valle de Somosierra por unos 9000 españoles, procedentes de algunas divisiones de los ejércitos de Extremadura, Andalucía y Castilla, recién incorporados al Ejército del Centro y bajo el mando del general San Juan.

Para defender Madrid ante el avance de los 45 000 hombres del Grande Armée, la fuerza armada más poderosa del mundo, el militar encargado con la defensa de Madrid, el general Eguía, disponía de unos 21 000 hombres con poca experiencia o disciplina. Eguía envió a San Juan al mando de unos 12 000 hombres al puerto de Somosierra, la entrada más directa a Madrid. A su vez, San Juan envió a 3000-3500 hombres a Sepúlveda, a 30 kilómetros de Somosierra, y estableció otra barricada, formado por unos cientos de milicias en Cerezo de Abajo, a unos 10 km de Somosierra. A lo largo de un camino ascendente habían sido situadas cuatro baterías de cuatro cañones de 12 libras cada una para batir a la infantería francesa durante el ascenso hacia el puerto de montaña. Por otra parte, Eguía envió unos 9000 hombres del Ejército de Estremadura, bajo el general Heredia, a proteger el puerto de Guadarrama, unos 100 kilómetros al oeste, otra eventual vía del Sistema Central por la que Napoleón podría avanzar hacia Madrid.

Napoleón ordenó al mariscal Victor, al mando de la vanguardia que atacara el puerto al amanecer del día 30. La mañana trajo una densa niebla que no se levantaría hasta mediodía. El desigual duelo artillero que se trabó en las primeras horas de la batalla puso de manifiesto que el fuego francés de contrabatería era algo completamente ineficaz a la hora de tomar la posición española. Las baterías españolas, además de bien servidas, eran muy superiores en alcance y potencia a sus contrapartes francesas, que solo contaban con artillería de campaña de un calibre de 6 y 8 libras. No obstante, la posición de las baterías españolas no se había protegido por obras, tierra, parapetos, caballos de frisia, cestones, ni ninguna otra previsión que pudiera estorbar un avance directo y decidido hacia ellas, lo que luego se demostraría clave en el desenlace de la batalla.

Ante las evidentes dificultades al flanqueo de la posición gracias al buen trabajo de la infantería española, apoyada por guerrillas y milicias, Napoleón, impaciente, ordenó avanzar por el estrecho desfiladero a sucesivas columnas de infantería de línea, que fueron martilleadas por el constante fuego de las baterías españolas causando la metralla una auténtica carnicería que obligó a retroceder una y otra vez a los regimientos de línea franceses. El estrecho puente que necesariamente tenían que cruzar los franceses antes de poder desplegar sus regimientos en línea de fuego hacía muy dificultoso el avance bajo el fuego de la artillería española. Decididamente San Juan había elegido un terreno excelente para plantear una batalla defensiva. La jornada avanzaba, eran las 11 de la mañana y al levantar la niebla Napoleón constató lo difícil y costoso que estaba resultando el ataque. Como era típico en él, ordenó otro ataque frontal, en este caso una carga a la compañía de Cazadores a Caballo que le acompañaba como escolta. Esta carga fue deshecha por la artillería española a poco de comenzar, con grandes pérdidas. Es entonces que al parecer se recurrió al Tercer Escuadrón del Regimiento de Caballería Ligera Polaca de la División de Caballería de Lasalle, ese día de servicio junto al emperador. Eran 150 jinetes liderados por Jan Kozietulski, que recibieron la orden de tomar a toda costa las posiciones fortificadas de artillería española. Napoleón dio la orden a pesar del distinto parecer de sus asesores, que juzgaban imposible tomar la posición con una carga directa. Los polacos, deseosos de demostrar su valía ante el emperador, se lanzaron a la carga a través del puente, y después por un camino ascendente de fuerte pendiente. A pesar de la pérdida de dos tercios de los jinetes, éstos consiguieron que los españoles perdieran su posición defensiva y les obligaron a retirarse del paso con ayuda de la División de Dragones de La Houssaye, que cargó en apoyo de los polacos.

Se cuenta que fue tal la proeza que la caballería polaca llevó a cabo aquel día que el propio Emperador impuso al oficial al mando de la misma la Orden de la Legión de Honor en el mismo escenario del combate, e incluso hoy el lugar de la batalla es recordado con una placa conmemorativa colocada por la República de Polonia y por otra placa que recuerda a todos los caídos en esta batalla, españoles y polacos, en la ermita de la Soledad, que hoy se levanta en el lugar donde concluyó la batalla con la clamorosa victoria francesa.

Desde el punto de vista del análisis de la táctica militar, es difícilmente comprensible que el ejército español perdiera de esa forma una batalla en una posición tan ventajosa. La carga suicida de la caballería polaca (posteriormente lanceros, pero entonces todavía armados con sables) contaba con pocas posibilidades, a poco que la posición se hubiera apoyado algo más decididamente con defensas pasivas, unidades de infantería de línea o unidades ligeras de caballería. Según testimonios de los jinetes, aun a pesar de que la carga alcanzó las piezas de la primera batería, los polacos dudaban de continuarla al comprobar el coste en vidas que habían tenido que pagar y lo terrible de la carnicería. No obstante, los supervivientes dijeron que la alocada huida de los españoles les animó a proseguir hasta que, sorprendidos, se vieron dueños de toda la posición artillera. Sin duda, las tropas españoles que fue desplegado en Somosierra no era el mismo de la jornada de Bailén, y se ha comprobado que en gran medida estaba compuesto de soldados sin la debida instrucción y de voluntarios: San Juan disponía de seis batallones de tropa regular, dos batallones de milicias y siete batallones de hombres de alistamiento. Igualmente, la moral de los españoles estaba bajo mínimos debido a la escasez de medios, las derrotas de fechas recientes, el aura de la presencia de Napoleón en persona y la desunión del mando propio. Muchos factores que influyeron en que una acción con tan pocas probabilidades acabara teniendo tan rotundo éxito. No obstante, ni siquiera estos factores eximen de responsabilidad a los mandos españoles, que con mayor previsión habrían podido evitar una acción que no volvió a intentarse en la historia militar hasta la batalla de Balaclava en 1854, donde a pesar de lo épico de la carga de caballería británica, la lógica se impuso y esta no tuvo éxito.

Por la parte francesa, la medida puede considerarse igualmente precipitada pues lo más probable es que aumentando la presión sobre los flancos españoles, estos habrían terminado por ceder ante las más numerosas y más disciplinadas fuerzas francesas. Pero Napoleón era impaciente por naturaleza y ante todo no deseaba prolongar la batalla ni mucho menos permitir que la llegada de la noche permitiera a los españoles reforzar la posición.

Ya desde el mismo siglo corrían diferentes versiones sobre lo ocurrido allí como se refleja en los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 09 Feb 2016 23:51

TOMA DE MALAGA EN 1810


El 5 de febrero de 1810 un contingente de tropas francesas y polacas se enfrentó a soldados y civiles de la ciudad de Málaga, en el marco de la invasión napoleónica de España. Tras la batalla, la ciudad quedó sometida a las tropas imperiales de Napoleón.

Tras haber sido repelidas en la batalla de Bailén en 1808, a principios de 1810 las tropas napoleónicas vuelven a entrar en Andalucía. El general Horace Sebastiani de la Porta, al mando del 4º Cuerpo de Ejército francés, entra en Granada el 28 de enero y pocos días después, el 2 de febrero, en Antequera.

La Junta de Málaga parece dispuesta a seguir el ejemplo de otras ciudades de Andalucía para rendir la ciudad sin ofrecer resistencia evitando males mayores. Sin embargo, una revuelta contra la Junta dirigida por el Coronel Abello, el Padre Berrocal, los hermanos San Millán y otros da como resultado el nombramiento del primero como Capitán General, organizando una pésima defensa.

El enfrentamiento se produce en Teatinos tras el fracaso de la artillería española en el fuerte de la Boca del Asno. Durante dos horas la Guardia de Honor de Málaga resiste a los 2500 jinetes del general Milhaud, entre los que se encuentran los lanceros polacos.

Hacia las cuatro de la tarde sólo aguanta una de las piezas de artillería malagueñas. Abello huye y para las cinco los defensores tienen que retirarse. Con el camino libre, la infantería y la caballería galas entran por la actual calle Mármoles. Una columna de jinetes avanza por la Cruz de Humilladero y un tercer contingente penetra en la ciudad por la playa. Los enfrentamientos se reanudan en las calles de la ciudad, pero la heroica resistencia de los soldados y civiles malacitanos es inútil. La ciudad es saqueada y tomada con violencia.

Tras la derrota el general Sebastiani impuso una multa de 12 millones de reales a la ciudad por ofrecer resistencia. La ocupación francesa duró dos años, hasta la evacuación napoleónica el 27 de agosto de 1812 por no poder resistir más debido a las acciones del ejército del general Ballesteros y la victoria aliada en la batalla de Arapiles.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 00:15

BATALLA DE TUDELA

La batalla de Tudela fue un enfrentamiento bélico de la Guerra de la Independencia Española disputado en los alrededores de dicha ciudad el 23 de noviembre de 1808. El resultado del combate fue la completa victoria francesa, al mando del Mariscal Lannes, sobre las tropas españolas, mandadas por el General Castaños.

Cerca de 33 000 soldados y milicianos españoles intentaron cercar a los 30 000 franceses de Lannes, pero fueron severamente derrotados. Las bajas españolas se calculan en torno a los 4000 muertos y 3000 prisioneros, mientras que por parte francesa no llegan a 600 los muertos y heridos.

Esta es una de las batallas cuyo nombre fue grabado en el Arco de Triunfo parisino.

Parte francesa
Comandantes franceses

Jean Lannes, Duque de Montebello (1769–1809), Mariscal de Francia en 1804; combatió en: Arcole, Aboukir, Egipto, Marengo, Austerlitz, Jena.
François Joseph Lefebvre
Michel Ney, Duque de Elchingen, Príncipe de Moscú (1769–1815), Mariscal de Francia en 1804. En realidad, se mantuvo al margen, esperando órdenes para participar.

Unidades del ejército

Divisiones de infantería:

Lagrange
Legiones del Vístula
Maurice Mathieu
Morlot
Grandjean
Y los 14º, 27º, 44º, 50º, 114º, 115º, 116º y 117º Regimientos de línea

Caballería formada por:

Lanceros polacos
1.er Regimiento Provisional y el 3.er Escuadrón de marcha de Coraceros
Húsares provisionales
Dragones
Caballería ligera del General Colbert

Parte española
Comandantes españoles

Francisco Javier Castaños
José de Palafox y Melci (reserva)
Mariscal Juan O'Neylle
Pedro Agustín Girón
Mariscal Lapeña
General Grimarest

Unidades del ejército

Batallones Caro y Pinohermoso
División Roca
4.ª división del Mariscal Lapeña
5.ª división del General Castaños
3 divisiones al mando del General Grimarest
División del mariscal de campo don Felipe Saint-Marcq1
Regimiento Sicilia Nº 672
Regimiento Saboya


Es la zona comprendida entre Tudela y los montes cercanos que se encuentran a su poniente, el frente español sería: cerro de Santa Bárbara, Tudela, Torre Monreal, Santa Quiteria, Cabezo Maya, cerro donde se encontraba la ermita de San Juan de Calchetas, y las poblaciones de: Urzante (desaparecida), Murchante, Cascante. Y como foso natural entre los franceses y los españoles está el río Queiles, afluente del Ebro.

Los franceses avanzaron desde los montes que se encuentran enfrente de las líneas españolas, los Montes de Cierzo, hacia las tropas españolas (éstas estaban parapetadas), no fue una batalla a campo descubierto.

Quedaba por aniquilar la derecha española, el ejército de Castaños que llamaban «del Centro» y que unido al de reserva de Palafox ocupaban con el primero Calahorra y a la derecha del Ebro hasta cerca de Lodosa, y el segundo la línea del Arga y confluencia del Aragón, frente a Falces, Peralta y Milagro, donde estaban situadas las fuerzas de Moncey.

Napoleón ordena el 18 de noviembre a Jean Lannes que avance hacia Tudela con el siguiente plan: el 21 a Lodosa, el 22 a Calahorra y el 23 a Tudela. Cuando llega a Logroño, ordena a Moncey que atraviese el Ebro por Lodosa para juntarse con él y unir las fuerzas. Una vez en Lodosa, organiza las fuerzas de las que dispone.

Mientras el enemigo organizaba su ofensiva tan rápida y cautelosamente, nuestros ejércitos del Ebro se encontraban en las peores condiciones para aspirar a la victoria. «Ni por su calidad, ni por su fuerza pueden competir con las aguerridas y numerosas tropas del enemigo», esto en cuanto a las tropas, por lo que hace a los jefes entre Castaños y Palafox había grandes desavenencias: no lograban ponerse de acuerdo en las operaciones. Palafox, orgulloso por la defensa de Zaragoza, se creía tanto o más que su compañero.

Castaños había reclamado el mando único a la Junta Suprema Central que ésta tarda en otorgarle. Cree que el frente que ha pensado entre las faldas del Moncayo y el Ebro, unos 50 km, puede parar el avance del ejército francés, pero en lugar de los 80 000 hombres prometidos, solo contaba con 26 000 soldados.

Juan O'Neylle poseía el resto de las fuerzas españolas, pero éstas se encontraban en Caparroso y Villafranca. Castaños manda un emisario con una carta a este general pidiéndole que vengan a Tudela lo antes posible, ya que los franceses están en marcha y llegarán de un momento a otro. El emisario llega a Caparroso a las 5 de la tarde del 21 de noviembre. O'Neylle lee la carta y le responde:

«Comprendo bien lo crítico de la situación, pero mi jefe natural es Palafox y este me ordenó que mantuviera esta posición; no obstante, estoy dispuesto a marchar hacia Tudela con mis 20.000 hombres, pero será mañana, ya que ha anochecido. Ahora mismo mando un despacho a Palafox para que me diga a qué órdenes he de atenerme».

El 22 de noviembre se distribuyeron las fuerzas españolas:

En Tarazona estaba Grimarest al mando de tres divisiones de 13 000 a 14 000 soldados en total, con su vanguardia destacada en la ruta de Ágreda por donde se supone que vendría el enemigo de un momento a otro.
En Cascante se encontraba la 4.ª división del general Lapeña con 8000 hombres, andaluces en su mayoría, que habían participado en la batalla de Bailén.
En Ablitas establece su cuartel general Castaños, piensa cubrir el espacio desde Cascante al Ebro con su 5.ª división y con los refuerzos de Mariscal O'Neylle y Felipe Augusto de Saint-Marcq, cuya llegada espera con nerviosismo.

Aquella misma tarde, las unidades de Aragón comenzaron a concentrarse en el término llamado Traslapuente (al otro lado del Ebro de donde se situaba el ejército de Castaños), pero no cruzaron el puente, acamparon allí mismo, pues tenían órdenes de no cruzarlo... hasta que Palafox no se lo ordenase. Castaños se encolerizó, no podía ser, los franceses a punto de llegar y los refuerzos no estaban en su puesto de combate.

Palafox, apremiado, calla, pero no otorga. Castaños ante esta actitud que pone en peligro la defensa y la vida de miles de hombres, convoca un consejo de guerra en Tudela, en el palacio del Marqués de San Adrián, donde se reunieron Palafox (que llegó el día anterior de Zaragoza), que se juntó con su hermano Francisco Palafox, el general Coupigny y un observador inglés, sir Thomas Graham.

Hubo de todo menos consenso: «En aquella noche fatal», dijo un historiador, «hubo juntas, choques, y todo menos una providencia capaz de salvar los ejércitos».

Palafox se oponía al establecimiento de la línea del Queiles, basándose en que no disponían de los suficientes hombres para resistir al enemigo. Lo mejor era retirarse a Zaragoza y defender Aragón. «¡España, hay que defender a España!», exclamó Castaños. «Tenemos que estar unidos ante el enemigo».

Así estuvieron gran parte de la tarde noche del 22 de noviembre. Al filo de media noche reciben los primeros avisos de que los franceses habían tomado ya Corella y Cintruénigo. La noticia cae como una bomba entre los reunidos, y enseguida cundió por toda la ciudad y, a decir por los testigos, fue de constante alarma.

«¡Que O'Neylle pase ya el Ebro inmediatamente, el enemigo viene hacia nosotros!». Palafox, terco, se aferraba en sus trece. Entonces Castaños le llamó cobarde, empezaron los reproches, uno y otro se apostrofaban con los epítetos más crudos. «Espectáculo bochornoso», dice un historiador, no atreviéndose a detallar la escena.

Al final, Palafox, con un gran dolor en su estima, cede y ordena que pasen el Ebro las fuerzas, pero que quede escrita la opinión de cada uno.

Con los primeros rayos de luz, comienzan a cruzar los 360 m del puente sobre el río Ebro las fuerzas del ejército de reserva, aragoneses en su mayoría, con algunos voluntarios navarros. «Su ropa pardusca, y equipada a la buena de Dios, con más ardor que disciplina y más aspecto de pueblo en armas que de ejército regular». Unas semanas antes, el coronel de uno de los batallones, se quejaba de que «Su gente solo tenía camisa y calzoncillos y de que los fusiles eran inservibles».

Al atravesar las tropas Tudela aún de noche, y al ser las calles del casco antiguo muy estrechas, fue una ardua tarea, se armó un gran jaleo, obstruyeron las callejuelas. Por estas y por la tardanza en entrar en la ciudad, los soldados tardaron en ocupar las posiciones a las que habían sido asignados, es decir, entre Santa Quiteria y Cabezo Maya, una gran extensión de terreno que estaba sin proteger.

Mientras el mariscal francés, Lannes, que no perdía el tiempo, se acercaba ya a las inmediaciones de la ciudad, desde los Montes del Cierzo el sol despuntaba ya. Lannes se extrañó de que no hubiera ningún tipo de vigilancia y de que el enemigo no apareciese por ninguna parte.

Un informe español de la época decía: «En Tudela no había un cuerpo avanzado, ni un solo centinela». A lo que añade el historiador José Muñoz Maldonado: «Se sabía con certeza la aproximación del enemigo y no se tomó ninguna providencia, ni para dar ni para evitar la batalla».

Mientras el refuerzo terminaba de cruzar el puente y se arreglaba algo el «tráfico» de tropas, carruajes, cañones y caballería por las calles de la ciudad, se oyeron los primeros estruendos de fusilería y cañonazos por parte del ejército francés. Esto puso fin a la disputa de Castaños y Palafox: ¿Resistir? ¿Retirarse?. A toda prisa fue preciso adoptar disposiciones defensivas.

«Eran las 7 de la mañana», dice un testigo, «cuando los primeros franceses aparecían dueños del castillo» (monte de Santa Bárbara, un cabezo que está sobre la ciudad). Según Yanguas (historiador de aquella época), fue a las 8 cuando se tuvo en la ciudad el primer aviso de la cercanía de los franceses y de los preparativos de la lucha.

Según comentó el general Castaños en su informe: «Francisco Palafox quiso salir con su ayudante por la calleja que le pareció más corta para descubrir al enemigo y se encontró de manos a boca con una patrulla de Dragones franceses, al revolver la última esquina, por lo que tuvo que volver grupas muy aprisa».

Gracias a que las callejuelas estaban llenas de soldados españoles, aún tardaron en entrar a la ciudad. Según otro testigo: «El ejército de reserva empezó la acción dentro de la ciudad. Los levantinos de la división Roca acometieron bravamente a la bayoneta, consiguieron desalojar a las patrullas enemigas de la cumbre de Santa Bárbara».

Una vez dueños del cabezo que domina Tudela, los batallones Caro y Pinohermoso desplegaron por las faldas del mismo, tomando posiciones en los cerros cercanos, frente a la meseta denominada Puntal del Cristo, donde ya para entonces se descubría el grueso de las fuerzas francesas de Maurice-Mathieu.

Los voluntarios de la división de Saint-March se disponían a ocupar las alturas de la vega del río Queiles (Monte San Julián, hoy cementerio y el cabezo de Santa Quiteria).

O'Neylle con la mayor parte de las tropas aragonesas trataba de organizarse a espaldas de la ciudad, sobre la carretera a Zaragoza, en espera de las órdenes del general Castaños en quien resignaron el mando en este momento supremo.

Entre las ocho y las nueve se sucedieron en Tudela la sorpresa y la reacción, La sorpresa fue audaz, la confusión atroz, pero la reacción fue rabiosa y enérgica, aún hecha en las peores condiciones.

A este frustrado golpe del enemigo siguió una tregua de relativa calma. Fue al cabo de esta tregua cuando el mariscal galo concibió el plan de batalla, en vista de sus observaciones sobre el campo español, y en vista de todo de la gran cantidad de fallos, que fueron muchos y garrafales.

Despreció al ejército que se encontraba en Tarazona y se centró en la línea que va desde Tudela a Cascante, el más vital y desguarnecido.

Las primeras decisiones de Lannes se centraron estos objetivos: Atacar parcialmente el flanco derecho español (Tudela); reconocer y profundizar el centro (montes de la orilla del Queiles hasta Urzante), para lo cual dejó en reserva las divisiones Morlot y Granjean, y tercero: lanzar la masa de su caballería contra los de Cascante para evitar que el general Lapeña corriese hacia Tudela sus líneas y para dar tiempo a que llegara la División Lagrange que pensaba enfrentar a los andaluces.

La división Maurice-Mathieu fue la primera en atacar las posiciones españolas: la colina de Santa Bárbara donde se encuentran los restos del castillo medieval, residencia de monarcas navarros y que se alza a los pies de Tudela, mientras se quedó en reserva la División Musnier en la meseta denominada Puntal del Cristo.7

Conforme a tales órdenes, los generales Mauricie-Mathieu y Habert formaron en columna de ataque y acometieron a los españoles, precedidos de un batallón de tiradores. Mathieu iba a la cabeza de un regimiento del Vístula y Habert al frente del 14º de línea. Eran dos viejos regimientos que habían combatido en Eylau, «para los cuales las batallas contra los españoles no suponía cosa espantable», decía Thiers.

El choque sobrevino poco después de las 9 de la mañana. Tuvo lugar en los tres cerros de las estribaciones de Canraso que se extiende frente a Tudela8

Ante este ataque, Castaños reforzó el castillo (Santa Bárbara) con aragoneses que habían cruzado el puente. «Los aragoneses» —escribe Thiers— «más bravos y entusiastas que el resto de la nación, comprometidos por anteriores demostraciones, estaban obligados a mantenerse y luchar con encarnizamiento». Y añade: «Tras de haber empleado muy bien su artillería contra los franceses, les disputaron una a una las alturas, matándoles un elevado número de hombres».

Al cabo de una hora de intenso fuego, los batallones Caro y Pinohermoso, muy diezmados, se replegaron, despacio y ordenadamente, al abrigo del resto de la División que ocupaba la cumbre del Castillo. Los que los perseguían fueron recibidos desde ésta con fuego de fusil y con el de dos piezas de artillería, y desistieron de su intento.

En esta acción y en las que siguieron por esta parte a lo largo del día participó activa y valerosamente la mujer tudelana. «Viéronse muchas de ellas ayudar a nuestros soldados animándolos a la defensa: otras, ya que no otra cosa podían hacer, les subieron cántaros de agua desde el Ebro para mitigar la sed que les devoraba, y todo entre las mismas filas y allí donde se oía el silbido de las balas y peligraban sus vidas».

Esto consigna Yanguas y Miranda en honor de «aquellas animosas canéforas que desde el Henchidor de junto al puente trepaban, con su cántaro a la cabeza, hasta lo alto del castillo, sin miedo de morir».

Entretanto los defensores del cabezo de Santa Bárbara rechazaban las acometidas de la División de Maurice-Mathieu, el grueso de las fuerzas de Lannes, descendiendo por los Montes de Cierzo por la Cerrada y el Pilar de Santo Domingo, se disponía a atacar el centro de los españoles, mientras su artillería cambiaba algunos disparos con la nuestra, emplazada en las faldas de Santa Quitería.

Ya para entonces la caballería de Dijéon acosaba a Lapeña, cuyas fuerzas cubrían la ciudad de Cascante desde lo alto de la Basílica del Romero hasta el Convento de la Victoria, lugares ambos donde emplazó su artillería (18 piezas), mientras que sus jinetes se hallaban desplegados por las huertas de las inmediaciones. El general de los andaluces se había puesto en alarma a las ocho.

A esta hora una partida de caballería enemiga se presentó en el Prado de la ciudad, por el lado del Aspra: pero, reconocida por los dragones de Pavía, se retiró. Seguidamente Lapeña puso en movimiento su División, pues desde primera hora Castaños le dio orden de maniobrar para cubrir el hueco entre Cascante y las alturas de la orilla del Queiles que las tropas aragonesas no habían ocupado, debido a lo tardío de su entrada en Tudela y a la sorpresa del francés.

Lapeña, creyendo tener ante sí más enemigo del que tenía, estuvo muy remiso en avanzar y sólo consiguió destacar a Urzante dos batallones y un destacamento de Granaderos provinciales. Más tarde, apoyado por dos piezas de artillería que llevaron éstos consigo, adelantó un batallón hacia las planas de Murchante para hacer frente a la caballería de Dijéon que acosaba por este lado.

Quedaba, pues, sin ocupar Murchante y, sobre todo, una gran brecha entre Urzante y los montes de Tudela, vacía totalmente de defensores. Lannes, que acababa de descender al valle con su Estado Mayor, y lanzó contra ella la División Morlot (recién llegada al lugar del combate) apoyada por la de Grandjean.

Las «jóvenes y ardientes» tropas de Morlot, dificultadas en su avance por los obstáculos del terreno, lleno de acequias y olivares, y tras de algunos amagos infructuosos, consiguieron reunirse al abrigo del espeso olivar de Cardete, y desde él se lanzaron a la altura de Cabezo Malla, monte grande y rojizo, el más alto de los que ondulan a la orilla derecha del Queiles. Al mismo tiempo que los franceses coronaban la estratégica altura, la División Saint March llegaba al monte Santa Quiteria.

Era cerca del mediodía. Se nos habían adelantado. Castaños se da cuenta del peligro terrible. La ocupación por Morlot de Cabezo Malla supone el corte de nuestra línea, la derrota. Urge arrojarle a toda costa de tan preciosa posición, y para ello nuestro general echa mano de la División O'Neille que, como ya se ha dicho, permanecía esperando órdenes en las afueras de Tudela. Sobre la carretera de Zaragoza. Precipitadamente O'Neille mueve sus batallones y atravesando Huerta Mayor, se dirige al Cabezo Malla. «¡Aprisa! ¡A toda prisa!», es la consigna que le han dado.

Las tropas llegan, jadeantes, a las estribaciones del cabezo. El enemigo las esperaba a la mitad de la ladera que desciende a Huerta Mayor. Fue entonces cuando O'Neille ensaya una maniobra táctica, la única que se llevó a efecto aquel día. Mientras parte de sus soldados acometen con brío la subida de frente, dirige por la izquierda al tercer Batallón de Guardias Españolas para coger al enemigo por la espalda. Esta vieja unidad cargó tan impetuosamente a la bayoneta que las noveles tropas de Morlot, amagadas de envolvimiento, cedieron atropelladamente dejando el monte lleno de heridos.

En lo más recio de la lucha, Saint March había secundado muy oportunamente la operación enviando desde Santa Quiteria dos de sus batallones (Castilla y Segorbe), los cuales, en unión de las tropas de O'Neille, persiguieron a los franceses por el llano del Queiles, rechazándolos hasta la punta del olivar de Cardete, donde mayores fuerzas contuvieron el ardor de los vencedores.

Toreno fija en las 3 de la tarde la hora de este glorioso encuentro. Sin embargo, tuvo que ser bastante antes, entre la 1 y las 2.

La tropa que recuperó Cabezo Malla a costa de valor y de sangre se encontraba rendida por la rápida marcha desde Tudela y llevaba —dicen sus jefes— la impresión desmoralizada de la sorpresa y el desorden dentro de la ciudad. De poco había servido la bravura. Desde su posición hasta las arboledas del poblado de Urzante, donde se encontraban las avanzadillas andaluzas, hay más de media legua.

El alto de San Juan de Calchetas y el pueblo de Murchante no estaban ocupados. Grave error, el mayor error, del que muy pronto habrá de aprovecharse el enemigo. Si el Ejército de Cascante acude a tiempo a rellenar aquel vacío, hubiérase logrado prolongar el combate, hacerle pagar cara su victoria al francés y efectuar, en el peor de los supuestos, una retirada decente. Nada de esto se pudo conseguir. Todos los esfuerzos de Castaños se dirigen, en balde, a tratar de soldar nuestras líneas.

Todas sus órdenes de las primeras horas de la tarde van dirigidas a Lapeña. Pero éste no consigue desenredarse de los caballos enemigos, de los viejos dragones de Alemania, de los veloces coraceros que le amagan sin exponerse. Apenas tuvo bajas la caballería francesa. No se da cuenta que sólo se trata de tenerlo en jaque, de inmovilizarlo. Y no se atreve a maniobrar con el grueso de sus unidades.

Él confía en que Grimarest, al advertir por el tronar de los cañones dónde se localiza la pelea, se decida a volar en su auxilio desde Tarazona. Grimarest, sin embargo, no da señales de movimiento, y Lapeña abriga el temor de que se corre a rellenar el hueco a su derecha abra otro muy profundo a su izquierda.

Para nuestra desgracia hay un hombre a quien no se le escapan nuestros fallos. Es Lannes que da por suya la partida y ve llegada la hora del golpe decisivo. Lo que más le interesa por el momento es tomar el Castillo para ocupar Tudela y aquel puente, llave de Zaragoza, que tanto le ha ponderado Napoleón. A esto van dirigidas sus miras y sus órdenes. Pero a la vez, tiene que aprovechar la brecha que se acusa en nuestra línea, antes de que andaluces y aragoneses acudan a llenarla.

Por eso da a Morlot la consigna implacable de que ataque de nuevo, y a Musnier la de que entretenga a los de Lapeña, mientras llega Lagrange el rezagado. Pronto se nota la orden del Mariscal. Los franceses, a la vista de nuestras tropas, ocupan el alto de San Juan de Calchetas y llegan en su acometida hasta cerca, muy cerca de Urzante. Nuestra línea está rota de nuevo. Son las 2 de la tarde. Si a esta hora dirigimos la vista hacia Tudela, asistiremos a un desenlace de la lucha tan imprevisto como desastroso. Maurice-Mathieu, apretado por las órdenes de su Mariscal, viendo que desde hace cuatro horas no consigue con asaltos frontales desalojar a los del alto de Santa Bárbara, ha concebido una atrevida estratagema. Mientras el grueso de sus tropas ataca la vertiente del cabezo que mira a Alfaro, destaca parte de sus fuerzas por el barranco del Cristo para que envuelvan a los de la cumbre.

Estas fuerzas avanzan sigilosas y desapercibidas (otro fatal descuido nuestro) por la falda norte del monte, por el camino angosto que desde el Cristo corre, entre la alta escarpa y el cauce de la acequia molinar, al par de la Mejana. Cuando menos se lo esperaban, los de la cumbre viéronse amenazados por lo que, a tiros y en gritería, trepaban por la ladera del Molino, donde hoy se encuentra el jardinillo de la Junta de Aguas. Entonces se produjo en nuestras filas una de esas reacciones del pánico, tan difíciles de evitar. Aquel súbito ataque por la espalda hizo que huyeran todos en el mayor desorden y penetrando en la ciudad la contagiaran de pavor, arrastrando en su fuga las unidades de reserva que había prevenidas. Faltó allí Palafox, único hombre capaz de contener aquella desbandada. Pero el caudillo aragonés, irritado contra Castaños, viendo perdida la batalla, abandonó Tudela en las primeras horas de la lucha en las calles. Acompañado de su amigo Doyle marchó al Bocal, y allí tomó una barca que por el Canal de Aragón le llevó a Zaragoza. Su obsesión era defenderse en la capital aragonesa, como si presintiese que le aguardaba allí la gloria que en Tudela no podría encontrar.

Volviendo al centro de nuestro frente, el nuevo avance del enemigo colocaba al Ejército aragonés de Cabezo Malla ante el peligro de ser envuelto por los del cerro de Calchetas. ¡Si los de Cascante se resolviesen a atacar! Todavía puede ser tiempo de reparar la falta, y Castaños, extrañando de que sus divisiones de la izquierda no acudan a su llamamiento, y temeroso por su suerte, decide ir en persona a inyectar ánimos a Lapeña, y conseguir que en un supremo esfuerzo, ataque el flanco.

Entre las 2 y las 3 de la tarde, acompañado de Francisco Palafox, de su Estado Mayor y su escolta, emprendía la marcha hacia Cascante. Aquella decisión, tardía como todas la de esta trágica jornada, iba a poner a nuestro Mando en un trance de apuro. Cuando Castaños y su séquito cabalgaban al abrigo de nuestra línea, creyendo que las tropas de Saint-March cubrían una loma que divisaban a su derecha, se vieron de improviso acometidos por un grupo de jinetes franceses.

El general y sus acompañantes hubieron de apelar a la huida y consiguieron esquivar el peligro ocultándose en la espesura de un olivar cercano. Castaños se apercibe con estupor de que Lefèbvre y su caballería han logrado abrir una brecha en nuestra línea de los montes. Algo grave e irremediable ha tenido que suceder. Se lo explicó poco más tarde cuando uno de los emisarios de su escolta llega a galope al olivar y, jadeante, le informa que los defensores del Castillo huyen en desbandada por la carretera de Zaragoza y que el francés era ya dueño de Tudela. Todo estaba perdido.

Poco después fueron llegando al olivar los primeros dispersos de la División Roca. Castaños, iracundo ante la deserción de aquella muchedumbre, trata de contener a los huidos, de organizarlos para una última resistencia. Todo inútil. Los franceses, que han roto nuestra línea por el centro, se desparraman por los campos y rondan ya las cercanías de su observatorio. La campiña resuena con sus gritos de triunfo. Unas fuerzas de caballería que nuestro general consigue reunir para rechazar a las del enemigo que le acosan de cerca, al aproximarse a éstas, volvieron grupas y huyeron descaradamente.

Por los campos, hasta donde alcanzaba la vista, se veía correr a los soldados, arrojando sus armas, fatigados, sin pizca de moral, en el más deplorable desconcierto. Fue aquel el trance más amargo y cruel para nuestro general. El mismo se vio envuelto en la avalancha de la retirada, y, casi atropellado por el enemigo, escondiéndose a ratos y cambiando de ruta, pudo acogerse, ya de noche, a Borja, donde se le reunieron Roca, Caro y O'Neille.

Antes de retirarse, O'Neille y Saint-March realizaron prodigios de valor para neutralizar el desastroso influjo que la fuga de la 5.ª División causó en las tropas aragonesas, las cuales presenciaron desde sus puestos esta trágica fase de la lucha. Pero el temor a verse cortados en su retirada por los de San Juan de Calchetas, por los que acababan de ocupar Tudela, y por una gran masa de caballería que consiguió colarse entre Santa Quiteria y Cabezo Malla (era Lefèbvre con la caballería de Colbert y los lanceros de Polonia, seguramente los que sorprendieron al Estado Mayor de Castaños en su marcha a Cascante) les forzó a abandonar tan ventajosas posiciones. Saint-March se puso al frente de la caballería de Numancia, y con ésta y el batallón de Valencia fue resistiendo el empujón del enemigo hasta bajar al llano. Allí, a pesar de sus esfuerzos, sobrevino la desbandada. Eran las 3 de la tarde. Sólo los voluntarios de Alicante, capitaneados por su coronel Camps, siguieron retirándose con orden hasta el anochecer.

La mitad del Ejército del Ebro está en plena derrota. Moncey, con las divisiones Mathieu, Morlot y Grandjean, ayudaban a la Caballería en la persecución y acuchillamiento de los huidos desde la carretera de Zaragoza hasta los montes de la parte de Ablitas. Lannes se ha quedado en el valle del Queiles con la división de Musnier y los dragones de Dijéon para dar batalla a los andaluces.

El Mariscal no olvida que estas tropas eran las que en Bailén cogieron a Dupont por la espalda y ante las cuales desfilaron los 20 000 vencidos. Lapeña, el irresoluto, Lapeña, se había decidido ¡por fin! a marchar de flanco. Pero lo hizo a deshora, a las 3 de la tarde, cuando todo era inútil y en las filas del enemigo se conocía el resultado de su ataque en Tudela, la conquista de la ciudad. Lannes, al ver a los soldados de Lapeña desplegar por el llano, lanzó contra ellos a los dragones de Dijéon, a fin de entretenerlos hasta que el tardano Lagrange llegara.

Era ya media tarde cuando Lagrange con sus 10.000 soldados atacó Urzante, partiendo el Molino de Cartán. El asalto, en el que participó la caballería, fue obstinado, furioso. Los atacantes, embravecidos por el triunfo de su ala izquierda, no querían ser menos que sus camaradas.

Pero los nuestros, cubiertos por el olivar, parapetados en el caserío, escarmentaron duramente a los que, bayonetas bajas, avanzaban en escalones muy nutridos y próximos. Lagrange, que ve en primera fila al frente del 25.º Ligero (viejo Regimiento de la batalla de Friedland), es herido en el brazo. La caída del general hizo que vacilase su caballería. Ya cantaban victoria los andaluces, cuando acudiendo gran golpe de infantería, se rehicieron los jinetes y se recrudeció el asalto. Con todo, sólo cerca del anochecer consiguió el enemigo poner el pie en el pueblo y rechazar a nuestras tropas hasta Cascante, en donde, reunida la división con las de nuestra Izquierda, se replegaron juntas y ordenadamente sobre Borja.

Este episodio marcaba el fin de la batalla. Y así como en algunos atardeceres tristes, el sol, al tiempo de ocultarse, lanza un vivo y patético destello, así los andaluces de Lapeña, en el caso de la derrota, alumbraron el campo con un fuerte relumbre de heroísmo.



Aqui cabe preguntarse: ¿Qué hicieron Grimarest y los de Tarazona? ¿Qué papel compusieron a lo largo de este día funesto? Grimarest, alejado del campo de la lucha, no sabe nada de lo que ocurre. Ha oído durante la mañana y en las primeras horas de la tarde el retumbar de cien cañones. Ignora hacia qué bando se inclina la victoria, y espera de un momento a otro la aparición de Ney por las barrancas del Moncayo. Castaños, a mediodía, le ha dado orden de acercarse a Cascante, pero este hombre, en cuyas manos pone el destino una carta que pudiera equilibrar la partida, no se atreve a jugarla, no se decide a desplazar sus fuerzas por miedo a Ney.

A media tarde le informan del terrible descalabro. Se resiste a creerlo. No concibe cómo ha podido suceder. Luego, tranquilamente, sin enemigo que le acose, marcha a Cascante, y reunido con Lapeña, se repliegan a Borja. Todavía menos se enteró su vanguardia, que al mando del Conde de Cartaojal estaba destacada en Tarazona, en la ruta de Ágreda.

Cartaojal esperó a Ney en vano durante todo el día. Ya de noche, se vio sorprendido con la orden de retirada. Por disposición suya se voló un polvorín establecido en una ermita. Al oír los estampidos de la voladura, los soldados creen tener encima la artillería de los franceses. ¡Traición! —gritan— ¡Traición! ¡Nos han vendido!, y todos huyen en atropello. Sólo un hombre no sabe nada a la mañana siguiente de la victoria de Tudela, a pesar de encontrarse a pocas leguas de su escenario.

Es Ney, que no ha acertado a interpretar las consignas del Emperador. Que por darle descanso a su Ejército, ha perdido tres días preciosos en Soria; que a última hora se le ha ocurrido consultar al Cuartel Imperial si habrá de dirigirse sobre Calatayud o sobre Tudela. Ney, el «valiente entre los valientes», el León Rojo como también le llaman los franceses por el color de su cabellera, ha perdido estúpidamente la mejor ocasión de aniquilar al aborrecido héroe de Bailén. Ha dado oídos al rumor popular que eleva el número de las tropas de éste a 80.000 soldados. Y ha tenido además —esto es cierto— miedo de España, temor de aventurarse con sus tropas por un país que él se figura feroz y pintoresco, lleno de frailes y bandidos, donde cada hombre es un traidor, y en cada sombra acecha la emboscada.

Por eso, cuando el día 26 llega a Tarazona, se maldice, rabioso de sí mismo, temeroso de qué dirá el Emperador. Napoleón no podrá perdonarle la culpa de no haber impedido la retirada de los españoles. Sus cartas en aquellos días manan despecho contra el intrépido Mariscal que, en este trance, no supo hacerse acreedor a su confianza.

Tal es el desarrollo y el final de la batalla de Tudela, una lucha desigual que se resuelve en poco tiempo, de la 1 a las 3 de la tarde, y que tiene su punto álgido a las 2. Podrá culparse de ella a Castaños, a Lapeña, a Grimarest, a Roca, a Palafox.

Todos ellos se vieron obligados a defenderse. Cada cual trató de eludir su responsabilidad en el desastre. A Castaños le relevaron del mando para dárselo a Lapeña. Más tarde fue juzgado en Consejo de Guerra y absuelto. Todos tuvieron parte en el revés sufrido: el Estado Mayor, los mandos subalternos, la tropa.

«En esta acción» –escribe el Brigadier Planell– «quedó deshecho el Ejército de Reserva y menguado el del Centro en su 5.ª División, sufriendo luego el todo las consecuencias de una azarosa retirada».

El ejército español pierde 26 cañones, multitud de carros de bagages, y los grandes depósitos de municiones y vituallas que había acumulado el Gobierno en Tudela. Según Thiers, las pérdidas fueron de 40 cañones y 3000 prisioneros, la mayor parte heridos.

Sobre los campos de Tudela aparecieron al otro día de la batalla más de 1500 cadáveres de ambos bandos, a los cuales, según su tradición, se les dio sepultura en el monte de San Julián, en las proximidades de la Cuesta de los Avellanos y en el monte del Palenque, hondonada del Depósito de aguas actual. Los prisioneros españoles fueron concentrados en el Corral de Santa Clara y repartidos luego en diferentes edificios, como el Convento de San Francisco que se habilitó para cárcel. Los cañones los colocaron en la Plaza de Toros (hoy de los Fueros).

El Mariscal Lannes, agotado por el esfuerzo de la jornada y resentido de su reciente herida, quedó enfermo en Tudela. Sus tropas, en la noche de su entrada, se entregaron a un saqueo general y feroz. El afán de rapiña contagió hasta a las clases superiores de Ejército, pues pudo observarse –escribe Mariano Sainz– que de muchas casas desaparecían cuadros antiguos y objetos de valor artístico incapaces de despertar la codicia del soldado.

El Convento de la Enseñanza quedó convertido en alojamiento militar. A este propósito escribe la madre Concepción Puig, viviente en aquella época, que contempló a muchos soldados en las salas de recreación arreglando sus mochilas y caer de algunas, cálices, patenas y otros objetos sagrados.

Peleando en bandos opuestos, coincidieron en la batalla de Tudela dos hombres que, años después, llegarían a ser famosos generales. Era el uno un soldadito de 19 años, pálido, algo cargado de espaldas, el mirar duro y un hablar vasco, ceceante. Los sargentos, en la hora de lista, tropezaban al leer su apellido. Había venteado la pólvora en el primer sitio de Zaragoza y luchó con denuedo en Tudela, seguramente en el sector de Santa Bárbara con el resto de los aragoneses y de la 5.ª División, entró al día siguiente en Zaragoza sufriendo como los demás la silba que, desde las murallas, dedicaron los valientes zaragozanos a los vencidos, como reproche a su cobardía. Aquel soldado se llamaba Tomás de Zumalacárregui.

El otro era entonces un capitán de la escolta de Lannes apellidado Marbot. Marbot nos cuenta en el libro de sus Memorias, aludiendo al combate, cómo en él una bala perforó su cartera, y el incidente que, al comenzar la lucha, tuvo con el teniente Labedoyère. Este oficial, hombre de genio brusco, montaba un caballo joven e indómito que, asustado por el ruido de los cañones, clavó sus patas en la tierra negándose a avanzar. Su jinete, harto de espolearlo, saltó furioso de la silla y tirando de sable, desjarretó de dos mandobles al pobre bruto que cayó al suelo, por donde se arrastraba desangrándose de sus patas traseras.

Marbot recriminó tan duramente la mala acción de su camarada, que ambos hubieran llegado a las manos de no hallarse ante el enemigo. Pronto llegó el suceso a oídos de Lannes, quien se indignó contra su oficial y declaró públicamente que éste no volvería a figurar ya más entre los de su escolta. Labedoyère, desesperado, empuñó su pistola, resuelto a levantarse la tapa de los sesos, cuando el teniente De Viry le contuvo diciéndole: «Más honroso que quitarse la vida, sería ir a buscar la muerte entre las filas españolas».

Momentos más tarde, De Viry recibía del Mariscal la orden de conducir un regimiento de Caballería contra una batería española, y Labedoyère se une a los que avanzan a paso de carga y se lanza, uno de los primeros, contra la batería, que fue cogida. Un casco de metralla había atravesado su gorra de pelo a dos dedos del cráneo. Cuando Lannes vio a De Viry y Labedoyère regresar juntos conduciendo el cañón del enemigo y advierte que este último se dispone a lanzarse de nuevo sobre las bayonetas españolas, le llamó junto a sí y perdonándole su falta, le devolvió su puesto en el Estado Mayor. Los dos bravos tenientes tuvieron el honor de ser citados en el parte, y ascendidos días después.

El mismo autor que refiere esta anécdota fue quien el día 24 recibió de su Mariscal el encargo de llevarle al Emperador el Boletín de la batalla. Napoleón tenía por costumbre ascender a todo oficial que le anunciase una victoria, visto lo cual, los Mariscales encomendaban estas misiones a aquellos de su escolta que deseaban ver ascendidos pronto. Bonaparte no quería correos que no sabían darle explicaciones y exigía Ayudantes de Campo. Más de 200 de éstos murieron o fueron hechos prisioneros durante la campaña por culpa del capricho imperial. Precisamente alguien que estaba junto a Lannes cuando se despedía de Marbot, le hizo ver el peligro que pudiera correr el mensajero al cruzar por la noche las montañas de Soria. El mariscal le apaciguó: ¡Bah, bah! ¿No ve usted que él ha de encontrarse con la vanguardia de Ney cuyas tropas están escalonadas hasta el Cuartel Imperial de Aranda? A primera tarde, seguido de un pelotón de caballería, Marbot salió y llegó a Tarazona sin novedad.

Desde allí, protegido por una regular escolta, siguió su marcha hacía el Moncayo. Era una noche de luna clara. A las dos o tres leguas de camino, el primer susto: unos disparos en la sombra. La escolta explora las proximidades, pero no logra descubrir a los agresores. Poco después se encuentran con los cadáveres desnudos de dos soldados de las tropas de Ney que, al parecer, habían sido asesinados hacía poco. Más adelante (¡cosa horrible de describir! –dice el autor–) se presentó a su vista un cuadro espeluznante.

El cadáver de un joven oficial colgaba, clavado de pies y manos, a la puerta de una alquería. La sangre, que aún brotaba de sus heridas, denotaba el suplicio reciente. Los asesinos no podían hallarse muy lejos. Así era, efectivamente. No había transcurrido mucho tiempo cuando una alevosa descarga desbarató la comitiva. Los tiros procedían un grupo de unos ocho españoles que se desperdigó por la montaña. Salen los húsares en su persecución y consiguen atrapar a dos de ellos. El uno era un paisano a lomos de una mula que llevaba (precisamente) los trajes de los soldados muertos. El otro (no podía fallar) era un capuchino (el odiado capucin de todos los autores franceses) que montaba, ¡oh casualidad! el caballo del teniente crucificado. Los fusileros inmediatamente prosiguieron su camino en la noche. A dos leguas de Ágreda vislumbran unas fogatas como de vivac. ¿Serían de las tropas de Ney o de las españolas? Marbot manda hacer alto en espera de que amanezca y, apenas rayó el día, con un soldado por toda escolta, tuvo el atrevimiento de penetrar en la población.

Las calles aparecían totalmente desiertas y el suelo lleno de hojas mojadas que, según el autor, utilizaban después como estiércol. Gracias a este alfombrado forestal avanzaban sin hacer ruido, cuando al cabo de la calle Mayor se toparon con cuatro Carabineros Reales de a caballo. Estaban en la boca del lobo. Los dos franceses emprendieron veloz huida perseguidos por los jinetes españoles. El jefe de éstos, que seguía de cerca a Marbot, le alcanzó en la cabeza con un golpe de sable. Ensangrentado y solo (pues el soldado se escabulló por otra parte) pudo ganar una calleja cuesta arriba, yéndole los alcances el brigada.

Entonces, nuestro heroico capitán hace frente a su perseguidor: mide con él su acero, y tras de recibir varios sablazos, consigue herirlo y huye... Cuando llegó a Tudela, Lannes le recibió lamentando sus desventuras y haciendo elogios a su valentía. El Boletín de la batalla, que supo conservar a través de sus luchas y peripecias, estaba tan manchado de sangre, que alguien propuso al Mariscal copiarlo nuevamente y rehacer el sobre enrojecido. Lannes se opuso: «De ninguna manera. Mejor es que el Emperador vea cómo el capitán Marbot ha defendido los despachos».

De esta forma el Boletín de la batalla tudelana llegó a manos del Corso, tinto en la sangre del primer mensajero, a quien podemos perdonar sus fantasías en gracia a este relato emocionante, digno de una novela de aventuras

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 10:34

BATALLA DE UCLES

La batalla de Uclés, acaecida el 13 de enero de 1809, se enmarca en la Guerra de la Independencia, dentro del marco más general de las Guerras Napoleónicas. Este choque, en el que se vieron enfrentados los ejércitos francés y español, tuvo lugar en el municipio conquense de Uclés.

Finaliza el año de 1808 y el levantamiento popular que siguió al levantamiento de los vecinos de Madrid el 2 de mayo de 1808 era generalizado en toda España contra la ocupación francesa. Esto, unido a la sonora derrota del ejército del general francés Dupont ante las tropas españolas del general Castaños en Bailén el mes de julio, había provocado la huida de la capital del rey José Bonaparte.

Precisamente las complicaciones que se estaba encontrando el ejército francés en España habían obligado a Napoleón Bonaparte a encargarse personalmente de sus tropas en la península en otoño, incorporando refuerzos de Centroeuropa, de manera que entre noviembre y diciembre había restaurado a su hermano en Madrid y se disponía a dar caza al cuerpo expedicionario británico del general John Moore cuando, estando en Astorga, le llegaron noticias del rearme de Austria. Dejando las tropas al mando del mariscal Soult, se dirigió a la frontera para abandonar España el 19 de enero de 1809.

Así pues, con el ejército británico intentando ganar la costa gallega para su reembarque y su abandono momentáneo de la península, y con un disperso ejército regular español, la situación para las armas españolas no era de lo más prometedora. No obstante, existía una parte del Ejército del Centro todavía intacta al mando del duque del Infantado que se movía por Cuenca con 20 000 hombres dispuestos para el combate.

Aprovechando que buena parte de las tropas francesas se encontraban al otro lado del Sistema Central dando caza al ejército británico, el duque del Infantado recibió orden del gobierno de tomar Madrid donde el rey José Bonaparte se encontraba con solo 9000 hombres, para luego apoyar a levantar el sitio de Zaragoza (ambas empresas irrealizables por el penoso estado del Ejército del Centro).

Un primer ataque contra las tropas francesas desplegadas a lo largo del Tajo iba a estar a cargo de la vanguardia del general Venegas, el cual debía de estar coordinado con un ataque sobre Aranjuez encargado a la brigada de Antonio Senra. Este primer choque se produjo en medio de una tormenta de nieve en la localidad de Tarancón el 25 de diciembre, haciendo que los franceses retrocediesen a Ocaña. Esto provocó que el mariscal Victor, establecido en Aranjuez al mando del Ejército de Extremadura encarase al duque del Infantado y abortase cualquier intento español de tomar Madrid.

El movimiento de Victor obligó a Venegas a abandonar Tarancón y replegarse sobre Uclés, donde se reunió el 12 de enero con las tropas del brigadier Senra, juntándose unos 11 500 hombres —11 000 infantes y 1800 a caballo—.1 Entendiendo que el lugar elegido era propicio para dar batalla a los franceses, dispuso a sus hombres a lo largo de la sierra que recorre la localidad de norte a sur en una línea que se comprobaría después excesivamente larga.

Al amanecer del día 13 dio comienzo la batalla, produciéndose un primer enfrentamiento en el vecino pueblo de Tribaldos, a 3 km al oeste, que a duras penas la brigada de Ramírez de Arellano pudo sostener, intentando los franceses por medio de la división Villatte (cuyo mando estaba a cargo del mismo duque de Belluno) acometer el ala izquierda española situada al sur. Ésta, dispuesta a lo largo del Cerro del Molino, se vio arrollada por la cabalgada ladera arriba de la división Villatte, sin servir de mucho el auxilio de Senra.

Mientras tanto, los cuerpos del centro y la vanguardia, situados frente al camino de Huelves, también fueron arrollados, teniendo que huir el mismo Venegas ante el riesgo de caer prisionero en dirección a Rozalén del Monte, situado a 5 km al este.

Nada mejor le fue al ala derecha del ejército español, situada al norte a lo largo de la sierra del Pavo y cuyo mando recaía en el brigadier Pedro Agustín Girón, que cedió igualmente ante el empuje francés. Su situación se complicó con la llegada de la división Ruffin, que partiendo de Tarancón con dirección a Paredes de Melo rodeó el ala septentrional española y comprometió la retirada de las tropas de Girón y Venegas hacia Rozalén, la cual estaba siendo cubierta por el único cuerpo de reserva que había dispuesto el general español, el batallón de Tiradores de España, formado por 240 hombres a cuyo mando estaba Francisco Copons y Navia.

Los restos del ejército de Venegas, apenas 3000 hombres, se retiraron a Carrascosa del Campo donde se encontraron con el ejército del duque del Infantado, que acudía al frente de batalla ya demasiado tarde. Sin poder remediar la estrepitosa derrota, los restos del Ejército del Centro emprendieron la huida hacia Cuenca, huida que se prolongo al sur hasta la provincia de Murcia, dada la persecución sin tregua a la que le sometió el mariscal Víctor y que provocó la pérdida de la artillería española en un combate de retaguardia en la localidad de Tórtola. Una vez atravesada Sierra Morena, el duque del Infantado pudo sentirse seguro en tierras de Andalucía.

Las tropas francesas que tomaron Uclés se empeñaron en un salvaje saqueo, cometiendo todo tipo de tropelías sobre la población local. Las casas y el monasterio fueron saqueados. Los monjes, cargados con angarillas y albardas, sufrieron mofa, los hombres degollados en la carnicería y unas 300 mujeres, primero violadas y, luego, sus clamores fueron acallados quemándolas vivas en la iglesia del pueblo. Todo ello empañó el triunfo logrado por las tropas de Víctor.

El resultado de la batalla fue desastroso para las armas españolas, dejando 1000 muertos y 6000 prisioneros, amén de un Ejército del Centro disperso y en desbandada, asegurando los franceses su posición en Castilla y asegurando al rey José en Madrid.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 11:04

CONTIENDA DE VALDEPEÑAS

La contienda de Valdepeñas fue una sublevación del pueblo homónimo contra las tropas francesas que tuvo lugar el 6 de junio de 1808.

El 2 de mayo de 1808 se proclama la guerra de España contra Napoleón con el levantamiento popular de Madrid. Desde ese momento, las tropas francesas comienzan un proceso de ocupación en toda la península ibérica. Como objetivo principal tienen el bloqueo de Cádiz y el sometimiento de Andalucía y Portugal para cortar el comercio a Inglaterra.

En 1808 cuenta Valdepeñas con 3000 vecinos (8000 habitantes). Es una de las villas más prósperas de Castilla la Nueva, por ser el principal productor y exportador de vino de España. Se encuentra situada a medio camino entre Madrid y Andalucía, en el Camino Real.

Conflicto en La Mancha — Contienda de Santa Cruz de Mudela

En mayo de 1808, el General Dupont ordena instalar un parque de Intendencia en Santa Cruz de Mudela, al sur de Valdepeñas. Ante el temor de Valdepeñas, se hace trasladar el 31 de mayo a la patrona, la Virgen de Consolación, a la iglesia Principal, desde la ermita donde se encontraba en campo abierto. Ese día, desde el púlpito de la iglesia, Don Juan Antonio León Vezares, conocido como el Cura «Calao», alarma a la población del peligro de ocupación y se organiza una Junta de Defensa, compuesta por diez vecinos, entre los que se encontraban los dos alcaldes, el citado cura, un contrabandista, un abogado y un mercader.

El 5 de junio el pueblo de Santa Cruz de Mudela se alza en armas y ataca el contingente francés afincado en la villa, dando muerte a multitud de soldados. Muchos logran huir hacia el norte, dirección Valdepeñas, y consiguen rendirse a medio camino. Llegando a Valdepeñas de noche, el pueblo y la Junta de Defensa les impiden el paso y deben continuar campo a través hasta Manzanares, donde se unen a la tropa del General Roize. Ante lo sucedido en Santa Cruz, Roize hace llamar a las tropas del General Ligier-Belair, que tenía de guarnición en Madridejos a 500 dragones. Las tropas de ambos generales y el convoy de Santa Cruz acordaron unificarse en el cerro de las Aguzaderas, a 2 km. al norte de Valdepeñas.

La Junta de Defensa de Valdepeñas solicita a Pedro Alesón, comandante de una patrulla de reclutamiento del Ejército Español, que se encontraba reclutando en la villa a hombres, que se una a la defensa. Este, ante el peligro, escapa de la villa con muchos de los hombres útiles y toda su tropa. También se solicitó ayuda a todas las ciudades y villas cercanas.

Al amanecer del 6 de junio, La Junta de Defensa dispuso ocultar a mujeres, niños y enfermos en las bodegas, y mandó armar a todos los hombres que quedaban con sus útiles de labranza. Por otro lado, ante la falta de hombres suficientes, las mujeres formaron un grupo de defensa, tomando las ventanas, armadas con útiles de cocina y agua hirviendo.

El Cura «Calao» y el contrabandista se entrevistaron en el cerro con el General Ligier-Belair, que se negó a rodear la villa y mostró su intención de cruzarla por su calle principal por ser ésta el Camino Real o Carretera a Andalucía. Ante la disconformidad de la diplomacia, el pueblo parapetó las calles con carros y cuerdas y enterró clavos en la tierra para dañar las caballerías.

Las tropas francesas contaban con 500 cazadores, 250 dragones y 60 infantes al mando del capitán Bouzat; los 300 que han sobrevivido al alzamiento de Santa Cruz de Mudela y los convalecientes. A las 8 y media de la mañana empieza la marcha francesa hasta la entrada de la villa, a toque de tambor y corneta. Valdepeñas, por su parte, hace sonar todas sus campanas. Al entrar los soldados, comienza el levantamiento y la lucha en la calle principal.

Destaca aquí la figura de Juana «La Galana», que luchó en la entrada de la villa cuerpo a cuerpo y armada con una porra. Esta mujer de 20 años fue proclamada posteriormente heroína local. También destacó en la lucha Francisco Abad Moreno «Chaleco», que tras perder a su madre y a su hermano en la contienda, organizó una guerrilla que llegó a tener hasta 400 hombres. Posteriormente fue nombrado Brigadier y Comandante.

De este primer ataque solo pudo escapar un niño educando de la banda de cornetas y pífanos franceses, que alertó al General Ligier-Belair de lo sucedido.

Ligier-Belair ordena entrar en la villa a la caballería. El pueblo vuelve a atacar desde la calle, tejados y ventanas. El final vuelve a ser el mismo, por lo que el General francés manda entrar por las calles laterales e incendiar casa por casa todo el pueblo. Otro pelotón se situaría a las entradas del pueblo para fusilar a todo el que saliera de él huyendo del fuego. La lucha continúa, muriendo muchos quemados y otros fusilados. En total fueron incendiadas 500 casas del norte y del flanco oeste de la villa.

Desenlace y paz

Ante la imposibilidad de cruzar la villa por el Camino Real y de someter al pueblo, el General Ligier-Belair ordena a su teniente Maurice de Tascher adentrarse en la villa escoltado por dos apresados por la parte este, hasta el Ayuntamiento. Ya en la Plaza, fue disparado, pero logró entrar y entrevistarse con el Alcalde, que se había escondido en un pozo. Se acordó la paz: las tropas no cruzarían la villa y a cambio el pueblo suministraría víveres para un día. Se izó una bandera blanca en el campanario de la Iglesia principal. Al día siguiente, los franceses pudieron entrar desarmados a recoger sus cadáveres. El incendio no cesó de candear en tres días, por lo que los entierros españoles se hicieron en pleno campo pasado este tiempo.

Consecuencias

El mismo 6 de junio, la villa de Manzanares, al norte, ante el temor por el incendio de Valdepeñas y uniéndose a la causa con su pueblo vecino, se dirigió al hospital francés instalado en la villa, con la intención de hacerse con las armas que en él se guardaban y acudir en socorro de Valdepeñas. Los soldados franceses que custodiaban el hospital se atrincheraron en su interior y dispararon sobre la multitud que se agolpaba, lo que enardeció los ánimos del pueblo provocando el inmediato asalto del hospital y multitud de bajas a los franceses. Por este hecho, el General Sebastiani mandó saquear la villa durante un día. Meses después el mismo General se propuso destruir la villa, cuando sus ciudadanos, guiados por el párroco, salieron a la entrada de la villa con la imagen de su patrón a cuestas, Nuestro Padre Jesús del Perdón, pidiendo clemencia, provocando que el General francés se retractara, cediendo su fajín y bastón de mando a la propia imagen. Instrumentos que hoy día aún conserva.

Tras la contienda de Valdepeñas y ante lo sucedido en Santa Cruz y Manzanares, las tropas francesas abandonan la provincia de La Mancha hasta Madridejos, ya en Toledo, donde esperarían refuerzos para poder cruzar hasta Andalucía.

Durante el mes de junio, los guerrilleros interceptaron la mayor parte de los correos franceses que pasaban por el Camino Real a Andalucía, especialmente en Santa Cruz de Mudela, Valdepeñas y Puerto Lápice. Uno de ellos, apresado en Valdepeñas, llevaba instrucciones precisas al General Dupont sobre la actuación en la batalla de Bailén. Ante la importancia de las cartas, el Alcalde de la villa mandó enviarlas con celeridad al General Castaños. Estas cartas sirvieron al Ejército Español para conocer la estrategia napoleónica, lo que produjo la victoria española en Bailén, la que fuera la primera derrota de Napoleón en tierra.

Por esto, el General Castaños dijo a su regreso por Valdepeñas: «Valdepeñas ha hecho el acto más heroico en honor de la Independencia de la Nación».

La comunicación francesa entre Madrid y Andalucía se mantuvo cortada por la interceptación de correos y las actuaciones de las guerrillas en La Mancha. Valga como ejemplo la gesta de «La Fraila», viuda y santera de una ermita de Valdepeñas, que tras perder a su hijo, guerrillero de la partida de «Chaleco», a manos francesas, invitó a toda una tropa de más de 100 soldados a comer y beber en la ermita. Tras tenerlos dormidos, hizo volar la ermita prendiendo la pólvora que llevaban, muriendo todos allí.

Por este hecho y ante lo difícil de tomar las villas del Camino Real, los franceses bordearon el río Guadiana hasta Ciudad Real, donde entre los días 26 y 27 de marzo de 1809 se llevó a cabo la batalla de Ciudad Real entre el IV Cuerpo del Ejército Imperial Francés del General Sebastiani y el Ejército de La Mancha del General José de Urbina, en la que participaron más de 5000 hombres, victoriosa para los franceses, lo que les permitió tomar la capital y toda la provincia, reanudando la comunicación con Andalucía e instalando guarniciones en Ciudad Real, Almagro, Daimiel y en el castillo de Manzanares; pasando Manzanares a ser capital de la provincia hasta el final de la guerra.

En 1823, el Rey Fernando VII visitó Valdepeñas. Viendo aún la ruina en la que se mantenía después del incendio y, conocedor de la gesta del pueblo, le concedió el título de: «Muy Heroica Ciudad».

Héroes de Valdepeñas

Juana Galán «La Galana»
Francisco Abad Moreno «Chaleco»
Cura «Calao»
La Fraila
Juan Toledo
Juan Vacas

El fajin y el bastón de mando donados por el general francés a la imagen de Jesús del Perdón patrono de Manzanares, aún se conservan, no así la imagen que realizada en el año 1608
" su imagen de Jesús, en su segunda caída camino del Calvario, modelada a principios del siglo XVII en ésta entonces Villa de Manzanares a expensas de Dª Catalina Martínez, viuda de D. Pedro Núñez Mayorga, allá por el año 1.608. "
esta talla de gran valor, fue destruida en la II República cuando se produjo la quema de conventos e iglesias, asesinando al santero que dio la alarma a los vecinos para que sofocaran el incendio, reconstruyéndose la ermita con posterioridad a la guerra civil siendo la imagen actual obra del escultor vasco Quintín de Torre en 1942


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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 11:08

JUANA GALAN "La Galana"

Juana Galán, apodada La Galana (Valdepeñas, 1787 – 1812), fue una guerrillera española, heroína de la Guerra de la Independencia (1808–1814). Era la mayor de siete hermanos, nacida en una familia burguesa que regentaba una gran casa con fonda y taberna a la entrada de la villa de Valdepeñas. Se la considera la mujer mejor informada de la villa en esa época por trabajar en ese lugar estratégico.

El 6 de junio de 1808, en la Contienda de Valdepeñas contra las tropas de Napoleón, a falta de hombres suficientes para defender el pueblo, ella misma animó a las mujeres a salir a luchar. Las mujeres lo hicieron vertiendo por las ventanas agua y aceite hirviendo sobre la soldadesca, mientras que ella se armó con una porra y salió a la calle a luchar cuerpo a cuerpo contra la caballería francesa. Gracias a esta contienda, los franceses abandonaron toda la provincia de La Mancha y se retrasaron en la batalla de Bailén, que acabó en victoria para los españoles. También se le concedió por esto a la villa el título de «Muy Heroica».

Juana Galán contrajo matrimonio el 2 de mayo de 1810 (día que se cumplía el segundo año de la declaración de guerra) con Bartolomé Ruiz de Lerma, natural de Valdepeñas, con quien tuvo dos hijas. A causa de su último parto falleció el 24 de septiembre de 1812, el mismo día en que se declaraba La Mancha liberada de las tropas de Napoleón, con la entrada triunfal de Francisco «Chaleco» en Valdepeñas.

Este personaje supuso para la ciudad de Valdepeñas un símbolo histórico-artístico de resistencia, heroicidad, fortaleza y patriotismo. Ha sido numerosamente representada en obras de arte local. Se le suele representar de pie, sosteniendo sobre la mano derecha una cachiporra y en la izquierda sujetando a un soldado francés. Ha sido muy representada también en teatro en obras a nivel nacional que representaban la batalla de Bailén y la contienda de Valdepeñas. En 2008, la compañía teatral toledana «La Recua» utilizó a este personaje como protagonista de una recreación de unos mitificados fusilamientos, que amenizaba un mercado goyesco que recorrió varios puntos principales de España (entre ellos la Plaza Mayor de Madrid), como acto principal del bicentenario de la Guerra.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 11:12

FRANCISCO ABAD MORENO "Chaleco"

Guerrillero español, nacido en Valdepeñas (Ciudad Real) el 24 de abril de 1788 y muerto en Granada el 21 de septiembre de 1827, conocido popularmente por su apodo de "Chaleco".

Como jefe de un centenar de guerilleros estorbó notablemente, durante tres años (1810-1812), a las tropas francesas estacionadas en La Mancha en la Guerra de la Independencia española, y tras el fin de ésta fue perseguido por Fernando VII a causa de su constitucionalismo.

Hijo de José Abad, después de morir sus padres durante la invasión napoleónica y el ataque a Valdepeñas del 6 de junio de 1808, se unió a las partidas antifrancesas que comenzaban a formarse en la región manchega: primero sirvió a las órdenes del teniente José Cacho en Villanueva de Bogas (Toledo), y luego en la de José Miguel Villalobos en Valdepeñas. Pronto jefe de una de ellas, que formó en Cañada de los Frailes, hostigó desde 1810 a los ejércitos enemigos mediante ataques sorpresa a pequeños destacamentos y guarniciones de importancia estratégica, interceptando convoyes de abastecimiento. En junio de 1810 eliminó un destacamento de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) y luego al que acudió en su auxilio; el mismo mes, junto a la guerrilla del cura Francisco Ureña venció a distintas guarniciones (Manzanares y Valdepeñas -en Ciudad Real- y, más allá del puerto de Despeñaperros, Santa Elena y La Carolina - en Jaen-). Ya en septiembre, detuvo a dos convoyes entre Valdepeñas y Manzanares, y después a otro más hacia el norte, entre Consuegra (Toledo) y La Venta del Manso.

En 1811, en junio, atacó a un grupo de caballería, causándole algunas bajas; en octubre se reunieron varias partidas, las de Alejandro Fernández, Juan Gómez, y Francisco Laso de la Vega, con la suya, con el objeto de tomar el fuerte de Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real), pero mientras se dirigían a esta población se supo la aproximación de una columna de caballería e infantería, optándose por abandonar el asalto y presentar batalla, con una completa victoria. Al poco, otro grupo de destacamentos franceses más una partida de afrancesados, que procedían de Almagro, Valdepeñas y Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), trató de sorprender a Juan Abad durante la noche, pero también ellos fueron derrotados tras un combate en medio de los olivos y las vides.

En 1812, en agosto, ya unido al comandante José Martínez de San Martín, venció a los franceses en Ossa de Montiel (Albacete), mientras que en noviembre apresó algunos dragones de caballería en las proximidades de Santa Cruz de Mudela, y más tarde a algunos juramentados (españoles, generalmente funcionarios, partidarios de los franceses). Ese año se integró finalmente en el ejército, nombrado coronel por el general Francisco Javier Castaños (27 de septiembre).

Finalizada la guerra, sus numerosos éxitos no le evitaron problemas en la década de los 20: por su actitud liberal fue ordenado su retiro forzoso por el rey Fernando VII (1817). Luchó por la Constitución de 1812 en acciones como la conspiración de Madrid de marzo de 1820 y fue apresado en su casa junto con otros tres cabecillas. Encerrado en el Pósito y trasladado a Valladolid, fue condenado a muerte, de la que se le libró al ser liberado por estudiantes universitarios antiabsolutistas. Cuando los liberales lograron asumir el poder en 1820, iniciándose el Trienio Liberal (hasta 1823), Juan Abad, brigadier, fue nombrado capitán general de La Mancha, luchando contra diversos grupos absolutistas como el del Locho y el de Zaldívar.

También entró en la Comunidad, sociedad secreta de liberales radicales. No obstante, se rindió al coronel duque de Berry en Almedina (Ciudad Real) al entrar en España los Cien Mil Hijos de San Luis en apoyo de Fernando VII, en 1823, y fue procesado acusado de "comunero"; al año siguiente obtuvo de nuevo la libertad, esta vez acogido al indulto general del 1 de mayo aunque el rey tenía especial interés en su desaparición (la misma situación en que se encontraba Juan Martín Díaz, el Empecinado). A los tres años, en 1827, se le detuvo por tercera vez, achacándole su antiguo adversario, el Locho, algunos asesinatos en la Venta de la Bienvenida de los que posiblemente no fue autor; fue considerado culpable por el Regente de la Chancillería de Granada y ejecutado en esta ciudad por ahorcamiento y decapitación. Casado con María Muñoz, dejaba cinco hijas al morir.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 11:18

LA FRAILA

Heroína española de la Guerra de la Independencia (1808-1814).

Fue santera de la ermita de Consolación en Aberturas, actual pedanía de Valdepeñas. Se desconoce su identidad. Los únicos datos que se saben es su sobrenombre, derivado de su oficio, que era viuda y que tenía un hijo adolescente llamado Juan Ramón, quien al parecer murió en un enfrentamiento con las tropas francesas, cuando este formaba parte de la guerrilla de Francisco Abad "Chaleco·

El 30 de mayo de 1808 dio la voz de alarma en el Ayuntamiento de Valdepeñas de que la ermita que ella guardaba había sido saqueada por las tropas del General Dupont, que avanzaba hacia la Batalla de Bailén. Tras esta alarma se trasladó a la Virgen de Consolación a la Iglesia Mayor de la villa y se organizó una Junta de Defensa, presidida por el cura Calao, que terminó por cortar el paso a los franceses el 6 de junio en la llamada Contienda de Valdepeñas, con la que se logró evitar el refuerzo de Dupont en Bailén y se evacuó a todos los invasores de La Mancha, a pesar de que la villa de Valdepeñas fue incendiada.

La Fraila, sin embargo, se distinguió tres años más tarde, cuando la provincia ya estaba ocupada por las tropas francesas. En mayo de 1811, el guerrillero Francisco "Chaleco" evacuó el cantón francés de La Solana, produciéndole varias bajas, teniendo la guerrilla española como única baja la del hijo de la Fraila, Juan Ramón, que se había enrolado en la mencionada guerrilla. La tropa francesa huida, compuesta por un centenar de soldados, se acuarteló en la ermita de Consolación que la Fraila guardaba. Allí, la mujer los recibió, les dio de comer y sirvió vino hasta que todos quedaron dormidos. Entonces, como venganza por la muerte de su hijo, atrancó las puertas de la ermita y colocó bajo el altar los barriles de pólvora que los franceses transportaban. Con una tea ardiendo prendió los barriles y voló la ermita, inmolándose con ella, muriendo también bajo el fuego el centenar de soldados.

La ermita fue destruida por completo. La gesta de La Fraila fue el detonante para que la provincia de La Mancha fuera completamente desocupada de tropa al año siguiente.

Gloria a los que dieron su vida por la España.

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Marco Tulio Cicerón.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 14:56

LOS SITIOS DE VALENCIA

La segunda quincena de mayo de 1808, la situación en Valencia era de calma tensa, el 21 de mayo un pasquín aparecido en Valencia decía:

La valenciana arrogancia,/ siempre ha tenido por punto,/ no olvidarse de Sagunto y acordarse de Numancia./ Franceses, idos a Francia,/ y dejándonos en nuestra Ley,/ que lo tocante a Dios y al rey,/ a nuestras casas y hogares,/ todos somos militares, y formamos una grey

El 23 de mayo de 1808 llegaron las noticias a Valencia con la gaceta las noticias de Madrid y la marcha de la familia real hacia Francia. Ante una gran multitud se dio lectura del periódico, el conocimiento de lo sucedido en Madrid llena de indignación a los valencianos y pese a que las autoridades intentar someterse a Bonaparte, el pueblo lidera los acontecimientos forzando el 25 de mayo a la Junta Suprema de Gobierno del Reino de Valencia, a reclutar tropas y declarar la guerra.

El 29 de mayo se creó, por la Junta de Gobierno de Valencia, el Regimiento de la Reina 2º, integrado por 3.732 personas, y que se denominaba cazadores voluntarios de Valencia o cazadores de Caro porque su primer coronel fue el General Caro, quien hizo Generala de los ejércitos del Reino a la Virgen de los Desamparados. Este regimiento se mantuvo hasta 1855,pasando a ser un regimiento de línea con el nombre de la Reina.

Durante el mes de junio Moncey venía desde Madrid, en el camino derrotó a las tropas valencianas que le salieron al paso en Contreras, Buñol donde se ensañó con la población, especialmente con el párroco y, arrasó con animales y víveres, días después alcanzó San Onofre en las proximidades de Valencia, derrotando a los restos del ejército que quedaba.

El asedio de 1808

Moncey estableció su campamento en el camino de Quart de Poblet, y llevó sus tropas ante las puertas de Cuart, estableciéndose en los entornos del antiguo Convento del Socorro, donde hoy se encuentra la Parroquia de San Miguel y San Sebastián desde donde exigió la rendición de Valencia.

El Duque de la Conquista pretendía capitular ante lar falta de fuerzas militares, pero el pueblo entró en la Casa de la Ciudad al grito de: “El pueblo prefiere la muerte en su defensa”.

Durante el día y la noche se cerraron y reforzaron con maderos las puertas que se consideraban más vulnerables, Ruzafa, Portal Nuevo, Serranos y Trinidad. También se cubrió con batería y foso la puerta de San Vicente. La de Cuart fue objeto de más detalle, porque enfilaba el camino por donde Moncey avanzaba: se abrió una gran foso y una tronera con su cañón dirigido al camino de acceso a las Torres en la puerta de madera.

Según algunas fuentes unos veinte mil valencianos se aprestaron a la defensa, ayudados por los marineros del Grao, y el Regimiento de Cazadores desplegado a la otra parte del río, por la huerta de Campanar.

A las ocho de la mañana del 28 comenzó la batalla del primer sitio de Valencia duró todo el día.

A las doce Moncey reiteró su petición de rendición, ordenando avanzar a dos columnas francesas hacia la puerta, pero se vieron detenidas por el foso abierto y sorprendidas entre dos fuegos. Dos horas después los franceses seguían sin alcanzar la puerta y las bajas ya eran inumerables, la artillería disparó a las Torres, causando algunos desperfectos que aún hoy son observables.

Moncey se retiró a una alquería próxima pero el fuego de artillería de la muralla les alcanzó y uno de sus ayudantes perdió una pierna de un cañonazo, forzando su retirada a más distancia. Por la noche los valencianos inundaron la huerta impidiendo la movilidad a las ropas francesas y Moncey el con unas dos mil bajas, ordenó la retirada a Madrid.

El soldado francés, Pierre Doubon, escribe a un hermano: «Hemos atacado Valencia y cuando nosotros esperábamos mollese nos hemos encontrado una resistencia sin igual. No hay en el mundo villa fuerte, castillo sin fortaleza que haya defensa más activa ni más opiniatre (obstinada). Los valencianos se han defendido con honor y se han batido con una heroicidad sin par. Un establo es mi tombeau...».

Las tropas valencianas, según cuenta Vicente Boix, una división con 16 300 hombres, avanzaron sobre Madrid, entrando por la puerta de Atocha el 15 de agosto de 1808, después pasó por Tudela donde sufrieron 200 bajas, para terminar en Zaragoza donde perecieron la mayoría. Solamente regresaron a Valencia 1455 infantes y 300 caballos, por lo que la junta reclutó a otros 33 000 soldados por todo el Reino, Játiva, Morella, Alicante, Castellón, Orihuela... Las banderas perdidas en Zaragoza siguen en manos francesas.2

El Palleter Vicente Doménech: Destaca la figura del Palleter, quien el 23 de mayo, en la Plaça de les Panses, entre la Lonja y la Compañía, rasga su faja roja, pone el jirón en el extremo de una caña con una estampa de la Virgen de los Desamparados en un lado y de Fernando VII en la otra y lanza su grito famoso: “Un pobre palleter li declara guerra a Napoleó. ¡Visca Fernando sèptim i muiguen els traïdors!.3

El torero Joan Batiste Moreno, armado solo con una espada, hacía de portero: Se trata de un personaje que, según algunas fuentes, se dedicaba a la lidia; con unos compañeros se agenció un cañón de grueso calibre y se dirigieron a la puerta de Quart, allí parece ser que se quedaron al servicio de la batería. Para el uso de la misma se había preparado una tronera en la puerta, pero se decidió que sería más eficaz abrir y cerra las puertas. Un grupo numeroso de paisanos, dirigidos por Batiste, abría y cerraba las pesadas puertas para disparar la pieza y rápidamente las volvía a cerrar mientras se cargaba de nuevo. Según las crónicas, la actuación de esta batería fue decisiva para impedir el paso de Moncey.

El mesonero de la calle de San Vicente Vicent García: La actuación de este civil fue increíble: hizo a caballo, solo o acompañado, cinco salidas, llevando en cada una cuarenta cartuchos que utilizó con demostrada puntería y efectividad. En el último viaje acosaron a unos soldados asentados en la partida de Arrancapins y al regreso, casi en la puerta de la ciudad, fue alcanzado su caballo y parece ser ya no consiguió reponerlo. No pudo hacer el sexto viaje.

El conde de Toreno, historiador y diputado en las Cortes de Cádiz, calificaba la defensa de maravillosa, porque nunca antes el pueblo civil había derrotado, hasta el ridículo, a un ejército profesional.

1810 y 1811

En 1810 las tropas francesas se atrincheraron en el norte de la ciudad, en las zonas de Campanar y la carretera de Sagunto; los españoles fortificaron la zona norte y los puentes de acceso a la ciudad sobre el Turia, siendo utilizados estos como improvisado polvorín.

Recientemente se han encontrado grafitis de la época

"Fernando VII", "Reyno de Valencia"

La situación poco a poco fue cambiando; sin apoyo exterior, tras caer Sagunto en manos del francés y con el escaso apoyo del ejército español que quedaba, la capitulación ante los franceses llegó, tras un duro asedio, en 1811, y poco más de un año antes de terminar la guerra. En este sitio (roto en dos ocasiones por el teniente Pablo Muñoz de la Morena), las tropas españolas destruyeron el Palacio Real de Valencia para impedir que lo tomaran los franceses, según algunas fuentes; para conseguir fondos con la venta de las riquezas del mismo con el que mantener la guerra en otros lugares, según otras.

Un cronista relata la situación dentro del "cap i casal"

“El pueblo -de Valencia- se halla sin víveres, sin gobierno, con tres días de bombardeo (…) Todo es desorden: el soldado vende el fusil y las prendas del vestuario; el de caballería y artillería vende su caballo y monturas (…) La escasez y la miseria producen ya todos sus espantosos efectos, la hediondez de perros, mulas, caballos y gatos muertos incomoda mucho; pero lo que es más doloroso es la vista de algunos cadáveres infelices pobrecitos de ambos sexos tendidos en las calles (…) No se ve otro remedio a tanta calamidad más que la capitulación”.6

Tras la capitulación, los franceses impulsaron algunas reformas en Valencia, y la situación tras las habituales represalias, fue llevadera en los meses que permaneció bajo control francés, llegando a ser capital de España cuando José I trasladó aquí la corte, en el verano de 1812.

Con la retirada de los franceses, en Valencia, el general Elío organizó una revuelta militar que sirvió para reponer en el trono de España a Fernando VII "el Deseado", e iniciar el Sexenio Absolutista (1814-1820).

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 15:01

BATALLA DE VALMASEDA

La batalla de Valmaseda tuvo lugar el 6 de noviembre de 1808 en la localidad vizcaína homónima, tras la ocupación definitiva de Bilbao por el mariscal Lefebvre el 2 de noviembre y en el curso de las primeras operaciones dirigidas personalmente por Napoleón al frente de la Grande Armée. El general Joaquín Blake, rechazado en Zornoza por Lefebvre, detuvo su retirada y realizó una operación de repliegue enfrentándose al ejército francés conducido por el mariscal Victor que lo perseguía. Blake logró así una pequeña vitoría táctica, la última de las victorias españolas en esta fase de la guerra.

Tras la ocupación de Bilbao el mariscal Lefebvre lanzó una precipitada ofensiva en Zornoza sobre las fuerzas de Blake que se dirigían de Reinosa al País Vasco. Aunque derrotado, Blake pudo replegarse sin graves pérdidas. Napoleón, que se encontraba preparando su inminente entrada en la península, mostró su enojo con Lefebvre y confió la persecución al mariscal Víctor para que, con el refuerzo del Segundo Cuerpo de Ejército de Bessières por retaguardia, detuviese el repliegue de Blake dejando libre el flanco occidental en su avance hacia Burgos.

Frenando de improviso lo que había sido una rápida retirada a la que ni Lefebvre ni Víctor había podido dar alcance, Blake se replegó sobre sí mismo y al amanecer del 6 de noviembre cayó sobre la división del general Vilatte, que formaba la vanguardia de las tropas galas. En total, los franceses sufrieron unas 400 bajas y perdieron numerosos fusiles y una pieza de artillería.

La victoria no tuvo otro efecto práctico que provocar el enfurecimiento de Napoleón, decepcionado por la derrota de sus mariscales ante lo que consideraba un ejército de bandidos liderados por monjes. A las pocas horas Víctor obligó a Blake a un nuevo repliegue y el 11 de noviembre le causó una severa derrota en Espinosa de los Monteros.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 15:13

BATALLA DE VILLODRIGO

La batalla de Villodrigo, a la que los británicos suelen denominar de Venta del Pozo (es tradición que el nombre lo ponga el ganador), fue una acción de la Guerra por la Independencia española que tuvo lugar el 23 de octubre 1812 cerca del pueblo de Villodrigo en la provincia de Palencia, comunidad autónoma de Castilla y León en España. Se entabló entre una fuerza anglo-alemana dirigida por el mayor general Georg von Bock contra una fuerza muy superior francesa bajo el comando del general Jean-Baptiste Curto. El resultado fue una aparente victoria táctica francesa pero una ganancia para los británicos ya que le dio la ventaja de un día más de tiempo adicional a Wellington para que su fuerza principal llegara a Torquemada.

Desde el 20 de octubre de 1812, después del fallido asedio a Burgos la fuerza de Wellington se encontraba replegándose bajo una lluvia torrencial hacia el sudoeste en dirección a Ciudad Rodrigo. En la noche del 22 la infantería y la caballería pesada acamparon al costado de la ruta en Celada del Camino y, unos cinco kilómetros más al norte, en Hornillos del Camino; mientras que la caballería ligera lo hizo en Estepar y Buniel para controlar el avance francés. Al día siguiente la marcha continuó con la columna derecha del ejército enfilando hacia Torquemada y la izquierda hacia Cordevilla donde una semana después se cruzó el río Pisuerga. La retaguardia de la fuerza británica estaba dirigida por el general alemán Georg von Bock quien había tomado interinamente el mando de la División de Caballería después de que en la batalla de Los Arapiles (Salamanca) fuera muerto el general Le Marchant y herido de gravedad su segundo, el general Stapleton Cotton. En calidad de tal fue encomendado por Wellington para que dirigiera la retaguardia de la fuerza en retirada. Esta incluía la brigada de caballería pesada de la Legión Alemana del Rey - KGL (1º y 2º de dragones pesados de la King's German Legion) comandada por él mismo, la brigada de dragones ligeros del general George Anson (regimientos 11º, 12º, y 16º); la brigada de infantería ligera al mando del coronel Colin Halkett (batallones ligeros 1º y 2º de la King's German Legion) y el destacamento de artillería montada, el “I Troop” del capitán Robert Bull, con seis cañones de la Real Horse Artillery, interinamente a cargo del capitán William Norman Ramsay. En total 2440 hombres. El día 23 von Bock decidió esperar con el objeto de frenar a los perseguidores y así ejecutar la orden de Wellington para que el resto del ejército pudiera ganar una ventaja de 10 horas (o siete leguas, equivalentes a un día de marcha de la infantería) respecto de sus perseguidores, con el fin de llegar cómodos al pueblo de Torquemada.

Cuando apareció la punta de la avanzada francesa, la caballería realizó dos exitosas cargas, motivo por el cual la fuerza enemiga, los 377 jinetes de los 3 escuadrones del 14º regimiento de chasseurs al mando del coronel Lemoyne de la brigada del general Jean-Baptiste Curto, fue detenida por unas tres horas en un paraje al que en aquel entonces le llamaban el Pasaje del Hormazo, lugar donde la ruta hacia el pueblo de Celada del Camino cruza el arroyo Hormazuela a la entrada del pueblo. Después de aquellas escaramuzas von Bock continuó la marcha hacia el sudoeste por el medio de una larga planicie a cuyo costado izquierdo había una serie de colinas, de las cuales las más altas se elevaban a unos 100 metros por sobre el valle y sobre las cuales cabalgaba, acompañando lateralmente a la fuerza de Wellington, la partida de guerrilleros al mando del teniente coronel español Benito Martínez o Marquinez, con el objetivo de espiar y hostigar a los franceses entreteniéndolos así en el flanco izquierdo del ejército aliado.

Bock tenía clara conciencia de que, con la tropa exhausta de la retaguardia que comandaba, sería solo cuestión de tiempo hasta que fueran alcanzados por la fuerza francesa muy superior en número, por lo que decidió hacer un alto 29 kilómetros más adelante, a la altura del pueblo de Villodrigo para tenderle una emboscada a sus perseguidores y así volver a ganar tiempo para la fuerza principal.

Según relatan diferentes cronistas de la época, en el lugar del combate la planicie por la que corría la ruta era cruzada perpendicularmente en toda su extensión por una cañada, es decir el lecho de un arroyo seco, profundo e infranqueable (del cual hoy queda apenas un zanjón casi imperceptible), el que nace en las colinas y desemboca en el río Arlanzón a la altura del pueblo de Villodrigo. El Arlazón corre a la derecha de la planicie, en sentido de la marcha de las tropas, es decir de Nordeste a sudoeste a unos 100 metros del pueblo. Cerca de las colinas el viejo camino cruzaba la cañada a través de un antiguo y angosto puente de piedra, a cuyo lado se encontraba una pequeña posada llamada "Del Pozo"(los lugareños les llamaban “venta”, de ahí la denominación de “Venta del Pozo” que le dieron los ingleses a la batalla). Más al este, al pie de las colinas la cañada sí podía ser cruzada sin dificultad por las tropas.

El plan era sorprender a los franceses para lo cual Bock dispuso que un escuadrón de la caballería de Anson se quedara como señuelo delante del puente simulando estar custodiándolo para permitir la retirada del resto de la fuerza. Cuando se acercaran los franceses debía emprender la retirada cruzando el puente hacia el sur e inmediatamente girar hacia su derecha incitando a los franceses a que lo siguiera. Después de que éstos hubieran cruzado, los cañones de Ramsay abrirían el fuego con metralla y acto seguido los dragones de von Bock harían el resto. Un perfecto plan pero que salió mal.

Habiendo cruzado toda la fuerza anglo-alemana el pequeño puente, la brigada de Bock dio media vuelta con vista hacia el enemigo y se ubicó a la derecha del camino a lo largo de la planicie, mientras que la artillería montada lo hizo en el centro cortando el camino con sus cañones. Se suponía que la mitad izquierda del campo quedara libre para que la ocupara la brigada de Anson cuando llegara. Sin embargo cuando ésta terminó de cruzar el pequeño puente, con sus caballos cansados por las cargas de la mañana contra tres de los escuadrones de Curto, buscando apoyo se ubicó más a la derecha, casi detrás de los alemanes de Bock.

La fuerza francesa del general Auguste de Marmont, duque de Ragusa, comandada ahora por el general Joseph Souham tras que el primero cayera malherido en Salamanca, envió en persecución a su avanzada de caballería comandada por el General de Brigada Jean-Baptiste Théodore Curto integrada con parte caballería de la Armada del Norte (Béteille y Merlin) y parte la de la Armada de Portugal (Curto y Boyer).

Esa fuerza estaba compuesta por la caballería ligera del mismo Curto con su brigada reorganizada que integraban ahora los regimientos de chasseurs (cazadores montados) del 13º del coronel Shee (4 escuadrones) y del 14º del coronel Lemoyne (3 escuadrones); por la brigada del coronel Merlin con el 1º de húsares al mando de él mismo y el 31º de chasseurs del coronel Desmichels, con tres escuadrones cada uno; la brigada de dragones ligeros del general Pierre-François Boyer –apodado “Pierre le Cruel” por las represalias in extremis que ejerció contra los guerrilleros españoles luego de haber sido él mismo torturado severamente por ellos- con los regimientos 6º (coronel Piquet), 11º (coronel Thévenet d’Aoust), 15ª (coronel Boudinhon) y el 25º (coronel Leclerc) con dos escuadrones cada uno; y la brigada del coronel Jean-Alexis Béteille con 2 escuadrones de los “caballos negros” –los famosos lanceros del Ducado de Berg– al mando del capitán de Toll; el regimiento 15º de chasseurs (coronel Faverot) con 3 escuadrones; y la 1ª Légion de Gendarmes de España (antes denominada de Burgos) comandada por el propio Béteille, con 6 escuadrones. Finalmente integraban la vanguardia la 5º División de Infantería al mando de Mancune (su nombre es uno de los que está tallado en el Arco de Triunfo de París), en total unos 3200 hombres, la que sin embargo nunca llegó a tener contacto con la fuerza británica.

Antes de que los aliados prepararan la trampa, la brigada de húsares y chasseurs de Merlin había sido enviada por Curto a perseguir y acabar con la partida de Martínez, un grupo guerrillero al que Wellington había pedido acosar a los franceses en su flanco izquierdo. Sorprendidos por los franceses quienes les pisaban los talones, las cuadrillas corrían por su vida a sabiendas que de ser alcanzados no les esperaba magnanimidad. Buscando la protección de los británicos corrieron bajando a todo galope la colina y sin frenar dieron con sus cabalgaduras contra la formación del 16º de la brigada de Anson al mando del teniente coronel Pelly, el que se vio de pronto frente al ataque de los seis escuadrones franceses que venían atrás, los que al principio creyeron que la de Ansón era una fuerza de caballería española.

En el ínterin, ya habían aparecido en dirección a la cañada del río seco la brigada del coronel Béteille con sus 11 escuadrones los que al ver el puente enfilaron rápidamente hacia él y comenzaron a cruzarlo formando, con toda la calma, en muraille, del otro lado del zanjón frente a la caballería de von Bock y Anson, éste último ya en pleno desorden por el ataque que sufría en su flanco derecho.

Ya se habían hecho las cinco de la tarde, cuando los dos últimos escuadrones del 1º de gendarmes franceses habían terminado de posicionarse frente a los alemanes, cuando von Bock viendo el inminente peligro, ordenó a su brigada y a Anson que atacaran antes de que más franceses pudieran cruzar (Curto con sus siete escuadrones había quedado del otro lado del puente en actitud expectante y como reserva) La brigada de Bock avanzó en echelones (escalonadamente) con el 1º regimiento delante del 2º. La brigada de Anson lo hizo en forma rezagada debido al ataque por su flanco del cual era objeto por parte de la fuerza de Merlin.

El 1º de la KGL rompió hacia la derecha de los gendarmes franceses pero fue rechazado y empujado hacia atrás, mientras que el 2º se detuvo trenzándose en un combate cuerpo a cuerpo con la élite del enemigo –los gendarmes- que tenía enfrente. Justo antes de esa carga, los dos últimos escuadrones de gendarmes habían logrado colocarse de tal manera como para atacar a ambas líneas de dragones alemanes en su flanco izquierdo. Por su parte la extenuada y ahora desorganizada brigada de Anson no pudo penetrar la línea de sus opositores, los lanceros de Berg y el 15º de chasseurs de Faverot. Sobrevinieron diez minutos de durísima lucha cuerpo a cuerpo de una de las mayores y más encarnizadas batallas de caballería durante toda la guerra peninsular: 1300 ingleses y alemanes contra 2017 franceses.

Los hombres de Anson fueron los que llevaron la peor parte ya que mientras eran atacados en su flanco derecho por los 756 jinetes de Merlin, ahora también recibían la carga por su frente de los 534 chasseurs del 15º y los 226 de los “caballos negros”, los dos escuadrones de lanceros del Ducado de Berg, ambos de la brigada de Béteille lo que les produjo importantes bajas. En ese combate fue tomado prisionero el teniente coronel Pelly. El retraso que produjo este incidente permitió que el enemigo recibiera importantes refuerzos por parte de los ocho escuadrones de Boyer que ya estaban cruzando la cañada más al este, al pie de las colinas.

En completo estado de confusión el 16º de Anson se replegó pero trágicamente lo hizo por el camino equivocado bloqueando de esta manera el frente de la batería de Ramsay y la zona de carga prevista para el ataque de von Bock cuya brigada ahora fue atacada por el resto de los 6 escuadrones de la Legión de Gendarmes de España al mando del propio Béteille. En ese momento, habiendo terminado de pasar los jinetes de Anson delante de las baterías, Ramsay finalmente pudo abrir el fuego contra los hombres de Béteille pero ya era demasiado tarde. Sus artilleros no llegaron a recalcular la elevación de los cañones y la ronda pasó inofensivamente sobre las cabezas de los franceses lo que no hizo más que empeorar la situación porque apuró la carga de éstos. En ese dramático suceso von Bock al frente de sus jinetes de la KGL apenas si pudo sacarse de encima a seis dragones franceses gracias a que sus hombres lograron rescatarlo.

Mientras tanto, los dos batallones de infantería al mando de Colin Halkett que estaban apostados sobre la base de una pequeña colina, al ver que una caballería francesa (los húsares y chasseurs de Merlin) bajaba de otras colinas cruzando el lecho del arroyo seco por donde éste no era tan profundo, y que otro regimiento (los dragones de Boyer) se dirigía a ese mismo lugar buscando cruzar la cañada para atacar a la fuerza anglo-alemana por el flanco, se puso en movimiento a paso redoblado hacia el lado contrario de la planicie buscando el refugio del pueblo de Villodrigo.

Entre tanto Boyer, que había llegado con sus dragones al lugar de los hechos, viendo que la brigada de Anson estaba lidiando con los hombres de Merlin, pensó en atacar a los ingleses por la retaguardia cuando se encontró de pronto que más adelante se encontraba la infantería de Halkett la que estaba marchando en columna con el 2º de Infantería Ligera de la KGL al mando del coronel Louis von dem Bussche unos 180 metros detrás del 1º al mando del mayor Georg von Baring (futuro héroe de Waterloo), apurando el paso para alcanzar unas ruinas situadas unos 200 metros más adelante. Boyer no lo pensó dos veces y cargó contra ellos. El 2º de la KGL no logró alcanzar las ruinas cuando le faltaban solo unos 140 metros para llegar a ellas por lo que formó allí mismo en cuadro enfrentando con suma valentía a los jinetes de Boyer que recibieron la primera descarga de los mosquetes "Brown Bess" de los alemanes. Luego de esa primer carga, ambos batallones de infantería lograron retirarse a Villodrigo en formación de columna y fue cuando el 1º estaba por llegar al pueblo que la caballería francesa avanzó nuevamente a la carga contra ellos, que ambos volvieron a formar en cuadro preparados para recibirlos. Según algunas fuentes, ese fue el momento en que llegó al campo de batalla Wellington, que ahora personalmente dirigió los cuadros de la infantería de Halkett para enfrentar a la caballería francesa de Boyer.

El 1º de infantería recibió la segunda carga de los dragones de Boyer sobre la parte trasera de su lado derecho, cuyos hombres contuvieron la arremetida con firmeza sin dejarse impresionar por los franceses. Con importantes bajas la caballería de Boyer cambió su objetivo atacando ahora al 2º de infantería pero también sin éxito. El intenso fuego del cual fueron objeto los jinetes les impidió todo acercamiento por lo que los escuadrones franceses optaron por retirarse. Frente a la expectativa de un nuevo ataque la infantería alemana de ambos batallones quedó en formación de cuadro cuando el enemigo ahora formado en masa frente a la parte posterior de su flanco derecho pareció intentar una tercer carga. Sin embargo una volea de la cara posterior de ambos cuadros alejó a los asaltante al trote hacia una distancia considerablemente mayor.

Por su parte los hombres de von Bock en su retirada seguidos por la brigada de Anson, ambos en desorden, casi de inmediato se vieron flanqueados a ambos lados también por los dragones de Boyer que rechazados por los cuadros de infantería ahora se dirigieron al galope hacia ellos, haciendo que toda la caballería británica rompiera en completa confusión. Finalmente los alemanes lograron tranquilizarse y reagruparse detrás de las plazas de la infantería a las que usaron como escudo, seguidos por Anson y sus hombres cuando toda la brigada de Betéille con los gendarmes, los chasseurs del 15º y los lanceros de Berg se detuvieron para también organizarse ellos. Con la caballería aliada reagrupada y ordenada detrás de ambas plazas, los franceses –con sus fuerzas y caballos también agotados y debido a que ya se estaba poniendo el sol– desistieron de continuar. De esta forma la infantería había comprado tiempo para que las brigadas de Anson y von Bock pudieran ponerse a salvo. Algo más tarde, ya de noche y a sabiendas de que una numerosa infantería francesa había marchado durante todo el día rumbo al campo de batalla, la fuerza anglo-alemana optó por alejarse, haciéndolo en buen estado de orden.

El combate de Villodrigo o Venta del Pozo fue durísimo, confuso y casi destruyó la retaguardia británica. Contando las escaramuzas contra la caballería de Curto por la mañana cerca de Celada del Camino, duró en forma ininterrumpida desde las 09:00 hasta el anochecer. El aprovechamiento adecuado del terreno por parte de Bock ayudó a salvar la retaguardia, proporcionando los dos batallones de infantería ligera de la KGL la fuerza salvadora cuando todo parecía definirse por parte de los franceses que habían ganado una ventaja decisiva sobre la agotada retaguardia británica. Solo la pausa francesa después de no poder romper las plazas alemanas en sus tres arremetidas permitió a la fuerza británica retirarse con éxito sin mayores bajas adicionales. Esa pausa inexplicable tal vez pudo deberse a la cantidad de bajas entre sus oficiales sufridas por la caballería francesa. En la Legión de Gendarmería, fueron heridos su comandante, el coronel Béteille que fue dejado por muerto en el campo después de recibir doce heridas de espada (una en el tórax, cuatro en la mano y el brazo izquierdo y siete en la cabeza), una de las cuales le abrió el cráneo (fue encontrado por uno de sus lugartenientes que lo reconoció por sus calcetines y llevado ante los cirujanos franceses que lograron salvarlo). Además de Béteille en su brigada cayeron heridos otros 16 oficiales. Siete en la Legión de Gendarmes de España, otros siete en el regimiento del 15º de chasseurs donde sólo dos oficiales quedaron ilesos, y dos en el de lanceros del Ducado de Berg. En los ocho escuadrones de Boyer el 25º perdió tres oficiales heridos, y en el 6º y 11º uno en cada uno de ellos. Los húsares y chasseurs de Merlin solo acusaron la baja de un oficial herido en cada uno. Entre todos estos heridos habría habido al menos siete que fallecieron a causa de sus heridas.

Por su parte los aliados perdieron entre 165 y 250 muertos y heridos y tuvieron de 65 a 85 hombres capturados según que fuente se tome. La brigada de von Bock sufrió las más importantes bajas. Del 1er regimiento resultaron muertos 10 hombres y 16 caballos. De los oficiales resultaron heridos los mayores von Maydell y Fischer, los tenientes von der Decken y Phibbs y un sargento. El mayor Fischer fue tomado prisionero y llevado a Burgos por sus captores, donde murió a causa de sus heridas. El 2do regimiento registró la muerte del teniente Dröge y del capitán von Lenthe, los tenientes von Hugo y Schäffer y el corneta von Massof fueron heridos. De la tropa cayeron un sargento y un dragón muertos y 21 hombres resultaron con heridas de distinta consideración además de 20 caballos heridos. 39 dragones fueron tomados prisioneros. El capitán von der Decken, AdC del general von Bock, fue rescatado de las manos del enemigo por un intrépido oficial del 12º de los dragones ingleses de Anson, y el capitán Reitzenstein le debió la vida al cabo Hofmeister y a otro bravo camarada de su regimiento.

La infantería y la noche salvan a la retaguardia británica

Ya de noche la fuerza anglo-germana logró alejarse sin ser perseguida por los franceses. Más adelante, tras algo más de dos horas de marcha se hizo un alto para el descanso de la tropa y los animales, ocasión que fue aprovechada por el coronel Halkett para expresarle a sus batallones de infantería la gratitud de Wellington por la valiente forma en que cubrieron el repliegue de la caballería. Tras el descanso se continuó la marcha hasta que llegaron a Torquemada, pueblo al que arribaron a las 02:00 de la madrugada del día siguiente para pasar la noche. Quedaban por delante 280 kilómetros hasta llegar a Ciudad Rodrigo, lo que hicieron tres semanas más tarde, el 19 de noviembre. Allí la brigada de dragones pesados de von Bock fue encomendada para hacer la inteligencia y vigilancia por lo cual distribuyó tres de sus cuatro escuadrones en los pueblos de Pastores, El Bodón y Fuenteguinaldo respectivamente.

Tras un día de descanso en Ciudad Rodrigo la fuerza emprendió nuevamente la marcha hacia sus cuarteles de invierno en Portugal. Las unidades de caballería, salvo el 1º y el 2º de húsares de la KGL y 14º de dragones británico que tuvieron esta vez la tarea de establecer líneas de centinelas, fueron diseminadas en la retaguardia en zonas de pastoreo para la recuperación de sus cabalgaduras. A las brigadas de von Bock y Anson les fueron asignados el valle del río Mondego y las praderas al sur de Oporto.

Por su parte, al enterarse del resultado de la batalla, Napoleón ascendió al Coronel Béteille a General de Brigada, promoviéndolo, al igual que al Coronel Faverot, herido en el combate, barón del Imperio, lo que hizo el 2 de marzo de 1813. A su vez a todos los oficiales de la Legión de Gendarmes, a cinco suboficiales, a seis brigadieres y a tres gendarmes les otorgó la cruz de la Legión de Honor. Más adelante, tras el regreso a Francia de la legión, ascendió al grado superior a todos los oficiales, nombró tenientes a todos los suboficiales, y subtenientes a todos aquellos gendarmes propuestos por el comandante de la Brigada.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 17:40

BATALLA DE VITORIA

La batalla de Vitoria fue librada el 21 de junio de 1813 entre las tropas francesas que escoltaban a José Bonaparte en su huida y un conglomerado de tropas españolas, británicas y portuguesas al mando de Arthur Wellesley, el futuro duque de Wellington.

La victoria aliada sancionó la retirada definitiva de las tropas francesas de España (con la excepción de Cataluña) y forzó a Napoleón a devolver la corona del país a Fernando VII por el tratado de Valençay de 1813.

El acuerdo definitivo de paz entre la España del ya rey Fernando VII y el nuevo rey de Francia Luis XVIII se firmó el 20 de julio de 1814. Previamente, el 30 de mayo se firmaba un primer acuerdo en París —aunque el embajador español no lo pudo firmar a no tener poderes plenipotenciarios—, finalizando así la Guerra de la Independencia Española.

Tras la dura derrota sufrida por los franceses en la batalla de los Arapiles, las tropas napoleónicas se vieron incapaces de detener al ejército aliado en su camino a Madrid, el cual fue evacuado en julio de 1812. Al mes siguiente, Wellington entró en la capital y, tras desplegar unas divisiones en la zona para asegurarla, marchó con el grueso del ejército hacia el norte, donde asedió Burgos. Sin embargo, los franceses resistieron en la plaza fuerte y le forzaron a retirarse el 21 de octubre.

Posteriormente, los aliados volvieron a abandonar Madrid para retirarse de nuevo a Salamanca y posteriormente a Ciudad Rodrigo, donde se reorganizaron durante el invierno. Mientras tanto, las fuerzas francesas, ya gravemente mermadas y desorganizadas por la dura campaña en España, se redujeron aún más cuando varias divisiones fueron desplazadas de la península ibérica para cubrir otros frentes europeos debido a la desastrosa campaña de Rusia llevada a cabo por Napoleón.

Tras la llegada de la primavera, Wellington avanzó de nuevo hacia el noreste, llevando consigo un gran ejército formado por británicos, portugueses, españoles y alemanes. Se afirma que al cruzar la frontera se dio la vuelta y exclamó: «Adiós Portugal, nunca os volveré a ver». El ejército se fue engrosando sobre la marcha con efectivos de los ejércitos y guerrillas españolas de los territorios liberados, que se agrupaban para asestar el golpe final. Wellington alcanzó el valle del Esla el 20 de mayo de 1813. Este movimiento inquietó a los franceses, por lo que el mariscal Jean-Baptiste Jourdan retiró a los 58 000 hombres que había desplegado para reocupar el área entre los ríos Duero y Tajo, y los concentró de nuevo en Burgos, dispuesto a asegurar las comunicaciones con el sur de Francia.

El ejército aliado se puso entonces en marcha para cortar esta vía de escape a Jourdan, que ya planeaba abandonar el suelo español para poner a salvo la corte de José Bonaparte. Al mismo tiempo los suministros británicos comenzaron a dirigirse a Santander. Por lo tanto, a medida que avanzaban las tropas aliadas, incrementaban sus fuerzas en vez de disminuirlas, y acortaban sus líneas de suministros en vez de alargarlas.

Cuando José Bonaparte abandonó Madrid pensó en reforzar la línea del Ebro estableciendo su cuartel general en Miranda de Ebro. Al enterarse que las tropas de Wellington habían cruzado el río los días 14 y 15 de junio por Polientes, San Martín de Lines y Puente de Arenas, José Bonaparte se apresuró a llegar a Miranda y luego a la Llanada Alavesa, la región llana en torno a Vitoria, donde se concentraron los ejércitos franceses. Sin embargo los invasores tuvieron que desplegar parte de sus fuerzas al norte, para detener al general Girón, marqués de las Amarillas, que avanzaba hacia Bilbao con 15 000 hombres. Al mismo tiempo, los 20 000 hombres del Ejército del Norte, mandado por el general Clausel tuvieron que moverse hacia Navarra para intentar destruir a la División de Navarra, formada por los 8000 guerrilleros navarros, aragoneses y alaveses de Espoz y Mina, que habían sido reforzados por las guerrillas guipuzcoanas de Gaspar de Jáuregui, con otros 3000 hombres más. Estas guerrillas habían demostrado ya ser muy capaces de derrotar en batalla campal a los franceses cuando los números eran parejos. Si el general Girón enlazaba con ellas, la totalidad del ejército francés corría el riesgo de ser copado.

Despliegue imperial

El Ejército del Mediodía (Armée du Midi) se situó en primera línea en una posición entre el alto de Jundiz y el pueblo de Subijana de Álava, con algunos puestos adelantados cubriendo la entrada en el valle del río Zadorra (la Llanada) por el desfiladero de La Puebla.

La segunda línea estaba formada por dos divisiones del Ejército del Centro (Armée du Centre), comandado por el conde D'Erlon, en una posición a ambos lados del Camino Real enfrente del pueblo de Gomecha.

Ambas líneas miraban al oeste, ya que José Bonaparte estaba convencido de que el ataque aliado, si llegaba, vendría por esa dirección.

La Guardia Real y la mayoría de la caballería se situaban en reserva al oeste de Vitoria, en las cercanías de Zuazo. El Ejército de Portugal (Armée du Portugal), a las órdenes de Reille, se desplegó al norte del campo de batalla, a lo largo del Zadorra, entre los pueblos de Arriaga y Durana, vigilando el paso del río y ocupando otras tres poblaciones en la orilla norte: Abechuco, Gamarra Mayor y Gamarra Menor.
En total 58 000 hombres y 153 cañones.

Despliegue aliado

La fuerza bajo el mando de Wellington, formada por angloportugueses y el 4º Ejército Español a las órdenes del general Girón, se dividió en cuatro columnas con las que se pretendía atacar los puntos clave del despliegue imperial.

La columna derecha, al mando de Hill y formada por la 2ª División angloportuguesa, la 1ª División española al mando de Morillo, la portuguesa de Silveira y la caballería de Alten y Fane, se disponía a cruzar el Zadorra en la Puebla de Arganzón para atacar la posición imperial en los Altos de la Puebla y luego caer sobre Subijana de Álava.

Las dos columnas centrales estaban a las órdenes de Wellington y sumaban 30 000 hombres. La columna central estaba formada por las divisiones Ligera y 4ª y por las brigadas de caballería británica de Robert Hill, Grant, Ponsonby y la portuguesa de D'Urban. Su misión era esperar en los alrededores de Nanclares hasta que las tropas de Hill tomaran los Altos de la Puebla, lo que les permitiría cruzar el Zadorra sin dificultad y atacar frontalmente el centro de la posición imperial. La columna centro-izquierda consistía en las divisiones 3ª y 7ª, cuya misión era cruzar el Zadorra más al norte y amenazar la retaguardia del centro imperial.

La cuarta columna, al mando de sir Thomas Graham, estaba compuesta por las divisiones 1ª y 5ª británicas, la 6ª División española al mando de Longa, y las brigadas portuguesas de Pack y Bradford, apoyadas por los Dragones Ligeros de Anson y por los Dragones Pesados de Bock. Su misión era avanzar hacia el noreste y bloquear la retirada francesa por el Camino Real que llevaba a Bayona, atacando el extremo derecho de la línea francesa situado en los pueblos de Gamarra Mayor y Gamarra Menor.
En total 78 000 hombres y 96 cañones.


A las 08:30 la mañana del 21 de junio, las tropas de Hill empezaron a abrirse paso hacia los Altos de la Puebla. Fueron los españoles de la 1ª División, al mando del general Morillo, los primeros en lanzarse colina arriba. El propio Morillo fue herido en esta acción.

La 2ª división angloportuguesa se unió a la lucha y los franceses fueron desalojados de los Altos de la Puebla. Los británicos avanzaron y conquistaron Subijana, pero no pudieron seguir adelante debido al fuego proveniente de la 4ª División de Conroux, perteneciente al Ejército del Mediodía francés.

La columna de Graham atacó la derecha imperial (Ejército de Portugal), al mando de Reille. La 6ª División española, a las órdenes de Longa, atacó y tomó Gamarra Menor y continuó hasta Durana, un punto muy importante porque el Camino Real en dirección a Bayona pasaba por allí y se podría cortar la retirada francesa. Gamarra Mayor fue atacada por la 5ª División angloportuguesa.

Tras una serie de duros enfrentamientos, la 3ª División al mando de Thomas Picton rompió el frente central francés y las defensas napoleónicas se derrumbaron. Los franceses iniciaron entonces una huida desesperada hacia la frontera de su país, dejando tras de sí 8000 bajas entre muertos y heridos y 2000 prisioneros, perdiendo 152 de los 153 cañones que portaban. Los aliados sufrieron 4500 bajas.

José Bonaparte, completamente aterrorizado cuando un regimiento de húsares británicos se lanzó a la carga contra su berlina, montó su caballo abandonando el tesoro que procedía del saqueo del patrimonio español.

Consumada la victoria aliada, el general Álava tomó una unidad de caballería británica y penetró en su ciudad natal evitando que vencedores y vencidos realizaran saqueos en la ciudad, como llevaban haciendo en numerosas ciudades y sí harían posteriormente, por ejemplo, en San Sebastián.

Miles de soldados se lanzaron sobre el cuantioso botín que los imperiales se llevaban a Francia y estaban dejando en su huida: oro, plata, joyas, sedas, valiosos vestidos, orfebrería, etc. Los aliados (en especial los británicos) abandonaron toda persecución de los franceses y se entregaron al reparto del botín, lo que irritó a Wellington, quien escribió: "The British soldier is the scum of the earth, enlisted for drink" («El soldado británico es la escoria de la tierra, se alista por un trago»).

El colapso de la disciplina en las filas aliadas, que permitió saquear tanta riqueza, implicó que los franceses, a pesar de sufrir 10 000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros, pudieran escapar para luchar otro día.

Las noticias de la victoria insuflaron nuevas fuerzas a prusianos y rusos, que todavía estaban recuperándose de las derrotas de Lützen y Bautzen. Austria, que hasta entonces había dudado en unirse a la nueva coalición antinapoleónica, entró de nuevo en guerra.

Con posterioridad, las fuerzas aliadas se reagruparon y ocuparon San Sebastián y Pamplona. En diciembre se inició la invasión desde las bases del País Vasco francés.

Anecdotario

Cuando a fines de julio llegó la noticia a Viena, Johann Nepomuk Mälzel encargó a Ludwig van Beethoven la composición de una obra sinfónica con motivo de este hecho. Se trata del op. 91 Wellingtons Sieg (La victoria de Wellington), o Die Schlacht bei Vitoria o Siegessymphonie.
Para premiar a los participantes del enfrentamiento, el 21 de junio de 1815 se creó, por orden de Fernando VII a petición del comandante Francisco de Longa, una condecoración con la inscripción siguiente en el anverso: IRURAC-VAT (en euskera, «Tres en Uno», en referencia a las tres provincias vascas), y en el reverso: «Recompensa de la batalla de Vitoria»).
La condecoración se compone de una cruz blanca y roja de brazos ensanchados con una corona laurel uniendo cada uno de ellos; un círculo rojo con tres sables doradas cruzadas y una banda con el lema anterior; y todo ello coronado con una corona real. La cinta es azul, roja y negra.
El botín que el rey José Bonaparte se llevaba a Francia, tras saquear el patrimonio español, era gigantesco. Se ha estimado en unos 100 millones de dólares de 2006 entre oro, plata y otras obras de arte. Incluía importantes pinturas de Velázquez, Rafael, Tiziano, Correggio, Murillo, Rubens, Van Dyck entre otros. Cuando Wellington planteó al nuevo rey Fernando VII la devolución de los cuadros, éste le dijo que se quedase gran parte de ellos, 83 exactamente, como regalo. Actualmente se exhiben en el Wellington Museum, en el palacio Apsley House de Londres.
Existen 38 regimientos ingleses que llevan en sus banderas el nombre de VITORIA en recuerdo de la batalla.
En la actualidad, existe un monumento en la plaza de la Virgen Blanca, en el centro de Vitoria, que conmemora este hecho.
Varias mujeres lucharon en la batalla de Vitoria. El general Morillo le extendió a Agustina de Aragón un certificado de que había luchado bajo su mando en Vitoria. La guerrillera y bandolera vizcaína Martina Ibaibarriaga luchó en la división de Iberia, la fuerza guerrillera de Francisco de Longa.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 10 Feb 2016 18:06

LOS SITIOS DE ZARAGOZA

Los sitios de Zaragoza fueron dos asedios sufridos por la ciudad aragonesa de Zaragoza durante la Guerra de la Independencia, que enfrentó a los ejércitos de ocupación del Primer Imperio francés de Napoleón Bonaparte y a fuerzas españolas leales a la dinastía Borbón.

La plaza era clave para garantizar las comunicaciones del noreste y el abastecimiento de las tropas en Cataluña, así como para controlar Aragón. Por ello, tras la sublevación de la ciudad a consecuencia de los sucesos del Dos de mayo de 1808, se envió a un ejército a restablecer el control de la ciudad. Aunque las tropas francesas eran superiores en número y armamento, la ciudad resistió.

Sin embargo, a finales de año, los franceses regresaron en mayor número, reanudándose el sitio. A pesar de la feroz resistencia de la ciudad, inmortalizada por varios cronistas, la ciudad, diezmada por la guerra y las epidemias derivadas del sitio, capituló finalmente el 21 de febrero de 1809.

Los sitios de Zaragoza fueron uno de los acontecimientos más representativos de la Guerra de Independencia, legando un gran número de héroes y leyendas a la tradición popular, y siendo fuente de inspiración para varios escritores.

La Revolución francesa de 1789 marcó el comienzo de una larga serie de guerras en Europa en las que España no dejó de intervenir. Primando inicialmente los vínculos dinásticos entre los reyes de España y los depuestos reyes franceses, España participó en la Coaliciones antirrevolucionarias, que se estrellaron militarmente contra el genio bélico de Napoleón Bonaparte. El primer ministro, Manuel Godoy, inició entonces una política de alianza con Francia, una vez convencido de la inutilidad de oponerse a la nueva potencia continental. Tras la derrota que la Armada de Napoleón sufrió en la batalla de Trafalgar en 1805, el emperador francés decretó el Bloqueo Continental, por lo que ningún país de Europa podía comerciar con el Reino Unido. No obstante, Portugal transgredió la ley impuesta por Napoleón al firmar el Tratado de Tilsit en julio de 1807. En París, la reacción del gobierno napoleónico no se hizo esperar. Las fuerzas francesas intentaron capturar a la flota real del rey Juan VI, quien huyó a la colonia portuguesa de Brasil. La única alternativa que le quedaba a Bonaparte era entrar en territorio portugués vía España. Manuel Godoy, primer ministro del rey español Carlos IV, firmó un pacto con los franceses por el que se le permitiría al ejército napoleónico entrar en España para planear la invasión a Portugal. El 18 de octubre de 1807, las huestes de Napoleón llegaron a Barcelona y al poco tiempo ocuparon Valencia.1 Acantonadas las tropas francesas ya a lo largo de España, y dada la apatía y dejadez del gobierno español, Napoleón decidió reemplazar al rey Carlos IV y a su hijo y heredero Fernando, que mantenían un enfrentamiento por el trono, por su hermano José Bonaparte. Así, hace firmar a principios de mayo de 1808 tanto al rey Carlos IV como al príncipe Fernando (futuro Fernando VII) las conocidas como Abdicaciones de Bayona en las que renunciaban a sus derechos al trono de España en favor de Napoleón, que a su vez renunció en favor de su hermano en junio.

A pesar del llamamiento del gobierno cesante a cooperar con las nuevas autoridades, el descontento popular por la ocupación militar motivó el levantamiento del 2 de mayo de 1808 en la capital. En Zaragoza fue ganando ascendiente el partido del príncipe de Asturias, mientras que labradores como Jorge Ibor o Mariano Cerezo iban agrupando descontentos entre la clase popular. Aunque los principales dirigentes locales se mostraban contemporizadores en espera de movimientos por parte del ejército en Barcelona, el ayuntamiento se negó a enviar representantes a las Cortes de Bayona.

En medio de la creciente represión por parte francesa, diversas juntas regionales se declararon en rebeldía en todo el país. El brigadier José de Palafox y Melci, partidario del Príncipe de Asturias y cabeza de la rebelión en Aragón, fue nombrado líder de la sublevación ante la indecisión del Conde de Sástago y del ex-ministro Antonio Cornel. Palafox se encontraba oculto y prófugo de la justicia francesa en una finca familiar del término de La Alfranca, en Pastriz. Un grupo de paisanos, enviados por el líder popular Jorge Ibor Casamayor "Tío Jorge", acudió en su busca y lo trasladó a Zaragoza.

En Zaragoza el pueblo asaltó el palacio de Capitanía el 24 de mayo al enterarse de que la familia real había sido exiliada del país. Carlos González, practicante de medicina, es acreditado como el primero en haberse puesto los colores nacionales en una sublevación que alcanzó a la propia guardia. Los insurrectos encerraron en la Aljafería al Capitán General de Aragón Jorge Juan Guillelmi por su oposición a armar a los civiles. La intervención de la familia Torres y la cesión final sin más resistencia de las llaves de la fortaleza evitaron represalias contra el gobernador. A pesar de ser veterano de tres campañas y herido años atrás en la Guerra del Rosellón frente a los revolucionarios franceses de la Convención, fue tildado de afrancesado por permanecer afecto a las órdenes del Infante Antonio Pascual de Borbón y oponerse a la insurrección. Regidores municipales y jueces trataron de conservar el orden, y evitaron en lo posible un pogromo contra los franceses. Al día siguiente, los sublevados tenían el apoyo de los artilleros de la fortaleza y el control de los fondos y municiones del ejército. Ese 25 de mayo Palafox recibió oficialmente el mando de los sublevados manteniendo a sus órdenes al segundo de Guillelmi, Carlos Mori y el 26 era reconocido por el Ayuntamiento y Real Acuerdo.

Se formó una junta militar, que se centró en recabar apoyos en la provincia de Zaragoza, y otra para reunir tercios. Palafox repartió las armas del arsenal de la Aljafería y formó Tercios de voluntarios4 para completar la exigua guarnición de la plaza, iniciándose la fortificación de la ciudad por el coronel de ingenieros Antonio Sangenís Torres. Antes de recibir ninguna orden en este sentido y en vista de la pasividad de las autoridades, Sangenís recorrió por su cuenta la ciudad trazando planes de fortificación. Llegó a ser detenido por "espía" y liberado por orden de Palafox cuando este conoció sus propósitos, siendo nombrado responsable de la mejora de las defensas de la ciudad. Esta anécdota muestra la improvisación con que se actuaba en la ciudad. Las fuerzas al mando de Palafox llegaron a los 5000 soldados, aunque sin experiencia ni entrenamiento y unos 80 cañones de bajo calibre que se encontraban en los depósitos de la Aljafería.

El día 6 de junio un ejército al mando del general de brigada Charles Lefèvbre-Desnouettes fue enviado desde Pamplona a tomar la ciudad, de gran valor estratégico tanto por su relativa cercanía a la frontera francesa y su categoría de capital de la región de Aragón, como por su posición clave como nudo de comunicaciones donde se cortaban el eje que unía la capital, Madrid, con Barcelona con el que enlaza el País Vasco con la costa valenciana. Asimismo, la línea logística del ejército francés comenzaba en Navarra y embarcaba los víveres en el canal Imperial de Aragón, siendo Zaragoza un punto clave para garantizar el aprovisionamiento de las fuerzas francesas de Tortosa y Tarragona.6 Las tropas de Lefèvbre se componían de unos 5000 soldados de infantería, 3 escuadrones de caballería y 6 piezas de artillería. La composición de las tropas, poca artillería y mucha caballería, muestra claramente que su misión era la de luchar contra la posible resistencia española en campo abierto, sin esperar la menor resistencia de Zaragoza.

Primer sitio

El 15 de junio de 1808, tras haber vencido con facilidad, en días anteriores, a la avanzada española liderada por el hermano de Palafox, Marqués de Lazán, en Tudela y Mallén, y a las tropas de paisanos que, comandadas por el propio general Palafox, acudieron precipitadamente desde Zaragoza, en Alagón el día 12 de junio, Lefèbvre se aproximó a la ciudad con las tropas ya reseñadas. La infantería era en su mayoría bisoña, no así la caballería, 3 escuadrones de los muy experimentados lanceros polacos del Regimiento del Vístula.7 Enfrente, la ciudad de Zaragoza, plaza abierta y pobremente fortificada, tenía apenas unos cientos de soldados profesionales y más de 10 000 voluntarios.

La mañana del 15 de junio los zaragozanos tuvieron noticia de este acercamiento y Palafox y su plana mayor abandonaron la ciudad, en una acción muy discutida posteriormente, quedando Vicente Bustamante, Teniente del Rey, como mando superior. Poco después de mediodía los franceses se presentaron ante las puertas de la ciudad, que encontraron cerradas. Lefèvbre, sin dar descanso a sus hombres y juzgando una victoria rápida, lanzó el ataque. Las descargas de artillería francesa abrieron diversas brechas en las tapias entre las puertas del Carmen y del Portillo y por ellas se arrojó la infantería francesa. Un intenso fuego les recibió desde la ciudad, tanto de artillería como de fusilería. Por todas partes aparecían cientos de paisanos armados, para sorpresa de Lefèvbre que no esperaba esta resistencia. Después de una larga tarde de lucha en las puertas de la ciudad (el Portillo, la Puerta del Carmen y la de Santa Engracia), los defensores rechazaron el primer asalto francés. En la defensa destacó al frente de la artillería, en la denominada batalla de las Eras, Rafael de Irazábal y Guillelmi (sobrino del anterior Capitán General) como oficial superior del arma, tras salir de su encierro en la Aljafería. Los escasos atacantes que lograron entrar en la ciudad durante la batalla fueron aniquilados inmediatamente junto a las puertas. Solo un grupo de jinetes logró romper la línea y adentrarse profundamente en la ciudad, diezmados a lo largo de su recorrido por Zaragoza fueron finalmente atacados y vencidos por un grupo de mujeres zaragozanas armadas con piedras, cuchillos, etc. en la plaza del Portillo. El hecho sería inmortalizado por Fernando Brambila, pintor italiano que había sido invitado por Palafox para narrar la contienda. Los franceses tuvieron que retirarse precipitadamente sobre las 7 de la tarde, siendo incluso perseguidos por los zaragozanos en campo abierto. Los franceses perdieron casi 700 hombres entre muertos y heridos, varios cañones y banderas.

Tras este inesperado fracaso inicial, los franceses sometieron la ciudad a un intenso bombardeo, mientras procuraban cortar sus líneas de abastecimiento y organizar un asedio ordenado, a pesar de que el número de tropas de que disponían era claramente insuficiente para este fin. Los zaragozanos, por su parte, se ocuparon en diversas obras de fortificación: parapetos, aspilleras, barricadas etc. de las que no se habían ocupado antes; comandados por el ya citado Antonio Sangenis. Durante los días siguientes se produjeron diversos ataques puntuales franceses, siendo rechazados todos ellos.

El 23 de junio se libró en Épila otra escaramuza entre tropas francesas y las fuerzas que había ido reuniendo Palafox desde su salida de la ciudad. Los franceses lograron interrumpir las comunicaciones del enemigo entre Madrid y Zaragoza durante todo el primer sitio de Zaragoza y aislarlos de los molinos de pólvora de Villafeliche, que abastecían a los defensores.

El 25 de junio el general de división Jean Antoine Verdier, de mayor rango que Lefèbvre, llega con numerosos refuerzos y se hace cargo del asedio. En los días 26, 27 y 28, los bombardeos se hacen especialmente intensos. El polvorín donde se almacenaban las municiones de la ciudad, sito en el Seminario de San Carlos, estalló por culpa de un cigarro el día 27, causando graves daños en el barrio de la Magdalena y un caos que los franceses intentaron aprovechar para entrar en la ciudad. Tras una dura lucha, los defensores logran resistir en la ciudad, aunque los franceses ocuparon con éxito el barrio exterior de Torrero y algunos otros sitios extramuros. Desde sus nuevas posiciones amenazarán las posiciones españolas en la Aljafería durante los días siguientes, aunque sin lograr avances.

El 2 de julio Palafox regresa a Zaragoza con algunos refuerzos. La llegada se produce justo a tiempo, pues ese mismo día los franceses lanzan otro ataque general sobre la ciudad. Son atacadas las Puertas de Sancho y del Portillo, al oeste de la ciudad. En la última, una mujer llamada Agustina Zaragoza tiene que disparar una batería cuyos artilleros habían caído por una explosión. El disparo pone en fuga a la avanzada francesa y permite conservar la puerta. Se libran también combates en la Puerta del Carmen y en la de Santa Engracia, además del convento de San José, pues los conventos que bordean las tapias son puntos fuertes en la línea de defensa de la ciudad. A pesar de esta nueva ofensiva sobre los numéricamente inferiores defensores, los franceses fueron de nuevo rechazados.

Tras este último fracaso, los franceses comienzan a enfocar la toma de Zaragoza como un sitio a todos los efectos, a pesar de que era una ciudad apenas fortificada. Por ello, se trata de aislar la ciudad y de completar el cerco. Así, los franceses construyen el 11 de julio un puente sobre el Ebro para poder rodear la ciudad por el otro lado del río.

El historiador aragonés Agustín Alcaide lo narra así:

" Para el paso del Ebro observó el enemigo todas las reglas: escogió un ángulo entrante; colocó en sus costados a cubierto de la artillería y fusilería; recogió y arregló el maderamen en el edificio de San Lamberto; proporcionó barcos para pasar de avanzada; y en una noche construyó el puente con gruesas vigas de 6 varas de largo. En cada costado salía una de ellas de una vara más que las otras por ambos costados, y cada tres estaban sujetas entre sí, y hacia sus extremos, con tablas que aseguraban grandes clavos: por el medio, y en toda extensión del puente, corría un piso de tablas con el ancho suficiente para el paso de un cañón o carro."

Agustín Alcaide

Una vez atravesado el río, asaltaron y tomaron la mayor parte del Arrabal, barrio zaragozano separado del resto de la ciudad por el río. El 14 de julio, con la destrucción del puente sobre el río Gállego, se puso en apuros el camino a Barcelona, por el que llegaban los exiguos refuerzos de Lérida y Monzón.6 El 19 de julio se corta la acequia del Rabal, tratando de dejar sin agua las huertas de la ciudad.6 Sin embargo, el cerco no consiguió cerrarse, y a través del río continuaron llegando víveres y refuerzos, aunque no en grandes cantidades.

Durante el resto del mes de julio, las tropas francesas se vieron enfrentadas a una lucha casa por casa y calle por calle para hacerse con el control de los barrios extramuros, mientras el sitio se iba haciendo más formal a medida que zapadores e ingenieros del ejército francés organizaban trincheras, minas subterráneas y desplegaban la artillería de asedio.

Con la llegada de refuerzos a comienzos de agosto, el ejército francés logró finalmente capturar las últimas posiciones extramuros de los defensores y endurecer el cerco. Por esas fechas, el fuego de la artillería francesa alcanzó el hospital donde se hospedaban los heridos, lo que supuso un duro golpe. Pero a pesar de todo, la ciudad aguantó la gran ofensiva lanzada el 4 de agosto, precedida de un intenso bombardeo de tres días que devastó parte del hoy casco histórico, gracias a que los defensores lograron reagruparse por la amenaza del teniente Luciano Tornos, que apuntó con un cañón a los que huían cruzando el Ebro por el Puente de Piedra. Los daños en la ciudad fueron cuantiosos, siendo saqueado además el tesoro general, pero el precio pagado por los atacantes alto: el mismísimo general Verdier tuvo que ser reemplazado nuevamente por Lefèbvre debido a las heridas sufridas.

El general Lefèbvre tomó entonces el mando. Sin embargo, una salida de Palafox, que consigue traer refuerzos y víveres a la ciudad, y las noticias de la derrota francesa en la batalla de Bailén con la consecuente inflexión de los acontecimientos bélicos, contuvo a Lefèbvre, que se limitó a proseguir el bombardeo y mantener sus posiciones. Con la iniciativa en manos españolas, éstos realizan el 8 de agosto un contraataque sobre el Arrabal que logra romper el cerco. En la noche del 13 al 14 de agosto, los franceses abandonaron la ciudad tras volar el puente que habían construido y el monasterio renacentista de Santa Engracia además de incendiar el convento de San Francisco.

En conjunto, el ejército imperial francés fue derrotado por una pequeña presencia militar española y por un numerosísimo conjunto de ciudadanos que se unieron a la defensa de su ciudad. Este sitio costó a los franceses entre 3000 y 4000 hombres. La cantidad de muertos, heridos o enfermos entre los oficiales superiores fue tal que algunos regimientos quedaron mandados por capitanes. Además, en su retirada abandonaron unas 50 piezas de artillería, que no pudieron llevarse consigo. En el campo contrario, los españoles experimentaron unas 2000 bajas y vieron devastada por el fuego enemigo amplias partes de la ciudad.

Las fuerzas mandadas por el hermano de Palafox persiguieron al enemigo hasta Navarra, donde se incorporaron a las fuerzas de otras juntas regionales en su persecución del enemigo francés. Una vez que se hubieron marchado los franceses se empezó la reparación de las defensas dañadas por la contienda, al mando del coronel Sangenís. Se tomaron también medidas para garantizar la higiene y alejar el riesgo de epidemia que acompaña a los asedios, pero no se pudo evitar un brote de tifus que se cobró, entre otras, la vida del cabecilla Jorge Ibor y Casamayor, el "Tío Jorge", que había sido un líder clave en la deposición de Guillelmi. Es de destacar la llegada del comisario británico Doyle, que en representación de su país envió 8000 fusiles para apoyar la causa española.

La derrota francesa en la batalla de Bailén y la sucesiva retirada del ejército imperial en casi toda la península forzó a Napoleón a cruzar los Pirineos para restablecer el control. El ejército español, inferior a las más experimentadas tropas francesas, fue rechazado sucesivamente en las batallas de Espinosa y Tudela. Mientras el emperador continuaba hacia Madrid, el Mariscal Jean Lannes recibió el mando de los ejércitos del frente del Ebro, siendo Zaragoza un objetivo inmediato para restablecer el control francés del noreste peninsular.

Segundo sitio

El segundo sitio comenzó el 21 de diciembre de 1808. El ejército francés, consciente de la importancia estratégica de Zaragoza y del impacto moral que tenía la resistencia de la ciudad ante el ejército francés, pues se había convertido ésta en un símbolo de la resistencia española, volvió con numerosas tropas mandadas esta vez por el mariscal Lannes, sumando más de 35 000 soldados de infantería y 2000 de caballería. La ciudad estaba ahora más preparada. Aunque no dio tiempo a acabar las fortificaciones, se pudo disponer de hasta 160 cañones gracias a los capturados en el sitio previo y se pudo reunir la cosecha antes del asedio. Los defensores incluían unos 30 000 soldados regulares, amén de miles de voluntarios de la ciudadanía cuya colaboración fue muy importante. A pesar de ser informado de la capitulación de Madrid frente al ejército imperial, Palafox se niega a negociar una rendición: «¡Después de muerto, hablaremos!», replica.

El 21 de diciembre este ejército atacó Zaragoza por varios puntos, tratando de tomar el canal Imperial en Casablanca y La Paz, así como los barrios exteriores del Arrabal y Torrero. Precisamente en esta batalla, el «Regimiento de Infantería Voluntarios de Castilla» se ganó el sobrenombre de «El Héroe», apodo alcanzado por la valentía mostrada contra los franceses especialmente en la toma con bayoneta del monte Torrero y en la defensa del Convento de Jesús el 21 de diciembre de 1808.10 Según citó el capitán de infantería Antonio Gil Álvaro en 1893,11 «ese mote es debido a la actuación del Regimiento durante el segundo sitio de Zaragoza». Lograron ciertos avances, pero la resistencia fue enconada y los defensores retuvieron sus posiciones. Sin embargo, la captura del camino a Zuera, la voladura del Puente de América por los defensores para evitar su captura y sus avances extramuros aislaron a los defensores. Los franceses realizaron el segundo sitio más exhaustivamente, y dedicaron los días siguientes a construir puentes sobre el Ebro por Juslibol (22 de diciembre) y sobre el Huerva (25-26 del mismo mes) con los que asegurar su cerco alrededor de la ciudad. Simultáneamente, y en la más pura ortodoxia militar, avanzaron con trincheras paralelas a las defensas de la ciudad.

En San José, Santa Engracia y los alrededores de la Aljafería se combatió entonces con denuedo. Los avances franceses se convirtieron en costosos, y los contraataques del General O'Neylle lograban recuperar parte de lo perdido. Especialmente exitosa fue la salida del 31 de diciembre, aprovechándose de las inundaciones que habían dañado los puentes franceses, en la que los defensores llegaron a Juslibol. Tras casi un mes de ataques y contraataques, el 15 de enero caía el reducto del Pilar, último de los fortines extramuros del perímetro español.

En los días siguientes, los franceses instalaron sus baterías en estos puestos de las afueras. Hoy en día, el barrio zaragozano de la Bombarda lleva tal nombre en recuerdo a una pieza de artillería que se ubicó en la zona. Aproximándose desde el Huerva, los franceses trataron de tomar el convento de los Trinitarios y la huerta de Santa Engracia, entradas a la ciudad desde el sur. Los puestos avanzados establecidos el 28 de enero por un asalto general se fueron ampliando en lentos y meticulosos combates. La resistencia casa por casa obligaba a los franceses a volar los edificios uno a uno, retrasando su avance y sufriendo numerosas bajas. El comandante francés llegó a expresar en una carta al emperador:

"Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores ... ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena."

Mariscal Jean Lannes

Con el paso del tiempo fueron cayendo uno a uno los barrios periféricos (Huerta de Santa Engracia y el Carmen, en cuya puerta aún se aprecian los efectos de la guerra, el Arrabal...) y los conventos donde se habían hecho fuertes los defensores. La batalla fue terrible para la ciudad, que vio bombardeada la Basílica del Pilar y el Hospital de Gracia, la Universidad de Zaragoza, saqueados los archivos de la Diputación, etc.

A pesar de todo, los defensores siguieron resistiéndose hasta que la falta de víveres y las terribles condiciones higiénicas que siempre causan los asedios propiciaron una epidemia de tifus. Palafox mantuvo su respuesta de "Guerra y Cuchillo" a la rendición, pero él mismo enfermó gravemente y fue sustituido por Saint-Marq. Este, en connivencia con la Junta de Defensa, decidió rendir la exhausta ciudad, incapaz ya de seguir luchando. Palafox se opuso hasta el final y hubo numerosos partidarios de continuar la lucha hasta sus últimas consecuencias que trataron de asaltar los arsenales para proseguir la lucha. Finalmente, el 21 de febrero, Zaragoza capituló ante el cuartel general de Lannes en el molino de Casablanca. Heinrich von Brandt lo describe así:

Cierto número de jóvenes, de edades comprendidas entre los 16 y los 18 años, sin uniformes [...], fumando indiferentes, se alinearon frente a nosotros. Pronto nos fue dado contemplar la llegada del resto del Ejército: una multitud pintorescamente variada, y compuesta por gente de toda edad y condición, [...] la mayor parte vistiendo ropas de campesino. Los oficiales iban montados en mulas o en burrros, y únicamente podían diferenciarse de sus hombres por sus tricornios y largas capas. Todos fumaban y charlaban, pareciendo indiferentes a su inmediata expatriación. La mayoría ofrecía un aspecto tan poco militar que nuestros hombres manifestaban, en voz bastante alta, que nunca deberíamos haber tenido tantos apuros para "vencer a esa chusma"

La ciudad, que antes era conocida como "La Florencia de España", quedó prácticamente destruida y de 55.000 ciudadanos que había antes de los sitios sobrevivieron 12.000.

La bravura de la defensa de la ciudad convirtió Zaragoza en una de las más destacadas batallas de la Guerra de la Independencia y de las Guerras Napoleónicas,13 generando numerosos vestigios monumentales, simbólicos, literarios y musicales.

La ciudad de Zaragoza recibió por su valor durante los sitios a los que fue sometida los títulos de Muy Noble, Muy Leal, Muy Heroica e Inmortal, que desde entonces adornan el escudo de la ciudad. La lucha, que prácticamente destruyó la ciudad, fue uno de los hitos históricos locales y ha sido constantemente rememorado en el nomenclátor, especialmente en la zona histórica del centro. Así, la que quizás se pueda considerar la avenida central de la ciudad se llama Paseo de la Independencia, cerca de la cual se encuentran entre otras la Plaza de los Sitios, la Calle Asalto y el Paseo de la Mina. Numerosos héroes populares han dado nombres a calles y plazas de la ciudad, como es el caso de la Plaza Sas, el Paseo María Agustín o el Parque Tío Jorge. Singular resulta la etimología del barrio zaragozano de la Bombarda, ya explicada. En diversas plazas, parques e iglesias se conservan estatuas y reliquias del combate, como la estatua a Agustina de Aragón o la espada de Palafox.

En 1908, primer centenario de los Sitios, Zaragoza vivió la Exposición Hispano-Francesa de 1908, como celebración del acontecimiento y acto de hermanamiento entre la ciudad y Francia. En su segundo centenario, Zaragoza albergó la Exposición Internacional Zaragoza 2008, conjuntamente a una serie de actos conmemorativos.
Se puede leer «Sarragosse» encabezando la cuarta columna, segunda fila en la lista de batallas francesas grabadas en el Arco del Triunfo.

Los franceses lo incluyen entre sus grandes batallas inscritas en el Arco del Triunfo de París.

Gloria a los heroes que dieron todo en defensa de su patria y su libertad.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.


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