Mensajepor oscashooter » 07 Mar 2015 07:05
En su justo término, en su ámbito.
Es, creo, la respuesta, la clave. La religión, mientras se mantiene en el ámbito de la creencia, de la fe pura y dura, de lo que uno entiende que es su relación con la divinidad, me parece respetable y algo que puede enriquecer a la persona. Entendida así sólo tendría dos límites: el respeto hacia todos los demás, compartan nuestra fe o no, y las Leyes.
En este ámbito, llamémosle de espiritualidad por la que se opta, uno puede organizar su vida y sus acciones en torno a los preceptos o creencias de su fe, siempre y cuando -repito- no implique acciones que vulneren la Ley. Así, ni cabría la ablación, ni cualquier tipo de proselitismo "activo" de tipo violento, ni tampoco -la igualdad es un precepto constitucional ampliamente establecido en todos los países civilizados- un sistema de castas o ese "nosotros y ellos" en que se ampara la yihad.
Tampoco me parece mal lo que podemos llamar "ostentación externa" en cuanto a la práctica de la religión: celebraciones, procesiones, festividades... siempre y cuando -nuevamente la Ley- ni alteren la convivencia, ni el orden público, ni sean un medio de intimidación o presión de cualquier tipo para quienes no comparten ni han abrazado esa fe.
Hasta aqui, creo, todo correcto. El asunto, no obstante, tiene otras vertientes. La primera es la cultural, y siendo ésta consecuencia de esa fe y de su práctica, ya nos adentramos -salvo si se tienen las cosas muy claras- en terrenos problemáticos.
La cultura, en buena parte costumbre, tradición, NO PUEDE AMPARAR prácticas ni actitudes que entrañen menosprecio de los derechos y las libertades de nadie. Así, el divorcio, el aborto, el velo o la circuncisión, por poner unos ejemplos sencillos, deben quedar a expensas de la libre aceptación o abstención consciente y elegida por y para los interesados o afectados. No es de recibo amparar en la "tradición" o la cultura el colocar a la mujer tres escalones por debajo del varón, como tampoco lo es obligarla a vestir o no vestir de una manera determinada.
La fe, opción personal de los creyentes, debe quedar SIEMPRE sometida a la Ley en cuanto afecta o toca los más elementales derechos y libertades que derivan de la dignidad humana. Uno, por ejemplo, puede ELEGIR MANTENERSE CÉLIBE... pero nadie debiera poder imponérselo.
El último peldaño en lo que es la degeneración de esa espiritualidad viene dado por los intentos de convertir la fe en verdad universal -imponerla a sangre y fuego- y actuar de manera coercitiva con quienes no la comparten o desde su libre albedrío -conciencia y libertad- la interpretan y practican a su modo o se abstienen de profesarla. La separación entre Iglesia y Estado, lo civil y lo religioso es fundamental. Para todo creyente -sea de la fe que fuere- los conceptos de pecado y delito no deben estar mezclados, confundidos ni tampoco es una opción aceptable trasladar los preceptos religiosos a la Ley. Es obvio que muchos delitos -asesinato, robo, violación.. - son considerados a su vez pecados por la gran mayoría de las religiones, pero alrevés no es ni debe serlo en toda sociedad que respete los Derechos Humanos. No volverse hacia la Meca cinco veces al día, o cumplir con el precepto Pascual jamás deben entrañar una acción punitiva del Estado o un reproche social.
Cuando se confunde mi fe con la verdad, la justicia o la Ley; la religión con la sociedad y lo que ha de ser vivencia interior y elegida con norma social impuesta y tipificada, tenemos problemas, graves problemas.
Homo sum, humani nihil a me alienum puto