El Agente de Policía: reacción ante el peligro

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lincis
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El Agente de Policía: reacción ante el peligro

Mensajepor lincis » 06 Jul 2013 08:46

Otro articulo pescado en la red.


USECNETWORK International Magazine – Febrero 2011.- El comportamiento del policía con estrés agudo, de combate o supervivencia. Una visión realista desde un punto de vista técnico-científico.
El estrés de supervivencia
Algunos estudios empíricos han puesto de manifiesto que la emoción más experimentada por los agentes de policía es el estrés (Pacheco, 2004). De hecho, el trabajo del policía está fuertemente vinculado al estrés por dos razones fundamentales:
1. La mayoría de las veces, el policía desarrolla su profesión y su labor en un entorno conflictivo y arriesgado, sobre todo, cuando debe actuar o intervenir en situaciones de seguridad y atención ciudadana. En otras ocasiones, las intervenciones policiales aparentemente resultan ser inofensivas pero pueden complicarse hasta convertirse en situaciones críticas y peligrosas.
2. Por otro lado, las herramientas de trabajo del policía el arma, la defensa y/o bastón policial, generan o añaden un riesgo que puede considerarse como factor de estrés.
Los principales factores de riesgo a los que el agente de policía debe hacer frente en una situación crítica, que pueda ocurrir en una determinada intervención policial, son las consecuencias y los efectos que produce, a nivel fisiológico, cognitivo y conductual, la activación corporal producida por el estrés.
La definición de estrés de supervivencia (SSR) en relación con el combate es: “un estado donde un estímulo poderoso de amenaza es “percibido” y automáticamente activa el sistema nervioso simpático”.
El sistema nervioso central realiza las más altas funciones, ya que atiende y satisface las necesidades vitales y da respuesta a los estímulos. Ejecuta tres acciones esenciales, que son la detección de estímulos, la transmisión de informaciones y la coordinación general.
El estrés de supervivencia es importante en relación al combate y la autoprotección porque cuando se activa tiene una serie de efectos tanto psicológicos como fisiológicos, algunos de los cuales ya han sido explicado a lo largo del presente informe, que puede afectar a la percepción de una amenaza en sentido negativo.
A mayor frecuencia cardiaca, el estrés de supervivencia afectará más la percepción de uno sobre la amenaza. Es esta “percepción” de amenaza lo que dicta las opciones de respuesta de una persona.
En un estudio se entrevistó a 157 oficiales de policía que estuvieron involucrados en tiroteos. El estudio reveló los siguientes resultados específicos en cuanto a temas de “percepción”:
• 84% experimentó disminución del sonido (exclusión auditiva)
• 79% experimentó visión túnel (estrechez periférica)
• 74% experimentó “piloto automático” con pocos o ningún pensamiento consciente
• 71% experimentó claridad de visión
• 62% experimentó tiempo en “cámara lenta”
• 52% experimentó pérdida de memoria de parte del evento
• 46% experimentó pérdida de memoria de parte de su propio comportamiento
• 39% experimentó disociación; sentido de pérdida de la realidad
• 21% experimentó una distorsión de la memoria (ver, oír, realizar actos)
• 17% experimentó tiempo en “cámara rápida”
• 07% experimentó parálisis temporal

Nuestro cerebro mantiene un delicado equilibrio entre razón y emoción, la primera dominada por la Neocorteza y la Segunda por el Sistema Límbico, concretamente la Amígdala, quien se encarga de las reacciones de supervivencia.
En situaciones de riesgo moderado la Neocorteza mantiene control sobre el Sistema Límbico. Recibe información de los sentidos mediante el Tálamo, analiza la situación, decide un plan de acción y ordena a la Amígdala dar una respuesta emocional y alistar una serie de reacciones que preparan al organismo por si las cosas salen mal.
Esto tiene una razón: la Neocorteza (concretamente los lóbulos prefrontales) nos permiten trazar estrategias elaboradas gracias a algo que se conoce como el Ciclo OODA (Observar la situación, Orientarla o analizarla, Decidir un curso de acción y Actuar), un proceso de aproximadamente 1 segundo de duración en el cual nuestra inteligencia resuelve las cosas. Mientras esto sucede la Amígdala se encarga de enviar las órdenes al cuerpo para prepararse a una posible acción física violenta.
Dependiendo del análisis de la situación hecho durante el OODA y los temores generados (pronósticos de éxito o desastre), los síntomas de la descarga de adrenalina pueden ser en mayor o menor medida intensos. Obviamente, a mayor gravedad de la situación mayor intensidad de los síntomas.
Esto es lo que sucede en una situación normal, por ejemplo durante una discusión o una agresión que comienza con niveles de violencia bajos. Sin embargo, hay momentos en los que la Neocorteza pierde el control y es la Amígdala y todo su arsenal de respuestas instintivas de supervivencia quien se encarga de la situación. Esto puede ocurrir por varias razones:
• El pronóstico hecho (temores producidos por la Neocorteza) es de desastre, transformándonos en seres básicos cuya única necesidad es sobrevivir, algo que es materia de la Amígdala.
• Cuando el agente es agredido por sorpresa.
• Cuando el grado de violencia de la situación sobrepasa nuestra capacidad técnica, física y mental para hacerle frente.
La Amígdala funciona entonces como un disparador de respuestas de emergencia que tarda menos en reaccionar a los estímulos que se nos presentan, ya que tiene una versión propia del Ciclo OODA que dura 0.20 segundos aproximadamente. El abanico de respuestas consiste en un repertorio de reacciones instintivas grabadas en nosotros desde los principios de la evolución del hombre.
La ventaja obvia de esto es que los tiempos de reacción son mucho más rápidos, pero también más básicos y menos elaborados (golpear, empujar, huir, disparar, etc.) ya que para que estas respuestas puedan ser efectivas la descarga de Adrenalina ejerce cambios en nuestro organismo.
Somos más fuertes, rápidos y menos sensibles al dolor. Pero estos cambios ejercen una poderosa influencia sobre nuestro desempeño que merma nuestra capacidad de desarrollar estrategias elaboradas frente al peligro y ejecutar acciones complejas en situaciones de alto estrés. Una manera de medir estos síntomas es por la frecuencia cardiaca.
Obsérvese que una persona puede llegar a las 200 pulsaciones por minuto en 3 décimas de segundo.
Así pues, cosas tan sencillas como utilizar unas llaves, marcar un teléfono móvil o desenfundar un arma, pueden volverse tareas sumamente complicadas cuando corremos peligro. Es en estos momentos cuando la sangre bombea con más fuerza hacia los músculos esqueléticos grandes, imposibilitando las destrezas motoras finas y la capacidad de coordinar tres o más movimientos simultáneamente.
La arremetida de Adrenalina presenta otros dos efectos interesantes. El primero de ellos es la economía cognitiva; simplemente se nos olvidan las cosas, sobre todo las que nos indican qué hacer en estas situaciones.
El Sistema Límbico tiene una memoria básica, que a diferencia de la Neocorteza sólo almacena un número limitado de respuestas en su mayoría instintivas. Cuando la Amígdala toma el control es esta memoria básica a la que accede nuestro cerebro para dar respuesta al peligro, dejando de lado el complejo abanico de soluciones elaboradas que pudimos haber aprendido durante el entrenamiento.
Esto tiene una razón: la Neocorteza almacena un número ilimitado de opciones posible para responder a la situación. El problema es lo que se conoce como la Ley de Hicks y el SRT de sus siglas en inglés Simple Reaction Time (Tiempo de Reacción Simple).
Como hemos dicho un Ciclo OODA en circunstancias normales tarda aproximadamente un segundo, lo que parece ser muy poco tiempo, pero varios estudios han determinado que el tiempo que tarda un brazo en estirarse y alcanzar su objetivo es de 0.16 segundos. Si ese brazo tiene un cuchillo en la mano, calcule que la víctima recibirá varias puñaladas antes de decidirse por una opción si utilizara ese ciclo OODA normal. Si a esto se le suma el hecho estadísticamente comprobado de que el 80% de los ataques suceden de forma sorpresiva a menos de un metro de distancia entre los contrincantes se tendrá una mejor idea del resultado. Así pues, dejarle a la Neocorteza la elección del movimiento pude ser fatal y esto lo sabe muy bien nuestro organismo.

Es por eso que se activa la memoria básica, con menos opciones de respuestas (por ende tarda menos en elegir) y que de paso son mucho más sensatas para la urgencia del momento, como por ejemplo:
• Proteger con los brazos las zonas más vitales del cuerpo
• Voltear la cabeza para cuidar la garganta y los órganos sensoriales (ojos, nariz y oído)
• Saltar hacia atrás para alejarse de la amenaza.
• Apretar el gatillo del arma que se está empuñando en la mano.
• Atacar inmediatamente.
El segundo fenómeno es el del reboot mental, es decir, esa computadora que es el cerebro tiene que reiniciarse si la toman por sorpresa.
El OODA (Observar, Orientar, Decidir y Actuar) es un ciclo constante. Pero si se introduce una nueva variable en el ambiente el cerebro necesita retroceder a la fase de Observación, añadir el nuevo dato para reconfigurar las decisiones y acciones a tomar. Esto implica una pérdida de tiempo cuya longitud varía según el entrenamiento de la persona.
Inteligencia emocional:
El miedo y la ansiedad
Todos sentimos miedo cuando estamos en peligro o ante una amenaza inminente, pues el miedo es una emoción radical, fundamental, universal, inevitable y necesaria ante lo que la mente considera, en una situación determinada, como un peligro para su integridad.
Como todas las especies animales, el ser humano está programado por la naturaleza y la evolución, a través de los cambios fisiológicos y psicológicos ya comentados, para sentir miedo de manera instintiva ante la percepción de un peligro para su vida o integridad física.
La función práctica del miedo es la de sacar al individuo de la indiferencia y de la apatía para motivarlo o empujar los límites de la razón, como recurso liberador. El miedo condiciona al ser marcadamente ya que puedo producir un estado de descontrol emocional.
Las reacciones tradicionales al miedo, como hemos visto ya, son el ataque, la defensa y en el peor de los casos la paralización.
La sede de las reacciones emocionales al miedo, se sitúa en las partes más antiguas y primitivas del cerebro humano.
Aunque el miedo sea una emoción común en los seres humanos, cada persona lo desarrolla de distinta manera y con un grado diferente, es decir, la sensibilidad de cada uno es lo que nos hace reaccionar de diferente manera al miedo, así pues, habrá personas que teniendo iguales experiencias y educación tengan distintas respuestas ante un mismo estímulo. Este aspecto es fundamentalmente genético y es por lo tanto inalterable, aunque podemos disminuir su influencia educando al sujeto para ofrecer más resistencia psicológica ante las situaciones de riesgo.
La mayoría de las personas no tiene problemas para aceptar que gran parte de la actividad cognitiva es consciente y automática, sin embargo las emociones tienen una clara dimensión inconsciente, basada en reacciones que no llegamos a percibir. Así pues el inconsciente emocional es todavía un tema del que nos defendemos, a veces simplemente utilizando el prejuicio racional de poca evidencia científica.
Sin embargo, a estas alturas de la investigación parece que hay que aceptar la evidencia de que muchos de nuestros procesos emocionales son implícitos e inconscientes, y pueden influir en el pensamiento y la conducta sin que tengamos consciencia de ellos. Esta posición ha recibido un amplio apoyo empírico.
Es especialmente relevante en este caso mencionar el trabajo del neurocientífico Le Doux mediante su esquema de la doble ruta que se representa en la siguiente página.
Gracias a los estudios de Le Doux, sabemos que las partes más simples de los estímulos van mediante una sola sinapsis, lo que garantiza rápidez máxima, desde el tálamo a la amígdala, donde se hace un análisis de los aspectos que pudieran tener una connotación emocional por si hay que dar una respuesta inmediata. Antes de que llegue la información por la ruta ortodoxa y más larga de la corteza, la amígdala ya ha sido informada y ha respondido emocionalmente.

El descubrimiento de esta ruta explica la existencia de procesamiento emocional y respuesta automática sin consciencia o como dice el propio Le Doux “El hecho de que el aprendizaje emocional depende de vías que no entran en el neocórtex es fascinante porque sugiere que las respuestas emocionales pueden producirse sin la participación de los mecanismos cerebrales superiores de procesamiento, que se suponen responsables del pensamiento, el razonamiento y la consciencia.”
Así las estructuras básicas que controlan las respuestas emocionales tienen su asiento en una porción cerebral, muy primitiva de nuestra evolución, conocida con el nombre de sistema límbico.
En algunas investigaciones relativamente recientes, el referido Le Doux ha desvelado que es la amígdala, una porción del sistema límbico, la encargada de ejercer un control de primera instancia, a modo de “centinela emocional”, sobre determinados estímulos sensoriales.
La amígdala es la primera estructura cerebral por la que pasan una parte de las fibras sensoriales que llegan desde sentidos como la vista o el oído. De tal manera que permite a ésta emitir una respuesta neurofisiológica rápida antes de que la señal o el estímulo, proveniente desde la periferia del sistema nervioso, llegue al neocórtex (lóbulos prefrontales) para una respuesta digamos más cognitiva y elaborada.
Así, los sentimientos y emociones respondidos desde la amígdala tienen un carácter más primario y suelen ocasionar respuestas motoras periféricas, generalmente de miedo y evitación.
La investigación realizada por Le Doux constituye una auténtica revolución en nuestra comprensión de la vida emocional, que revela por primera vez la existencia de vías nerviosas para los sentimientos que eluden el neocortex. Este circuíto explicaría el gran poder de las emociones para desbordar a la razón, especialmente la de miedo ante amenazas para la vida o la integridad física, por que los sentimientos que siguen ese camino directo a la amígdala son los más intensos y primitivos.
Estos estudios explicarían perfectamente por que el policía que tiene un arma en sus manos apuntando a un agresor puede llegar a disparar de forma instintiva ante la mínima percepción de inicio de ataque o amenaza.
Otro aspecto característico de la emoción y del que existen evidencias científicas y que entra en algunos microprocesos independientes de nuestra voluntad, incluso en ocasiones de nuestra consciencia, es el conocido como sesgo atencional.
El sesgo atencional consiste en la tendencia automática a dirigir la atención, de forma preferente, hacia estímulos que pueden presentar un peligro o amenaza potencial.
Así, ciertos eventos, bien porque resulten inesperados, o bien porque posean propiedades que resulten críticas para el individuo (p.e., las amenazas), capturan la atención de forma automática (p.e., Sokolov, 1982; Graham y Hackley, 1991; Carretié, Hinojosa, Martín-Loeches, Mercado y Tapia, 2004b). En esta perspectiva, el reflejo de orientación y el reflejo de defensa constituyen manifestaciones de esta atención pasiva. Ambos reflejos son respuestas psicofisiológicas guiadas de forma extrínseca. El reflejo de orientación se produce ante estímulos novedosos o significativos para el individuo, y el de defensa es provocado por estímulos muy intensos e incluso dañinos para la persona (Sokolov, 1982).
Se reconoce pues la existencia de dos circuitos, el circuito de aproximación y el que más nos interesa tratar en este caso además de ser el más estudiado, el circuito de evitación o aversivo, que es activado por estímulos amenazantes que propician emocionas negativas, produciendo en el organismo conductas de evitación, escape y defensa. Diversos estudios psicobiológicos han apoyado la existencia de este circuito de evitación basándose en la evidencia de mecanismos neurales especializados en el procesamiento urgente de información amenazante.
En primer lugar, multitud de investigaciones han confirmado el funcionamiento de una vía rápida para la transmisión de la información sensorial que conecta directamente a los núcleos sensoriales del tálamo, con la amígdala, evitando el ‘retraso’ que supone la implicación o participación de la corteza.

Esta vía de reacción urgente es capaz de extraer información global pero suficiente sobre la situación, para permitir al individuo reaccionar rápidamente ante una posible amenaza o peligro inminente para su supervivencia. La estructura clave en el funcionamiento de esta vía rápida, como decimos, es la amígdala, ya que ha sido repetidamente involucrada en la percepción del miedo e incluso algunos autores la han identificado como un ‘detector del miedo’ (Amaral, 2002). Así, en relación con el funcionamiento de esta vía rápida, Ledoux (1996) ha propuesto que la amígdala puede activarse ante estímulos emocionales sin necesidad de que el individuo sea consciente de dicha estimulación, lo que es conocido popularmente como “intuición” (veáse Lang, Davis y Öhman, 2000; Whalen, Curran y Rauch, 2001)
Adicionalmente, la amígdala no sólo provoca respuestas motoras y autonómicas, moduladas por la sustancia gris periacueductal y el hipotálamo respectivamente, y que son necesarias para enfrentar un evento amenazante, sino que posee conexiones con la corteza visual aumentando la asignación de recursos atencionales (Adolphs, 1999; Ledoux, 2000). También es capaz de modular, mediante proyecciones directas, la actividad de zonas prefrontales (algunas de ellas, implicadas en la atención).
De forma paralela a la existencia de una vía rápida para el procesamiento de la información que ‘no puede esperar’, se encuentra otra vía menos rápida o vía lenta. Esta vía lenta refleja el funcionamiento de una fase tardía del circuito de evitación. Así, la información se transmite desde el tálamo hacia la corteza conectando ésta posteriormente con la amígdala. La participación de la corteza provee información más rica y detallada sobre el estímulo en cuestión que, por tanto, precisa de mayor tiempo para su procesamiento (veáse Amaral y cols., 1992; Ledoux, 1990; 1996; Mascagni y cols., 1993).
En segundo lugar, las dos vías visuales corticales ventral y dorsal, también se distinguen por su carácter urgente o no urgente. La vía dorsal permite un procesamiento rápido, aunque no tan preciso, de la estimulación visual que exige una respuesta inmediata por parte del individuo (pe., algún objeto que se aproxima).
Así, cabe esperar que los estímulos amenazantes incrementen la activación de esta vía visual, facilitando la puesta en marcha de una respuesta motora urgente (la vía dorsal desemboca en zonas parietales, interconectadas con zonas motoras). La consideración de la vía dorsal como responsable de la ‘acción’ apoyaría su implicación en respuesta a eventos de naturaleza aversiva (Goodale y Milner, 1994).
Además, estudios actuales de actividad eléctrica cerebral, han encontrado una activación de la vía dorsal previa a la producida en la vía ventral (Martín-Loeches, Hinojosa y Rubia, 1999). Por su lado, la vía ventral posibilita un procesamiento más elaborado y preciso, que permite responder con más precisión a lo que no precisa una respuesta tan urgente (p.e., eventos apetitivos, hacia los que se realiza habitualmente una conducta de aproximación). Por tanto, la vía ventral se activaría en mayor medida ante este tipo de estímulo.
En efecto, los datos experimentales confirman esta propuesta: un hallazgo encontrado de forma repetida sugiere un incremento de la actividad cerebral hemodinámica en áreas pertenecientes a la vía dorsal (Carretié, Hinojosa, Martín-Loeches y Mercado, 2001b; Kosslyn y cols., 1996; Lang y cols., 1998; Simpson y cols., 2000) ante estímulos aversivos en mayor medida que ante los positivos o neutros. La unión de estos datos espaciales con los de tipo temporal obtenidos mediante PRADs (Carretié y cols., 2001b), indica que la activación dorsal ante estímulos negativos se refleja en una respuesta atencional temprana, cuya función sería la facilitación de una respuesta motora rápida. Tras la respuesta emocional reflejada en el componente aparece otra tardía más prolongada y de mayor latencia, que se refleja.
La emoción de miedo, muy relacionada con la ansiedad y los sesgos atencionales que la caracterizan, está claramente asociada al circuito de evitación, definido anteriormente.
Distintos hallazgos científicos han indicado la existencia de una clara y continua interacción entre los procesos de atención y emoción. La atención está preferentemente sostenida por estímulos con significación afectiva, más que por estímulos rutinarios o afectivamente neutros. Desde un punto de vista evolucionista, se asume que los estímulos relevantes para los individuos son aquellos que están relacionados con la supervivencia (Öhman, Flykt y Esteves, 2001).
De este modo, se considera que los eventos evolutivamente más relevantes, como son los que están asociados con amenaza o peligro, deben obtener prioridad en el procesamiento, ya que parecen obvias las ventajas para la supervivencia asociadas a la rápida detección y reacción urgente de dichos estímulos (Fox, Lester, Russo, Bowles, Pichler y Dutton, 2000; Mogg y Bradley, 1999; Öhman, Lundqvist y Esteves, 2001)
Estudios recientes (Carretié y cols., 2001b; 2003; 2004b; Vuilleuimer, 2002) demuestran que los estímulos emocionales tienden a atraer mayor atención que los que poseen un carácter emocional neutro, y esto se produce de una manera especialmente intensa cuando los objetos tienen un valor amenazante. En consecuencia, estos hallazgos refuerzan la posición de privilegio de la información con carácter emocional, especialmente amenazante, a la hora de facilitar el despliegue de recursos atencionales. Como señalan algunas otras investigaciones, la rápida y relativamente automática detección de este tipo de estimulación emocional, se produce incluso en circunstancias en las que no se ha percibido conscientemente (Carretié y cols., 2004b;Northoff,Richter,Gessner, Schlagenhauf, Fell, Baumgart y cols, 2000).
La ansiedad (del latín anxietas, ‘angustia, aflicción’) es un estado que se caracteriza por un incremento de las facultades perceptivas ante la necesidad fisiológica del organismo de incrementar el nivel de algún elemento que en esos momentos se encuentra por debajo del nivel adecuado, o -por el contrario- ante el temor de perder un bien preciado, como es la vida.

La ansiedad puede ser el resultado a una reacción emocional puntual suscitada por un contexto amenazante o una situación estresante y que tiene una duración limitada. Esta situación transitoria constituye la ansiedad estado (Spielberger, 1983) que es el tipo de ansiedad al que se enfrenta el policía ante un evento en el que corre peligro su vida o su integridad física.
No es lo mismo ser ansioso que estar ansioso. Cuando una persona se encuentra ante situaciones de estrés o de ansiedad no actúa igual que cuando se siente tranquila. Se ha demostrado que los rasgos que describen a una persona como ansiosa o estar sometido a un periodo de ansiedad son dos situaciones bien distintas y que, además, modulan los procesos de atención de forma diferente.
Tener una personalidad ansiosa es lo que se denomina como ansiedad-rasgo y se corresponde con una característica de personalidad que señala cierta propensión a la inquietud y al desasosiego persistentes.
Sin embargo, la ansiedad-estado es una reacción emocional puntual, como respuesta a una situación o contexto estresante. Por tanto, tiene una naturaleza más inmediata y menos duradera, es como ya hemos dicho el tipo de ansiedad que vive un agente de policía ante una agresión en la que peligra su vida o integridad física.
El nivel de ansiedad-estado es alto en circunstancias que sean percibidas por el individuo como amenazantes y bajo en situaciones no amenazantes, o en circunstancias en que aun existiendo peligro, éste no es percibido como amenazante.
Investigadores del Departamento de Psicología Experimental y Fisiología del Comportamiento de la Universidad de Granada han analizado los efectos de una y otra. Los resultados, publicados en ‘Psychological Science’, muestran que, en ambos casos, se reacciona de modo distinto a cómo sería de esperar con una actitud más serena y tranquila.
La ansiedad se caracteriza por una suerte de “hiperactivación” del circuito de evitación, o de algunos de sus elementos, fundamentalmente de la amígdala y zonas corticales prefrontales, también implicadas estas últimas en la atención.
Distintos hallazgos científicos han indicado la existencia de una clara y continua interacción entre los procesos de atención y emoción. La atención está preferentemente sostenida por estímulos con significación afectiva, más que por estímulos rutinarios o afectivamente neutros. Desde un punto de vista evolucionista, se asume que los estímulos relevantes para los individuos son aquellos que están relacionados con la supervivencia (Öhman, Flykt y Esteves, 2001). De este modo, se considera que los eventos evolutivamente más relevantes, como son los que están asociados con amenaza o peligro, deben obtener prioridad en el procesamiento.
Como ya se ha adelantado, la amígdala juega un papel muy importante en respuesta a la estimulación negativa del entorno. Es de particular importancia la conexión de esta estructura límbica con zonas prefrontales, capaces de modular la atención relacionada con la vigilancia hacia estimulación emocionalmente saliente (Davis y Whalen, 2001; Vuilleumier, 2002), siendo la información negativa un tipo de material que potencia especialmente la asignación de dichos recursos de atención (para una revisión veáse Whalen, 1998). De este modo, los individuos disponemos de mecanismos para la selección de los estímulos que son prioritarios para el procesamiento. Este tipo de señales de estímulos amenazantes capaces de dirigir nuestra atención, ponen en funcionamiento esos procesos atencionales.
Las teorías cognitivas sobre la ansiedad convergen en la predicción de que la ansiedad se asocia con un sesgo selectivo que favorece el procesamiento de la información relacionada con amenaza.
Como consecuencia de ese sesgo selectivo, se producen dos sesgos muy importantes y que afectan al comportamiento del agente de policía, estos son los sesgos relacionados con la expectativa o vigilancia y los sesgos de negatividad.
Hablemos a continuación de los sesgos relacionados con la expectativa. La atención relacionada con la expectativa, también denominada vigilancia, está relacionada con los recursos de procesamiento que se ponen en marcha en tareas que requieren un estado de alerta, por ejemplo, para detectar un estímulo esperable que todavía no ha aparecido. La mayoría de los estudios sobre sesgos de atención en ansiedad se han centrado en la investigación sobre sesgos de vigilancia, siendo, por tanto, un aspecto muy bien establecido y sobre el que se han producido hallazgos consistentes que han llevado a considerarlo como un factor candidato a provocar y mantener condiciones de ansiedad (Eysenck, 1992; Mathews, 1990).
El Policía objeto de una agresión o una intervención violenta sufre un sesgo relacionado con la expectativa, pues cuando por ejemplo apunta a un sujeto armado, todos los recursos del agente se centran en detectar estímulos esperables que todavía no han aparecido, como el inicio de un ataque o el comienzo de un tiroteo, lo que provoca altas dosis de ansiedad en el agente.
El otro sesgo, llamado sesgo de negatividad inducido por el contexto, al que también se ha denominado sesgo de interpretación, constituye la tendencia a procesar o interpretar, en determinados contextos, estímulos ambiguos de una manera negativa. Este tipo de sesgo aparece asociado con la propensión a manifestar estados emocionales negativos (como la ansiedad) y con el estado de ánimo (ansioso) que se posee en un momento determinado (Mathews y MacLeod, 1994).

Así, las personas con altos niveles de ansiedad estado es más probable que asignen un significado negativo a material con carácter inocuo o ambiguo, interpretación que se ve potenciada por contextos emocionales congruentes con el estado emocional del individuo. Así, Mathews y Mackintosh (2000), encontraron que los individuos ansiosos fueron más proclives a interpretar de manera amenazante eventos ambiguos. Este resultado es convergente con los obtenidos en investigaciones anteriores (Hirsch y Mathews, 1997).
El sesgo negativo inducido por el contexto, o sesgo de interpretación, unido al sesgo relacionado con la expectativa, explicaría por qué el Policía puede interpretar en una situación estresante, como es aquella en la que está peligro su vida o integridad física, determinados estímulos que para el Juez pueden resultar ambiguos o poco amenazantes, como graves y negativos, actuando con “exceso de celo” a juicio del tribunal, cuando en realidad se trataría de una situación en la que el agente no pudo actuar de otra manera.
Además, el funcionamiento de estos mecanismos, desencadenado desde la corteza prefrontal, parece ponerse en marcha ante la estimulación con relevancia biológica que, por tanto, resulta importante para el individuo, como es el caso de los estímulos amenazantes (Bar, 2003). En consecuencia, es lógico suponer que en las respuestas atencionales de los agentes ansiosos hacia la amenaza (sesgo atencional), puedan estar implicados los mismos mecanismos de selección de la información.
Los datos de actividad eléctrica cerebral muestran que el contexto afectivo amenazante produce un aumento en la asignación de recursos atencionales, en personas con niveles altos en ansiedad estado, que no ocurre en personas con niveles bajos. El incremento de procesamiento atencional puede deberse al hecho de que las personas que se encuentran en un determinado estado emocional (ansiedad estado elevada), despliegan una hipervigilancia general hacia la estimulación del ambiente (Eysenck, 1992).
Algunos estudios conductuales consideran a la ansiedad estado, per se, como responsable principal en la aparición y mediación de los sesgos atencionales de procesamiento (Bradley y cols., 2000; Mathews, Mogg, Kentish y Eysenck, 1995).
En esencia, estos sesgos atencionales inducidos por el contexto poseen un considerable valor para la supervivencia y son ventajosos adaptativamente, ya que permiten al organismo detectar y reaccionar rápidamente ante cualquier peligro que surja en un entorno amenazante (Ledoux, 1996). De hecho, la existencia de un sistema para el procesamiento del miedo del que forman parte estructuras del sistema límbico, como la amígdala, especialmente sensible a estímulos puntuales de carácter amenazante, apoya la importancia adaptativa de estos sesgos, ya que priorizan el procesamiento de estos estímulos que suponen un potencial peligro. Este aspecto también ha sido descrito en algunas propuestas teóricas (Bar, 2003) y estudios experimentales (p.e., Hopfinger y cols., 2000)
Este mecanismo atencional permite al individuo responder con rapidez ante los estímulos relevantes, como es el caso de la estimulación amenazante, sin necesidad de que dicha información haya sido procesada por completo. Adicionalmente, estudios de imagen cerebral (Chua y cols., 1999) han mostrado que puntuaciones altas en ansiedad estado (ansiedad anticipatoria hacia eventos potencialmente peligrosos), están asociadas con mayor flujo sanguíneo cerebral en regiones como la corteza orbitofrontal.
De acuerdo con Fox, Russo, Bowles y Dutton, (2001), las elevaciones en el nivel de ansiedad estado reflejarían de forma directa la activación del anteriormente mencionado sistema neuroanatómico-funcional para la detección y procesamiento atencional de la amenaza. Todo esto puede sugerir que las personas con altos niveles de ansiedad, fundamentalmente estado, muestran un sistema atencional más sensible que los individuos no ansiosos.
En suma, los datos de actividad cerebral obtenidos en el diversos estudios, confirman que el sesgo atencional de negatividad se hace evidente en sujetos con niveles elevados de ansiedad estado, incluso hacia estimulación neutra, si dicha estimulación aparece en un entorno afectivo amenazante.
Existe una distinta contribución de la ansiedad estado en la producción de los sesgos atencionales en relación, por un lado, con la estimulación intrínsecamente amenazante y, por otro, con contextos negativos. En convergencia con distintos estudios conductuales (p.e., Bradley, Mogg y Millar, 2000; Mogg, Mathews, Bird y Macgregor-Morris Mogg, 1990) y formulaciones teóricas (Bower, 1981) los resultados obtenidos en varios experimentos sugieren que el sesgo atencional inducido por el contexto está determinado únicamente por el nivel de ansiedad estado individual. Así, sólo los individuos con puntuaciones altas en esta variable manifestaron este sesgo. Según Eysenck (1997), los sesgos atencionales se producen especialmente cuando se incrementa el nivel de ansiedad estado. Este hecho produce la puesta en marcha de un proceso de retroalimentación positiva en el que el sesgo atencional incrementa la ansiedad estado y a su vez, esto conduce a la intensificación del sesgo.


Autor: Asociación Profesional de Policías
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Re: El Agente de Policía: reacción ante el peligro

Mensajepor Sanglier2 » 13 Jul 2013 07:17

Interesante artículo. :apla: :apla: :apla: :apla: :apla: :sniper
Ei lo que ia
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sanitario35
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Re: El Agente de Policía: reacción ante el peligro

Mensajepor sanitario35 » 24 Ago 2013 03:30

:apla: :apla: :apla: :apla: mucha y buena información

CECOFE
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Re: El Agente de Policía: reacción ante el peligro

Mensajepor CECOFE » 11 Sep 2013 22:35

Interesante buena aportacion. :apla:


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