Luchando en Rusia
- pablo1984
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Re: Luchando en Rusia
Una noche de centinela llegó hasta mi posición el teniente Ruiz, alto y desgarbado parecía un junco doblándose bajo el gélido frío. Le di novedades cuadrándome cuanto podía, que no era mucho, pues el frío terrible de la madrugada te dejaba doblado cual navaja albaceteña oxidada:
- Con esos colores se te ve mucho González… Algún francotirador te pegará un tiro- me dijo, ofreciéndome al tiempo su petaca plateada, venía acompañado del feroz sargento Peláez.
- Así se ahorrarán la mortaja, mi teniente… Y le di un trago al licor, brandy del bueno, de Jerez, que dejó temblando el recipiente en forma de lágrima, de plata genuina y que tenía las iniciales del teniente grabadas en el metal.
Miraba el campo enemigo más allá del río y del lago Ladoga, a los rusos que lejos de rendirse o amilanarse cada día eran más fuertes y audaces, y cada día recibían trenes y trenes de suministros desde más allá de los Urales. Era un hombre joven, poco mayor que yo, unos veintitantos, niño bien de los que jamás les faltó de nada, yo me preguntaba si el teniente Ruiz de Espinosa no tendría también un Tío Emilio por el que estar allí.
Igual que todos los demás, pese a su juventud, parecía diez años más viejo, y allí en medio de las turbonadas de nieve rusa, con la ventisca helándonos hasta el tuétano de los huesos, parecía más muerto que vivo, sucio, lleno de piojos, hambriento y con la nostalgia de su hogar en los labios y con muchas papeletas de que esa nostalgia se quedase allí pegada para siempre.
- Ya mismo te largas con el relevo… Aguanta y regresa a casa González, allí hacen falta hombres listos y honrados como tú.
- Con esos colores se te ve mucho González… Algún francotirador te pegará un tiro- me dijo, ofreciéndome al tiempo su petaca plateada, venía acompañado del feroz sargento Peláez.
- Así se ahorrarán la mortaja, mi teniente… Y le di un trago al licor, brandy del bueno, de Jerez, que dejó temblando el recipiente en forma de lágrima, de plata genuina y que tenía las iniciales del teniente grabadas en el metal.
Miraba el campo enemigo más allá del río y del lago Ladoga, a los rusos que lejos de rendirse o amilanarse cada día eran más fuertes y audaces, y cada día recibían trenes y trenes de suministros desde más allá de los Urales. Era un hombre joven, poco mayor que yo, unos veintitantos, niño bien de los que jamás les faltó de nada, yo me preguntaba si el teniente Ruiz de Espinosa no tendría también un Tío Emilio por el que estar allí.
Igual que todos los demás, pese a su juventud, parecía diez años más viejo, y allí en medio de las turbonadas de nieve rusa, con la ventisca helándonos hasta el tuétano de los huesos, parecía más muerto que vivo, sucio, lleno de piojos, hambriento y con la nostalgia de su hogar en los labios y con muchas papeletas de que esa nostalgia se quedase allí pegada para siempre.
- Ya mismo te largas con el relevo… Aguanta y regresa a casa González, allí hacen falta hombres listos y honrados como tú.
Los españoles son el único pueblo mediterráneo verdaderamente valiente e inmediatamente organizarían guerrillas en nuestra retaguardia. No se puede entrar en España sin permiso de los españoles.
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Re: Luchando en Rusia
Y como usted, mi teniente- y era sincero pues Ruiz era valiente y decidido, justo y ecuánime con nosotros sus hombres, siempre amable y educado, siempre dispuesto a palmear la espalda de sus subordinados, como un buen padre.
Dio un largo trago a la petaca, que debía andar ya en las últimas, luego dijo aquello con el viejo estoicismo castellano pesando en cada palabra como el plomo, resignado a su suerte, convencido de su destino.
- Yo me quedaré para siempre aquí González, jamás saldré de Rusia…
- No diga usted eso mi teniente…
- Yo ya morí González, allí junto al Ebro, ¿recuerda el Ebro ensangrentado?, esto es solamente tiempo prestado, días y horas regalados.
Terminado de decir esto se arreó otro lingotazo de brandy que, éste sí, dejó la petaca seca.
- Me gusta tu manta- dijo- En caso de necesidad podría servir de Bandera…
Ni yo mismo podría haber imaginado lo proféticas que serían aquellas palabras del teniente Ruiz, aquella noche de guardia en el frente de la División.
Pocos días después mi nombre estaba en la lista de los que iban a ser relevados… ¡Por fin!
Dio un largo trago a la petaca, que debía andar ya en las últimas, luego dijo aquello con el viejo estoicismo castellano pesando en cada palabra como el plomo, resignado a su suerte, convencido de su destino.
- Yo me quedaré para siempre aquí González, jamás saldré de Rusia…
- No diga usted eso mi teniente…
- Yo ya morí González, allí junto al Ebro, ¿recuerda el Ebro ensangrentado?, esto es solamente tiempo prestado, días y horas regalados.
Terminado de decir esto se arreó otro lingotazo de brandy que, éste sí, dejó la petaca seca.
- Me gusta tu manta- dijo- En caso de necesidad podría servir de Bandera…
Ni yo mismo podría haber imaginado lo proféticas que serían aquellas palabras del teniente Ruiz, aquella noche de guardia en el frente de la División.
Pocos días después mi nombre estaba en la lista de los que iban a ser relevados… ¡Por fin!
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Re: Luchando en Rusia
Llevaba allí desde el principio, mi tren había sido el primero en salir desde Madrid, hacía ya tantísimo tiempo, y añoraba el aire de mi tierra. Añoraba mi viento, mis sierras y mi Virgen del Pilar allí en Zaragoza, y los viajes a Pamplona con Pedro el arriero, y el vino de Logroño, y las butifarras que hacía la familia Casals en Balaguer.
Añoraba mi patria, mi vieja y destrozada tierra, y la añoraba tanto que mi corazón se arrugaba y los ojos se me llenaban de lágrimas cuando pensaba en ella.
Igual que al cocinero gaditano, que volvía a casa tambén y que no dejaba de llorar como un niño, los lagrimones gordos cayendo por su cara aceitunada.
- Jozú pischa- me decía- Qué jartá de llorá me voy a dá cuando crusemo los Pirineo…
Pero La Suerte, ésa perra caprichosa nos dio la espalda.
Ya había empezado todo mal cuando de casi mil tíos, nosotros, los de mi compañía fuimos los que nos quedamos con cara de haba en el andén, viendo alejarse el tren que se llevaba a los camaradas. No hay más sitio, dijeron, y a alguno le tiene que tocar, dijeron… Y pardiez, nos tocó a nosotros.
Los primeros momentos nos mirábamos unos a otros con desconfianza, tratando de averiguar quién era el cenizo. Luego la impaciencia nos desbordó, y hasta ganas de acercarnos hasta el Cuartel General y quejarnos a la manera española nos dieron:
- Hola buenas, una reclamación sí… ¡PIM, PAM, PUM! y adiós…
Añoraba mi patria, mi vieja y destrozada tierra, y la añoraba tanto que mi corazón se arrugaba y los ojos se me llenaban de lágrimas cuando pensaba en ella.
Igual que al cocinero gaditano, que volvía a casa tambén y que no dejaba de llorar como un niño, los lagrimones gordos cayendo por su cara aceitunada.
- Jozú pischa- me decía- Qué jartá de llorá me voy a dá cuando crusemo los Pirineo…
Pero La Suerte, ésa perra caprichosa nos dio la espalda.
Ya había empezado todo mal cuando de casi mil tíos, nosotros, los de mi compañía fuimos los que nos quedamos con cara de haba en el andén, viendo alejarse el tren que se llevaba a los camaradas. No hay más sitio, dijeron, y a alguno le tiene que tocar, dijeron… Y pardiez, nos tocó a nosotros.
Los primeros momentos nos mirábamos unos a otros con desconfianza, tratando de averiguar quién era el cenizo. Luego la impaciencia nos desbordó, y hasta ganas de acercarnos hasta el Cuartel General y quejarnos a la manera española nos dieron:
- Hola buenas, una reclamación sí… ¡PIM, PAM, PUM! y adiós…
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Re: Luchando en Rusia
Pero llegaron los tres camiones prometidos, viejos Renault franceses de cuando la campaña del cuarenta y uno, de cuando parecía que los alemanes se iban a comer el mundo. Ahora el mundo se los estaba comiendo y se los estaba comiendo crudos, y nos calmamos un poco, aunque muchos empezaron ya a rezar a San Apapucio y al Copón Bendito, rezaban bajito, pero el murmullo llenaba el lúgubre cajón del camión, destartalado y con la lona sucia y rota, chirriando la suspensión y rebotando en cada bache, pero al menos las ruedas rodaban y con cada giro nos alejaban un poco más del frente de Leningrado y nos acercaba, un poco más a la añorada España.
Los que rezaban lo hacían para que la aviación roja no localizase aquellos tres camioncitos que serían un dulce regalo para cualquier piloto de Sturmovick. Pero Dios debía andar ocupado en asuntos de más enjundia que cuarenta españolitos camino de su casa. Y claro, los rusos localizaron el convoy y lo atacaron.
Recuerdo que escuché claramente los motores de los aviones enemigos iniciando el picado y los gritos de los camaradas:
- ¡Virgen Santa!, ¡Perra Suerte!, y blasfemias de todos los colores, no me extraña que Dios no nos hiciese ni puto caso.
Del primer camión no salió nadie vivo, pues estalló en mil pedazos y lo que quedó era en una bola de fuego, luego, el nuestro se levantó del suelo mientras otra llamarada convertía en torreznos a los que viajaban más cerca de la parte trasera, como un chicharrón se queda uno si te atrapa una de esas bombas incendiarias de los rusos, ayuda norteamericana dicen. Podrían los yanquis haber ayudado a su puta madre.
Los que rezaban lo hacían para que la aviación roja no localizase aquellos tres camioncitos que serían un dulce regalo para cualquier piloto de Sturmovick. Pero Dios debía andar ocupado en asuntos de más enjundia que cuarenta españolitos camino de su casa. Y claro, los rusos localizaron el convoy y lo atacaron.
Recuerdo que escuché claramente los motores de los aviones enemigos iniciando el picado y los gritos de los camaradas:
- ¡Virgen Santa!, ¡Perra Suerte!, y blasfemias de todos los colores, no me extraña que Dios no nos hiciese ni puto caso.
Del primer camión no salió nadie vivo, pues estalló en mil pedazos y lo que quedó era en una bola de fuego, luego, el nuestro se levantó del suelo mientras otra llamarada convertía en torreznos a los que viajaban más cerca de la parte trasera, como un chicharrón se queda uno si te atrapa una de esas bombas incendiarias de los rusos, ayuda norteamericana dicen. Podrían los yanquis haber ayudado a su puta madre.
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Re: Luchando en Rusia
El caso es que salimos volando y claro, el trompazo es de órdago, se retuercen los hierros se arruga la lona, salen los hombres despedidos, son aplastados otros, y mientras, el piloto ruso vacía sus ametralladoras y cohetes sobre nosotros.
De nuestro camión, montón de hierros retorcidos salimos cinco hombres, tres más o menos sin daños graves, salvo el mareo y las contusiones, uno con el brazo roto, es Matías, gitano del barrio del Perchel malagueño que solo dice ¡ay mi arma, ay mi arma!, y otro que está más grave, Pedro de Alcaudete al que las tripas le cuelgan mientras tratamos de arrastrarlo más allá, hacia donde vienen otros tres camaradas, uno arrastrando el muñón de su pierna izquierda y otros dos más enteros que llevan al otro en volandas, detrás el camión arde y chirrían los hierros recalentados, mientras en la puerta el cuerpo carbonizado del conductor, un letón que solo sabía decir “puta madre”, “sangría dobro” y “olé”, nos miraba con reproche desde sus cuencas vacías y renegridas.
Y había rusos por todas partes…
De nuestro camión, montón de hierros retorcidos salimos cinco hombres, tres más o menos sin daños graves, salvo el mareo y las contusiones, uno con el brazo roto, es Matías, gitano del barrio del Perchel malagueño que solo dice ¡ay mi arma, ay mi arma!, y otro que está más grave, Pedro de Alcaudete al que las tripas le cuelgan mientras tratamos de arrastrarlo más allá, hacia donde vienen otros tres camaradas, uno arrastrando el muñón de su pierna izquierda y otros dos más enteros que llevan al otro en volandas, detrás el camión arde y chirrían los hierros recalentados, mientras en la puerta el cuerpo carbonizado del conductor, un letón que solo sabía decir “puta madre”, “sangría dobro” y “olé”, nos miraba con reproche desde sus cuencas vacías y renegridas.
Y había rusos por todas partes…
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Re: Luchando en Rusia
Siberianos, artilleros y los comisarios, que nos rodearon y nos dieron la primera mano de hostias, y suerte tuvimos los seis que la recibimos, pues a Matías, a Pedro y al otro que arrastraban los compañeros, uno de Albacete al que apellidaban de Suárez, los mataron como a perros allí mismo, mientras se reían muy fuerte y nos miraban a los vivos con lúgubres promesas en sus soviéticos ojos.
Ya les había dicho que en Rusia hacía un frío de mil demonios ¿no?, pues ahora sí que sentíamos el frío, mientras los rusos nos llevaban maniatados en cuerda de presos, descalzos y casi desnudos, hasta sus líneas, donde nos esperaba el tormento y el interrogatorio más feroz.
Y luego a Siberia, si no te mataban, claro…
Yo me estremecía y la rabia me corroía las entrañas cuando veía como uno de los rusos, un esquimal o mongol de más allá de las montañas, se arrebujaba en la manta que mi pobre madre había tejido allí junto a la lumbre, en la vieja y amada España.
Ya les había dicho que en Rusia hacía un frío de mil demonios ¿no?, pues ahora sí que sentíamos el frío, mientras los rusos nos llevaban maniatados en cuerda de presos, descalzos y casi desnudos, hasta sus líneas, donde nos esperaba el tormento y el interrogatorio más feroz.
Y luego a Siberia, si no te mataban, claro…
Yo me estremecía y la rabia me corroía las entrañas cuando veía como uno de los rusos, un esquimal o mongol de más allá de las montañas, se arrebujaba en la manta que mi pobre madre había tejido allí junto a la lumbre, en la vieja y amada España.
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Re: Luchando en Rusia
Las agujas de hielo se clavan en mi cabeza y en los pulmones, siento el corazón que se va deteniendo, como un reloj al que la cuerda se le va agotando.
No siento ya los brazos ni las piernas, helados y entumecidos, empapados, y con la escarcha cubriendo mi cuerpo no ha de quedarme mucho…
El pobre Julián, el murciano amable y callado está ahora en silencio ya para siempre, tirado a un lado como un saco inservible, la nieve que llega hasta el lago helado en gélidos ventisqueros ha cubierto ya parte de su cuerpo.
Los rusos ríen y beben vodka sin parar, mientras abrían el agujero en el duro hielo, mientras nos iban agarrando y metiéndonos allí la cabeza por turnos. No preguntan nada, nada necesitan saber de nosotros pobres soldados, es solo un divertimento, una crueldad más en mitad de esta guerra cruel.
Lo malo es que me ha tocado a mí… Pero ya se sabe, la suerte en la guerra es como una puta, que se va siempre con quien menos lo esperas. Lo bueno es que, es caprichosa y voluble, y lo mismo te da la espalda, que te abraza y te lleva en volandas hasta los más maravillosos lugares.
De los seis hombres que habíamos sobrevivido de los camiones ya sólo quedábamos tres y a ninguno nos quedaba mucho rato.
Mientras metían y sacaban mi cabeza de las aguas heladas, yo era un muñeco rígido entre las manos de aquellos salvajes, pensaba en mi pobre madre y de vez en cuando, cuando me sacaban la cabeza, que se helaba de inmediato al aire y parecía que te la iban a arrancar de cuajo, veía al maldito esquimal enrollado en la manta rojigualda que me había tejido y la rabia me dolía más en el alma que todas las torturas soviéticas.
No siento ya los brazos ni las piernas, helados y entumecidos, empapados, y con la escarcha cubriendo mi cuerpo no ha de quedarme mucho…
El pobre Julián, el murciano amable y callado está ahora en silencio ya para siempre, tirado a un lado como un saco inservible, la nieve que llega hasta el lago helado en gélidos ventisqueros ha cubierto ya parte de su cuerpo.
Los rusos ríen y beben vodka sin parar, mientras abrían el agujero en el duro hielo, mientras nos iban agarrando y metiéndonos allí la cabeza por turnos. No preguntan nada, nada necesitan saber de nosotros pobres soldados, es solo un divertimento, una crueldad más en mitad de esta guerra cruel.
Lo malo es que me ha tocado a mí… Pero ya se sabe, la suerte en la guerra es como una puta, que se va siempre con quien menos lo esperas. Lo bueno es que, es caprichosa y voluble, y lo mismo te da la espalda, que te abraza y te lleva en volandas hasta los más maravillosos lugares.
De los seis hombres que habíamos sobrevivido de los camiones ya sólo quedábamos tres y a ninguno nos quedaba mucho rato.
Mientras metían y sacaban mi cabeza de las aguas heladas, yo era un muñeco rígido entre las manos de aquellos salvajes, pensaba en mi pobre madre y de vez en cuando, cuando me sacaban la cabeza, que se helaba de inmediato al aire y parecía que te la iban a arrancar de cuajo, veía al maldito esquimal enrollado en la manta rojigualda que me había tejido y la rabia me dolía más en el alma que todas las torturas soviéticas.
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Re: Luchando en Rusia
Pero nada podía hacer, ya estaba muerto y aquel martirio debía ser el Purgatorio del que tanto hablaban los curas. Ya mismo comprobaría si sus letanías, rezos y devociones estrictas servían para algo. Espero que sí, que teniendo la muerte tan cerca no es magro consuelo pensar en un paraíso y en un cielo.
Y luego sucedió todo en un instante. Tan rápido que apenas nos dimos cuenta de lo que pasaba… Bueno, Paco de Jaén, al que le había llegado el turno de que le metiesen la cabeza en el agujero, sí se enteró, el pobre.
Los rusos que le sostenían cabeza abajo cayeron acribillados en la primera ráfaga, y allí quedó Paco pataleando como un pollo descabezado, las manos atadas a la espalda, hasta que sus pies empezaron a ir muy rápidos y a golpetear el hielo, hasta que después se quedaron quietos, temblaron un par de veces y se detuvieron para siempre.
Las lágrimas se helaron en mi rostro curtido, de rabia y de impotencia, por ver morir delante de mis narices a un camarada y nada poder hacer por ayudarle. Sin embargo el instinto de soldado te empuja a buscar refugio y amparo, aunque sea arrastrándote con los dientes, así que Segismundo, que era el otro compatriota atado a mi lado y que escupía cuajarones de sangre al toser y yo, empezamos a arrastrarnos hacia donde venían los disparos y hacia donde ahora, había varios bultos en el suelo blanco. La sangre manchaba la nieve creando figurillas y brillantes charquitos.
Y luego sucedió todo en un instante. Tan rápido que apenas nos dimos cuenta de lo que pasaba… Bueno, Paco de Jaén, al que le había llegado el turno de que le metiesen la cabeza en el agujero, sí se enteró, el pobre.
Los rusos que le sostenían cabeza abajo cayeron acribillados en la primera ráfaga, y allí quedó Paco pataleando como un pollo descabezado, las manos atadas a la espalda, hasta que sus pies empezaron a ir muy rápidos y a golpetear el hielo, hasta que después se quedaron quietos, temblaron un par de veces y se detuvieron para siempre.
Las lágrimas se helaron en mi rostro curtido, de rabia y de impotencia, por ver morir delante de mis narices a un camarada y nada poder hacer por ayudarle. Sin embargo el instinto de soldado te empuja a buscar refugio y amparo, aunque sea arrastrándote con los dientes, así que Segismundo, que era el otro compatriota atado a mi lado y que escupía cuajarones de sangre al toser y yo, empezamos a arrastrarnos hacia donde venían los disparos y hacia donde ahora, había varios bultos en el suelo blanco. La sangre manchaba la nieve creando figurillas y brillantes charquitos.
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Re: Luchando en Rusia
Uno de los bultos llevaba la manta de mi pobre madre y sin dudar me arrastré hacia él:
- ¿Dónde vas González coño?… ¡Deja la puta manta!
- ¡No…!
Y seguí arrastrándome sobre un costado, las manos atadas a la espalda y el hielo clavándose en la piel y el aire quemando en los pulmones y por todas partes las balas volando y las explosiones de las granadas y los gritos de los hombres que morían y mataban en la orilla de aquel lagito helado ruso.
Estaba a dos metros del ruso cuando un alarido espeluznante me hizo mirar atrás, hacia donde Segismundo se había quedado, dos rusos lo cosían a bayonetazos en ese mismo momento, las cuchillas entrando y saliendo de la barriga del hombre y los dos soviéticos pinchando como tricotosas.
Miraron luego hacia mí y automáticamente me puse a rezar a la Virgen del Pilar. Mi hora había llegado…
Pero quiso Dios que no. Yo nunca había sido especialmente creyente, pero tanto vaivén de la vida y tanta fortuna me estaban haciendo cambiar de idea.
- ¿Dónde vas González coño?… ¡Deja la puta manta!
- ¡No…!
Y seguí arrastrándome sobre un costado, las manos atadas a la espalda y el hielo clavándose en la piel y el aire quemando en los pulmones y por todas partes las balas volando y las explosiones de las granadas y los gritos de los hombres que morían y mataban en la orilla de aquel lagito helado ruso.
Estaba a dos metros del ruso cuando un alarido espeluznante me hizo mirar atrás, hacia donde Segismundo se había quedado, dos rusos lo cosían a bayonetazos en ese mismo momento, las cuchillas entrando y saliendo de la barriga del hombre y los dos soviéticos pinchando como tricotosas.
Miraron luego hacia mí y automáticamente me puse a rezar a la Virgen del Pilar. Mi hora había llegado…
Pero quiso Dios que no. Yo nunca había sido especialmente creyente, pero tanto vaivén de la vida y tanta fortuna me estaban haciendo cambiar de idea.
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Re: Luchando en Rusia
A los rusos de las bayonetas los hizo pedazos el sargento Peláez. Jamás me había alegrado tanto de verlo como aquella mañana. Y eso que apareció como un indio caribe entre la arboleda, gritando el santo nombre del Apóstol Santiago, cosa curiosa en alguien que fardaba de anarquista, con mirada tan asesina y despiadada que daba pavor verlo.
Las barbas escarchadas, el vaho ocultando su rostro cosido a cicatrices, los ojos encendidos de odio como dos carbones en mitad de unas cuencas hundidas y oscuras, en una mano la bayoneta del máuser, que yo sabía afiladísima y en la otra un palo tallado que usaba en los combates cuerpo a cuerpo a modo de maza. No sé si les había dicho que el sargento Peláez era una bestia salvaje.
Las fuerzas me abandonaron, debió ser la tranquilidad de verme bajo la protección del sargento y de su maza, que daba miedo mirarla, y eso que era un simple palo.
Poco a poco la oscuridad me cubrió y las energías se agotaron de golpe, como una bombilla que se apaga.
Lo último que sentí fue al sargento que me echaba algo por encima y me lo enrollaba alrededor del cuerpo. La manta de mi madre… Al final iba a servirme de mortaja.
Las barbas escarchadas, el vaho ocultando su rostro cosido a cicatrices, los ojos encendidos de odio como dos carbones en mitad de unas cuencas hundidas y oscuras, en una mano la bayoneta del máuser, que yo sabía afiladísima y en la otra un palo tallado que usaba en los combates cuerpo a cuerpo a modo de maza. No sé si les había dicho que el sargento Peláez era una bestia salvaje.
Las fuerzas me abandonaron, debió ser la tranquilidad de verme bajo la protección del sargento y de su maza, que daba miedo mirarla, y eso que era un simple palo.
Poco a poco la oscuridad me cubrió y las energías se agotaron de golpe, como una bombilla que se apaga.
Lo último que sentí fue al sargento que me echaba algo por encima y me lo enrollaba alrededor del cuerpo. La manta de mi madre… Al final iba a servirme de mortaja.
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Re: Luchando en Rusia
¡¡¡FFFFIIIIIIIIIIIIUUUUUUUUUUUUUUUU…!!! ¡¡¡BOOOOOOOOOOOOOMMMMM!!!
¡¡¡FFFFIIIIIIIIIIIUUUUUUUUUUUUUUU…!!!
¡¡¡ BOOOOOOOOOOOOOOOOMMM!!!
El suelo retumbaba y las camas de campaña, simples lonas con esqueleto metálico saltaban y se estremecían con cada impacto. Caían cerca, muy cerca, en cadencia de uno o dos zambombazos cada cinco minutos, unas minucias comparadas con las descargas cerradas y horrorosas de la artillería soviética:
- Están afinando… Demarcando los sectores de cada batería… Esto es solo morralla, lo gordo llegará después…
El hombre que había hablado era un teniente de artillería, hombre maduro ya, de pelo ralo y cráneo tostado por el sol, los ojos marrones claros eran limpios, honrados, con un punto de amargura en ellos, de vez en cuando las pupilas bajaban hasta los dos muñones que eran ahora sus piernas, se quedaban allí un instante y luego volvían a mirarme…
Y tú te estremecías porque en ellos no había resentimiento sino resignación, no había odio ni lástima, solamente estoicismo, solamente la certeza de que le tocó la china, que salió tu número en la rifa, pero no te quejas, aquella misma granada que te segó a ti las piernas, había convertido en pedacitos sanguinolentos a tres camaradas que compartían pozo de tirador. Y aquello era mucho peor, sí señor, mucho peor.
¡¡¡FFFFIIIIIIIIIIIUUUUUUUUUUUUUUU…!!!
¡¡¡ BOOOOOOOOOOOOOOOOMMM!!!
El suelo retumbaba y las camas de campaña, simples lonas con esqueleto metálico saltaban y se estremecían con cada impacto. Caían cerca, muy cerca, en cadencia de uno o dos zambombazos cada cinco minutos, unas minucias comparadas con las descargas cerradas y horrorosas de la artillería soviética:
- Están afinando… Demarcando los sectores de cada batería… Esto es solo morralla, lo gordo llegará después…
El hombre que había hablado era un teniente de artillería, hombre maduro ya, de pelo ralo y cráneo tostado por el sol, los ojos marrones claros eran limpios, honrados, con un punto de amargura en ellos, de vez en cuando las pupilas bajaban hasta los dos muñones que eran ahora sus piernas, se quedaban allí un instante y luego volvían a mirarme…
Y tú te estremecías porque en ellos no había resentimiento sino resignación, no había odio ni lástima, solamente estoicismo, solamente la certeza de que le tocó la china, que salió tu número en la rifa, pero no te quejas, aquella misma granada que te segó a ti las piernas, había convertido en pedacitos sanguinolentos a tres camaradas que compartían pozo de tirador. Y aquello era mucho peor, sí señor, mucho peor.
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Re: Luchando en Rusia
Igual que los compañeros que se habían subido a aquellos camiones y de los que tan solo yo había sobrevivido. Ellos habían acabado peor, mucho peor que yo, que estaba vivo y entero, tumbado en una cama del hospital, con los huesos despegándose el frío poco a poco, enrollado como un canelón italiano en las ásperas mantas militares, y bajo ellas, en contacto con mi piel maltratada, la manta roja y gualda que mi madre me había tejido.
No imaginan cómo calentaba…
De mis pensamientos me saca la mano vigorosa del teniente mutilado, me ofrece una petaca brillante de plata:
- ¿Esto lo regalan al salir de teniente?- El otro que por un instante no sabe muy bien de lo que le hablo, mira la petaquita y comprende, pero no dice nada, bebe un sorbito y me la vuelve a ofrecer con una sonrisa.
- Es que mi teniente Ruiz tenía una igual…- y al nombrar a Ruiz al teniente mutilado se le entristece la mirada, nubes negras que recorren su mente, recuerdos recientes que remueven cosas dentro de él, cosas desagradables que hacen que le dé un horroroso tiento a la petaca. La debe haber dejado tiesa, lástima no haber aprovechado y haberla catado.
No imaginan cómo calentaba…
De mis pensamientos me saca la mano vigorosa del teniente mutilado, me ofrece una petaca brillante de plata:
- ¿Esto lo regalan al salir de teniente?- El otro que por un instante no sabe muy bien de lo que le hablo, mira la petaquita y comprende, pero no dice nada, bebe un sorbito y me la vuelve a ofrecer con una sonrisa.
- Es que mi teniente Ruiz tenía una igual…- y al nombrar a Ruiz al teniente mutilado se le entristece la mirada, nubes negras que recorren su mente, recuerdos recientes que remueven cosas dentro de él, cosas desagradables que hacen que le dé un horroroso tiento a la petaca. La debe haber dejado tiesa, lástima no haber aprovechado y haberla catado.
Los españoles son el único pueblo mediterráneo verdaderamente valiente e inmediatamente organizarían guerrillas en nuestra retaguardia. No se puede entrar en España sin permiso de los españoles.
- pablo1984
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Re: Luchando en Rusia
- ¿El teniente Ruiz de Espinosa...?- me pregunta, y dentro de mí las alarmas saltan chillonas. Algo me dice que la premonición funesta de mi joven teniente (yo no saldré de Rusia, González), se había cumplido.
- Si…
- Lo mataron hace dos días…
- Descanse en paz… ¿Cómo pasó...?
- Ya sabes, ataque soviético con carros e infantería, artillería por un tubo y el teniente y algunos de sus hombres que se quedan copados…
Resistieron como jabatos allí en sus posiciones, todo anegado de rusos menos aquella cuña española que no dejó de matar enemigos hasta que el último hombre cayó sobre la ametralladora que quedaba. Aquel hombre era el teniente Ruiz…
De nuevo me ofreció la petaca y esta vez, si la agarré y la vacié de un trago. Al teniente mutilado no pareció importarle, pues sonrió, cogió la petaca, se giró, en hábil movimiento sobre sí mismo, y rebuscó algo bajo la cama.
- Si…
- Lo mataron hace dos días…
- Descanse en paz… ¿Cómo pasó...?
- Ya sabes, ataque soviético con carros e infantería, artillería por un tubo y el teniente y algunos de sus hombres que se quedan copados…
Resistieron como jabatos allí en sus posiciones, todo anegado de rusos menos aquella cuña española que no dejó de matar enemigos hasta que el último hombre cayó sobre la ametralladora que quedaba. Aquel hombre era el teniente Ruiz…
De nuevo me ofreció la petaca y esta vez, si la agarré y la vacié de un trago. Al teniente mutilado no pareció importarle, pues sonrió, cogió la petaca, se giró, en hábil movimiento sobre sí mismo, y rebuscó algo bajo la cama.
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Re: Luchando en Rusia
En aquella postura pude contemplar en todos sus horrendos detalles de piel recosida y rojiza, de moratones y de venas azuladas que morían en los muñones, de la horripilante imagen de un hombre sin piernas, que jamás volvería a caminar y que en aquella España desagradecida y olvidadiza, daba igual si era roja o azul, en esta tierra donde siempre se despreciaban los sacrificios y se ensalzaban los latrocinios, los cometiese estos quien los cometiese. El futuro del teniente era más negro que la boca del mortero que lo había lisiado para siempre en aquellas lejanas tierras rusas.
Pero impasible al desaliento, o sabiendo disimularlo muy bien, sonriendo como si estuviésemos en el Retiro madrileño y no en un sucio y maloliente hospital de campaña del frente del este, rellenó la petaca con la botella de brandy que escondía bajo la cama y me la pasó con un guiño:
- Disimula más la petaca… Estos médicos son peores que los comisarios políticos… ¡Qué he perdido las piernas no el estómago…!
Y se reía, con risa fuerte y valiente, un punto amarga, y miraba al cielo, y su mandíbula se endurecía. Bebía entonces sorbito a sorbito, despacio, los ojos muy lejos de allí, para después volver de golpe desde el lugar en el que se encontrase, hasta la cama del hospital, ofrecerme más licor y volver a bromear sobre los médicos, sus piernas, o la falta de ellas (menos mal, González, que los cojones siguen ahí), sobre la guerra, sobre Hitler (y la puta austríaca que lo trajo a éste mundo) y sobre la vida y sus reveses en general.
Pero impasible al desaliento, o sabiendo disimularlo muy bien, sonriendo como si estuviésemos en el Retiro madrileño y no en un sucio y maloliente hospital de campaña del frente del este, rellenó la petaca con la botella de brandy que escondía bajo la cama y me la pasó con un guiño:
- Disimula más la petaca… Estos médicos son peores que los comisarios políticos… ¡Qué he perdido las piernas no el estómago…!
Y se reía, con risa fuerte y valiente, un punto amarga, y miraba al cielo, y su mandíbula se endurecía. Bebía entonces sorbito a sorbito, despacio, los ojos muy lejos de allí, para después volver de golpe desde el lugar en el que se encontrase, hasta la cama del hospital, ofrecerme más licor y volver a bromear sobre los médicos, sus piernas, o la falta de ellas (menos mal, González, que los cojones siguen ahí), sobre la guerra, sobre Hitler (y la puta austríaca que lo trajo a éste mundo) y sobre la vida y sus reveses en general.
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Re: Luchando en Rusia
Y así pasamos aquella tarde de enero de 1943 el teniente Gutiérrez de Las Heras, mutilado por la patria y este que les escribe, congelado grave en proceso de recuperación, aunque dos dedos del pie izquierdo, uno del derecho y el meñique de la mano diestra, ya no los podría recuperar nadie, amputados en el acto y arrojados junto con el montón de brazos y piernas congeladas que había en la entrada de los quirófanos, o salas de despiece como las llamábamos.
Allí estarían heladas como carámbanos las extremidades del teniente Gutiérrez, mezcladas en el batiburrillo helado, aquel montón de carne congelada, me recordaba unos bacalaos que sacaron una vez de un mercante noruego en Bilbao.
Pronto me darían el alta, y ya no se iba ni Dios de permiso, y el relevo se pedía pero nadie te hacía puto caso, así que volvería a mi compañía, no quedaba otra.
No quería por supuesto, quería regresar a mi casa, pero de allí solo se largaba uno en caja de pino, hecho fosfatina como el teniente o poco a poco, paso a paso, metro a metro, como siempre se retiró, cuando se retiraba, la vieja y fiel infantería española…
Allí estarían heladas como carámbanos las extremidades del teniente Gutiérrez, mezcladas en el batiburrillo helado, aquel montón de carne congelada, me recordaba unos bacalaos que sacaron una vez de un mercante noruego en Bilbao.
Pronto me darían el alta, y ya no se iba ni Dios de permiso, y el relevo se pedía pero nadie te hacía puto caso, así que volvería a mi compañía, no quedaba otra.
No quería por supuesto, quería regresar a mi casa, pero de allí solo se largaba uno en caja de pino, hecho fosfatina como el teniente o poco a poco, paso a paso, metro a metro, como siempre se retiró, cuando se retiraba, la vieja y fiel infantería española…
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Re: Luchando en Rusia
Hace tanto frío que los rusos no detienen los motores de sus carros. Desde las trincheras los escuchamos ronroneando, manteniendo calientes los vehículos, preparando el asalto, amontonando munición junto a los cañones, se oye también el martillear de sus artilleros enclavando las piezas, y sus voces de mando… La zona de Kolpino es un hervidero de enemigos afilando sus bayonetas.
Todo el mundo sabe que van a venir, que se lanzarán valientes y decididos a por el pueblo de Krasny Bor, a romper el cerco de San Petersburgo, la antigua, hecha pedazos y hambrienta ciudad de los zares. Tan claro está el asunto, esta fría noche de febrero, que el capitán Miranda le pidió al Páter que nos bendijese a todos.
Yo creo que les ha dado apuro darnos la Extremaunción, porque todos sospechamos que la Misa y la Comunión de esta noche, hacen el avío. Hasta los que más se jactan de comunistas y descreídos han comulgado y rezado con devoción.
La muerte planea sobre todos nosotros. Esta noche de febrero especialmente, y la banda sonora la ponen los rusos con sus martillos, sus preparativos y sus risas anegadas de vodka.
Todo el mundo sabe que van a venir, que se lanzarán valientes y decididos a por el pueblo de Krasny Bor, a romper el cerco de San Petersburgo, la antigua, hecha pedazos y hambrienta ciudad de los zares. Tan claro está el asunto, esta fría noche de febrero, que el capitán Miranda le pidió al Páter que nos bendijese a todos.
Yo creo que les ha dado apuro darnos la Extremaunción, porque todos sospechamos que la Misa y la Comunión de esta noche, hacen el avío. Hasta los que más se jactan de comunistas y descreídos han comulgado y rezado con devoción.
La muerte planea sobre todos nosotros. Esta noche de febrero especialmente, y la banda sonora la ponen los rusos con sus martillos, sus preparativos y sus risas anegadas de vodka.
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Re: Luchando en Rusia
Cuando salí del hospital ya me lo esperaba, el Batallón de Regreso estaba completo y yo debería esperar al próximo, si es que había algún otro. El teniente De Las Heras si embarcó, con su sempiterna sonrisa y sus muñones horribles. A la patria regreso-me dijo- que tengas mucha suerte González… Y me regaló su petaca de plata mientras nos miraba a los que nos quedábamos allí con envidia:
- Dos piernas nuevas daría por poder quedarme a luchar con vosotros…
Luego el tren hizo “Chú-Chú”, como en la canción, y entre la humareda se alejó con los camaradas relevados y los heridos que regresaban a España. No imaginan la envidia que me dieron.
A mi lado el sargento Peláez mordisqueaba un trozo de pan duro, que chupeteaba hasta reblandecer y luego engullía con parsimonia, aquella era su dieta principal, pan duro, aguardiente de cualquier clase y sangre de ruso. No había querido regresar a España con ningún relevo y junto a mí era del contingente, cada vez menos numeroso, de los que habíamos llegado a Grafenwort, o como coño se diga, aquel día tan lejano ya de mil novecientos cuarenta y uno
- Nos vamos a tragar los tres actos González- me dice entre dos mordiscos
- Con entremeses y todo, mi sargento…
- Dos piernas nuevas daría por poder quedarme a luchar con vosotros…
Luego el tren hizo “Chú-Chú”, como en la canción, y entre la humareda se alejó con los camaradas relevados y los heridos que regresaban a España. No imaginan la envidia que me dieron.
A mi lado el sargento Peláez mordisqueaba un trozo de pan duro, que chupeteaba hasta reblandecer y luego engullía con parsimonia, aquella era su dieta principal, pan duro, aguardiente de cualquier clase y sangre de ruso. No había querido regresar a España con ningún relevo y junto a mí era del contingente, cada vez menos numeroso, de los que habíamos llegado a Grafenwort, o como coño se diga, aquel día tan lejano ya de mil novecientos cuarenta y uno
- Nos vamos a tragar los tres actos González- me dice entre dos mordiscos
- Con entremeses y todo, mi sargento…
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Re: Luchando en Rusia
Los guripas recién llegados me miraban con mucho respeto, además me habían ascendido a cabo y los tres galones rojos y las noticias y rumores que sobre mí circulaban, hacía que para los recién llegados mis órdenes fuesen las del Papa y las del sargento las del mismísimo Dios.
En mi cabeza, a aquellas alturas de la película, el único deseo que me acuciaba era el de mantenerme vivo y regresar a casa, donde mi pobre madre se retorcía las manos de angustia y el Tío Emilio esperaba heredar una hacienda que jamás le importó un carajo, pero que ahora, muerto mi padre, en Rusia yo y su hermana vieja y desvalida, pasaría a sus manos.
Tenía que haber venido a Rusia él… Pero qué se le va a hacer, como decía el cantar de Mío Cid: “Una vez puesto en la silla…”
Hasta al general Muñoz habían enviado a casa con el relevo, ahora Esteban Infantes nos mandaba. Menudo marronazo le había caído al pobre. Porque los rusos han estado acumulando reservas y material sin descanso desde la última ofensiva que les fastidiamos.
Pero claro, como lo que les sobra a los soviéticos son cañones, y tanques y gente para lanzarse al asalto por millares, pues a una ofensiva brutal le sucede otra, y si alguien queda vivo, otra…
En mi cabeza, a aquellas alturas de la película, el único deseo que me acuciaba era el de mantenerme vivo y regresar a casa, donde mi pobre madre se retorcía las manos de angustia y el Tío Emilio esperaba heredar una hacienda que jamás le importó un carajo, pero que ahora, muerto mi padre, en Rusia yo y su hermana vieja y desvalida, pasaría a sus manos.
Tenía que haber venido a Rusia él… Pero qué se le va a hacer, como decía el cantar de Mío Cid: “Una vez puesto en la silla…”
Hasta al general Muñoz habían enviado a casa con el relevo, ahora Esteban Infantes nos mandaba. Menudo marronazo le había caído al pobre. Porque los rusos han estado acumulando reservas y material sin descanso desde la última ofensiva que les fastidiamos.
Pero claro, como lo que les sobra a los soviéticos son cañones, y tanques y gente para lanzarse al asalto por millares, pues a una ofensiva brutal le sucede otra, y si alguien queda vivo, otra…
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