Naturalmente estamos teorizando sobre hechos esporádicos y sobre los que únicamente podemos hacer es rezar para que no nos pase (ni a nosotros, ni a nadie). No obstante, el empleo de un arma, ya sea blanca, de fuego o “termonuclear” con el fin de desgraciar a un semejante requiere, más que aptitud, actitud... es cierto que un agresor puede terminar acuchillándote con tu propio cuchillo, pero también no es menos cierto que puede terminar disparándote con tu propia pistola.
Los humanos en situaciones normales somos conservacionistas, es decir, por puro instinto de conservación -al igual que el resto de animales- rehuimos situaciones de riesgo, no obstante, en situación de acorralamiento y por el mismo instinto, se desencadena una serie de procesos químicos y que al contrario que el resto de animales, hace que desarrollemos una mala leche sin límites, gracias a nuestras habilidades mecánicas.
Cuando una persona se ve sometida al estrés de una agresión inesperada, violenta y sin posibilidades de eludirla, reacciona de dos maneras, o queda paralizada por el pánico, o bien reacciona de manera instintiva e irreflexiva para
“eliminar” el peligro. Los agresores pretenden someter a sus víctimas por el terror utilizando para ello -aparte del factor sorpresa- una superioridad de medios o física, solo pueden ser neutralizados con una reacción inmediata y contundente superior en violencia a fin de revertir el factor terror.
Es cierto que un arma de fuego tiene un efecto disuasorio... pero solo si el agresor percibe no el que seas capaz de usarla... sino que tiene la absoluta certeza de que la utilizarás, cualquier consejero en seguridad desaconsejará el empleo de un arma de defensa a aquellas personas que por sus características no asuma que las armas (en defensa)
están para ser utilizadas... y que naturalmente, asuma ese compromiso y responsabilidad ya que en caso contrario lo único que se lograría es “regalarle” un arma a un delincuente.
… y para estos propósitos el “mejor” arma es la que se tiene a mano, si en el transcurso de un desgraciado incidente el agresor se quita definitivamente del tabaco... pues él se lo buscó, además, con premeditación y alevosía... para el juez será lo mismo que le pegues un cartuchazo en el pecho que lo ensartases con un sable-bayoneta que tenías de adorno.
… y vaya ladrillo que me ha salido... mil “peldones”
