Un antiguo (y bonito) artículo.

Temas relacionados con la tenencia y uso de las armas.
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RafaGG
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Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor RafaGG » 04 May 2014 20:59

No sabía en cual de los subforos sería más apropiado subir este artículo, que ya puse hace tiempo en otro foro especializado, ya desaparecido. Creo que este es el sitio más apropiado.

Creo que no hay problema legal para subirlo, según las normas del "uso razonable" ("Fair use"). La traducción es mía, el artículo original tiene casi 30 años, lo obtuve de Internet (con lo que imagino que es de dominio público), este foro no tiene fin de lucro, y el motivo de subirlo es educativo.

Recordando a Clyde, por Dick Eades (publicado originalmente en “Gun Digest”, edición de 1986. Traducción de Rafa GG).
Debe existir un lugar especial para gente como Clyde O’Neal. No sería feliz en un paraíso convencional. Se fue hace ya muchos años, y debería haberlo reorganizado a su gusto. Su lugar especial probablemente está un poco desordenado, y huele a Hoppes #9. A menos que haya cambiado, debe haber más de un Colt Single Action Army sobre alguna mesa, y culatas de rifle para acabar en la esquina.
Saben, Clyde fue el primer aficionado a las armas que encontré con verdaderos conocimientos sobre el tema. Me infectó con la inclinación por las armas de fuego cuando era muy joven. Casi sin darme cuenta, me enganché a la contemplación del acero pavonado, el nogal acabado al aceite y el latón pulido.
Quizás debería empezar por el principio: cuando era niño, mi familia emigró a Waco, Texas. Nuestra primera casa tenía un sótano, y como yo nunca había visto un sótano, me sentí fascinado. Rápidamente instalé allí mi ganado, que incluía un zorro lisiado, una serpiente, y unos pocos ratones. Los últimos, por supuesto, eran comida para la serpiente.
Una esquina de mi retiro no tenía baldosas, y la tierra estaba expuesta un par de metros cuadrados. Yo creía que cualquier suelo expuesto estaba hecho para ser excavado, y lo había hecho unos pocos centímetros cuando choqué con algo sólido. Rápidamente desenterré una abollada caja de metal, que se abrió fácilmente, revelando un par de dagas con fundas de latón y empuñaduras de hueso. Eran bastante toscas, pero tenían grabados en lo que según mi padre “debía ser chino”.
Nada más anunciar mi descubrimiento, las dagas fueron confiscadas por mis padres hasta que se encontrase a su verdadero propietario. Las siguientes 2 semanas fueron largas como dos vidas. Finalmente, nadie reclamó los puñales, y me fueron devueltos con la advertencia de que no se me ocurriese arañar un mueble o algo así.
Frotar las vainas de latón hasta que brillasen no resultó muy divertido, pero estaba convencido de que mis puñales valían una fortuna, y quería que tuviesen buen aspecto para venderlas por suficiente dinero para comprar todo lo que quisiese. Una vez que las hube limpiado lo mejor posible, me puse a buscar a alguien que tuviese suficiente dinero para comprármelas.
Después de varios falsos comienzos, alguien me recomendó a Clyde O’Neal, propietario de la única tienda de antigüedades del pueblo. Mucha gente dudaba que tuviese bastante efectivo, ya que gastaba el dinero a lo loco. Imagínate, me dijeron, la semana pasada pagó 10 dólares por un viejo Winchester con cajón de mecanismos de latón que usaba alguna extraña munición antigua que ya no se fabrica. El listo que le vendió aquel modelo 66 estaba difundiendo la noticia de que había encontrado un tonto con dinero. Obviamente, O’Neal era el tipo que yo buscaba.
La tienda de O’Neal era otro mundo, lleno de Indios de madera que anunciaban cigarros, piezas de armaduras medievales, un maniquí envuelto en una cota de malla oxidada, y en el centro de toda la mezcolanza, el mascarón de proa de un barco pequeño, tallado elaboradamente para representar a una mujer de prominente busto que vestía poco más que una sonrisa. Estaba tan impresionado que me quedé pasmado unos instantes después de que el propietario me preguntase qué quería. No estaba acostumbrado a clientes que apenas le llegaban a la hebilla del cinturón, y que necesitaban algo de agua y jabón. Sin embargo, su saludo fue cordial, y sólo había un poco de sarcasmo en su voz cuando me preguntó qué podía mostrarme.
Recobrándome lo suficiente para recordar mi abollada caja de metal, musité algo sobre que había oído que era un comprador de antigüedades caras.
Aceptando con sobriedad la caja, Clyde se presentó y extendió su mano. Hasta entonces, la mayoría de los adultos se habían limitado a sonreírme y darme unas palmaditas. Recibir un apretón de manos me hizo sentir que finalmente era alguien. En ese momento, Clyde se ganó un lugar cálido en el corazón de un jovencito, le sirviese para lo que le sirviese.
Mi apreciada caja fue abierta con cuidado, y las dagas sacadas para su inspección. Me impresionaron sus manos durante su examen. Manejaba esas maltratadas piezas de latón y acero como si se tratase de la más delicada porcelana. En unos minutos, se convenció de que eran antiguas de verdad, y no algo fabricado por el herrero de la esquina. Sus siguientes preguntas fueron para asegurarse de que eran de mi propiedad, y no algo que hubiese birlado de un armario familiar.
A continuación me preguntó cuánto pedía por ellas. La pregunta bloqueó mis procesos mentales durante unos instantes. Durante semanas había soñado despierto con el fantástico precio que obtendría de las dagas y de todas las cosas que compraría, pero ni una sola vez me había planteado concretamente cuánto podría pedir. Debieron pasar varios segundos antes de que mi cerebro procesase el mensaje a mis cuerdas vocales, pero finalmente me las arreglé para preguntar “¿cuánto me da?”.
Esto provocó una risa que pareció comenzar en algún lugar cercano a sus botas, y burbujear desde sus labios. Clyde murmuró “¡Guau! El vendedor de caballos aparece pronto en estos chicos”.
Ese comentario no significaba mucho para mí en aquel momento, y pasaron años hasta que entendí lo que quería decir. De cualquier modo, Clyde me dijo que me pagaría 3 dólares en efectivo, o 4 dólares en cualquier mercancía de su tienda.
Mis sueños se habían hecho realidad. ¡Tres auténticos dólares americanos para hacer con ellos lo que quisiese! Hasta entonces, la mayor cantidad de dinero que había poseído a la vez habían sido 50 centavos.
Extendiendo mi mano codiciosa, gruñí: “deme el dinero”. Conocía una tienda justo al final de la calle que vendía munición del .22 corto a 14 centavos la caja. Tres dólares de cartuchos del .22 a 14 centavos por caja era algo que estaba más allá de mi comprensión matemática, pero sabía que era mucho. Por primera vez en mi vida, iba a tener toda la munición del .22 que desease.
Debí decirle a Clyde lo que pensaba hacer con mi dinero, porque lo siguiente que hizo fue preguntarme por mi rifle del .22, y qué era lo que sabía sobre otros tipos de armas. Nunca había tocado otra arma, pero no iba a admitir que no sabía prácticamente nada sobre el tema. Después de todo, sabía cómo introducir un cartucho en la rampa de alimentación de mi rifle de cerrojo monotiro y acertar con las miras abiertas a algo a unos 25 metros. Cuando le aseguré que mi interés se extendía a todos los tipos de armas, Clyde me introdujo en otra sala de su tienda, y mi mandíbula debió hacer ruido al rebotar contra el suelo.
Sin duda, esa habitación era el depósito de cada pistola y rifle que se había fabricado desde la invención de la pólvora. Debía haber cientos de revólveres, carabinas, mosquetes y otras armas variadas, oxidados, picados y abollados, colgando de alambres desde el techo, suspendidos de soportes en las paredes, y apoyados unos sobre otros en las esquinas. En unas vitrinas de cristal se encontraban los mejores especímenes.
A medida que el día transcurría, se me enseñaron arcabuces de mecha orientales
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También una espingarda árabe, y mosquetes con llave de chispa de la Revolución americana y de la guerra de 1812.
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Se me permitió sostener un rifle europeo con llave de rueda y, entonces, el revólver más grande que podía imaginar (más tarde supe que este revólver era un Colt Walker en muy buen estado).
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Las pistolas siguieron apareciendo, como por arte de magia, y con cada una, se me dio una breve explicación de su diseño, uso y rasgos inusuales. Ese día debí haber tenido en mis manos más pistolas grabadas, decoradas, con cachas de marfil de las que la mayor parte de la gente ve en toda su vida. Mis 3 dólares en efectivo habían quedado olvidados, y todo lo que sabía era que tenía que haber algún modo de poseer al menos unas pocas de las fascinantes armas que había sostenido aquel día.
Clyde sabía que muchas de sus armas no debían dispararse nunca, pero también que disparar (y limpiar a continuación) algunas de ellas no les haría ningún daño. Me hizo una oferta: podría disparar cualquiera de sus armas de pólvora negra si las limpiaba antes y después de dispararlas, y si el aprobaba el tipo de pólvora y proyectil a usar en las mismas. Este privilegio se extendía a todas las armas que no estuviesen en las vitrinas.
Además de este magnífico gesto, me descontaría 4 dólares por mis dagas en la compra de un Revólver Colt Navy en estado de uso, que costaba 6,50 $.
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Cuando le dije que simplemente era imposible que encontrase la forma de ahorrar la diferencia de 2,50 dólares, me ofreció un trabajo. Por limpiar armas y otros objetos, y hacer algunos trabajillos en su tienda, me pagaría 50 centavos a la semana, si trabajaba de la hora de apertura (8:00 am) a la de cierre (6:00 pm). Como prueba de su buena fe, podía llevarme ya el Colt, si aceptaba el trato.
Cualquier pequeña resistencia por mi parte desapareció como jirones de niebla cuando la empuñadura de latón y nogal se asentó en mi mano. Clyde añadió unas cuantas balas del calibre .36, media caja de pistones y una pequeña cantidad de pólvora negra. Antes de salir de su tienda, me enseñó cuidadosamente la forma de cargar el revólver y manejar la pólvora y los pistones. El día siguiente era Domingo, y tendría toda la tarde para disparar mi nueva/vieja reliquia.
Mi tardía llegada a casa desencadenó una discusión familiar que incluía la cuestión de si se me permitiría conservar el Colt, y quién supervisaría mi tirada experimental. Sean cuales sean los dioses que vigilan las payasadas de los chicos pequeños, debían estar de un humor inusualmente bueno aquella noche. Se decidió que no solo podría conservar el Colt, sino que se me permitiría demostrar mis proezas de tiro el día siguiente. Si pasaba el examen, se me permitiría poseer el revólver sin condiciones y podría, en adelante, dispararlo todo lo que quisiese, si ganaba el dinero para comprar la pólvora y pistones. El plomo, por supuesto, se podía obtener gratis en cantidades ilimitadas como residuo en varias tiendas del pueblo.
Una cantera cerca de nuestra casa ofrecía un campo de tiro seguro, y fue el lugar seleccionado para el gran examen. Reuní a la mayoría de los chicos de los alrededores para mostrarles mi juguete. Algunos de sus padres también decidieron presenciar el evento, ya que pocos habían visto o disparado un arma de avancarga. Era la era de la Gran Depresión, y las armas eran para una cosa: cazar para comer o vender las piezas. El tiro deportivo era desconocido en aquella época y lugar.
Cargué el cilindro del Colt con poca cantidad de pólvora, puse una bala en cada recámara, y las sellé con grasa, coloqué los pistones con tanto cuidado como su estuviera manejando un cuarto de tonelada de dinamita. Con ambos ojos cerrados, disparé el primer tiro a una lata grande colocada en una roca a 12 metros. El viento soplaba suavemente en mi dirección, y cuando el arma disparó, una nube de humo, fuego y restos de pólvora sin quemar voló directamente de vuelta a mis ojos. En cuanto fui capaz de ver de nuevo, examiné al arma (estaba todavía intacta), mi mano (estaba tiznada de negro, pero aún tenía cinco dedos) y la lata (estaba justo donde la había puesto).
El segundo disparo fue mejor que el primero, y arrojó la lata de su soporte. Envalentonado, vacié el cilindro contra otros desperdicios desparramados contra la pared de grava. Como había sobrevivido, otros decidieron probar el revólver de avancarga. Mientras pasaba de mano en mano, me fui volviendo más experto en su carga, y pronto descubrí que podía llenar sus recámaras en poco menos que 4 minutos, cronometrados por el único testigo que tenía reloj. Una recarga tan rápida hizo que mis pistones se acabaran en breve plazo.
A través de las semanas siguientes, la mayor parte de mis horas después del colegio (y unas cuantas durante el mismo) pasaron en una silenciosa admiración del viejo Colt, limpiando su ánima hasta brillar como un espejo, soñando con dispararlo de nuevo, y hablando de armas con Clyde O’Neal a la menor oportunidad. En aquella época, estaba convencido de que Clyde sabía todo lo que había que saber sobre cualquier arma de fuego de la historia de la humanidad. Hablaba con autoridad sobre cañones de mano, armas de percusión, rifles de fuego central, y hasta sobre ametralladoras. Los recuerdos de sus enseñanzas están oscurecidos por el paso del tiempo pero parecía disfrutar compartiendo incluso la más pequeña brizna de conocimiento en el campo de las armas conmigo. Durante nuestra larga relación, debe haberse equivocado en algunas de sus afirmaciones, pero nunca me di cuenta de ello, e incluso hoy no consigo recordar ningún error concreto.
Pocas cosas más que mi creciente amor por las armas podrían haberme inducido a pasar mis días eliminando óxido de metal picado, echando disolvente de hediondo olor en acciones corroídas y aplicando a mano capas de aceite en resecas maderas. Al final de cada día de trabajo, parecía como si me hubiesen engrasado ligeramente y me hubiesen agitado dentro de una bolsa llena de suciedad, óxido y serrín, y olía como los residuos de una refinería. No hubiese cambiado mi trabajo por el más descansado del pueblo. De hecho, me ofrecieron más dinero por contestar al teléfono en la farmacia de la esquina, sin que vacilase un segundo en rechazar la oferta.
Mi acuerdo para trabajar para Clyde hasta que el Colt estuviese pagado se prolongó para incluir el pago por un rifle Kentucky, un Springfield “Trapdoor”, y varias otras armas.
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Con la adquisición de cada una, recibí una lección de historia. Esta relación duró hasta mi segundo año en la escuela superior, y la adicción a mi colección de más de 20 armas en estado de tiro.
Mi última adquisición de Clyde fue hecha con dinero. Desde hacía tiempo había admirado un hermoso Colt Single Action Army que descansaba en una de las vitrinas. Estaba equipado con cachas de marfil de una pieza y no tenía ni un arañazo en su cañón de 7 ½ pulgadas. La marca “U.S.” se apreciaba con claridad en el armazón, y todos los números de serie concordaban.
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Me dijo que, aparentemente, el arma nunca había sido entregada a ningún oficial por el ejército, pero le había sido vendida a un amigo suyo, que le había instalado las cachas de marfil que tanto me gustaban. El precio de este revólver era más de lo que había pagado hasta entonces. Incluyendo las preciosas cachas, pagué 12,50 dólares por el Colt.

Desde ese día he comprado, vendido y canjeado varios cientos de armas. He disparado la mayoría de ellas, ganado dinero con muchas y perdido en algunas. He cazado mucho, probado la mayoría de los deportes de tiro, y continuado mi historia de amor con las armas de fuego en general. He conocido a muchos hombres en el ambiente que me gustan. Algunos se han convertido en buenos amigos y socios. Cuando pienso en estas cosas, recuerdo a Clyde O’Neal, el hombre que le entregó su tiempo a un chico sin dinero ni conocimientos de las armas, y le dio la oportunidad de desarrollar el amor por las armas que él mismo sentía.
En otras ocasiones, cuando me siento en medio de una llovizna helada en una caza de patos, me agacho en un puesto a la espera de un ciervo, o pierdo hasta la camisa en un negocio de compra-venta de armas, también recuerdo a Clyde O’Neal. Podría haber escogido un hobby más tranquilo, como coleccionar sellos u observar pájaros. Cuando me siento así, me recuerdo que estoy ahí porque quiero estar, y porque momentos como esos son las especias que hacen que cada día de la vida sea más sabroso.
Estoy seguro de que Clyde tiene su lugar especial: el Olimpo, Valhalla, Nirvana o como quieran llamarlo. Es un lugar donde todos los Colt están inmaculados, con el 100% del pavonado original. Los Henrys brillan con el fulgor de la plata impoluta. Está allí ahora, observándome y musitando para sí mismo, “estás enganchado, hijo, estás enganchado”.
Espero que sea así, y espero ser capaz de influir de la misma forma en al menos algún otro chico que, de otra forma, nunca descubriría el amor por la vida al aire libre, y la admiración de la artesanía fina en la madera y metal que conlleva hacer un arma. Nunca se arrepentirá. Yo no lo he hecho.

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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor cutis » 04 May 2014 23:25

Gracias :apla:

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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor Hobbit » 05 May 2014 00:13

Muy bonito,

Saludos,

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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor RafaGG » 05 May 2014 08:14

:birra^:

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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor RafaGG » 05 May 2014 10:36

Por cierto, al repasar el "post" he visto varios errores tipográficos ("adicción" en vez de "adición", etc.). Mis disculpas :oops:

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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor Burbaies » 06 May 2014 00:28

...Bonito Relato, gracias por compartir.

...Saludos.
"Mi miedo es que un día moriré...... y mi mujer venderá mis armas, por el precio que le dije que pagué por ellas"

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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor Ermitanio » 07 May 2014 10:28

Bonito relato, muy buena traducción y una enorme envidia de un lugar en el que un niño puede poseer y disparar sus armas sin mayores problemas que la supervisión de sus padres, gracias por todo.

Saludos...
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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor RafaGG » 07 May 2014 21:35

Ermitanio: coincido en tu envidia, pero no sólo se trata del lugar, sino de la época. Desde luego, en USA hay muchísimas más facilidades que en Europa para que un menor se inicie en el tiro, pero incluso allí las cosas deben haber cambiado un montón respecto a los años 30. Bart Skelton, el hijo de "Skeeter" recuerda a menudo con nostalgia cómo cuando era niño disparaba con su padre en el patio de su casa, que estaba a varios kilómetros de la casa más cercana, y tenía un parabalas natural, y reflexiona como hoy en día eso es imposible, a menos que recorras varias horas de carretera hasta llegar a una zona desértica, e incluso así podrías tener problemas con la policía.

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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor Manuel3 » 08 May 2014 00:07

RafaGG escribió:Por cierto, al repasar el "post" he visto varios errores tipográficos ("adicción" en vez de "adición", etc.). Mis disculpas :oops:

Compensado,con creces, por todo lo demas. Gracias y un saludo.

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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor elsantoangel » 08 May 2014 08:57

Ermitanio escribió:Bonito relato, muy buena traducción y una enorme envidia de un lugar en el que un niño puede poseer y disparar sus armas sin mayores problemas que la supervisión de sus padres, gracias por todo.

Saludos...


+1

Ademas del tema de las armas, lo bonito e interesante de la historia es la oportunidad que el hombre le da al niño de ganar dinero hacer lo que le gusta e ir aceptando responsabilidades y completando metas algo fundamental en la educacion de un niño, para mi las armas es casi algo secundario en la historia.

Nada que ver con los niños de hoy una lastima ....
"Es mas facil engañar a la gente, que convencerlos que han sido engañados ..." Mark twain

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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor Ermitanio » 08 May 2014 11:50

RafaGG escribió:Ermitanio: coincido en tu envidia, pero no sólo se trata del lugar, sino de la época. Desde luego, en USA hay muchísimas más facilidades que en Europa para que un menor se inicie en el tiro, pero incluso allí las cosas deben haber cambiado un montón respecto a los años 30. Bart Skelton, el hijo de "Skeeter" recuerda a menudo con nostalgia cómo cuando era niño disparaba con su padre en el patio de su casa, que estaba a varios kilómetros de la casa más cercana, y tenía un parabalas natural, y reflexiona como hoy en día eso es imposible, a menos que recorras varias horas de carretera hasta llegar a una zona desértica, e incluso así podrías tener problemas con la policía.


Ya, de entonces a acá mucho ha llovido y supongo que aquello también habrá cambiado (Aun así nos llevan mucha ventaja :cry: ) pero por lo que tengo leído en foros y revistas americanas lo de disparar en el "back yard" (Patio trasero :wink: ) no debe estar tan prohibido, supongo que el tema vaya por estados :roll:


elsantoangel escribió:
Ermitanio escribió:Bonito relato, muy buena traducción y una enorme envidia de un lugar en el que un niño puede poseer y disparar sus armas sin mayores problemas que la supervisión de sus padres, gracias por todo.

Saludos...


+1

Ademas del tema de las armas, lo bonito e interesante de la historia es la oportunidad que el hombre le da al niño de ganar dinero hacer lo que le gusta e ir aceptando responsabilidades y completando metas algo fundamental en la educacion de un niño, para mi las armas es casi algo secundario en la historia.

Nada que ver con los niños de hoy una lastima ....


Cierto que lo de educar a un chaval (Y más siendo ajeno) en ciertos valores y responsabilidades cada vez parece más dificil e imposible, sobre todo habiendo armas de por medio; ese relato cada vez despierta más mi envidia, sana pero envidia al fin y al cabo :wink:

Saludos...
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Re: Un antiguo (y bonito) artículo.

Mensajepor Branigan » 19 May 2014 11:06

Gracias Rafa, este artículo que hoy compartes con nosotros, nos ha permitido soñar con paraisos hoy imposibles para nosotros, sobre todo por las leyes del pais donde vivimos. Soñemos pues, a falta de otras realidades.
Imagen Socio nº 377
El valor es tener miedo a la muerte y ensillar de todos modos.


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