Entra, pon una curiosidad y te vas
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Re: Entra, pon una curiosidad y te vas
Bueno otro que tál, como no me encajaba en otro hilo y tiene su punto de curiosidad, lo pongo aquí.
Emilio Bonelli, el creador del Sáhara Español
A finales de 1975, mientras Franco agonizaba, los televisores de todo el país, todavía en blanco y negro, prestaban constante atención a la llamada “Marcha Verde”, un bíblico éxodo de civiles orquestado por la monarquía marroquí para ocupar los territorios saharauis hasta entonces bajo autoridad española. La sagaz estratagema de Hassan II, que aprovechaba el vacío de poder que en ese momento reinaba en la política nacional, dio sus frutos de forma inmediata y a través de la “Operación Golondrina” todos los residentes españoles fueron evacuados de la región en un tiempo récord. La atropellada retirada, que abandonó a su suerte a los naturales de la zona, fue absoluta (hasta los cadáveres de los cementerios fueron recogidos). El último núcleo urbano en ser desalojado fue Villa Cisneros, el 9 de enero de 1976. Curiosamente, esa había sido también la primera fundación española en el Sáhara, casi un siglo antes, producto de la obstinación de un zaragozano singular, Emilio Bonelli.
Durante la segunda mitad del siglo XIX África se convirtió en el escenario principal de míticas expediciones. Toda una legión de novelescos aventureros europeos, coronados por un salacot y apoyados por Sociedades Geográficas, se adentraron en el entonces continente misterioso en busca de legendarias ciudades tragadas por las dunas, las fuentes del Nilo o civilizaciones perdidas cuyos restos custodiaban feroces tribus o fieras salvajes.
Al carro de ese heterogéneo grupo de exploradores, científicos, misioneros y cazadores de tesoros, en su mayoría británicos o franceses, se subió en marcha Emilio Bonelli. Sus huellas aparecen hoy borrosas pero fue él, gran conocedor del Magreb, quien fundó las primeras colonias españolas en el Sáhara y quien, más tarde, recorrió impenetrables selvas y caudalosos ríos para fijar los límites de Guinea Ecuatorial.
Su padre, Eduardo Bonelli, un ingeniero agrónomo italiano amigo de los viajes, se había domiciliado en la capital aragonesa mediada la centuria. Allí conocería a Isabel Hernando, con quien contrajo matrimonio. En noviembre de 1855 nació Emilio, bautizado en la parroquia de San Gil y cuya infancia quedó truncada por la temprana muerte de su madre. Tras el fallecimiento, la familia abandonó Zaragoza para establecerse en Marsella durante unos años, que al chico, con facilidad para los idiomas, le sirvieron para aprender francés e italiano.
A continuación se trasladó al Norte de África. Argel y Túnez fueron las primeras etapas de un periplo que finalizaría en Tánger, donde un hermano de su padre regentaba una farmacia. Éste tuvo que hacerse cargo del muchacho cuando su progenitor falleció, víctima del cólera, en 1869. Para entonces, Emilio se hallaba ya perfectamente integrado en la vida del país. Vestía chilaba y babuchas, estaba al tanto de las costumbres y se manejaba en la lengua local sin problemas. Poco después, su dominio del idioma le permitió afincarse en Rabat y ganarse la vida de intérprete para el consulado de España.
Al ser llamado a filas, decidió seguir la carrera militar e ingresó en la Academia de Infantería de Toledo. Durante sus estudios castrenses, solventó como pudo sus problemas económicos con traducciones y la ayuda de algún compañero. Ya como alférez, fue destinado a Madrid y consiguió un sobresueldo estable como contable en el Ayuntamiento. Esto le permitió regresar con cierta frecuencia al Norte de África y sumergirse en la vida cotidiana de distintas poblaciones de la zona.
En 1882, tras recibir una jugosa recompensa económica de la corporación municipal por desenmarañar intrincadas partidas presupuestarias, Bonelli pidió una licencia temporal y viajó durante meses por la cuenca del río Sebú y la región de Garb, además de visitar las ciudades de Fez y Mequínez, al igual que unos años antes había hecho José María Murga Mugartegui, el llamado “moro vizcaíno”. A su vuelta, dio una conferencia en la sede de la Sociedad Geográfica de Madrid, animada por Joaquín Costa, que le dio a conocer entre los interesados por el continente africano.
A comienzos de 1884, informado de los problemas que sufrían los pesqueros canarios en las costas atlánticas del Sáhara, pues eran acosados cuando buscaban refugio, propuso a Genaro de Quesada, ministro de la Guerra y veterano de la campaña de Marruecos de 1859-1860, ocupar la zona y establecer varias bases fijas, con objeto de brindarles protección y puntos de aprovisionamiento. Éste rechazó el proyecto, pese a que venía avalado por la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas. Pero Bonelli, tenaz, no tiró la toalla y porfió hasta conseguir audiencia con el presidente del Gobierno, Cánovas del Castillo.
Si bien el máximo dirigente del Partido Conservador acogió con cautela la empresa, puso a disposición del aragonés 7.500 pesetas, una cantidad meramente testimonial procedente de los fondos reservados, para que intentara ponerla en marcha. Si no cristalizaba, tampoco sería mucha la pérdida y el Gobierno podía darse por no enterado y lavarse las manos.
Es probable que Cánovas viera la oportunidad de que España, de forma discreta y apenas sin coste, se sumara a otras naciones europeas, que en ese momento se repartían África sin pudor con el fin de apropiarse de sus inmensas riquezas naturales. Aunque hoy resulte algo inconcebible, para reclamar la soberanía sobre un territorio africano en aquella época solo había que comprobar que no había otra potencia colonial en el lugar, ocuparlo de forma efectiva, es decir, establecer guarniciones militares o puestos comerciales, y comunicar dicha ocupación con carácter oficial en los medios internacionales. Este “derecho”, que refrendó la Conferencia de Berlín (1884-1885), no tenía en cuenta a la población local, gentes primitivas a quienes llevar la civilización. Bastaba tan sólo con suscribir algún tratado, de buen grado o por la fuerza, con sus elites dirigentes, los únicos nativos que obtenían beneficios del convenio.
Una vez recibido el plácet, Bonelli marchó rápidamente a Canarias, pues existía el temor de que un explorador británico, el escocés Donald Mackenzie, instalase factorías en la zona y demandase su posesión. Allí preparó sin tardanza la expedición con la ayuda de la Compañía Mercantil Hispano-Africana y la Sociedad de Pesquerías Canario-Africana, que le proporcionaron diversas mercancías y materiales de construcción. Y a bordo de la goleta Ceres, se encaminó hacia la costa saharaui.
En noviembre de 1884 atracó en la llamada península de Río de Oro (que carecía tanto de río como de oro), junto a un pontón que la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas había instalado unos meses antes para que sirviese de muelle y almacén. El enclave era un puerto natural, con pozos de agua potable en las cercanías, visitado por tribus nómadas y ajeno a la jurisdicción del sultán de Marruecos.
En solo unos días fue edificada una caseta de madera en la que se izó la bandera española, la primera construcción de un asentamiento bautizado con el nombre de Villa Cisneros (hoy Dajla) en homenaje al confesor de Isabel la Católica, promotor de la conquista de Orán en 1509.
Lo mismo hizo en las siguientes semanas en puntos más al norte y más al sur. En el golfo de Cintra fundó Puerto Badía, en recuerdo del arabista y aventurero Domingo Badía. Y en el cabo Blanco, Medina Gatell conmemoró al tarraconense Joaquin Gatell (ninguno de los dos establecimientos prosperaría y serían pronto abandonados).
Bonelli entró inmediatamente en conversación con varios jefes de tribus locales, con quienes acordó poner bajo protectorado español la franja costera en la que se habían levantado las instalaciones, germen del futuro Sáhara Español. En dichas negociaciones resultó clave la figura del zaragozano. Tenía mano izquierda, era generoso con los regalos, consideraba sagrada la hospitalidad, conocía el Corán, no dudaba en vestir la indumentaria local y se acompañaba siempre de su tetera y su pipa de kif. Además, entendía la hassanía, el dialecto árabe usado en la zona.
Como el propio Bonelli dejó en papel: “el objetivo principal de este viaje por tan áridas comarcas, desconocidas del mundo civilizado, consistía en asegurar para mi patria la explotación de aquellos bancos de pesquerías, que algunos escritores, mucho más competentes que yo en esta industria, aseguran ser muy superiores en calidad y abundancia de peces á los famosísimos de Terranova”.
También se pretendió abastecer de agua y carbón a los barcos que lo necesitaran, además de potenciar el comercio con los nómadas y hacer que algunas caravanas se desviasen de su camino habitual, transahariano, para intercambiar animales o géneros exóticos como oro, marfil, pieles o plumas de avestruz por alimentos, azúcar, té y manufacturas españolas. El éxito de esas últimas iniciativas fue, sin embargo, muy escaso. Aunque comenzaron a circular tímidamente duros con la efigie de Isabel II (sabil) y Alfonso XII (fonsus), el comercio de trueque mantuvo su primacía. La región era paupérrima y estaba muy alejada de las rutas del gran comercio, que nunca se asomaron por el territorio ocupado.
No se pretendió sojuzgar militarmente el lugar, “civilizar” a los saharauis, imponerles leyes o convertirlos al cristianismo, como se hacía en otros puntos del continente. En todo momento se respetó su autogobierno, así como sus costumbres y tradiciones.
A pesar de ello, en los primeros años hubo algunos roces e incluso enfrentamientos con tribus despechadas, en busca de botín, que habían quedado al margen de los tratados. El primero, en 1885, cuando Bonelli visitaba la Península para dar cuenta de sus actividades y ser nombrado nada más y nada menos que Comisario Regio para África Occidental. Villa Cisneros fue saqueada y hubo varios muertos. Su regreso a toda prisa, acompañado de un pequeño destacamento militar, apaciguó la situación y, con ayuda de nativos leales, recompuso el orden.
Se planificaron entonces expediciones hacia el interior del desierto, hacia el Sur y hacia el Norte, y se suscribieron nuevos pactos de amistad. Poco a poco, el dominio se fue extendiendo y consolidando, aun cuando en el Gobierno español no sobraban ni los recursos ni el interés por el territorio sahariano.
Bonelli, sin embargo, ya no dirigiría las operaciones principales desde el puesto de mando. Su inesperado éxito, que cogió a todos por sorpresa, había llamado la atención tanto dentro como fuera de España.
Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas, lo “fichó” para su Compañía Trasatlántica, un verdadero imperio naviero puesto en pie por su padre, el primero en ostentar el título nobiliario. En junio de 1886 cesó como Comisario Regio y unos meses más tarde emprendió viaje hacia la Guinea española.
Durante tres años, en colaboración con Enrique D'Almonte y con vistas a su explotación económica, reconoció y cartografió varias de sus islas y la parte continental de Guinea Ecuatorial, explorada sólo unos años antes por el vitoriano Manuel Iradier. Remontó la cuenca del río Muni y las de sus afluentes el Noya, el Utamboni, el Bañe, el Utongo y el Congüe, además de las de los ríos Benito y Campo. Después, levantó una factoría en la isla de Elobey Chico.
Según algunas fuentes, a su regreso a España la Royal Geographic Society de Londres, dados sus amplios conocimientos del Sáhara occidental, le encargó la búsqueda de la expedición del coronel Paul Flatters. El militar francés había partido en diciembre de 1881 de Ouargla, en el sur de Argelia, al frente de un numeroso convoy con la intención de abrir una ruta entre el Mediterráneo y el Atlántico a través del desierto. Dos meses después de su salida la caravana fue asaltada por los tuaregs, que no dejaron supervivientes. Parece ser que Bonelli dio con los restos de la columna y los hizo llegar a Londres a excepción hecha del podómetro personal de Flatters, que le fue obsequiado como recuerdo.
Su reconocido prestigio le permitió dar numerosas conferencias y llevar a la imprenta varias publicaciones sobre sus viajes antes de su fallecimiento, en 1926. Llegó a dirigir la Compañía Mercantil Hispano-Africana y como representante de la Real Sociedad Geográfica participó en los congresos comerciales hispano-marroquíes celebrados en 1907 (Madrid), 1908 (Zaragoza), 1909 (Valencia) y 1910 (Madrid).
Varios de sus hijos también eligieron la vida castrense. Uno de ellos, Juan María Bonelli Rubio, fue gobernador de Guinea Ecuatorial en la década de 1940. Como máximo responsable político de la colonia, secundó a los docentes indígenas que solicitaban la equiparación laboral con los funcionarios españoles. Y al igual que al inspector general de educación, ese apoyo le costó el puesto, una decisión que alimentaría los primeros brotes independentistas en la región.
Saludos cordiales
Emilio Bonelli, el creador del Sáhara Español
A finales de 1975, mientras Franco agonizaba, los televisores de todo el país, todavía en blanco y negro, prestaban constante atención a la llamada “Marcha Verde”, un bíblico éxodo de civiles orquestado por la monarquía marroquí para ocupar los territorios saharauis hasta entonces bajo autoridad española. La sagaz estratagema de Hassan II, que aprovechaba el vacío de poder que en ese momento reinaba en la política nacional, dio sus frutos de forma inmediata y a través de la “Operación Golondrina” todos los residentes españoles fueron evacuados de la región en un tiempo récord. La atropellada retirada, que abandonó a su suerte a los naturales de la zona, fue absoluta (hasta los cadáveres de los cementerios fueron recogidos). El último núcleo urbano en ser desalojado fue Villa Cisneros, el 9 de enero de 1976. Curiosamente, esa había sido también la primera fundación española en el Sáhara, casi un siglo antes, producto de la obstinación de un zaragozano singular, Emilio Bonelli.
Durante la segunda mitad del siglo XIX África se convirtió en el escenario principal de míticas expediciones. Toda una legión de novelescos aventureros europeos, coronados por un salacot y apoyados por Sociedades Geográficas, se adentraron en el entonces continente misterioso en busca de legendarias ciudades tragadas por las dunas, las fuentes del Nilo o civilizaciones perdidas cuyos restos custodiaban feroces tribus o fieras salvajes.
Al carro de ese heterogéneo grupo de exploradores, científicos, misioneros y cazadores de tesoros, en su mayoría británicos o franceses, se subió en marcha Emilio Bonelli. Sus huellas aparecen hoy borrosas pero fue él, gran conocedor del Magreb, quien fundó las primeras colonias españolas en el Sáhara y quien, más tarde, recorrió impenetrables selvas y caudalosos ríos para fijar los límites de Guinea Ecuatorial.
Su padre, Eduardo Bonelli, un ingeniero agrónomo italiano amigo de los viajes, se había domiciliado en la capital aragonesa mediada la centuria. Allí conocería a Isabel Hernando, con quien contrajo matrimonio. En noviembre de 1855 nació Emilio, bautizado en la parroquia de San Gil y cuya infancia quedó truncada por la temprana muerte de su madre. Tras el fallecimiento, la familia abandonó Zaragoza para establecerse en Marsella durante unos años, que al chico, con facilidad para los idiomas, le sirvieron para aprender francés e italiano.
A continuación se trasladó al Norte de África. Argel y Túnez fueron las primeras etapas de un periplo que finalizaría en Tánger, donde un hermano de su padre regentaba una farmacia. Éste tuvo que hacerse cargo del muchacho cuando su progenitor falleció, víctima del cólera, en 1869. Para entonces, Emilio se hallaba ya perfectamente integrado en la vida del país. Vestía chilaba y babuchas, estaba al tanto de las costumbres y se manejaba en la lengua local sin problemas. Poco después, su dominio del idioma le permitió afincarse en Rabat y ganarse la vida de intérprete para el consulado de España.
Al ser llamado a filas, decidió seguir la carrera militar e ingresó en la Academia de Infantería de Toledo. Durante sus estudios castrenses, solventó como pudo sus problemas económicos con traducciones y la ayuda de algún compañero. Ya como alférez, fue destinado a Madrid y consiguió un sobresueldo estable como contable en el Ayuntamiento. Esto le permitió regresar con cierta frecuencia al Norte de África y sumergirse en la vida cotidiana de distintas poblaciones de la zona.
En 1882, tras recibir una jugosa recompensa económica de la corporación municipal por desenmarañar intrincadas partidas presupuestarias, Bonelli pidió una licencia temporal y viajó durante meses por la cuenca del río Sebú y la región de Garb, además de visitar las ciudades de Fez y Mequínez, al igual que unos años antes había hecho José María Murga Mugartegui, el llamado “moro vizcaíno”. A su vuelta, dio una conferencia en la sede de la Sociedad Geográfica de Madrid, animada por Joaquín Costa, que le dio a conocer entre los interesados por el continente africano.
A comienzos de 1884, informado de los problemas que sufrían los pesqueros canarios en las costas atlánticas del Sáhara, pues eran acosados cuando buscaban refugio, propuso a Genaro de Quesada, ministro de la Guerra y veterano de la campaña de Marruecos de 1859-1860, ocupar la zona y establecer varias bases fijas, con objeto de brindarles protección y puntos de aprovisionamiento. Éste rechazó el proyecto, pese a que venía avalado por la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas. Pero Bonelli, tenaz, no tiró la toalla y porfió hasta conseguir audiencia con el presidente del Gobierno, Cánovas del Castillo.
Si bien el máximo dirigente del Partido Conservador acogió con cautela la empresa, puso a disposición del aragonés 7.500 pesetas, una cantidad meramente testimonial procedente de los fondos reservados, para que intentara ponerla en marcha. Si no cristalizaba, tampoco sería mucha la pérdida y el Gobierno podía darse por no enterado y lavarse las manos.
Es probable que Cánovas viera la oportunidad de que España, de forma discreta y apenas sin coste, se sumara a otras naciones europeas, que en ese momento se repartían África sin pudor con el fin de apropiarse de sus inmensas riquezas naturales. Aunque hoy resulte algo inconcebible, para reclamar la soberanía sobre un territorio africano en aquella época solo había que comprobar que no había otra potencia colonial en el lugar, ocuparlo de forma efectiva, es decir, establecer guarniciones militares o puestos comerciales, y comunicar dicha ocupación con carácter oficial en los medios internacionales. Este “derecho”, que refrendó la Conferencia de Berlín (1884-1885), no tenía en cuenta a la población local, gentes primitivas a quienes llevar la civilización. Bastaba tan sólo con suscribir algún tratado, de buen grado o por la fuerza, con sus elites dirigentes, los únicos nativos que obtenían beneficios del convenio.
Una vez recibido el plácet, Bonelli marchó rápidamente a Canarias, pues existía el temor de que un explorador británico, el escocés Donald Mackenzie, instalase factorías en la zona y demandase su posesión. Allí preparó sin tardanza la expedición con la ayuda de la Compañía Mercantil Hispano-Africana y la Sociedad de Pesquerías Canario-Africana, que le proporcionaron diversas mercancías y materiales de construcción. Y a bordo de la goleta Ceres, se encaminó hacia la costa saharaui.
En noviembre de 1884 atracó en la llamada península de Río de Oro (que carecía tanto de río como de oro), junto a un pontón que la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas había instalado unos meses antes para que sirviese de muelle y almacén. El enclave era un puerto natural, con pozos de agua potable en las cercanías, visitado por tribus nómadas y ajeno a la jurisdicción del sultán de Marruecos.
En solo unos días fue edificada una caseta de madera en la que se izó la bandera española, la primera construcción de un asentamiento bautizado con el nombre de Villa Cisneros (hoy Dajla) en homenaje al confesor de Isabel la Católica, promotor de la conquista de Orán en 1509.
Lo mismo hizo en las siguientes semanas en puntos más al norte y más al sur. En el golfo de Cintra fundó Puerto Badía, en recuerdo del arabista y aventurero Domingo Badía. Y en el cabo Blanco, Medina Gatell conmemoró al tarraconense Joaquin Gatell (ninguno de los dos establecimientos prosperaría y serían pronto abandonados).
Bonelli entró inmediatamente en conversación con varios jefes de tribus locales, con quienes acordó poner bajo protectorado español la franja costera en la que se habían levantado las instalaciones, germen del futuro Sáhara Español. En dichas negociaciones resultó clave la figura del zaragozano. Tenía mano izquierda, era generoso con los regalos, consideraba sagrada la hospitalidad, conocía el Corán, no dudaba en vestir la indumentaria local y se acompañaba siempre de su tetera y su pipa de kif. Además, entendía la hassanía, el dialecto árabe usado en la zona.
Como el propio Bonelli dejó en papel: “el objetivo principal de este viaje por tan áridas comarcas, desconocidas del mundo civilizado, consistía en asegurar para mi patria la explotación de aquellos bancos de pesquerías, que algunos escritores, mucho más competentes que yo en esta industria, aseguran ser muy superiores en calidad y abundancia de peces á los famosísimos de Terranova”.
También se pretendió abastecer de agua y carbón a los barcos que lo necesitaran, además de potenciar el comercio con los nómadas y hacer que algunas caravanas se desviasen de su camino habitual, transahariano, para intercambiar animales o géneros exóticos como oro, marfil, pieles o plumas de avestruz por alimentos, azúcar, té y manufacturas españolas. El éxito de esas últimas iniciativas fue, sin embargo, muy escaso. Aunque comenzaron a circular tímidamente duros con la efigie de Isabel II (sabil) y Alfonso XII (fonsus), el comercio de trueque mantuvo su primacía. La región era paupérrima y estaba muy alejada de las rutas del gran comercio, que nunca se asomaron por el territorio ocupado.
No se pretendió sojuzgar militarmente el lugar, “civilizar” a los saharauis, imponerles leyes o convertirlos al cristianismo, como se hacía en otros puntos del continente. En todo momento se respetó su autogobierno, así como sus costumbres y tradiciones.
A pesar de ello, en los primeros años hubo algunos roces e incluso enfrentamientos con tribus despechadas, en busca de botín, que habían quedado al margen de los tratados. El primero, en 1885, cuando Bonelli visitaba la Península para dar cuenta de sus actividades y ser nombrado nada más y nada menos que Comisario Regio para África Occidental. Villa Cisneros fue saqueada y hubo varios muertos. Su regreso a toda prisa, acompañado de un pequeño destacamento militar, apaciguó la situación y, con ayuda de nativos leales, recompuso el orden.
Se planificaron entonces expediciones hacia el interior del desierto, hacia el Sur y hacia el Norte, y se suscribieron nuevos pactos de amistad. Poco a poco, el dominio se fue extendiendo y consolidando, aun cuando en el Gobierno español no sobraban ni los recursos ni el interés por el territorio sahariano.
Bonelli, sin embargo, ya no dirigiría las operaciones principales desde el puesto de mando. Su inesperado éxito, que cogió a todos por sorpresa, había llamado la atención tanto dentro como fuera de España.
Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas, lo “fichó” para su Compañía Trasatlántica, un verdadero imperio naviero puesto en pie por su padre, el primero en ostentar el título nobiliario. En junio de 1886 cesó como Comisario Regio y unos meses más tarde emprendió viaje hacia la Guinea española.
Durante tres años, en colaboración con Enrique D'Almonte y con vistas a su explotación económica, reconoció y cartografió varias de sus islas y la parte continental de Guinea Ecuatorial, explorada sólo unos años antes por el vitoriano Manuel Iradier. Remontó la cuenca del río Muni y las de sus afluentes el Noya, el Utamboni, el Bañe, el Utongo y el Congüe, además de las de los ríos Benito y Campo. Después, levantó una factoría en la isla de Elobey Chico.
Según algunas fuentes, a su regreso a España la Royal Geographic Society de Londres, dados sus amplios conocimientos del Sáhara occidental, le encargó la búsqueda de la expedición del coronel Paul Flatters. El militar francés había partido en diciembre de 1881 de Ouargla, en el sur de Argelia, al frente de un numeroso convoy con la intención de abrir una ruta entre el Mediterráneo y el Atlántico a través del desierto. Dos meses después de su salida la caravana fue asaltada por los tuaregs, que no dejaron supervivientes. Parece ser que Bonelli dio con los restos de la columna y los hizo llegar a Londres a excepción hecha del podómetro personal de Flatters, que le fue obsequiado como recuerdo.
Su reconocido prestigio le permitió dar numerosas conferencias y llevar a la imprenta varias publicaciones sobre sus viajes antes de su fallecimiento, en 1926. Llegó a dirigir la Compañía Mercantil Hispano-Africana y como representante de la Real Sociedad Geográfica participó en los congresos comerciales hispano-marroquíes celebrados en 1907 (Madrid), 1908 (Zaragoza), 1909 (Valencia) y 1910 (Madrid).
Varios de sus hijos también eligieron la vida castrense. Uno de ellos, Juan María Bonelli Rubio, fue gobernador de Guinea Ecuatorial en la década de 1940. Como máximo responsable político de la colonia, secundó a los docentes indígenas que solicitaban la equiparación laboral con los funcionarios españoles. Y al igual que al inspector general de educación, ese apoyo le costó el puesto, una decisión que alimentaría los primeros brotes independentistas en la región.
Saludos cordiales
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.
Marco Tulio Cicerón.
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Re: Entra, pon una curiosidad y te vas
Y otra curiosidad sobre la descripción que se hacen de algunos animales cuando el que los describe los ve por vez primera.
Hablando de animales,transcribo y resumo un episodio curioso,las embajadas enviadas por Enrique III de Castilla a la corte de Tamerlán.La primera embajada fue encabezada por Payo Goméz de Sotomayor,mariscal de Castilla,y Hernán Sánchez de Palazuelos,personaje destacado en la corte.
Ambos llegaron a Turquía donde reinaba el sanguinario Bayaceto,que en años anteriores aplastó a los serbios y los húngaros y ahora se disponía a combatir a los mongoles.Los embajadores castellanos pudieron presenciar la colosal batalla de Ankara,el 20 de Julio de 1402,donde el ejército turco fue masacrado y Bayaceto capturado y encerrado en una jaula.Tras la contienda,el jefe mongol acogió con agrado a los embajadores castellanos y dispuso que los acompañara de regreso a su corte,un personaje llamado Muhammad aal-Kazi,que llevaba una carta para el monarca castellano,henchida de afectuosas expresiones.Es más, entre los regalos que se ofrecían habitualmente a los embajadores al partir,figuraron dos hermosas jóvenes griegas que habían caído prisioneras en la citada batalla.Estas dos beldades recibieron en la tradición española los nombres de Angelina y Catalina e inspiraron versos,cantares y cortejos de la mas alta significación.
Enrique III,tras leer la carta del embajador mongol,consideró que era preciso responderla y esto,reportaba organizar un nuevo viaje largo,arriesgado y dispendioso.El rey designó en esta ocasión a su cortesano Ruy González de Clavijo,al fraile Alonso Páez de Santamaría y al guarda real Gómez de Salazar,además de un nutrido séquito que portaba mensajes y regalos para Tamerlán.Regresaba con ellos el embajador mongol.Partieron de Castilla el 21 de Mayo de 1403 y tardarían un año en alcanzar su destino.
Aunque bastaría con la dimensión del viaje para enaltecerlo ante la historia,lo realza la narración realizada por González de Clavijo,con observaciones agudas y precisas acerca de la geografía,la historia,la sociedad y las particularidades de la tierras recorridas por la comitiva.
Atravesaron el Mediterráneo recalando en los sucesivos puertos hasta alcanzar Constantinopla.Clavijo describe por lo menudo la grandeza u hermosura de la ciudad,donde pasarían el invierno.El 20 de Marzo de 1404 zarpan hacia Trebisonda,puerto del mar Negro y embocadura de una transitada ruta comercial,seguida por los comerciantes italianos y otros viajeros, que aprovechaban el mejor paso posible entre las montañas de Anatolia y que conducia a Persia y Asia Central.En aquellos territorios gobernaba el emperador bizantino Manuel III Commeno,que atendió con afecto a los viajeros.
Los viajeros emprendieron así,un camino penosísimo hacia el mar Caspio,atravesando Armenia y Georgia y continuando por el interior de Persia,acogidos siempre por parientes y servidores del mismísimo Tamerlán.En una de sus paradas se enteraron de que el soberano mongol deseaba recibirlos en Samarcanda para mejor honrarlos, lo cual representaba un añadido al camino la distancia aproximada que va desde Madrid a París.
Por fin,el 8 de Septiembre llegaron al corazón del imperio mongol y fueron recibidos con festejos y agasajos por parte de Tamerlán.A pesar del decaimiento causado por sus muchos años,éste, según el relato del viaje,se volvió a sus cortesanos y les dijo :
"Catad aquí estos embajadores que me envía mi hijo el rey de Castilla,que es el mayor rey que hay entre los francos,que son en el un cabo del mundo,y son muy gran gente y de verdad,y yo le daré mi bendición a mi hijo el rey
Entre otros muchos obsequios y distinciones que les dedicó,Tamerlán dispuso que estos legados tuvieran precedencia sobre los embajadores del emperador chino,que también se encontraban allí.
El hecho en sí de este viaje es tan portentoso que no necesita glosas ni la adicción de las muchas maravillas que observaron los castellanos,más creíbles y mesuradas que los escritos de Marco Polo,cerca de un siglo antes.No daré detalles del viaje de retorno a Castilla por no alargarme demasiado,solo decir que el viaje de vuelta fue más largo y tortuoso y que entre ida y vuelta sumaron 3 años de viaje.Fue durante el viaje de regreso que conocieron la noticia de la muerte de Tamerlán.
Y ahora paso a colocar las descripciones que hizo Clavijo de un jirafa y de un elefante que tenia Tamerlán en su corte.
La jirafa para el era:
"Una alimaña que había el cuerpo tan grande como un caballo y el pescuezo muy Luengo y los brazos mucho más altos que las piernas,y el pie había así como el buey hendido,y desde la uña del brazo hasta encima de la espalda había dieciséis palmos, y cuando quería en estar el pescuezo,alzábalo tan alto que era maravilla,y el pecuezo había delgado como de ciervo,y las piernas había muy cortas según la longura de los brazos que hombre que no la hubiese visto bien pensaría que estaba sentada aunque estuviesevlebantada,y las ancas había derrocadas a y uso como búfalos; y la barriga blanca y el cuerpo había de color dorado y rodado de unas ruedas blancas grandes;y el rostro había como de ciervo,en lo bajo hacia las narices y en la frente había un cerro alto agudo y los ojos muy grandes y redondos y las orejas como de caballo,y cerca de las orejas tenía dos cornezuelos pequeños redondos...;otrosí ,encima de un alto árbol alcanzaba a comer las hojas,que las comía mucho.Así que hombre que nunca la hubiese visto,le parecía maravilla de ver"
Los elefantes según los describe:
"Eran grandes de cuerpo,que podían ser como cuatro o cinco toros grandes,y el cuerpo han mal hecho,sin talle,como un gran costal que estuviera lleno....y las piernas muy gruesas y parejas,y el pie redondo,todo carne y tiene cinco dedos en cada uno con sus uñas,como de hombre,negras,y no han pescuezo ninguno,salvo luego en las agujas que las ha muy grandes;tiene la cabeza pegada y no puede bajar la cabeza al yuso,ni puede llegar la boca a tierra,y han los orejas muy grandes y redondas y farpadas,y los ojos pequeños,y la cabeza ha muy grande,hecha como una albarda de asno pequeña,y encima de la cabeza hay un hoyo,y de la cabeza se sitúa ayuso,da ha de tener la nariz,una como trompa,que es muy ancha arriba y angosta ayuso todavía, más como manga que le llegaba hasta al suelo y esta trompa es horadada y por ella bebe...Es alimaña muy entendida que hace muy aína y presto lo que manda el hombre que lo guía"
El texto fue extraído íntegramente del siguiente libro:
"Embajadas curiosas.Recreos y zozobras de diplomáticos españoles"
Autor : Pedro Voltes.
Saludos cordiales
Hablando de animales,transcribo y resumo un episodio curioso,las embajadas enviadas por Enrique III de Castilla a la corte de Tamerlán.La primera embajada fue encabezada por Payo Goméz de Sotomayor,mariscal de Castilla,y Hernán Sánchez de Palazuelos,personaje destacado en la corte.
Ambos llegaron a Turquía donde reinaba el sanguinario Bayaceto,que en años anteriores aplastó a los serbios y los húngaros y ahora se disponía a combatir a los mongoles.Los embajadores castellanos pudieron presenciar la colosal batalla de Ankara,el 20 de Julio de 1402,donde el ejército turco fue masacrado y Bayaceto capturado y encerrado en una jaula.Tras la contienda,el jefe mongol acogió con agrado a los embajadores castellanos y dispuso que los acompañara de regreso a su corte,un personaje llamado Muhammad aal-Kazi,que llevaba una carta para el monarca castellano,henchida de afectuosas expresiones.Es más, entre los regalos que se ofrecían habitualmente a los embajadores al partir,figuraron dos hermosas jóvenes griegas que habían caído prisioneras en la citada batalla.Estas dos beldades recibieron en la tradición española los nombres de Angelina y Catalina e inspiraron versos,cantares y cortejos de la mas alta significación.
Enrique III,tras leer la carta del embajador mongol,consideró que era preciso responderla y esto,reportaba organizar un nuevo viaje largo,arriesgado y dispendioso.El rey designó en esta ocasión a su cortesano Ruy González de Clavijo,al fraile Alonso Páez de Santamaría y al guarda real Gómez de Salazar,además de un nutrido séquito que portaba mensajes y regalos para Tamerlán.Regresaba con ellos el embajador mongol.Partieron de Castilla el 21 de Mayo de 1403 y tardarían un año en alcanzar su destino.
Aunque bastaría con la dimensión del viaje para enaltecerlo ante la historia,lo realza la narración realizada por González de Clavijo,con observaciones agudas y precisas acerca de la geografía,la historia,la sociedad y las particularidades de la tierras recorridas por la comitiva.
Atravesaron el Mediterráneo recalando en los sucesivos puertos hasta alcanzar Constantinopla.Clavijo describe por lo menudo la grandeza u hermosura de la ciudad,donde pasarían el invierno.El 20 de Marzo de 1404 zarpan hacia Trebisonda,puerto del mar Negro y embocadura de una transitada ruta comercial,seguida por los comerciantes italianos y otros viajeros, que aprovechaban el mejor paso posible entre las montañas de Anatolia y que conducia a Persia y Asia Central.En aquellos territorios gobernaba el emperador bizantino Manuel III Commeno,que atendió con afecto a los viajeros.
Los viajeros emprendieron así,un camino penosísimo hacia el mar Caspio,atravesando Armenia y Georgia y continuando por el interior de Persia,acogidos siempre por parientes y servidores del mismísimo Tamerlán.En una de sus paradas se enteraron de que el soberano mongol deseaba recibirlos en Samarcanda para mejor honrarlos, lo cual representaba un añadido al camino la distancia aproximada que va desde Madrid a París.
Por fin,el 8 de Septiembre llegaron al corazón del imperio mongol y fueron recibidos con festejos y agasajos por parte de Tamerlán.A pesar del decaimiento causado por sus muchos años,éste, según el relato del viaje,se volvió a sus cortesanos y les dijo :
"Catad aquí estos embajadores que me envía mi hijo el rey de Castilla,que es el mayor rey que hay entre los francos,que son en el un cabo del mundo,y son muy gran gente y de verdad,y yo le daré mi bendición a mi hijo el rey
Entre otros muchos obsequios y distinciones que les dedicó,Tamerlán dispuso que estos legados tuvieran precedencia sobre los embajadores del emperador chino,que también se encontraban allí.
El hecho en sí de este viaje es tan portentoso que no necesita glosas ni la adicción de las muchas maravillas que observaron los castellanos,más creíbles y mesuradas que los escritos de Marco Polo,cerca de un siglo antes.No daré detalles del viaje de retorno a Castilla por no alargarme demasiado,solo decir que el viaje de vuelta fue más largo y tortuoso y que entre ida y vuelta sumaron 3 años de viaje.Fue durante el viaje de regreso que conocieron la noticia de la muerte de Tamerlán.
Y ahora paso a colocar las descripciones que hizo Clavijo de un jirafa y de un elefante que tenia Tamerlán en su corte.
La jirafa para el era:
"Una alimaña que había el cuerpo tan grande como un caballo y el pescuezo muy Luengo y los brazos mucho más altos que las piernas,y el pie había así como el buey hendido,y desde la uña del brazo hasta encima de la espalda había dieciséis palmos, y cuando quería en estar el pescuezo,alzábalo tan alto que era maravilla,y el pecuezo había delgado como de ciervo,y las piernas había muy cortas según la longura de los brazos que hombre que no la hubiese visto bien pensaría que estaba sentada aunque estuviesevlebantada,y las ancas había derrocadas a y uso como búfalos; y la barriga blanca y el cuerpo había de color dorado y rodado de unas ruedas blancas grandes;y el rostro había como de ciervo,en lo bajo hacia las narices y en la frente había un cerro alto agudo y los ojos muy grandes y redondos y las orejas como de caballo,y cerca de las orejas tenía dos cornezuelos pequeños redondos...;otrosí ,encima de un alto árbol alcanzaba a comer las hojas,que las comía mucho.Así que hombre que nunca la hubiese visto,le parecía maravilla de ver"
Los elefantes según los describe:
"Eran grandes de cuerpo,que podían ser como cuatro o cinco toros grandes,y el cuerpo han mal hecho,sin talle,como un gran costal que estuviera lleno....y las piernas muy gruesas y parejas,y el pie redondo,todo carne y tiene cinco dedos en cada uno con sus uñas,como de hombre,negras,y no han pescuezo ninguno,salvo luego en las agujas que las ha muy grandes;tiene la cabeza pegada y no puede bajar la cabeza al yuso,ni puede llegar la boca a tierra,y han los orejas muy grandes y redondas y farpadas,y los ojos pequeños,y la cabeza ha muy grande,hecha como una albarda de asno pequeña,y encima de la cabeza hay un hoyo,y de la cabeza se sitúa ayuso,da ha de tener la nariz,una como trompa,que es muy ancha arriba y angosta ayuso todavía, más como manga que le llegaba hasta al suelo y esta trompa es horadada y por ella bebe...Es alimaña muy entendida que hace muy aína y presto lo que manda el hombre que lo guía"
El texto fue extraído íntegramente del siguiente libro:
"Embajadas curiosas.Recreos y zozobras de diplomáticos españoles"
Autor : Pedro Voltes.
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Modo dios, este es de los de ........ utiliza el coco para no doblar el lomo............ la pala la va a coger el tato
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Como diría un Gastador: "todo problema puede solucionarse con la cantidad adecuada de combustible".
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Eso que al chófer le den xculo
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Al menos tiene mejor vista que el del sidecar, aunque a mi me asalta la duda, porque esa sensación tenían que tener los caballos en los escuadrones de caballería cuando hacían una carga






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Creo que me he equivocado con el photoshop
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Re: Entra, pon una curiosidad y te vas
¿Pero esas máquinas no eran de una galaxia muy muy lejana?
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Re: Entra, pon una curiosidad y te vas
Eso decían, se conoce que habían medido las distancias muy mal ya que los tenemos aquí mismo.
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Re: Entra, pon una curiosidad y te vas

Lo has hecho tú?
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Re: Entra, pon una curiosidad y te vas
Dexterclaymore escribió::lol: ¡¡¡Qué chulas!!!
Lo has hecho tú?
Por desgracia no tengo tanto arte.

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Re: Entra, pon una curiosidad y te vas
Eso, aun lleva bastante curro con el potochop.........
Saludos.

Saludos.
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Re: Entra, pon una curiosidad y te vas
Qué bien les queda a los bípedos esos la torre del KV-2 con el cañón gordo. 

Prius flammis combusta quam arma Numantia victa. 

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Re: Entra, pon una curiosidad y te vas
Muy buenos los montajes. Como fan de la saga star wars, me las guardo.
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Re: Entra, pon una curiosidad y te vas
Se ha pasado no ??????
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