La carnaza prometida a los buitres
Sabeis que antes de anoche fui de espera. Los jabalíes estaban entrando con asiduidad, aunque las cuatro o cinco veces anteriores me viniera de vacío, porque acudían cuando fundido y alicaído levantaba el campo.
Dado su "modus operandi" tan poco honrado, decidí por fin hacerme el macho y me pertreché para pasar toda la noche; si hacía falta, me quedaría en el puesto hasta las 8:00 desde las 20:00 horas del día anterior.
Fue a esta hora cuando me instalé, para evitar ruidos que me delataran si los jabalíes andaban cercanos, puesto que sus encames están a mi alrededor. Dejo el coche con cuidado tras un talud tapado con melocotoneros, para que no se viera ni desde la carretera, ni desde el dédalo de ramblas por donde vivaquean los jabalíes, cojo los trebejos y me acomodo empotrado en las ramas bajas de otro árbol, más camuflado que un guerrillero del Viet Cong.
El sitio es muy bueno; pero tiene un inconveniente serio o dos: el tiradero está a unos 60 ó 70 metros de donde yo estaba y además formando una rampa muy inclinada que constituía el balcón desde ela que me asomaba a la rambla y al cebadero.
Muy bueno para que no me detectasen, porque incluso el airecillo me cogía de través y no les llegaba a ellos, pero de tiro complicado. La orografía por donde ahora cazo me fuerza en buena medida a escoger tiraderos complicados para no ser detectado por los animales con facilidad.
Hasta la luna la tenía bien: llena, a mi izquierda y de espaldas, sólo producía en mi una penumbra que se difuminaba a la perfección con la sombra del árbol.
Los jabalíes se hacían de rogar; el tiempo desgranaba los minutos con parsimonia y sólo estar constantemente con los prismáticos en mano y la cabeza ocupada en cavilaciones mil, impedían que me llegara el aburrimiento, pero no el artero cansancio, que iba haciendo estragos en el ánimo. Ya empezaba a tener dudas más que razonables tras tres horas de espera: ¿Cuándo has cazado tú algo en cebadero con luna llena en los 10 ú 11 años que llevas de esperas?
Pero no, esto no cuenta; si hay algo que caracteriza a los jabalíes es que no es fácil obtener de ellos un patrón de conducta inamovible. Después de todo, estaban entrando a diario, sólo que, según pensábamos, lo hacía de madrugada. Además -me estaba diciendo a mí mismo para darme fuerzas- has venido para estar aquí toda la noche y te quedas, aunque sólo sea para ver amanecer.
No hizo falta tanto: a las 24:00 horas clavadas (tengo por costumbre mirar siempre el reloj en cuanto veo que ha entrado el jabalí) tengo en el cebadero ocho o nuevo hermosos (muy hermosos jabalíes). No había rayones: primalones, medianos y alguno que otro bastante grande que supongo serían hembras.
Hacía seis meses que no los veía (desde que maté a una hermosa hembra en Navidades) y me puse a cien. En realidad la presencia de los jabalíes siempre causa en mí una conmoción muy fuerte, palpitaciones, temblores, nervios, agitación, en mayor o menor grado, no puedo evitarlos cuando tengo delante el o los jabalíes, decida tirarles o no. Está claro que son mi animal totem.
Vengan prismáticos para arriba; vengan prismáticos para abajo. La luz era muy buena, pero yo intentaba seleccionar una pieza buena, a la par que me aseguraba de que no hubiesen rayones.
En esto estaba cuando decido que ya era hora de echar mano al Blaser R-8

y poner a prueba el Leica. Anteriormente había corregido el paralaje para asegurarme de que el círculo de visión era perfecto y que veía todo lo nítido que se puede ver con una lente cojonuda cuando tienes la cincuentena encima y aunque no tengas perspectivas de trabajar en la ONCE.
Bien, en muchas peores condiciones hemos hecho buenos tiros

, aunque los jodidos cuadrúpedos lo estaban poniendo complicado. Había hecho acto de presencia una zorra y uno de estos garañones aspirantes a algo en la vida no la dejaba respirar, corriéndola a topazos y agitando a la peña. La cuestión es que ese chulapo estaba levantando una tolvanera que enturbiaba la visibilidad.
Me cago en la leche que le dieron, que no paraba y vuelvo a echar mano de los prismáticos, que si por el visor se viera así... Trato de nuevo de seleccionar a mi potencial objetivo y lo veo de través. Vuelta al rifle; aprovechando su bullanga, intento mejorar mi posición. Cuesta abajo como estaba, no hallo otra forma mejor que sentarme de culo y apoyar el rifle en el muslo. Un acierto pero al meter los animales (el jabalí) en el visor, la visibilidad seguí siendo turbia y los animales andaban muy movidos. Reduzco al mínimo el punto luminoso y trato de calmar la respiración a la par que voy tensando el dedo sobre el gatillo: ¡¡¡¡¡boooouummmmm!!!!!!!!!! La estampida de los animales provocó una polvareda que me impedía ver, pero intuía que había hecho blanco. Enfoqué el visor y no había nada en el suelo: ¡vaya, hombre! Qué paradoja, sin embargo, estaba tranquilo.
Vuelvo sobre mis pasos, dejo el rifle en el sillón y busco con los Steiner. Tampoco se ve ningún animal tumbado y el polvo se está aposentando. Me obligo a recoger todo parsimoniosamente y a dejar los trebejos en el maletero. Después arranco el coche y me deslizo por la rampa hacia el tiradero. Más de 10 minutos había pasado desde que disparé; en realidad unos quince. A propósito había dejado pasar el tiempor por si el animal, al no sentirse hostigado, se había echado cerca y el tiro había surtido efecto. Porque tenía la certeza de que le había dado.
Salgo del coche y, en efecto, a las primeras de cambio veo salpicaduras de sangre; las sigo y algunos resecos y amarillentos matojos me delatan que el jabalí ha pasado por allí gracias a que estaban pintados de rojo. Sangre clara, de salpicaduras fuertes. Pero de repente se interrumpen como a los dos metro o tres y me desoriento.
Y decido que lo mejor es volver al día siguiente. De modo que a las 7:30, un colega y yo estábamos buscando. Ahí estaban las salpicaduras de la noche anterior, pero ni una gota más. Ahora sí que empiezo a venirme a bajo. Buscamos un buen rato en la selva de juncos, tarays y cañaverales que os muestro y nada...
Me vuelvo a casa con la moral baja y la autoestima en negativo. ¿Será el tercer jabalí que pierda en mi historial? No atino a concentrarme en los papeles.
Dicen que el dinero, los amigos y los cojones están para las ocasiones. Esto no va a quedar así - decido- . Tiro de teléfono y llamo a un muchacho amigo de mi sobrino que sé que es un cazador enfermizo, excelente muchacho que tiene teckels, uno o dos adiestrados a la sangre.
Le cuento la papeleta. Para allá que me voy... No se preocupe Ud., Lo espero, me recoge y allá que volvemos a la selva, los dos ansiosos y más calientes que una olla a presión. Ya eran las 11:30 y casi habían pasado 12 horas desde el lance... Baja el perro y lo atrílla, pero ... el animal estaba sin ganas, sin ilusión, como desorientado. El dueño no daba crédito y yo... tierra, trágame. Lo pone sobre la sangre, el perro que casi no hace caso, pero que sigue un poco el rastro por donde ha podido irse el jabalí y... nada, bajamos a la rambla, deambula y da la sensación continua de no saber lo que quiere cazar o lo que tiene que buscar.
Lo menos dos horas deambulando, más que buscando y nada. El dueño del perro de muy mal talante, a pesar de su natural afabilidad, porque se toma el tema de la caza y de sus perros a la tremenda y me jura y perjura que no sabe qué demonios le pasaba a su perro, porque si lo había traído, tomándose la molestia de hacer más de 100 km para llegar ahí, es porque consideraba que el animal es una garantía que, además, precisamente, iba a un concurso a nosedónde.
Mira, esto no es una ciencia exacta, pueden ser diez mil factores que ahora no se nos ocurren. Pero créete una cosa; me voy más feliz ahora que un San Luis. Y además no quiero que te lleves un mal recuerdo de esto. De modo que echo mano del Bowie que el año pasado de compré a A. Corts y se lo doy. Se queda...

Se niega en redondo a cogerlo, pero lo miro muy serio y le digo: cógelo, que no estará en mejores manos y a ti te hará más papel que el que me hace a mí.
Un abrazo, unas cervezas y a casa; y al jabalí pues...

Que ya están entrando otros
