Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 13:25

El Saqueo de Roma


El día 6 de mayo de 1527, el ejército Imperial de Carlos V, del que formaban parte unos dieciocho mil lansquenetes, muchos de ellos luteranos, toman al asalto Roma y durante semanas someten a saqueo la Ciudad Eterna. El terrible episodio, que se inscribe en la segunda guerra entre el emperador Carlos V y el rey francés Francisco I, marca el fin del papado renacentista en Italia.

Los saqueos, cometidos por tropas que se habían quedado sin jefes, degeneraron en una orgía de sangre: se multiplicaban los episodios de pillaje, violaciones y torturas contra la población civil. Un texto veneciano de la época dice: "El Infierno no es nada si se lo compara con la visión que ofrece la Roma actual."

El humanista Erasmo de Rotterdam, por su parte, escribe: "Roma no era sólo la fortaleza de la religión cristiana, la sustentadora de los espíritus nobles y el más sereno refugio de las musas; era también la madre de todos los pueblos. Porque para muchos Roma era más querida, más dulce, más bienhechora que sus propios países. En verdad, este episodio no constituyó sólo el ocaso de esta ciudad, sino el del mundo."

En este segundo duelo entre Francia y el Imperio se distinguen claramente dos etapas. En la primera, el conflicto adquiere las características de un enfrentamiento entre las dos cabezas supremas de la cristiandad, el máximo poder espiritual, Clemente VII, y el máximo poder temporal, Carlos V. Se combate en Italia. Las tropas francesas apenas intervienen. En la segunda parte, entra en lid nuevamente Francisco I. Se trata de dilucidar definitivamente quién va a ser el dueño de Italia.

Al comenzar las hostilidades, el ejército imperial con base en Italia se encuentra en condiciones de franca inferioridad. El duque de Milán ha arrojado de la ciudad a los imperiales. Lodi se pierde también. Frente a los 10.000 hombres que manda el condestable de Borbón se aprestan las tropas mucho más numerosas de los aliados.

El 20 de septiembre las tropas españolas se presentan frente a los muros de Roma; finalmente entran en la ciudad. El Papa tiene que refugiarse en el castillo de Sant'Angelo. Asustado ante el saqueo que llevaron a cabo los soldados en la misma Iglesia de San Pedro, Clemente VII accede a firmar una tregua de cuatro meses.

Hugo de Moncada, dándose por satisfecho, se retira de Roma, llevándose como rehenes a dos cardenales, sobrinos del Papa. Pero Clemente no respetó la tregua.

Entretanto, las tropas del condestable de Borbón se encaminan hacia Roma. Borbón, como representante del emperador en Italia, iba dispuesto a obligar al Papa a cumplir las condiciones estipuladas. Con él iban el capitán Jorge de Frundsberg con sus tropas alemanas, los lansquenetes, unos 18.000 hombres, entre los que no faltaban muchos luteranos, gentes para quienes el Papa era el mismísimo Anticristo.

Junto a los 10.000 españoles, los 6.000 italianos, los 5.000 suizos y los 6.500 jinetes que integraban las fuerzas de caballería, el ejército del condestable de Borbón venía sobre la Ciudad Eterna como un nublado. Parte de ellos quedaron con Leyva guarneciendo el Milanesado; mas el grueso del ejército (cerca de 30.000 hombres) ya estaba en marcha hacia el sur. Conforme avanzaban, se les iban uniendo gentes extrañas, aventureros, oportunistas, que acudían al olor del botín. Por eso se ha comparado la marcha de aquel ejército al avance de una bola de nieve que crece y crece conforme rueda.

El Papa, entretanto, hacía y deshacía las treguas con una inconsciencia demencial. Apenas recibía noticias de que algún aliado proyectaba enviarle socorro, rompía los pactos, para volver a rehacerlos al ver que los socorros no llegaban.

"Quebrantando cien veces su palabra siempre que recibía alguna noticia esperanzadora de llegada de refuerzos franceses, parecía confiar, en último término, en detener con un gesto pacífico la marcha de sus enemigos."

A finales de marzo, los imperiales estaban acampados cerca de Bolonia. La tropa se desesperaba. Habían tenido que soportar los rigores de un crudo invierno; las soldadas tardaban en pagarse; la noticia de que se trataba de ajustar una tregua a sus espaldas les exasperó. Estallaron los motines. Frundsberg, confiado en tranquilizar a sus soldados con una arenga, tuvo que soportar una rechifla tan monumental que murió del disgusto.

La soldadesca quería resarcirse de las penalidades sufridas con el botín que le esperaba en las ricas ciudades de Italia. Intentando frenar el alud, Clemente VII ofreció a Borbón 60.000 ducados. Borbón, presionado por las tropas, pidió 240.000 El Papa regateó y el condestable respondió subiendo su propuesta a 300,000 ducados. Clemente no estaba en condiciones de ofrecer aquella suma, y el pueblo romano mucho menos aún, desconfiando más incluso que sus enemigos de la palabra del Papa. Se intentó una colecta entre los romanos.

El más rico de ellos no aportó más de 100 ducados. Presas del pánico, los patricios y los cardenales se apresuraron a ocultar sus tesoros y a huir de Roma Señores hubo que reclutaron tropas privadas para poner guardia a sus propios palacios, No era posible organizar una defensa conjunta. Renzo di Ceri, encargado por el Papa de coordinar los esfuerzos y dirigir la defensa, demostró su incapacidad descuidando tomar las más elementales medidas defensivas. NI siquiera se pensó en destruir los puentes del Tíber, operación que habría impedido a los atacantes penetrar en el corazón de la ciudad. Sabiendo que el ejército imperial venía sin artillería y encontrándose ellos bien artillados, llegaron incluso a rechazar la ayuda que precipitadamente le ofrecieron algunos de los capitanes de la liga.

"En 1527 -escribe Gregorovius-, los descendientes de aquellos romanos que en un tiempo habían rechazado desde sus murallas a poderosos emperadores, no conservaban ya nada del amor por la libertad y de las viriles virtudes de sus progenitores. Aquellas cuadrillas de siervos del clero, de delatores, de escribas y fariseos, la plebe nutrida en el ocio, la burguesía refinada y corrompida, privada de vida política y de dignidad, la nobleza inerte y los millares de sacerdotes viciosos eran semejantes al pueblo romano de los tiempos en que Alarico había acampado ante Roma."

A primeros de mayo, el ejército imperial acampa frente a los muros cercanos al barrio del Vaticano, la llamada Ciudad Leonina, donde se hallaban los palacios pontificios la fortaleza de Sant'Angelo (unida al Vaticano por un pasadizo amurallado) y la basílica de San Pedro.

El 6 de mayo, durante la noche, cayó una espesa niebla sobre la ciudad. Apenas clareó, comenzó el ataque a la misma. La niebla Impedía ver a los asaltantes La artillería disparaba al azar desde Sant'Angelo, Los Imperiales adosaron sus escalas a los muros entre el estruendo de la arcabucería, Tiempo adelante, el famoso escultor y aventurero florentino Benvenuto Cellini, que por aquellos días se encontraba en Roma y participó en la defensa de la ciudad, contaría en su vida un incidente ocurrido en el sector donde luchaba él:

"Vuelto mi arcabuz donde yo veía un grupo de batalla más nutrido y cerrado, puse en medio de la mira precisamente a uno que yo veía levantado entre los otros; la niebla no me dejaba comprobar si iba a caballo o a pie. Me volví inmediatamente a Lessandro y a Cecchino, les dije que disparasen sus arcabuces... Hecho esto por dos veces cada uno, yo me asomé a las murallas prestamente, y vi entre ellos un tumulto extraordinario. Fue que uno de nuestros golpes mató a Borbón; y fue aquel primero que yo veía elevado por los otros, según lo que después comprendí."

En efecto. el condestable de Borbón, mortalmente herido, había caído de una escalera gritando:

"Ah, Virgen Santa, soy hombre muerto."

La noticia se difundió rápidamente tanto entre los asaltantes como entre los defensores. Éstos, creyendo que habían conseguido ya la victoria, descuidaron de momento la defensa, Aquéllos, enfurecidos por la muerte de su general y descontrolados al faltarles su jefe, se lanzaron con mayor brío aún al asalto de Roma. Los Alféreces españoles, con sus banderas a cuestas, fueron los primeros en saltar el muro, a los gritos de "¡España!, ¡Imperio!".

"Que detrás de ellos -cuenta Pedro Mexía- las otras naciones hizieron lo mismo. La victoria es cosa cruel y desenfrenada; pero ésta fuelo más que otra, porque la indinación de la gente de guerra contra el papa y cardenales hera grande por las ligas pasadas, e por el quebrantamiento de la tregua de D. Hugo, por los grandes trabajos que en el camino habían pasado, e sobre todo por faltarle el Capitán General, que pudiera templar la furia de los soldados e poner orden en las cosas. De manera que, indignados y desenfrenados, sin piedad matavan y herían a cuantos pudieron alcanzar, siguiendo el alcance hasta las puentes del río Tíber, que divide el burgo donde está el palacio sacro y la iglesia de San Pedro, de la cibdad, asta se apoderar de todo él; lo qual hizieron en muy breve espacio. E lo saquearon e robaron todo."

El Papa, que estaba orando en San Pedro, escapó de la basílica en el momento justo en que los imperiales hundían las puertas a hachazos y mataban a los guardias suizos que lo defendían. Por el pasadizo anteriormente mencionado, Clemente VII se refugió en Sant'Ángelo, junto a algunos cardenales y obispos que estaban con él. Renzo di Ceri también se refugió allá, con 500 guardias suizos. En adelante, la guardia suiza conmemoraría hasta nuestros días su defensa de Vaticano, celebrando cada 6 de mayo la jura de bandera de los nuevos miembros de la guardia.

El mediodía trajo un descanso a los asaltantes. El príncipe de Orange, que se había hecho cargo, entretanto, del mando supremo del ejército, dio la orden de continuar el asalto apenas terminaron de comer. Los puentes del Tíber fueron atravesados y continuó la lucha en el resto de la ciudad:

"Y tras esto, sin hacer diferencia de lo sagrado ni profano, fue toda la ciudad robada y saqueada, sin quedar casa ni templo alguno que no fuese robado, ni hombre de ningún estado ni orden que no fuese preso y rescatado. Duró esta obra seis o siete días, en que fueron hechas mayores fuerzas de insultos de lo que yo podía escribir. Y de esta manera fue tomada y tratada la ciudad de Roma, permitiéndolo Dios por sus secretos juicios; verdaderamente, sin lo querer ni mandar el Emperador, ni pasarle por el pensamiento que tal pudiera suceder. Y éste fue el fruto que sacó el papa Clemente, por la pertinencia y dureza que tuvo en ser su enemigo".(P.Mexía)

Durante el día 6 de mayo, el esfuerzo por conquistar la ciudad no permitió la organización metódica del saqueo. Los mayores destrozos los causaron los incendios provocados para quebrantar la resistencia de los defensores. Pero aun así se cometieron actos de extremada crueldad, que no se explican sino por el deseo de infundir el terror al resto de la población. La soldadesca penetró en el hospital del Espíritu Santo y asesinó a los enfermos que en él se alojaban.

Aquella noche, los capitanes imperiales lograron reagrupar a sus hombres. Los españoles se concentraron en la plaza Navona. Los alemanes, Campo del Fiori. El cuerpo del Condestable había sido trasladado, entretanto, a la capilla y colocado en un catafalco. A media noche se dio la señal de romper filas. Entonces comenzó la orgía de sangre. De los cincuenta y cinco mil habitantes que Roma contaba, sólo quedó poco más de la mitad. El resto logró escapar o fue asesinado.

El total de las pérdidas materiales sufridas alcanzó la cifra, astronómica en aquellos tiempos, de diez millones de ducados. Los palacios de los grandes fueron saqueados, tanto los de la nobleza como los de los eclesiásticos. Los que ofrecieron resistencia fueron borrados con minas o flanqueados a cañonazos. Algunos se salvaron del saqueo pagando fortísimo su rescate. Pero los palacios respetados por los alemanes fueron saqueados por los españoles, y viceversa.

No se respetaron los de los próceres partidarios del emperador, que habían permanecido en Roma pensando que nadie les molestaría. La iglesia nacional de los españoles (Santiago, en la plaza Navona) y la de los alemanes (Santa María del Ánima) fueron saqueadas. Se violaron las tumbas en busca de joyas. La de Julio II fue profanada. Las cabezas de los apóstoles San Andrés y San Juan, la lanza Santa, el sudario de la Verónica, la Cruz de Cristo, la multitud de reliquias que custodiaban las iglesias de Roma..., todo desapareció. Los eclesiásticos fueron sometidos a las más ultrajantes mascaradas.

El cardenal Gaetano, vestido de mozo de cuerda, fue empujado por la ciudad a puntapiés y bofetadas. El cardenal Ponzetta, partidario del emperador, también fue robado y escarnecido. Otro, Numalto, tuvo que hacer el papel de cadáver en el macabro entierro que organizaron los lansquenetes. Las religiosas corrieron la misma suerte de muchísimas otras mujeres, e incluso niñas de diez años, en manos de la soldadesca lasciva. Muchos sacerdotes, vestidos con ropas de mujer, fueron pasados y golpeados por toda la ciudad, mientras los soldados, vestidos con los ornamentos litúrgicos, jugaban a los dados sobre los altares o se emborrachaban en unión de las prostitutas de la ciudad.

"Algunos soldados borrachos -cuenta Gregoribus- pusieron a un asno unos ornamentos sagrados y obligaron a un sacerdote a dar la comunión al animal, al que previamente habían hecho arrodillarse. El desventurado sacerdote engulló todas las sagradas formas antes de que sus verdugos le dieran muerte mediante tormento."


Muchas iglesias y palacios (así la basílica de San Pedro y los palacios del Vaticano) fueron convertidos en establos. Las bulas y los manuscritos de las ricas bibliotecas romanas fueron a parar a los presentes. Los soldados destrozaron multitud de obras de arte. El famoso fresco de Rafael conocido como "la escuela de Atenas" quedó deteriorado por los lanzados de los lansquenetes. Uno de ellos grabó sobre el una frase que expresaba perfectamente los ánimos de su autor: "vencedor el emperador Carlos y Lutero". Lutero, en efecto, fue proclamado papa en aquellos días por los soldados alemanes.

La situación de los que se encerraron en Sant'Ángelo era bastante desesperada. La carne de burro se reservó como bocado exquisito para los obispos y los cardenales. Los soldados sitiados colgaban niños, atados con cuerdas por los muros para que se recogiese de los fosos las hierbas que allí crecían. Los imperiales, desde las trincheras que abrieron alrededor del Castillo, mataron camuflados a muchos de ellos. Un capitán estranguló con sus manos a una vieja que llevaba al papa un poco de lechuga.

El príncipe de Orange, a los tres días del asalto había dado la orden de interrumpir el saqueo, pero nadie le obedeció. Únicamente pudo evitar que no fuese saqueada la Biblioteca Vaticana, gracias a que se estableció en ella su residencia. La noticia de lo ocurrido llegó a España "precedida y desconectada de mil falsos rumores, creando una atmósfera tempestuosa y revolucionaria" (Bataillon). Al año siguiente la Inquisición abrió un proceso contra el doctor Eugenio Torralba, acusado de hechicería. Según decía Torralba, él había sido el primero en conocer lo ocurrido y en difundir lo por España. Casi un siglo después, Cervantes recogería los ecos de este incidente en la segunda parte del Quijote, capítulo XLI:

"No hagas tal -respondió don Quijote-, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto de muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto."

Estas singulares "revelaciones", dentro de su evidente inverosimilitud, no dejan de tener valor como testimonio de un fenómeno de sugestión colectiva que acompañó al conocimiento de lo ocurrido en Roma. Carlos se encontraba por aquellos días ocupado en la preparación de las cortes que habían de reunirse en Valladolid, de las que esperaba conseguir los créditos que necesitaba para acudir en ayuda de su hermano, amenazado por los turcos, y para proseguir su política imperial.

Al conocer la noticia, Carlos se vistió de luto. Ordenó que se suspendieran las fiestas con que se celebraban el nacimiento de su hijo Felipe. Dispuso unos solemnes funerales por el alma del condestable de Borbón. Escribió cartas explicativas a los demás soberanos de Europa. Aunque se alegró de la victoria obtenida, "le pesó en el alma y mostró gran sentimiento de que hubiese sido con tanto daño de aquella ciudad y prisión del papa".

La opinión pública europea quedó perpleja. Entre los amigos de Carlos, no faltaron quienes, como Luis Vives, manifestaron su opinión favorable a lo ocurrido:

"Cristo ha concedido a nuestro tiempo -escribía Vives en griego, para hacer más confidenciales sus palabras y la más hermosa oportunidad para esta salvación, por las victorias tan brillantes del emperador y gracias al cautiverio del papa."

Otros, sin embargo, aún perteneciendo al círculo de colaboradores del emperador, no dejaron de mostrar su preocupación por lo ocurrido. El mismo Alfonso de Valdés, en una carta que escribió a su amigo Erasmo en aquellos días, se expresaba de la siguiente manera:

"De La toma de Roma no te escribiré nada. Sin embargo, me gustaría saber qué crees que debemos hacer nosotros en presencia de este gran acontecimiento, tan inesperado, y las consecuencias que esperas de él."

La Liga Clementina reaccionó violentamente. Francia e Inglaterra enviaron embajadores exigiendo la liberación del Papa, la restitución del Milanesado y el castigo de los responsables del saqueo de Roma. Al mismo tiempo un ejército francés, mandado por Lautrec, penetraba en Italia. Lo componían cerca de 65.000 hombres. Génova cayó en sus manos. Nápoles ya parecía al alcance de sus propósitos: los barones napolitanos, esperando la llegada de los franceses de un momento a otro, se levantaron contra el poder imperial.

En Roma se encontraba todavía el ejército de Orange, diezmado por las deserciones, la peste y el hambre. Poco más de 15.000 hombres. La indisciplina de los soldados y la dispersión del mando en muchas cabezas hizo sumamente difícil levantar el campamento y marchar sobre Nápoles, donde debían esperar a los franceses. El Papa, poco antes, se había rendido por fin al virrey de Nápoles, después de entregar varias fortalezas y 400.000 ducados para ejército.

En la primavera de 1528, las tropas imperiales se encontraban situadas en Nápoles. La flota Genovés de los Doria impedía la llegada de abastecimientos y auxilios por mar. Ejército de Lautrec dominaba en tierra firme. Hugo de Moncada, virrey de Nápoles desde la muerte de Lannoy, intentó romper el bloqueo marítimo, con tan mala fortuna que halló la muerte en el intento. Mas de la noche a la mañana, la buena estrella de Carlos brilló de nuevo. Andrea Doria, convencido por el marqués de Vasto, abandonó a Francisco I y se unió al campo imperial. Dejando la bahía de Nápoles, se dirigió con su escuadra a Génova, la arrebató a los franceses y la puso al servicio de Carlos. Entretanto, la peste se declaró en el ejército de Lautrec. Cada día morían centenares de soldados. El propio Lautrec se sintió contagiado, si bien él afirmaba:

"Que no moría por estar herido de pertinencia, si no de puro enojo por ver cuán parcial se mostraba la fortuna con los del emperador y cuán contraria al ejército del Rey de Francia" (Santa Cruz).

La victoria de los imperiales sobre los franceses fue rotunda. Cuando, afligidos por tantos contratiempos, se retiraban hacia el norte, el ejército de Orange cayó sobre ellos y los derrotó.

En julio de 1529 termina la guerra. El papa y el emperador se reconcilian por el tratado de Barcelona. Clemente VII aceptaba recibir a Carlos en Italia y coronarle emperador. Francisco I, derrotado y abandonado, tuvo que aceptar las condiciones que su adversario impuso. El 3 de agosto de 1529 se firmaba el tratado de Cambray, conocido también como "la Paz de las Damas", por haberla negociado la gobernadora de Flandes, Margarita de Borgoña, tía paterna de Carlos, y Luisa de Saboya, madre de Francisco I.

Carlos, aun sin renunciar a sus derechos sobre Borgoña, se comprometía a no urgir su devolución. Francisco Sforza volvió nuevamente a Milán como feudatario imperial. El Rey de Francia retiraba sus pretensiones sobre Milán, Génova y Nápoles irreconocible a la completa soberanía de Carlos sobre Flandes y Artois. Francisco I había perdido todas las esperanzas de encontrar aliados en cualquier otro reino de la Cristiandad. No le quedaba más que un recurso: negociar una alianza con los turcos en contra del emperador. Al fin y al cabo, pensaba, no menos reprochable había sido el comportamiento de Carlos atacando al Papa y saqueando su ciudad. Esta nueva orientación de la política francesa obligaría también a Carlos a un replanteamiento de la suya propia.

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Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 13:32

La Cruzada de Tunez de 1535


Dominado el bastión de Rodas, que le aseguraba la posesión plena del Mediterráneo oriental, Solimán el Magnífico reorganizó su ejército y su escuadra. Desde 1525 presionó sobre la cuenca del Danubio y el 29 de agosto de 1526 arrolló en la batalla de Mohacs a Luis II de Hungría, que sólo pudo oponer 35.000 hombres a los setenta mil del sultán.

Luego optó por retirarse de Viena para no medirse con los Tercios, pero en 1531 tanteó una nueva invasión por el Danubio. En la primavera de 1532 hizo desfilar por Belgrado un formidable ejército de 300.000 hombres, con abundante caballería y artillería bien entrenada. El ataque se combinó con otro muy fuerte y efectivo en el Mediterráneo. Dos piratas del Egeo, dos hermanos de los que el más famoso era conocido por el nombre de Barbarroja, entraron en contacto con los moriscos de España y se establecieron en dos importantes plazas fuertes del norte de Africa: Horuc, rey de Argelia, en Tremecén, aunque pereció en lucha con el gobernador español de Orán. El más peligroso, Barbarroja, logró apoderarse de Túnez.

Carlos V había destinado a la defensa de Viena, desde donde Solimán pensaba tomar de revés la península italiana, importantes fuerzas hispanoitalianas, además de las imperiales, a las que animó contra el turco el propio Lutero. Carlos V concebía la cruzada contra el turco como un factor de unidad cristiana en medio de la pleamar de la Reforma. La unión de los príncipes del Imperio fue efectiva, y Solimán decidió suspender el ataque a Viena, salvada de nuevo por la presencia, esta vez personal, del emperador y rey de España. El enfrentamiento directo entre españoles y turcos quedaría reservado para el hijo de Carlos V.

Entonces el emperador decidió emplear el ejército que había preparado para la defensa de Viena en la conquista de Túnez, que le aseguraba el pleno dominio del Mediterráneo central y occidental. Creía, con razón, conjurado el peligro turco en el frente centroeuropeo y decidió, ante el ejemplo de Escipión, llevar la guerra al África, donde Barbarroja actuaba como adelantado del poder turco. Salió de Viena en octubre de 1532 con los Tercios Españoles que habían acudido a la defensa de la ciudad, que desde aquel momento quedó como responsabilidad de los príncipes alemanes y los lugartenientes imperiales de Carlos.

Cruzó por el campo de Pavía y se hizo explicar detenidamente la gran victoria. Estaba en Barcelona en abril de 1533. Entonces Francisco I, rey católico de Francia, entabló conversaciones con el Gran Turco para oponerse al emperador. A fines de mayo de 1535, Carlos embarcó en Barcelona hacia Cerdeña para la empresa de Túnez. Esta importante acción, de gran alcance estratégico, comenzó el 30 de mayo de 1535 en Barcelona, de donde el emperador zarpó para Cagliari después de pasar revista a parte de su ejército.

Hasta el mes de julio no pudo verificar la concentración de su fuerza multilateral, como la llama el historiador militar duque de la Torre, que constaba de cuatrocientos bergantines y galeones, galeras y fragatas, urcas y fustas procedentes de España, Portugal, Italia y Holanda, para transportar a treinta y dos mil soldados profesionales y veinte mil aventureros y soldados de fortuna. El genovés Andrea Doria fue designado jefe de la escuadra combinada y don Álvaro de Bazán de la flota española. El duque de Alba, con un estado mayor multinacional, mandaba las tropas de reserva y todo el conjunto navegaba al mando personal del Emperador.

El desembarco se consiguió sin problemas en el emplazamiento de la antigua Cartago el 17 de junio de 1535. Carlos ordenó asaltar primero la fortaleza de La Goleta, poderosamente fortificada. El 1 4 de julio se dio la orden de tomar la plaza, defendida por Barbarroja, pero el empuje de los expedicionarios, apoyados en la artillería y sobre todo en la arcabucería española, les dio la posesión de La Goleta aquella misma noche.

Se capturaron trescientos cañones, muchos procedentes de Francia, cuyo rey traicionaba por bajas miras partidistas a la Cristiandad unida en la cruzada. Barbarroja prefirió defender la ciudad de Túnez en campo abierto pero nada pudo hacer ante la decisión y la acometividad de los Tercios. Cinco mil cristianos cautivos consiguieron salir a la desesperada de sus prisiones, se apoderaron de armas enemigas y contribuyeron desde dentro a la victoria del emperador. Barbarroja consiguió huir a duras penas y la mortandad de musulmanes fue espantosa. Todo el ejército quedó asombrado ante la actuación personal del emperador, que empuñando una pica combatió entre los soldados de Leiva.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 14:28

La Batalla de MUHLBERG


Combate que tuvo lugar el 24 de abril de 1547 en esta ciudad alemana situada a orillas del Elba. Las tropas imperiales dirigidas por el duque de Alba y encabezadas por el propio emperador Carlos V (Carlos I de España), junto con algunos príncipes protestantes vencieron a los ejércitos de la Liga de Smalkalda mandados por Juan Federico de Sajonia. Aunque ambos contaban con fuerzas similares, el factor sorpresa, los arcabuceros españoles y, en general, el arrojo de los imperiales les proporcionaron rápidamente la victoria. Como consecuencia del triunfo, la Liga de Smalkalda se deshizo, a Mauricio de Sajonia le fue devuelto su electorado y Carlos V logró una posición desde la que pudo imponer, por el momento, su propio ajuste político y religioso en Alemania.

La Reforma luterana estaba creando una escisión no solo religiosa, sino también política en el seno del Sacro Imperio Romano Germánico. Los opositores al emperador Carlos V formaron la Liga de Esmalcalda y desafiaron la autoridad imperial. Carlos y su hermano el archiduque Fernando (futuro emperador) se unieron para combatir contra la Liga.

Por razones no confesionales, sino estratégicas, contaban con el apoyo del protestante duque Mauricio de Sajonia. Las tropas de los Habsburgo estaban compuestas por 8000 veteranos de los tercios españoles: el Tercio de Hungría, con 2800 infantes a las órdenes del maestro de campo Álvaro de Sande; el Tercio de Lombardía, con 3000 hombres al mando de Rodrigo de Arce, y el Tercio de Nápoles, con poco más de dos mil soldados, dirigido por Alonso Vivas a las órdenes del duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, 16 000 lansquenetes alemanes, 10 000 italianos comandados por Octavio Farnesio y otros 5000 belgas y flamencos capitaneados por el conde de Buren, Maximiliano de Egmont. En total, 44 000 soldados de infantería a los que hay que añadir otros 7000 de caballería.

La Liga contaba con una fuerza similar mandada por Juan Federico I Elector de Sajonia y Felipe el Magnánimo, el landgrave de Hesse.

Las tropas de la Liga estaban acampadas a orillas del río Elba, en las proximidades de la actual localidad de Mühlberg an der Elbe, hoy perteneciente al estado alemán de Brandeburgo y en aquella época al de Sajonia. Habían destruido los puentes que comunicaban con la otra orilla y se consideraban protegidas por el caudaloso río, cuya barrera les parecía infranqueable.

Mas no era así; el ejército imperial averiguó el emplazamiento del enemigo y antes de la madrugada del 24 de abril de 1547, aprovechando la nocturnidad, se abalanzaron por sorpresa sobre el desprevenido ejército protestante que, en su intento de ponerse a salvo con la huida, fue derrotado mientras que sus jefes, Juan Federico y Felipe I de Hesse, eran apresados.

La Liga de Esmalcalda quedó disuelta y sus jefes encarcelados en el castillo de Halle; a Mauricio de Sajonia se le otorgó el cargo de elector, y Carlos V salió triunfante y reforzado en su poder imperial. Sin embargo, esta euforia no fue muy duradera, ya que los príncipes alemanes se aliaron con Enrique II de Francia en el Tratado de Chambord, quien tomó las plazas imperiales de Metz, Toul y Verdún, al tiempo que los turcos conquistaban Trípoli y Mauricio de Sajonia traicionaba la confianza de su emperador Carlos y le atacaba en Innsbruck, pudiendo escapar por los nevados pasos de los Alpes para salvarse en Italia.

La huida de Innsbruck supuso una humillación para el emperador y además fracasó estrepitosamente al intentar recuperar Metz (1553). La solución definitiva se alcanzó en la Paz de Augsburgo de 1555, por la que cada príncipe podía determinar la religión de su territorio (cuius regio, eius religio), y la posición del emperador quedó irremediablemente debilitada en el interior del Imperio.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 14:47

La Batalla de SAN QUINTIN


El primer problema con el que se encontró Felipe II fue con la ambición cons­tante de los reyes de Francia de apoderarse de Nápoles y la Lombardía, como quedó patente en 1.556, cuando se coaligaron contra el monarca español el rey francés En­rique II y el Papa Paulo IV.

El duque de Alba recibe la orden de su soberano de marchar con sus tropas a terreno pontificio. Así lo hace, llegando a las puertas de Roma. Temeroso el Papa de que se repitiera lo sucedido cuando el saqueo por las tropas del duque de Borbón, solicitó un armisticio que le fue rápidamente concedido. Tanto el de Alba como su rey no querían provocar un enfrentamiento con el Papa, al estar considerada España a la cabeza de las naciones cristianas.

Mientras se cumplía el armisticio, el francés duque de Guisa, invadió Nápoles, aunque no adelantó gran cosa en la conquista de este reino. En vista de ello, don Felipe ordena al general Manuel Filiberto de Saboya que invada Francia. Para llevar a cabo tal cometido, comenzó por introducir su ejército por la Picardía, marchando sobre San Quintín, que era la llave militar de aquella provincia, que estaba situada en la margen derecha del Somma y perfectamente fortificada.

Apenas en Francia se supo del sitio de San Quintín se aprestó un ejército de 20 mil infantes y 6 mil caballos a las ordenes del condestable Montmorency, que situado sobre Pierre-Pont, era punto estratégico desde donde se podían mandar refuerzos a San Quintín.

Los franceses siempre apoyándose en la orilla del Somma, quisieron vadearlo para llevar refuerzos a la plaza. Informado de ello, el general español aumentó en 500 arcabuceros las defensas del vado, evitando que el enemigo pudiera penetrarlo.

El ejército francés trató de retirarse, pero el general Filiberto de Saboya, cru­zando el Somma con la caballería, contuvo a los franceses obligándoles a volver grupas y aceptar batalla. Fue el conde Egmont quien con la artillería contribuyó mu­cho a la victoria.

Esta batalla, que tuvo lugar el 11 de agosto de 1.557, dejó tan desconcertado a los franceses, que los propios generales españoles opinaron que, dadas las circuns­tancias, lo mejor era abandonar San Quintín y marchar sobre París. No satisfecho Felipe II con esta noticia, se trasladó al campamento español y ordenó que lo primero era finalizar aquella batalla con la toma de San Quintín, como así sucedió. La demora que ocasionó la toma de San Quintín le sirvió al ejército francés a rehacerse y llegar a París con tiempo para defenderla.

Después de esta célebre batalla, el Papa Paulo IV, temeroso de perder sus Estados, aceptó la paz, separándose del rey de Francia.

Para conmemorar la toma de San Quintín se construyó el monasterio del Escorial, dedicando el templo a San Lorenzo, en cuyo día se dio la batalla.

El primer escenario del enfrentamiento fue Italia, donde el apoyo del Papa Pablo IV facilitó la entrada de tropas francesas para amenazar a los dominios españoles del Milanesado y sobre todo Nápoles. El III duque de Alba, que estaba al mando de los españoles, rechazó eficazmente a los invasores y aisló al Papa, hecho que le valió la excomunión a Felipe II.

En la frontera entre Francia y Flandes se libraron los principales combates de esta contienda. Ruy Gómez de Silva logró reclutar 8 000 infantes y cuantiosos fondos para la guerra. Felipe II, por su parte, visitó Inglaterra para recibir ayuda de su segunda esposa, María I Tudor. Obtuvo de ésta 9 000 libras y 7 000 hombres, que marcharon a Flandes bajo las órdenes de lord Pembroke, regresando Felipe II a Bruselas a principios de agosto.

El ejército que llegó a concentrarse en la capital belga estaba compuesto por unos 7 000 españoles, flamencos e ingleses, y contaba con 5 000 jinetes y ochenta piezas de artillería. El mando de este contingente se delegó a Manuel Filiberto, duque de Saboya, fiel y firme aliado de España que años antes había pasado al servicio de Carlos I cuando el rey de Francia despojara a su familia del ducado saboyano.

Ofensiva del duque de Saboya

La ofensiva se inició antes de que acabara ese mismo mes, con un movimiento de distracción estratégicamente planeado por Manuel Filiberto y dirigido a hacer creer a los franceses que las tropas aliadas invadirían la Champaña para luego dirigirse hacia Guisa, amenazando dicha plaza con un asedio, lo que motivó que los franceses enviaran numerosos efectivos para defenderla. En realidad, Manuel Filiberto tomó el camino de San Quintín, localidad de la Picardía situada a orillas del río Somme.

El impacto de esta medida entre los franceses fue determinante, ya que la guarnición de esta pequeña ciudad se limitaba a pocos centenares de soldados al mando de un capitán. El ejército español empezó el ataque el 2 de agosto, apoderándose del arrabal situado al norte, formado por unas cien casas y defendido por algunos fosos y baterías. La respuesta francesa fue enviar con prontitud extrema al almirante Gaspar de Coligny al mando de un contingente de socorro formado por apenas 500 hombres que logró introducirse en la ciudad durante la noche del 3 de agosto.

Tras esta vanguardia de urgencia, a marchas forzadas, se aproximaba el ejército francés al completo, con unos 22 000 infantes, 8 000 jinetes y 18 cañones. Comandaban dicho ejército el condestable Anne de Montmorency (tío de Coligny) y su hermano Andelot, que al frente de 4.500 soldados intentó también introducirse en la ciudad sitiada. Fracasó rotundamente en su propósito al ser interceptado por una emboscada del conde de Mansfeld, al servicio de Felipe II.

El error francés

El 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo, Montmorency decidió avanzar sobre la ciudad de San Quintín con la intención de que su vanguardia cruzara el Somne en barca y penetrara en la plaza. Su plan consistía en reforzar rápidamente a los sitiados mientras el grueso del ejército francés se resguardaba temporalmente en el cercano bosque de Montescourt.

Sin embargo, poco después, a raíz del profundo desprecio personal que sentía hacia Manuel Filiberto de Saboya, subestimando sus cualidades militares, Montmorency optó por cambiar de intención y ordenó que sus tropas abandonasen otra vez la protección del bosque, haciéndolas desplegar paralelamente mientras su vanguardia cruzaba el Somne. Esta imprudencia dejaba la puerta abierta a que los españoles pudieran cruzar el río por el puente de Rouvroy y así sorprenderle en mitad de la maniobra, pero el condestable de Montmorency confiaba ciegamente en que la estrechez del paso impediría tal posibilidad.

En este estado de cosas, un nuevo grupo mandado por Andelot cruzó con éxito el río, pero en la orilla izquierda se topó con los arcabuceros españoles, que causaron una cuantiosa matanza entre su tropa. Tan sólo unos 200 franceses lograron alcanzar la ciudad, y el mismo general Andelot resultó herido.

Ofensiva

El ala derecha del ejército español, formada por soldados españoles y alemanes, estaba al mando de Alfonso de Cáceres. El centro del ejército estaba a las órdenes de Julián Romero, con españoles, borgoñones e ingleses. El ala izquierda estaba formada por el famoso y temido Tercio de Saboya bajo las órdenes del Maestre de Campo Alonso de Navarrete. Cerrando la formación estaba la caballería flamenca, al mando del fogoso Conde de Egmont.

La caballería ligera flamenca del Conde de Egmont acosó al flanco izquierdo de sus tropas y obligó a Montmorency a retirarse por enésima vez hacia el bosque, mientras la caballería francesa dirigida por Louis Gonzaga Duque de Nevers trataba con dificultad de contener el ataque.

El estratégico puente sobre el Somne era estrecho, pero no tanto como suponía el condestable, de manera que las tropas del duque de Saboya lograron cruzarlo en poco tiempo. Además construyeron otro de barcas y tablones para permitir el cruce de más tropas, a la vez que la caballería de Egmont maniobraba hasta eludir el contraataque de Nevers y penetrar en el bosque donde se hallaba, ya totalmente copado, Montmorency. Ante esta asfixiante situación, el condestable no tuvo más remedio que presentar allí mismo batalla, desplegando a sus hombres de la mejor manera posible.

Mientras su retaguardia seguía amenazada por el conde de Egmont, la infantería de Felipe II ya se había desplegado y avanzaba en todo el frente. El duque Filiberto mandaba el centro, en el ala derecha se encontraban Mansfeld y Horne y el ala izquierda iba a cargo de Aremberg y Brunswick. Ambas alas cayeron con extrema violencia sobre el ejército francés, que además de ser inferior en número se vio ampliamente desbordado a causa de las constantes descargas de los arcabuceros españoles, que destrozaban sin parar sus filas.

La carnicería fue tal que los 5 000 mercenarios alemanes del bando francés decidieron rendirse en masa, dejando a numerosos soldados que se daban a la fuga. Únicamente resistía el centro, donde un apurado Montmorency recibía el implacable fuego de la artillería enemiga hasta que, viéndolo todo irremediablemente perdido, optó por una muerte honorable batiéndose cuerpo a cuerpo sin demasiado éxito. Fue capturado por un soldado español de caballería llamado Pedro Merino1​ y apodado "Sedano" por su procedencia (Pesquera de Ebro, en el valle y Honor de Sedano, en Burgos), que por este hecho recibió un premio de 10 000 ducados.

Resultado final

Sumando a las bajas en combate la matanza de huidos, que fue muy considerable, se calcula que el ejército francés perdió unos 12 000 hombres, resultando prisioneros otros 6 000 hombres y 2 000 heridos más. Entre éstos destacaban casi un millar de nobles, incluyendo al propio Montmorency, entre los cuales se hallaban los duques de Montpensier y de Longueville, el príncipe de Mantua y el mariscal de Saint André.

Fueron capturadas más de 50 banderas y toda la artillería. Los 5 000 mercenarios alemanes que se habían rendido fueron repatriados a cambio del juramento de no servir nuevamente bajo banderas francesas por un período provisional de seis meses. Las fuerzas de Felipe II apenas sufrieron trescientas bajas entre muertos y heridos.

Al conocer el resultado de San Quintín, Felipe II se mostró apenado por no haber estado presente como él quería e informó a toda su familia, escribiendo a su padre Carlos I, retirado ya a Yuste:

«Y pues yo no me hallé allí, de que me pesa lo que Vuestra Majestad pueda pensar, no puedo dar relación de lo que pasó sino de oídas».​

Decidió celebrar la victoria ordenando la construcción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Fue dedicado a san Lorenzo, santo del día de la victoria. Seguidamente se acercó a felicitar al duque de Saboya, y —contra su opinión— decidió no atacar directamente París hasta no haber tomado la ciudad de San Quintín, aún en manos francesas.

Los sitiados resistieron hasta el 27 de agosto, cuando una columna española, otra flamenca y una tercera inglesa asaltaron —con un duro cañoneo— varias brechas abiertas en la muralla. Los asaltantes pasaron a cuchillo a gran parte de la guarnición y capturaron también al almirante Coligny con varios nobles más. Felipe II dejó como guarnición al conde de Abresfem con 4 000 alemanes, regresando a Bruselas para la reunión de los Estados Generales.

En 13 de julio de 1558 las tropas españolas volvieron a vencer a las francesas en la batalla de Gravelinas, forzando a Francia a firmar la Paz de Cateau-Cambrésis en 1559.

Cabe señalar que en esta batalla tuvo un importante papel el jefe de la caballería española: el militar flamenco Lamoral, conde de Egmont, que en 1568 fue ejecutado en Bruselas acusado de rebelión por el Tribunal de los Tumultos, fundado por el militar español Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 14:57

Batalla de GRAVELINAS


Inglaterra, por ir en contra de Felipe II, se declaró a favor de Francia y ordenó al general Termes que invadiese los Países Bajos y se apoderase de Gravelines, y mientras, para distraer a los españoles, el duque de Guisa, atacaría a Cambray.

El general Termes, al frente de un ejército de 12 mil infantes, 2 mil caballos y un inmenso tren de artillería, tras atravesar el río Aa, llega a Dunquerque, haciendo sufrir al país toda clase de vejaciones. Después de apoderarse de Gravelines intentó hacerlo con la ciudad de Neuport; pero al conocer que el conde Egmont iba a su encuentro, cambió de rumbo para, tras repasar el río Aa, encerrarse en Calais. Egmont, que sospechó las intenciones del francés, haciendo una marcha rápida, incluso aban­donando la artillería y bagajes, lo alcanzó cerca de Gravelines.

El enfrentamiento de los dos ejércitos fue impetuoso. La caballería española se vio obligada a retirarse, siendo perseguida por la francesa, lo que le obligó a separarse de su infantería. Entonces, el general español que había rehecho sus escuadrones, los lanza de nuevo al combate, mientras los infantes hacen nutrido fuego sobre el flanco izquierdo y retaguardia de los contrarios. La caballería francesa logra enlazar con su infantería y el combate vuelve a generalizarse en toda la línea. En este mo­mento la escuadra española llegó a la desembocadura del Aa, desde donde realizó un certero fuego de artillería sobre la retaguardia del enemigo.

El general Termes cayó prisionero, así como los demás jefes que no habían muerto. Las pérdidas francesas fueron muy elevadas. En cambio, los españoles sólo contabilizaron 500 muertos y 2.000 heridos.

A primeros de abril de 1.559 se negoció la paz por el Tratado de Chateau­Cambrises. Tratado ventajoso para España y por el que se le concedió al rey Felipe II la mano de Isabel de Valois, con la que contrajo matrimonio en 1.560.

Tras la brillante actuación de Manuel Filiberto de Saboya en la batalla de San Quintín, Enrique II de Francia preparó su desquite. Reclutó un nuevo ejército en la Picardía, que puso en manos de Luis Gonzaga-Nevers, duque de Nevers; pidió ayuda naval al sultán otomano y alentó a los escoceses a invadir Inglaterra por el norte.

El duque de Guisa arrebató el puerto de Calais a los ingleses y avanzó hacia la ciudad de Thionville (frontera de Flandes y Francia), ciudad que tomó el 22 de junio de 1558. El señor de Termes invadió con otro ejército, formado por 12.000 infantes, 2.000 jinetes y mucha artillería, Flandes; tras pasar el río Aa por su desembocadura, conquistó Dunkerque y Nieuwpoort, amenazando Bruselas. De regreso a Calais por su gran ofensiva, es informado de que un ejército español le iba a interceptar en el río Aa.

[b]Desarrollo de la batalla[/b]

A su vez, el duque de Saboya y Felipe II reunieron un ejército de 12.500 infantes y 3.200 jinetes, dando el mando al conde de Egmont. Éste se presentó en Gravelinas el 13 de julio de 1558. Sorprendido por la rapidez de la maniobra española, Termes tuvo que presentar batalla (porque tenía el río a su espalda, el mar a su izquierda y su derecha totalmente embarullada por la columna de bagajes de su propio ejército). Despliega su ejército en la orilla izquierda del río, creando en el flanco del bagaje un doble línea formada por la caballería y la artillería, dejando a la infantería detrás. Su mala situación, sin embargo, no impidió a los franceses creer que la victoria sería fácil.

El conde de Egmont, mientras tanto, había dejado a la artillería detrás ya que le estorbaban pues debían interceptar a los franceses antes de que cruzasen el río Aa. Avistada las posiciones francesas, Egmont sitúa a sus tropas en una media luna, dejando a la caballería ligera en los flancos y en el centro a los tercios españoles, junto a unidades de alemanes y flamencos.

Los franceses cañonearon y se establece un combate desordenado entre ambas caballerías de resultado dudoso. Una vez más se reveló la capacidad de los arcabuceros españoles, por aquel entonces los mejor armados y entrenados del continente. Los arcabuces acribillaron a la caballería francesa, luego, los españoles toman la doble hilera del bagaje y disparan sobre la infantería resguardada detrás de los carros, creando un gran desorden entre las filas francesas.

Egmont, decide atacar con su caballería sobre el centro francés, el propio conde de Egmont estaba en la cabeza de sus jinetes. A su vez, barcos vizcaínos e ingleses bombardeaban la retaguardia francesa, causándole numerosas bajas. El resultado de la batalla no podía haber sido peor para los franceses: tan solo 1.500 hombres habían conseguido huir, el resto yacía muerto o prisionero en el campo de batalla, el señor de Thermes, fue hecho prisionero. Los franceses se vieron obligados a replegarse a sus fronteras.

Tras esta nueva derrota, que se sumaba a la de San Quintín, Enrique II de Francia se vio obligado a firmar la paz con Felipe II en la llamada Paz de Cateau-Cambrésis en 1559. Fue precisamente a raíz de ese tratado que Felipe II contrajo matrimonio con Isabel de Valois —hija de Enrique—, mientras que Manuel Filiberto hizo lo propio con Margarita de Valois —hermana del rey e hija de Francisco I de Francia—.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 16:16

Batalla de HEILIGERLEE


La batalla de Heiligerlee, librada el 23 de mayo de 1568 en la provincia de Groninga, en Holanda, fue la primera batalla «oficial» de la Guerra de los Ochenta Años entre la Monarquía Hispánica de la Casa de Austria y las Provincias Unidas de los Países Bajos. En abril del mismo año ya se habían producido enfrentamientos entre los dos contendientes en la batalla de Dalen.

Luis de Nassau y Adolfo de Nassau, hermanos de Guillermo de Orange, el líder de la rebelión holandesa contra las autoridades españolas, invadieron al frente de un ejército de unos 4.000 hombres la provincia de Groninga defendida por el estatúder Juan de Ligne con poco más de 3.000 hombres, que rechazó presentar batalla a la espera de refuerzos.

La batalla

En el verano de 1568, en plena Guerra de los 80 años, cuando el Tercio Viejo de Cerdeña (uno de las más antiguos de la infantería española, pues databa de 1536) fue disuelto después de que sus soldados quemaran varios pueblos de Heiligerlee (al norte de los Países Bajos) en venganza por su resistencia al paso de las tropas hispanas. Aquel día, toda la ira del Duque de Alba cayó sobre los militares de esta unidad, los cuales quedaron marcados para siempre; casi malditos en un ejército en el que la disciplina era una de sus principales normas.

Se inició la «Guerra de los 80 años» con el envío a Heiligerlee de un contingente de 10.500 soldados al mando de su general más sanguinario: Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, más conocido como el Gran Duque de Alba. En ese se incluyó el Tercio viejo de Cerdeña.

Los soldados del Tercio Viejo de cerdeña fueron unos de los primeros con bandera imperial en luchar contra los protestantes al norte de los Países Bajos. Por entonces, esa era una de las zonas más comprometidas para combatir, pues los protestantes habían establecido allí un ejército de 6.000 infantes. Para contrarrestar su defensa, el Duque de Alba despachó al lugar una decena de compañías del Tercio viejo de Cerdeña al mando del Maestre de Campo Gonzalo de Bracamonte (unos 2.000 hombres), las cuales se unieron a varias banderas alemanas fieles a Carlos I a las órdenes del conde de Arembergh.

El contingente español se encontró repentinamente con una parte del ejército protestante a la altura de la ciudad de Heiligerlee. En las cercanías del monasterio de Heiligerlee, en los Países Bajos, se encuentran agazapados los soldados rebeldes de Luis y Adolfo de Nassau y se habían hecho fuertes, por lo que atacarles frontalmente se convertía en una locura.

El líder del Tercio español, Gonzalo de Bracamonte, comenzó a criticar la tardanza del conde de Arembergh en presentar batalla. El conde sabía lo inapropiado de un ataque, pues conocía el terreno y lo desventajosa de su posición, ya que la zona que debían atravesar sus hombres en el ataque presentaba multitud de zanjas.

Entonces, el conde ordenó formar a las tropas para el ataque.. Al parecer, ese fue demasiado tiempo para unos 600 arcabuceros del Tercio de Cerdeña, los cuales vieron la victoria tan fácil que, sin esperar a que sus aliados formaran, iniciaron la carga contra las posiciones enemigas con arcabuz, pica y espada.

Fue, en definitiva, una masacre y una carnicería. Al llegar a las zanjas, los españoles quedaron atascados y los holandeses les barrieron del campo. Viendo como caían sus compañeros y los centenares de cadáveres que cubrían el campo de batalla, los de Arembergh se rindieron a los protestantes. Por su parte, los supervivientes del Tercio de Cerdeña (unos 1.000 soldados) giraron sobre sus pies y pusieron botas en polvorosa. Así, huyeron durante varias jornadas con el enemigo detrás.

Tras varias noches, el cansancio hizo que los soldados decidieran pedir cobijo en los pueblos cercanos. Craso error, pues los campesinos no les recibieron de la forma más amable, ya que los campesinos los entregaron a los rebeldes o los asesinaron directamente.

Aquella masacre quedó olvidada por el ejército imperial, pero fue un gesto imborrable para el honor de los soldados del Tercio.

Tras la victoria, Luis de Nassau, al mando de los rebeldes, intentó completar la campaña ocupando Groninga, que era el objetivo de la campaña, pero las fuerzas imperiales, al mando del Duque de Alba, lograron frenar el avance y conservar Groninga, a base de varias escaramuzas, mientras esperaba los refuerzos del resto de Tercios.

Una vez llegaron éstos, el Duque de alba inició la contraofensiva y destrozó completamente al ejército holandés en la batalla de Jemmingen. Los holandeses perdieron 7.000 hombres entre muertos y heridos y los imperiales alrededor de 300 bajas solamente. Aquí, los de Cerdeña se tomaron la justicia por su mano y repararon su honra a base de venganza y sangre. Los enfurecidos soldados incendiaron los pueblos donde habían asesinado a sus camaradas, sin que ningún capitán moviera un dedo para reprimirlo.

Esta masacre acabó con la paciencia del Duque de Alba que, ya molesto por la huida de la unidad en la batalla de Heiligerlee, tomó la determinación de acabar con el Tercio de Cerdeña. Para ello, primero llamó a su presencia al Maestre de Campo y a todos sus Capitanes y los degradó con carácter inmediato. A su vez, y con ira, dejó patente que actuaría con todo el peso del mando sobre ellos en el caso de que le provocaran de nuevo.

Pero lo peor aún estaba por llegar. Dos días después, Alba hizo disolver el Tercio frente a todo el ejército. Los alféreces rasgaron las banderas y rompieron las astas, los capitanes quemaron sus bandas y los sargentos sus partesanas, mientras muchos de los soldados lloraban de vergüenza al contemplar la ceremonia que ponía fin a una unidad distinguida en mil combates. Aquel día, el Tercio viejo de Cerdeña fue aniquilado y su historia quedó maldita para siempre.
:saluting-soldier:
Resultado

Tras la batalla, Luis de Nassau no fue capaz de tomar la ciudad de Groninga, y dos meses más tarde su ejército, reforzado hasta alcanzar los 10.000 hombres, fue derrotado por las fuerzas comandadas por Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el III duque de Alba, en la batalla de Jemmingen.

La batalla tuvo el inesperado resultado de sellar el destino del Tercio Viejo de Cerdeña, que el duque de Alba consideraba culpable de la derrota en la batalla que, durante muchos años, fue la única victoria en campo abierto de un ejército holandés.

Luego de la aplastante victoria española en la batalla de Jemmingen y al pasar el tercio por el lugar donde había sido vencido, incendió el lugar y el duque decidió disolverlo y repartir a sus componentes entre otras unidades.

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Última edición por Brasilla el 16 Ene 2018 16:27, editado 1 vez en total.
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 16:22

Batalla de GENMINGEN


La batalla de Jemmingen, librada el 21 de julio de 1568 en el marco de la Guerra de los Ochenta Años, fue una victoria total del ejército de la Monarquía Hispánica al mando de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba, en el que derrotó por completo al ejército rebelde de los Países Bajos comandado por Luis de Nassau.

Tras la batalla de Heiligerlee, los ejércitos rebeldes holandeses comandados por Luis de Nassau intentaron tomar la ciudad de Groninga, pero el hábil general Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el III duque de Alba y comandante de los ejércitos españoles, los obligó a retirarse mediante una serie de escaramuzas sin arriesgarse a presentar batalla, ya que una derrota hubiera puesto a todos los Países Bajos a merced de las fuerzas rebeldes holandeses.

Finalmente, el ejército del de Nassau, con cerca de 12.000 hombres, se hizo fuerte en las cercanías de Gemmingen. Viendo la proximidad de las tropas del duque (Alba), abrieron las compuertas de un canal para anegar los caminos por donde marchaban las tropas reales. Una oportuna carga de una treintena de hombres a caballo del duque les forzó a retirarse de la esclusa antes de que hubiera entrado demasiado agua.

Mandó Luis de Nassau a 4.000 hombres a recuperar el puente sobre la esclusa, pues veía que esa sería la única forma de frenar a las tropas españolas que seguían avanzando pese a llearles el agua hasta las rodillas en algunos tramos. Llegaron a la altura del puente los arcabuceros rebeldes.

Los soldados del duque que allí se hallaban se aprestaroon a defenderlo <<haciéndose fuertes en el puente y apeándose de él los capitanes Marcos de Toledo y don Diego de Enríquez y don Hernando de Añasco y ocho caballeros que allí se hallaron y quince arcabuceros de a caballo de la compañía de Montero, lo defendieron más de media hora bien arriesgadamente peleando con los enemigos, que cargaron todo aquel tiempo con terrible furia e ímpetu, disparando tan gran golpe de arcabucería sobre ellos, que la mayor seguiradad que se tuvo de no recibir mucho daño fue la de ser tan pocos los que defendían el paso, porque los golpes de las pelotas se sentían batir apresuradamente en dos casas que había a nuestras espaldas>>. Así resistieron hasta que logró llegar la arcabucería del duque y cargar contra los rebeldes poniéndoles en retirada.

Los hombres de don sancho de Londoño y Julián Romero fueron siguiendo a los rebeldes hasta que se hallaron tan cerca de sus principales escuadrones que comenzaoron a sufrir los disparos de su artillería. Aguantaron su posición pero por tres veces enviaron mensajeros al duque de Alba, que con el grueso del ejército venía por otro camino, pidiendo que les enviara piqueros para resistir un posible envite enemigo.

Las tres veces les fueron negados los refuerzos. La maniobra del duque se basaba en dejarlos solos para atrapar en un movimiento envolvente al grueso del ejército enemigo, cuando se decidiera a atacarlos. Finalmente se resolvió a acometer el de Nassau. Cuando no habían sus hombres andado trescientos pasos, los tiros de los nuestros les hicieron volverse atrás.

Fué entonces cuando <<el capitán don Lope de Figueroa, que no perdió ocasión, a quien tocaba aquel día ir con los mosqueteros de su tercio de vanguardia, cerró con pocos soldados resolutísimamente y con gran determinación con los enemigos por el mismo camino donde estaban sus cinco piezas de artillería, ganándoselas y los dos revellínes que a los lados tenían con arcabucería para guarda de ellas. Con don Lope de Figueroa cerraron a los treinta caballos de caballeros y personas particulares, siguiéndoles las demás arcabucería, con tanto ímpetu, que no se dio lugar a otra cosa a los enemigos más que a huir, sin hacer rostro, volviendo las espaldas, dejando mucha parte de ellos las picas, arcabuces y otras armas al ponerse en huida, haciendo lo mismo su caballería>>.

Llegadas por fin las tropas que marchaban con el duque continuaron con las persecución de los rebeldes, la cual se extendió por un día entero más. Dicen que la victoria fue tal que, leguas abajo podía adivinarse quienes habían resultado vencedores por la cantidad de sombreros alemanes que flotaban en el río, pues el pánico les hacía sobrecargar las barcas en las que intentaban escapar de los soldados de Alba.

Más de 6.000 fueron los cadáveres entre ahogados y muertos a manos de los españoles del tercio de Cerdeña. Se recuperaron los seis cañones perdidos por Arembergh en la batalla de Groninga más otros diez cañones y veinte banderas rebeldes. Escapó a los españoles, sin embargo, Luis de Nassau, el cual se cambió de traje para no ser reconocido y huyó nadando por el río. La victoria fue tan sonada que hubo procesiones públicas en Roma durante tres días para celebrarla.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 16:39

El asedio de TARENTO


El asedio de Tarento tuvo lugar entre el 28 de octubre de 1501 y el 1 de marzo de 1502 durante el transcurso de la segunda guerra de Nápoles. Las tropas españolas bajo el mando del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba sitiaron la ciudad, donde se encontraba el joven príncipe napolitano Fernando de Aragón, hasta su rendición.

En 1500 Luis XII de Francia y Fernando el Católico firmaron el tratado de Granada, por el que ambos acordaban repartirse a partes iguales el reino de Nápoles, todavía bajo el reinado de Federico I. En cumplimiento de este acuerdo, en julio de 1501 el ejército francés de Bérault Stuart d'Aubigny invadió el reino desde el norte reduciendo Capua y Nápoles, mientras las tropas españolas de Gonzalo Fernández de Córdoba (600 soldados de caballería y 3.800 de infantería), llegando desde Sicilia, ocupaban Calabria y Apulia en el sur sin encontrar resistencia más que en Manfredonia y Tarento.

La ciudad de Tarento se encontraba en una isla; daba al sur con el golfo de Tarento en el Mediterráneo y al norte con un mar interior llamado el mare piccolo. Dos puentes, uno al este y otro al oeste, la comunicaban con el continente. La ciudad, gobernada por Leonardo Alejo, había sido abundantemente avituallada en previsión del asedio.

Fernández de Córdoba dispuso sus tropas rodeando Tarento, mientras la armada española de Juan de Lezcano patrullaba la costa sur italiana en su apoyo; los puentes que daban acceso a la ciudad fueron bloqueados por las fuerzas españolas. Entrados en parlamento, Fernández de Córdoba y Fernando de Aragón acordaron una tregua de dos meses en espera de que el depuesto rey de Nápoles hiciera llegar sus instrucciones a su hijo; hasta entonces pactaron que las fuerzas españolas no iniciarían las hostilidades, y las napolitanas no reforzarían sus defensas ni recibirían socorros. En garantía del cumplimiento de la tregua ambas partes se intercambiaron rehenes.

Fue aquel cerco el más largo de cuantos se han visto en Italia, según era perezoso y reposado.

Sucedió por aquellas fechas que Felipe de Ravenstein al mando de la armada francesa naufragó frente a las costas de Calabria tras ser rechazado por los turcos en Mitilene. Fernández de Córdoba mandó socorrerle generosamente, lo que provocó que las tropas españolas, mal pagadas y hastiadas de la inactividad de un asedio tan lento, se amotinasen; Córdoba reprimió la rebelión con la ejecución del cabecilla de los sublevados. Poco después ordenaría requisar una nao genovesa que llevaba hierro a los turcos por valor de 100.000 ducados, con lo que pagó las soldadas atrasadas de sus tropas.

Las autoridades de Tarento fueron sondeadas por el militar francés Yves d'Alègre para que entregasen la ciudad a los franceses.

Pasados los dos meses sin que los tarentinos hubieran recibido respuesta de Federico I, se renovó la tregua por dos meses más. Con el fin de acometer la toma de la ciudad, Fernández de Córdoba dispuso que 20 de las naves más pequeñas de la armada española fueran transportadas por tierra hasta el mar interior, lo que los soldados españoles llevaron a cabo «con grande fiesta y regocijo... aunque a la verdad aquel negocio era más terrible y espantoso en apariencia que por daño que les pudiesen hacer».

A finales de enero de 1502, sin haber conseguido establecer comunicación con el rey Federico I, los tarentinos pactaron la entrega de la ciudad, que quedó provisionalmente bajo la administración de Bindo de Ptolomeis, vasallo del rey de España. El 1 de marzo las tropas españolas ocuparon Tarento.

Con la rendición de Tarento y con la toma de Manfredonia ocurrida pocos días después se completó la ocupación de la mitad sur del reino de Nápoles por las fuerzas españolas de Gonzalo Fernández de Córdoba; todo Calabria y Apulia quedaron bajo su control. Fernando de Aragón, cuya libertad fue garantizada por Fernández de Córdoba en las capitulaciones de Tarento, sería poco después detenido y enviado a España como prisionero, aunque años después sería rehabilitado por Carlos I de España, llegando a ocupar el virreinato de Valencia.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:


Lamento haber retrocedido unos años en el hilo, pero creo que es mejor eso que dejar sin hacer constar hechos de armas de esa época y más aún cuando los mismos corresponden al Gran Capitan
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 16:43

La Encamisada que dió inicio a la Victoria de Pavia


Durante la noche del 23 al 24 de febrero, el Marqués de Pescara envió varias compañías de soldados “encamisados” (denominados por portar camisas blancas sobre las armaduras para diferenciarse de los enemigos en los combates nocturnos) con el objetivo de abrir brecha en los muros de las defensas francesas y penetrarse en ellas causando el máximo daño posible.

Una vez tomada la posición y rotas las defensas, una buena parte del ejército imperial se adentró en territorio francés. Entraron primero 1.400 caballos ligeros y el Marqués del Vasto con 3.000 arcabuceros (2.000 españoles y 1.000 italianos); tras ellos, lo hicieron la caballería imperial apoyada por el resto de los españoles de Pescara y los alemanes que constituían el grueso, finalmente, los italianos con 16 piezas de artillería ligera.

Sin más visión que la oscuridad de la noche, el contingente imperial avanzó a través del terreno francés repartiendo todas las cuchilladas posibles a los franceses. Sin embargo, y como era de esperar, el plan tuvo un repentino fallo: los galos advirtieron al poco la presencia del ejército de Pescara.

Corrían las 6 de la mañana cuando, alertados por el ruido, los galos tomaron posiciones alrededor de la parte norte de su campamento. De hecho, las sospechas ante un posible ataque imperial inquietaron tanto a los centinelas que enviaron a una unidad de caballería ligera y a un contingente de infantería suiza para reconocer el terreno.

No habían pasado ni unos minutos cuando esta fuerza se encontró con la vanguardia del ejército de Pescara que entraron en contacto donde los suizos consiguieron apoderarse de varios cañones imperiales antes de entrar en contacto con los alemanes, pero pronto comenzaron a ceder terreno. La lucha fue a muerte.

De esta forma, en plena noche y con una visibilidad nula debido al precario tiempo que castigaba las tierras italianas, se inició la Batalla de Pavía. Espada contra escudo y pica contra armadura, los franceses lograron en un principio acabar con muchos hombres de Pescara pero, finalmente, la tenacidad imperial se terminó imponiendo y, tajo aquí, sablazo allá, los galos acabaron perdiendo ímpetu y cedieron terreno.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 22:55

El Asedio de METZ


La humillación de Innsbruck y la derrota contra los franceses sacaron a flote un sentimiento de culpabilidad que Carlos no podía soportar: su enfermedad había interferido en sus planes militares. Un ejército de 55.000 soldados, dirigido por el Gran Duque de Alba, fue vencido por el invierno en su intento de recuperar la ciudad obispal

Tiziano presentó en su cuadro de la batalla de Mühlberg a un atlético e imperial Carlos V. El guerrero invicto a lomos de un caballo, cabalgando, lanza en ristre, en solitario, por un sombrío pero calmado paisaje alemán. Sin rastro de polvo ni de sangre ni de sudor. Un ser inmortal que nada tenía que ver con el verdadero Emperador, un hombre aquejado de gota, castigado por décadas de guerras, y con una infinidad de años menos de los que aparentaba. Poco después de la batalla, Carlos demostraría al mundo que del jinete pálido de Mühlberg ya solo quedaban las ruinas.

A mediados del siglo XVI explotó en Alemania la tensión religiosa prendida por Lutero varias décadas antes. Interesados en minar la autoridad del Emperador, varios príncipes alemanes asumieron como suyo el mensaje de la Reforma, ya fuera de forma sincera o por congraciarse con los sectores populares. En la batalla de Mühlberg, 1547, se enfrentaron estas dos alemanias, saliendo vencedor indiscutible el Emperador y la causa católica. Frente a su inferioridad numérica, el Emperador respondió con uno de sus habituales golpes de efecto: logró que se cambiara de bando uno de los cabecillas luteranos, el Duque Mauricio de Sajonia, que ambicionaba el título y los territorios de su primo Juan Federico I de Sajonia.

Todos contra Carlos V

Con Lutero muerto y la Liga de Esmalcalda derrotada por la vía de las armas en 1547, los cabecillas protestantes fueron encarcelados en el castillo de Halle y los aliados de Carlos V recompensados. A Mauricio de Sajonia le otorgó el cargo de elector por todos sus servicios, y a los que habían permanecido del lado imperial les recompensó con diferentes prebendas. El César y sus aliados habían triunfado por completo, aunque aquello solo fuera a durar un instante.


En poco tiempo los príncipes alemanes supervivientes se aliaron con el nuevo Rey de Francia, Enrique II, quien tomó de golpe las plazas imperiales de Metz, Toul y Verdún, al tiempo que los turcos conquistaban Trípoli.

Todos sus rivales se conjuraban a la vez contra Carlos. Aunque entre ellos no se podía incluir Francisco I de Francia, que falleció a causa de la sífilis en marzo de 1547 sin poder asistir a los éxitos de su hijo. Mientras una fuerza francesa reclamó los territorios españoles en Italia, Mauricio de Sajonia traicionó a los católicos y se puso al frente de un nuevo ejército protestante, concentrado en Franconia, que pretendía liberar Alemania del «yugo de los españoles y de los sacerdotes de Roma».

El 6 de abril de 1552, Carlos se vio obligado a salir en medio de la noche del castillo de Innsbruck (Austria) por una puerta secreta. La traición de Mauricio sorprendió al Emperador Carlos sin más compañía que un puñado de soldados y su séquito más próximo.

El guerrero invicto, al menos en la Europa cristiana, nunca había sido humillado de una forma tan determinante

El Monarca atravesó terrenos montañosos y fríos estando prácticamente inmóvil por la gota. Una vez en Innsbruck, Mauricio entregó a sus soldados los bienes del Emperador y mató a varios de sus criados. El guerrero invicto, al menos en la Europa cristiana, nunca había sido humillado de una forma tan determinante. Además, el traicionero Mauricio se había permitido firmar en Chambord que no se elegiría nuevo emperador de Alemania sin el beneplácito del Rey francés, lo que equivalía a entregar el imperio a los franceses.

Una vez a cubierto, Carlos reclamó la ayuda de su más fiel compañero de armas, Fernando Álvarez de Toledo, el noble castellano que había dirigido sus tropas en Mühlberg. Su venganza se inició desde Milán, donde el Duque de Alba levantó un ejército que pretendía reconquistar la ciudad francesa de Metz «para sacarle el pie (al Rey de Francia) de Alemania». Con este fin pagó con sus propios bienes un ejército de 7.000 hombres y se dirigió a recoger a su Rey.

Carlos partió de Lienz, acompañado del Duque de Alba y de sus tropas italo-españolas, hacia Munich, donde se reunió con sus soldados alemanes. En Augsburgo y Ulm repuso a los regidores destituidos por Mauricio y expulsó a los anabaptistas y zwinglianos. Asimismo, en Kaiserslautern se juntó con sus ejércitos neerlandeses, dirigidos por el Señor de Boussue. Ahora sí, podía lanzarse con garantías a reconquistar la estratégica ciudad de Metz.

Recuperar Metz era urgente porque se trataba de perla de Lorena, uno de los dominios patrimoniales recibidos directamente de manos de su abuelo Maximiliano. Reunió con este propósito al que tal vez fue el mayor ejército del siglo XVI, 55.000 hombres, para enfrentarse a Francisco de Lorena, el astuto defensor de la plaza. El Duque de Guisa mandó reparar a toda prisa las murallas y destruir los arrabales hasta convertir el lugar en una fortaleza moderna.

Desde el principio las cosas no fueron como había previsto el César. Un nuevo ataque de gota del Emperador retrasó aún más los planes imperiales. En Landau tuvo que detenerse dos semanas por la gota y el 13 de octubre sufrió un segundo ataque que le dejó postrado en Thionville hasta el 10 de noviembre.

Impaciente, el Duque de Alba se adelantó a su comandante para preparar las obras de asedio. El 31 de ese mes abrió fuego contra la sección inmediatamente al norte de la Porte des Allemands, si bien no logró ningún avance. Así, el 2 de noviembre trasladó las baterías a sur de la ciudad, entre el Seille y el Mosela. Desde allí, protegidos por los ríos de las posibles salidas de los defensores, inició un bombardeo sostenido sobre la población. Mantenía en ese momento un cerco desde tres puntos distinto, pero apenas había hecho cosquillas a sus murallas.

Cuando Carlos V al fin llegó con el resto del ejército el año estaba demasiado avanzado y el transcurso del verano había permitido a los pobladores de Metz hacer acopio de víveres. Si bien la moral imperial creció con la llegada del Monarca, que fue recibido con tres sonoras salvas (si bien dirigidas hacia las murallas, por eso de no despercidiar ninguna bala); el factor psicológico se disolvió rápido.

Alba concentró ahora sus ataques, al oeste, entre la Porte de Champenoise y la Tour d'Enfer. El 24 de noviembre, y 1448 andanadas después, se pudo derribar un baluarte y unos días después se abrió una brecha en la muralla. Pero, al disiparse el polvo, los atacantes descubrieron una segunda muralla detrás. Los franceses habían planificado la defensa al detalle. Insistir aún así en sus planes fue un grave error estratégico de Carlos V, sobre todo cuando había entre sus filas capitanes abiertamente hostiles al Emperador y a la forma en la que estaba conduciendo las cosas Alba.

Acampados en un terreno inundado por las lluvias y sin víveres, las enfermedades debilitaron pronto a los soldados, especialmente a los italianos y españoles debido a su equipamiento inadecuado para un clima así. Carlos perdió por el camino a la mitad de su ejército por muerte o deserción.

El 26 de diciembre de 1552 se desistió definitivamente el asedio; y el primer día de enero, durante la noche, se levantó el sitio en contra de la opinión del Duque de Alba. A pesar de la lluvia de críticas procedentes de Alemania, Carlos V elogió en todo momento el papel del general castellano y le exculpó de cualquier responsabilidad: «No podría tener en más alta estima a Alba si hubiera tomado Metz y París juntos».

El Emperador se retiró con su fama de guerrero invicto resquebrajada hacia Bruselas, donde, a principios de 1553, sufrió un colapso físico y mental

El repliegue fue aún más lastimoso que el propio asedio: se abandonaron a 600 soldados enfermos o demasiado heridos para seguir la marcha. El Emperador se retiró con su fama de guerrero invicto resquebrajada hacia Bruselas, donde, a principios de 1553, sufrió un colapso físico y mental luego de aquel año infernal. La confianza le había abandonado y Francia le ganó, por una vez, la partida.

A diferencia de su padre, Enrique tenía claro los puntos débiles de su enemigo. El problema de Carlos es que tenía demasiados territorios que defender y pocos recursos para mantener varios tantos frentes activos a la vez. En ese fatídico otoño de 1552, mientras Carlos sitiaba Metz, Enrique II mantenía un ejército de observación en Champaña, por si Metz necesitaba apoyo, otro en la frontera septentrional, desde donde sitió Hesdin y un tercero en Italia. Precisamente fue el ataque a Hesdin el que obligó a las fuerzas imperiales a marcharse de Metz en última instancia.

El colapso físico del Emperador


La humillación de Innsbruck y la derrota de Metz sacaron a flote un sentimiento de culpabilidad que Carlos no podía soportar: su enfermedad había interferido en sus planes militares. La postración le invalidó para conducir las actividades de gobierno, de modo que su más enérgica hermana, María de Hungría, se hizo cargo de la regencia de los Países Bajos, su hijo de los reinos hispánicos y su hermano Fernando de los asuntos imperiales, como en la práctica llevaba haciendo años.

La muerte de su madre, Juana «La Loca», a mediados de 1555, empeoró su estado. Empezó a permanecer horas de rodillas en una estancia sin apenas luz, y en una ocasión comentó haber oído a su madre difunta decirle que la siguiera.

Ese mismo año dispuso todo para que se realizara la transmisión de poderes hacia su hijo y que el título imperial pudiera pasar a su hermano. Aceptó así gastar sus escasas energías en presidir la última gran ceremonia pública de su vida, un acto simbólico de abdicación en su palacio de Bruselas. Después de las ceremonias, el Emperador se retiró con un pequeño séquito a Cuacos de Yuste, Extremadura, la remota última morada del héroe.

Curiosamente, Mauricio de Sajonia perdió la vida poco después de propiciar el fracaso imperial. El elector, en prevención de una derrota, firmó en 1552 la Paz de Passau con el Emperador, rompiendo su alianza con Enrique II, pero consiguiendo una mayor libertad religiosa para los príncipes alemanes. Sin embargo, no todos los luteranos estuvieron de acuerdo con esta paz, siendo el demente, arruinado y alcohólico Marqués de Brandenburgo quien protestó con más desperfectos. Convertido casi en un bandido, el marqués se dedicó a atacar las poblaciones indefensas, indiferentemente de su religión, como si viviera en un estado de anarquía permanente.

Con el fin de acabar con su pequeña rebelión, Mauricio de Sajonia dirigió un ejército formada por príncipes protestantes y católicos contra el noble en la batalla de Sievershausen, cerca de Gottingen, el 9 de julio de 1553. Mauricio fue gravemente herido y falleció dos días después.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 23:28

Batalla de LEPANTO o "La más grande ocasión que vieron los siglos"


"El 8 de septiembre [1571] don Juan [de Austria] pasó revista a la flota fondeada en la rada de Mesina, (....). Aparecían allí, en primer lugar, 90 galeras, 24 naos y 50 fragatas y bergantines enviados por Felipe II, destacando por el buen aparejo, pertrechos y armamento. También se veían en muy buen orden las 12 galeras y 6 fragatas del Papa, siguiéndole luego 106 galeras, 6 galeazas, 2 naos de nueve mil salmas de porte y 20 fragatas, todas venecianas. en la revista don Juan advirtió, además de algunas deficiencias en el material, escasez de gente y por ello convenció a Veniero para que admitiera en sus naves [las venecianas] 4 mil soldados de las tropas al servicio del rey de España.

En la galera Real iba una guardia de cien soldados alemanes y españoles, y en la comitiva del generalísimo figuraban gentilhombres de cámara: el comendador mayor de Castilla, don Luis de Requesens, su lugarteniente general; don Fernando Carrillo, conde de Priego; don Luis de Córdoba, comendador de Santiago; don Bernardino de Cárdenas, marqués de Betela; don Luis Carrillo; Juan Vázquez Coronado, capitán de la Real; Pedro Francisco Dona; don Lope de Figueroa; don Miguel de Moncada; el castellano de Palermo, Salazar; don Pedro Zapata; don Rodrigo de Benavides, del hábito de Santiago, hermano del conde de san Esteban; y el secretario Juan de Soto.(...)

Por fin el día 16 de septiembre pudo hacerse a la mar la flota cristiana (...) La Armada comprendía un total de 207 galeras, 6 galeazas y un centenar más de unidades auxiliares del género de las naos de transportes, y de las galeotas, bergantines o fragatas, tipos estos de galeras menores destinados a exploración y enlace. El conjunto sumaba 1815 cañones y 84420 hombres, repartidos en 28 mil soldados, 19920 marineros, 43500 remeros. De los soldados, unos 20 mil eran españoles o estaban al servicio de España; los naturales de la península eran 8160, pertenecientes a cuatro tercios mandados por Lope de Figueroa, Pedro de Padilla, Diego Enríquez y Miguel de Moncada.

Al marchar en línea de fila la Armada se extendía unas diez millas [Nota: algo más de 16 Km.] y de acuerdo con la táctica de la época estaba organizada en una agrupación de vanguardia y cuatro escuadras, la última de reserva o socorro:

Vanguardia o Descubierta a las órdenes de Juan de Cardona con 7 galeras, 3 de España (Sicilia) y 4 de Venecia, que debían adelantarse para explorar y reconocer los bajeles avistados, dando información al grueso de la flota; su distintivo era una flámula con las armas del rey.

Primera Escuadra o Ala Derecha, al mando de Juan Andrea Doria, con 53 galeras, 26 de España (España, Nápoles, Génova, Malta y Saboya), 25 de Venecia y 2 del Papa, que izaban la capitana flámula verde en la pena, y gallardetes triangulares los demás; esta escuadra formaría el cuerno derecho del combate.

Segunda Escuadra o Cuerpo de Batalla, a las órdenes directas de don Juan de Austria, con 64 galeras, 30 de España, 27 de Venecia y 7 del papa, con distintivo de una flámula azul en el calcés de la galera Real y gallardete del mismo color las demás galeras, entre las cuales figuraban la capitana del comendador mayor, la capitana del Papa a la diestra y la de Venecia a la siniestra del generalísimo.

Tercera Escuadra o Ala Izquierda, al mando de Agostino Barbarigo, segundo de Veniero, con 53 galeras, 41 de Venecia, 11 de España y 1 del Papa, llevando por distintivo flámula amarilla en la pena la capitana y gallardetes en las ostas las demás; esta escuadra formaría el cuerno izquierdo de combate.


Agostino Barbarigo, segundo del almirante Veniero murió en combate por un flechazo en la cabeza despues de ser herido por una flecha en el ojo (no cayó hasta pasadas pocas horas de ser herido, seguro ya de la victoria de la flota).

Retaguardia o Socorro, a las órdenes de Álvaro de Bazán, con 30 galeras, 15 de España, 12 de Venecia y 3 del papa, llevando por distintivo flámula blanca en la pena la capitana y gallardetes de igual color para el resto de galeras, pero estos gallardetes en una pica sobre el fanal; en navegación iría una milla por detrás para recoger a las galeras rezagadas y evitar sorpresas de ataques por retaguardia.

La flota de combate, propiamente dicha, iba acompañada por una escuadra de naos, 24 de España y 2 de Venecia a las órdenes de Carlos de Ávalos. Estas naos de propulsión a vela exclusivamente, desempeñaban el cometido de transporte de víveres, municiones y pertrechos, marchando con independencia de las escuadras.

Las seis galeras [sic, por galeazas] venecianas al mando de Francesco Duodo estaban repartidas de dos en dos en las tres escuadras de combate, y las galeras debían alternarse en el trabajo de remolcarlas.

Las galeras de Génova eran de propiedad particular y alquiladas por España. Algunos opinaban que sus propietarios no se arriesgaban demasiado, reproche que también se hizo a Juan Andrea Doria el año anterior y volvió a repetirse después de Lepanto.

Las galeras pontificias iban al mando de Marcantonio Colonna, vasallo de Felipe II. Debe tenerse en cuenta que algunos historiadores italianos ocultan el carácter de galeras españolas de varias agrupaciones que confusamente pudieran parecer italianas, cuando combatieron bajo la bandera de Felipe II, que las sostenía. De las galeras venecianas era excelente la artillería, pero padecían la tradicional escasez de dotaciones, y así, como se ha dicho ya, don Juan las reforzó con 4 mil soldados de las fuerzas españolas. (...)

La marcha de tan inmensa flota era muy lenta. Muchas galeras venecianas acusaban su mal estado, con las maderas, en bastantes casos, podridas por largas estancias en seco. Hasta las nuevas eran inferiores a las españolas y pontificias, ya que se habían construido precipitadamente cuando se comprendió que no había otra alternativa que la guerra con el turco. Por tanto, la armada iba a la velocidad de los buques más lentos -las galeazas, a remolque, también iban despacio- y fondeaba cuando el mal tiempo ponía en peligro a las naves menos marineras. Por otra parte tampoco se quería cansar a los remeros para que estuvieran en plenitud de facultades al tiempo de combatir. (...)

La flota otomana comprendía un total de 208 galeras, 66 galeotas o fustas y 25 mil soldados; de éstos, 2500 jenízaros, únicos armados de arcabuces, pues los otros todavía usaban arco y flechas. El dispositivo era similar al cristiano, tres escuadras o alas y una reserva:

El ala derecha, de 55 galeras... a las órdenes de Mehmet Siroco, hasta entonces rey de Negroponto y a la sazón virrey de Alejandría. El cuerpo de batalla, compuesto por 95 unidades... al mando directo de Alí Pachá. El ala izquierda, con 93 galeras y galeotas....a las órdenes de Uluch Alí, natural de Castella (Calabria), cuyo verdadero nombre era Giovanni Dionigio Galeni, a la sazón virrey de Argelia. La reserva con 29 unidades... bajo el mando de Murat Dragut.

Las condiciones meteorológicas [al clarear el 7 de octubre] en principio eran favorables a los turcos por la circunstancia de soplar viento del este, y el almirante otomano decidió aprovecharlo marchando a toda vela con idea de establecer contacto antes de que el enemigo pudiera terminar el despliegue.

La armada cristiana se aproximaba con las mayores precauciones (...) Fue una suerte para ella el haberse puesto en movimiento tan temprano, porque esto le permitió descubrir al enemigo cuando todavía estaba a 15 millas. La marcha era silenciosa, tanto que fue circulada una orden por la que se castigaría con pena de muerte a quien disparara un arma, tocara un instrumento musical o hiciera ruidos que pudieran denunciar la presencia al enemigo.

De acuerdo con el plan de combate adoptado en Mesina, la Real disparó un cañonazo al tiempo que izaba la bandera blanca, señal ejecutiva de iniciar el despliegue a la formación de combate y de aprestarse a la lucha. (...) Al tocarse alarma y hacer rápidamente la pavesada (las galeras turcas carecían de pavesada y por tanto soldados y remeros estaban menos defendidos), se aceleran los preparativos para la lucha, hasta alcanzar un ritmo febril. Por orden de don Juan se cortan los espolones y despejan los tamboretes para que la artillería pueda disparar sin obstáculos, especialmente el cañón de crujía, el de superior calibre (36 libras).

La tropa se parapeta detrás de las empavesadas y en la arrumbada. Se cargan las piezas, rocían de arena las cubiertas y sitúan en lugares estratégicos barriles de agua para apagar los posibles fuegos. Todos los esclavos que no eran musulmanes fueron desencadenados, armando a muchos y prometiendo a todos la libertad si se alcanzaba la victoria. (...)


Don Juan de Austria superó todas las expectativas. Tras la Rebelión de los Moriscos dió cumplida fe de todo lo que venía comentándose sobre su persona. Su papel fue decisivo en la jornada de Lepanto, y años más tarde asestaría un tremendo golpe a los protestantes holandeses en Gembloux.

A las once de la mañana y con viento flojito del este, el ala izquierda cristiana, mandada por Barbarigo, concluía el despliegue en línea de frente rumbo al este, con la capitana muy cerca de tierra para impedir que Mehmet Siroco pudiera envolverla. El cuerpo de batalla se encontraba entonces en pleno despliegue y Cardona acelera la boga para situarse al costado de la capitana de Malta mandada por Giustiniani, en tanto que Doria iba hacia el sur, separándose del cuerpo de batalla, para quedar paralelo a Uluch Alí que, frente a él, también se había separado de Alí Pachá con el propósito de envolver a Oxia, algo rezagado por haber ido a reconocer un bajel y a recoger a varias galeras que habían quedado atrás. Las naos se mantuvieron a gran distancia sin tomar parte en el combate. Cuatro galeazas ocuparon sus puestos en vanguardia, pero no así las dos de Cesaro y Pisani, que quedaron a retaguardia a causa de la maniobra de Andrea Doria.

II parte: La batalla de Lepanto

Al tiempo de irse completando el despliegue don Juan transbordó a una fragata acompañado de don Luis de Córdoba, su caballerizo mayor, y el secretario general Juan de Soto. Al jefe del ala derecha le ordenó aproximarse más al centro para cerrar el espacio por el que podía introducirse el enemigo. También dispuso que se alejaran las naos y previno a la tropa acerca de los gritos e imprecaciones que con ánimo de impresionar solían proferir los turcos al entrar en combate. (…) A los españoles les decía: “Hijos, a morir hemos venido. A vencer si el cielo así lo dispone. No deis ocasión a que con arrogancia impía os pregunte el enemigo: ¿dónde está Dios? Pelead en su santo nombre, que muertos o victoriosos gozareis de la inmortalidad”.

Y a los venecianos les incitó a desquitarse de las atrocidades de Chipre: “Hoy es día de vengar afrentas; en las manos tenéis el remedio de vuestros males; menead con brío y cólera las espadas”. La bizarra estampa del joven generalísimo de ojos azules y 24 años -se decía de él que podía nadar con la armadura puesta- despertó el mayor ardor en todos y su paso fue saludado por un enorme clamor, olvidándose rencores, pasadas disidencias y abrazándose a unos y otros, hombres de distintos países, al tiempo que prometían luchar unidos hasta la muerte. Cuando la fragata de don Juan estuvo cerca de la popa de la galera de Veniero, éste, con lágrimas en los ojos, le pidió que olvidara acciones anteriores, asegurándole que hundiría tantas galeras enemigas como pudiera alcanzar… (…)

Habían transcurrido tres horas desde el mutuo avistamiento, cuando don Juan, terminada la revista, volvía a la Real (…) el viento seguía soplando de Levante y permitía a los turcos aproximarse a vela, ahorrando el esfuerzo de sus remeros para la hora del combate y obligando, en cambio, a los cristianos, a un desgaste para forzar las líneas. Ese viento de Levante, repetimos, calmó de repente y en brusco contraste comenzó a soplar de Poniente, a favor de los cristianos, que así pudieron llevar cuatro galeazas a los puestos avanzados, unos tres cuartos de milla por delante de la línea.

En la formación cristiana, en línea de frente, el centro lo ocupaba la Real de don Juan de Austria, con las galeras de Colonna y Veniero a diestra y siniestra respectivamente, y la de su lugarteniente Luis de Requesens por la popa, de modo que iba bien escoltada, ya que se preveía sobre ella la mayor intensidad de los ataques turcos. A su bordo se habían levantado los bancos de los remeros para dejar más espacio a la tropa, que llegó a ser de 400 arcabuceros. La gente de remo también se había cambiado por otra de refresco procedente de una nao de transporte.

Era así. La Real, una verdadera fortaleza con la gente más escogida de los tercios y gran parte de voluntarios españoles, hidalgos o nobles en casi su totalidad, además de veteranos en el servicio de las armas. El gobierno de la galera y la defensa de la cámara de boga se confirió a Gil de Andrade, el cuartel de proa a Pedro Francisco Doria, la arrumbada a los maestros de campo Lope de Figueroa y Miguel de Moncada y a los castellanos Andrés Salazar y Andrés de Mera, el fogón a Pedro Zapata, el esquife a Luis Carrillo, la popa a Bernardino de Cárdenas, Rodrigo de Mendoza Cerbellón, Luis de Cardona, Luis de Córdoba, Juan de Guzmán, Felipe de Heredia, Ruiz de Mendoza y otros, siendo capitán de la galera Juan Vázquez Coronado, caballero del hábito de San Juan, navegante y de probado valor.

Las caballerescas costumbres de la época establecían que una vez consideraban los rivales formadas las líneas de combate, uno lanzaba un cañonazo de desafío, al que contestaba el enemigo con otro en señal de estar dispuesto a la lucha. Alí Pachá lanzó el reto al tiempo que desplegaba el sanjac o estandarte de seda, verde y ricamente decorado con la Media Luna y versículos del Corán. Don Juan se apresuró a responder con otro disparo, mientras en la popa de su galera ondeaba el estandarte azul de la Santa Liga… mediando solo dos millas entre ambas líneas.

En el cambio de viento de Levante a Poniente…. Los turcos debieron arriar velas y armar remos, con lo que dieron tiempo a la citada maniobra de las galeazas y a que Álvaro de Bazán se incorporara a la retaguardia. Hubo luego calma de mar y viento y un día luminoso contribuía al ambiente de extremada solemnidad ante el espectáculo indescriptible de unas 600 naves cubriendo buena parte de la anchura del golfo. (…)

Rectificada con gran habilidad maniobrera, toda la línea turca avanza impetuosa a impulsos de una boga arrancada que levanta muralla de espuma. Soldados y remeros otomanos gritan, vociferan, disparan arcabuces, hacen sonar cuernos y címbalos para dar rienda suelta a su excitación, comunicarse valor y asustar a los cristianos.

Del lado de estos el contraste era sobrecogedor. Dentro del más completo silencio y con solo el ritmo cadencioso de las paladas de los remos, a un toque de trompeta de la Real celebrase la citada ceremonia de la absolución general que todos recibieron de rodillas. Habían transcurrido pocos minutos desde que fuera mediodía, cuando los turcos ansiosos de combatir, habían hecho ya una nerviosa e ineficaz salva de artillería cuando el enemigo estaba todavía fuera de su alcance. Solo un disparo llegó a la galera de Juan de Cardona, rindiéndole el palo, cuando iba a transmitir órdenes a las galeazas. Una de estas recibe al furioso atacante con un disparo y los turcos sufren ya un primer momento de indecisión cuando el cañonazo de la galera de Duodo se lleva el gran fanal de la capitana del almirante turco, cerca del cual había estado momentos antes Alí Pachá, quien repuesto enseguida de la impresión, ordena proseguir la boga avante y su ejemplo será imitado por todo el cuerpo de batalla, recomponiendo así la línea de marcha contra la flota cristiana.

Este primer disparo del jefe de las galeazas fue la señal para que cuatro de ellas empezaran a vomitar una verdadera tempestad de hierro y fuego contra el centro y el ala derecha turca. Las otras dos galeazas del ala derecha cristiana, las de Cesaro y Pisano, quedaron fuera de la zona de acción porque Uluch Alí, al darse cuenta enseguida del peligro, maniobra para alejarse de su alcance, dejándolas sin cometido alguno. La acción de las galeazas hundió a dos galeras otomanas y produjo averías a cierto número de ellas. Antes de que los turcos se repusieran de la primera sorpresa, estas fortalezas flotantes habían cargado y disparado de nuevo. Varias galeras otomanas hicieron un intento de embestir a las galeazas, pero Alí Pachá les dio orden de retroceder por considerarlo un acto suicida y tener el propósito de ir directamente contra el centro de la Armada cristiana, dejando atrás a las galeazas, como así ocurrió. (…)

El ala izquierda

Por este tiempo, en el ala izquierda cristiana se combatía ya encarnizadamente. Las galeras sutiles de Siroco pretendían pasar entre el extremo de la línea cristiana y tierra, en una maniobra de envolvimiento, pero Barbarigo frustra en parte tales propósitos al no dejarles paso franco, obligándolas en algunos casos a varar en la playa, lo que aprovecharon varias tripulaciones otomanas para escapar tierra adentro. A los turcos les eran muy familiares aquellas aguas y rascando casi el fondo pudieron pasar una docena de galeras que atacó a la escuadra cristiana por retaguardia. En el extremo del ala más cercano a tierra quedó aislada y entre dos fuegos la galera de Barbarigo.

Trece galeras turcas atacaron a la capitana del veneciano, mientras que las otras de Siroco impedían a las cristianas el socorrerla. (…) Junto a él [Barbarigo] murieron sus diez oficiales y cuando ya parecía inmune a los ataques enemigos, una flecha le atravesó el ojo izquierdo. El bravo capitán quería continuar en su puesto y solo a la fuerza pudo ser llevado a la cámara. Entretanto los turcos, con nuevos refuerzos, penetraron en la galera veneciana hasta l altura del palo mayor, cuando e pronto surgió impetuosa la galera del valiente Giovanni marino Contarini, sobrino de Barbarigo, rechazando a los jenízaros hasta la arrumbada. También Contarini cayó herido de muerte y se hizo cargo del mando de la capitana Federico Nani, quien con singular inteligencia y valor reanudó el combate, pero los turcos la dominaban ya y entonces acudió en su ayuda la galera del conde Silvio di Porcia y otras dos.

En el ala izquierda cristiana, la máxima intensidad de la lucha continuaba en torno a la capitana, lucha que adquirió extremos de inusitada ferocidad por ambos bandos, en medio de arcabuzazos y una lluvia de flechas y piñas incendiarias. (…) Al agotar las flechas y entrar al abordaje, la inferioridad turca se hizo muy patente (…) Después de liberada la capitana veneciana, dos galeras fueron al asalto de la galera de Siroco, logrando rendirla. El propio siroco, herido varias veces, fue encontrado luego flotando sobre un madero todavía con vida y se le remató para ahorrarle sufrimientos. La derrota turca fue completa sin que pudiera escapar ninguna galera; las que no resultaron hundidas, incendiadas o varadas, fueron apresadas.

La lucha en el centro

En el centro, ya en contacto, la lucha todavía se mostraba indecisa y es donde alcanzaría superior intensidad y dureza. Al reconocerse por los estandartes y fanales la Real de don Juan y la sultana de Alí Pachá, ambos timoneles maniobran para legar al encuentro. Al estar próxima, la galera de Alí Pachá descarga su artillería contra la de don Juan, barriéndole la arrumbada. Contestó la galera española y sus disparos causaron grandes daños a la turca. Aquí se demostró cuan acertada había sido la previsora medida de cortar los espolones de las galeras cristianas, ya que mientras las turcas se veían obligadas a disparar cuando todavía estaban a distancia, las galeras cristianas sin estorbos a proa estaban en condiciones de abrir fuego en el último momento y en ángulo más bajo. (…)

El espolón de la turca penetra agresivamente hasta el cuarto banco de la Real, quedando trincadas ambas galeras proa con proa en un campo de batalla único donde los jenízaros no pueden evitar que por dos veces los soldados de Moncada y Figueroa lleguen al palo mayor de la galera turca, hasta que al recibir esta ayuda por la popa, consiguió rechazar a los españoles. El número de combatientes era aproximadamente el mismo en ambas galeras: cuatrocientos arcabuceros en la española y trescientos jenízaros y cien arqueros en la turca.

El siguiente asalto es de los jenízaros a la Real, tomando su arrumbada conducidos por el propio Alí Pachá, quien… quería capturar a toda costa a su rival y en ello tenía empeñadas diez galeras y dos galeotas que le enviaban por escalas a popa, tropas de refuerzo. A popa de la Real también estaban Requesens con dos galeras que hacían lo mismo. En cambio Veniero y Colonna, que con arreglo al plan de combate debían acudir en su ayuda, no pudieron hacerlo por impedírselo la lucha con otras.

(…) En los primeros diez minutos de abordaje, en la arrumbada de la Real cayeron muertos o heridos unos 75 de cien soldados y solo la oportuna intervención de Requesens acertó a salvar la situación. Como los turcos les estaban poniendo en grave aprieto, don Juan creyó llegado el momento de tomar la decisión de vencer o morir y tras dejar a un grupo de caballeros a la guardia del estandarte, espada en mano marchó por la crujía hacia proa, a tomar parte personal en la lucha, seguido de su Estado Mayor. (…) entonces Marcantonio Colonna, dándose cuenta de la dramática situación a bordo de la Real, hizo una descarga de arcabucería que derribó a muchos asaltantes turcos, embistiendo por la siniestra a la Sultana, a la altura del fogón y con tanto ímpetu que lo que quedaba del espolón llegó a la altura del tercer banco a partir del espaldar, en tanto Álvaro de Bazán, la abordaba por la otra banda, enviando al asalto a Pedro de Padilla con sus arcabuceros del tercio de Nápoles.

Don Álvaro de Bazán fue uno de nuestros insignes almirantes, no conociendo la derrota en el mar durante múltiples campañas. Murió preparando la Invencible en Lisboa en 1588.

Pertau Pachá acudió, a su vez, en ayuda de la Sultana y abordó a la galera de Colonna por la medianía. Veniero, tras haber puesto fuera de combate a una galera turca, quiso embestir también a la de Alí Pachá, pero le cortaron el paso otras dos galeras, asaltándole.

Es la fase culminante y va a decidirse la suerte de la lucha. El cuerpo de batalla es una masa infernal de hombres que se baten con furor de locos y cada galera es una verdadera carnicería. Aunque ambos bandos pueden considerarse igualados en número y bravura, al cabo de una hora de acción se veía que las armas de fuego cristianas eran más eficaces que las turcas. Por dos veces había sido arrasada la cubierta de la capitana turca en asaltos españoles, y las dos veces estos tuvieron que retirarse por la llegada de refuerzos de jenízaros procedentes de otras galeras que pasaban al contraataque. Entonces es cuando resultó decisiva la intervención de Álvaro de Bazán con las 30 galeras de la escuadra de socorro, previstas precisamente para actuar en momentos tan graves como aquél. (…)

En torno a la Real se suceden los ejemplos de heroísmo. Sebastián Veniero, pese a encontrarse gravemente herido en una pierna, continúa atacando sin descanso a la galera de Pertau Pachá que pretende huir, pero le corta la proa Lomellini y Juan de Cardona lo alcanza y asalta cuando, falta de medios de defensa y gobierno podía decirse que era un pontón. Pertau Pachá, ante la imposibilidad práctica de continuar la defensa, salta a una fragata con la espalda quemada por una piñata incendiaria y huye, al tiempo que ocupa la nave turca Orsini, quien resulta herido por flecha en una pierna. Al observar la rendición de la galera de Pertau, el intrépido Veniero se dirige a otra parte y conquista dos galeras más. Cerca estaba la capitana de Génova, donde iba el príncipe de Parma, Alejandro Farnesio, quien saltó a una galera turca seguido del soldado español Alfonso Dávalos, y palmo a palmo la hicieron suya.

Colonna acudió en ayuda de Contarini, embistiendo con tanta fuerza a la galera turca que le atacaba que le abrió una gran brecha en el costado, hundiéndola rápidamente. En luchas parciales el bey de Túnez es vencido por la galera pontificia Eleusina, en tanto que otra pontificia, la Toscaza, rompe la palamenta a Mustafá Esdri y en rápida maniobra apresa a esta galera que llevaba los fondos de la armada otomana y era la antigua capitana de [papa] Pío IV capturada por los turcos en Djerba diez años antes.

En el ala izquierda todavía combaten sañudamente dos galeras, una es la capitana del terrible Kara Yussuf y la otra la Grifona, de Gaetano que se apodera de la turca.

(…) El desenlace aunque se vislumbrara ya claramente favorable a la armada de la Liga, iba a decidirse por último a través del persistente duelo entre la Real y la Sultana, propicio a la primera, en buena parte gracias al auxilio prestado por Álvaro de Bazán al mandar una oleada de tropa de refresco que invadió la galera de Alí Pachá con la furia de un huracán, conquistándola definitivamente. (…) jamás se ha sabido de modo cierto si [Alí Pachá] murió en combate o ahogado.


El combate adquirió mayor crudeza en la cubierta de las dos naves capitanas, La Real y La Sultana. Los capitanes y generales españoles combatieron con ardor como un soldado más. Ilustración de Juan Luna y Novicio.

Uluch Alí pone en peligro el triunfo

La victoria cristiana se había logrado desde luego, en el centro y en el ala izquierda, pero en el ala derecha Juan Andrea Doria y Uluch Alí se habían limitado a observarse y desarrollar movimientos tácticos. Luego Uluch Alí al ver cuanto espacio quedaba entre él y el cuerpo de batalla cristiano, de repente viró al norte, arrumbando hacia la parte derecha del citado cuerpo de batalla que estaba sin protección. La primera galera cristiana al paso de Uluch Alí fue precisamente la capitana de Malta [que remolcaba a cuatro galeras turcas que había capturado] mandada por Giustiniani, viejo enemigo de los corsarios argelinos, herido antes dos veces por Uluch Alí en encuentros personales. Este…. se lanzó rápidamente sobre él… con otras seis galeras argelinas. Las fuerzas argelinas estaban descansadas, pues no habían intervenido en los combates; en cambio las de la galera maltesa y otras dos de la misma escuadra que acudieron en su ayuda llevaban ya bastantes horas de dura e intensa brega.

Al ver este ataque, Álvaro de Bazán y don Juan de Austria abandonaron sus presas y acudieron en auxilio de las galeras atacadas por los argelinos…. Hasta las tres de la tarde la escuadra de Uluch Alí, compuesta por 93 unidades, atacó a una veintena de cristianas, hundiendo rápidamente a seis y otras cuantas hubieran seguido la misma suerte de no acudir primero con siete galeras Cardona, que resultó herido por flecha y arcabuz, como 450 de los 500 hombres a bordo de la capitana. Entonces se hizo notar una vez más la activa y valiente participación de Álvaro de Bazán, siendo de notar que una de las galeras de apoyo era la Marquesa, donde se batió ejemplarmente Miguel de Cervantes. (…)

Al presentarse don Juan de Austria con doce galeras y Andrea Doria con todas las del ala derecha, Uluch Alí se retiró abandonando las presas, pero llevándose el estandarte de los caballeros de Malta cogido a Giustiniani. En su huida aprovechó el viento que había vuelto a soplar del este, marchando hacia Prevesa con trece galeras. Se intentó darle alcance, pero el agotamiento de las tripulaciones era tan grande que no pudo exigírseles ya nuevos esfuerzos. Otras 33 galeras y galeotas turcas huyeron hacia Lepanto y las restantes fueron apresadas. Uluch Alí se retiró también por comprender que la batalla principal la habían perdido.

Al entrar a bordo de la capitana de Malta los hombres enviados por Álvaro de Bazán encontraron tendidos en cubierta los cuerpos de casi 500 turcos y cristianos. Entre los heridos, aunque grave, Giustiniani: después de varios meses en un hospital de Roma, volvió a la lucha contra los argelinos.

III parte: Después de la batalla


A las cuatro de la tarde pudo considerarse prácticamente terminada la batalla, aunque todavía hubiera muchas galeras cristianas ocupadas en dar caza a otras turcas que trataban de escapar solitariamente. La victoria de la Armada de la Santa Liga fue ya completa. Las pérdidas cristianas se estimaron en 15 galeras, 7650 muertos y 7784 heridos. Las turcas fueron enormes: 15 galeras hundidas, 190 capturadas, 30 mil muertos y 8 mil prisioneros, liberándose a 12 mil esclavos cristianos de las galeras turcas. Hubo muy pocos prisioneros por motivo de las crueles costumbres de la época. Por todas partes se veían restos de naves, cadáveres flotantes y extensas manchas de sangre. Algunas de las galeras apresadas se incendiaron al no haber posibilidad de remolcarlas a causa de sus grandes averías.

A bordo de las galeras cristianas los cirujanos trabajaban sin descanso para salvar a cientos y cientos de heridos. Los marineros y soldados se ocupaban de la reparación de cascos y aparejos. A la puesta del sol asomaron negros nubarrones, anunciadores del mal tiempo, y la flota cristiana marchó rápidamente a fondear en el puerto de Petala (…) Los soldados y remeros que no estaban heridos, quedaron exhaustos de la larga lucha y furiosa boga. A medianoche alcanzaron el fondeadero y todos los capitanes que no tenían impedimento físico para hacerlo se trasladaron a la galera Real, a felicitar a don Juan y a celebrar la victoria. A la gente se le dieron raciones extraordinarias de vino y de comida.

Amparado en la oscuridad y cerrazón de horizontes por causa de la lluvia, Uluch Alí consiguió deslizarse hasta el puerto de Lepanto con sus dieciseis galeras, pero estas y otras trece que se acogieron al mismo refugio estaban en tan malas condiciones que ordenó su destrucción para evitara que luego pudieran caer en manos del enemigo.

En muchos barcos turcos [capturados] se obtuvieron ricos botines. Entonces era corriente, sobre todo entre turcos, llevar consigo todo lo de valor. En la galera de Alí Pachá se encontraron 150 mil cequíes turcos de oro, sedas y mercaderías lujosas, y en la de Kara Kodja 50 mil cequíes y 100 mil ducados venecianos de oro que él antes había capturado a varios barcos mercantes cristianos.

A la hora de repartir el botín hubo sus más y sus menos con los venecianos, sobre todo. El inventario de lo apresado fue: 117 galeras útiles, 13 galeotas y fustas, 117 cañones gruesos, 17 pedreros, 256 piezas menores y 3486 esclavos turcos. Según las estipulaciones del pacto [firmado en Roma el 25 de mayo de 1571] a España le correspondía la mitad, y la otra mitad era para Venecia y la Santa Sede. Y don Juan como diezmo de las presas adjudicadas a venecianos y pontificios, recibió 6 galeras y 174 esclavos.

El mérito principal de la victoria estuvo en el mando. Don Juan de Austria demostró en todo momento ser digno de la alta responsabilidad que tenía y su táctica resultó acertadísima. Hasta los propios venecianos acabaron reconociéndolo así. El plan de combate se desarrolló a la perfección y fielmente, con la salvedad de Andrea Doria, que actuó por su cuenta. En cuanto a heroísmo, puede decirse que fue general, tanto en las tropas veteranas como bisoñas, y entre estos debe citarse al joven príncipe de Parma [Alejandro Farnesio] que además de abordar una galera turca… tuvo una docena de encuentros personales antes de ser herido y caer al agua, para ser salvado luego. En las fiestas de la noche de la victoria se pudo comprobar que uno de los soldados que lucharon con más bravura se trataba de una mujer. Por ello, se le concedió plaza en el Tercio de Lope de Figueroa.

La referencia bibliográfica donde está, hoy día seguramente inencontrable, es la siguiente: Revista "Historia y Vida", extra número 15: "Hechos de armas de la marina española". Editada en Barcelona en 1978. El artículo al que nos referiremos se titula "Lepanto, la gran victoria sobre los turcos", páginas 18 a 41, del historiador José Maria Martínez Hidalgo, experto en historia naval

El Fanal de la Capitana turca así como otros muchos que conquistó D. Alvaro de Bazaón pueden verse en el Palacio del Viso del Marques, sito en la localidad de Viso del Marques en Ciudad Real, lugar donde se halla el archivo histórico de la Marina Española, un palacio construido por D. Alvaro de Bazán en estilo renacentista italiano, con unos frescos maravillosos en su mayoria conservados, y como dice la copla popular en mi tierra "El señor Marqués se hizo un palacio en El Viso, porque pudo y porque quiso"

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 00:29

Asedio de MONS


En 1572 se produjo, en los comienzos de la Guerra de los Ochenta Años, la toma por sorpresa de la ciudad flamenca de Mons por los hugonotes franceses liderados por el holandés Luis de Nassau. Los tercios españoles de Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, tras poner sitio a la ciudad y derrotar a las fuerzas de Guillermo de Orange que se acercaban a socorrerla, conseguirían su rendición.

Í
El 23 de mayo de 1572 Luis de Nassau llegó a Mons junto con Mos de Genlis y con 1.000 soldados de infantería y 500 de caballería, que acamparon en las inmediaciones de la ciudad. Tras averiguar los horarios de apertura de las puertas de Mons, al día siguiente, 50 dragones con Luis de Nassau al frente penetraron en la ciudad; tras ellos entró el grueso del ejército, que venciendo a la guarnición española defensora tomó el control de la villa. Tres días después llegarían 2.000 soldados franceses más y pocos días más tarde el conde Montgomery con otros 1.300 de infantería y 1.200 de caballería.

Fernando Álvarez de Toledo, gobernador de los Países Bajos en nombre de Felipe II de España, envió a su hijo Don Fadrique con 4.000 soldados de los tercios españoles, a sitiar Mons.

Mientras tanto, Guillermo de Orange había reclutado en Alemania un ejército de 14.000 soldados de infantería y 3.000 de caballería. El 7 de julio cruzó el Rin, entrando en los Países Bajos.

Adrien de Hangest, señor de Genlis,​ enviado a Francia por Luis de Nassau, volvió hacia Mons con un ejército de 10.000 hugonotes franceses. Las órdenes de Luis de Nassau eran que Genlis debía unir sus fuerzas a las de Guillermo de Orange. A mediados de julio Genlis cruzó la frontera de Francia y llegó a 10 km de Mons.

Fadrique, enterado de su llegada, avanzó hacia él con 4.000 soldados de infantería, 1.500 jinetes y 3.000 lugareños levados para la ocasión. Noircames, al mando de la caballería española, cargó contra el ejército francés, seguido por la infantería; los hugonotes fueron contundentemente derrotados: Genlis fue hecho prisionero, 1.200 franceses resultaron muertos en el enfrentamiento y los demás dispersados; en los días siguientes muchos de éstos serían asesinados por los lugareños. En torno a 100 conseguirían entrar en Mons.

Guillermo de Orange avanzó por el interior del país. El 23 de julio, tras tomar Roermond, sus tropas se amotinaron, negándose a seguir avanzando hasta que se les hubieran satisfecho las pagas atrasadas. El 27 de agosto, con las garantías de pago de algunas ciudades de Holanda, cruzaron el Mosa, avanzando por Diest, Termonde, Oudenaarde y Nivelles.

Pensó el duque que la tarea más urgente, quizá para frenar el avance de posibles apoyos franceses, era recobrar Mons y envió a dos de sus hijos, don Fadrique y don Rodrigo de Toledo, junto con el maestre de campo Chiapino Vitelli. Se fortificaron en un caserón a media milla de Mons y comenzaron a tener escaramuzas con las tropas rebeldes resultando heridos tanto don Rodrigo de Toledo como don Chiapino Vitelli, este último de un arcabucazo en la pierna.

<<Ese mismo día salieron algunas mujeres de Mons a espiar en nuestros cuarteles, y don Fadrique mandó les cortasen las faldas por encima de la rodilla, enviándolas a la villa de esta suerte,que es el castigo que la nación española da a las mujeres cuando se emplean en reconocer y espiar la gente de guerra>>.


Este liviano castigo, la pena de muerte que se imponía por violación o agresión a mujeres -incluso durante los ataques- y el empeño que en los asaltos se ponía en recoger a las mujeres y niños y llevarlos a la iglesia poniéndoles guardia para su protección, contrastan fuertemente con la pertinaz presencia en los grabados de Franz Hogemberg de algún enajenado con un hacha -que, por cierto, no era arma común entre españoles- empeñado en descuartizar a algún crío o mujer.

A pesar de todo, el almirante y caudillo protestante Coligny mandó desde Francia más refuerzos para liberar el sitio que los españoles intentaban imponer a la ciudad.

[i]<<Sabido por don Fadrique aquel día la venida de los hugonetes, cuyo número referían todos los avisos en una misma conformidad ser diez mil infantes y dos mil caballeos, se resolvió en levantar su campo y caminar la vuelta del enemigo, con no tener más de treinta y dos banderas, que serían cuatro mil infantes y poco más de mil caballos [...] al frente de este escuadrón llevaban gastadores a Chiapin Vitelli tendido en unas andas sobre un colchón, por causa de su herida[/i]>>.


La retaguardia quedaba a cargo de la caballería de don Bernardino de Mendoza para impedir los posibles ataques que les lanzasen desde la ciudad.

Al ver a la vanguardia de arcabuceros reales entablar escaramuza con sus hombres y no alcanzando a ver el escuadrón central de las tropas de don Fadrique, que marchaba por un paso estrecho en un bosque cercano, mandó el señor de Genlís cargar 4.000 hombres contra los españoles.

<<Y así, salieron de la aldea en muy buena orden con las banderas tendidas y mucha resolución, gritando Francia, victoria>>.

Más le hubiera valido al señor de Genlís intentar la entrada en Mons para socorrer a los sitiados, que era para lo que allí se hallaba. La derrota de los soldados del señor de Genlís no fue mayor sólo porque la oscuridad de la noche dificultó a los españoles coninuar con la degollina de los soldados franceses.

Murieron en la batalla cerca de 1.000 franceses y quedaron prisioneros otros 600, sesenta nobles y el señor de Genlís entre ellos. Algunos de los nobles fueron ahorcados, siendo el resto encerrados en las fortalezas junto con los soldados. Aquellos que lograron escapar del escenario de la lucha fueron degollados o hechos prisioneros por los campesinos de la tierra, que llegaron a capturar a más de 4.000 en los días siguientes. El honor de llevar la nueva de la batalla a Felipe II recayó por el valor demostrado en la contienda en el capitán Francisco de Bobadilla, hijo del conde Puñonrostro.

El duque de Alba pudo, por fín, trasladarse a Mons para dirigir en persona el ejército, asentando sus reales frente a la ciudad a primeros de septiembre de 1572. Reaccionó con ello el príncipe de Orange, que se hallaba en la frontera con Alemania, y resolvió ir al socorro de los que se habían hecho fuertes en Mons cruzando el Rin y el Mosa con 11.000 infantes alemanes y 6.000 caballos.

Intentaron tomar el pequeño castillo de la villa de Weert que se les resistió pese a que el capitán Zayas, a su cargo, contaba sólo con una treintena de hombres para su defensa,

<<en que pelearon las mujeres de los soldados del castillo con la osadía que lo hacían sus maridos>>.

La heroica resistencia de los españoles de Weert restrasó en más de un mes la marcha del de Orange, dando así tiempo a que se cerrase finalmente el cerco impuesto a Mons por los hombres del duque de Alba.

Dada la fuerza del ejército del de Orange se veían obligadas las ciudades a abrirle las puertas a su paso aunque alguna, como Lovaina, evitó la entrada de las tropas de Orange en la ciudad a cambio de víveres. En el trayecto tomó las villas de Diest, Terramunda, Ooudenarden, Tilemont y Malinas. A su paso fue el de Orange arrasando templos y ensangrentando la tierra, ensañándose con los católicos, a lo que los ejércitos leales comenzaron a responder.

De esta forma, por la crueldad innecesaria de Guillermo de Orange contra los católicos, se vio envuelta la generalidad de la población en esta guerra. La contienda abarcaba las costas, hostigadas por Lamey; la frontera con Alemania, atacada por Berghes; la frontera con Francia por Luis de Nassau y el interior del país por Guillermo el Taciturno. Llegó el príncipe de Orange a las cercanías del campamento de los tercios españoles el mediodía del 9 de septiembre. Durante el resto del día se limitaron ambos campamentos a intercambiar contundentes cañonazos.

Al día siguiente comezó el ataque del de Orange contra un ala del ejército real. Fue rechazado por los arcabuceros españoles, entre los que se hallaban el mismo don Fadrique, el duque de Alba y el de Medinaceli

<<tan adelante, que cualquiera, viéndolos en lugar tan peligroso, hiciera con más razón juicio del ser soldados muy arriesgados que no generales>>.

No quiso el duque continuar tras ellos por no desguarnecer el sitio sobre Mons que era la empresa que perseguía. Días más tarde, en una encamisada, varios cientos de españoles penetraron en el campamento enemigo causándoles 300 muertos. Sesenta de los nuestros cayeron por no obedecer la orden de retirada y cebarse en el combate.

Una noche se recibió en el campamento español la noticia de la famosa matanza de hugonetes en Francia, a noche de San Bartolomé. [...] Lo celebraron los españoles pues había muerto algunos de sus más destacados enemigos, como Coligny, que había mandadoo las tropas de refuerzo a las que derrotó don Fadrique. Con las ruidosas celebraciones y festejos de los soldados del de Alba se extendió la noticia al campamento de Guillermo de Nassau que, viendo que no recibirían más tropas de apoyo, decidió retirarse a Malinas, abandonando a su hermano Luis, sitiado en Mons, a su suerte.

En su huida le persiguieron 800 españoles de a caballo que, atacando en la noche, le causaron más de 400 bajas y le hubieran capturado a él mismo de no ser por el oportuno aviso de una perrilla con la que dormía. El 23 de septiembre la ciudad de Mons fue entregada. Sabedor de que no recibiría más refuerzos, Luis de Nassau capituló y se volvió a las posesiones de su familia Dillemburg, abandonando Flandes.

Se recobraron después con rapidez Ooudenarden, Terramunda y Tilemont, poniéndose las tropas del de Alba sobre Malinas, donde se hallaba el de Orange con su ejército, que al saberlo decidió abandonar la ciudad y Flandes. Durante su retirada le fue hostigando don Juan de Mendoza, que tomó la ciudad de Diest, donde el ejército rebelde pretendió hacerse fuerte.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 00:57

El Sitio de HAARLEM


El asedio de Haarlem tuvo lugar entre diciembre de 1572 y julio de 1573 en el marco de la guerra de los Ochenta Años. Fue llevado a cabo por Don Fadrique, hijo del tercer duque de Alba, gobernador de los Países Bajos y comandante del ejército español.

Tras la toma de Brielle y Flesinga por los mendigos del mar en abril de 1572, la ciudad tardó un tiempo en unirse a la rebelión contra Felipe II debido a la reticencia de los funcionarios, aunque finalmente el 4 de julio de 1572 se puso a favor del príncipe de Orange.

Durante la campaña que ese otoño de 1572 llevó a cabo por don Fadrique de Toledo, la ciudad de Zutphen fue tomada el 17 de noviembre y sus habitantes fueron asesinados por las tropas españolas. El 1 de diciembre le tocó el turno a Naarden que sufrió la misma suerte.

La ciudad de Ámsterdam que todavía era leal a Felipe II, hizo llegar a Haarlem el mensaje de que era posible llegar a una solución negociada con don Fadrique, por lo que la ciudad envió una delegación de cuatro miembros a iniciar las negociaciones. El gobernador de la ciudad, convenció a la milicia de permanecer fiel a Guillermo de Orange y substituyó a la administración de la ciudad por personajes afines a Guillermo. Cuando la delegación enviada a Ámsterdam volvió, se les condenó por traición y fueron enviados al príncipe Guillermo.

Don Fadrique de Toledo pasó después a Amsterdam (después del saco de Malinas), ciudad que había permanecido fiel a los nuestros pese a no contar con guarnición que asegurara su fidelidad y a la rebelión generalizada que había tenido lugar en toda Holanda. Seguidamente entabló conversaciones con Haarlem para poner allí guarnición española pues, al contrario que Amsterdam, se había inclinado del bando rebelde por un tiempo.

Fueron estos parlamentos tan sólo una maniobra dilatoria por parte de los de Haarlem que consiguieron así tiempo suficiente para recibir abundantes tropas y vituallas que les bastaran para resistirse a las tropas de don Fadrique. Sabido el engaño

<<A la nueva de mudanza tan impensada se encendió fieramente de enojo don Fadrique de Toledo, y mucho más el duque su padre, que recibió luego el aviso en Bruselas. No fue mayor la detención. Movió Fadrique al mismo punto el ejército real, y avanzándose hacia Haarlem, se preparó con resolución para cercarle>>.

Tras conquistar unos pasos intermedios llegó a Haarlem el 12 de diciembre. Falto de municiones y vituallas tuvo nuestro ejército la suerte de recibir la noticia de la llegada del señor de Lumay con 3.000 hombres de refuerzo para los rebeldes de la villa. Sin tardanza fueron contra ellos y, debido a una espesa niebla,

<<acertó a dar con sólo la vanguardia de la arcabucería sobre el socorro antes que le pudiesen descubrir, de que degolló la mayor parte, casi sin pérdida, tomándose ocho banderas, cuatro piezas de campaña y todos los carros de munición y vituallas que traían>>.

Con las provisiones y municiones arrebatadas al enemigo se dispuso don Fadrique a la expugnación de la ciudad.

El 18 de diciembre comenzaron los cañones a batir contra las murallas y se preparó un estrecho puente sobre el hielo que les sería necesario en el ataque. Al ir a ser reconocida la resistencia del puente por el capitán Francisco de Vargas con 150 arcabuceros españoles

<<No esperó la demás infantería a recibir las órdenes, mas antes de tiempo, que aún no era razonado para el asalto, se adelantó arrojadamente [...] y sobrepujando en ellos el ímpetu a la disciplina, de suerte se desordenaron, que unos impedían a otros, y no podían pasar adelante; porque no era tanta la brecha que pudiese alcanzar el puente. Llovía entretanto de la ciudad una fiera tempestad de mosquetazos, de fuegos, y de balas gruesas contra ellos, detenidos al descubierto con los escuadrones sobre el labio del foso, y hechos blanco muy de cerca a las heridas que recibían. Despeñábalos de suerte el furioso ardor del asalto, que perdiendo la obediencia de sus capitanes, no querían retirarse>>

hasta que llegó el maestre de campo Julián Romero, por el que los soldados sentían gran estima y admiración, y les convenció de que cesasen su absurdo empeño. Dejaron en su retirada más de 200 cadáveres de entre los más aguerridos españoles de loos tercios viejos. Por su parte a Julían Romero <<la charla>> con sus soldados le costó perder un ojo de un arcabucazo que le dieron desde la ciudad.

Desengañados de la posibilidad de tomar la ciudad por asalto, comenzaron a hacerse a la idea los hombres de don Fadrique de lo largo del asedio que se avecinaba. En este cerco vivían peor los sitiadores que los cercados. Mientras era de todo punto imposible la entrada de tropas de refresco y vituallas que mandaba el de Orange desde Leiden a la ciudad, los soldados españoles sufrían la escasez de alimentos a la intemperie en el crudo invierno holandés.

Cometieron el error los sitiados de colgar de las almenas varios cadáveres de españoles. Comenzaba de esta forma una escalada de provocaciones que habría de ser la perdición de los cercados. Los españoles respondieron lanzando eal interior de la fortaleza cabezas cortadas acompañadas de diversos mensajes que decían:

<<cabeza de Filipo Coninx, que vino con dos mil hombres a libertar a Haarlem; cabeza de Antonio Pictor, el que entregó la ciudad de Mons a los franceses>>.

Contestaron los de Haarlem lanzando 12 cabezas cortadas como mensaje de que no eran rácanos a la hora del pago del impuesto de la décima. Colocaban imágenes de santos sobre los muros para que recibieran los balazos de los españoles y representaban también parodias burlescas de sacerdotes y monjas en los muros.

Morían muchos españoles en los repetidos intentos de asalto, entre ellos bravos capitanes, llegando a hacer pensar a don Fadrique en la inutilidad de la empresa y en la conveniencia de abandonarla. El duque de Alba, que de ello tuvo noticia, envió un mensaje a su hijo que decía:

<<que si alzaba el campo sin rendir la plaza, no le tendría por hijo; que si moría en el asedio, él iría en persona a reemplazarle, aunque estaba enfermo y en cama; y que si faltaban los dos, iría de España su madre a hacer en la guerra lo que no había tenido valor o paciencia para hacer su hijo>>.

Seis meses duraron los asaltos fallidos, las escaramuzas y las penurias del campo de don Fadrique hasta que, finalmente, el príncipe de Orange en persona intentó ir a socorrer a los sitiados. Estos, de tanto en tanto, recibían socorros por tierra o por mar gracias al empleo de palomas mensajes mediante las que daban a conocer la localización del lugar del encuentro. Tuvo la fortuna un hambriento soldado español de cazar una de estas palomas para cómersela, cayendo así los nuestros en la cuenta del próximo refuerzo a los sitiados que se fraguaba.

Atacó don Fadrique al de Orange causándole 3.000 bajas y tomándole todas las banderas, la artillería y más de 300 carros de municiones y vituallas que de mucho servirían en el campamento español. Teniendo noticia de lo ocurrido, tres días más tarde los sitiados se rindieron sin condiciones. Siguiendo las órdenes de su padre, don Fadrique pasó por las armas sólo a los valones, franceses e ingleses -2.300 entre soldados y mandos-, respetó las vidas de los soldados naturales de la región exhortándoles a no servir en contra del rey y ahorcó a varios principales de la ciudad.

Durante el sitio murieron en total 4.000 hombres del ejército de don Fadrique y 13.000 protestantes. De la dureza del asedio da una idea el que tanto don Fadrique como don Rodrigo de Toledo resultaron heridos así como don Gonzalo de Bracamonte y Julián Romero, todos los caudillos principales del ejército español

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 01:35

El Sitio de CASTELNUOVO


El asedio de Castelnuovo se produjo entre el 18 de julio y el 7 de agosto de 1539 en el contexto de la lucha por el mar Mediterráneo durante las Guerras habsburgo-otomanas. Castelnuovo, actual Herceg Novi, en Montenegro, había sido tomada por tropas de los tercios del ejército español el año anterior durante la campaña de la Liga Santa contra el Imperio otomano. La localidad amurallada fue sitiada por tierra y mar por un poderoso ejército otomano dirigido por Jeireddín Barbarroja, quien ofreció una rendición honorable a las tropas defensoras. Sin embargo, esta fue rechazada por el comandante español Francisco de Sarmiento y por sus capitanes a pesar de que eran conocedores de que la flota cristiana, derrotada en la batalla de Préveza, no podría acudir en su auxilio.

Durante el asedio las fuerzas hispanas ofrecieron una enconada resistencia y causaron numerosas bajas a los otomanos. A pesar de todo, después de tres semanas de continuos asaltos, Castelnuovo cayó ante los sitiadores y casi todos los españoles, incluido Sarmiento, murieron defendiéndola. La pérdida de esta plaza fuerte puso fin al intento de los poderes cristianos de retomar el control del Mediterráneo oriental. La valentía demostrada por los soldados de los tercios españoles fue elogiada en toda la Europa cristiana y se convirtió en tema de numerosos poemas y canciones.

En 1538 la principal amenaza para la cristiandad en Europa era el expansionismo del imperio otomano. Los ejércitos del sultán Solimán el Magnífico habían sido detenidos en Viena en 1529. En el mar Mediterráneo, una ofensiva cristiana trató de contrarrestar el peligro de una gran flota turca en 1535, cuando una poderosa armada al mando de Don Álvaro de Bazán y de Andrea Doria capturó Túnez y expulsó al almirante otomano Jeireddín Barbarroja de las aguas del Mediterráneo occidental.

El almirante turco fue requerido por la Sublime Puerta en Constantinopla donde fue nombrado comandante de una gran flota con la que debía llevar a cabo una campaña contra las posesiones de la República de Venecia en los mares Jónico y Egeo. En el transcurso de la misma Barbarroja tomó las islas de Siros, Egina, Ios, Paros, Tenos, Kárpatos, Kasos, Naxos y puso bajo asedio Corfú.

Asimismo, saqueó las ciudades italianas de Otranto y Ugento así como la fortaleza de Castro, en la provincia de La República de Venecia, asustada por la pérdida de sus posesiones y la ruina de su comercio, puso en marcha una vigorosa campaña diplomática destinada a crear una Liga Santa para recuperar los territorios y expulsar del mar a las naves otomanas.​

En febrero de 1538, el papa Paulo III consiguió que se pusiera en marcha una liga católica compuesta por la propia Santa Sede, Venecia, el imperio español, el archiducado de Austria y los caballeros de Malta. La flota aliada debía sumar doscientas galeras y otros cien barcos auxiliares, en los que debían embarcar un ejército de 50 000 soldados de infantería y otros 4500 de caballería. Sin embargo, solo se pudo reunir una fuerza de 130 galeras y un ejército de unos 15 000 hombres, la mayoría españoles.

El mando de la flota lo ostentaría oficialmente el genovés Andrea Doria, aunque Vicenzo Capello y Marco Grimaldi, comandantes de las flotas del papado y Venecia, respectivamente, dirigían casi el doble de naves que Doria. El comandante del ejército era Ferrante I Gonzaga, virrey de Sicilia.
Jeireddín Barbarroja derrota a las naves de la Liga Santa dirigidas por Andrea Doria en la batalla de Préveza (1538).

El desacuerdo entre los distintos comandantes de la heterogénea fuerza cristiana disminuyó su efectividad contra un oponente experimentado como era Barbarroja. Ello quedó demostrado en la derrota católica en la batalla de Préveza, librada en el golfo de Arta en el mar Jónico. A pesar de este revés, la flota de la Liga Santa apoyó el desembarco de la infantería en la costa de Dalmacia y conquistó Castelnuovo,​ una pequeña localidad costera con una estratégica fortaleza a medio camino entre las posesiones venecianas de Cattaro y Ragusa en la región conocida como Albania veneciana. Tras este éxito, Venecia reclamó la posesión de la plaza fuerte, pero el rey Carlos I de España, cuyas tropas la habían tomado, se negó a cederla. Este desacuerdo puso punto final a la efímera Liga Santa.

Castelnuovo fue guarnecida con unos 4000 hombres, la mayor parte de ellos pertenecientes a un tercio español, una unidad de soldados veteranos dirigidos por el experimentado maestre de campo Francisco Sarmiento de Mendoza. Este tercio, renombrado para la ocasión como Tercio de Castelnuovo, estaba compuesto por quince banderas —compañías— pertenecientes a otros tercios, entre ellos el Tercio Viejo de Lombardía, desmovilizado el año anterior tras un motín por la falta de pagas.

Los quince capitanes de las banderas eran Machín de Munguía, Álvaro de Mendoza, Pedro de Sotomayor, Juan Vizcaíno, Luis Cerón, Jaime de Masquefá, Luis de Haro, Sancho de Frías, Olivera, Silva, Cambrana, Alcocer, Cusán, Borgoñón y Lázaro de Corón. La guarnición también incluía 150 unidades de caballería ligera, un pequeño contingente de soldados y caballeros griegos mandados por Ándres Escrápula y algunas piezas de artillería del capitán Juan de Urrés y sus quince artilleros.​ El capellán de Andrea Doria, llamado Jeremías, también se quedó en Castelnuovo junto a cuarenta clérigos y comerciantes y fue nombrado obispo de la localidad.

Esta importante fuerza fue desplegada en Castelnuovo porque se pretendía que la localidad fuera una cabeza de playa para una gran ofensiva contra el corazón del imperio otomano en los Balcanes. Sin embargo, el destino de esos hombres dependía enteramente del apoyo de la flota y esta había sido derrotada por Barbarroja en Préveza antes de la toma cristiana de Castelnuovo. Además, Venecia se retiró enseguida de la Liga Santa después de aceptar un desventajoso acuerdo con los turcos. Sin las naves venecianas, la flota aliada no tenía nada que hacer contra Barbarroja, quien para entonces contaba con la ayuda de otro experimentado militar, Turgut Reis.

El sultán Solimán el Magnífico ordenó a Jeireddin Barbarroja que reorganizara y rearmara su flota durante el invierno y que la tuviera lista para operar en primavera de 1539. A bordo de las naves turcas embarcaron 10 000 soldados de infantería y 4000 jenízaros, las tropas de élite del imperio otomano, como refuerzo de las tropas de las galeras. De acuerdo con las órdenes recibidas, las fuerzas de Barbarroja, que sumaban alrededor de 200 barcos y 20 000 combatientes, establecerían un bloqueo de Castelnuovo por mar al tiempo que las tropas del gobernador otomano de Bosnia, un persa llamado Ulamen, asediaría la fortaleza por tierra al mando de 30 000 hombres.

Mientras tanto, el comandante español Sarmiento empleó los meses previos al asedio en mejorar las defensas de la plaza fuerte con la reparación de las murallas y los bastiones, además de construir nuevas fortificaciones. Ante la falta de medios para llevar a cabo todas las operaciones que pretendía, las fuerzas españolas pidieron refuerzos. El capitán Alcocer viajó hasta España con instrucciones de pedir ayuda, al igual que Pedro de Sotomayor en Sicilia y el capitán Zambrana en Bríndisi, todo en vano. Andrea Doria, que se hallaba en Otranto con 47 galeras imperiales y 4 maltesas, recibió noticias de la situación en Castelnuovo pero decidió que sus fuerzas eran muy escasas e hizo llegar un mensaje a Sarmiento en el que le recomendaba que se rindiese.

En junio Barbarroja envió treinta galeras a bloquear la entrada del golfo de Cattaro. Los barcos arribaron a Castelnuovo el 12 de junio y desembarcaron mil soldados con la intención de encontrar agua potable y capturar soldados españoles o paisanos para obtener información de la plaza fuerte.

Los españoles supieron de su llegada y Sarmiento ordenó intervenir a tres compañías bajo mando del capitán Machín de Munguía y a la caballería de Lázaro de Corón. El choque de los dos bandos se produjo antes del almuerzo y tras un encarnizado combate las tropas otomanas se vieron forzadas a huir a sus barcos. A pesar de ello, regresaron esa misma tarde y en esa ocasión el mismo Sarmiento, que los esperaba junto a los capitanes Álvaro de Mendoza, Olivera y Juan Vizcaíno y 600 hombres, las derrotó causando trescientos muertos y capturando treinta hombres a los turcos. El resto escaparon a los barcos.

Barbarroja llegó a Castelnuovo el 18 de julio al frente del grueso de sus fuerzas y de inmediato comenzó a poner en tierra hombres y artillería. Unos días después llegó Ulamen y su numeroso ejército. Los zapadores otomanos pasaron cinco días cavando trincheras y construyendo rampas para 44 cañones pesados de asedio, además de allanar los campos que rodeaban la fortaleza para facilitar las maniobras militares.​ Castelnuovo también fue bombardeada desde el mar por diez cañones embarcados en galeras.

Mientras tanto, los tercios españoles realizaron varias salidas de contraataque para obstaculizar los trabajos de cerco y causaron numerosas bajas, entre ellas la de Agi, uno de los capitanes favoritos de Barbarroja.​ Otra salida de ochocientos soldados españoles sorprendió a varias unidades de jenízaros que intentaban asaltar los muros de la fortaleza y mataron a casi todos y dejaron el lugar repleto de cadáveres turcos. Cuando Barbarroja fue informado de este desastre reprendió con dureza a sus capitanes porque reponer esos soldados era extremadamente difícil. Por ello, prohibió las escaramuzas para intentar evitar una nueva derrota.

El gran asalto

El 23 de julio el ejército de Barbarroja estaba listo para iniciar un asalto a gran escala y su artillería presta a echar abajo los muros de Castelnuovo. Con su clara ventaja numérica sobre la guarnición española, la cual estaba completamente aislada y sin posibilidad de recibir ayuda o suministros, Barbarroja les ofreció una rendición honorable, que incluía el tránsito seguro para Sarmiento y sus hombres hasta Italia, conservar armas y banderas y el pago de veinte ducados a cada soldado español.

A cambio, le pedía a Sarmiento que abandonara toda su artillería y la pólvora. Dos cabos de la compañía del capitán Vizcaíno, Juan Alcaraz y Francisco de Tapia, se las arreglaron para regresar a Nápoles y años después escribieron su relato de los hechos. Ambos dejaron constancia de que la respuesta hispana fue que «el maestre de campo consultó con todos sus capitanes, y los capitanes con sus oficiales, y decidieron que preferían morir al servicio de Dios y de su Majestad».
Poco después se inició el gran asalto. Duró todo el día y murieron muchos hombres porque los otomanos emplearon al mismo tiempo tanto infantería como artillería para asaltar los muros de Castelnuovo, lo que provocó bajas tanto por fuego amigo como por acción de los defensores. Durante la noche los españoles mejoraron sus defensas y tapiaron los boquetes abiertos en las murallas. Cuando se reanudó el ataque a la mañana siguiente, día de Santiago, el obispo Jeremías permaneció junto a los soldados para infundirles valor y confesar a todos los que resultaban heridos de muerte en la defensa. Alrededor de seis mil otomanos murieron en el sangriento asalto por tan sólo cincuenta entre los defensores españoles, aunque el número de hombres que luego morirían de sus heridas probablemente fuera mayor.

Envalentonados por su eficaz defensa, cientos de soldados españoles decidieron contraatacar en el campamento otomano con permiso de Sarmiento.​ Una mañana, seiscientos españoles sorprendieron a los turcos, que en algunos lugares no pudieron parar el ataque y fueron presa del pánico. Muchos hombres rompieron formación y huyeron, entre ellos algunos jenízaros, que corrieron por todo el campamento rompiendo las tiendas, incluida la de Barbarroja.25​ La guardia personal del almirante temió por la vida de su señor e, ignorando sus protestas, lo llevaron a su galera junto al estandarte.25​

En los siguientes días los cañones turcos concentraron sus proyectiles en un fuerte de la ciudad alta, considerado por Barbarroja como un punto clave que era necesario capturar.​ Al mismo tiempo, los cañones restantes siguieron disparando contra las débiles murallas de la localidad. El 4 de agosto el comandante otomano ordenó un asalto sobre las ruinas del fuerte, reducido a escombros. Sarmiento, que también lo consideraba un importante lugar de defensa, había reforzado la guarnición y evacuado a los heridos en los días previos.

La acometida se produjo al amanecer y la batalla se prolongó toda la jornada, en la cual se distinguió el capitán Machín de Munguía, que lideró a los defensores. Al anochecer los españoles restantes retrocedieron junto a los heridos hacia las murallas y dejaron las ruinas a los turcos. El día fue sangriento pues de todos los oficiales que defendieron la posición solo sobrevivieron los capitanes Masquefá, Munguía y Haro, así como el cabo Galaz.​ Entre los pocos supervivientes capturados por los otomanos encontraron tres desertores. Fueron llevados ante Barbarroja al que animaron a continuar con los asaltos y le informaron que los españoles habían sufrido numerosas bajas, estaban escasos de pólvora y balas, así como con muchos heridos y exhaustos.

El 5 de agosto se lanzó un nuevo ataque contra las murallas. Barbarroja estaba seguro, por lo que habían afirmado los desertores, que Castelnuovo caería pronto. En esta ocasión tomaron parte todos los jenízaros restantes y a la caballería se le ordenó desmontar para sumarse al ataque.​ A pesar de la tremenda disimilitud numérica, los experimentados soldados españoles de los tercios soportaron con éxito la acometida otomana y consiguieron que ese día tan solo cayera en manos de su enemigo una torre de la muralla.

Sarmiento ordenó a sus zapadores que prepararan una mina para derrumbar esa torre, pero el intento fracasó por una explosión accidental de pólvora que mató a todos los soldados que trabajaban en la mina. Al alba del día siguiente un inesperado aguacero arruinó las llaves de mecha de los arcabuces españoles, los pocos cañones restantes y toda la pólvora. Así, la defensa de las murallas se desarrolló con espadas, picas y cuchillos varios, una lucha en la que se vieron obligados a participar hasta los soldados españoles heridos en días previos. Tan solo los hombres moribundos se quedaron en sus camas de hospital. Contra todo pronóstico, los pocos españoles restantes volvieron a rechazar los asaltos turcos.

El último y definitivo ataque de los sitiadores se desató a la mañana siguiente, 7 de agosto de 1539. Francisco de Sarmiento, montado en su caballo, resultó herido en el rostro por tres flechas, aunque siguió dirigiendo a sus hombres.​ Demolidas por los ingentes bombardeos, las murallas quedaron indefendibles y el comandante español ordenó retirada general a los 600 hombres que le quedaban.

Su plan consistía en defender un castillo en la parte baja de la localidad, donde estaba refugiada la población civil. Aunque el repliegue se hizo con perfecto orden y disciplina, Sarmiento y sus hombres se encontraron las puertas del castillo cerradas. Sus ocupantes ofrecieron una cuerda al comandante español para trepar los muros, pero este rehusó y respondió que «Dios nunca querría que yo me salvara y mis compañeros murieran sin mí».

Dicho esto, se sumó a los capitanes Machín de Munguía, Juan Vizcaíno y Sancho Frías para liderar la última defensa. Rodeados por el ejército otomano, los últimos soldados españoles lucharon espalda con espalda hasta la extenuación. Al final de ese día, Castelnuovo estaba completamente en manos otomanas.

Consecuencias


Héroes gloriosos, pues el cielo
os dio más parte que os negó la tierra,
bien es que por trofeo de tanta guerra
se muestren vuestros huesos por el suelo.
Si justo es desear, si honesto celo
en valeroso corazón se encierra,
ya me parece ver, o que sea tierra
por vos la Hesperia nuestra, o se alce a vuelo.
No por vengaros, no, que no dejastes
A los vivos gozar de tanta gloria,
Que envuelta en vuestra sangre la llevastes;
Sino para probar que la memoria
De la dichosa muerte que alcanzastes,
Se debe envidiar más que la victoria
— Soneto 217 de Gutierre de Cetina (1520–57) titulado: “A los huesos de los españoles muertos en Castelnuovo”.29​


Casi todos los cuatro mil jenízaros y otros 16 000 soldados otomanos murieron en el asalto a Castelnuovo. Según algunos rumores, las bajas turcas pudieron ascender hasta las 37 000.​ Entre los defensores españoles tan solo sobrevivieron doscientos hombres, la mayoría heridos. Uno de los prisioneros era el capitán vizcaíno Machín de Munguía, a quien Barbarroja le ofreció la libertad y sumarse a su ejército.

El almirante otomano conocía la extrema valía de este militar español, demostrada en la batalla de Préveza, donde había defendido con éxito a una carraca veneciana que se hundía del ataque de varios barcos otomanos. Sin embargo, Munguía rechazó la oferta y por ello fue decapitado a bordo de la galera del almirante turco.​

La mitad de los prisioneros y todos los clérigos también fueron ejecutados para saciar las ansias de venganza de las tropas otomanas, que estaban muy enfurecidas por las elevadas pérdidas sufridas en la toma de Castelnuovo.​ Los pocos supervivientes españoles fueron enviados a Constantinopla como esclavos, aunque veinticinco de ellos protagonizaron una hazaña seis años después, cuando consiguieron escapar de prisión y navegar hasta el puerto italiano de Mesina.​

A pesar de que Sarmiento perdió la plaza fuerte que estaba bajo su mando, la defensa numantina que hicieron los tercios españoles de Castelnuovo fue elogiada por numerosos poetas contemporáneos y admirada por toda la Europa cristiana.​ Los soldados españoles que lucharon en aquel enfrentamiento ante fuerzas mucho más numerosas fueron comparados con los héroes de la mitología grecorromana y considerados inmortales por la magnitud de su gesta.​ Tan solo algunos enemigos acérrimos del rey Carlos I, como el humanista paduano Sperone Speroni, se regodearon con la aniquilación del tercio de Castelnuovo.

La caída de Castelnuovo puso punto final a la fallida campaña de la Liga Santa contra el poder del imperio otomano en el Mediterráneo oriental. Carlos I de España comenzó negociaciones con Barbarroja para intentar atraerlo a las filas imperiales pero fue en vano. Los esfuerzos del imperio español se centraron por tanto en la puesta en marcha de una gran expedición contra Argel en 1541 para intentar mermar la influencia otomana en las costas de Berbería.

Esta ofensiva española, conocida como Jornada de Argel, fracasó cuando una tormenta dispersó la flota y las tropas tuvieron que volver a embarcar tras haber sufrido numerosas bajas. En 1543 se firmó una tregua entre el emperador Carlos y Solimán. Castelnuovo estuvo bajo gobierno otomano durante los siguientes 150 años. Fue recuperada en 1687 durante la Guerra de Morea por el capitán general del mar de la armada de Venecia Girolamo Cornaro, quien en alianza con los montenegrinos dirigidos por Vuceta Bogdanovic, derrotó a los turcos cerca de la localidad y puso la fortaleza bajo control veneciano.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Genmingen » 17 Ene 2018 07:38

Recientemente escuchando un Memorias de un tambor referente a los Tércios; Hugo Cañete, especialista en los Tércios, confirmo unos datos referentes a que un grupo de los 200 prisioneros de CastelNuovo escaparon del cautiverio turco pocos años después.
Un grupo de galeotes de este Tércio capturaron una pequeña fusta o galera cuando estaban remando camino de alguna plaza turca en el Norte de Africa, asesinaron a sus captores y consiguieron llegar hasta posesiones españolas.
Heroicos hasta el final, esto si que son super héroes. Saludos

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 09:23

Buenos días, pues si, y hecho estoy buscando a ver si encuentro alguna referencia escrita sobre dicha fuga, creo que es una de las que merece la pena traer a este hilo y darla a conocer todo lo que se pueda, muchas gracias por tu interés en el hilo Genmingen.

Saludos
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Genmingen » 17 Ene 2018 15:29

Suerte en la búsqueda. Sigo con interés el hilo y nos estas descubriendo algunas batallas desconocidas para el gran público.
Gracias por tu labor. Saludos

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 20:29

Anexo al Sitio de Castelnuovo



Cuentan las crónicas que esa mañana llovió fuertemente y el agua parecía tener el color de la sangre, tal fue la escabechina. Con los supervivientes, últimos despojos de sus inmortales compañeros, se hicieron dos cosas: o bien se ejecutaban allí mismo, degollados normalmente, como le ocurrió a la mitad de los soldados y a la totalidad de los religiosos, o se les reservó un puesto de lujo como esclavos en Constantinopla. Unos ochocientos habitantes de Castelnuovo salvaron la vida; el Tercio Viejo de Nápoles no les abandonó a ellos. Barbarroja, maravillado por el valor y la furia de los asediados, le ofrece al vasco Machín de Munguía, el más notorio sobreviviente (también se había distinguido en La Prevesa), pasar a ser uno de sus oficiales; tal vez pensó, iluso, que el capitán era de su misma piratesca e infiel condición, o que, al menos, se arrodillaría implorando clemencia. Pardiez que no. Tras su arrogante respuesta ("como valeroso vizcaíno" cuenta Sandoval), Machín fue degollado sobre el espolón de la galera almiranta.

En el verano de 1545 entró en el puerto italiano de Messina una galeota con cautivos fugados de las prisiones otomanas. Entre ellos se encontraban 25 héroes. Los últimos de Castelnuovo. Pero no se tocó una marcha en su honor, ni hubo medallas en el pecho de estos desgraciados, ni reconocimientos, como en general no los había a nadie que se jugase el pescuezo por las empresas del rey en esta época y en tantas otras.

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