HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

La historia se escribe con fuego: todo sobre operaciones militares, tácticas, estrategias y otras curiosidades
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 09 Abr 2015 23:54

ORDOÑO I DE ASTURIAS


Ordoño I, fue el primer monarca asturiano en heredar el cargo, sin previa elección. Poco después de su proclamación tuvo que hacer frente a una sublevación de los vascones, quienes al parecer contaban con el apoyo de los Banu Qasi. Ordoño I logró someter a los rebeldes, aunque cuando se encontraba de regreso a Oviedo recibió la noticia de que un ejército musulmán tenía intención de atacar la región de las Vardulias. Dicho ejército no logró su propósito y se vio obligado a regresar a al-Andalus, tras ser frenado por Ordoño a orillas del Ebro.

Aún cuando derrotó a este ejercito, la situación no mejoró, ya que tras estas campañas, el gobernador de Zaragoza, Musa ibn Musa (800-862), decidió construir una fortaleza en la ciudad de Albaida, actual Albelda, la cual suponía un enorme peligro para los intereses de Ordoño, ya que los siempre levantiscos vascones podrían aprovechar la circunstancia para unirse a los Banu Qasi en su contra. Rápidamente reorganizó el monarca su ejército y se dirigió a la fortaleza. Tras levantar su campamento en los alrededores de la mencionada ciudad, comenzó su asedio. Musa ibn Musa acudió rápidamente en auxilio de sus hombres, pero tras una dura batalla tuvo que retirarse mal herido y la ciudad fue arrasada.

Por otra parte, no hay duda de que la compleja situación política que se vivió en al-Andalus en aquellos años fue hábilmente aprovechada por Ordoño I, quien emprendió importantes campañas para acrecentar sus dominios. En el año 854, tras producirse la sublevación de Toledo, envió un ejército en su auxilio, dirigido por su cuñado el conde del Bierzo, Gatón, aunque la campaña no obtuvo el éxito que éste esperaba, ya que el propio emir cordobés, Muhammad I (823-886), acudió para sofocar la rebelión, derrotando a los ejércitos toledanos y asturianos en la batalla de Guadalete.

A pesar de lo que afirman las crónicas musulmanas, las pérdidas de los cristianos no debieron ser tan elevadas, ya que el conde del Bierzo participó en importantes campañas poco después y Toledo conservó su independencia. Pero no todo fueron derrotas para los ejércitos de Ordoño, ya que poco tiempo después de este incidente, Ordoño organizó varias expediciones que tuvieron un notable éxito. Inició una incursión por tierras de al-Andalus, llegando a ocupar ciudades como Salamanca o Coria, donde tomó prisionero a su gobernador y ordenó a algunos de sus hombres de confianza que reconstruyesen las murallas de importantes ciudades, que aunque habían sido reconquistadas en tiempos de Alfonso I el Católico, no habían sido pobladas, como es el caso de Tuy, Astorga, León o Amaya.

Muhammad I intentó castigar la audacia del rey cristiano para lo que envió dos expediciones en su contra en el año 862 y el 863. En la segunda, los ejércitos musulmanes penetraron por la zona de Álava y la primitiva Castilla y atacaron la región de Miranda, tras lo cual fueron sorprendidos por los ejércitos de Ordoño, que cortaron su retirada hacia el sur. Probablemente en Pancorvo tuvo lugar una sangrienta batalla, que debió tener consecuencias desastrosas para los cordobeses, ya que éstos no iniciaron ninguna expedición el año siguiente (864). El emir logró enviar años después un ejercito, formado por soldados de toda al-Andalus, que destruyó la fortaleza cristiana de Frías, posteriormente esta sería reconstruida y aún hoy día puede visitarse y ser recorrida en su práctica totalidad.

No se vio libre tampoco Ordoño de los ataques de los piratas normandos, que entre los años 858 y 861 realizaron numerosas incursiones en la Península Ibérica; intentaron atacar las costas gallegas y fueron rechazados por el conde Pedro. Durante los últimos años de su vida, Ordoño no pudo participar activamente en las campañas defensivas llevadas a cabo contra los musulmanes, aunque su círculo de colaboradores siempre tuvo muy en cuenta las opiniones del monarca. Enfermo de gota, su salud se fue debilitando poco a poco, hasta que murió a la edad de 45 años. A su muerte el trono asturiano fue ocupado por el Alfonso III el Magno.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 10 Abr 2015 00:11

ALFONSO III EL MAGNO

Nombrado Rey a la muerte de su padre Ordoño, inicialmente el conde de Galicia Fruela Bermudez le usurpo el trono, recuperándolo un año más tarde gracias a la ayuda del conde Rodrigo de Castilla. En el 870, el soberano asturiano contrajo matrimonio con la princesa Jimena, hija del rey García de Navarra, lo que le proporcionó la amistad de los siempre belicosos vascones.

Aprovechó los conflictos internos y las revueltas en Al-Andalus, contra el emirato cordobés de Ibn Marwan en Extremadura o de la familia de los Banu Qasi en Aragón y Navarra oriental, Alfonso III inició una decidida política de expansión hacia el sur. Una vez repobladas Tuy, Astorga, León y Amaya, el soberano fortificó los enclaves de Viseo, Lamego, Braga y Orense, y ocupó Oporto (868).

Llevó a cabo una fuerte actividad repobladora, acogiendo a una importante inmigración mozárabe, y consolidó el Duero como frontera meridional del reino, en torno a las plazas fuertes de Toro y Zamora. Luchó enérgicamente contra los musulmanes, a los que derrotó en Polvoraria. Rechazó la yihad del rebelde omeya Ibn al-Qitt y pactó con Ibn Marwan al-Yalliqi, valí de Mérida.
Tras derrotar a las tropas del emir Muhammad I de Córdoba en Polvoraria y en Valdemora (878), penetró profundamente en tierras castellanas, estableciendo la frontera de su reino en el Arlanzón, donde fundó la ciudad de Burgos (884). Más tarde, avanzó por la llanura leonesa hasta conquistar Zamora (893) y Simancas (899).

Durante su reinado, Alfonso III se presentó como sucesor de los reyes visigodos e impulsó la redacción de diversas crónicas oficiales, tales como la Crónica de Alfonso III, la Crónica albeldense y la Chronica visigothorum. Además, el monarca asturiano utilizó el título de imperator para afirmar su independencia respecto al Imperio Carolingio y el emirato cordobés, y subrayar su superioridad sobre los restantes reinos cristianos peninsulares.

Fue destronado por sus hijos, quienes se repartieron el reino creando los reinos de León, Galicia y Asturias . Con las fronteras ampliadas hasta el río Duero y el Mondego, empezaron a afluir mozárabes. Aunque el reino es dividido entre sus tres hijos durante unos años: para García, León; para Ordoño, Galicia y Portugal, y para Fruela, Asturias. Gonzalo, que era clérigo, continuó siendo arcediano de Oviedo; y a Ramiro, por su corta edad, se le dio el título de rey pero sin territorio.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 11 Abr 2015 19:59

BATALLA DE CLAVIJO EN EL REINADO DE RAMIRO I

La Batalla de Clavijo, como ya se ha explicado, es un de las más famosas de la Reconquista de España por los Cristianos y se ignora:

La ubicación exacta
El año
Las circunstancias en que se verificó

Según cuenta la tradición en el año 844, por haberse negado a Abderramán II el vejatorio tributo de las cien doncellas, le fue declarada la guerra a los musulmanes, lo que dio lugar a la célebre Batalla de Clavijo
.
El Rey Ramiro I reunió al Consejo de Estado, se negó a pagar el tributo al emir cordobés. La respuesta árabe no se hizo esperar y las tropas sarracenas se entregaron al saqueo y la rapiña. Cuando las tropas cristianas, en minoría, llegaron a Albelda, se enfrentaron al ejército musulmán y conocieron la derrota. Los cristianos se hicieron fuertes en el Monte Laturce también llamado collado de Clavijo.

El catedrático de Historia Medieval de la UNED en Madrid, José Luis Martín Rodríguez, al referirse a "La Leyenda del Matamoros", señala que "… aunque Santiago no peleara a favor de los cristianos hasta época tardía, el hecho de que se sitúe su intervención en la batalla de Clavijo tiene, sin duda, alguna explicación: en Albelda, lugar muy próximo a Clavijo, combatieron Ordoño I de Asturias y Musa ibn Musa, caudillo de los musulmanes del Ebro, en el año 859. El lugar, era un punto estratégico que dominaba la vía de comunicación entre las actuales Soria y Logroño y que, cruzando el Ebro, llegaba hasta Pamplona. Tal vez, por su interés estratégico, aluden a la batalla con detalle las crónicas escritas poco después en la corte de Alfonso III, hijo de Ordoño, y el relato pudo llamar la atención de quienes -en la primera mitad del siglo XII- precisaban una batalla lo suficientemente importante y antigua para justificar los votos que los fieles pagarían en adelante al Apóstol Santiago".
(Página oficial del Ayuntamiento de Clavijo : https://www.larioja.org/clavijo/clavijo13.htm)

Inicialmente La suerte fue desfavorable para las armas cristianas, que quedaron cercadas en el monte Lanturce. Las persepectivas de aniquilamiento para el día siguiente eran seguras. Pero durante la noche se le apareció, al rey Ramiro, el Apóstol Santiago en sueños, el cual, le animó para el combate al día siguiente, asegurándoles la ayuda.

Al día siguiente, 23 de mayo del año 844, efectivamente, en plena batalla, se apareció el Apóstol ayudando a los ejércitos cristianos. Al grito de Que Dios nos ayude y Santiago los musulmanes fueron completamente derrotados. La insignia del Apóstol era una cruz roja en forma de espada.

En agradecimiento de esta ayuda y para implorar la protección del Apóstol Santiago sobre España, el rey Ramiro I se comprometió para su reino y sus descendedientes, con el Voto de Santiago: un voto sagrado y solemne con el compromiso de abonar las primicias de las cosechas de cada año y el equivalente al gasto de un caballero en combate para la diócesis de Santiago.

Algunos autores sitúan la batalla de Clavijo en el año 856 con el rey Ordoño I, y otros sitúan la intervención del Apóstol y la institución del Voto, en la batalla de Simancas, año 939, con Ordoño II.

Lo cierto es que como consecuencia de esta leyenda o realidad, el grito de ataque de las tropas españolas en las batallas, seria
¡¡¡ SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA¡¡¡

La leyenda en su caso traspasó las fronteras de España, se da el caso (vivido personalmente por este forero) , de que en la ciudad de Insbruck, existe una iglesia dedicada a Santiago, en ella puede verse un mural, donde aparece Santiago montado en un caballo blanco y peleando contra los moros.
Se da la circunstancia de que el guía que llevábamos no conocía la leyenda de la batalla de Clavijo, y comentó que era impensable que Santiago luchara contra los moros, al explicarle el que suscribe la leyenda de esta batalla, y que el grito de guerra de los soldados españoles era el antedicho, entendió el significado del mural, que hasta entonces no había llegado a comprender. (era un francés un poco despistado).

Saludos a todos, debería haber incluido esta batalla en el reinado de Ramiro I, pero se me paso lo siento.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 13 Abr 2015 02:04

RAMIRO II DE LEON El Grande

Ramiro II de León, l fue rey de León (931-951). Sus enemigos musulmanes lo llamaron El Diablo por su ferocidad y energía, por este mismo motivo se le conoce como El Grande, ya que no ceso ni en la lucha contra los árabes, como contra aquellos cortesanos que intentaron rebelarse contra el trono, reprimiéndolos con gran ferocidad.

Al comienzos del verano del año 933, el propio Califa Abderraman, se presentaba con su ejército frente a San Esteban de Gormaz o Castromoros, lo que dio lugar a que el rey movilizara su ejército y saliera contra ellos en un lugar llamado Osma, e invocando el nombre del Señor, mandó ordenar sus huestes y dispuso que todos los hombres se preparasen para el combate. consiguiendo la victoria y matando a buena parte de ellos, haciendo muchos miles de prisioneros regresando a León celebrando un señalado triunfo.

El verano de 934, otra poderosa aceifa cordobesa marchó sobre Osma, y avanzando por el corazón de Castilla llegó hasta Pamplona, donde obtuvo la sumisión de la reina Toda de Pamplona, volvió luego sobre Álava y sobre Burgos y el monasterio de Cardeña -donde dio muerte a 200 monjes-, comenzando a retroceder desde Hacinas, acosado por guerrillas y emboscadas. Ramiro llegó al Duero cuando el ejército cordobés ya había alcanzado Burgos y Pamplona. Tomó sin gran esfuerzo la fortaleza de Osma y esperó allí el regreso de su enemigo, que marchaba por el mismo camino de entrada. Los Anales Castellanos Primeros resumen la acción que subsiguió: Indicando que por segunda vez vinieron los moros a Burgos, en la era 972 (año 934). Pero nuestro rey Ramiro les salió al encuentro en Osma y mató a muchos millares de ellos.

Tres años después veremos al rey leonés actuando hábilmente en apoyo de Abu Yahya o Aboyaia, rey de Zaragoza, a quien el califa acusaba de traidor y culpable principal del desastre en Osma. El cronista Sampiro abrevia así los hechos:

"Ramiro reuniendo su ejército se dirigió a Zaragoza. Entonces el rey de los sarracenos, Aboyaia, se sometió al gran rey Ramiro y puso toda su tierra bajo la soberanía de nuestro rey. Engañando a Abdarrahmán, su soberano, se entregó con todos sus dominios al rey católico. Y nuestro rey, como era fuerte y poderoso, sometió los castillos de Aboyaia, que se le habían sublevado, y se los entregó regresando a León con gran triunfo."

Sampiro omite que el monarca leonés dejó guarniciones navarras en estos castillos, pues Ramiro contó con el concurso y alianza del rey de Pamplona.

La gran ofensiva cordobesa

Después de la pérdida de la estratégica Zaragoza, es fácil comprender la airada reacción del envanecido Abderramán III, tantas veces humillado y castigado por un rey cristiano tan notable como escaso en recursos. Tras cercar y conquistar Calatayud, Abderramán conquistó uno tras otro todos los castillos de la zona. Al llegar a las puertas de Zaragoza, Abu Yahya capituló, acción que el califa aprovechó para emplearlo en una ofensiva contra Navarra que concluyó en la capitulación de la reina Toda, que se declaró vasalla del califa.

"El califa omeya concibió entonces un proyecto gigantesco para acabar de una vez por todas con el reino leonés, al que denominó gazat al-kudra o campaña del supremo poder. El omeya reunió a más de cien mil hombres alentados por la llamada a la yihad. Desde la salida de Córdoba se dispuso que todos los días se entonase en la mezquita mayor la oración de la campaña, no con sentido deprecatorio, sino como anticipado agradecimiento de lo que no podía menos de ser un éxito incontrovertible."

A la cabeza de tan imponente fuerza militar, el califa cruzó el Sistema Central, adentrándose en territorio leonés en el verano de 939. Ramiro II reunió una coalición navarra, leonesa y aragonesa que aniquiló a los ejércitos del califa en agosto de 939, en la batalla de Simancas, una de las más destacadas no ya de la historia de España, sino de la de Europa.

Abderramán III "escapó semivivo" dejando en poder de los cristianos un precioso ejemplar del Corán, venido de Oriente, con sus valiosas guardas y su maravillosa encuadernación, y hasta su inestimable cota de malla, tejida con hilos de oro, que dado lo imprevisto del ataque no le dio tiempo a usar.

Esta victoria permitió avanzar la frontera leonesa del Duero al Tormes, repoblando lugares como Ledesma, Salamanca, Peñaranda de Bracamonte Sepúlveda y Guadramiro

BATALLA DE SIMANCAS

Antecedentes Históricos de la Batalla de Simancas

Era el año 939 cuando el Califa Abderramán III decidió aplicar a los cristianos del reino de León, un castigo ejemplar, un castigo que no pudieran olvidar, quería vengar las diversas razias y ataques que Ramiro II había organizado contra Madrid, ABDERRAMAN III Zaragoza y otras plazas al sur del Duero y de Extremadura. La osadía del rey castellano ofendió al califa omeya. Abderramán III proclamó la Guerra Santa y convocó a sus ejércitos en una operación, que él denominó, la campaña del Supremo Poder. El objetivo iba a ser el centro del corazón del reino cristiano de León, la ciudad de Zamora.

Conviene recordar que la Guerra Santa o Yihad, es un precepto sagrado en el mundo islámico, de lo que se valió el califa para lograr el reclutamiento. Además en este caso no iba a ser la típica aceifa sino el objetivo era lograr un inmenso ejército de fieles fanatizados y decididos a dar sus vidas como medio de llegar al paraíso.

Desde los minaretes del Califato y del norte de África, se llamó a la guerra santa a la Yihad. Miles y miles de files, acudieron para alistarse en el ejército y aportar dinero, comida, armas, caballos con los que combatir al infiel leonés.

El 28 de junio de 939, salió Abderramán al frente de sus fuerza de Córdoba con dirección a Toledo, y desde ese día, el Califa ordenó que diariamente, se entonara en la mezquita mayor de Córdoba la oración de campaña, incluyendo una acción de gracias por lo que iba a ser un éxito total sobre los infieles.

El objetivo de Abderramán III era Zamora, la ciudad reconquistada por Alfonso III en 901. Esta ciudad por su posición era la marca de protección del reino cristiano del norte. Zamora era el punto central de la reconquista en el Duero. Si Zamora se perdía, los cristianos perdían sus esfuerzos repobladores del último medio siglo.

Orden de Combate de la Batalla de Simancas

Los historiadores dan por válida la cifra de 100.000 hombres como tamaño del ejército que logró reunir Abderramán III para la campaña del Supremo Poder. Fue un tamaño increíble para la época, nunca antes se había logrado una recluta de esa dimensión. Eran soldados procedentes de todas las provincias del califato, Zaragoza, Mérida, el Algarve y del norte de África y un gran número de fuerzas eslavas

Comienza la Batalla de Simancas

Reunido el ejército sarraceno al norte del sistema central, Abderramán, lanzó sus 100.000 soldados contra el primer obstáculo en su camino a Zamora, ordenó someter y conquistar la ciudad de Simancas.

Simancas es una ciudad que se encuentra a unos 90 km al este de Zamora. Zamora era el punto fuerte de resistencia del reino de León. Ramiro II, conoció la trama de Abderramán y organizó su resistencia en Simancas, ciudad fortaleza donde reunión su ejército de gallegos, asturianos y leoneses. El rey Ramiro era consciente de lo que se jugaba en la acción, en Simancas acumuló la casi totalidad de las fuerzas disponible a la espera del impresionante ejército moro. Allí estaba Fernán González y los obedientes condes de Castilla. También aportaron tropas los navarros y aragoneses.

El 19 de julio, cuando las fuerzas cristianas y musulmanas se iban concentrando en Simancas, a las 7 de la mañana de este día, el Sol desapareció. Fue un espantoso eclipse de Sol que los ejércitos interpretaron como un aviso de un terrible desastre. Este extraño fenómeno, llenó a terror a los nuestros y a los moros. Posiblemente nunca habían visto antes en sus vidas cosa semejante. Las crónicas cristianas y árabes de la época relataron el eclipse de Sol.

1 de agosto, dio comienzo la batalla, que duraría 5 días. El califa tomo la iniciativa y lanzó un ataque masivo, lo que hizo retroceder inicialmente a los cristianos que posteriormente consiguieron fijar nuevamente sus posiciones. Resistieron el terrible envite de la caballería agarena sobre la ciudad de Simancas.

Las pocas noticias que se tiene sobre el detalle del desarrollo de la batalla, indica que hubo bastante mala coordinación entre los generales del inmenso ejército de Abderramán III. Relatos de la época señalan, como causa del mal entendimiento, que los generales árabes no asumieron con agrado que el mando supremo del ejército lo tuviera un general eslavo.

El 6 de agosto, después de que las fuerza cristianas hubieran sufrido enormes estragos, la ciudad permanecía intacta; todos los esfuerzos musulmanes habían sino inútiles. Abderramán se desesperó por la impotencia de su ejército ante las murallas de Simancas y porque también sus bajas eran ya enormes. Dadas las circunstancias y que la cosa no estaba muy clara, el califa optó por una retirada a tiempo y decidió levantar el campamento, retirarse y volver a Córdoba salvando la cara y presentando la acción bélica como un enorme castigo al orgullo cristiano, estaba a tiempo antes de llevar a su ejército a la catástrofe total. Ramiro II se animó al ver retroceder al inmenso ejército musulmán y decidió ir en su persecución.

La persecución del califa por las tropas cristianas duró varios días y terminó en los barrancos de Alhándega, lugar donde Abderramán, estuvo cerca de caer prisionero o de morir.

En estos lugares, (todavía hoy se desconoce el paraje exacto), los ejércitos musulmanes empujados por las fuerzas cristianas acabaron en una terrible emboscada implacable en un paraje de barrancos y gargantas el 21 de agosto de 939, fue la mayor victoria de Ramiro II de León y la mayor catástrofe de los ejércitos moros desde que iniciaron la invasión y sometimiento de la Hispania Visigoda. Las pérdidas musulmanas ascendieron a la cifra de 20.000 hombres.

"Así lo describe el historiador árabe Al-Muqtabis"
...y en la retirada el enemigo los empujó hacia un profundo barranco, que dio nombre al encuentro (Alhándega), del que no pudieron escapar, despeñándose muchos y pisoteándose de puro hacinamiento: el califa, que se vio forzado a entrar allí con ellos, consiguió pasar con sus soldados, abandonando su real y su contenido, del que se apoderó el enemigo... Al-Muqtabis

Abderramán escapó de milagro, gracias a su escolta personal y su caballo. En el campo de batalla dicen las crónicas de la época que se dejó sus mallas de tejido de oro puro y su ejemplar favorito del Corán, que utilizaba durante sus aceifas. El botín fue extraordinario, el rey moro de Zaragoza, que participó en la batalla, quedó prisionero en León. La victoria de Ramiro II había sido total.

Consecuencias de la Batalla de Simancas

El regreso a Córdoba fue tristísimo, Abderramán mostró su ira contra sus generales y oficiales. Ordenó que los supervivientes fueron ajusticiados, 300 murieron crucificados en público como si hubieran sido cristianos, acusados de nula combatividad y de traición al Estado, de esta manera pasó el califa omeya la página del vergonzoso suceso para los intereses musulmanes en España.

Abderramán aprendió la lección y jamás volvería a dirigir personalmente una operación militar, la campaña del Supremo Poder había sido la campaña del Supremo Fracaso. Después de esto, el califa se dedicó a la dirección de sus obras civiles y dejó las militares a sus generales.

La batalla de Simancas, fue un acontecimiento en todo el orbe conocido, el mundo conoció la derrota del aquel ejército de 100.000 moros, las noticias llegaron a Aquisgrán, a Roma, a Bagdad.

Después de esta victoria, el reino de León pudo asegurar sus fronteras durante mucho tiempo asegurando la repoblación hasta el rio Tormes. Tras estas batallas Ramiro II repuebla lugares como Salamanca, Peñaranda de Bracamonte, Sepúlveda, Ledesma y Vitigudino. Además encarga la repoblación de Peñafiel y Cuéllar al conde castellano Asur Fernández, distinguiéndole con la merced de Conde de Monzón

Este hecho victorioso, animó a continuar con las acciones contra los musulmanes en la Meseta Castellana hasta robustecer el control cristiano sobre los territorios al sur del Duero. Seguirían años de esplendor para la Reconquista

La Aparición San Millán y Santiago en Simancas

Cuenta la leyenda un hecho milagroso que sirvió para fortalecer el espíritu combativo de los cristianos frente a la Yihad musulmana, San Millán y Santiago se aparecieron en mitad de combate en defensa de los cristianos. San Millán fue hecho patrono de castellanos y navarros comprometiéndose a pagar tributos; son los llamados "Votos de San Millán". Fernán González favorecerá enormemente al monasterio de San Millán con privilegios y donaciones.

Y así, Gonzalo de Berceo en su Vida de San Millán nos cuenta la promesa de los votos legendarios, de una parte Ramiro II de León a Santiago y de la otra, Fernán González a San Millán. Luego refiere la maravillosa aparición de ambos patronos en la batalla, en la que elogia la intervención a favor de los vasallos con estos versos:

non quisieron embalde la soldada levar
primero la quisieron merecer e sudar,
tales sennores son de servir e onrar

Pese a la "imposición" del patronazgo de Santiago tras la unificación de Castilla y León, los castellanos continuaron reclamando que San Millán era su patrono y así en tiempos de Enrique II de Castilla en 1373 , la Universidad de Ciudad y Tierra de Ávila llegó a negarse a pagar el voto a Santiago y sus procuradores llevaron el asunto a las cortes. Los castellanos pagaban el Voto a San Millán.

En el siglo XVII , al desarrollarse un amplio debate sobre patronos, San Millán volverá a ser reclamado como patrón de Castilla y por lo mismo copatrón de España junto a Santiago, patronazgo que se mantuvo en los misales hasta la reforma litúrgica del concilio Vaticano II .

"El eclipsede sol en la batalla de Simancas según los cronistas de la época:

Encontrándose el ejército cerca de Simancas, hubo un espantoso eclipse de sol, que en medio del día cubrió la tierra de una amarillez oscura y llenó de terror a los nuestros y a los infieles, que tampoco habían visto en su vida cosa semejante. Dos días pasaron sin que unos y otros hicieran movimiento alguno. Kitab ar-Rawd

El sol padeció terrible eclipse, en el día en el que en España Abderramán rey de los sarracenos, fue vencido en una batalla por el cristianísimo rey D. Ramiro. Manuel Bachiller "Antigüedades de Simancas"

Ricardo Chao en su blog,confirma que el eclipse se produjo exactamente el 19 de julio de 939. En Simancas, el fenómeno comenzó a las 06:42, y la oscuridad se hizo patente a las 07:00. El eclipse fue parcial, llegando la Luna a ocultar el 90, 95 % del Sol.


El Misterio de Alhándega:el final de la batalla de Simancas

Unos dicen que es un barranco en las proximidades de Simancas. Otros dicen que puede ser un valle salmantino en el valle del Tormes. Los más probables es que Alhándega fuera un pueblo cerca de Atienza, a 200 km de Simancas, lugar conocido por Abderramán, que ofrecía buen refugio en la ruta de retorno desde Simancas a Córdoba con características adecuadas para proteger el ejército moro. Se piensa que la emboscada final tuvo lugar en algún paraje cercano a Atienza , Caracena de la provincia de Soria o Albendiego de Guadalajara

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 15 Abr 2015 22:23

Bueno a partir de aquí iremos salteando los reyes leoneses y navarros, según la importancia de las batallas y conquistas de cada uno, así habrá reyes que no aparecerán simplemente porque durante su reinado no hubo actividad militar de relevancia contra el enemigo exterior que representan los árabes o moros, aún cuando se vieran envueltos en guerras civiles de menor importancia, vuelvo a pedir a los foreros que por favor si ven que me olvido de alguno me lo recuerden, o en su defecto lo añadan ellos mismos, todo será bienvenido.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 15 Abr 2015 23:13

ALFONSO VI DE LEON (El Bravo)

lfonso VI de León, llamado el Bravo, fue rey de León, de Galicia y de Castilla. Durante su reinado se conquistó la ciudad de Toledo, en el año 1085, y tuvieron lugar las batallas de Sagrajas y Uclés

Igualmente durante su reinado tendría lugar el incidente de la Jura de Santa Gadea, con el caballero Rodrigo Diaz de Vivar (El Cid Campeador) (se merece un episodio para el sólo más adelante)

Mantuvo la supremacía del reino castellano-leonés sobre los reinos de al-Ándalus y conquistó Toledo, pero tras la llegada de los almorávides a España tuvo que adoptar una posición defensiva al ser derrotado en las batallas de Sagrajas y Uclés.


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HistoriaPolíticaBiografía
Alfonso VI. Rey de Castilla y León (ca. 1037-1109)

Alfonso VI, rey de Castilla. Plaza de Oriente. Madrid.

Rey de Castilla y León nacido hacia 1037 y muerto en Toledo el 1 de julio de 1109. Conocido por el sobrenombre de el Bravo, mantuvo la supremacía del reino castellano-leonés sobre los reinos de al-Ándalus y conquistó Toledo, pero tras la llegada de los almorávides a España tuvo que adoptar una posición defensiva. Tuvo excepcional importancia su obra de colonización y repoblación. A través de sus contactos con Cluny y Roma amplió la proyección europea de sus Estados, a donde llegaron a su vez influencias ultrapirenaicas, entre ellas, la adopción del misal romano.

Síntesis biográfica

Hijo de Fernando I de León y Castilla y de su esposa doña Sancha, no se conoce con exactitud la fecha de su nacimiento y, según los autores, oscila entre 1030 y 1040, siendo 1037 la más fiable, ofrecida por las Crónicas de Sahagún. Fueron sus hermanos mayores doña Urraca, don Sancho y doña Elvira y después que él nació don García. Durante su infancia, que pasó en Tierra de Campos, fue instruido por Raimundo, que más adelante sería obispo de Palencia y probablemente fue su ayo el conde Pedro Ansúrez. A la muerte de Fernando I en 1065, Alfonso heredó el reino de León, mientras que el primogénito recibió Castilla (Sancho II) y García Galicia. Los hermanos no se conformaron con la herencia y ya antes de 1071 Sancho y Alfonso habían arrebatado Galicia al débil García, si bien fue Alfonso quien ejerció el gobierno del reino y la soberanía de Sancho fue, sobre todo, nominal. A comienzos de 1072 Sancho II invadió los territorios de Alfonso y le venció cerca del río Pisuerga. Alfonso fue trasladado a Burgos y Sancho se coronó rey a sí mismo en León. Por intercesión de doña Urraca y de Hugo de Cluny, Alfonso fue liberado y huyó a Toledo, donde fue acogido por Yahya ibn Ismail al-Ma'mun. Pero tras la muerte de Sancho II en el sitio de Zamora, Alfonso fue reconocido casi unánimemente heredero de los reinos sometidos a la soberanía de su hermano. A finales de año la principal nobleza del reino confirmó en Burgos un diploma real de Alfonso VI, lo que prueba que su sucesión no fue contestada, pero fue probablemente en ese momento en el que el rey tuvo que hacer una declaración de inocencia en lo referente al asesinato de su hermano, episodio que en el Cantar de mío Cid alcanza visos legendarios.

En 1073 Alfonso VI asumió el gobierno efectivo de Galicia, después de apresar a su hermano García, a quien mantuvo en cautividad en el castillo de Luna hasta su muerte en 1090. Entre la fecha de su coronación y junio de 1074 Alfonso VI casó con Inés de Aquitania, hija del duque Guillermo VIII. En 1076, después de la muerte de Sancho IV de Navarra, Alfonso amplió sus territorios hasta Calahorra y se extendió por las tierras de Álava y Vizcaya. Recibió también juramento de vasallaje de Sancho Ramírez de Aragón, por los territorios que éste ocupó, es decir el núcleo tradicional de la monarquía pamplonesa. Desde aquel año Alfonso VI comenzó a titularse emperador. Hacia 1078 Alfonso repudió a Inés y en otoño de 1079, con la mediación de Hugo de Cluny, contrajo segundas nupcias con Constanza, hija del duque Roberto de Borgoña. Roma, sin embargo no aceptó el matrimonio y amenazó al monarca, que debió casar de nuevo con Constanza después de la muerte de Inés. De este matrimonio nació una única heredera, Urraca, a la que hacia 1087 se casó con el conde Raimundo de Amous, hijo del conde Guillermo de Borgoña; posteriormente el rey casó a sus hijas bastardas, Elvira y Teresa, con miembros de la nobleza francesa, siguiendo una política de vinculación ultrapirenaica que causó una revuelta en Galicia, encabezada por los condes Rodrigo y Vela Ovéquiz y por el obispo Diego Peláez, que defendían los derechos hereditarios del hermano del rey, García, que permanecía preso en Bavia. Ésta rebelión ya se había concluido cuando en junio de 1088 el rey acudió a Galicia para pacificarla. Después de la muerte de García, el rey entregó el gobierno de Galicia y Portugal a Raimundo de Borgoña, lo que provocó nuevas revueltas de poca importancia.

Enferma la reina Constanza en 1092, Alfonso había tomado como concubina a Zaida, nuera de al-Mu'tamid, que le dio su único hijo varón, Sancho Alfónsez (1093); poco después murió Constanza. El tercer matrimonio de Alfonso VI (1094), con Berta, de origen italiano, supuso un inconveniente para Raimundo de Borgoña, que, a falta de hijos varones del monarca, era el que mayores probabilidades tenía de heredar la Corona. A principios de 1095, éste estableció con su primo Enrique de Borgoña un pacto sobre la sucesión del rey y, por otra parte, Enrique recibió como esposa a Teresa, la hija bastarda del rey, y recibió de éste el gobierno del condado de Portugal, hasta entonces sometido a Raimundo. La concesión de Portugal a Enrique fue el punto de partida de la independencia del reino luso.

En 1099 murió Berta y también Elvira, la hermana del rey, cuya influencia política se había dejado sentir a lo largo de todo el reinado. De la cuarta esposa de Alfonso VI, Isabel, se ha especulado un posible origen borgoñón, aunque hay quien afirma que ésta no sería otra que Zaida, que habría adoptado ese nombre al convertirse al cristianismo; de esta manera se abriría el camino de la legitimación de Sancho, que fue nombrado heredero, probablemente entre 1105 y 1106 y, con toda seguridad, ya lo era en 1107. Sobre esa época murió la reina Isabel, que había dado dos hijas al monarca, Sancha y Elvira, y Alfonso casó, por quinta y última vez, con otra borgoñona, Beatriz. Los más perjudicados con el nombramiento de Sancho como heredero fueron Urraca y Raimundo de Borgoña (muerto en 1107) de quien en 1105 había nacido Alfonso (futuro Alfonso VII), a quien Urraca colocó bajo la protección del cada vez más poderoso obispo Gelmírez. Alfonso VI aseguró a Urraca y a su hijo el gobierno de Galicia.

Después del desastre de Uclés (1108) Alfonso enfermó y comenzó a preparar una sucesión que, después de la muerte del heredero (1108) y la de gran cantidad de nobles que habían sido el sostén del reinado, se preveía complicada. Alfonso hizo casar a la heredera, su hija Urraca, con Alfonso I de Aragón, pensando que la unión de ambos reinos posibilitaría el desarrollo de una política común que permitiese resolver el problema en torno a Zaragoza y presentar un frente más compacto frente a los almorávides.

Alfonso VI ejerció el poder de forma efectiva hasta el mismo momento de su muerte. Ésta llegó mientras el rey se encontraba en Toledo tratando de reparar los daños derivados de la derrota de Uclés. Fue enterrado en Sahagún el 21 de julio de 1109 y sucedido por Urraca.

Alfonso VI y las taifas; conquista de Toledo

Las parias o tributos de los Estados musulmanes hacia los reinos cristianos han sido consideradas como un medio de empobrecer a los reinos de taifas como un paso previo a su sometimiento, aunque hoy en día prima la opinión de que las parias eran un fin en sí mismo, ya que la conquista militar de los reinos musulmanes y su rápida y eficaz repoblación con cristianos, eran en el siglo XI objetivos desproporcionados. Sin embargo el control político que los reinos cristianos ejercían sobre las taifas a las que protegían era suficiente para asegurar su superioridad, a la vez que los tributos servían a los reyes para comprar fidelidades o servicios políticos.

Era necesario restablecer la alianza con Toledo para poder asegurar el avance de las colonizaciones en la zona situada al sur del Duero (la línea de fortificaciones de Medina del Campo, Olmedo, Coca, Cuéllar). En 1079 al-Mutawakkil de Badajoz invadió la taifa toledana y expulsó de la ciudad a al-Qadir. Alfonso VI reaccionó conquistando Coria, plaza estratégica en la ruta hacia Badajoz y en 1081 repuso a al-Qadir en Toledo, obteniendo de él a cambio la fortaleza de Zorita de los Canes, llave del reino de Zaragoza. A la vez, el monarca castellano enviaba al Cid a cobrar las parias a al-Mu'tamid de Sevilla, cuya taifa, engrandecida con Murcia, se había convertido en la potencia expansiva de al-Ándalus; Alfonso VI puso tropas al servicio de Sevilla para la guerra contra el común enemigo, el taifa de Granada.

En 1080 se produjeron ataques a San Esteban de Gormaz por parte de habitantes de la taifa toledana fuera del control de al-Qadir, a los que el Cid respondió con incursiones en el reino musulmán; el rey le acusó de luchar contra un reino aliado y lo desterró, abandonado don Rodrigo Castilla en 1081.

Desde 1082 la política de Alfonso hacia las taifas se endureció y se encaminó hacia la obtención de más tributos y un mayor control de los territorios. No todos sus intentos fueron fructíferos; así, el rey fracasó al intentar conquistar la fortaleza de Rueda de Carrión (enero de 1083), después de que la muerte de al-Muqtadir causase la división del reino zaragozano; Rodrigo Díaz, por su parte, se mantuvo fiel a al-Mu'tamin, el sucesor de al-Muqtadir, lo que constituyó un nuevo motivo de fricción con el rey castellano. Aquel año de 1082 Alfonso VI también envió embajadas al reino sevillano para exigir el aumento de las parias; los embajadores fueron apresados por al-Mu'tamid y el rey tuvo que entregar, a cambio de su liberación, la estratégica fortaleza de Almodóvar. La expedición de castigo no se hizo esperar y en verano de 1083 Alfonso se puso al frente de un ejército que devastó el reino sevillano, provocando que al-Mu'tamid solicitase el socorro almorávide; en 1083 los almorávides conquistaron Ceuta, que aseguraron como cabeza de puente para la futura invasión de la Península.

La amenaza africana hizo que Alfonso abandonase la política de protección de las taifas como medio de obtener parias de ellas y comenzase a hostigar a Toledo y Zaragoza, para ganar posiciones favorables ante una eventual invasión almorávide. Los preparativos del cerco de Toledo comenzaron en verano de 1084, pero cuando empezó la campaña en marzo del año siguiente, al-Qadir apenas opuso resistencia y rindió la ciudad; Alfonso VI tomó posesión de la ciudad el 25 de mayo de 1085 y entregó Valencia a al-Qadir, como medio de tener cubierto el flanco oriental de la ampliada Castilla. Las cláusulas de la rendición constituyeron un modelo para futuras capitulaciones. El rey aseguró a los musulmanes de Toledo el ejercicio de su religión, así como la conservación de sus bienes, su régimen fiscal y sus leyes internas; se apropió del patrimonio público y privado del emir y de todas las mezquitas, excepto la mayor y es posible que entregase indemnizaciones a los campesinos de la ciudad, tratando de mantener el sistema de producción, indispensable para hacer efectiva la conquista. El rey puso al frente de la ciudad al gobernador mozárabe Sisnando Davídiz, que ya había mostrado su moderación y sus buenas dotes administrativas en el gobierno de Coimbra.

La conquista de Toledo disparó el prestigio de Alfonso VI, que consolidó sus alianzas con poderes extranjeros, en espacial con Cluny, Roma y la nobleza borgoñona y ultrapirenaica. Supuso además la formación de una nueva frontera de al-Ándalus en la línea del Tajo, que rompió el equilibrio de fuerzas establecido a principios del siglo X y permitió una fácil repoblación cristiana al norte del Sistema Central. Desde el punto de vista estratégico la consecuencia más relevante de la conquista de la taifa fue la ruptura del eje de comunicaciones que unía Zaragoza y la cuenca del Ebro con el resto de al-Ándalus, completado ésto con el control indirecto sobre Valencia a través de al-Qadir.

Pero todo no fue rentable con la conquista de Toledo, ya que se dejaron de percibir sus parias y en cambio se incrementaron los gastos militares, por lo que el rey reanudó la presión para recaudar más parias. Con tal fin envió expediciones a las taifas de Sevilla y Granada, que tuvieron como resultado la conquista de la estratégica plaza de Aledo (1086). En primavera de aquel año puso Alfonso sitio a Zaragoza, aunque no es probable que el objetivo fuese la conquista de la ciudad, sino el reconocimiento de protección y el pago de parias. El cerco de Zaragoza fue abandonado ante el enorme peligro que supuso el desembarco de los beréberes almorávides en la Península Ibérica a finales de junio de 1086.


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HistoriaPolíticaBiografía
Alfonso VI. Rey de Castilla y León (ca. 1037-1109)

Alfonso VI, rey de Castilla. Plaza de Oriente. Madrid.

Rey de Castilla y León nacido hacia 1037 y muerto en Toledo el 1 de julio de 1109. Conocido por el sobrenombre de el Bravo, mantuvo la supremacía del reino castellano-leonés sobre los reinos de al-Ándalus y conquistó Toledo, pero tras la llegada de los almorávides a España tuvo que adoptar una posición defensiva. Tuvo excepcional importancia su obra de colonización y repoblación. A través de sus contactos con Cluny y Roma amplió la proyección europea de sus Estados, a donde llegaron a su vez influencias ultrapirenaicas, entre ellas, la adopción del misal romano.

Síntesis biográfica

Hijo de Fernando I de León y Castilla y de su esposa doña Sancha, no se conoce con exactitud la fecha de su nacimiento y, según los autores, oscila entre 1030 y 1040, siendo 1037 la más fiable, ofrecida por las Crónicas de Sahagún. Fueron sus hermanos mayores doña Urraca, don Sancho y doña Elvira y después que él nació don García. Durante su infancia, que pasó en Tierra de Campos, fue instruido por Raimundo, que más adelante sería obispo de Palencia y probablemente fue su ayo el conde Pedro Ansúrez. A la muerte de Fernando I en 1065, Alfonso heredó el reino de León, mientras que el primogénito recibió Castilla (Sancho II) y García Galicia. Los hermanos no se conformaron con la herencia y ya antes de 1071 Sancho y Alfonso habían arrebatado Galicia al débil García, si bien fue Alfonso quien ejerció el gobierno del reino y la soberanía de Sancho fue, sobre todo, nominal. A comienzos de 1072 Sancho II invadió los territorios de Alfonso y le venció cerca del río Pisuerga. Alfonso fue trasladado a Burgos y Sancho se coronó rey a sí mismo en León. Por intercesión de doña Urraca y de Hugo de Cluny, Alfonso fue liberado y huyó a Toledo, donde fue acogido por Yahya ibn Ismail al-Ma'mun. Pero tras la muerte de Sancho II en el sitio de Zamora, Alfonso fue reconocido casi unánimemente heredero de los reinos sometidos a la soberanía de su hermano. A finales de año la principal nobleza del reino confirmó en Burgos un diploma real de Alfonso VI, lo que prueba que su sucesión no fue contestada, pero fue probablemente en ese momento en el que el rey tuvo que hacer una declaración de inocencia en lo referente al asesinato de su hermano, episodio que en el Cantar de mío Cid alcanza visos legendarios.

En 1073 Alfonso VI asumió el gobierno efectivo de Galicia, después de apresar a su hermano García, a quien mantuvo en cautividad en el castillo de Luna hasta su muerte en 1090. Entre la fecha de su coronación y junio de 1074 Alfonso VI casó con Inés de Aquitania, hija del duque Guillermo VIII. En 1076, después de la muerte de Sancho IV de Navarra, Alfonso amplió sus territorios hasta Calahorra y se extendió por las tierras de Álava y Vizcaya. Recibió también juramento de vasallaje de Sancho Ramírez de Aragón, por los territorios que éste ocupó, es decir el núcleo tradicional de la monarquía pamplonesa. Desde aquel año Alfonso VI comenzó a titularse emperador. Hacia 1078 Alfonso repudió a Inés y en otoño de 1079, con la mediación de Hugo de Cluny, contrajo segundas nupcias con Constanza, hija del duque Roberto de Borgoña. Roma, sin embargo no aceptó el matrimonio y amenazó al monarca, que debió casar de nuevo con Constanza después de la muerte de Inés. De este matrimonio nació una única heredera, Urraca, a la que hacia 1087 se casó con el conde Raimundo de Amous, hijo del conde Guillermo de Borgoña; posteriormente el rey casó a sus hijas bastardas, Elvira y Teresa, con miembros de la nobleza francesa, siguiendo una política de vinculación ultrapirenaica que causó una revuelta en Galicia, encabezada por los condes Rodrigo y Vela Ovéquiz y por el obispo Diego Peláez, que defendían los derechos hereditarios del hermano del rey, García, que permanecía preso en Bavia. Ésta rebelión ya se había concluido cuando en junio de 1088 el rey acudió a Galicia para pacificarla. Después de la muerte de García, el rey entregó el gobierno de Galicia y Portugal a Raimundo de Borgoña, lo que provocó nuevas revueltas de poca importancia.

Enferma la reina Constanza en 1092, Alfonso había tomado como concubina a Zaida, nuera de al-Mu'tamid, que le dio su único hijo varón, Sancho Alfónsez (1093); poco después murió Constanza. El tercer matrimonio de Alfonso VI (1094), con Berta, de origen italiano, supuso un inconveniente para Raimundo de Borgoña, que, a falta de hijos varones del monarca, era el que mayores probabilidades tenía de heredar la Corona. A principios de 1095, éste estableció con su primo Enrique de Borgoña un pacto sobre la sucesión del rey y, por otra parte, Enrique recibió como esposa a Teresa, la hija bastarda del rey, y recibió de éste el gobierno del condado de Portugal, hasta entonces sometido a Raimundo. La concesión de Portugal a Enrique fue el punto de partida de la independencia del reino luso.

En 1099 murió Berta y también Elvira, la hermana del rey, cuya influencia política se había dejado sentir a lo largo de todo el reinado. De la cuarta esposa de Alfonso VI, Isabel, se ha especulado un posible origen borgoñón, aunque hay quien afirma que ésta no sería otra que Zaida, que habría adoptado ese nombre al convertirse al cristianismo; de esta manera se abriría el camino de la legitimación de Sancho, que fue nombrado heredero, probablemente entre 1105 y 1106 y, con toda seguridad, ya lo era en 1107. Sobre esa época murió la reina Isabel, que había dado dos hijas al monarca, Sancha y Elvira, y Alfonso casó, por quinta y última vez, con otra borgoñona, Beatriz. Los más perjudicados con el nombramiento de Sancho como heredero fueron Urraca y Raimundo de Borgoña (muerto en 1107) de quien en 1105 había nacido Alfonso (futuro Alfonso VII), a quien Urraca colocó bajo la protección del cada vez más poderoso obispo Gelmírez. Alfonso VI aseguró a Urraca y a su hijo el gobierno de Galicia.

Después del desastre de Uclés (1108) Alfonso enfermó y comenzó a preparar una sucesión que, después de la muerte del heredero (1108) y la de gran cantidad de nobles que habían sido el sostén del reinado, se preveía complicada. Alfonso hizo casar a la heredera, su hija Urraca, con Alfonso I de Aragón, pensando que la unión de ambos reinos posibilitaría el desarrollo de una política común que permitiese resolver el problema en torno a Zaragoza y presentar un frente más compacto frente a los almorávides.

Alfonso VI ejerció el poder de forma efectiva hasta el mismo momento de su muerte. Ésta llegó mientras el rey se encontraba en Toledo tratando de reparar los daños derivados de la derrota de Uclés. Fue enterrado en Sahagún el 21 de julio de 1109 y sucedido por Urraca.

Alfonso VI y las taifas; conquista de Toledo

Las parias o tributos de los Estados musulmanes hacia los reinos cristianos han sido consideradas como un medio de empobrecer a los reinos de taifas como un paso previo a su sometimiento, aunque hoy en día prima la opinión de que las parias eran un fin en sí mismo, ya que la conquista militar de los reinos musulmanes y su rápida y eficaz repoblación con cristianos, eran en el siglo XI objetivos desproporcionados. Sin embargo el control político que los reinos cristianos ejercían sobre las taifas a las que protegían era suficiente para asegurar su superioridad, a la vez que los tributos servían a los reyes para comprar fidelidades o servicios políticos.

Los Estados heredados por Alfonso en 1065 tenían frontera con la taifa de Badajoz, contra la que el monarca lanzó al menos dos expediciones en 1068 y la hizo tributaria y en 1074 volvió a dirigirse a Andalucía en busca de parias. El reino de Zaragoza, también tributario de Castilla, era imprescindible para evitar que Aragón o Pamplona se extendiesen hasta el valle medio del Ebro, por lo que Alfonso VI aseguró su protección a al-Muqtadir en 1074, a la vez que mejoraba sus relaciones con los reinos cristianos, a través de donaciones a San Millán de la Cogolla, con vistas a desarrollar la guerra contra el Islam ideada por Gregorio VII. La alianza con la taifa toledana fue una de las piedras angulares de la política alfonsina, ya que ésta constituía un tapón entre Castilla y la Extremadura y podía servir como punto de partida de expediciones en los reinos del sur de al-Ándalus. Así sucedió cuando en 1074 Alfonso VI consiguió un oneroso tributo de AbdAllah de Granada, además de las parias atrasadas. Castilla también ayudó a Toledo cuando al-Ma'mun atacó Córdoba en 1075, pero la muerte de éste monarca (28 de junio) supuso un contratiempo para Alfonso, porque su sucesor, al-Qadir, carecía de las dotes políticas de su abuelo y el delicado equilibrio entre las taifas se desplomó, cambiando la situación peninsular y dando al traste con los planes alfonsinos. Alfonso inició entonces una política de mayor intervencionismo en los reinos del sur.

Era necesario restablecer la alianza con Toledo para poder asegurar el avance de las colonizaciones en la zona situada al sur del Duero (la línea de fortificaciones de Medina del Campo, Olmedo, Coca, Cuéllar). En 1079 al-Mutawakkil de Badajoz invadió la taifa toledana y expulsó de la ciudad a al-Qadir. Alfonso VI reaccionó conquistando Coria, plaza estratégica en la ruta hacia Badajoz y en 1081 repuso a al-Qadir en Toledo, obteniendo de él a cambio la fortaleza de Zorita de los Canes, llave del reino de Zaragoza. A la vez, el monarca castellano enviaba al Cid a cobrar las parias a al-Mu'tamid de Sevilla, cuya taifa, engrandecida con Murcia, se había convertido en la potencia expansiva de al-Ándalus; Alfonso VI puso tropas al servicio de Sevilla para la guerra contra el común enemigo, el taifa de Granada.

En 1080 se produjeron ataques a San Esteban de Gormaz por parte de habitantes de la taifa toledana fuera del control de al-Qadir, a los que el Cid respondió con incursiones en el reino musulmán; el rey le acusó de luchar contra un reino aliado y lo desterró, abandonado don Rodrigo Castilla en 1081.

Desde 1082 la política de Alfonso hacia las taifas se endureció y se encaminó hacia la obtención de más tributos y un mayor control de los territorios. No todos sus intentos fueron fructíferos; así, el rey fracasó al intentar conquistar la fortaleza de Rueda de Carrión (enero de 1083), después de que la muerte de al-Muqtadir causase la división del reino zaragozano; Rodrigo Díaz, por su parte, se mantuvo fiel a al-Mu'tamin, el sucesor de al-Muqtadir, lo que constituyó un nuevo motivo de fricción con el rey castellano. Aquel año de 1082 Alfonso VI también envió embajadas al reino sevillano para exigir el aumento de las parias; los embajadores fueron apresados por al-Mu'tamid y el rey tuvo que entregar, a cambio de su liberación, la estratégica fortaleza de Almodóvar. La expedición de castigo no se hizo esperar y en verano de 1083 Alfonso se puso al frente de un ejército que devastó el reino sevillano, provocando que al-Mu'tamid solicitase el socorro almorávide; en 1083 los almorávides conquistaron Ceuta, que aseguraron como cabeza de puente para la futura invasión de la Península.

La amenaza africana hizo que Alfonso abandonase la política de protección de las taifas como medio de obtener parias de ellas y comenzase a hostigar a Toledo y Zaragoza, para ganar posiciones favorables ante una eventual invasión almorávide. Los preparativos del cerco de Toledo comenzaron en verano de 1084, pero cuando empezó la campaña en marzo del año siguiente, al-Qadir apenas opuso resistencia y rindió la ciudad; Alfonso VI tomó posesión de la ciudad el 25 de mayo de 1085 y entregó Valencia a al-Qadir, como medio de tener cubierto el flanco oriental de la ampliada Castilla. Las cláusulas de la rendición constituyeron un modelo para futuras capitulaciones. El rey aseguró a los musulmanes de Toledo el ejercicio de su religión, así como la conservación de sus bienes, su régimen fiscal y sus leyes internas; se apropió del patrimonio público y privado del emir y de todas las mezquitas, excepto la mayor y es posible que entregase indemnizaciones a los campesinos de la ciudad, tratando de mantener el sistema de producción, indispensable para hacer efectiva la conquista. El rey puso al frente de la ciudad al gobernador mozárabe Sisnando Davídiz, que ya había mostrado su moderación y sus buenas dotes administrativas en el gobierno de Coimbra.

La conquista de Toledo disparó el prestigio de Alfonso VI, que consolidó sus alianzas con poderes extranjeros, en espacial con Cluny, Roma y la nobleza borgoñona y ultrapirenaica. Supuso además la formación de una nueva frontera de al-Ándalus en la línea del Tajo, que rompió el equilibrio de fuerzas establecido a principios del siglo X y permitió una fácil repoblación cristiana al norte del Sistema Central. Desde el punto de vista estratégico la consecuencia más relevante de la conquista de la taifa fue la ruptura del eje de comunicaciones que unía Zaragoza y la cuenca del Ebro con el resto de al-Ándalus, completado ésto con el control indirecto sobre Valencia a través de al-Qadir.

Pero, conquistada Toledo, se dejaron de percibir sus parias y en cambio se incrementaron los gastos militares, por lo que el rey reanudó la presión para recaudar más parias. Con tal fin envió expediciones a las taifas de Sevilla y Granada, que tuvieron como resultado la conquista de la estratégica plaza de Aledo (1086). En primavera de aquel año puso Alfonso sitio a Zaragoza, aunque no es probable que el objetivo fuese la conquista de la ciudad, sino el reconocimiento de protección y el pago de parias. El cerco de Zaragoza fue abandonado ante el enorme peligro que supuso el desembarco de los beréberes almorávides en la Península Ibérica a finales de junio de 1086.

Alfonso VI y los almorávides

Mientras Yusuf ibn Tashufin, después de haber estado dos meses acantonado en Sevilla, concentraba su ejército en Badajoz, Alfonso lo hacía en Toledo. El enfrentamiento era inevitable y los contendientes convinieron que la batalla se desarrollase en la dehesa de Sagrajas, el 23 de octubre. Tras la rotunda victoria de los almorávides ibn Tashufin regresó a Sevilla y Alfonso huyó a Coria, desde donde marchó a preparar la defensa de la plaza de Toledo. A finales de 1086 entregó al Cid, con el que ya se había reconciliado, la tenencia de la plaza de San Esteban de Gormaz, llave de la Castilla oriental y en primavera del año siguiente recibió los refuerzos de Eudes de Borgoña y otros nobles francos. Aquel mismo año recibió el rey castellano-leonés homenaje de Sancho Ramírez de Aragón por el recién constituido condado de Navarra, sujeto al vasallaje de Alfonso, pero adjudicado a Aragón en el nuevo reparto del reino navarro, concluido entre ambos monarcas durante el sitio de Tudela (1087).

La necesidad más acuciante después del desastre de Sagrajas era restaurar el sistema de relaciones políticas roto por los almorávides. Alfonso VI volvió a percibir parias del taifa de Zaragoza, a quien envió al Cid para enfrentarse a al-Mundir de Lérida, que ayudado por Berenguer Ramón II, ponía cerco a Valencia. Gracias al patrocinio cristiano, al-Qadir regresó a Valencia y presentó su sumisión a Alfonso, al tiempo que ibn Rasiq de Murcia, ayudado por García Jiménez, se separaba de la taifa sevillana y se colocaba bajo la protección de Castilla. De esta manera, en poco tiempo Alfonso recuperó las parias de Levante y el valle del Ebro, al mismo tiempo en que al-Mu'tamid solicitaba de nuevo la ayuda de ibn Tashufin.

La segunda llegada de los almorávides a la Península se puede resumir en el sitio de Aledo, plaza que fue asediada entre junio y octubre de 1088 sin que Alfonso acudiese en su socorro, pero que fue inmediatamente liberada por ibn Tashufin y por los taifas de Granada y Sevilla en cuanto tuvieron noticia del ejército cristiano que acudía a su defensa. Fue en este momento cuando se consumó la ruptura definitiva entre Alfonso VI y el Cid, al no acudir éste al llamamiento real para liberar Aledo. Sin embargo las acciones que Rodrigo Díaz realizó en Levante contribuyeron decisivamente al proceso de reconquista y permitieron al rey concentrar sus esfuerzos en otras partes. Los reyes taifas de Granada y Sevilla se negaron a pagar tributos al rey cristiano, confiando en la venida de los almorávides. En 1089 logró cobrar al rey de Granada los atrasos de tres años, pero sería la última vez. En julio de 1090 tuvo lugar el tercer desembarco de ibn Tashufin en Algeciras; en esta ocasión los planes del sultán beréber pasaban por la completa ocupación de al-Ándalus, como quedó de manifiesto en el inmediato cerco de Toledo, plaza que el rey no acudió a socorrer hasta finales de agosto. La llegada de Alfonso VI y Sancho Ramírez hizo que los africanos levantasen el sitio de Toledo. En lo sucesivo Alfonso se dedicó a aunar fuerzas para enfrentarse a los nuevos invasores, mientras que ibn Tashufin se apoderaba de los reinos de Granada y Sevilla, incluyendo Murcia, Jaén y Almería.

La presencia de un enemigo tan poderoso y el desmoronamiento del sistema de parias hizo que el rey tuviese que cambiar totalmente las directrices de su política. Además Alfonso debía ocuparse de la organización de unos amplios territorios y cada vez mejor poblados, aunque descargó muchas de sus funciones de defensa, justicia y gobierno en nobles delegados. Fue 1091 un año de revueltas internas en sus reinos. El obispo de Braga, Pedro, buscó el amparo del antipapa Clemente III para conseguir la condición de metropolitano, lo que llevó a su destitución; el obispo Diego Peláez se negó a acudir a juicio en Roma; y en Castilla la revuelta de García de Cabrera sólo se apaciguó después de que el rey le casase con su hermana, la infanta Elvira. En vez de buscar un enfrentamiento directo con los almorávides, Alfonso trató de conseguir su inacción y volvió sus ojos hacia Levante. En 1092 se alió con pisanos y genoveses y atacó Tortosa y Valencia sin éxito, por lo que a partir de 1093 el Cid tuvo las manos libres para actuar en Levante. Alfonso, en cambio, consiguió progresos contra la taifa de Badajoz, con la conquista de Santarem, Lisboa y Sintra, lo que llevó al cenit de su poder al conde de Galicia y Portugal, Raimundo, que por otra parte era un estrecho colaborador del monarca. No pudo rentabilizar estas conquistas Alfonso VI, porque en 1094 la taifa de Badajoz cayó en poder de los almorávides, sustituyendo en el sector occidental a un débil enemigo por uno poderoso.

Hasta 1097 Alfonso pudo disfrutar de una tregua con los almorávides, pero aquel año, cuando el rey se disponía a proteger Zaragoza de los ataques aragoneses, ibn Tashufin volvió a la Península y Alfonso se instaló en Toledo, donde recibió refuerzos del Cid, aunque los cristianos fueron derrotados en Consuegra, plaza que fue tomada en 1099. Pero tras la muerte del Cid aquel mismo año Valencia volvió a ser objetivo almorávide y desde 1101 fue asediada por el caid Mazdali. El rey acudió a Valencia con un gran ejército en primavera de 1102, pero fue para comprobar que la ciudad no tenía salvación; Alfonso dirigió las operaciones de evacuación y en mayo los almorávides tomaron posesión de la plaza. Rápidamente cambió la situación del Levante y el valle del Ebro: con Mazdali presto para ayudar a al-Mustasin, Zaragoza dejó de pagar las parias; el pequeño reino de Albarracín pasó a dominio almorávide; y Mazdali obtuvo victorias sobre los condes catalanes.

Tras la pérdida de Valencia era prioritario asegurar la frontera oriental de Toledo y evitar que los almorávides dominasen el corredor entre el Henares y el Jalón, paso desde la Meseta hasta el valle del Ebro, y a ese fin respondieron el asedio de Medinaceli, comenzado en 1103 y concluido el año siguiente y las razzias lanzadas anualmente al sur de Toledo. Los musulmanes no reaccionaron durante aquellos años, que fueron los últimos de Yusuf ibn Tashufin. Tras su muerte (1106) fue sucedido por su hijo Alí ibn Yusuf, que nombró a su hermano, Tamín ibn Yusuf, gobernador de al-Ándalus. Éste reunió un enorme ejército que en 1108 se lanzó a la conquista del corredor del Henares, en cuyo contexto se encuadra la conquista de Uclés en mayo. Los cristianos reaccionaron enviando un ejército desde Toledo, que el 29 de mayo fue derrotado frente a la ciudad. La batalla de Uclés supuso un nuevo descalabro para los cristianos, no sólo por la gran cantidad de vidas que se perdieron, sino, sobre todo, porque desencadenó la conquista por los almorávides de Belinchón, Ocaña, Huete, Cuenca y Alcalá de Henares, dejando libre el camino hacia Zaragoza, que cayó en 1110. Más graves consecuencias políticas supuso la muerte del heredero, Sancho Alfónsez, poco después de la batalla.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.

JotaErre
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor JotaErre » 16 Abr 2015 00:36

Hay una excelente novela histórica, "El puente de Alcántara", de Frank Bauer, ambientada en la época de Alfonso VI.

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Rescoldo
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 18 Abr 2015 02:40

Leyenda del CID CAMPEADOR

Cuenta la leyenda que Rodrigo Díaz nació en el año 1.043 en un pueblo pequeño de Burgos llamado Vivar. Su padre, que se llamaba Diego, era un noble de la corte de Castilla. Cuentan que era un caballero valiente conocido por su gran destreza con la espada y por ser un gran cabalgador. La madre de Rodrigo también pertenecía a la nobleza.

Como tenía sangre noble fue llevado a la corte de Fernando I el Magno para que sirviera a su hijo Sancho. Y allí, junto a él, aprendió a manejar la espada y las artes de la guerra.

Fue tal su conocimiento que cuando tenía tan solo 16 años el Cid retó y mató al Alférez Real por haberse burlado de su difunto padre. Acabó con la vida de un caballero que tenía gran fama de ser muy diestro con la espada.Y cuentan que la hija del Alférez Real reclamó su derecho a casarse con Rodrigo ya que le había dejado sin padre. Se celebró el matrimonio entre Rodrigo Díaz de Vivar y Doña Jimena.

Durante las Navidades del año 1.065 murió Fernando I. Su hijo Sancho pasó a ser nombrado rey de Castilla. Junto a él su más fiel amigo, Rodrigo Díaz de Vivar.

Dos años más tarde moriría la madre de Sancho II rey de Castilla y de Alfonso VI, rey de León. A partir de aquel momento los dos hermanos entablaron una lucha constante por el poder de los dos reinos. Todo acabaría con el asesinato de Sancho II a manos de un gran traidor. Alfonso VI se apresuró a reclamar la corona de Castilla.

Algo rondaba en la cabeza del amigo fiel de Sancho II porque pensaba que había sido una conspiración de su hermano para proclamarse rey. Y sin esperar más, Rodrigo Díaz de Vivar hizo jurar a Alfonso VI en Santa Gadea que él no ha participado en la traición y muerte de su hermano. Así juró don Alfonso. Juramento de Santa Gadea que llevó a que Alfonso VI fuera nombrado rey de Castilla y León.

Nada más entrar en el reinado Alfonso destituyó a Rodrigo Díaz de Vivar como Alférez Real.

Un buen día, Alfonso VI mandó a Rodrigo junto a cien lanceros a cobrar las parias que debía el rey musulmán de Sevilla. Consistían las parias en unos pagos anuales que se hacían a la corona protectora y que, ese año, el reino de Sevilla se había negado a tributar: diez quintales de plata, diez mulas y diez caballos.

Cuando llegó Rodrigo a Sevilla el rey Almonacid le recibió amistosamente. Procuró buen alimento y descanso. Incluso mandó organizar una gran fiesta en su honor.

Esperando los pagos llegaron unos mensajeros diciendo que un ejército moro y cristiano se acercaba a la ciudad para asaltarla. Tropas musulmanas de Granada y Murcia junto a huestes cristianas de Navarra y Barcelona. Y el rey musulmán muy asustado por ver su ciudad masacrada corrió a recordar a Rodrigo que las parias se pagaban para ser defendidos de los ataques invasores. Cierto era. Así que no le quedó más remedio que organizar un pequeño ejército para que le acompañara a buscar las tropas enemigas.

Y cuenta la leyenda que cuando el conde de Barcelona vio a tan pocos hombres al lado de Rodrigo se rió de la amenaza que pretendía y decía ser…

-¡Ja, ja, ja! ¿Pero quién crees que eres tú para venir a darme órdenes, mocoso? ¿Todos éstos son sus hombres? Decid de mi parte a ese presuntuoso que cuando le crezca la barba, entonces, jugaremos a la guerra.

Cuando el mensajero regresó para comunicar las palabras de García Ordoñez no se atrevió en un primer momento a contar lo que le había dicho. Más tarde el joven habló. Sintió como le ardía la sangre por sus venas. La ira y el enfado se adueñaron de Rodrigo quién juró y perjuró que antes que le creciera la barba apresaría a ese conde engreído y se la cortaría de cuajo.

Y sin pensarlo más ordenó a sus mesnadas, a sus cien hombres que lucharan contra…cinco mil caballeros musulmanes y mil hombres cristianos. Cuenta la leyenda que Rodrigo gracias a su capacidad de mando y valentía supo vencer a los seis mil hombres que intentaban invadir Sevilla. Y para goce y disfrute de nuestro caballero, él mismo pudo apresar al conde de Barcelona, al de Aragón y al de Navarra.

Y sin esperar que le creciera la barba y con una gran sonrisa que se le escapaba por la comisuras de sus labios se acercó al engreído García Ordoñez y con un golpe certero de espada le arrancó el pelo de la barba. Más no terminó ahí su hazaña pues cogió una bolsita de seda donde guardó el pelo arrancado para colgárselo al cuello y allí llevarlo el resto de sus días.

Después de esta increíble victoria y con un gran número de presos moros y cristianos comenzó a dudar qué debía hacer. Sintiendo que él también tenía corazón cristiano decidió, tras los juramentos de todos los caballeros, dejar libres tan solo a los que seguían su religión.

Llegó la hora de regresar a Sevilla acompañado de sus cien hombres y de los prisioneros musulmanes. Los habitantes de la ciudad que ya conocían tal hazaña le esperaban repartidos por toda la villa para dar las gracias y mostrar su alegría.

Y desde el momento que Rodrigo entró por la puerta de la muralla grupos de musulmanes gritaban:

-¡Sidi Rodrigo!, ¡Sidi Rodrigo! (señor Rodrigo).

Otros cristianos también le llamaban:

-¡Campi doctor!, ¡campi doctor! (sabio en batalla campal).

Y de la unión de los dos gritos salió el nombre del Cid Campeador…

El Cid recibió numerosos obsequios y regalos del rey musulmán ya que estaba muy agradecido por haber salvado a la ciudad. A su vez, Rodrigo entregó un gran número de prisioneros moros como botín de guerra…

Cuando Alfonso VI se enteró de la proeza del Cid Campeador quedó impresionado. Aunque no lo hizo tanto cuando supo que había dejado libre a todos los cristianos prisioneros…De ellos hubiera podido obtener el reino una suculenta suma de dinero por sus rescates.

Pero quizás lo que más le molestó a Alfonso VI fue que el Cid recibiera una gran cantidad de valiosos regalos del rey musulmán y que, sin su consentimiento, regalara parte del botín de guerra.

Muy enfadado y herido en su orgullo real y convencido de que el Cid Campeador se había extralimitado en sus decisiones y tareas ordenó implacable el primer destierro de Rodrigo Díaz de Vivar. Le expulsó de las tierras castellanas…

La leyenda del Cristo de la Luz, Toledo

Cuenta la leyenda que en el siglo VIII las tropas musulmanas al mando de Tarik se aproximaban a las murallas de Toledo.
Los cristianos que vivían en la ciudad se apresuraron a esconder la imagen del Cristo Crucificado para evitar que fuera profanada. Este crucifijo se encontraba en una iglesia cercana a la Puerta de Valmardón.

Los fieles decidieron abrir un hueco profundo en un muro interior del templo para esconder al Cristo. Encendieron una lamparilla de aceite y la colocaron a los pies de la imagen. Luego tapiaron el agujero. Pasó el tiempo y este hecho quedó relegado al olvido.

El rey Alfonso VI y Don Rodrigo Díaz de Vivar consiguieron vencer a la corte visigoda de Toledo mediante un asedio muy cruento que había durado semanas. Y junto a las tropas reales entraban triunfantes en Toledo el 25 de mayo de 1085 por la Puerta Vieja de Bisagra.

Cuando el séquito real estaba pasando por la mezquita ocurrió un hecho asombroso. Ambos caballos, tanto el del rey Alfonso VI como el del Cid, se arrodillaron ante la puerta de entrada.

Este suceso fue interpretado como un milagro y un mensaje divino. Así que el rey Alfonso VI mandó registrar minuciosamente la iglesia. Allí encontraron al Cristo Crucificado y la lamparilla de aceite que, milagrosamente, seguía encendida. ¡Después de haber pasado más de 300 años!

A esta mezquita se la llamó desde entonces “El Cristo de la Luz”.

Actualmente, una losa blanca indica el lugar donde los dos caballos se arrodillaron…


La leyenda de la Virgen de la Almudena, Madrid

Existe también una leyenda muy similar a la anterior donde los protagonistas son el Cid Campeador y el rey Alfonso VI.
Cuentan que cuando el apóstol Santiago llegó a Hispania con objeto de cristianizar estas tierras traía numerosos presentes para obsequiar a sus discípulos. Entre todos los objetos llevaba una bonita escultura de la Virgen María que regaló a una iglesia llamada Santa María que se encontraba en la cuesta de la vega. Los cristianos estuvieron adorándola hasta que se produjo la invasión de los musulmanes al derrotar a los visigodos.

Los cristianos sacaron de la iglesia la imagen de la virgen para evitar que fuera saqueada. La guardaron en un lugar desconocido. Con el tiempo aquella iglesia se convirtió en mezquita. Más tarde, el emir de Córdoba mandó construir una fortaleza en la colina que había al lado del río Manzanares para que su muralla defendiera a la villa de los posibles ataques cristianos.

Mientras se iba levantando el muro que cercaba la ciudad un artesano herrero forjó una hornacina para ocultar a la virgen dentro de la misma muralla que estaban construyendo. Y allí permaneció oculta durante largo tiempo sin que nadie supiera el lugar exacto donde se encontraba.

Nos cuenta la leyenda que el Cid Campeador descansaba junto a su ejército en la ciudad de Toledo ya conquistada. Uno de los objetivos del rey era volver a consagrar el templo de Santa María que los musulmanes habían convertido en mezquita. Pero para hacerlo debían encontrar la escultura de la virgen que tanto tiempo llevaba desaparecida.

Un día el Cid había acampado junto a algunos de sus hombres en un llano. Se dirigían hacia Madrid. Ya establecidos el Campeador salió a pasear un rato. Andando por el camino escuchó una petición de auxilio. Se acercó a un barranco donde pudo ver que había un leproso que intentaba salir de una zanja. El Cid le ayudó.

Y cuando ya estuvo fuera este hombre enfermo se convirtió en la imagen de una mujer que dijo ser la virgen que tanto buscaba su rey y que reveló al Cid Campeador alguna de sus victorias que estaban todavía por acontecer. Terminó señalando el sitio exacto de la muralla donde se encontraba la escultura escondida. Y la virgen desapareció.

Cuando el Cid regresó a su campamento pudo ver a todos sus hombres que dormían un sueño excesivamente profundo por lo que ninguno había podido ver la aparición. Al día siguiente partió el Cid junto a sus mesnadas hacia la muralla madrileña. Cuando comenzaron a rodearla un trozo de muro se derrumbó dejando al descubierto la hornacina de hierro con la virgen en su interior.

Milagrosamente dos velas al lado de la imagen le habían dado luz y calor durante cientos de años. La virgen fue llevada a la iglesia de Santa María. La llamaron de la Almudena al haber estado escondida en un almudín…


La leyenda de la afrenta de Corpes
Cuenta la leyenda que el Cid Campeador vivía en Valencia junto a su mujer Doña Jimena y sus dos hijas, Doña Elvira y Doña Sol. Estas dos muchachas estaban casadas por consejo de Alfonso VI con los infantes de Carrión: Don Diego y Don Fernando.

Una noche cuando todos descansaban uno de los leones que tenían en el castillo logró escapar de su jaula. Estuvo el animal paseando libremente por las estancias que quedaron abiertas. Al entrar en el dormitorio del Cid Campeador el león rugió de tal forma que le despertó. Y muy lejos de tener temor se enfrentó al animal mirándolo fijamente a los ojos. La fiera se amansó y el Cid cogiéndole de la melena a su jaula devolvió.

Con el rugido del animal todos se despertaron y acudieron en su ayuda. Pero muy asombrados pudieron ver la hazaña que acababa de cometer. Preocupado estaba Don Rodrigo por su familia.

-¿Están las mujeres bien? ¿Y los infantes de Carrión…?

Algunos de los hombres comenzaron a buscar a los yernos del Campeador. No sabían dónde podían estar. Encontraron muertos de miedo a los dos: Diego se había ocultado detrás de unas columnas y Fernando debajo de la misma cama del Cid.

Descubiertos los infantes de Carrión los hombres del Cid no podían parar de reír. Intentaban no burlarse de su cobardía pero su risa se escuchaba en todo el castillo. Y aunque el Campeador también reía se vio obligado a prohibir cualquier comentario más sobre la cobardía de los infantes. Y no lo hacía por ellos sino por el orgullo herido de sus dos hijas.

Callaron los más fieles del Cid públicamente aunque seguían manteniendo que los infantes de Carrión eran unos cobardes y además, unos impostores. Pasó el tiempo.

Un buen día el rey musulmán Búcar cercó con su ejército Valencia. Los caballeros cristianos contaron hasta cincuenta mil soldados moros acampados frente a las murallas.

Absortos los dos infantes de Carrión ante aquella amenaza se escondieron para dialogar entre ellos sin saber que uno de los más fieles hombres del Cid les escuchaba porque el Campeador así lo había ordenado.

-Yo me casé con Elvira por tener grandes riquezas y una vida tranquila.

-¡Ya! Y yo me casé con Sol para ser yerno del propio Cid Campeador. Y ahora tengo nostalgia de nuestra tranquila Carrión.

-Miedo dan los miles de musulmanes que nos acechan… ¡Aterrorizado estoy!

Después de haber escuchado a los dos infantes de Carrión, Muño acudió al Campeador para contar, con tono irónico, los grandes deseos de los dos.

-¡Don Rodrigo! Menudos yernos tienes, ¡los dos! Valientes ellos que desean volver sin luchar a su Carrión… ¡Anda! Déjalos marchar para que no manchen más tu honor.

Sin sorprenderse lo más mínimo por lo que acababa de contar Muño, el Cid, en busca va de los dos. Con tono muy enfadado les reprocha que, mientras sus hombres están deseando luchar contra los musulmanes, ellos estén deseando volver a la paz de Carrión.

Pero el Cid, sabiendo muy bien lo que hace les libera de la obligación.

-No saldréis a luchar. Dentro de las murallas quedaréis.

Mientras tanto el rey musulmán Búcar mandó un mensajero al Cid Campeador.

-Te estoy cercando Valencia y exijo tu rendición.

Muy seguro de sí mismo el Cid en persona contestó al mensajero del rey musulmán.

-Muy bien. Dame tres días para que organice la rendición.

El Cid comienzó a preparar su estrategia. Un gran ánimo reinaba en todos los caballeros del Campeador. Tal ambiente de optimismo se vivía que hasta a los infantes de Carrión llegó.Y fueron los dos a pedirle que les mandara a la vanguardia de sus mesnadas.

-¿Seguros estáis los dos? ¿En la vanguardia…?

Cuando el Cid ordenó el ataque el infante Fernando se fijó en un árabe llamado Aladrat.

-Luchando con él mostraré mi valentía- pensó el infante de Carrión.

¡Ay! Pero cuando Fernando vio que el árabe también se había fijado en él y veía como llegaba al galope empuñando una gran espada en lo alto…lo pensó mejor.

Don Fernando hizo girar su caballo y al galope salió huyendo del campo de batalla. Y el caballero Vermúdez que era el encargado de vigilar a Fernando se vio obligado a luchar y matar a aquel moro que tanto miedo había dado al de Carrión.

-¡Regresa Don Fernando! Muerto está ya el que se fijó en ti. Ven, toma el caballo y mi espada manchada de sangre y di a todos que fuiste tú. Yo te encubriré.

Musulmanes y cristianos se batían en el campo de batalla. Multitud de cuerpos yacían en la tierra manchada de sangre. Huían caballos sin dueños a ninguna parte. Entró el Cid en batalla junto a Minaya y Vermúdez. Los cristianos con valentía luchaban sin desfallecer. Sangre y metal cubrían los campos valencianos.

Pero todavía el Cid no había cumplido su plan. Buscó al rey árabe y hacia él se dirigió con ánimo de luchar. El rey Búcar vio al Cid que se le acercaba a gran velocidad. Salió huyendo el musulmán en dirección al mar.

Se fueron los dos caballeros que desaparecieron entre el polvo levantado del camino. Babieca acortó distancias sobre su enemigo. Y a punto de darle alcance el Cid levantó su pesada espada. Con un golpe certero arrancó el yelmo de Búcar. Y con otro hundió el frío metal en el corazón del musulmán. Cayó el cuerpo del rey muerto junto a su bella espada que todavía empuñaba. La recogió del suelo el Cid maravillado por tal obra de orfebrería. Empuñadura de oro y piedras preciosas que ya le pertenecían.

-Eres Tizona, amiga fiel de batallas y duelos.

Terminado el enfrentamiento el Cid Campeador agradeció a todos su valentía y tesón. Andaban bien orgullosos los infantes de Carrión…Tan seguros estaban de sí mismos que no paraban de alabar su intervención.

-¡Hemos vencido al rey Búcar, a los moros que están en contra de nuestro Campeador!- gritan los dos infantes de Carrión.

Y los caballeros cristianos se miraban y reían.

-¿Habéis visto luchar a alguno de los dos?

Las burlas se hicieron tan dolorosas e incisivas que los dos decidieron regresar junto a sus mujeres a Carrión. Querían llevarse a las dos muchachas decían, para enseñarlas las tierras de las que herederas serían…

Y el Cid ante esta petición accedió a que los infantes se llevaran a sus hijas a Carrión. Pero Rodrigo los conocía bien y temía lo peor…Algo perturbaba su alma y su estado de ánimo sin bien saber el por qué. Después de otorgarles grandes obsequios como caballos para la guerra, mulas para la carga, ropajes bordados con oro y tres mil marcos en monedas el Cid les quiso mostrar su aprecio donando lo que más quería. Y cambiaron de mano sus dos espadas, Tizona y Colada…

Pero Rodrigo Díaz de Vivar no se fiaba de los infantes, eso ya era sabido. Mandó a su sobrino Félez Muño a que viajara junto a sus hijas para que no las perdiera de vista y las protegiera.

Entraban en tierras de Corpes cruzando un denso robledal. Encontraron un llano con un hermoso y fresco manantial.

-Aquí acamparemos. Mañana…más.

Amaneció en tierras de Corpes. Todos casi preparados estaban. Los infantes mandaron que se adelantaran y no volvieran la mirada atrás. Marchaban todos los vasallos y el sobrino del Cid. Ya habían planeado alguna maldad… Solos se quedaron con sus esposas en aquél claro del robledal.

-¡No heredaréis nada de nuestras posesiones ni tierras! ¡Esto lo tenéis que saber las dos!

Despojaron a las mujeres de sus ropas y las dejaron con tan solo un fino blusón. Se calzaron las espuelas los traidores de Carrión. Doña Elvira y Doña Sol pedían clemencia entre lloros y gritos de piedad. Creían adivinar las intenciones de los infantes de Carrión.

-¡Hacednos el favor! Nuestro padre os dio dos buenas espadas con un filo tajador…Cortarnos la cabeza y evitarnos el sufrimiento y el dolor.

Pero los infantes ciegos de venganza y rencor preparaban también los cintos que provocarían mucho dolor.

-¡Don Diego, Don Fernando! ¡Os lo rogamos por Dios! Seremos mártires sin cabeza…Evitad el sufrimiento y el terror. Nuestro padre os buscará para vengarse de vos. No queremos ni pensar…la furia que puede desatar en vosotros dos.

Pero por muchas peticiones y ruegos, y entre gritos de dolor, los infantes comenzaron a azotarlas sin piedad y con mucho rencor. Odio hacia el Cid, el que fue su señor. Odio por aquel león y la batalla que tanto les acobardó.

Fueron azotadas una y otra vez con las correas. Una y otra vez golpeadas con las espuelas. Se desgarró a cuajos la blanca piel de las dos doncellas.

Se rompieron las dos camisas que ya no protegían más aquellos dos cuerpos abatidos por la maldad. Manchado el blanco puro del rojo más doloroso e intenso. Se mezcló el rosa con las lágrimas y el barro del robledal.

Doña Elvira y Doña Sol sintieron su vista nublar. Pidieron a Dios que acabara con este sufrimiento porque ya no podían soportar tanto dolor.

-¡Padre, padre, que en Valencia estás…! ¡Cid, Cid, si nos oyeras llamarte tu corazón se rompería en dos!

La vista se les nubló ya no veían casi la luz del sol. Comenzaron a perder el sentido, ya no sentían casi el dolor. Los golpes de los infantes resonaban más allá de Carrión. Ecos de venganza y muerte, sonidos de odio y sed de ambición. Durante mucho tiempo sus fuerzas utilizaron en golpearlas con gran tesón. Ya no podían casi ni ellos. Agotados se sintieron los dos.

Cayeron los cuerpos en el robledal de Corpes. Y los infantes de Carrión descansaron agotados por tal afrenta dirigida hacia el Campeador. Cuando se repusieron del esfuerzo los dos infantes recogieron todas sus pertenencias y allí abandonaron a las dos. Volaban buitres acechando...

-¡Qué suerte si se alimentaran de ellas!- Pensaron los dos.

Ya han vengado su deshonra. Tranquilos y sonrientes marchan los dos. Pero el sobrino del Cid, a medio camino hacia Carrión, no dejaba de pensar en los dos infantes, en Doña Elvira y Doña Sol. Sospechosa situación que lo angustiaba y en su interior se iba acrecentando la sospecha, su malestar y su furor. Y decidió regresar sobre sus pasos sin seguir el camino, no. Mejor pasar desapercibido ante tal sospecha, si, mejor. Y se escondió entre los matorrales esperando verles pasar…Tiempo que se hace eterno sin parar de dudar.

-Pero… ¡oh Dios! ¡No esperaba escuchar lo que tuvo que oír! Creyó que a sus primas las habían matado…

Cuando desaparecieron los infantes en el camino Félez Muño hizo galopar su caballo. Fue en busca de las muchachas esperando encontrarlas en algún sitio. Y allí parecieron inertes en la hierba, manchadas de sangre y barro. Medio desnudas, en carne viva y con los ojos cerrados. Limpió sus rostros con agua fresca. Les dio de beber ese líquido esperando que renacieran las dos.

-¡Primas, primas! ¡Doña Elvira y Doña Sol! Volver a este mundo aunque sea cruel…Os vengaremos os lo prometo yo. Que esos dos infantes tienen que morir… ¡Se lo prometo al Campeador!

Comenzó Doña Sol a tartamudear. Se incorporaron poco a poco las dos. Comenzaron a recordar algo. Contaron lo que pasó. Y su primo muy asustado animaba a las dos. Desconocía de donde salían estas palabras ahora; quizás fuera de su cariño y amor.

Buscó ropaje para cubrirlas. Montó en la grupa de su caballo a las dos. Tortuoso se hizo el camino hasta Torres de Doña Urraca donde descansaron Doña Elvira y Doña Sol.

Algo tramaba Félez Muño que se dirigía hacia Gormaz…

Pero lo que ha sucedido en aquellas tierras enseguida lo supo “todo Dios”. Y mientras los infantes se rían de su afrenta el Cid creía morirse de dolor. Mandó el Campeador que las llevaran a Valencia. Envió un mensajero a su señor. A Alfonso VI pidió justicia para poder vengarse de los infantes de Carrión.

Alfonso VI escuchó al mensajero lleno de intenso dolor. No quería creer en lo sucedido. Tal afrenta de Corpes debía ser juzgada. Fueron las cortes de Toledo las elegidas para tal fin. Dio de plazo siete semanas. Y ordenó pena grave por no acudir.

Fueron citados: Enrique de Borgoña; los condes de Portugal, Galicia, Astorga y León. Fueron convocados García Ordoñez, don Birbón, el hermano de Doña Jimena y los padres de los infantes de Carrión.

El Cid antes de entrar en Toledo decidió descansar en el Monasterio de San Servando. El obispo nombró a cien hombres como sus vasallos. Vistió el Cid unas preciosas calzas, camisa blanca de fino hilo, una túnica con remates dorados y una capa rojo sangre. Se recogió su largo pelo y trenzó su luenga barba. Y ya terminado su aseo se dirigió hacia las cortes de Toledo.

Miraban todos expectantes al Cid Campeador cuando entró en el interior. El rey Alfonso VI se levantó y le ofreció un sitio a su lado. El Cid Campeador lo rechazó.

-Desde que fui nombrado rey solo he necesitado ordenar dos cortes: la primera en Burgos, la otra en Carrión. Pero ésta es muy especial y por vergüenza ajena la he convocado por la afrenta a las hijas del Cid Campeador. Quiero que se haga justicia. Deseo que se devuelva al Cid su honor. Ordeno que seáis jueces todos los condes a los que he citado yo. Sois sabios y sois justos en vos confío yo. Solo me queda deciros que siempre estaré con el que demuestre su razón. Hable primero el Cid y luego contesten los infantes de Carrión.

Habló el Cid pidiendo justicia y sin olvidar sus dos espadas las reclamó a los infantes de Carrión.

Asombrados se hallaban los dos infantes que en secreto dialogaban los dos: el Cid no les había pedido cuenta por sus hijas y esto lo entienden como un gran favor. Ilusos ellos que pensaban que aquí se acababa la demanda del Campeador. Sacaron a Tizona y Colada. Se las entregaron al rey que al Cid devolvió. Tomó las dos Don Rodrigo y mirándolas, la empuñadura besó. Tanto costó ganarlas, tanta sangre y sudor. Bien quería ese metal que muy sinceramente a los dos infantes donó.

Pero de pronto su rostro se iluminó; sonrieron sus ojos y el corazón. Juró con voz en grito que había de vengar a Doña Elvira y Doña Sol. A su sobrino Pedro le entregó Tizona y a Martín Antolínez, Colada le dio.

-Sois mi mejor caballero y a Colada os la entrego yo. Se la arranqué a un gran enemigo. Al conde de Barcelona se la gané yo.

El Cid se dirigió hacia el rey reclamando una segunda petición: reclamó el ajuar de sus hijas, a los infantes de Carrión.

-¡Devolvedme mi dinero ya que mis yernos no sois!

-Ya le hemos dado sus espadas… ¿qué más quiere este señor? No nos queda ningún dinero ni presentes… Solo podemos pagar con tierras de Carrión.

Comentaban los jueces entre ellos y se escuchaba una voz:

-Eso lo tiene que contestar el Cid Campeador. Nuestro pensamiento es otro. El dinero debéis devolver con especies hasta que se cumpla lo que Rodrigo os otorgó.

Comenzaron a entregar caballos, palafrenes, mulas, espadas y tierras de Carrión. Los jueces los tasaron y dieron un valor. El Cid lo aceptó.

-Otra petición tengo. Ésta es la más dolorosa, la mayor afrenta sufrida, el mayor dolor que mata…Y quiero que se me escuche bien lejos para que se pueda sentir mi sufrimiento que deseo retar a los dos infantes que no osaron vengarse sobre mí si no sobre mis dos vidas: Doña Sol y Doña Elvira.

-Quisiera saber que mal os hice yo. Siempre os traté con respeto y hasta con cierta admiración. Os entregué a mis dos hijas, las dueñas de mi corazón. ¿Por qué me heristeis en lo más profundo? ¡Decidme! ¿Qué os hice yo? Fuisteis capaces de golpearlas con cintas y espolón. Yo no osaré juzgaros en público ya lo hice en mi interior. Solo pido a esta corte que haga justicia a vuestra acción.

Raudo el gran enemigo del Campeador, García Ordoñez se levantó.

-Mi señor rey y resto de la corte. Las largas barbas del Cid a unos espantan y a otros hace huir. Los infantes de Carrión pertenecen a la gran nobleza, de alta alcurnia son. ¿Y las hijas del Campeador? Los que os cuenta el Cid no tiene ningún valor.

Don Rodrigo Díaz de Vivar se acarició su barba. Se levantó y declaró:

-No sé que tenéis contra mi barba. Nadie nunca se atrevió a tocarla. Nadie pudo arrancarla como yo hice con la vuestra en el castillo de Cabra. ¿Recordáis que os la arranqué? ¡Así se nota todavía vuestra calva! ¿Queréis verla? La guardo todavía en esta bolsita colgada al cuello…

Siguen mientras tanto discutiendo los condes y sabios. Uno de los infantes de Carrión sigue manteniendo que él es de alta alcurnia. No debiera haberse casado con una de las hijas de un infante.

Y Pere por fin declaró. Contó lo que él sabía: el león, el moro.... Calló un momento antes de retar a Fernando en duelo.

Debatiendo aún estaban cuando entraron presurosos los mensajeros de los reyes de Navarra y de Aragón. Hablaron y dejaron a todos callados con su petición.

-Quieren nuestros reyes casarse con Doña Elvira y Doña Sol.

El rey Alfonso VI accedió y recordó a los infantes de Carrión que tendrían que besar las manos de sus reinas aquellas que habían golpeado hasta creerlas muertas.

Se ordenó un plazo de tres semanas para los duelos bajo pena de ser considerado traidor aquel que no dignara a aparecer.

El Cid Campeador regresó a Valencia.

Los representantes del Cid iban a utilizar a Colada y Tizona. Se preparó el campo de batalla en un llano. Acudieron los seis combatientes con los escudos, las lanzas y sus espadas. El infante Fernando y Pere se batieron con mucha violencia. Fernando atravesó el escudo de Pere y rompió su lanza al intentar clavarla en su cuerpo.

Por el contrario, Pere si logró atravesar el escudo de Fernando y clavar el hierro cerca de su corazón. Cayó el infante de Carrión envuelto en una mancha de roja sangre y para evitar su muerte declaró ante la amenaza de Tizona que su oponente decía toda la verdad. Cierto era lo de la batalla, el león y la afrenta.

Tocó el turno al infante Diego que se batió en duelo contra Martín Antolínez. Ambos mostraron una gran fuerza en sus golpes. Sacó Martín a Colada amenazando al infante. Y el de Carrión salió huyendo del campo de batalla. Tuvo que reconocer que también había sido vencido.

Y el osado Muñoz Gustioz fue atravesado al primer golpe. Asomó la punta de la lanza por la otra parte del escudo, tiñendo de sangre su ropaje. Se le dio por muerto al momento cuando su padre reclamó su cuerpo.

Hasta aquí las leyendas existentes sobre el Cid Campeador, en el siguiente intentaré plasmar la realidad y su papel en la reconquista de España frente a la invasión árabe.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 18 Abr 2015 23:03

RODRIGO DIAZ DE VIVAR )(El Cid Campeador)

Antes reseñe algunas de las leyendas surgidas en torno a la figura del Cid, quizás el mayor homenaje se lo dio Hollywood con la película producida por Samuel Bronston y protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren.

(Rodrigo Díaz de Vivar, llamado El Cid Campeador; Vivar, actual España, h. 1043 - Valencia, 1099) Caballero castellano. Hijo de Diego Laínez, descendiente del semilegendario Laín Calvo, quedó huerfano a tierna edad y fue educado junto al infante Sancho, hijo del rey Fernando I de Castilla y León, quien, al acceder al trono castellano, lo nombró alférez real (1065). Hacia 1066, el prestigio de Rodrigo Díaz se vio notablemente incrementado a raíz de su victoria en el combate singular que mantuvo con el caballero navarro Jimeno Garcés, para dirimir el dominio de unos castillos fronterizos que se disputaban los monarcas de Castilla y Navarra; el triunfo le valió el sobrenombre de Campeador.

Como jefe de las tropas reales, Rodrigo participó en la guerra que enfrentó a Sancho II de Castilla con su hermano Alfonso VI de León, quien, derrotado en las batallas de Llantada (1068) y Golpejera (1072), se vio obligado a buscar refugio en la corte musulmana de Toledo. El destino, sin embargo, quiso que Sancho II muriera en 1072, cuando intentaba tomar Zamora, con lo que Alfonso VI se convirtió en soberano de Castilla y León.

El nuevo monarca no sólo no manifestó resentimiento hacia el Campeador, sino que, consciente de la valía de sus servicios, lo honró concediéndole la mano de su sobrina, doña Jimena, con quien casó en julio de 1074. No obstante, unos años después, en 1081, una inoportuna expedición a tierras toledanas sin el premiso real, que puso en grave peligro las negociaciones emprendidas por Alfonso VI para obtener la emblemática ciudad de Toledo, provocó su destierro de Castilla y la confiscación de todas sus posesiones.

Acompañado de su mesnada, el Campeador ofreció sus servicios primero a los condes Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II de Barcelona, pero, al ser rechazado, decidió ayudar a al-Muqtadir, rey de Zaragoza, en la lucha que mantenía con su hermano al-Mundir, rey de Lérida, Tortosa y Denia, quien contaba con el apoyo de los condes de Barcelona y del monarca Sancho I Ramírez de Aragón.

Al servicio de al-Muqtadir, venció en Almenar a Berenguer Ramón II (1082) y cerca de Morella a al-Mundir y el soberano aragonés (1084). Durante este período fue cuando recibió el sobrenombre de Cid, derivado del vocablo árabe sid, que significa señor.

En 1086, la derrota de Alfonso VI frente a los almorávides en Sagrajas propició la reconciliación del monarca con Rodrigo Díaz, quien recibió importantes dominios en Castilla. De acuerdo con el soberano castellanoleonés, el Cid partió hacia Levante, donde, entre 1087 y 1089, hizo tributarios a los monarcas musulmanes de las taifas de Albarracín y de Alpuente e impidió que la ciudad de Valencia, gobernada por al-Qadir, aliado de los castellanos, cayera en manos de al-Mundir y Berenguer Ramón II. En 1089, sin embargo, una nueva disensión con Alfonso VI provocó su definitivo destierro de Castilla, acusado de traición por el rey. Rodrigo decidió regresar al oriente peninsular, se convirtió en protector de al-Qadir y derrotó una vez más a Berenguer Ramón II en Tévar (1090).

Muerto su protegido, decidió actuar en interés propio, y en julio de 1093 puso sitio a Valencia, aprovechando el conflicto interno entre partidarios y opuestos a librar la ciudad a los almorávides. El 15 de junio de 1094, el Cid entró en Valencia y organizó una taifa cristiana que tuvo una vida efímera tras su muerte, acaecida el 10 de julio de 1099. Doña Jimena, su viuda y sucesora, con la ayuda del conde Ramón Berenguer III de Barcelona, casado con su hija María en 1098, consiguió defender la ciudad hasta el año 1101, en que cayó en poder de los almorávides.

Esta es aproximadamente su biografía más real, aunque reconozco que la leyenda es más amena.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
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Mensajepor Rescoldo » 18 Abr 2015 23:07

RODRIGO DIAZ DE VIVAR )(El Cid Campeador)

Antes reseñe algunas de las leyendas surgidas en torno a la figura del Cid, quizás el mayor homenaje se lo dio Hollywood con la película producida por Samuel Bronston y protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren.

(Rodrigo Díaz de Vivar, llamado El Cid Campeador; Vivar, actual España, h. 1043 - Valencia, 1099) Caballero castellano. Hijo de Diego Laínez, descendiente del semilegendario Laín Calvo, quedó huerfano a tierna edad y fue educado junto al infante Sancho, hijo del rey Fernando I de Castilla y León, quien, al acceder al trono castellano, lo nombró alférez real (1065). Hacia 1066, el prestigio de Rodrigo Díaz se vio notablemente incrementado a raíz de su victoria en el combate singular que mantuvo con el caballero navarro Jimeno Garcés, para dirimir el dominio de unos castillos fronterizos que se disputaban los monarcas de Castilla y Navarra; el triunfo le valió el sobrenombre de Campeador.

Como jefe de las tropas reales, Rodrigo participó en la guerra que enfrentó a Sancho II de Castilla con su hermano Alfonso VI de León, quien, derrotado en las batallas de Llantada (1068) y Golpejera (1072), se vio obligado a buscar refugio en la corte musulmana de Toledo. El destino, sin embargo, quiso que Sancho II muriera en 1072, cuando intentaba tomar Zamora, con lo que Alfonso VI se convirtió en soberano de Castilla y León.

El nuevo monarca no sólo no manifestó resentimiento hacia el Campeador, sino que, consciente de la valía de sus servicios, lo honró concediéndole la mano de su sobrina, doña Jimena, con quien casó en julio de 1074. No obstante, unos años después, en 1081, una inoportuna expedición a tierras toledanas sin el premiso real, que puso en grave peligro las negociaciones emprendidas por Alfonso VI para obtener la emblemática ciudad de Toledo, provocó su destierro de Castilla y la confiscación de todas sus posesiones.

Acompañado de su mesnada, el Campeador ofreció sus servicios primero a los condes Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II de Barcelona, pero, al ser rechazado, decidió ayudar a al-Muqtadir, rey de Zaragoza, en la lucha que mantenía con su hermano al-Mundir, rey de Lérida, Tortosa y Denia, quien contaba con el apoyo de los condes de Barcelona y del monarca Sancho I Ramírez de Aragón.

Al servicio de al-Muqtadir, venció en Almenar a Berenguer Ramón II (1082) y cerca de Morella a al-Mundir y el soberano aragonés (1084). Durante este período fue cuando recibió el sobrenombre de Cid, derivado del vocablo árabe sid, que significa señor.

En 1086, la derrota de Alfonso VI frente a los almorávides en Sagrajas propició la reconciliación del monarca con Rodrigo Díaz, quien recibió importantes dominios en Castilla. De acuerdo con el soberano castellanoleonés, el Cid partió hacia Levante, donde, entre 1087 y 1089, hizo tributarios a los monarcas musulmanes de las taifas de Albarracín y de Alpuente e impidió que la ciudad de Valencia, gobernada por al-Qadir, aliado de los castellanos, cayera en manos de al-Mundir y Berenguer Ramón II. En 1089, sin embargo, una nueva disensión con Alfonso VI provocó su definitivo destierro de Castilla, acusado de traición por el rey. Rodrigo decidió regresar al oriente peninsular, se convirtió en protector de al-Qadir y derrotó una vez más a Berenguer Ramón II en Tévar (1090).

Muerto su protegido, decidió actuar en interés propio, y en julio de 1093 puso sitio a Valencia, aprovechando el conflicto interno entre partidarios y opuestos a librar la ciudad a los almorávides. El 15 de junio de 1094, el Cid entró en Valencia y organizó una taifa cristiana que tuvo una vida efímera tras su muerte, acaecida el 10 de julio de 1099. Doña Jimena, su viuda y sucesora, con la ayuda del conde Ramón Berenguer III de Barcelona, casado con su hija María en 1098, consiguió defender la ciudad hasta el año 1101, en que cayó en poder de los almorávides.

Esta es aproximadamente su biografía más real, aunque reconozco que la leyenda es más amena.

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Mensajepor Rescoldo » 21 Abr 2015 00:59

PEDRO I DE ARAGON Rey de Aragón y Navarra

El 18 de noviembre de 1096, Pedro I vencería al rey taifa de Huesca en la batalla de Alcoraz y completaría la empresa en la que su padre había dejado la vida. En el asedio se distinguiría un joven guerrero que llegaría a ser tan legendario como el mismo Cid, el infante Alfonso, hermano de Pedro I y futuro Alfonso I el Batallador. Rendida Huesca, el rey aragonés pudo socorrer a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, con quien mantenía una estrecha relación de amistad, anterior incluso al matrimonio entre sus hijos. El Cid Campeador había sido el único guerrero capaz de vencer a los temibles almorávides, lo había hecho en los campos de Cuarte y desde entonces aguardaba la revancha mermado de efectivos. Pedro I acudió con sus tropas y también lo hizo Alfonso VI de Castilla. Por primera vez castellanos y aragoneses se unían para frenar a los africanos. En enero de 1097 los almorávides caían en la batalla de Bairén, en Gandía. De nada había servido el frente combinado por tierra y mar de los musulmanes ante la alianza castellano-aragonesa acaudillada por el Cid.

Pedro I tuvo un reinado breve, de sólo diez años, durante los que luchó sin descanso por ampliar las fronteras de la Reconquista y servir de apoyo a su amigo Rodrigo Díaz de Vivar en Levante. Participó en victorias legendarias, como Huesca, Bairén o Barbastro, y fracasó a la hora de dejar un descendiente a su reino. No haría falta, quedaba en las mejores manos, las de su hermano Alfonso I.

Desde 1089 su padre le cedió el dominio en tenencia del curso medio del Cinca, a título de «rey de Monzón», tieras fronterizas muy expuestas a los ataques musulmanes de la taifa de Lérida. Seguía así Sancho Ramírez la costumbre navarro-aragonesa de delegar tierras gobernadas con títulos reales entre los infantes para colaborar en las tareas de gobierno y comenzar a ejercer responsabilidades regias.

Entre los años 1093 y 1103 combatió como aliado del Cid en el Levante, dominó las plazas de Culla, Oropesa, Miravet, Montornés y Castellón de la Plana. Lo confirman no solo las crónicas, sino también la Historia Roderici y los diplomas suscritos por los tenentes de estas fortalezas. Se conserva un documento de julio de 1100 de Pedro I de Aragón, donde se titula rey de Aragón, Pamplona, Sobrarbe, Ribagorza, Culla, Oropesa y Castellón. En ella concede a «mio cid Muño Muñoz» el castillo de Azafaz, la villa de Ova y se mencionan los tenentes levantinos: Ortí Ortiz, que tiene la honor sobre Monroig, Culla y Oropesa; y el citado Muño Muñoz, que se encarga de la tenencia de Castellón, Monroig sobre Montornés y Azafaz.

El 4 de junio de 1094 heredó el trono de Aragón y de Pamplona. El reinado de Pedro I significó la expansión del territorio aragonés en sus tramos central y oriental, llegando hasta la Sierra de Alcubierre y los Monegros.

Conquistó Huesca en (1096), después de derrotar a Al-Musta'in II de Zaragoza en la batalla del Alcoraz. Combatió al lado del Cid en la batalla de Bairén (1097) derrotando a los almorávides, que habían acudido con un importante ejército mandado por Muhammad ibn Tasufin con objeto de recuperar para el islam Valencia, que había sido conquistada por el Campeador.

Más tarde tomó Barbastro (1101), Sariñena e intentó tomar Zaragoza. Sitió Tamarite de Litera (1104) y reglamentó el fuero de los infanzones. Consolidó la supremacía militar de las tropas cristianas sobre las musulmanas, muriendo, según Iglesias Costa, lo más probablemente entre el 27 y el 30 de septiembre de 1104, en el Valle de Arán,9 si bien Ubieto Arteta no precisa el día y la sitúa en el mes de septiembre de 1104.

En este caso ya aparece claramente unidas las coronas de Aragon y Navarra en un solo monarca, conviene recordar que la corona de Navara contaba con el territorio de la actual Navarra, así como la tierra de los vascones actualmente País Vasco, en tanto que la corona de Aragón contaba con Huesca, Teruel, Lerida y la parte de la actual Cataluña que no se hallaba en poder de los musulmanes. no existiendo corona ni reino independiente de cataluña ni de los vascones.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 21 Abr 2015 01:10

ALFONSO I EL BATALLADOR

Rey de Aragón y de Navarra (?, 1073 - Poleñino, Huesca, 1134). Accedió al trono de ambos reinos en 1104, al morir sin descendencia su hermano Pedro I. Intentó un acercamiento a Castilla, materializado en su casamiento con doña Urraca, por consejo de Alfonso VI (1109); pero dicho matrimonio, contestado por algunos grupos privilegiados, estuvo lleno de desavenencias, que terminaron con su anulación (1114). Más tarde llegaría a tener enfrentamientos con su hijastro, Alfonso VII de Castilla, a propósito de territorios fronterizos en disputa (toma de Burgos, que permanecía en poder de Aragón); las Paces de Támara (1127) pusieron fin al conflicto, obligando a Alfonso I a renunciar al título imperial.

Alfonso dio un impulso definitivo a la reconquista del valle del Ebro: tras tomar Egea de los Caballeros, Tauste (1106), Tamarite (1107) y Morella (1117), y detener una ofensiva musulmana en la Batalla de Valtierra (1110), concentró sus fuerzas sobre Zaragoza; para ello obtuvo del Concilio de Toulouse los beneficios de Cruzada, consiguió ayuda económica del obispo de Huesca y concentró en Ayerbe un ejército expedicionario en el que predominaban los francos, mandado por Gastón de Bearne; con él puso sitio a Zaragoza durante siete meses, hasta que se la entregaron los almorávides (1118).

El empuje reconquistador prosiguió en los años siguientes con la toma de Tudela, Tarazona, Borja, Épila y Ricla (1119), la repoblación de Soria (1120) y la derrota de la contraofensiva almorávide en la Batalla de Cutanda (1120). Su empresa más audaz fue, sin embargo, una expedición contra Granada, en la que se adentró profundamente en territorio musulmán, al frente de un ejército de aragoneses, normandos y bearneses: en menos de un año (1125-26) recorrió Teruel, Valencia, Játiva, Murcia, Baza, Granada, Motril, Málaga, Lucena, Córdoba, Alcaraz, Cuenca y Albarracín. Aunque no hizo conquistas en aquella ocasión, sí logró un gran botín y se le incorporaron muchos mozárabes que, a su regreso, contribuyeron a repoblar el valle del Ebro.

Más tarde puso sitio a Valencia (1129), con la intención de tomar un puerto desde el que poder embarcarse para proseguir la Cruzada hacia Jerusalén; ocupó Mequinenza (1133) empleando una flota fluvial, con la que pretendía dominar el Ebro hasta su desembocadura; entró en conflicto con el conde Ramón Berenguer III de Barcelona por las aspiraciones de ambos a la conquista de Lérida; y fracasó en un largo asedio sobre Fraga (1133-34).

Otras acciones de este rey eminentemente guerrero se orientaron hacia el norte de los Pirineos, para mantener su poder sobre sus vasallos del sur de Francia (1131). Al morir dejó sus reinos para las órdenes militares; pero los nobles no aceptaron dicho testamento, procediendo a dividir la herencia entre Ramiro II el Monje (Aragón) y García V el Restaurador (Navarra). El desorden de aquel momento fue aprovechado por los almorávides para lanzar una gran ofensiva, en la que recuperaron algunos territorios del valle del Ebro.

El conde Ramón Berenguer III de Barcelona era vasallo de la corona de Aragón, existe constancia de que deseando ampliar sus dominios, puso cerco a la ciudad de Lerida, sobre la que tenía planes de conquista El Batallador, y ante los que debía ceder el conde

Es a partir de este conde, cuando comienza a hablarse del territorio catalán, en una narración de la conquista de Mallorca de 1115 se ha conservado en el documento pisano llamado Liber maiolichinus, en el que se llama a Ramón Berenguer III con los apelativos Dux Catalensis o Catalanensis y catalanicus heros, mientras que sus súbditos son denominados Christicolas Catalanensis, por lo que se considera la referencia documental más antigua a Cataluña, identificada con los dominios del conde de Barcelona.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 24 Abr 2015 01:39

JAIME I El Conquistador

Jaime I de Aragón nació en Montpellier (Francia) en 1208, hijo de Pedro II el Católico, rey de Aragón y Conde de Barcelona, y de María de Montpellier. Fue Rey de Aragón (1213-1276), de Valencia (1239-76) y de Mallorca (1229-1276), Conde de Barcelona (1213-1276), y señor de Montpellier (1219-1276).

El comienzo de su reinado estuvo marcado por la batalla de Muret (1213), en la que murió su padre, dejando al pequeño Jaime bajo la custodia de Simón de Monfort, el vencedor de Muret, que le retuvo como rehén hasta que por orden del Papa Inocencio III fue entregado a los Templarios en 1214. Muret también marcó el inicio del fin de la política de expansión catalana en la Occitania, que quedaría definitivamente vinculada a Francia, dirigiéndose, a partir de entonces, los intereses catalana-aragoneses hacia el Mediterráneo, política en la que Jaime I obtuvo grandes éxitos, por los que recibió el apodo con el que ha pasado a la historia: El Conquistador.

Los primeros años del reinado de Jaime I El Conquistador fueron difíciles. La anarquía se apoderó tanto de Aragón como de Cataluña, mientras el rey-niño permanecía en el castillo de Monzón a cargo de los Templarios. Siguiendo las disposiciones de la reina María, muerta en 1214 en Roma, la regencia era ejercida por su tío Sancho Raimúndez, conde de Rosellón, que tuvo que hacer frente a frecuentes revueltas nobiliarias, que finalizarían con la paz de Alcalá (1217). Jaime I asumió la dirección de sus estados en 1225. Ya antes, en 1221, contrajo matrimonio con Leonor de Castilla, hija de Alfonso VIII. Este casamiento fue anulado por razón de parentesco, contrayendo segundas nupcias (1235) con la princesa Violante, hija de Andrés II, rey de Hungría.

Jaime I dedicará los primeros años de su reinado a someter a los nobles rebeldes, recrudecida la pugna nobleza-monarquía con episodios como los sitios de Albarracín, (1220) y Montcada (1223), llegando incluso a caer prisionero en 1224; a reorganizar las finanzas del reino, arruinado por la política de Pedro II el Católico; y a afrontar los problemas derivados de la sucesión en el condado de Urgell.


Solventada la cuestión interior, el debilitamiento del poderío musulmán tras la derrota en las Navas de Tolosa (1212) permite al rey emprender la expansión del reino por el Mediterráneo. Proceso inscrito en el marco global de la política de los reinos cristianos peninsulares, se constituyó en parte fundamental del programa propiciado por el monarca a partir de 1228 para reafirmar su poder y recuperar el prestigio y la autoridad de la Corona, que su padre había arruinado, para lo que propuso una empresa militar colectiva que beneficiara a todos, con el rey como motor y como cabeza suprema de este proyecto.

En 1229 emprendió la conquista de Mallorca. Tras la toma de la ciudad de Mallorca (diciembre de 1229), se apoderó de la isla en pocos meses, salvo un pequeño núcleo de resistencia musulmana, que logró mantenerse en la sierra de Tramontana hasta 1232. Entretanto, estableció un protectorado sobre Menorca, rubricado por el tratado de Capdepera, por el cual los musulmanes menorquines aceptaron su soberanía (1231). Por último, cedió la sumisión de Ibiza a la alta aristocracia catalana, que la hizo efectiva en 1235.quedando Mallorca como un reino más de la Corona de Aragón.


Dominadas las Baleares, Jaime I asumió en 1232 la dirección de la conquista de Valencia, ocupando Burriana y Peñíscola, el reino de Valencia (1238) e incorporando entre 1244-45 Játiva y Biar. Conquistó también Murcia en 1266, aunque la cedió a Alfonso X de Castilla por el tratado de Almizra (1244) Su interés principal se asienta en la expansión comercial y política en el Mediterráneo. Así, la conquista de Mallorca, lograda gracias a la potencia naval catalana, le permite establecer y controlar las rutas comerciales del occidente mediterráneo. Acabó con la piratería islámica y las Baleares se constituyeron en puente para el comercio entre Cataluña y el norte de África.

La Conquista de Valencia, a diferencia de la de Mallorca, fue hecha con un importante contingente de aragoneses. De hecho, en 1231, Jaime I se reunió con el noble Blasco de Alagón y el maestre de la Orden Militar del Hospital en Alcañiz para fijar un plan de conquista de las tierras valencianas. Blasco de Alagón recomendó asediar las poblaciones en terreno llano y evitar las fortificadas. Sin embargo, lo primero que se tomó fueron dos enclaves montañosos: Morella, aprovechando Blasco la debilidad de su gobierno musulmán; y Ares, lugar cercano a Morella tomado por Jaime I para obligar a Blasco de Alagón a que le entregara Morella.

En 1233 se planea la campaña en Alcañiz, que constaría de tres etapas:

La primera etapa empieza con la toma de Burriana en 1233 y Peñíscola.
La segunda etapa se dirige al sur llegando hasta el Júcar, en la ciudad de Alcira donde se encontraba el único puente de toda Valencia que cruzaba el Júcar. El 30 de diciembre de 1242 fue conquistada esta villa, permitiendo así la definitiva conquista del Reino de Valencia.
La tercera etapa abarca desde 1243 a 1245, llegándose a los límites estipulados en el tratado de Almizra en 1244, firmado entre Jaime I y el infante Alfonso (futuro Alfonso X de Castilla) para delimitar las áreas de expansión sobre territorio musulmán entre Castilla y la Corona de Aragón. Las tierras al sur de la línea Biar-Villajoyosa quedaron reservadas para Castilla (incluyendo el reino de Murcia), incorporándose al reino de Valencia por Jaime II de Aragón tras las Sentencias arbitrales de Torrellas (1304) y el tratado de Elche (1305).
En esta última etapa y en los años siguientes, Jaime I tuvo que hacer frente a diversas revueltas de la población mudéjar, encabezadas por el caudillo al-Azraq.

Jaime I obtuvo un gran triunfo sobre la nobleza aragonesa al convertir las tierras conquistadas en Valencia en un reino diferenciado, unido a la Corona de Aragón (1239), respetando sus usos y costumbres y estableciendo los Fueros de Valencia els Furs. La creación del reino provocó una iracunda reacción de la nobleza aragonesa, que veía así imposibilitada la prolongación de sus señoríos en tierras valencianas.

El periodo de campañas permitió resolver momentáneamente los problemas económicos del reino y desviar la belicosidad de la nobleza hacia otros objetivos, pero las decisiones tomadas por el rey para la reorganización de los territorios, el reparto entre sus herederos, y las cuestiones de derechos y jurisdicción, enfrentaron de nuevo al rey con la nobleza, a cuyo frente estuvieron algunos de sus hijos: Alfonso hasta su muerte en 1260, el infante Pedro y el bastardo Fernando Sanchís de Castro, ya en los últimos años del reinado.

En Aragón la nobleza consideró un ataque a sus derechos la conversión de Valencia en un reino independiente, pues consideraba a Valencia una simple prolongación de su reino, lo que junto a la no-imposición del fuero aragonés y la desvinculación de este reino del de Aragón y su unión a Cataluña en el testamento de 1243, situó a toda la nobleza aragonesa junto al infante Alfonso, enfrentado a su padre.

En Cataluña la devolución de Murcia a Castilla provocó un malestar que se transformó en oposición abierta cuando Jaime I solicitó ayuda para una nueva expedición a Andalucía, lo que provocó nuevas sublevaciones ante la confiscación de bienes que emprendió el monarca.

Jaime I el conquistador fue un hombre culto e inteligente, que en su pugna con la nobleza utilizó el soporte de la doctrina jurídica romana revitalizada por la escuela de Bolonia, que afirmaba la supremacía del Príncipe. También favoreció a los municipios y a la burguesía. Organizó el Consell de Cent o gobierno municipal de Barcelona y promovió la redacción del Libro del Consulado de Mar, un compendio de derecho marítimo.

Fue en su reinado cuando se produjo el nacimiento de la conciencia territorial en la Corona de Aragón, sobre todo en los Estados fundacionales de Aragón y el principado de Cataluña, con la actuación de dos fuerzas: la normalización del Derecho, y la conversión de las Cortes en una institución reivindicativa y cohesionadora de la conciencia de la comunidad.

En Aragón se promulgan en 1247 los Fueros de Aragón, realizados por el Obispo de Huesca, Vidal de Canellas, que recogen una parte sustancial de los fueros locales junto a un marco más amplio de reminiscencias romanistas. En Cataluña, la protección de la monarquía permitió el triunfo de los Usatges de Barcelona y su difusión territorial por Cataluña a mediados del siglo XIII. También otorgó a Valencia una ordenación político-administrativa, la Costum (1240), de carácter municipal, que fueron revisadas en 1251. Los Foris et consuetudines Valentiae fueron confirmados por el rey en 1271 y se fueron extendiendo por todo el reino, a pesar de la oposición de la nobleza aragonesa.

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Mensajepor Rescoldo » 28 Abr 2015 10:09

PEDRO III de Aragon (El Grande)

Hijo de Jaime I el Conquistador y su segunda esposa Violante de Hungría. Sucedió a su padre en 1276 en los títulos de rey de Aragón, rey de Valencia (como Pedro I) y conde de Barcelona (como Pedro II).

A este monarca se debe la expansion del reino de Aragon por el Mediterraneo, para ello aprovechó su matrimonio con Constanza para reivindicar la corona siciliana. Sicilia se encontraba desde 1266 bajo la soberanía de Carlos de Anjou quien, con el apoyo del papa Clemente IV, que no deseaba a ningún Hohenstaufen en el sur de Italia, había sido investido rey tras derrotar en Benevento a Manfredo, quien falleció en la batalla.

Una flota de la corona aragonesa, al mando de Conrado Lanza, recorre en 1279 las costas africanas para restablecer la soberanía feudal de Aragón sobre Túnez, que la muerte del emir Muhammad I al-Mustansir había debilitado. Posteriormente, en 1281, Pedro III armó una flota para invadir Túnez y solicitó al recién elegido papa Martín IV una bula que declarara la operación militar como cruzada, pero el papa, de origen francés y partidario de Carlos de Anjou, se la negó.

Cuando la flota se disponía a zarpar, tuvieron lugar en Sicilia los acontecimientos conocidos como las Vísperas sicilianas que provocaron la expulsión de la isla, tras una gran matanza, de los franceses. Los sicilianos enviaron entonces una embajada a Pedro III ofreciéndole la corona siciliana, a la que tenía derecho gracias a su matrimonio. El rey aragonés puso entonces su flota rumbo a Sicilia, donde arribó el 30 de agosto de 1282 y fue coronado rey en la ciudad de Palermo.

Inmediatamente envió una embajada a Carlos de Anjou, que se encontraba en Mesina, instándole a reconocerle como rey de Sicilia y a abandonar la isla. La derrota de la flota angevina en Nicoreta, a manos del almirante Roger de Lauria, obligó a Carlos a dejar Mesina y refugiarse en su reino de Nápoles.

El papa Martín IV respondió a la coronación siciliana de Pedro III con su excomunión (9 de noviembre de 1282) y su deposición como rey de Aragón (21 de diciembre de 1283), ofreciendo la corona al segundo hijo del rey de Francia, Carlos de Valois, a quien invistió el 27 de febrero de 1284, y declarando una cruzada contra Aragón.

La situación en la que se encontró Pedro III era totalmente inestable, ya que no sólo tenía que enfrentarse a la invasión francesa que se preparaba al norte de los Pirineos, sino que tuvo que hacer frente a graves problemas en el interior de sus reinos surgidos ante las necesidades económicas que provocó la conquista de Sicilia.


Pedro III soluciona los problemas internos concediendo, en las Cortes de Tarazona (1283-84), la formación de la Unión aragonesa y prestando juramento al Privilegio General que defendía los privilegios de la nobleza; asimismo concedió al Condado de Barcelona la constitución “Una vegada l´any” en las cortes celebradas en Barcelona entre 1283 y 1284.

Solucionados los problemas interiores, pudo centrar su atención en la invasión francesa, que al mando del propio rey francés Felipe III tomó en 1285 la ciudad de Gerona, para inmediatamente tener que retirarse cuando la flota aragonesa retornó de Sicilia al mando de Roger de Lauria e infligió a la escuadra francesa una derrota total en las islas Formigues y a continuación una derrota en tierra en el barranco de las Panizas, cuando las tropas francesas se retiraban.

Tras su gran victoria, Pedro III se dispuso a enfrentarse a su hermano Jaime II de Mallorca y a su sobrino el rey Sancho IV de Castilla, que no le habían prestado apoyo durante su conflicto con los franceses,pero su prematura muerte lo impidió.

Este rey puso los cimientos de la gran expansion que llevaria a cabo la corona de Aragon mas adelante, sirviendose para ello de ilustres guerreros y aprovechando las circunstancias politicas y sociales para acceder a otros tronos.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 28 Abr 2015 16:21

ROGER DE LAURIA

Almirante de la Corona de Aragón, defendió Sicilia contra los angevinos. En 1284 derrotó al príncipe de Tarento y realizó una espectacular campaña en Calabria. Posteriormente volvió a Cataluña a petición de Pedro III el Grande, venciendo a los franceses en las islas Formigues y tomando parte en la batalla de Panissars (1285). Al acceder Jaime II al trono de Aragón, luchó al servicio de éste contra su hermano Federico, que pretendía el trono siciliano. Fue derrotado en Siracusa, pero venció al infante Federico en Cabo Orlando y Ponza. Firmada la Paz de Caltabellotta (1302) entre ambos hermanos, Roger se retiró a Valencia.

A principios de 1283 fue nombrado almirante de la flota y destinado a la defensa del reino de Sicilia, que el año anterior, tras el episodio conocido como Vísperas Sicilianas, había sido incorporado a la Corona aragonesa en virtud de los derechos de la reina Constanza y en contra de las pretensiones del angevino Carlos I, rey de Nápoles y Sicilia; en el mismo año de su nombramiento, Roger de Llúria derrotó en el puerto de Malta a una escuadra angevina formada por galeras provenzales, lo que supuso el dominio sobre las islas mediterráneas de Gozzo y Malta y permitió el saqueo del puerto de Nápoles y la conquista de las islas de Capri e Ischia.

En 1284 armó una escuadra en Messina (Italia) con la que el 5 de junio derrotó en el golfo de Nápoles a la flota de Carlos, duque de Anjou (hijo de Carlos I y futuro rey de Nápoles que reinó como Carlos II, apodado el Cojo), a quien hizo prisionero; aprovechando la victoria, atacó las costas de Calabria (Italia), provocó sublevaciones populares a favor de Pedro III en la región napolitana de Basilicata y dirigió sus naves hacia las costas tunecinas, donde a mediados de septiembre conquistó la isla de Gelves.

Mientras tanto el papa Martín IV (1281-1285), perjudicado por la expansión aragonesa en el ámbito mediterráneo, había excomulgado a Pedro III y predicado la cruzada contra él (1283); el pontífice contaba con el apoyo militar del rey francés Felipe III el Atrevido y de Jaime II de Mallorca, hermano de Pedro el Grande que en 1279 había sido desposeído por éste del gobierno de la isla; ello provocó, en 1285, el intento de invasión de Cataluña por las tropas de Felipe el Atrevido mediante una acción combinada por mar y tierra.

El rey de Aragón llamó en su ayuda a Roger de Llúria, quien en septiembre de 1285 derrotó a la armada francesa en la costa gerundense (en el golfo de Roses o frente a las islas Formigues, según las distintas fuentes) y, un mes después, al ejército de tierra en la batalla del Coll de Panissars (entre La Jonquera, Girona, y Le Perthus, Francia), lo que supuso la derrota definitiva de Felipe el Atrevido; por su actuación, Roger de Llúria recibió el señorío de Gelves.

A la muerte de Pedro III (1285), los territorios de la Corona de Aragón se repartieron entre sus hijos Alfonso y Jaime; sobre el primero (Alfonso III el Franco de Aragón, 1285-1291) recayeron los reinos peninsulares, mientras que al segundo (Jaime I de Sicilia, 1286-1296; futuro Jaime II el Justo de Aragón, 1291-1327) le correspondió el de Sicilia. El nuevo papa Honorio IV (1285-1287) y Carlos el Cojo de Nápoles lanzaron una ofensiva conjunta sobre los dominios de Jaime I, pero Alfonso III reaccionó enviando a Roger de Llúria para repeler el ataque: el ejército angevino-pontificio fue derrotado por el almirante aragonés frente a Nápoles (1287).

Al morir sin descendencia Alfonso III (1291), legó los reinos peninsulares a Jaime, con la condición de que renunciara al trono siciliano en favor del tercero de los hermanos, Federico, pero Jaime intentó reunir en su persona la herencia de su padre Pedro III y se limitó a nombrar a Federico lugarteniente general del reino de Sicilia, a cuyo servicio quedó Roger de Llúria.

El contexto internacional (en particular, la falta de apoyo castellano) obligaron a Jaime II de Aragón a firmar el tratado de Anagni (Italia, 24-VI-1295), en virtud del cual el monarca aragonés se comprometía a devolver Sicilia al papa Bonifacio VIII (1294-1303), quien lo trasladaría a Carlos el Cojo, y a su vez el pontífice levantaba la excomunión que pesaba desde 1283 sobre el rey de Aragón y, de forma secreta, prometía a éste la investidura de los reinos de Córcega y Cerdeña.

Los sicilianos se opusieron a los términos del tratado y en diciembre 1295 eligieron a Federico como señor de la isla; en 1296 Federico fue coronado rey de Sicilia con el nombre de Federico II (1296-1337), lo que provocó de un nuevo estallido bélico en el que Jaime II y Bonifacio VIII, en virtud de lo firmado en Anagni, se coligaron en contra de Federico II. En las primeras fases de la lucha, Roger de Llúria combatió en el ejercito de éste, pero en 1298 pasó a formar parte de las tropas de Jaime II; al mando de las mismas, resultó herido en la batalla de Squilace (Italia, 1297), pero en las batallas de cabo Orlando (1299) y Ponza (1300) infligió sendas derrotas a las fuerzas de Federico II.

La guerra concluyó con la firma de la paz de Caltabellotta (Italia, 1302), por la que Federico II era reconocido como monarca vitalicio de la isla (adoptando el titulo de rey de Trinacria), pero con la condición de que a su muerte Sicilia revertiría al reino angevino de Nápoles. Tras estos acontecimientos, Roger de Llúria, cuyos bienes en Sicilia habían sido confiscados por Federico II, se retiró a sus posesiones valencianas, donde murió.

En la actualidad lleva su nombre la II Bandera Paracaidista, que tuvo un importante papel en la Guerra de Ifni, o la guerra que no existio, siendo decisiva su intervención en la liberación de Tiliuin del sitio al que estaba sometida. Acuartelada en las Islas Canarias, entre 1961 y agosto de 1963 quedó basada en la ciudad de Esmara, en el Sáhara Español, como apoyo durante el conflicto de los Petrolitos.

Desde los años 1990 ha sido desplegada en apoyo de misiones internacionales. En 1996 la BPAC formó el grueso de SPABRI II, segundo contingente español de la IFOR en Bosnia y Herzegovina, mientras que en 1999 fue movilizada hacia Kosovo, donde estuvo encuadrada entre 2000 y 2001 entre las fuerzas de la OTAN que velaron por la aplicación de la Resolución 1224 de Naciones Unidas.

En 2010 volvió a ser desplegada en Afganistán.

Igualmente ha llevado su nombre un destructor de la clase Oquendo, botado en 1967 y dado de baja en 1982, el Roger de Lauria (D-42)
El Roger de Lauria (D-42) fue destinado junto al Marqués de la Ensenada a la 11.ª Escuadrilla de Escoltas, con puerto base en la base naval de Ferrol junto con los destructores de clase Churruca, antiguos clase Gearing FRAM II (Fleet Rehabilitation and Modernization; Modernización y Rehabilitación de la Flota) de origen estadounidenses.

En este destructor embarcaron en Málaga los entonces príncipes de España Juan Carlos de Borbón y Borbón y Sofía de Grecia y Dinamarca el 19 de septiembre de 1970 con rumbo a Melilla, para participar en los actos conmemorativos de la Legión española.

El 9 de agosto de 1978, participó junto a las fragatas Baleares y Extremadura, el destructor Lepanto, el portaaeronaves Dédalo y el submarino norteamericano USS Shark en unos ejercicios antisubmarinos en Cartagena.

Originalmente era del mismo diseño que el Oquendo. Se inició su construcción en Ferrol, pero vistos los problemas de estabilidad que presentó, al igual que el Marqués de la Ensenada, fue botado sin finalizar y remolcado hasta Cartagena para remodelarlo, donde fueron literalmente cortados por la mitad, en sentido longitudinal, con objeto de aumentarles la manga. Tras haber sido alargado y ensanchado, fue vuelto a botar el 2 de marzo de 1968. Además, se le mejoró el armamento y sensores al montársele equipos FRAM II norteamericanos


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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 09 May 2015 01:05

ALFONSO VII El Emperador

Rey de León y de Castilla, primero de la dinastía de Borgoña Era hijo de doña Urraca (hija de Alfonso VI, que reinó en Castilla entre 1109 y 1126) y de Raimundo de Borgoña. Su madre le reconoció como rey de Galicia en 1111. Y enseguida encabezó la resistencia de los castellanos contra las ambiciones de su padrastro, Alfonso I de Aragón: realizó varias campañas para recuperar los territorios que el rey de Aragón había retenido después de separarse de Urraca; las Paces de Támara (1127) evitaron el choque entre ambos y consolidaron a Alfonso VII en el trono castellano, al que había accedido un año antes.

No obstante, tuvo que hacer frente a varias rebeliones nobiliarias entre 1130 y 1133, fruto de la autonomía de la que habían gozado los nobles en el periodo de desorden que siguió a la muerte de Alfonso VI. Tras la muerte sin sucesor de Alfonso I (1134), pretendió además el trono de Aragón y, aunque no lo consiguió, el intento le valió la adquisición de La Rioja, la posesión temporal de Zaragoza y el vasallaje del rey de Navarra, el conde de Barcelona y varios señores del sur de Francia.

Aprovechó esta situación para hacerse proclamar emperador (1135), expresando la pretensión leonesa de hegemonía peninsular y de exclusividad en la reconquista frente a los musulmanes. Dichas pretensiones no se lograron, pues el reinado de Alfonso VII contempló una cierta disgregación de la Corona castellano-leonesa: por un lado, se vio obligado a reconocer la independencia de Alfonso I Enríquez como rey de Portugal (1143); por otro, al enfrentarse los reinos de Navarra y Aragón, hubo de optar por apoyar a uno de ellos frente al otro, lo cual le puso en guerra con García V de Navarra y le obligó a firmar con Aragón el Tratado de Tudellén (1151), por el que reconocía a Ramón Berenguer IV de Aragón el derecho a reconquistar Valencia, Denia y Murcia; roto ya el sueño imperial, al morir Alfonso repartió el reino entre sus hijos Sancho III (Castilla) y Fernando II (León).

En cuanto a la Reconquista, Alfonso concibió un plan consistente en hostigar a las poblaciones hispano-musulmanas hasta que se rebelaran contra los almorávides, para situar en el poder a su aliado y vasallo Zafadola; a tal fin, realizó desde 1139 múltiples expediciones de saqueo y de ayuda a sublevaciones locales.

Pero la invasión de los almohades a partir de 1146 desbarató el plan, obligando a Alfonso a fortificar la frontera y a aliarse con el almorávide Ibn Ganiya para organizar la resistencia. Su empresa más espectacular fue una gran expedición en la que llegó hasta Córdoba (1144) y tomó Almería (1147); los almohades recuperaron este importante puerto en 1157 y Alfonso murió cuando regresaba de aquella batalla.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 09 May 2015 01:21

FERNANDO II de León


Rey de León desde el 21 de agosto del año 1157 hasta la fecha de su muerte. Nacido probablemente en el año 1137 y muerto en Benavente el 22 de enero de 1188.

Hijo de Alfonso VII, durante los años que duró su gobierno se enfrentó a la familia Lara con el fin de obtener el control sobre su sobrino, el rey de Castilla Alfonso VIII. Además mantuvo importantes enfrentamientos con Alfonso I de Portugal en la frontera de Galicia y en Badajoz, y con los almohades, que atacaron sus posesiones en varias ocasiones.

Primeros años

Hijo del rey de Castilla y León Alfonso VII y de la esposa de éste, doña Berenguela, se desconoce la fecha exacta de su nacimiento, aunque parece probable que este se produjera en el año 1137.

Fernando pasó los primeros años de su vida en la corte de sus progenitores, bajo la atenta vigilancia de su nodriza, Juliana Fernández. Pero éste muy pronto abandonó la Corte y se trasladó a Galicia, ya que fue puesto bajo la custodia del conde gallego Fernando Pérez de Traba. No obstante hay que señalar que no permaneció totalmente alejado de su familia, ya que es posible atestiguar su presencia en la Corte con cierta frecuencia. Tras la muerte de su tutor Fernando se incorporó nuevamente al séquito de Alfonso VII. De este modo en la primavera del año 1157 le encontramos junto a su padre en la expedición que dirigió a Almería. Pero los esfuerzos de los ejércitos del emperador no tuvieron ningún éxito, por lo que aproximadamente a principios del mes de agosto el monarca decidió dar por concluida la campaña.

El estado de salud de Alfonso VII empeoró notablemente en el camino de regreso a León, por los esfuerzos realizados. Esta circunstancia obligó a detener la marcha, en el puerto conocido en la época con el nombre del Muradal, donde poco después fallecía dejando a su hijo menor en herencia el reino de León, lugar al que se trasladó Fernando II casi inmediatamente.


Una vez en el trono el nuevo monarca se apresuró en confirmar a los notables leoneses las tenencias y cargos que habían desempeñado durante el reinado de su antecesor, con la intención de ganarse su favor. Pero la calma no iba ser duradera, puesto que mientras el monarca permanecía en Galicia, los habitantes de la ciudad de Zamora se sublevaron en contra de su mayordomo, Ponce Cabrera. El sentimiento antinobiliario llegó a ser tan grande que los ciudadanos quemaron la iglesia de Santa María la Nueva, donde se encontraba uno de los hijos del citado mayordomo, que pereció en el interior. Así, temerosos de la venganza de don Ponce, un grupo de representantes de la ciudad expuso su caso ante el monarca, afirmando que si éste no accedía a concederles el perdón abandonarían la ciudad, amenaza que indujo a Fernando II concederles lo que pedían y a destituir a su mayordomo. Pero el conflicto no iba quedar zanjado, ya que Ponce Cabrera y algunos de sus familiares decidieron abandonar León incorporándose al séquito de Sancho III. El castellano los recibió con los brazos abiertos, puesto que necesitaba la colaboración de militares experimentados para atacar Navarra. Concluida la mencionada campaña, como prueba de su gratitud, el rey de Castilla se dirigió a León, donde tomó algunas plazas fronterizas que entregó a los familiares del antiguo mayordomo de su hermano.

Fernando II preocupado por estos acontecimientos, decidió organizar un poderoso ejército con el que se proponía frenar los ataques de Sancho III, ya que consideró su intervención como una declaración formal de guerra. Llegados a este punto es necesario señalar la brillante actuación de doña Sancha, tía de ambos monarcas; de la infanta Estefanía, y de los obispos de Plasencia y de León, los cuales mediaron para solucionar el conflicto de forma pacífica, gracias a lo cual Fernando II se reunió con su hermano en el mes de marzo del mismo año. Reunión que tubo como fruto la firma del Tratado de Sahagún.

Confirmado el tratado, Fernando II regresó a sus posesiones, tras lo cual visitó algunos de sus territorios. Así tras su llegada a Oviedo, recibió la noticia de la muerte de su hermano y del advenimiento al trono de su sobrino, Alfonso VIII, el cual contaba con 3 años de edad.

No ha quedado constancia de que Fernando II se mostrara interesado en intervenir en Castilla durante los primeros momentos del reinado de su sobrino, aunque posiblemente su aparente falta de interés estuvo motivada por el ataque que realizó Alfonso I Enríquez a la frontera gallega en septiembre de ese mismo año (1157). Así El rey de Portugal descontento con algunas de las cláusulas del tratado de Sahagún, consiguió apoderarse de una gran parte de la región de Toroño, motivo por el cual Fernando se trasladó a Santiago poco tiempo después. Pero el monarca leonés preocupado por el estado de la frontera oriental de su reino, que podía ser atacada por algunos nobles castellanos, decidió tras recompensar a los afectados, iniciar las negociaciones de paz con Alfonso I, con el que se reunió en Cabrera el 24 de noviembre.

Todavía iba tardar Fernando II unos meses más intervenir en los asuntos castellanos, ya que la muerte de su tía Sancha, el 28 de febrero de 1159, le retuvo en sus reinos. Pero la delicada situación de las fronteras leonesas, le obligó a poner en píe de guerra a la nobleza y a iniciar una campaña militar en Villalobos. De este modo es posible percibir que el interés de Fernando por la situación de Castilla fue creciendo con el paso del tiempo, como lo demuestra el hecho de que sus hombres ocuparan algunas plazas fronterizas, como la Cea. Este cambio de actitud pudo fomentar el deseo del rey de León, de firmar la paz con Portugal, motivo por el cual se reunió nuevamente con Alfonso I en Santa María del Palo (Galicia), el 22 de diciembre. No obstante, a pesar de las buenas relaciones que mantuvo Fernando II con Alfonso I, en previsión de que éste firmara una alianza con los Lara, sus principales enemigos en territorio castellano, decidió impulsar decididamente la repoblación de Ledesma y sobre todo la de Ciudad Rodrigo, ya que estas plazas garantizaban el mantenimiento de las comunicaciones entre León y Extremadura.


En el mes de abril del año 1161 Fernando II se vio obligado a trasladarse a Lugo, para mediar en el conflicto que se había abierto entre el Concejo y el obispo de la ciudad, puesto que los vecinos con el fin de luchar contra los abusos del citado obispo, decidieron constituir hermandades y cofradías para defender sus intereses. De este modo temeroso de que se reprodujeran los mismos altercados que en Zamora, Fernando decidió intervenir rápidamente para acabar con el conflicto. Conocemos su actuación gracias a un documento fechado el 20 de mayo de ese mismo año, en el cual el monarca ordenó que se disolvieran inmediatamente las hermandades, prohibió el uso de armas en el interior de la ciudad y se mostró tajante a la hora de afirmar que todos los habitantes debían hacer todo lo posible para restaurar el orden social.

Finalizado el conflicto de Lugo, parece que el monarca tenía intención de regresar a la frontera castellana, pero sus planes se vieron dificultados por el inicio de una nueva sublevación en Salamanca. Dicha sublevación fue encabezada por los notables de la ciudad, puesto que éstos se sintieron agraviados por el modo en el que se estaba realizando la repoblación de Ciudad Rodrigo. Fernando decidido a pacificar a los descontentos visitó Salamanca en el mes de marzo de 1162, pero otros asuntos reclamaron su atención, puesto que estaba previsto que éste viajara a la frontera castellana a reunirse con un nutrido grupo de obispos de este reino, motivo por el que el conflicto sólo quedó parcialmente resuelto en el momento de su partida. Así en el mes de abril se inició una importante rebelión dirigida por un noble local llamado Nuño Serrano, que decidió atacar Ciudad Rodrigo. Tras conocer los planes de los amotinados, el rey se dirigió inmediatamente a estas tierras, donde obtuvo una importante victoria en la batalla del valle de Valmuza.


Posiblemente la victoria de Valmuza animó al rey de León a intervenir definitivamente en Castilla, ya que si bien había prestado su apoyo a la familia Fernández de Castro en contra de los Lara, a la vez que había emprendido algunas campañas con la intención de controlar determinadas plazas fronterizas; en ningún momento había intentado hacerse con la tutela de su sobrino. De este modo al mando de un poderoso ejercito en el verano del año 1162 inició una expedición en el interior de Castilla, que le llevó a ocupar Segovia, gran parte de Extremadura, la Transierrra y Toledo, tras lo cual se dirigió a las tierras situadas al sur del Duero donde se encontraban las posesiones de los Lara. Fernando II entró en Burgos en el mes de octubre, ciudad donde consiguió importantes apoyos para su causa, que le hicieron retirarse del reino satisfecho a finales de 1162. Pero estas campañas no le impidieron reunirse el 27 de septiembre en Agreda con el nuevo rey de Aragón, Alfonso II, el cual tras reconocer a Fernando II como su tutor, obtuvo de éste la promesa de que los ejércitos leoneses le prestarían su ayuda, en caso de que el rey de Navarra intentara atacarle.

El optimismo con el que inició Fernando II el año 1163 muy pronto se trasformó en preocupación, puesto que los portugueses rompieron la tregua firmada años antes, en protesta por la repoblación de Ciudad Rodrigo, por lo que Alfonso I conquistó Salamanca y atacó la frontera Gallega. De este modo aunque Fernando II logró recuperar Salamanca en el mes de junio, nada pudo hacer por defender las regiones de Limia y Toroño, ya que tras la campaña llevada a cabo en tierras salmantinas, éste tuvo que dirigir sus tropas a Castilla, donde los Casto y los Lara habían iniciado una nueva guerra.

La noticia de la inminente llegada de Fernando II a tierras castellanas, supuso un duro golpe para los Lara, ya que sintiéndose en clara desventaja decidieron refugiarse en Soria en compañía del joven Alfonso VIII. Así éstos utilizaron el control que tenían sobre el rey castellano para iniciar las negociaciones de paz con el rey leonés, que rápidamente se mostró interesado por zanjar la cuestión. De este modo tras recibir el homenaje de los Lara el rey de León se convirtió de facto en el nuevo tutor de Alfonso VIII, aunque no pudo reunirse con su sobrino, puesto que en el último momento uno de los colaboradores de Nuño de Lara trasladó al monarca a San Esteban de Gormarz. Indignado por estos hechos Fernando II decidió marchar a su reino, donde impulsó la repoblación de Rivadivia y Padrón, aunque en el mes de septiembre regresó a Castilla y tras arduas negociaciones, pudo reunirse con el hijo de su hermano Sancho. Por tanto tras firmar la paz con Castilla el rey de León se retiró a sus territorios, seguro de su poder, ya que además había nombrado a uno de sus partidarios tutor de Alfonso VIII, aunque de nada sirvió esta precaución, puesto que a la muerte de éste, Nuño de Lara recuperó su autoridad, lo cual dio píe a que comenzaran nuevamente los enfrentamientos en la frontera.

Aprovechando los conflictos fronterizos que mantenía Fernando II en Castilla, Alfonso I atacó en repetidas ocasiones las diócesis de Tuy y Orense y tomó la fortaleza de Cedofeira, lo cual supuso un duro golpe para los intereses del rey de León, ya que el control de este castillo dejaba prácticamente libre el camino para que las tropas portuguesas atacaran Santiago. Pero Fernando no disponía de efectivos suficientes para responder a los ataques portugueses, ya que la mayor parte de su ejército se encontraba en la frontera de Castilla, motivo por el cual decidió resolver la cuestión a través de la negociación pacífica y el 30 de abril de 1165 se reunió en Pontevedra con Alfonso I. Tras quedar sellado el acuerdo de paz, con el fin de estrechar las relaciones entre ambos reinos, Fernando II se comprometió con la hija del monarca portugués, la infanta doña Urraca.

El enlace tuvo lugar probablemente en el mes de junio de ese año (1165) y duró aproximadamente 10 años, ya que Fernando II se vio obligado a separarse de su esposa por una resolución del papa Alejandro III, que declaró nulo el matrimonio, a pesar de lo cual el hijo primogénito de Fernando y Urraca, el futuro Alfonso IX, siguió conservando sus derechos como heredero al trono.

Hay que señalar que a los pocos días de celebrarse la boda Fernando II tuvo que dejar a su esposa para marchar nuevamente a Castilla, concretamente para acudir a Medina de Rioseco, lugar en el que derrotó a Nuño de Lara, que pretendía llevar a cabo una expedición por tierras leonesas. No hay duda a la hora de afirmar que la confianza que obtuvo Fernando de esta victoria, le impulsó a preparar una campaña por tierras musulmanas en el año 1166, la cual tuvo como fruto la toma de Alcántara. Pero parece que en cierta medida éste subestimó a sus enemigos castellanos, puesto que casi simultáneamente los Lara se apoderaron de Toledo, lo cual supuso, además de una importante perdida territorial, la pérdida de una importante fuente de ingresos para el rey de León, que se vio obligado a permanecer en su reino durante todo el año siguiente, intentando restaurar su economía. No obstante, a pesar de la precaria situación financiera en la que se encontraba, éste pudo hacer frente a los ataques que sobre las fronteras de su reino realizaron los ejércitos castellanos y en el año 1168 pudo tomar Castrotierra, conquista que le permitió financiar gran parte de su política y convertirse en el protector de importantes artistas.

Los logros de Fernando no mejoraron su situación en el año 1169, puesto que además de hacer frente a los ataques de los súbditos de Alfonso VIII, tuvo que enfrentarse a las incursiones que realizó en la zona de la Transierra el caudillo portugués Geraldo Sempavor, que logró apoderarse de plazas tan importantes como Evora, Trujillo y Cáceres y que pretendía hacerse con el control de Badajoz. Estas incursiones no podían ser toleradas por Fernando II, ya que se consideraba el dueño legitimo de estos territorios, que constituían la zona natural de expansión de León. No tardó por tanto en acudir en auxilio de la mencionada ciudad musulmana, rompiendo con esta acción la tregua que había firmado con Alfonso I. Así Fernando II tras reorganizar a su ejército derrotó a los portugueses en las proximidades de Badajoz, capturando durante la lucha tanto al caudillo luso como a su rey, acontecimiento que tuvo amplias repercusiones, ya que pudo recuperar todas las plazas gallegas que permanecían bajo la autoridad de Alfonso I e incorporó a su reino Montánchez, Trujillo, Santa Cruz y Montfrag, por no mencionar el hecho que los habitantes de este territorio le juraron fidelidad, aunque tras la llegada de los almohades todos decidieron someterse a sus correligionarios.

La derrota de Badajoz no desanimó al citado Sempavor que continuó con sus actividades en el año 1170, provocando gran malestar en Fernando, que decidió acabar con sus correrías negociando directamente con los almohades. Pero que firmara la paz con el califa norteafricano no supuso que el rey abandonara el ideal de Reconquista, tan arraigado entre los cristianos. Así a pesar de esta nueva alianza Fernando apoyó de forma decidida la creación de la Orden de Santiago y de la llamada Hermandad de los Caballeros de Cáceres.

Parece poco probable que el monarca esperara que los almohades atacaran sus territorios en el año 1174, ya que debió ser una sorpresa recibir la noticia de que éstos habían iniciado el asedio de Ciudad Rodrigo, que se salvó gracias a su rápida intervención. A partir de ese momento podemos percibir un importante cambio de actitud en Fernando II, que intentó por todos los medios reunir recursos suficientes para organizar una expedición por tierras musulmanas y participó gustoso en el Coloquio de Tarazona, celebrado en 1177, donde además de tratarse temas políticos, se planteó la idea de que los reinos cristianos debían unirse frente al enemigo común. De este modo aprovechándose del inicio de un brote de peste en Marruecos, Fernando II atacó Cuenca, donde obtuvo unos resultados discretos, aunque no dio por concluida su campaña, ya que tras conocer la noticia de que los almohades se encontraban atacando Talavera y Toledo, decidió atacar Sevilla y desde allí pasó a Arcos, para concluir su hazaña en Jerez, donde obtuvo un cuantioso botín, aunque le fue arrebatado posteriormente.

Últimos años

En el año 1178 Fernando II, coincidiendo con las celebraciones que se llevaron a cabo en Salamanca conmemorando sus 20 años como rey de León, decidió contraer matrimonio con Teresa Fernández, la viuda de Nuño Pérez de Lara, a la que conocía desde su juventud, puesto que ésta era la hija del conde Pedro Fernández de Traba. Poco después tuvo que hacer frente a los ataques que le dirigió Alfonso VIII, el cual en el invierno de 1179 consiguió entrar la llamada Tierra de Campos, dando un paso definitivo para la recuperación del Infantado, que había sido ocupado por Fernando II durante su minoría de edad. De este modo ante el peligro que suponía esta expedición castellana Fernando se reunió con sus hombres en Zamora el 1 de mayo de 1179, tras lo cual inició el contraataque. Pero esta reactivación de la guerra entre León y Castilla iba a provocar la reacción de Alfonso I, que decidió enviar a su hijo, el futuro Sancho I, a atacar Ciudad Rodrigo, circunstancia que obligó al rey de León a dividir a sus tropas para poder luchar en dos frentes, a pesar de lo cual fue el vencedor de ambos monarcas.

La muerte de la reina Teresa a principios del año 1180 fue un duro golpe para el rey, aunque apenas tuvo tiempo para llorarle, ya que tras el funeral recibió la noticia de que Alfonso VIII se encontraba en las proximidades de Carrión, con la intención de atacar. Así una vez que Alfonso ocupó el Infantado, los acciones bélicas se centraron en las plazas fronterizas, que fueron defendidas de forma tenaz por Fernando II. Pero ambos monarcas muy pronto perdieron su ímpetu inicial, por lo que el 21 de marzo de 1181 firmaron la paz de Medina de Rioseco. Solucionado el conflicto con su sobrino, Fernando consciente de sus graves problemas financieros convocó a los notables para que participaran en el Concilio de Benavente, donde intentó buscar soluciones para su problema.

Clausurado el citado concilio, Fernando II inició los preparativos para enfrentarse a los musulmanes en el año 1182, aunque no pudo concluirlos, puesto los burgueses de Lugo habían obligado a abandonar la ciudad al obispo, tras dar muerte al merino mayor. La llegada del monarca apaciguó los ánimos de los revoltosos, circunstancia que permitió a Fernando II iniciar una peregrinación a Santiago. Poco días pudo permanecer en Galicia ya que le fue comunicado que se habían reanudado las hostilidades en la frontera de Castilla. Aunque hay que señalar que no debieron de ser confrontaciones muy duras, puesto que ese mismo año se firmó la paz de Lavandera-Fresno, en la cual ambos monarcas se comprometían a colaborar en el proceso de Reconquista. Así dispuesto a cumplir con su parte, Fernando II sitió, en septiembre de 1183, Cáceres, plaza que se rindió en junio de 1184. La reacción de los almohades no se hizo esperar, pero Fernando II en vista del largo asedio en el que habían participado sus hombres, decidió ponerse a la defensiva, circunstancia que animó a los norteafricanos a atacar Santarem, (Portugal). Dicho asedio que fue iniciado el 27 de junio de 1184, animó a Fernando II a colaborar con las tropas portuguesas, circunstancia que sorprendió tanto a Alfonso I como a los almohades, que sufrieron una grave derrota.

Tras esta nueva victoria se inició el declive del monarca, que coincidió con el encumbramiento de la familia López de Haro, familia que llegó al poder de la mano de la amante del rey desde el año 1183, Urraca López, la cual se convirtió en su esposa en mayo de 1187, para gran disgusto del heredero al trono, que sintió desplazado. Así es difícil determinar cuales fueron las actividades llevadas por el monarca en estos últimos años de su vida, aunque es perceptible la mano de su esposa en todos ellos.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 09 May 2015 21:57

ALFONSO VIII de Castilla "El Noble" o "El de las Navas"

Alfonso VIII de Castilla (Soria, 11 de noviembre de 1155-Gutierre-Muñoz, 6 de octubre de 1214), conocido también como «el de las Navas» o «el Noble», fue Rey de Castillaa entre 1158 y 1214. Hijo de Sancho III de Castilla y Blanca Garcés de Pamplona, derrotó a los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa, librada en 1212, y fue sucedido en el trono por su hijo Enrique I de Castilla.
Por parte de padre era descendiente de los reyes de la Casa de Borgoña y del Condado de Barcelona, y por parte de madre, de los reyes de Pamplona y de Rodrigo Díaz de Vivar

Hijo de Sancho III «el Deseado», rey de Castilla, y de Blanca Garcés de Pamplona, a la muerte de su padre sólo contaba tres años de edad, por lo que se designó como tutor a Gutierre Fernández de Castro y como regente a Manrique Pérez de Lara, para equilibrar a las poderosas familias Castro y Lara. Sin embargo, se originó una sangrienta rivalidad entre las dos familias nobiliarias. Los Lara lograron apoderarse del joven rey al que trasladaron a Haza, dentro de su zona de influencia.

Esta rivalidad derivó en una guerra civil y en un período de incertidumbre que fue aprovechado por los reinos vecinos y así, en 1159, el rey navarro Sancho VI se apoderó de Logroño y de amplias zonas de La Rioja, mientras que el tío del joven Alfonso, el rey leonés Fernando II, se apoderó de la ciudad de Burgos.

En 1160, los partidarios de la Casa de Lara, capitaneados por Nuño Pérez de Lara, fueron derrotados por los miembros de la Casa de Castro, dirigidos por Fernando Rodríguez de Castro el Castellano, en la Batalla de Lobregal, librada en las cercanías de la localidad de Villabrágima, en la provincia de Valladolid.

La proximidad de Fernando II, aliado de los Castro, al lugar donde los Lara custodian a Alfonso VIII hace que éstos le trasladen a Soria donde permanecerá hasta 1162 cuando los Lara, acosados por Fernando que ha conquistado las ciudades de Segovia y Toledo, deciden entregárselo a su tío, aunque lo impide la intervención de un hidalgo, quien sacó al pequeño del palacio real, poniéndolo bajo la custodia de las villas leales del norte de Castilla, primero en el castillo de San Esteban de Gormaz y después en Atienza y Ávila, ciudad ésta que desde entonces recibe el título honorífico de «Ávila del Rey» o «Ávila de los Leales» por la defensa que hizo del joven monarca. Así mismo, la estancia de Alfonso en Atienza dio origen al nacimiento de la popular celebración de La Caballada, que se celebra todos los años en esta villa el Domingo de Pentecostés

Al alcanzar la mayoría de edad en 1170, Alfonso VIII fue proclamado rey de Castilla en las Cortes que se convocaron en Burgos, tras lo cual se concertó su matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, que aportó como dote el condado de Gascuña. El enlace real se celebró en la ciudad aragonesa de Tarazona.

Su primer objetivo como monarca fue recuperar los territorios perdidos durante su minoría de edad. Para ello se alía con el rey Alfonso II el Casto. Junto al monarca aragonés, Alfonso VIII atacó al navarro Sancho VI en 1173, logrando arrebatarle los territorios que éste había tomado durante su minoría de edad. Tras ello reforzó su alianza con Alfonso II al concertar el matrimonio de éste con su tía, Sancha de Castilla.

Presionado por los ataques almohades, desde 1174 tuvo que ceder a las órdenes militares algunos territorios hasta entonces de realengo para su mejor protección, como las villas de Maqueda y Zorita de los Canes a la Orden de Calatrava, o la villa de Uclés a la Orden de Santiago, siendo desde entonces Uclés la casa principal de esta última orden militar. Desde esta plaza inicia una ofensiva contra los musulmanes, que culmina con la reconquista de Cuenca en 1177. La ciudad se rinde el 21 de septiembre, festividad de San Mateo, celebrada desde entonces por los conquenses.

Alfonso VIII fue el fundador del primer estudio general español, el Studium generale de Palencia (germen de la universidad), que decayó tras su fallecimiento. Además, su corte sería un importante instrumento cultural, que acogería trovadores y sabios, especialmente por la influencia de su esposa gascona Leonor (hermana de Ricardo Corazón de León).

En 1179 firma con su aliado el rey aragonés el Tratado de Cazola, por el que ambos monarcas se reparten sobre el papel, ya que no tuvo resultados reales, los territorios del reino navarro y además fijan las zonas de conquista de los territorios musulmanes que cada monarca puede emprender variando el hasta entonces vigente Tratado de Tudilén que habían firmado Alfonso VII de León y Ramón Berenguer IV de Barcelona. Por el nuevo Tratado de Cazola, el reino de Murcia -cuya conquista correspondía a Aragón- pasaba a Castilla y a cambio el rey aragonés Alfonso II se vio libre del vasallaje que debía a Alfonso VIII.


Tras fundar Plasencia en 1186, y con intención de unificar a la nobleza castellana, relanza la Reconquista, recupera parte de La Rioja que estaba en manos navarras y la reintegra a su reino. Establece una alianza con todos los reinos peninsulares cristianos -a la sazón, Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón- para proseguir ordenadamente conquistando las tierras ocupadas por los almohades.

En 1188 se reúne en Carrión de los Condes con su primo Alfonso IX, que acababa de suceder a su padre Fernando II como rey de León. Ambos monarcas firman un pacto de buena voluntad que Alfonso VIII pronto romperá para, aprovechando la debilidad del nuevo rey leonés en su propio reino, invadir León y hacerse con varias poblaciones, entre las que destacan Valencia de Don Juan y Valderas, y que inició un período de hostilidades que finalizaría el 20 de abril de 1194 con la firma del Tratado de Tordehumos, en el que el rey castellano se comprometía a devolver los territorios conquistados y el leonés se comprometía a contraer matrimonio con la hija de Alfonso VIII, Berenguela y, si el leonés Alfonso IX moría sin descendencia, se pactó que el reino de León pasaría a ser anexionado por Castilla.

El acuerdo con el reino de León permite a Alfonso VIII romper la tregua que mantenía con los almohades desde 1190 e inicia incursiones que, de la mano del arzobispo de Toledo Martín López de Pisuerga, llegan hasta Sevilla.

El califa almohade Abu Yaqub Yusuf al-Mansur, que se encontraba en el norte de África, cruza el Estrecho de Gibraltar y desembarca en Tarifa al frente de un poderoso ejército con el que se dirige hacia tierras castellanas. Alfonso VIII recibe la noticia y reúne a su ejército en Toledo y aunque consiguió el apoyo de los reyes de León, Navarra y Aragón para hacer frente a la amenaza almohade, no espera la llegada de dichas tropas y se dirige hacia Alarcos, una ciudad fortaleza en construcción situada a pocos kilómetros de la actual Ciudad Real, junto al río Guadiana, donde el 19 de julio de 1195 sufre una estruendosa derrota que supuso una importante pérdida de territorio y la fijación de la nueva frontera entre Castilla y el Imperio almohade en los Montes de Toledo. Los almohades incluso invadieron el valle del Tajo y asediarían Toledo, Madrid y Guadalajara en el verano de 1197.

Alfonso VIII se encontró en una peligrosa situación que le llevó a la posibilidad de perder Toledo y todo el valle del Tajo, por lo que el rey solicitó desde 1211 al papa Inocencio III la predicación de una cruzada a la que no solo respondieron sus súbditos castellanos, sino también los aragoneses con su rey, Pedro II el Católico, los navarros dirigidos por Sancho VII el Fuerte, las órdenes militares, como las de Calatrava, del Temple, de Santiago y de Malta, además de caballeros cruzados franceses, occitanos y de toda la cristiandad.

Con todos ellos y tras la recuperación de enclaves del valle del Guadiana (como el castillo de Calatrava) alcanzó la esperada victoria sobre el califa almohade Miramamolín en la batalla de las Navas de Tolosa, librada el 16 de julio en las inmediaciones de Santa Elena (Provincia de Jaén). Un año más tarde, lograba lo propio en la plaza de Alcaraz, consolidando el poder castellano en toda la meseta manchega.


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HistoriaPolíticaBiografía
Alfonso VIII. Rey de Castilla (1155-1214)

Rey de Castilla desde 31 de julio de 1158 hasta la fecha de su muerte. Nacido probablemente en Soria el 11 de noviembre de 1155 y muerto en Gutiérrez Muñoz (Ávila) en la madrugada del 5 al 6 de octubre de 1214.

Síntesis biográfica

Hijo de Sancho III de Castilla, Alfonso VIII llegó al poder a la edad de 3 años. Durante la mayor parte de su minoría de edad estuvo bajo la supervisión de la familia Lara. Tras asumir personalmente el control de su reino en 1169, Alfonso se enfrentó sucesivamente a los reyes de Navarra y León, con el fin de recuperar los territorios que le habían sido arrebatados durante su minoría de edad. Además de estas campañas el rey de Castilla se enfrentó en varias ocasiones con los ejércitos almohades, a los que derrotó en la batalla de las Navas de Tolosa.

Alfonso VIII, rey de Castilla. Palacio Real. Madrid.

Primeros años

Único hijo del monarca castellano Sancho III y de la esposa de éste, Blanca Garcés, su nacimiento fue motivo de grandes celebraciones en la corte de sus progenitores, que decidieron bautizarle con el nombre de Alfonso en honor a su abuelo paterno, el rey de Castilla y León Alfonso VII.

Muy pronto se apagó el júbilo de la corte del rey de Castilla, puesto que el 12 de agosto de 1156 falleció la reina, circunstancia que impidió al joven infante tener algún recuerdo de su madre, ya que apenas contaba con 9 meses cuando doña Blanca fue enterrada en la iglesia de Santa María de Nájera. Pero éste no iba ser el único acontecimiento triste de su infancia, puesto que el 31 de julio de 1158, cuando apenas contaba con 3 años de edad, murió Sancho III, que tuvo tiempo para designar como regente del reino a su antiguo ayo, Gutierre Fernández de Castro, el cual además de ocuparse de manejar los asuntos del gobierno, debía vigilar que la formación de Alfonso fuera lo más completa posible. Pero a pesar de que el nuevo rey debió estar rodeado de atenciones, no hay duda entre los investigadores a la hora de afirmar que la prematura muerte de sus padres afectó profundamente a su desarrollo personal, ya que se vio obligado a madurar muy deprisa, al calor de los sucesivos enfrentamientos que tuvieron lugar en Castilla para lograr su custodia.

Así a pesar de que don Gutierre se hizo cargo de Alfonso VIII tras la muerte de Sancho III, debido a las fuertes presiones que ejerció sobre él la familia Lara, se vio obligado a renunciar a su cargo y a entregar al rey niño a García García de la Aza, el cual tras aproximadamente un año y medio, entregó al rey a Manrique Pérez de Lara. Ante esta nueva situación las protestas de los Castro fueron en aumento, circunstancia que provocó el estallido de sucesivos episodios violentos, en los que participó activamente desde el año 1162, en apoyo de éstos últimos, Fernando II de León. Los Lara, salvo en breves intervalos, mantuvieron el control sobre Alfonso VIII durante 9 años, a pesar de la violenta muerte de don Manrique en 1164, ya que Nuño Pérez de Lara asumió todas las responsabilidades que había ostentado su hermano mayor, hasta que el monarca tomó el control de su reino personalmente en el año 1169.

Relaciones con el reino de León

A pesar de que durante la minoría de edad de Alfonso VIII, Fernando II se había apoderado del Infantazgo de Tierra Campos, las relaciones de ambos monarcas fueron cordiales durante los primeros años de gobierno personal del rey de Castilla. Pero las relaciones entre tío y sobrino se fueron enrareciendo con el paso del tiempo, sobre todo a partir del año 1176, cuando Alfonso VIII dio por concluidas sus campañas en Navarra. Así en el otoño de 1178 el monarca castellano al mando de un poderoso ejército, partió de Simancas con la intención de atacar Medina de Rioseco. Fernando II intentó cortarle el paso en las proximidades de Castrodeza, donde según apuntan algunas crónicas castellanas Alfonso VIII obtuvo una importante victoria, que le permitió apoderarse de todas las plazas y villas que formaban parte del ya citado Infantazgo. No obstante el rey de León no se resignó a perder estos territorios, motivo por el cual se sucedieron los enfrentamientos entre las tropas castellanas y leonesas en la frontera de ambos reinos entre los años 1179 y 1180. Muy pronto la falta de resultados animó a ambos monarcas a acercar sus posiciones y finalmente llegaron a un principio de acuerdo el 27 de febrero de 1181, que fue ratificado oficialmente por la paz de Medina de Rioseco el 21 de marzo de ese mismo año. La paz no fue duradera, ya que en 1182 volvieron a reanudarse las hostilidades, por lo cual se hizo necesaria la intervención del maestre de Santiago y del prior de la orden de San Juan, que mediaron para que Fernando II y Alfonso VIII volvieran a negociar, firmándose así el Tratado de Fresno-Lavandera el 1 de junio de 1183.

La llegada al poder de Alfonso IX, tras la muerte de Fernando II, en un principio no fue un obstáculo para el mantenimiento de la paz entre ambos reinos, puesto que por el contrario el nuevo monarca de León intentó afianzar las relaciones de amistad con su primo, en previsión de que éste colaborara con los partidarios de su hermanastro, el infante don Sancho. Así el 19 de marzo de 1188 tuvo lugar una reunión entre ambos monarcas en Carrión de los Condes, en la cual Alfonso IX se comprometió a casarse con una infanta castellana y fue armado caballero por Alfonso VIII, lo cual significaba que el rey de León reconocía la supremacía del rey de Castilla. Poco después Alfonso VIII presidió el matrimonio de su hija primogénita, doña Berenguela, con el príncipe alemán Conrado, tras lo cual ambos fueron jurados como herederos de Castilla, ya que en ese momento todavía no se había producido el nacimiento de ningún infante. Dichos acontecimientos no fueron del agrado de Alfonso IX, que acariciaba la idea de convertirse en el heredero al trono castellano, en el caso de que Alfonso VIII no tuviera ningún hijo varón, motivo por el cual firmó una alianza con el rey de Portugal, a la que se unió poco después el monarca aragonés Alfonso II y Sancho VI de Navarra, que aislaba prácticamente a Castilla. De este modo la situación se fue haciendo cada vez más tensa entre ambos monarcas y fue necesaria la intervención del papa para evitar la guerra, que consiguió su propósito tras la firma del laudo arbitral de Tordehumos el 20 de abril de 1194.

Firmada la paz nuevamente con el rey de León, Alfonso VIII dedicó sus esfuerzos a luchar contra los almohades, aunque no por ello habían desaparecido los problemas entre ambos monarcas cristianos, como lo demuestra el hecho de que Alfonso IX firmara una importante alianza con el califa almohade tras la batalla de Alarcos. Así tras recibir la noticia de que los leoneses estaban preparados para atacar su reino, Alfonso VIII firmó una alianza con Pedro II de Aragón e hizo todo lo que estuvo en su mano para asegurarse que Sancho VII de Navarra se mantuviera neutral. Estos logros diplomáticos permitieron al rey de Castilla enfrentarse con éxito a Alfonso IX, ya que tras recuperar Plasencia, logró tomar una importante fortaleza en las Somozas y la población conocida en la época como Castro de los Judíos. Concluida la campaña Alfonso VIII se quejó enérgicamente ante el papa, el cual amonestó seriamente a Alfonso IX por colaborar con los musulmanes, aunque las amenazas del pontífice de nada sirvieron ya que el rey de león mantuvo sus contactos con éstos. Pero la situación muy pronto iba a cambiar, ya que en el año 1197 Alfonso VIII firmó una tregua de 5 años con el califa almohade, circunstancia que dejó al rey de León completamente aislado.

Todo parecía indicar que Alfonso VIII no tardaría en atacar, pero el monarca castellano, al parecer siguiendo los consejos de su esposa, decidió firmar la paz con su primo, el cual se comprometió en matrimonio con la infanta Berenguela. Dicha unión pretendía asegurar la paz entre ambos reinos, ya que por un lado Alfonso VIII entregó a su hija como dote las plazas fronterizas que le había arrebatado al monarca leones y éste como prueba de sus buenas intenciones, entregó a la infanta castellana las plazas que había arrebatado a su padre. De este modo la paz entre ambos quedaba asegurada mientras el matrimonio fuera efectivo, aunque muy pronto iban a surgir los problemas puesto que tanto el papa Celestino III, como su sucesor Inocencio III, se negaron a reconocer esta unión, dado el grado de parentesco que existía entre ambos. Así a pesar de los intentos por legalizar el matrimonio por parte de ambas cortes, tanto doña Berenguela como Alfonso IX fueron excomulgados, excomunión que se hizo extensible a los hijos que nacieran de esta unión.

La decisión del pontífice causó una gran impresión en Alfonso VIII, que tras recibir la noticia abandonó el asedio que estaba llevando a cabo en Vitoria, para dirigirse a Plasencia donde se reunió con su yerno, el 8 de diciembre de 1199. Allí se firmó un acuerdo por el cual se reconocía a doña Berenguela como dueña de todas las plazas fronterizas hasta su muerte, aunque finalmente se disolviera la unión. La paz con León quedó sólidamente cimentada y durante los años siguientes tan solo se registraron enfrentamientos sin importancia.

Relaciones con el reino de Navarra

Durante la minoría de edad de Alfonso VIII, Sancho VI de Navarra además de vincular a sus posesiones los territorios de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya, incorporó a su reino gran parte de la Rioja, Logroño, algunas plazas importantes como la de Santo Domingo de la Calzada y tras penetrar en la Bureba, tomó posesión de Briviesca; tras lo cual firmó una tregua con Nuño Fernández de Lara. Dicha tregua que debía tener una duración de 10 años, fue rota por Alfonso VIII en el año 1172, ya que éste no podía tolerar estas importantes pérdidas territoriales. De este modo aproximadamente en el mes de mayo el rey de Castilla recuperó las plazas de Briviesca y Garañón, entre otras; y en el mes de septiembre había llegado hasta Logroño. Pero a pesar de estos triunfos la guerra no había hecho más que empezar. Así las campañas en contra del reino de Navarra se mantuvieron de forma permanente hasta el año 1176. Pero sin duda el hito fundamental de esta contienda fue el asedio a la plaza de Leguín, puesto que tras su caída el rey navarro decidió contemporizar con su enemigo.

Debido a las dificultades que había para llegar a un acuerdo, fue necesario recurrir a Enrique II de Inglaterra para que mediara en el conflicto. Así gracias a la intervención de éste se firmó el 25 de agosto de 1176, un compromiso arbitral, por el cual ambos monarcas se comprometían a instaurar sus fronteras en el mismo punto en el que se encontraban a comienzos del reinado de Alfonso VIII, aunque dicha decisión no satisfizo las aspiraciones de ninguno de los litigantes, motivo por el cual se mostraron reacios a acatar la sentencia, especialmente Sancho de Navarra, que finalmente se vio forzado a aceptar la nueva situación, por las fuertes presiones que Alfonso VIII ejerció sobre él. Así el 15 de abril de 1179 se firmó un nuevo tratado de paz.

La clama fue la tónica general los años siguientes, aunque tras la muerte de Sancho VI, el 27 de junio de 1194, se reanudaron los enfrentamientos, puesto que el sucesor de éste, Sancho VII, aprovechando la derrota que habían sufrido las tropas de Alfonso en Alarcos, decidió aliarse con el rey de León, llegando a pactar incluso con los almohades. Aunque hay que señalar que Sancho el Fuerte no llegó a intervenir en apoyo de Alfonso IX, ya que en marzo de 1197, a instancias del rey de Aragón, se reunió en Tarazona con el rey de Castilla, restableciéndose nuevamente la concordia entre ambos reinos. Pero la paz una vez más no iba ser duradera, ya que el navarro rompió la tregua ese mismo año, acción que no fue perdonada por Alfonso VIII, que tras firmar la paz con León y con los almohades, llevó a cabo una serie de campañas, entre 1198 y 1200, que tuvieron como principal consecuencia que Alava y Guipúzcoa se incorporaran definitivamente a Castilla.

Relaciones con los almohades

La alianza firmada por Alfonso VII con ibn Mardanis (1124-1172), más conocido como el rey Lobo; no se vio alterada durante la minoría de edad de su nieto, Alfonso VIII. Dicha alianza fue enormemente beneficiosa para los castellanos, que gracias a la intervención de éste, no tuvieron que hacer frente a los ataques almohades, en un momento en que la situación interior estaba marcada por los enfrentamientos entre los Lara y los Castro. Esta situación de calma se trastocó cuando Alfonso VIII llegó a la mayoría de edad, puesto que educado en los ideales de la Reconquista, muy pronto estuvo interesado en enfrentarse a los musulmanes, motivo por el cual entró en contacto con el caudillo luso Geraldo Sempavor y afianzó sus relaciones con el rey Lobo. Así a pesar de que los norteafricanos obtuvieron un importante botín en las campañas que realizaron en el año 1170, decidieron informar al emir de Marruecos, Yacub (1160-1199), del cambio que se había producido en el reino de Castilla, motivo por el cual éste decidió cruzar el Estrecho para encabezar una expedición de castigo personalmente. De este modo en el año 1171 tras atravesar Badajoz, Yacub atacó Toledo aunque su verdadero propósito era acabar definitivamente con la independencia del reino de Murcia, reino que pasó a estar bajo su control el año siguiente, sin que Alfonso VIII pudiera hacer nada por evitarlo.

Desde la muerte del rey Lobo, el principal peso de la guerra en contra de los musulmanes recayó en el reino de Castilla, puesto que tras la desaparición del reino de Murcia sus fronteras quedaban expuestas a los ataques almohades. No tardó en dejarse sentir esta nueva amenaza, ya que ese mismo año (1172) Toledo y Talavera fueron duramente castigadas y se puso sitio, 8 de julio, a la fortaleza de Huete. Ante estos acontecimientos Alfonso VIII no tardó en reaccionar y tras reorganizar sus fuerzas partió para liberar la plaza. Pero no fue necesario llegar a Huete para enfrentarse a los ejércitos del emir, puesto que Yacub se había visto obligado a levantar el asedio, tras quedar devastado su campamento por un fuerte vendaval. De este modo según se puede constatar en las crónicas los ejércitos castellanos y almohades se encontraron el 25 de julio y un día después se iniciaron los enfrentamientos, aunque en esta ocasión no tuvo lugar ninguna batalla campal, ya que los ejércitos de Alfonso VIII abandonaron sus posiciones y se dirigieron a Hita, donde se encontraba el monarca el 29 de agosto. 1173 se inició con nuevas expediciones de castigo de ambos bandos, aunque finalmente Alfonso VIII, debido a los problemas que tenía en sus fronteras tanto con navarros como con leoneses, decidió negociar una tregua con los almohades, la cual se firmó ese mismo año.

A pesar de que Alfonso VIII fue el principal promotor de la mencionada tregua con los musulmanes, no tardó en romperla tras firmar, junto al rey de Navarra el compromiso arbitral que había dictado Enrique II. Así en enero de 1177 encontramos al monarca castellano dirigiendo personalmente el asedio a Cuenca, ciudad que fue rendida por hambre en septiembre de ese mismo año. En este sentido es necesario señalar que desde la conquista de Cuenca hasta el año 1181, a pesar de que se sucedieron las campañas de castigo, el rey de Castilla no participó personalmente en ninguna expedición, quizá por los numerosos enfrentamientos que mantuvo con el rey de León, hasta la firma del tratado de Medina de Rioseco.

Firmada la paz con Fernando II, no tardó Alfonso VIII en reanudar las hostilidades en contra de los musulmanes, motivo por el cual a finales de abril de 1181 encontramos al monarca en ciudad de Toledo preparando una expedición mucho más ambiciosa que las llevadas a cabo en años anteriores. Así en el mes de junio de 1182 condujo a sus hombres a la ciudad de Córdoba, ante el estupor de los almohades que se refugiaron masivamente en las ciudades, al tiempo que el gobernador de Sevilla realizaba los primeros intentos para reorganizar el ejército. Dicha situación animó a Alfonso a seguir con la campaña y tomó la plaza de Setifilla, la cual fue puesta bajo la custodia de una poderosa guarnición, ya que el monarca pretendía conservar esta fortaleza como avanzadilla cristiana, aunque finalmente tuvo que renunciar a la posesión de la misma ante la reacción del citado gobernador de Sevilla, que intentó tomar Talavera, aunque sin ningún éxito. Los años siguientes (1183-1184) los ejércitos castellanos continuaron con sus campañas en territorio enemigo, pero parece poco probable que Alfonso VIII dirigiera alguna expedición, no obstante la inesperada muerte de Yacub puso fin a la ofensiva iniciada por los almohades en el año 1184, circunstancia que animó a los castellanos a penetrar en territorio musulmán entre los años 1185 y 1189. Pasados estos años la situación del imperio almohade se hizo más estable, ya que el nuevo emir, Muhammad al-Nasir, decidió cruzar el Estrecho para iniciar la guerra santa en contra de los castellanos, circunstancia que impulsó a Alfonso VIII a solicitar una tregua, que fue aceptada por éste en el año 1190.

Entre los años 1190 y 1193 la tregua fue renovada puntualmente por los emisarios enviados por Alfonso VIII a Marruecos, pero tras la firma del tratado de Tordehumos (20 de abril de 1194), el rey de Castilla decidió organizar una nueva expedición por tierras del Guadalquivir, en la que obtuvo unos resultados brillantes. La reacción del emir almohade no se hizo esperar y en la primavera del año siguiente (1195) éste llegó a la Península, tras lo cual volvió a convocar a todos los musulmanes para emprender la guerra santa. No tardó Alfonso VIII en conocer las intenciones de Muhammad al-Nasir, motivo por el cual convocó a los magnates castellanos más importantes y a todos los miembros de las ordenes militares, para que junto a él plantaran cara al enemigo. No obstante, a pesar de que logró reunir un poderoso ejército en Toledo, Alfonso sufrió una de las derrotas más importantes de su reinado en la batalla de Alarcos, celebrada el 18 de junio de 1195, derrota que tuvo amplias repercusiones, ya que la debilidad de Alfonso fue aprovechada por los reyes de León y de Navarra para firmar una alianza con los musulmanes los cuales envalentonados por su triunfo se negaron a firmar la paz con Castilla. En el año 1196 los almohades iniciaron una expedición en contra de Toledo, que pudo resistir el ataque aunque no sin dificultad. Finalmente en el año 1197 el emir consintió en firmar una tregua con Alfonso VIII, que logró salir airosos de la complicada situación a pesar de que había estado en juego la integridad de su reino.

La tregua con los almohades se mantuvo desde el año 1197 hasta 1210, sin que se registrara ningún enfrentamiento entre los musulmanes y los castellanos durante este largo periodo, en gran parte debido al interés que demostró sentir Alfonso VIII por Gascuña. A pesar de todo es posible percibir como las relaciones entre almohades y castellanos se fueron enrareciendo con el paso de los años, especialmente en los territorios fronterizos, por lo que no es extraño que la repoblación emprendida por el monarca de Castilla en la plaza de Moya, encendiera nuevamente la mecha de la guerra. Así el emir almohade llegó a al-Andalus a principios del año 1211, tras haber ordenado que se predicara la guerra santa, aunque según las crónicas los primeros ataques partieron del bando cristiano, ya que un grupo de caballeros de la Orden de Calatrava, atacaron Baeza, Andújar y Jaén. De este modo rota definitivamente la paz los almohades iniciaron una incursión por territorio castellano y pusieron sitio en junio de ese mismo año a la fortaleza de Salvatierra. Tras conocer la noticia Alfonso VIII puso en pie de guerra a todos sus hombres, aunque no logró liberar la mencionada fortaleza que cayó en poder de los musulmanes. Pero la caída de Salvatierra iba provocar que gran cantidad de hombres de todos los reinos cristianos de la Península, e incluso muchos caballeros europeos, acudieran a luchar en defensa de su religión y se unieran a las tropas de Alfonso VIII en Toledo el día 20 de mayo de 1212. Así el 20 de junio de 1212 un poderoso ejército abandonó la ciudad con la intención de derrotar a los ejércitos norteafricanos, los cuales salieron a su encuentro en el llamado paso del Muradal, lugar donde tuvo lugar el día 16 julio, la famosa batalla de las Navas de Tolosa. Pero a pesar de la derrota de los almohades, la mencionada batalla no marcó el final de los enfrentamientos, ya que durante dos años continuaron abiertas las hostilidades, siendo el hambre que se vivía en tierras de Castilla el detonante que impulsó a Alfonso a firmar una tregua con sus enemigos en el año 1214.


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Alfonso VIII. Rey de Castilla (1155-1214)

Rey de Castilla desde 31 de julio de 1158 hasta la fecha de su muerte. Nacido probablemente en Soria el 11 de noviembre de 1155 y muerto en Gutiérrez Muñoz (Ávila) en la madrugada del 5 al 6 de octubre de 1214.

Síntesis biográfica

Hijo de Sancho III de Castilla, Alfonso VIII llegó al poder a la edad de 3 años. Durante la mayor parte de su minoría de edad estuvo bajo la supervisión de la familia Lara. Tras asumir personalmente el control de su reino en 1169, Alfonso se enfrentó sucesivamente a los reyes de Navarra y León, con el fin de recuperar los territorios que le habían sido arrebatados durante su minoría de edad. Además de estas campañas el rey de Castilla se enfrentó en varias ocasiones con los ejércitos almohades, a los que derrotó en la batalla de las Navas de Tolosa.

Alfonso VIII, rey de Castilla. Palacio Real. Madrid.

Primeros años

Único hijo del monarca castellano Sancho III y de la esposa de éste, Blanca Garcés, su nacimiento fue motivo de grandes celebraciones en la corte de sus progenitores, que decidieron bautizarle con el nombre de Alfonso en honor a su abuelo paterno, el rey de Castilla y León Alfonso VII.

Muy pronto se apagó el júbilo de la corte del rey de Castilla, puesto que el 12 de agosto de 1156 falleció la reina, circunstancia que impidió al joven infante tener algún recuerdo de su madre, ya que apenas contaba con 9 meses cuando doña Blanca fue enterrada en la iglesia de Santa María de Nájera. Pero éste no iba ser el único acontecimiento triste de su infancia, puesto que el 31 de julio de 1158, cuando apenas contaba con 3 años de edad, murió Sancho III, que tuvo tiempo para designar como regente del reino a su antiguo ayo, Gutierre Fernández de Castro, el cual además de ocuparse de manejar los asuntos del gobierno, debía vigilar que la formación de Alfonso fuera lo más completa posible. Pero a pesar de que el nuevo rey debió estar rodeado de atenciones, no hay duda entre los investigadores a la hora de afirmar que la prematura muerte de sus padres afectó profundamente a su desarrollo personal, ya que se vio obligado a madurar muy deprisa, al calor de los sucesivos enfrentamientos que tuvieron lugar en Castilla para lograr su custodia.

Así a pesar de que don Gutierre se hizo cargo de Alfonso VIII tras la muerte de Sancho III, debido a las fuertes presiones que ejerció sobre él la familia Lara, se vio obligado a renunciar a su cargo y a entregar al rey niño a García García de la Aza, el cual tras aproximadamente un año y medio, entregó al rey a Manrique Pérez de Lara. Ante esta nueva situación las protestas de los Castro fueron en aumento, circunstancia que provocó el estallido de sucesivos episodios violentos, en los que participó activamente desde el año 1162, en apoyo de éstos últimos, Fernando II de León. Los Lara, salvo en breves intervalos, mantuvieron el control sobre Alfonso VIII durante 9 años, a pesar de la violenta muerte de don Manrique en 1164, ya que Nuño Pérez de Lara asumió todas las responsabilidades que había ostentado su hermano mayor, hasta que el monarca tomó el control de su reino personalmente en el año 1169.

Relaciones con el reino de León

A pesar de que durante la minoría de edad de Alfonso VIII, Fernando II se había apoderado del Infantazgo de Tierra Campos, las relaciones de ambos monarcas fueron cordiales durante los primeros años de gobierno personal del rey de Castilla. Pero las relaciones entre tío y sobrino se fueron enrareciendo con el paso del tiempo, sobre todo a partir del año 1176, cuando Alfonso VIII dio por concluidas sus campañas en Navarra. Así en el otoño de 1178 el monarca castellano al mando de un poderoso ejército, partió de Simancas con la intención de atacar Medina de Rioseco. Fernando II intentó cortarle el paso en las proximidades de Castrodeza, donde según apuntan algunas crónicas castellanas Alfonso VIII obtuvo una importante victoria, que le permitió apoderarse de todas las plazas y villas que formaban parte del ya citado Infantazgo. No obstante el rey de León no se resignó a perder estos territorios, motivo por el cual se sucedieron los enfrentamientos entre las tropas castellanas y leonesas en la frontera de ambos reinos entre los años 1179 y 1180. Muy pronto la falta de resultados animó a ambos monarcas a acercar sus posiciones y finalmente llegaron a un principio de acuerdo el 27 de febrero de 1181, que fue ratificado oficialmente por la paz de Medina de Rioseco el 21 de marzo de ese mismo año. La paz no fue duradera, ya que en 1182 volvieron a reanudarse las hostilidades, por lo cual se hizo necesaria la intervención del maestre de Santiago y del prior de la orden de San Juan, que mediaron para que Fernando II y Alfonso VIII volvieran a negociar, firmándose así el Tratado de Fresno-Lavandera el 1 de junio de 1183.

La llegada al poder de Alfonso IX, tras la muerte de Fernando II, en un principio no fue un obstáculo para el mantenimiento de la paz entre ambos reinos, puesto que por el contrario el nuevo monarca de León intentó afianzar las relaciones de amistad con su primo, en previsión de que éste colaborara con los partidarios de su hermanastro, el infante don Sancho. Así el 19 de marzo de 1188 tuvo lugar una reunión entre ambos monarcas en Carrión de los Condes, en la cual Alfonso IX se comprometió a casarse con una infanta castellana y fue armado caballero por Alfonso VIII, lo cual significaba que el rey de León reconocía la supremacía del rey de Castilla. Poco después Alfonso VIII presidió el matrimonio de su hija primogénita, doña Berenguela, con el príncipe alemán Conrado, tras lo cual ambos fueron jurados como herederos de Castilla, ya que en ese momento todavía no se había producido el nacimiento de ningún infante. Dichos acontecimientos no fueron del agrado de Alfonso IX, que acariciaba la idea de convertirse en el heredero al trono castellano, en el caso de que Alfonso VIII no tuviera ningún hijo varón, motivo por el cual firmó una alianza con el rey de Portugal, a la que se unió poco después el monarca aragonés Alfonso II y Sancho VI de Navarra, que aislaba prácticamente a Castilla. De este modo la situación se fue haciendo cada vez más tensa entre ambos monarcas y fue necesaria la intervención del papa para evitar la guerra, que consiguió su propósito tras la firma del laudo arbitral de Tordehumos el 20 de abril de 1194.

Firmada la paz nuevamente con el rey de León, Alfonso VIII dedicó sus esfuerzos a luchar contra los almohades, aunque no por ello habían desaparecido los problemas entre ambos monarcas cristianos, como lo demuestra el hecho de que Alfonso IX firmara una importante alianza con el califa almohade tras la batalla de Alarcos. Así tras recibir la noticia de que los leoneses estaban preparados para atacar su reino, Alfonso VIII firmó una alianza con Pedro II de Aragón e hizo todo lo que estuvo en su mano para asegurarse que Sancho VII de Navarra se mantuviera neutral. Estos logros diplomáticos permitieron al rey de Castilla enfrentarse con éxito a Alfonso IX, ya que tras recuperar Plasencia, logró tomar una importante fortaleza en las Somozas y la población conocida en la época como Castro de los Judíos. Concluida la campaña Alfonso VIII se quejó enérgicamente ante el papa, el cual amonestó seriamente a Alfonso IX por colaborar con los musulmanes, aunque las amenazas del pontífice de nada sirvieron ya que el rey de león mantuvo sus contactos con éstos. Pero la situación muy pronto iba a cambiar, ya que en el año 1197 Alfonso VIII firmó una tregua de 5 años con el califa almohade, circunstancia que dejó al rey de León completamente aislado.

Todo parecía indicar que Alfonso VIII no tardaría en atacar, pero el monarca castellano, al parecer siguiendo los consejos de su esposa, decidió firmar la paz con su primo, el cual se comprometió en matrimonio con la infanta Berenguela. Dicha unión pretendía asegurar la paz entre ambos reinos, ya que por un lado Alfonso VIII entregó a su hija como dote las plazas fronterizas que le había arrebatado al monarca leones y éste como prueba de sus buenas intenciones, entregó a la infanta castellana las plazas que había arrebatado a su padre. De este modo la paz entre ambos quedaba asegurada mientras el matrimonio fuera efectivo, aunque muy pronto iban a surgir los problemas puesto que tanto el papa Celestino III, como su sucesor Inocencio III, se negaron a reconocer esta unión, dado el grado de parentesco que existía entre ambos. Así a pesar de los intentos por legalizar el matrimonio por parte de ambas cortes, tanto doña Berenguela como Alfonso IX fueron excomulgados, excomunión que se hizo extensible a los hijos que nacieran de esta unión.

La decisión del pontífice causó una gran impresión en Alfonso VIII, que tras recibir la noticia abandonó el asedio que estaba llevando a cabo en Vitoria, para dirigirse a Plasencia donde se reunió con su yerno, el 8 de diciembre de 1199. Allí se firmó un acuerdo por el cual se reconocía a doña Berenguela como dueña de todas las plazas fronterizas hasta su muerte, aunque finalmente se disolviera la unión. La paz con León quedó sólidamente cimentada y durante los años siguientes tan solo se registraron enfrentamientos sin importancia.

Relaciones con el reino de Navarra

Durante la minoría de edad de Alfonso VIII, Sancho VI de Navarra además de vincular a sus posesiones los territorios de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya, incorporó a su reino gran parte de la Rioja, Logroño, algunas plazas importantes como la de Santo Domingo de la Calzada y tras penetrar en la Bureba, tomó posesión de Briviesca; tras lo cual firmó una tregua con Nuño Fernández de Lara. Dicha tregua que debía tener una duración de 10 años, fue rota por Alfonso VIII en el año 1172, ya que éste no podía tolerar estas importantes pérdidas territoriales. De este modo aproximadamente en el mes de mayo el rey de Castilla recuperó las plazas de Briviesca y Garañón, entre otras; y en el mes de septiembre había llegado hasta Logroño. Pero a pesar de estos triunfos la guerra no había hecho más que empezar. Así las campañas en contra del reino de Navarra se mantuvieron de forma permanente hasta el año 1176. Pero sin duda el hito fundamental de esta contienda fue el asedio a la plaza de Leguín, puesto que tras su caída el rey navarro decidió contemporizar con su enemigo.

Debido a las dificultades que había para llegar a un acuerdo, fue necesario recurrir a Enrique II de Inglaterra para que mediara en el conflicto. Así gracias a la intervención de éste se firmó el 25 de agosto de 1176, un compromiso arbitral, por el cual ambos monarcas se comprometían a instaurar sus fronteras en el mismo punto en el que se encontraban a comienzos del reinado de Alfonso VIII, aunque dicha decisión no satisfizo las aspiraciones de ninguno de los litigantes, motivo por el cual se mostraron reacios a acatar la sentencia, especialmente Sancho de Navarra, que finalmente se vio forzado a aceptar la nueva situación, por las fuertes presiones que Alfonso VIII ejerció sobre él. Así el 15 de abril de 1179 se firmó un nuevo tratado de paz.

La clama fue la tónica general los años siguientes, aunque tras la muerte de Sancho VI, el 27 de junio de 1194, se reanudaron los enfrentamientos, puesto que el sucesor de éste, Sancho VII, aprovechando la derrota que habían sufrido las tropas de Alfonso en Alarcos, decidió aliarse con el rey de León, llegando a pactar incluso con los almohades. Aunque hay que señalar que Sancho el Fuerte no llegó a intervenir en apoyo de Alfonso IX, ya que en marzo de 1197, a instancias del rey de Aragón, se reunió en Tarazona con el rey de Castilla, restableciéndose nuevamente la concordia entre ambos reinos. Pero la paz una vez más no iba ser duradera, ya que el navarro rompió la tregua ese mismo año, acción que no fue perdonada por Alfonso VIII, que tras firmar la paz con León y con los almohades, llevó a cabo una serie de campañas, entre 1198 y 1200, que tuvieron como principal consecuencia que Alava y Guipúzcoa se incorporaran definitivamente a Castilla.

Relaciones con los almohades

La alianza firmada por Alfonso VII con ibn Mardanis (1124-1172), más conocido como el rey Lobo; no se vio alterada durante la minoría de edad de su nieto, Alfonso VIII. Dicha alianza fue enormemente beneficiosa para los castellanos, que gracias a la intervención de éste, no tuvieron que hacer frente a los ataques almohades, en un momento en que la situación interior estaba marcada por los enfrentamientos entre los Lara y los Castro. Esta situación de calma se trastocó cuando Alfonso VIII llegó a la mayoría de edad, puesto que educado en los ideales de la Reconquista, muy pronto estuvo interesado en enfrentarse a los musulmanes, motivo por el cual entró en contacto con el caudillo luso Geraldo Sempavor y afianzó sus relaciones con el rey Lobo. Así a pesar de que los norteafricanos obtuvieron un importante botín en las campañas que realizaron en el año 1170, decidieron informar al emir de Marruecos, Yacub (1160-1199), del cambio que se había producido en el reino de Castilla, motivo por el cual éste decidió cruzar el Estrecho para encabezar una expedición de castigo personalmente. De este modo en el año 1171 tras atravesar Badajoz, Yacub atacó Toledo aunque su verdadero propósito era acabar definitivamente con la independencia del reino de Murcia, reino que pasó a estar bajo su control el año siguiente, sin que Alfonso VIII pudiera hacer nada por evitarlo.

Desde la muerte del rey Lobo, el principal peso de la guerra en contra de los musulmanes recayó en el reino de Castilla, puesto que tras la desaparición del reino de Murcia sus fronteras quedaban expuestas a los ataques almohades. No tardó en dejarse sentir esta nueva amenaza, ya que ese mismo año (1172) Toledo y Talavera fueron duramente castigadas y se puso sitio, 8 de julio, a la fortaleza de Huete. Ante estos acontecimientos Alfonso VIII no tardó en reaccionar y tras reorganizar sus fuerzas partió para liberar la plaza. Pero no fue necesario llegar a Huete para enfrentarse a los ejércitos del emir, puesto que Yacub se había visto obligado a levantar el asedio, tras quedar devastado su campamento por un fuerte vendaval. De este modo según se puede constatar en las crónicas los ejércitos castellanos y almohades se encontraron el 25 de julio y un día después se iniciaron los enfrentamientos, aunque en esta ocasión no tuvo lugar ninguna batalla campal, ya que los ejércitos de Alfonso VIII abandonaron sus posiciones y se dirigieron a Hita, donde se encontraba el monarca el 29 de agosto. 1173 se inició con nuevas expediciones de castigo de ambos bandos, aunque finalmente Alfonso VIII, debido a los problemas que tenía en sus fronteras tanto con navarros como con leoneses, decidió negociar una tregua con los almohades, la cual se firmó ese mismo año.

A pesar de que Alfonso VIII fue el principal promotor de la mencionada tregua con los musulmanes, no tardó en romperla tras firmar, junto al rey de Navarra el compromiso arbitral que había dictado Enrique II. Así en enero de 1177 encontramos al monarca castellano dirigiendo personalmente el asedio a Cuenca, ciudad que fue rendida por hambre en septiembre de ese mismo año. En este sentido es necesario señalar que desde la conquista de Cuenca hasta el año 1181, a pesar de que se sucedieron las campañas de castigo, el rey de Castilla no participó personalmente en ninguna expedición, quizá por los numerosos enfrentamientos que mantuvo con el rey de León, hasta la firma del tratado de Medina de Rioseco.

Firmada la paz con Fernando II, no tardó Alfonso VIII en reanudar las hostilidades en contra de los musulmanes, motivo por el cual a finales de abril de 1181 encontramos al monarca en ciudad de Toledo preparando una expedición mucho más ambiciosa que las llevadas a cabo en años anteriores. Así en el mes de junio de 1182 condujo a sus hombres a la ciudad de Córdoba, ante el estupor de los almohades que se refugiaron masivamente en las ciudades, al tiempo que el gobernador de Sevilla realizaba los primeros intentos para reorganizar el ejército. Dicha situación animó a Alfonso a seguir con la campaña y tomó la plaza de Setifilla, la cual fue puesta bajo la custodia de una poderosa guarnición, ya que el monarca pretendía conservar esta fortaleza como avanzadilla cristiana, aunque finalmente tuvo que renunciar a la posesión de la misma ante la reacción del citado gobernador de Sevilla, que intentó tomar Talavera, aunque sin ningún éxito. Los años siguientes (1183-1184) los ejércitos castellanos continuaron con sus campañas en territorio enemigo, pero parece poco probable que Alfonso VIII dirigiera alguna expedición, no obstante la inesperada muerte de Yacub puso fin a la ofensiva iniciada por los almohades en el año 1184, circunstancia que animó a los castellanos a penetrar en territorio musulmán entre los años 1185 y 1189. Pasados estos años la situación del imperio almohade se hizo más estable, ya que el nuevo emir, Muhammad al-Nasir, decidió cruzar el Estrecho para iniciar la guerra santa en contra de los castellanos, circunstancia que impulsó a Alfonso VIII a solicitar una tregua, que fue aceptada por éste en el año 1190.

Entre los años 1190 y 1193 la tregua fue renovada puntualmente por los emisarios enviados por Alfonso VIII a Marruecos, pero tras la firma del tratado de Tordehumos (20 de abril de 1194), el rey de Castilla decidió organizar una nueva expedición por tierras del Guadalquivir, en la que obtuvo unos resultados brillantes. La reacción del emir almohade no se hizo esperar y en la primavera del año siguiente (1195) éste llegó a la Península, tras lo cual volvió a convocar a todos los musulmanes para emprender la guerra santa. No tardó Alfonso VIII en conocer las intenciones de Muhammad al-Nasir, motivo por el cual convocó a los magnates castellanos más importantes y a todos los miembros de las ordenes militares, para que junto a él plantaran cara al enemigo. No obstante, a pesar de que logró reunir un poderoso ejército en Toledo, Alfonso sufrió una de las derrotas más importantes de su reinado en la batalla de Alarcos, celebrada el 18 de junio de 1195, derrota que tuvo amplias repercusiones, ya que la debilidad de Alfonso fue aprovechada por los reyes de León y de Navarra para firmar una alianza con los musulmanes los cuales envalentonados por su triunfo se negaron a firmar la paz con Castilla. En el año 1196 los almohades iniciaron una expedición en contra de Toledo, que pudo resistir el ataque aunque no sin dificultad. Finalmente en el año 1197 el emir consintió en firmar una tregua con Alfonso VIII, que logró salir airosos de la complicada situación a pesar de que había estado en juego la integridad de su reino.

La tregua con los almohades se mantuvo desde el año 1197 hasta 1210, sin que se registrara ningún enfrentamiento entre los musulmanes y los castellanos durante este largo periodo, en gran parte debido al interés que demostró sentir Alfonso VIII por Gascuña. A pesar de todo es posible percibir como las relaciones entre almohades y castellanos se fueron enrareciendo con el paso de los años, especialmente en los territorios fronterizos, por lo que no es extraño que la repoblación emprendida por el monarca de Castilla en la plaza de Moya, encendiera nuevamente la mecha de la guerra. Así el emir almohade llegó a al-Andalus a principios del año 1211, tras haber ordenado que se predicara la guerra santa, aunque según las crónicas los primeros ataques partieron del bando cristiano, ya que un grupo de caballeros de la Orden de Calatrava, atacaron Baeza, Andújar y Jaén. De este modo rota definitivamente la paz los almohades iniciaron una incursión por territorio castellano y pusieron sitio en junio de ese mismo año a la fortaleza de Salvatierra. Tras conocer la noticia Alfonso VIII puso en pie de guerra a todos sus hombres, aunque no logró liberar la mencionada fortaleza que cayó en poder de los musulmanes. Pero la caída de Salvatierra iba provocar que gran cantidad de hombres de todos los reinos cristianos de la Península, e incluso muchos caballeros europeos, acudieran a luchar en defensa de su religión y se unieran a las tropas de Alfonso VIII en Toledo el día 20 de mayo de 1212. Así el 20 de junio de 1212 un poderoso ejército abandonó la ciudad con la intención de derrotar a los ejércitos norteafricanos, los cuales salieron a su encuentro en el llamado paso del Muradal, lugar donde tuvo lugar el día 16 julio, la famosa batalla de las Navas de Tolosa. Pero a pesar de la derrota de los almohades, la mencionada batalla no marcó el final de los enfrentamientos, ya que durante dos años continuaron abiertas las hostilidades, siendo el hambre que se vivía en tierras de Castilla el detonante que impulsó a Alfonso a firmar una tregua con sus enemigos en el año 1214.

Relaciones con el reino de Aragón e intervención en Gascuña

Es posible afirmar que las relaciones entre Alfonso VIII y Alfonso II de Aragón fueron sumamente cordiales desde 1169 hasta 1179, aunque naturalmente existieron algunas diferencias entre ellos que fueron resueltas sin dificultad. Así ambos monarcas se enfrentaron de forma conjunta al rey de Navarra entre 1174 y 1177, por no mencionar que Alfonso II colaboró decisivamente en la conquista de Cuenca. Pero tras la firma del tratado de Cazorla, el 20 de marzo de 1179, las relaciones entre ellos se fueron enfriando, ya que el 15 de abril de ese mismo año, Alfonso VIII firmó la paz por separado con el rey de Navarra, acto que no gustó al aragonés que se sintió defraudado. A pesar de estas circunstancias, el rey de Castilla y el rey Aragón intentaron resolver un pequeño conflicto fronterizo de forma pacífica y acordaron que el primero ayudaría al segundo a afianzar su autoridad sobre el Albarracín. No obstante Alfonso VIII mostró poco interés en participar en los proyectos de Alfonso II, circunstancia que indujo a éste a aliarse con el rey de Navarra, el 7 de septiembre de 1190 en Borja. Simultáneamente Alfonso IX de León firmó un tratado con el rey de Portugal, alianza que no tardó en fundirse a la ya firmada por el aragonés y el navarro, en el tratado de Huesca, firmado el 12 de mayo de 1191. De este modo en el mes de julio de ese mismo año los reyes de Aragón y de Navarra iniciaron una expedición por tierras sorianas, aunque muy pronto Alfonso II tuvo que abandonar a su aliado, ya que Teruel fue atacado por los castellanos. Éste nada pudo hacer por defender sus posesiones, ya que fue hecho prisionero tras caer en una emboscada, aunque gracias a la intervención de los obispos de Osma y Tarazona, se restableció la concordia entre ambos reinos de forma permanente, ya que tras la muerte de Alfonso II en 1196, su sucesor Pedro II, se convirtió en uno de los principales aliados de Alfonso VIII hasta el año 1213.

Por lo que respecta a Gascuña, territorio que formaba parte de la dote de su esposa, doña Leonor, hay que señalar que el monarca castellano apenas prestó atención a este territorio hasta el año 1199, año en que estaba prácticamente consolidado el dominio castellano de las tierras de Álava y Guipúzcoa. Así no tomó ninguna medida en contra del vizconde de Bearn, cuando este juró fidelidad al rey de Aragón en el año 1170 y no pudo o no quiso hacer nada, para frenar las actuaciones de los nobles gascones tras la llegada al trono de su cuñado, Ricardo Corazón de León. Pero la llegada de las tropas castellanas a la frontera del Bidasoa, marcó un antes y un después en las relaciones de Alfonso VIII con Juan Sin Tierra y con Felipe Augusto de Francia, que buscaron la amistad del castellano, puesto que ambos se encontraban en guerra. Al mismo tiempo algunos nobles gascones buscaron el favor de Alfonso, lo cual favoreció que éste mostrara un interés creciente por este territorio, aunque hasta la muerte de Leonor de Aquitania, el 4 de abril de 1204, no dejó sentir su autoridad. No obstante, a pesar de que encabezó una expedición para reforzar su posición en 1205, apenas un año después abandonó sus pretensiones sobre Gascuña.

Se puede decir de este monarca que su actuación fue decisiva en la Reconquista de España a la invasión almohade, ya que con la victoria de las Navas de Tolosa abrió el camino para las futuras acciones de las armas de Castilla, León, Aragón y Navarra hasta el Guadalquivir, sin duda fue un gran rey que dejaría definitivamente encauzada la senda a seguir en la Reconquista de España

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.


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