EL SITIO DE BALER I (Los últimos de Filipinas)El sitio de Baler (30 de junio de 1898 — 2 de junio de 1899) fue un asedio al que fue sometido un destacamento español por parte de los insurrectos filipinos en la iglesia del pueblo de Baler, en la isla filipina de Luzón, durante 337 días. Desde diciembre de 1898, con la firma del Tratado de París entre España y Estados Unidos, se ponía fin formalmente a la guerra entre ambos países (que habían firmado un alto el fuego en agosto) y España cedía la soberanía sobre Filipinas a Estados Unidos. Debido a esto, los sitiados en Baler son conocidos como «los últimos de Filipinas».
En 1896 la sociedad secreta filipina Katipunan inició una insurrección contra el gobierno colonial español, pero a finales de 1897, con el Pacto de Biak-na-Bató, se llegó a la aparente resolución del conflicto. Como parte del pacto, Emilio Aguinaldo y otros líderes de la revolución se exiliaron en Hong Kong. En ese clima de aparente paz, el gobierno español redujo el número de efectivos destinados en algunas de sus guarniciones. A principios de 1898, los 400 hombres del destacamento de Baler fueron relevados por otro de 50 soldados. El 15 de febrero, en Cuba, el hundimiento del Maine sirvió de casus belli para el inicio de la Guerra hispano-estadounidense. Tras la derrota de la flota española por la estadounidense en Cavite el 1 de mayo, Aguinaldo y los suyos, financiados y armados por Estados Unidos, volvieron a Filipinas y reanudaron la revolución. Al mes siguiente el destacamento de Baler, desconocedor del estallido de la guerra con Estados Unidos y de la recién proclamada independencia de Filipinas, fue atacado por los revolucionarios filipinos y se refugió en la iglesia, comenzando así el sitio.
Desde el principio del asedio, las fuerzas sitiadoras intentaron en vano la rendición de las tropas españolas mediante el envío de noticias, que les informaban del desarrollo del conflicto entre los españoles con los insurrectos filipinos y los invasores estadounidenses. Tras la caída de Manila en manos americanas, en agosto, las autoridades españolas mandaron repetidamente misivas y enviados para lograr su rendición, igualmente sin conseguirlo. Los sitiadores también enviaron en agosto a dos franciscanos españoles que tenían prisioneros para que convencieran a los sitiados, sin éxito. Estos, sin embargo, se quedaron con el destacamento español durante el resto del asedio.
El Tratado de París, que dio por finalizada la guerra entre España y Estados Unidos, se firmó en diciembre de 1898, entrando en vigor en abril del año siguiente. En el mismo y como parte de las condiciones impuestas, España cedía la soberanía sobre Filipinas a Estados Unidos. En febrero de 1899 los filipinos, engañados y atacados por los estadounidenses a los que creían aliados, decidieron resistir por las armas, empezando una nueva fase del conflicto: la Guerra filipino-estadounidense, de la que los españoles eran ya solo espectadores, mientras las últimas tropas eran repatriadas a España. Nuevos emisarios españoles fracasaron en el intento de convencer a los sitiados de que depusieran las armas y volvieran a Manila. En abril, las autoridades militares estadounidenses enviaron, a petición española, una cañonera para liberar al destacamento de Baler, pero las tropas desembarcadas cayeron en manos de los filipinos, sin lograr su propósito.
A finales de mayo, un nuevo enviado español, el teniente coronel Aguilar, llegó a Baler por orden del gobernador general español, con órdenes de que los sitiados depusieran su resistencia y le acompañaran a Manila, pero estos volvieron a desconfiar y tuvo que marcharse sin conseguir su objetivo. Sin embargo, al hojear los sitiados unos periódicos dejados en la iglesia por Aguilar, descubrieron una noticia que no podía haber sido inventada por los filipinos, convenciéndose finalmente de que España ya no ostentaba la soberanía de Filipinas y de que no tenía sentido seguir resistiendo en la iglesia. El 2 de junio de 1899, el destacamento español de Baler se rindió dando fin a 337 días de sitio.
Las autoridades filipinas aceptaron unas condiciones honrosas de capitulación y permitieron su paso, sin considerarles prisioneros, hasta Manila, con el presidente filipino Aguinaldo emitiendo un decreto en el que exaltaba su valor. Tras un recibimiento apoteósico en la capital filipina, los supervivientes fueron repatriados a España.
El área donde se encuentra actualmente Baler fue explorada en 1572 por Juan de Salcedo, el primer europeo que visitó la zona en su periplo explorador de la costa oriental de Luzón, lo que los españoles denominaban «Contra Costa», al hallarse en el extremo opuesto a Manila de la isla de Luzón. En 1609, misioneros franciscanos encabezados por fray Blas Palomino cruzaron la Sierra Madre y fundaron el poblado de Baler en la costa del Pacífico, a orillas de la bahía que tomó el nombre del poblado, la bahía de Baler, y junto a la desembocadura del río San José (actualmente Aguang). Aunque en línea recta no se encontraba a más de 150 km de Manila, la actual carretera desde la capital, que serpentea por la Sierra Madre, tiene unos 232 km. La dificultad de acceder a Baler por tierra originaba que las comunicaciones con la capital del archipiélago se hicieran por mar. En 1753, un tsunami arrasó Baler y se tomó la decisión de reconstruirlo media legua hacia el interior, en unos terrenos elevados, también a orillas del río San José, pero protegidos al este por las montañas que formaban el cabo Punta del Encanto, que cerraba la bahía de Baler por el sur.
Durante la administración española de Filipinas, la isla de Luzón se encontraba dividida en provincias.20 De ellas se iban desgajando, cuando alcanzaban un nivel de desarrollo suficiente, territorios que se iban catalogando como distritos. En 1818, el área de Baler fue transferida de la provincia de Tabayas (coincidente a grandes rasgos con la actual provincia de Quezón) a la provincia de Nueva Écija. En 1856, los territorios de Nueva Écija situados entre la Sierra Madre y el océano Pacífico fueron desgajados para constituir el distrito de El Príncipe. Las principales localidades de este nuevo distrito eran Baler, la capital («cabecera» en la terminología de la época, al tratarse de un establecimiento de bajo rango, del nuevo distrito), Casigurán (ambas en la costa, situada esta última a unos 16 km de Baler) y San José de Casignán (actual María Aurora, en el interior, a 15 km de Baler). Religiosos franciscanos se encargaban de la atención religiosa de la localidad desde su fundación (salvo un periodo de cuarenta y cinco años, entre 1658 y 1703, en que fueron sustituidos por agustinos recoletos).
Al frente del distrito se encontraba un comandante político-militar con residencia en Baler, puesto desempeñado por un capitán del Ejército, el cual, en virtud de su cargo, era también delegado de Hacienda para la recaudación de impuestos, subdelegado de Marina, juez de primera instancia y administrador de la oficina de correos. En 1897 el pueblo se componía de una iglesia con la residencia del párroco adosada (habitualmente denominado «convento» en la Filipinas española), la casa del comandante y barracones para la tropa, además de las viviendas de los habitantes del poblado. La guarnición permanente consistía en un destacamento de la Guardia Civil con un cabo, «europeo», y cinco números filipinos. Habitaban la población unas 1700 personas.
La iglesia, el edificio más sólido del poblado, fue construida después de la refundación de Baler en 1735, con el objetivo de que resistiese los fenómenos meteorológicos extremos (tifones, inundaciones, tsunamis...) que caracterizan el área. Los muros, de metro y medio de espesor, consistían en una amalgama de pedruscos, cal y arena. Además de su solidez, la iglesia era un edificio simbólicamente de la mayor importancia, puesto que además de las ceremonias religiosas, era la sede del párroco, depositario de inmensos poderes no sólo espirituales, sino también temporales. Tenía una forma aproximadamente rectangular, de 30 metros de longitud y 10 de anchura, con orientación sur-norte. Tenía seis ventanas, dos de ellas en la fachada principal, que daba al sur. La torre del campanario era de madera y el techo, a dos aguas, de cinc. Adosada a la iglesia, a la izquierda de la entrada principal, se encontraba el convento, de diez metros de longitud y tres de anchura. A su izquierda, un corral de unos cinco por cinco metros. También en el lado izquierdo (oeste) de la iglesia, se hallaba la sacristía. Sacristía y convento estaban comunicados mediante un pequeño patio.
En la iglesia de Baler quedaron sitiados un contingente español de cincuenta soldados y clase de tropa, al mando de dos oficiales, junto con la dotación de una enfermería: tres sanitarios (dos de ellos filipinos, «indígenas» en la terminología de la época) y un oficial médico, el comandante político-militar del distrito y el párroco de Baler. A ellos se unieron posteriormente otros dos religiosos franciscanos del vecino pueblo de Casigurán. En total, 57 militares y tres religiosos. De ellos, desertaron seis (entre ellos los dos sanitarios filipinos) y fallecieron otros 16, entre ellos el párroco de Baler. En total, sobrevivieron al asedio 38 personas. En el lado filipino se desconoce el número de tropas sitiadoras, que no formaban parte todavía de un ejército regular, pasando el mando del asedio por manos de varios oficiales. Sufrieron 700 bajas entre muertos y heridos.
El capitán de Infantería Enrique de las Morenas y Fossi era el comandante político-militar del distrito de El Príncipe. Había nacido en Chiclana de la Frontera en 1855. Ingresó con 19 años en el Colegio de Infantería, del que salió como alférez en 1875. Participó en la Tercera Guerra Carlista en Cataluña y en Navarra (siendo ascendido a teniente) y, tras pasar la mayor parte de los años posteriores destinado en Andalucía, fue ascendido a capitán de la Escala de Reserva en 1896. En 1897 fue destinado a Filipinas, a donde llegó, como parte del Batallón Expedicionario de Cazadores n.º 9, en enero de 1898. Poco después, a petición suya fue nombrado comandante de El Príncipe. Cuando llegó a Baler se encontraba ya enfermo. Dirigió la resistencia del destacamento de Baler hasta su muerte por enfermedad, casi cinco meses después de iniciado el sitio.
El segundo teniente Juan Alonso Zayas estaba al mando del destacamento del Batallón Expedicionario de Cazadores n.º 2 destinado en Baler. Había nacido en Puerto Rico en 1868, donde su padre, también militar, se encontraba destinado. Vivía con su familia en Barcelona y era fotógrafo cuando se alistó como soldado voluntario en el ejército en 1888. Sirvió en Cuba entre 1889 y 1895, ascendiendo a sargento. En 1897 fue destinado a Filipinas, ya ascendido a segundo teniente de la Escala de Reserva. En 1898 fue destinado a Baler al mando de un destacamento de 50 soldados. Allí pereció de beriberi tras casi cuatro meses asediado con sus hombres.
El segundo teniente Saturnino Martín Cerezo era el segundo al mando del destacamento de Cazadores estacionado en Baler. Provenía de una familia campesina y había nacido en Miajadas (Cáceres) en 1866.
Por parte española son dos las fuentes principales de lo acontecido durante el sitio de Baler. Ambas provienen de protagonistas del suceso: el teniente Martín Cerezo, el segundo del destacamento sitiado, que asumió el mando tras la muerte del primer oficial, y el padre Minaya, un sacerdote franciscano que fue utilizado por los sitiadores para trasmitirles informaciones que pudieran llevar al destacamento español a la rendición y que se quedó con los sitiados hasta el final del sitio.
Martín Cerezo escribió «El Sitio de Baler», obra publicada en 1904, que conoció otras tres ediciones durante la primera mitad del siglo XX y fue traducida al inglés en 1909.29 Es la fuente más conocida, e incluía fotografías y mapas de Baler, así como una relación de los soldados sitiados. Constituyó la base del guion de Los últimos de Filipinas, lo que le dio una enorme popularidad. El padre Minaya fue el autor de un Diario, un manuscrito que permanece inédito. Estuvo guardado en el Archivo de Pastrana (el Archivo Franciscano Ibero-Oriental) y fue trasladado a Madrid con dicho archivo en 1977, donde permanece. Su contenido salió a la luz en 1956, cuando un resumen comentado de dicho manuscrito fue publicado por los padres franciscanos Antolín Abad y Lorenzo Pérez, archiveros en Pastrana, en dos números de Archivo Ibero-Americano. Revista de Estudios Históricos, con el título «Los últimos de Filipinas: tres héroes franciscanos». Algunos autores han aventurado que podrían existir discrepancias entre el original de Diario del padre Minaya y el extracto publicado, habiendo sido expurgado este para eliminar menciones comprometedoras o poco decorosas. Sin embargo, el escritor y diplomático español Pedro Ortiz Armengol, que accedió al original entre 1985 y 1990, no consignó discrepancias entre ambos.
No existen discrepancias esenciales entre ambas fuentes primarias, si bien la primera se centra en los aspectos militares del asedio, en tanto que la segunda introduce datos humanos de gran interés.34
Otras fuentes primarias, si bien no sobre el episodio completo, son, por ejemplo, Mi prisión en Palanan el año de 1898, un folleto publicado en Manila en 1904 por el padre franciscano Mariano Gil Atienza, que era el párroco de Palanan, en Isabela, Mariano Gil Atienza, y que fue hecho prisionero por los rebeldes filipinos, los cuales le obligaron a trabajar como escribano, redactándoles cartas en español.35 Se conserva en el Archivo Franciscano Ibero-Oriental y datos tomados de él aparecen en «Los últimos de Filipinas: tres héroes franciscanos». También existen telegramas y otros materiales disponibles en los archivos militares españoles. Entre dichos materiales se encuentra el Diario de Operaciones de la defensa del Fuerte de Baler (Filipinas), del propio Martín Cerezo, finalizado el 10 de julio de 1899.
En el lado filipino, sin embargo, no existe ninguna narración similar y sólo están disponibles los testimonios de los descendientes de los balerinos y de las tropas filipinas que intervinieron en el asedio.
Por parte estadounidense, el teniente J.C. Gillmore, que fue capturado por los insurrectos filipinos en una operación estadounidense para rescatar a los sitiados españoles en Baler y que pasó ocho meses en manos de los filipinos, contó sus experiencias tras su liberación en una revista estadounidense.
A finales de agosto de 1897, el capitán Antonio López Irisarri, comandante político-militar de El Príncipe, preocupado por los rumores que circulaban sobre el malestar de los filipinos y la existencia de contrabando de armas para los insurgentes, llevó a cabo una investigación que no arrojó resultados, pero aun así, solicitó ayuda para vigilar la costa (Irisarri no poseía guarnición más allá del destacamento de la Guardia Civil). El mando español en Manila decidió el envío del crucero María Cristina y de un cañonero para patrullar la costa,39 así como reforzar la guarnición con un destacamento de 50 soldados del Batallón Expedicionario de Cazadores número 2. Este destacamento había combatido en Cavite y acababa de ocupar, el 7 de septiembre, la localidad de Aliaga, en Nueva Écija, a 80 km de Baler y hasta entonces en manos de los insurrectos.40 Dirigía el destacamento de Cazadores el teniente José Mota, un oficial de 19 años que se había distinguido por su valor y había recibido varias condecoraciones. Tras atravesar la Sierra Madre, Mota y sus hombres llegaron a San José de Casignán el 20 de septiembre. Al llegar las noticias de su llegada, López Irisarri, acompañado del párroco de Baler, Cándido Gómez Carreño y de otro religioso, el padre Dionisio Luengo, que estaba en Baler aprendiendo las lenguas del país, acudieron a San José a recibirles.41 El grupo llegó a Baler al día siguiente.
Posiblemente alentado por la cálida recepción de los balerenses, Mota decidió repartir a su tropa entre varias construcciones del pueblo. Diez soldados se instalaron en el cuartel de la Guardia Civil, en la casa del maestro del pueblo, Lucio Quezón (Quezón era un mestizo de Manila que había formado parte de la Guardia Civil y que era el único filipino del pueblo autorizado a portar armas; su hijo Manuel sería posteriormente el primer presidente de la Mancomunidad de Filipinas) y el resto en la comandancia, residencia oficial del gobernador y sede de sus oficinas. Mota se quedó también en la casa de Quezón, ya que la construcción estaba en el centro de Baler. Colocaron guardia solamente en la plaza.
La estrategia de dividir el destacamento en varias ubicaciones no fue descabellada, puesto que, descontando la iglesia (la única construcción de piedra de la zona), las construcciones elegidas eran las mayores y más sólidas de Baler, con techo de paja y paredes de madera, siendo el resto de nipa y bambú. Mota ordenó hacer dos trincheras construidas de tal manera que, en caso de un ataque, los soldados pudieran abandonar la primera (de forma circular que rodeaba el centro de la ciudad), la segunda les llevaría a las puertas de la iglesia en la que los soldados podrían atrincherarse hasta que llegaran refuerzos de Manila.
Las noticias del envío del destacamento de Cazadores en Baler llegó pronto al cuartel de Aguinaldo en Biak-na-Bató, que pensó que la toma de la población sería sencilla y un golpe de efecto en la guerra contra los españoles. Para ello, ordenó a uno de sus partidarios, Teodorico Luna Novicio, natural de Baler y familiar del pintor Juan Luna, el autor de Spoliarium, la toma de la localidad, prometiendo hacerle comandante de Baler. Luna Novicio dejó Biak-na-Bató y procedió a reclutar una partida en Dingalan y Binangonan de Lampon (actual Infanta), al sur de Baler. La partida incluía también algunos balerenses.
El 20 de septiembre, la partida acampó en las afueras de Baler, y Luna Novicio mandó aviso a los habitantes de Baler informando de su llegada. Consiguió el apoyo de Antero Amatorio, antiguo «gobernadorcillo» o capitán municipal (alcalde) de Baler,nota 1 así como su apoyo financiero y logístico. Durante los siguientes días, Luna Novicio volvió a su casa en Baler y, clandestinamente, contactó con muchos vecinos, pidiéndoles su apoyo en reuniones nocturnas que tenían lugar en un campo de arroz propiedad de Amatorio. Entre los reclutados estaban los «cuadrilleros» (policía nativa) de Baler. La noche del 3 al 4 de octubre, procedió a organizar la toma de la localidad, lo que tendría lugar la noche siguiente. Durante el día 4 noticias del complot llegaron a oídos de López Irisarri, pero el hecho de que fuese una niña (que había oído la conversación entre Antero Amatorio y su mujer) quien dio noticia de los hechos hizo que Irisarri los descartara.
A las once de la noche del 4 de octubre, los katipuneros, armados únicamente con «bolos» (tipo de machete filipino) atacaron las posiciones españolas. Un primer grupo, vistiendo uniformes de «cuadrilleros», eliminó al centinela situado en la plaza, en el exterior de la comandancia, sin impedir que antes de morir disparase su fusil y diese aviso del ataque («¡A las armas, Cazadores!»). Otros dos grupos atacaron el resto de las construcciones donde pernoctaban los soldados españoles. Con el estrépito del ataque, los soldados se despertaron y trataron de repelerlo. Mientras que en la comandancia y el cuartel de la Guardia Civil la mayor parte de los soldados resultaron muertos o heridos y los atacantes pudieron hacerse con armas y municiones, los ocupantes de la casa del maestro pudieron rechazar con éxito el ataque, con lo que los katipuneros huyeron aprovechando la oscuridad. En la comandancia, López Irisarri trató de organizar a los supervivientes. Armado con un rifle, con el que disparaba desde el piso superior, mientras su esposa se escondía en la habitación, llamó a gritos a Mota, que no respondió. Tampoco respondió el sargento. Sí que lo hicieron varios soldados que se habían ocultado al producirse el enfrentamiento, a lo que el capitán les dijo que recogieran las armas y se agruparan en la comandancia. Desafortunadamente, uno de los soldados escondidos avanzó hacia la comandancia sin decir su nombre, posiblemente nervioso. En la oscuridad, sus compañeros le dieron muerte, pensando que se trataba de un nuevo ataque de los filipinos.
El episodio más trágico de la noche fue el relacionado con el teniente Mota. Al producirse el ataque, se encontraba durmiendo con parte de sus hombres en la casa del maestro. Despertó rápidamente y descargó su revólver contra los atacantes pero, pensando que los atacantes habían acabado con el destacamento, saltó por la ventana y corrió hacia el convento, donde encontró al padre Gómez Carreño que iba hacia la iglesia para orar ante el Santísimo Sacramento. Preguntado Mota acerca del estrépito y sobre el hecho de encontrarse en ropa interior, le dijo al sacerdote que todo el destacamento había sido exterminado y le pidió algún arma. Gómez Carreño pensó que la pistola de Mota se había encasquillado y le dio la suya. Mientras, Gómez Carreño volvía a la iglesia encontrándose en el camino al cabo de la Guardia Civil Pío Enrique, que huía del ataque. Ambos cambiaron impresiones y, mientras hablaban, oyeron un disparo en el convento. El teniente Mota se había quitado la vida, pensando que todo estaba perdido, utilizando la pistola del religioso. Gómez Carreño y Enrique se separaron y huyeron al bosque. Cuando a la mañana siguiente los supervivientes examinaron el convento y encontraron a Mota en ropa interior muerto y con la pistola de Gómez Carreño al lado, pensaron que este se había unido a los katipuneros y disparado al teniente. Ni Martín Cerezo ni Minaya presenciaron el incidente, al que dedican un espacio muy desigual. Dos páginas el primero y casi doscientas el segundo. Es de suponer que la fuente de Minaya fue Gómez Carreño. Sin embargo, la discrepancia principal es la omisión, por parte de Martín Cerezo, de las circunstancias de la muerte del teniente, que atribuye a los asaltantes y no al propio Mota. Por otra parte, parece ser que hubo una investigación oficial que estableció que Mota fue reducido por los insurrectos y torturado y muerto por éstos. Esta versión es también la sostenida por la familia del teniente Mota.
Resultaron muertos en el asalto el teniente y seis soldados del destacamento español. Nueve más fueron heridos. Los filipinos sufrieron diez bajas, resultando herido de bala el propio Luna Novicio. En el lado español, desaparecieron nueve soldados, un sargento, el cabo de la Guardia Civil, así como el párroco del pueblo, el padre Gómez Carreño. Los supervivientes, incluyendo a López Irisarri, se atrincheraron en la iglesia esperando ayuda.
Las noticias del ataque insurrecto llegaron a Manila gracias al Manila, un transporte de la Armada Española que llegó a Baler el 7 de octubre. El contable del barco y el padre Dionisio Luengo habían bajado a tierra para recabar novedades, encontrando en la playa varios cadáveres de españoles y filipinos. Ante la situación en la que se encontraban los supervivientes, el capitán del barco reforzó la guarnición con la mayor parte de su dotación (12 hombres), así como con el médico del buque, y embarcó para transmitir las noticias a la capital.
En su base en Binangonan el capitán del Manila informó al de la cañonera Bulusán, el cual enfiló hacia Atimonan para telegrafiar a Manila.41 Tras recibir las noticias, el mando militar dispuso el envío de un destacamento de cien hombres del Batallón de Cazadores n.º 2 al mando del capitán Jesús Roldán Maizonada que llegaron a bordo del transporte Cebú a Baler el 16 de octubre. Inicialmente les fue imposible desembarcar, puesto que las fuerzas de Luna Novicio, que disponían de los fusiles capturados a los españoles, habían dispuesto trincheras en la playa. Pero al día siguiente, el destacamento de Roldán se las arregló para tomar el pueblo, cubiertos en el desembarco por la artillería del Cebú, y establecer un perímetro de seguridad de dos o tres kilómetros de profundidad, si bien diariamente se seguirían produciendo escaramuzas. Roldán estableció su cuartel en la iglesia y las tropas relevadas partieron en barco dos días más tarde.
Por su parte, los soldados huidos tras el ataque del 4 de octubre, muchos de ellos heridos, se habían agrupado en el bosque bajo el mando del sargento Serrano. Con ellos se encontró el padre Gómez Carreño por la mañana mientras vagaba por la espesura. Sin embargo, poco después fueron capturados por los katipuneros y llevados a su campamento en las montañas, 20 km al sur de Baler. Cuando las noticias sobre la captura llegaron a Aguinaldo, ordenó que los enviaran inmediatamente a Biak-na-Bató. Aunque, a petición de los balerenses, Luna Novicio se resistió a enviar también al párroco, finalmente tuvo que ceder y enviarle también al cuartel general de Aguinaldo, donde fue condenado a muerte. El único superviviente que se echó al monte y no cayó en manos de los insurrectos fue el cabo de la Guardia Civil. Su retorno a Baler unos días después, hambriento y demacrado tras haber estado escondido en la espesura, permitió aclarar qué había ocurrido con el teniente Mota.
El capitán Roldán tenía órdenes de mantenerse a la defensiva, puesto que, aunque no era público, el capitán general Fernando Primo de Rivera había establecido conversaciones con Aguinaldo, que culminaron los días 14 y 15 de diciembre con la firma del Pacto de Biak-na-Bató. La paz ponía fin a la revuelta, estipulando que Aguinaldo y sus partidarios podrían vivir en un país extranjero de su elección, recibiendo a cambio una indemnización de 800 000 pesos pagados en tres plazos (400 000 a su salida del país; 200 000 tras la entrega por los insurrectos de un determinado número de armas; y el resto una vez que se considerase terminada la revuelta, simbolizada por un Te deum que debía celebrarse en Manila). Otras condiciones estipulaban que el gobierno español realizaría reformas en el país, que se amnistiaría a todos los alzados en armas y que una suma adicional de 900 000 pesos se repartiría entre la población civil como indemnización por los daños de la guerra. Aguinaldo escogió Hong Kong como residencia para él y sus hombres, a donde partió el 27 de diciembre con 25 de ellos, tras recibir los 400 000 pesos convenidos. La paz quedó en una simple tregua, puesto que aunque el 23 de enero se celebró el Te deum en Manila, proclamando una amnistía dos días después, ni el gobierno español implementó las reformas, ni Aguinaldo cesó en sus actividades, guardando el dinero recibido para la preparación de una nueva rebelión.
Por aquellas fechas, llegó a Baler la noticia de que el capitán Roldán sustituía a López Irisarri como gobernador político-militar de El Príncipe, quedando el destacamento al mando de un teniente, lo que no satisfizo a Roldán, que solicitó el relevo por enfermedad.
Por otra parte, la firma de la paz supuso la liberación de los prisioneros hechos en Baler por los insurrectos. El padre Gómez Carreño fue liberado el 20 de diciembre, llegando a Manila el 27. Aunque solicitó al provincial su retorno a España, no le fue concedido, por lo que eligió volver a Baler en lugar de ser enviado a otra parroquia.
Los efectos de la firma de la paz no fueron inmediatos en Baler, puesto que Luna Novicio, recuperado de las heridas sufridas en el ataque del 4 de octubre, dispuso la construcción de nuevas trincheras y fortificaciones que fueron estrechando el cerco sobre la iglesia y sus alrededores. El desembarco de suministros era cada vez más problemático y requería, cada vez más frecuentemente, organizar descubiertas para poder hacer llegar los pertrechos y provisiones a la posición. A principios de enero había gran cantidad de enfermos y heridos y apenas quedaban medicinas. El destacamento español desconocía las noticias sobre la firma del pacto de Biak-na-Bató y, al menos en un primer momento, tampoco Luna Novicio. Debido a que el efecto de la firma de la paz no había tenido un efecto instantáneo, las autoridades militares españolas dispusieron que destacamentos españoles recorrieran Luzón, acompañados de filipinos rendidos, para dar noticia de la firma del pacto y recoger las armas de los insurrectos. Prueba de la inestabilidad de la situación en Baler fue una escaramuza sucedida el 11 de enero, en el que la fuerza de Roldán sufrió dos bajas y seis heridos graves.
El 23 de enero de 1898 llegaron por tierra 400 hombres de refuerzo al mando del comandante Génova Iturbe, con el objetivo de conseguir la rendición de las partidas rebeldes que pudieran quedar en el territorio. Le acompañaban tres emisarios de Aguinaldo. El día 26, Génova reconoció Casigurán, del que no había noticias desde noviembre, encontrándolo en calma.
Interrumpida la insurrección más que terminada, las autoridades de Manila decidieron el relevo de las fuerzas de Génova por un destacamento de 50 hombres. Estos 50 hombres debían ser los de reemplazos más modernos del destacamento de Cazadores llevado a Baler por Roldán en octubre y quedarían al mando de dos oficiales. La orden del mando de Manila ordenaba también el regreso de Roldán.
El 12 de febrero llegaba a Baler el vapor «Compañía de Filipinas». Además de provisiones para cuatro meses, el buque transportaba al recién nombrado gobernador político-militar de El Príncipe, el capitán de Infantería Enrique de las Morenas y Fossi, a los segundos tenientes Alonso y Martín Cerezo, que debían hacerse cargo del destacamento, al supervisor provisional del Cuerpo Médico (con grado de teniente) «En dicho transporte fueron también con nosotros [..] el entonces médico provisional de Sanidad Militar (asimilado al empleo de teniente), D. Rogelio Vigil de Quiñones y Alfaro...» , y al padre Gómez Carreño, franciscano párroco de Baler, que había sido hecho prisionero por los insurrectos durante el ataque al destacamento del teniente Mota y que, liberado tras la paz de Biak-na-Bató, volvía a su parroquia. Los expedicionarios habían salido de Manila el 7 de febrero y se habían trasladado por vía fluvial y terrestre hasta Mauban, en el Pacífico, al sur de Baler. Desde ahí, el «Compañía de Filipinas» les transportó a Baler. El estado físico de Las Morenas era, no obstante, delicado, puesto que sufría de fuertes neuralgias y tuvo que ser llevado en parihuelas.
En cuanto la marea lo permitió, las tropas de Génova y Roldán partieron hacia Manila en la embarcación que había traído a los oficiales. Las provisiones traídas por el «Compañía de Filipinas» serían las últimas que recibieron del Ejército español. Si bien tenían municiones suficientes, la cantidad de raciones era escasa y además la mayor parte de las que habían dejado almacenadas en la iglesia las tropas relevadas estaban en mal estado.
Mientras tanto, al otro lado del mundo, un inexplicado incidente serviría de excusa para el inicio de la guerra entre Estados Unidos y España dos meses después. El 15 de febrero una explosión hizo zozobrar al acorazado estadounidense USS Maine cuando se encontraba fondeado en el puerto de La Habana (Cuba). La prensa amarilla estadounidense, tras años de agitación antiespañola, inmediatamente culpó a España de haber atacado al buque.59 Inmediatamente después del incidente, el gobierno estadounidense movilizó a sus tropas en previsión de una inminente guerra. El 25 de febrero, la Escuadra Asiática (la flota estadounidense en el Extremo Oriente) recibió la orden de partir de Yokohama, en Japón, donde se encontraba fondeada desde enero, y concentrarse en la colonia británica de Hong Kong,60 donde debía prepararse para atacar Filipinas, en tanto que el Congreso aprobaba el 20 de abril una resolución exigiendo a España que abandonase Cuba y reconociese su independencia, y autorizando al presidente William McKinley a tomar cualquier medida necesaria. Ante la negativa española a someterse al ultimátum, los Estados Unidos declararon la guerra el 25 de abril.
Ajenos a los sucesos que tenían lugar en Cuba, la única preocupación del destacamento era la recientemente apaciguada insurrección y la posibilidad de que resurgiera. Por ello inicialmente la tropa se instaló en la iglesia, donde se encontraban almacenadas provisiones y municiones, que era el único lugar con perspectivas de poder servir como refugio en caso de asalto. Sin embargo el capitán, deseoso de generar confianza en la población del país y de regenerar administrativamente el distrito, sugirió a Alonso que trasladara la tropa a la comandancia, y así se hizo. A los pocos días de la llegada hubo que tirar la mayor parte de las provisiones debido a su mal estado, lo que llevó a los militares a decidir comprar víveres a los habitantes del pueblo. El comercio generado y la vuelta a la relativa normalidad en las islas tras la paz de Biak-na-Bató, además de paliar la escasez de alimentos de la guarnición de Baler, contribuyó al regreso de los habitantes del pueblo. Sin embargo, corrían rumores de que la tranquilidad duraría únicamente hasta junio.
Al poco tiempo, Las Morenas tomó por consejero a Lucio Quezón, el maestro de escuela. Este hecho no fue bien visto por Martín Cerezo, que albergó siempre desconfianza hacia este.62 Por otra parte, Las Morenas decidió que los terrenos de la comandancia fuesen cultivados, de forma que la guarnición dispusiese de un mejor suministro de alimentos, para lo que decidió hacer uso de los quince días de servicio gratuito a la comunidad a los que estaban obligados los balerenses, el conocido como «polo». El «polo», que anteriormente había ascendido a cuarenta días, era utilizado para la construcción de infraestructuras necesarias para la comunidad, como carreteras, puentes y regadíos, aunque también iglesias y conventos. A pesar de la reducción de duración, el «polo» era particularmente odiado por los filipinos, puesto que se había convertido en un abuso. Las Morenas puso a Quezón a cargo del cultivo. Lo que para el capitán era una muestra de confianza en la paz y en la población, para esta era explotación y el maestro acabó siendo asesinado por los revolucionarios.
Al problema de la escasez de alimentos había que añadir que la única fuente de suministro de agua era el río que circundaba la población y este, además de poder ser desviado en caso de insurrección, era un escondite perfecto para los insurrectos filipinos en las selvas que comenzaban en la otra orilla, lo que convertía en un riesgo el ir a recoger agua. Por ello, Martín Cerezo sugirió al capitán que se abriera un pozo en la plaza del pueblo, pero Las Morenas lo descartó tras consultarlo con Quezón, el cual le dijo que se había intentado varias veces sin éxito.
En abril llegaron noticias de que la frágil paz se estaba resquebrajando, puesto que los revolucionarios filipinos estaban reclutando más hombres en los cercanos municipios nororientales de Nueva Écija. Martín Cerezo confirmó los rumores mediante la gente del pueblo, que iba a otros lugares a comprar arroz y a la que habían intentado reclutar ofreciéndoles una buena paga, «A nosotros —me dijeron— también nos han querido alistar y nos han ofrecido un buen dinero».</ref> e informó al gobernador y a Alonso. Ya en marzo se habían producido sublevaciones en diversas provincias de Luzón y Cebú, que fueron dominadas. El 11 de abril, como consecuencia de un cambio de gobierno en España, Primo de Rivera era sustituido como gobernador general por el teniente general Augustín.
El 27 de abril, la flota estadounidense de la Escuadra Asiática, al mando del comodoro Dewey, abandonó Hong Kong hacia Filipinas. El 1 de mayo llegó a la bahía de Manila y derrotó a la flota española, al mando del almirante Montojo, resultando ésta hundida en su totalidad. El arsenal y la plaza de Cavite se rindieron a los estadounidenses el día siguiente. La batalla de Cavite significó el principio del fin de la presencia española en Filipinas. El 19 de mayo, Aguinaldo volvió a Filipinas en un buque estadounidense para ponerse al frente de la revolución, que se extendió por toda la isla de Luzón. El despliegue de tropas españolas, compuesto en su mayor parte de pequeños destacamentos estacionados en las poblaciones filipinas, hizo que fuesen un blanco fácil por los rebeldes. Los destacamentos que no fueron superados se replegaron a Manila (sin éxito en su mayor parte) y otros puntos fuertes, con lo que la isla de Luzón quedó casi enteramente en manos de los rebeldes. El 1 de junio, Manila quedó definitivamente sitiada por tierra.
Tras la victoria del comodoro George Dewey sobre la flota española del almirante Montojo en la batalla de Cavite en mayo de 1898, el gobierno estadounidense comenzó a organizar un cuerpo expedicionario de fuerzas terrestres para atacar y capturar la capital filipina, Manila. El general Wesley Merritt solicitó el mando del VIII Cuerpo de Ejército que estaba siendo organizado en California, que le fue concedido. El 19 de mayo, Merritt recibió sus órdenes: derrotar a los españoles, pacificar Filipinas y mantenerla en poder de los Estados Unidos, al tiempo que no debía juntar sus fuerzas con los insurgentes filipinos al mando de Emilio Aguinaldo. El futuro de las islas quedaba en un estado indefinido, pero Merritt asumió que su soberanía quedaría en manos de los Estados Unidos.
A finales de mayo llegaron a Baler noticias sobre el inicio de la guerra contra Estados Unidos y la derrota de la flota española en Cavite. Estas fueron unas de las últimas noticias recibidas por tierra del exterior, puesto que los sublevados impedían el paso de noticias por la cordillera. El correo enviado el 1 de junio fue interceptado y los mensajeros apresados, aunque cinco días más tarde lograron escapar y avisar a la guarnición de lo ocurrido. En la última carta enviada por Las Morenas a dos misioneros franciscanos de Casigurán les comunicaba que estaba aislado sin poderse comunicar con Nueva Écija. Al no poder enviar noticias por tierra a Manila, el gobernador se puso en contacto con Teodorico Novicio Luna, antiguo líder insurrecto y habitante del pueblo, aparentemente amigo ahora, para pedirle que le indicase una persona que pudiera llevar un mensaje al gobernador de Nueva Écija para que este, a su vez, lo remitiera a Manila explicando la situación. Luna le proporcionó un mensajero, al que se le entregó un mensaje cifrado, pero que al poco volvió a Baler diciendo que ha sido capturado y el mensaje interceptado, aunque afirmó que los insurrectos no han sido capaces de leerlo. Pronto supieron que Novicio Luna era en realidad el líder de la sublevación en Baler. Poco después llegaron dos naves de Binangónan con «palay» (arroz con cáscara) para vender y la guarnición encargó el envío de un mensaje al comandante de la guarnición de aquella población al capitán de los barcos, sin saber que la región ya estaba en plena revuelta. Por su parte, el padre García Carreño compró cavanes de «palay» que posteriormente resultaron de extremada utilidad para la supervivencia del destacamento (se muestra aquí una de las discrepancias entre los relatos de Martín Cerezo y Minaya; mientras que el militar insinúa que el párroco había comprado el arroz para hacer negocio, el franciscano afirma que lo había hecho «para su manutención y la de su servidumbre»).
El 12 de junio, Aguinaldo había declarado la independencia filipina en Cavite el Viejo, ante la frialdad estadounidense, que ocupaba el arsenal de Cavite y tenía la flota de Dewey bloqueando por mar a Manila. Fuerzas filipinas cercaban Manila por tierra.
En Baler, el día 26 se dieron las primeras huidas. Alguna gente del pueblo empezó a abandonarlo, cosa que hizo pensar en la inminencia de un ataque. A la mañana siguiente el pueblo estaba desierto. No sólo eso, sino que se habían producido tres deserciones: el cabo y el sanitario filipinos, además del asistente, peninsular, de Martín Cerezo, Felipe Herrero López. Ante esta situación el destacamento decidió atrincherarse en la iglesia llevando consigo las provisiones que quedaban en la comandancia y los barriles de «palay» que había comprado el padre Gómez Carreño.
Dos días más tarde, por la mañana, Martín Cerezo salió de patrulla con 14 hombres, regresando sin novedad, mientras los que no estaban de guardia recorrieron las casas del pueblo para llevarse a la iglesia las tinajas de agua que quedaban en ellas. Al día siguiente, la patrulla salió al mando de Alonso, comandante del destacamento, produciéndose la deserción de uno de los soldados, Félix García Torres. La tropa continuó con el acondicionamiento de la iglesia, demoliendo parte del convento. La madera obtenida fue almacenada y el espacio que ocupaba el convento convertida en un corral, dejando intacta la base del muro. Martín Cerezo se llevó cuatro caballos para poder tener carne en caso de necesidad, pero tanto la tropa como Alonso y el capitán se negaron y los soltaron.
La mañana del día 30 de junio, la patrulla que mandaba Martín Cerezo fue emboscada en la ribera del río. Pudieron replegarse hasta la iglesia sin más baja que un cabo, Jesús García Quijano, que resultó herido en el pie. Comenzaba así el sitio.
El primer día de sitio los españoles encontraron cerca de la iglesia una nota en la que los filipinos les advertían que contaban con tres compañías para el asalto y los conminaban a rendirse: «Estáis rodeados, los españoles han capitulado, evitad el derramamiento de sangre...». Aunque los sitiados no dieron mucho crédito a las noticias sobre las rendiciones, no dudaron de la cantidad de las fuerzas enemigas y temieron un largo asedio. Por ello, Martín Cerezo retomó la idea de construir un pozo en el interior. Las Morenas le asignó cinco hombres y al poco tiempo encontraron agua en abundancia a cuatro metros de profundidad.
Al día siguiente, 2 de julio, apareció otra nota. En esta nueva carta, los insurrectos —al no haber recibido respuesta a la anterior— insistieron en las victorias que se estaban produciendo sobre las tropas españolas y les informaron de la caída en sus manos de casi todas las provincias de Luzón, y de que la capital, Manila, se encontraba sitiada. Según la nota, 20 000 filipinos cercaban la ciudad, la cual, sin suministro de agua, estaría a punto de capitular). Las Morenas, como gobernador político-militar, los instó a volver a someterse a la obediencia a España y se mostró dispuesto a recibirlos con los brazos abiertos si así lo hacían. El mensaje acababa recomendando que no se dejaran más notas en los alrededores de la iglesia sino que fueran enviadas, después de un sonido de aviso, mediante un mensajero con bandera blanca. Las respuestas, por parte española, se entregarían en la misma iglesia a un mensajero enviado también por parte filipina, tras dar el respectivo aviso e izar la bandera blanca. La decisión de no enviar hombres fuera de la iglesia se tomó para evitar posibles deserciones. De hecho, Felipe Herrero López, uno de los soldados que había servido con Martín Cerezo, fue el primer mensajero que enviaron los filipinos a recoger una respuesta. El teniente intento persuadirle para que se reincorporara, pero este se marchó sin decir palabra. Ante el envío de un nuevo desertor, Félix García Torres, como mensajero, los sitiados comunicaron que si continuaban eligiendo ese tipo de emisarios, serían recibidos a balazos. En la tarde del día 3 de julio comenzaron a construir un horno para hacer pan en el patio que había dejado la demolición del convento. Allí se dispuso también la cocina.
El 4 de julio, con el objetivo de aliviar el cerco, dos voluntarios, Gregorio Catalán y Manuel Navarro, hicieron una salida, destruyendo los barracones de la Guardia Civil, los edificios de la escuela y algunas casas cercanas a la iglesia desde las que los filipinos disparaban constantemente. Ese mismo día, llegaban a Cavite las primeras tropas terrestres estadounidenses, al mando del general Anderson, como avanzadilla del VIII Cuerpo de Ejército del general Merritt. En su trayecto, se habían desviado para tomar, el 20 de junio, Guam, en las Marianas. A finales de julio, tras recibir seguridades de los estadounidenses que permitirían a los filipinos tomar Manila, Aguinaldo les permitió que las tropas de Merritt tomaran posiciones en torno a la capital sitiada.
El día 8, Cirilo Gómez Ortiz, al mando de las tropas sitiadoras, hizo gala de caballerosidad para conseguir la rendición del destacamento sitiado y les ofreció una tregua hasta la caída de la noche, enviando una cajetilla de tabaco para el capitán y un pitillo para cada soldado. Los españoles aceptaron la suspensión de hostilidades, que sería la única en todo el asedio, e informaron a Ortiz de que tenían abundantes provisiones, regalándole a su vez una botella de jerez. Los combates se reanudaron y los filipinos, en un intento más de que los españoles se rindieran, enviaron a varios desertores para que desde el exterior intentaran convencer a la tropa para que siguieran sus pasos.
Durante los días sucesivos, el destacamento se afanó en fortificar la iglesia. Ya el día 29 de junio habían demolido el convento. El piso inferior, que tenía dos metros de alto y muros de piedra, fue respetado para que sirviese de corral. Toda la madera obtenida de la demolición fue almacenada en el nuevo corral. Las dos puertas de la iglesia fueron tapiadas, dejando únicamente aspilleras para poder disparar, al igual que en las seis ventanas del edificio. Abrieron también tres troneras en el baptisterio. La sacristía, que era de madera, fue respetada, pero su muro fue reforzado, construyendo otro a medio metro y rellenando el hueco con cajones llenos de mantillo. Se dejaron cuatro troneras orientadas al oeste y dos al norte. Ante el nuevo muro se construyó también un foso. La puerta sur de la sacristía, que daba a un pequeño patio por el que se accedía al convento, fue parapetada, de forma que sólo se podía pasar de uno en uno. En la pared situada entre el primer patio (el antiguo convento) y el segundo se abrieron también troneras. Las seis ventanas del segundo patio (al norte, sur y oeste) se aspillaron. Exteriormente, se construyeron un foso y una trinchera formando un ángulo recto, que protegían las dos puertas. Un cabo y ocho soldados se dispusieron en la trinchera que protegía las puertas. El resto en las ventanas y troneras de la iglesia, con dos tiradores en la torre.
El 18 de julio resultó herido uno de los sitiados, el cabo Julián Galvete Iturmendi, que murió diez días después, convirtiéndose en la primera baja por fuego enemigo de la guarnición. Ese mismo día llegó una carta para Las Morenas y el padre Gómez Carreño firmada por el padre Leoncio Gómez Platero, párroco de Carranglán, en Nueva Écija. En ella se les exhortaba en tono cordial para que depusieran las armas y se rindieran al capitán Calixto Villacorta porque si así lo hacían, serían tratados con consideración y embarcados rápidamente hacia España. La carta no fue respondida así que al día siguiente temprano, los filipinos enviaron otra —esta vez menos cortés y firmada por Villacorta— con un ultimátum de 24 horas, trascurridas las cuales el oficial filipino les decía: «No tendré ninguna compasión de nadie y haré responsables a los oficiales de cualquier fatalidad que pueda ocurrir». La respuesta española fue enviada a la mañana siguiente: «Nos une la determinación de cumplir con nuestro deber, y deberás comprender que si tomas posesión de la iglesia, será solamente cuando no haya nada en ella más que los cuerpos muertos. La muerte es preferible a la deshonra». Al finalizar el plazo del ultimátum, los filipinos comenzaron a disparar desde todos los puntos de sus líneas, durando el tiroteo hasta la mañana siguiente. Los españoles, para economizar munición e incitar a los filipinos al asalto, decidieron no responder a este fuego. Ante esta actitud, Villacorta en vez de enviar sus columnas contra la iglesia, envió un mensaje en el que dijo que no iba a gastar pólvora inútilmente, pero no levantaría el sitio, aunque tuviera que prolongarlo tres años, hasta que los españoles se rindiesen.
En la iglesia habían encontrado varios cañones viejos, posiblemente no más que culebrinas, pero sin accesorios ni carro para transportarlos. Los sitiados mezclaron los explosivos de algunos cohetes rotos con la pólvora de algunos cartuchos de los fusiles Remington y pusieron parte de la mezcla y las balas en uno de los cañones más pequeños, que llevaron a uno de los disparaderos que habían construido en el antiguo convento, ahora corral, y colgaron la parte trasera de una viga con una cuerda que les permitía variar el ángulo de tiro. Con una larga caña de bambú con fuego en el extremo, para evitar el golpe del retroceso, consiguieron disparar el cañón, que hizo temblar los cimientos del corral.
Los insurrectos enviaban casi a diario mensajes a los sitiados y un día, uno de los mensajes fue entregado por dos desertores. Algunos soldados, que habían pertenecido al destacamento de Mota, creyeron reconocer a uno de ellos como uno de los guardias civiles que había comandado el puesto de Carranglán, y al que habían conocido cuando pasaron por dicha población en su trayecto a Baler a principios de septiembre. El asistente de Alonso, Jaime Caldentey, aseguró que era un paisano y amigo suyo de Mallorca, por lo que este le pidió que invitara a los enviados, en mallorquín, a unírseles, diciéndoles que la guarnición española contaba con suficientes provisiones y municiones para aguantar el asedio. El guardia, fingiendo no conocer el idioma, replicó mencionando su amor por su familia y su deseo de volver a España, añadiendo que, de persistir en su resistencia acabarían muertos porque todas las tropas españolas se habían rendido y no iban a recibir refuerzos.
Saludos

Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.