BATALLA DE ERAULTras la derrota de Oroquieta en Mayo de 1872, en la que se dio casi por concluida la rebelión carlista en Navarra, y que arrastró a todo el territorio vasco, el proceso de reestructuración del ejército carlista en la zona fue lento y proceloso.
Mientras en Cataluña se sostenía la guerra a duras penas, en Navarra y las Provincias se trataba de recuperar la iniciativa desde Diciembre mediante el levantamiento de nuevas columnas que, sin armas y con apenas recursos debían mantener en vilo y en confusión a las tropas gubernamentales. La reunión de tales partidas se hacía en torno a los oficiales o jefes que progresivamente volvían desde Francia para reavivar el conflicto, e implicaba un gran esfuerzo para dotarlas de suministros y armamento. Por otro lado, los mandos debían combatir el efecto que producían las continuas órdenes de indulto que ofrecía el gobierno a los alzados desde el convenio de Amorebieta, que propiciaban las deserciones de aquellos ante las continuas marchas y contramarchas sin objeto aparente a las que se veían sometidos.
Don Antonio Dorregaray, el nuevo General en Jefe del Ejército Carlista del Norte, había entrado en España el 17 de Febrero de 1873, y el Brigadier Nicolás Ollo que ostentaba la comandancia general de Navarra, se puso a su disposición en Lecumberri. Se forman allí los dos primeros batallones navarros, el 1º del Rey bajo el mando del Teniente Coronel D. Eusebio Rodríguez y el 2º de la Reina, cuyo comandante es el Teniente Coronel D. Teodoro Rada, el que habría de ser el mítico “Radica”. Así mismo, y con la tropa de caballería reunida, 120 caballos, nacen los dos primeros escuadrones del Regimiento del Rey, bajo el mando del Brigadier Pérula. Empieza así a tomar forma de regularidad el Ejército Carlista.
La misión de Dorregaray era la de coordinar los esfuerzos de la distintas partidas y columnas para lograr una estrategia común, y promover su encuadre en un ejército convencional. Para ello debía enfrentarse a las ya mencionadas dificultades del municionamiento, pero también a los problemas organizativos y de disciplina que generaban muchos jefes de partidas, que se negaban a someterse. La figura más destacable de estos caudillos rebeldes, por lo famosa, fue sin duda la del Cura Santa Cruz.
Por otro lado, el gobierno había desarrollado una estrategia muy semejante a la ya empeñada en los comienzos de la 1ª Guerra Carlista, y que acabaría por dar un resultado semejante, si bien inicialmente sometió a las exiguas partidas carlistas a gran presión. Así, el Ejército de maniobra se distribuyó en pequeñas columnas mixtas, conformadas por uno o dos batallones de infantería, un escuadrón de caballería y, en ocasiones, una sección de artillería de montaña. La combinación de varias de estas columnas ligeras permitía una mayor efectividad en la persecución de las escurridizas partidas, y evitaba las grandes concentraciones del enemigo.
A ellas se unían, en las poblaciones estratégicas de paso entre provincias, pequeños destacamentos de infantería, conformados por secciones de infantería y pequeñas unidades de migueletes, somatén, Guardia Civil o Voluntarios de la Libertad, que se combinaban con las columnas o bien evitaban, en casas fortificadas al efecto, que los carlistas se asentaran en ninguna población para aprovisionarse.
Las marchas de Dorregaray a través de Alava, Vizcaya y Guipúzcoa, no provocaron el alzamiento generalizado que se esperaba. Por su lado, el comandante general de Guipúzcoa y la Rioja, el general Lizárraga, acosado por las columnas del Coronel De Cuenca, y General Loma, se veía en la necesidad de unirse a aquel con sus exiguas fuerzas ante la negativa de someterse a su mando por parte de Santa Cruz. Sus tropas se conformaban del incipiente Batallón de Azpeitia, y la Compañía de Guías de Castilla que no sumaban más de 400 hombres.
Por ello, Dorregaray decide visitar nuevos escenarios donde evitar el copo por parte de las columnas liberales que le persiguen, bajo las órdenes de los Coroneles Costa, Castañón y Navarro, y encontrar nuevos recursos, para lo cual resuelve invadir La Rioja.
Con tal fin, reúne a casi todas sus fuerzas disponibles, y las divide en dos columnas. La primera, una columna volante comandada por Pérula, y compuesta por cuatro compañías del 1º de Navarra y 100 caballos, debe tomar las guarniciones de Briones y Casa la Reina, cobrar una contribución de 8.000 duros por cada población, e incautar suministros y armas. El resto de las tropas bajo el mando del mismo Dorregaray, conquistarán Haro, en donde esperarán a Pérula., volviendo a reunirse la tropa al completo.
La concentración se lleva a efecto en la noche del 1 de Mayo de 1873 en los altos de la Sierra de Toloño, sobre San Vicente de la Sonsierra. Allí se les unen 200 alaveses y riojanos bajo las órdenes del Brigadier Llorente, veterano de la 1ª Guerra Carlista. Pérula con sus escuadrones queda a retaguardia y reúne a duras penas a los rezagados, a punto de desmoronarse, tras días de marchas y contramarchas por la Ribera. Finalmente, a las 11 de la noche consiguen cohesionarse las unidades. Pérula dirige una avanzadilla de 20 hombres de la 4ª compañía del 1º de Navarra y cuatro caballos, que se lanza por la calle Mayor de la población hacia el puente que cruza el Ebro, con idea de tomarlo por sorpresa y permitir el paso del resto de los expedicionarios. Tras él, a cierta distancia, van el resto de las compañías. Cuando llegan a las cercanías de la casa fortificada donde se refugia la guarnición republicana, ésta hace fuego y hiere a algunos hombres, entre ellos el capitán de la 4ª. Pérula sigue a la carrera con sus hombres y cruzan el Ebro, mientras el resto de las fuerzas implicadas retroceden y vuelven a las inmediaciones del Toloño. El grueso de la caballería navarra queda bajo el mando del Marqués de Valdespina.
Al amanecer del 2 de Mayo, Pérula se encuentra en la ribera sur del Ebro con las compañías de infantería que le habían sido asignadas, que habían cruzado el río durante la noche por otro punto más alejado. A oídos de los reunidos, empiezan a escucharse las llamadas del somatén y lejanas cornetas de columnas perseguidoras que llegan desde San Vicente, Briones y otros pueblos cercanos. Reunidos en consejo de oficiales en un viñedo, resuelven adentrarse en territorio riojano en dirección a Burgos. Comienza así la épica marcha de 6 días de Pérula por territorio de La Rioja, Burgos, Alava y Navarra.
Las fuerzas de Dorregaray y el Coronel Costa chocan en Peñacerrada 02/05/ 1873 Fuente Album Siglo XIX
Mientras tanto, Dorregaray con el grueso de las fuerzas, había abandonado el plan inicial y se volvía al Norte en dirección a Peñacerrada, a dónde llega al anochecer del mismo día 2 de Mayo con sus hombres agotados por la brutal marcha. Sin embargo, las avanzadillas carlistas del capitán Balduz habían descubierto en las cercanías a la columna republicana del Coronel Costa que se dirigía al mismo punto, e informaron en varias ocasiones al mando. A pesar de ello, los carlistas no contramarcharon y ambas fuerzas se encontraron y chocaron inopinadamente en el centro de la población. En la confusión que siguió, Dorregaray perdió su equipaje, y sus fuerzas se desbandaron con excepción de la compañía del Capitán Foronda, formada por soldados guipuzcoanos pasados del ejército liberal, que quedó a retaguardia, y que atrincherada en los muros de piedra de la afueras, dirigida por Lizárraga , contuvo la acometida de Costa.
Las fuerzas republicanas reconocieron 1 herido en el combate. Dorregaray, en su diario de campaña, habla de 3 ó 4 bajas propias. Los republicanos aumentan a 8 los muertos carlistas y 7 prisioneros.
Las fuerzas carlistas consiguen concentrarse de nuevo, tras su dispersión, en Lagrán donde pernoctan, y el 3 de Mayo descansan en la Aldea. Allí tiene noticias el General en Jefe carlista de la proximidad de las tres columnas perseguidoras, y se dirige a San Román donde deja para cubrir la retaguardia a media compañía, para permitir la retirada del grueso. A San Román le sigue la columna Castañón, precipitando la huida del grueso del ejército enemigo, y tomando prisionera a la unidad carlista destacada, tras haber presentado ésta ligera resistencia.
Las desmoralizadas fuerzas legitimistas siguen su precipitada marcha por Apellaniz, Virga, Buceti y llegan a media noche a Bostegui y Onraita, donde pernoctan. La Columna Navarro lo hace en Torres, tras cruzar Maeztu en combinación con Castañón. Este, acampa en San Román, y la Columna Costa en Albaina.
Dorregaray se desplaza el 4 de Mayo por Larrona y Eulate, para pernoctar en Galdeano, en dirección al valle de Allín, intentando alejarse del copo de las columnas liberales. Esa misma noche, mientras Navarro volvía a Maeztu para pernoctar, estallaba una crisis entre los mandos legitimistas.
Los hombres estaban agotados y desmoralizados. Numerosos efectivos se habían disgregado del grueso de la columna en los últimos días. Algunos habían caído prisioneros, otros muchos habían quedado por el camino, rotos de agotamiento. Había secciones enteras que desertaban en pleno. Cuarenta guipuzcoanos habían abandonado el batallón de Lizárraga la noche anterior. Se corre un serio riesgo de que las fuerzas carlistas se disuelvan si no se entra en combate. Sin embargo, no tienen ni armas ni munición para sostenerse ante el ataque de tres columnas que totalizarían cerca de 6 batallones de infantería, más artillería y caballería.
La Acción de Eraul. Choca la infantería.
Eraul es una pequeña población situada al noroeste de Estella, al pie de la sierra Echavarri y que defiende el único paso que atraviesa dicha estribación, entre las peñas de San Fausto y Zubite. Paso estrecho por el que es necesario acceder para seguir el camino más corto desde el Valle de Allín a la comarca de Abárzuza. Hoy, como entonces, es un territorio abrupto y boscoso que mantiene una orografía semejante a la que tenía en la fecha de la acción, hace casi siglo y medio. Es una zona poco propicia para el despliegue de unidades conforme a la concepción decimonónica, y especialmente nada apta para la maniobra de la caballería, por sus estribaciones rocosas y la densidad del follaje que cubre el terreno.
De ahí puede derivar la confusión de los diversos partes militares que narran la batalla y el encarnizamiento de la misma, proporcionalmente superior a posteriores acciones que implicaron mayor número de fuerzas.
La noche del 4 al 5 de Mayo de 1873 pasada en Galdeano, tuvo que ser de las de mayor tensión e incertidumbre que tuvo que vivir Dorregaray a los comienzos de su mando. Las fuerzas amenazaban con disolverse, y los mandos se mostraban reacios a seguir las marchas, sin probar un enfrentamiento previo. Los guipuzcoanos pedían a Lizárraga, su comandante, volver a su tierra. Algunos altos mandos comenzaban a hablar, más o menos abiertamente, de solicitar la sustitución de Dorregaray.
Encabezando estas murmuraciones se encontraba el propio Marqués de Valdespina, y el Teniente Coronel Calderón que, por sus desavenencias con el general ceutí, había solicitado su traslado al 2º Batallón de Navarra, donde estaba de Jefe de Estado Mayor de Teodoro Rada.
Los oficiales de los batallones navarros se reunieron con Ollo para tratar de que convenciera al Comandante General del Norte para que entrara en combate o permitiera la dispersión de la columna para volver a los combates en guerrilla.
Nicolás Ollo, comandante general de Navarra, comprendía por su parte la terrible y decisiva paradoja a la que se enfrentaba su superior. Sin duda alguna, era necesario dejar de retirarse para mantener la moral de los hombres; era imprescindible el enfrentamiento. Por otro lado, las fuerzas carlistas, apenas entrenadas, con pocas municiones y sin estar totalmente armadas, no podían correr el riesgo de enfrentarse a las tres poderosas columnas republicanas que les perseguían en una sucesión de movimientos combinados que muy bien podían barrer al recién formado ejército legitimista.
Un nuevo Oroquieta, un año después, podía ser el fin definitivo de la causa de Don Carlos. El combate que se librara, en aquella tesitura, muy bien podría ser el último. Porque, aquella madrugada del 5 de Mayo en Galdeano, estaba concentrado el grueso de las fuerzas carlistas con sus principales mandos.
Por todo ello, Ollo tenía también sus reticencias a un enfrentamiento y así lo expresó a sus subordinados. Si bien se avino a intentar convencer a Dorregaray para que tomara una decisión.
Por otro lado, a la tensión creciente de aquella noche contribuyó la llegada de una carta personal de Carlos VII a Dorregaray, fechada en Francia el 25 de Abril, y en la que el monarca legitimista recriminaba a su Comandante la falta de resultados a estas alturas de la contienda. En la misma, el Pretendiente al trono, apenas podía disimular su decepción, a pesar de que expresaba la confianza en las capacidades del Comandante General, que justificaban, sin duda, su confirmación.
Las dudas expresadas por Ollo en ese instante, motivaron que varios comandantes y oficiales de batallón acudieran a Lizárraga y le propusieran un golpe de mano con el que hacerse con el mando superior de las tropas. Este se negó a ello y les recriminó su actitud por lo sediciosa. Sin embargo, acudió al alojamiento de Dorregaray. Allí le manifestó abiertamente su intención de abandonar la columna y volver con el Batallón de Azpeitia al territorio bajo su mando si el Comandante General no tomaba la iniciativa.
A pesar de las amenazas y de la creciente tensión, éste no adoptó ninguna decisión inmediata.
La columna Dorregaray se adentra en la Peña ZubitiAl día siguiente, a las diez de la mañana, las fuerzas carlistas salían de Galdeano en dirección a las laderas del Puerto de Echávarri por las Peñas de Zubiti, una meseta boscosa que domina tanto Eraul como el Valle de Allín por sus respectivas vertientes. Allí descansó la columna, y desde las alturas descubrieron el acercamiento de una única fuerza de las tres que les perseguían: la columna del Coronel Navarro.
Esta atravesaba en esos momentos la sierra de Lóquiz en dirección a Galdeano, desde cuyas alturas pudo ver el desplazamiento de las fuerzas enemigas en dirección a Echavarri y Eraul. Navarro se decidió por continuar la persecución, sin que conste si informó de ello a las columnas de Costa y Castañón. Parece ser que no fue así, dado que la de columna más cercana, la de Castañón, derivó hacia Eraul cuando escuchó el fuego del combate, cuando ya era demasiado para prestar su auxilio.
En Galdeano descansó una hora, sobre todo para reunificar su unidad, muy desligada y dispersa, debido a la estrechez de los caminos y carreteras por los que había evolucionado. Después, continuó la marcha por Artabia, cruzando el arroyo del Urederra por el puente de esta población, y comenzando su ascenso hacia Eraul, por donde Navarro había visto desaparecer a la fuerza perseguida. La marcha en columna la abre el Batallón de Sevilla, flanqueado por dos compañías por su izquierda, para prevenir emboscadas. Tras él, las compañías de ingenieros y la sección de Lanceros de Villaviciosa. En el centro, marchan los bagajes y la sección de artillería, protegidos por el Batallón de Barbastro, que cierra la marcha.
A sus espaldas dejaba las otras dos columnas amigas.
La visión del avance del enemigo hacia su posición enerva de nuevo a los mandos carlistas. A las 13:00 horas, solicitan a Dorregaray convoque una junta de oficiales. En la misma se vuelve a insistir en la necesidad de entrar en acción. Aquel, finalmente, ordena un despliegue defensivo en la ladera que domina el camino hacia Eraul, con la idea de emboscar al enemigo y hacerlo retroceder. El centro y flanco izquierdo está cubierto por el 1º de Navarra, dirigido personalmente por el Brigadier Ollo. Lizárraga se sitúa con su batallón guipuzcoano a su derecha, en dirección a la población de Echavarri y la cercana ermita de San Mamés, para golpear el flanco izquierdo del enemigo, y envolverle si es el caso. Se completa su posición con la Compañía de Guías de Castilla, y los 200 alaveses de Llorente.
El 2º y 3º de Navarra se sitúan a retaguardia, para contraatacar en caso de retirada. La caballería se sitúa igualmente sobre la meseta que corona el Zubiti, porque el terreno no permite , en teoría, su uso. Todos los cronistas, tanto liberales como legitimistas, valoran lo inexpugnable de la posición en la que se situaron las tropas carlistas. Posiciones de difícil flanqueo, y que obligaban al atacante a tomarlas mediante un avance frontal, ascendiendo necesariamente por una ladera quebrada y boscosa.
Según los testigos contemporáneos, el entusiasmo de los voluntarios cuando recibieron la orden de combatir fue difícil de contener. Los oficiales apenas consiguieron convencerles de que la efectividad de la sorpresa dependería de que guardaran el más absoluto silencio, mientras veían cómo se acercaba el enemigo, inadvertido, hacia sus posiciones.
Mientras, Navarro continua su marcha con las precauciones mínimas, y con un evidente desconocimiento de la situación real del enemigo. Parece claro que pensaba que éste se retiraba hacia Abárzuza, siguiendo la dinámica de los últimos días, y veía necesario el mantenimiento del acoso habida cuenta que esperaba ser respaldado por Castañón y Costa, en caso de enfrentamiento.
Estos, sin embargo, no se encontraban lo suficientemente cerca como para prestar su apoyo. Castañón se encontraba a las 11 de la mañana en Galbarra, al otro lado de la sierra de Lóquiz, que delimita el Allín por occidente. Y Costa, que había tomado la misma dirección se encontraba a esas horas a la altura de Contrasta, todavía en la provincia de Alava. Sin embargo, la actitud prudente del enemigo hasta esa fecha, motivaba el empeño en no dejarle respiro alguno.
Aproximadamente, a las 14:00 horas, los batallones republicanos comienzan la ascensión de la ladera del Zubiti por el camino de Eraul. A poca distancia, ocultos entre la maleza y las rocas se encuentran las fuerzas carlistas que guardan un sepulcral silencio, hasta el punto de que pasan absolutamente desapercibidos para las avanzadillas y los destacamentos de descubierta del Batallón de Cazadores del Regimiento de Sevilla. El día es soleado y caluroso, pero los soldados todavía sienten los efectos del descanso en Galdeano.
Cuando la vanguardia se encuentra a pocos cientos de metros de las primeras casas de Eraul, hacia las 15:00 horas, los carlistas abren fuego con una densa descarga sobre las dos compañías de flanqueo del Batallón de Sevilla, que reciben de lleno el fuego de enfilada. Sin embargo, la unidad guarda al completo la disciplina. Las compañías destacadas se abren en guerrilla y responden a las descargas enemigas, mientras el Coronel Navarro se decide por forzar el paso hacia Eraul, posiblemente convencido de que se enfrenta a la retaguardia enemiga, siguiendo las pautas de comportamiento de enfrentamientos precedentes.
Ordena pues desplegar el Batallón al completo, con el apoyo de las compañías de ingenieros. En vanguardia sobre la nueva línea, avanzan dos compañías de refuerzo del batallón de Cazadores de Sevilla, bajo el mando de García, y los ingenieros de Acellana. El fuego es denso, pero las fuerzas republicanas ascienden por la ladera hasta llegar a distancia de lucha cuerpo a cuerpo de las líneas carlistas. Tanto el 1º de Navarra como el 2º de Guipúzcoa inician una retirada ordenada ante el empuje del Batallón de Sevilla que demuestra en dicho avance su superioridad en disciplina y capacidad de combate.
Mientras, el Batallón de Barbastro se mantiene en formación de combate en Echevarri, en el ala izquierda de la línea liberal, sin empeñar batalla, si bien hace fuego con algunas guerrillas. Los lanceros de Villaviciosa cierran la línea entre Sevilla y Barbastro, protegiendo a la artillería que se encuentra a las afueras de la población.
Viendo que la primera línea carlista, a punto de quebrarse, está cerca de tocar su retaguardia, Dorregaray ordena contraatacar con el 2º de Navarra. Carlos Calderón, con dos compañías, refuerza el frente del 1º Batallón de Navarra y, con dicho apoyo, las tropas legitimistas logran rechazar el avance republicano y hacen retroceder a las compañías de cazadores de Sevilla a su punto de partida.
Progresivamente, el encarnizamiento de la lucha se va concentrando en el flanco más cercano a Eraul. Navarro hace avanzar a dos compañías más de Sevilla, y ordena una nueva ascensión. El contraataque, una vez más, da resultado. Las tropas carlistas que carecen todavía de un entrenamiento adecuado, se concentran todavía en grandes formaciones, al estilo napoleónico, para aumentar la densidad de fuego, lo que les hace más vulnerables a la eficacia del fuego graneado del despliegue republicano.
La línea legitimista se tambalea, y retrocede por segunda vez hasta la cima del puerto. Según algunos testigos, ante este nuevo retroceso, el Coronel Rada se enfurece, y sin recibir órdenes prepara a las tres compañías que restan de su 2º Batallón de Navarra, y las lanza a la bayoneta calada. La carga se produce con la brutal táctica por la que posteriormente habrían de ser conocidos los batallones carlistas y que fue diseñada por él: el denominado Estilo Radica. Las unidades se lanzan al choque en el cenit del avance enemigo, sin previas descargas de fuego para contenerle. Al grito de ¡Viva el Rey! se produce el primer choque cuerpo a cuerpo del combate. Es recio hasta el punto de que las tropas del Batallón de Sevilla se ven avocadas a un nuevo retroceso a su punto de partida.
En ese momento, casi una hora después de haberse roto el fuego, ya resulta evidente para los mandos republicanos que no se encuentran ante un destacamento de retaguardia carlista, como en las jornadas precedentes. Navarro es consciente de que el grueso del enemigo se encuentra frente a él, y lo es también de que, si lo derrota es probable que ese pueda ser el último día de guerra, tal y como ocurriera en Oroquieta.
En esta tesitura, Navarro, posiblemente confiado en la imagen de fragilidad dada por el enemigo en enfrentamientos precedentes, resuelve intentar quebrarlo definitivamente, confiado probablemente en la superioridad de cohesión de sus fuerzas, a pesar de su evidente inferioridad numérica. Así, logra contener en la carretera la carga a la bayoneta carlista con una descarga de fusilería, reorganiza sus unidades, e implica a sus últimas reservas del Batallón de Sevilla y de Ingenieros en una nueva ascensión al cerro Zubiti.
En este momento, y a pesar de no habérsele ordenado, la sección de artillería, que se encuentra junto al flanco izquierdo liberal, desmonta las dos piezas Krupp y comienza a bombardear las masas enemigas con metralla, protegida por la caballería republicana.
La infantería carlista recula una vez más perseguida hasta la cima. Dorregaray ordena que el 3º Batallón de Navarra, su última reserva, empeñe igualmente combate para contener la retirada. El 3º es una unidad de reciente formación, que no se ha batido hasta la fecha. Ha heredado los fusiles obsoletos de las dos unidades precedentes, y algunas de sus compañías se encuentran armadas por simples bastones y palos que alzan a modo de alabarda. Aún así, su entrada en fuego consigue contener al Batallón de Sevilla durante unos instantes y rehacer la línea carlista.
A pesar de ello, el fuego artillero y la efectiva fusilería republicana consigue desgastar, al poco, la resistencia carlista. Son las 16:00 horas, y las tropas legitimistas han agotado prácticamente sus municiones. El frente se quiebra y empieza a desmoronarse. Las imágenes de disolución y desmoralización son gráficamente descritas por algunos testigos. Grupos de soldados carlistas empiezan a abandonar el campo de batalla, cuando las principales posiciones se han perdido.
Nicolas Ollo, Lizárraga y Rada intentan que sus fuerzas no se disgreguen. Toman fusiles de algunos caídos e intentan coordinar un contraataque. Ollo reúne a un grupo de soldados y les arenga: “Navarros, hemos salido para morir por Dios. Hoy es el día para morir por El”, pero apenas pueden contener la retirada, que empieza a convertirse en desbandada. Parece a punto de producirse un nuevo Oroquieta, el peligro tan temido por parte del General Dorregaray.
En ese instante, y desde la última posición de retaguardia, el Marqués de Valdespina, sin pedir autorización o recibir orden alguna, se coloca al frente de la cincuentena de jinetes que conforman del primer escuadrón navarro y la escolta del General Dorregaray, y ordena cargar sobre el centro-izquierda de la línea republicana, en concreto sobre la sección de artillería y el Batallón de Barbastro que lo cubren.
La caballería atraviesa las líneas del Batallón de Azpeitia, la fuerza alavesa y la 1ª Compañía de Guías de Castilla, que cubren el flanco derecho carlista. Es una carga desliñada, debido a la compleja orografía del terreno. Los jinetes tienen que esquivar roquedales, densos zarzales, árboles de bajas copas. Aún así logran llegar a las inmediaciones del caserío de Echevarri y chocan contra la infantería de Barbastro.
El Batallón de Barbastro, que había visto el repentino despliegue de la caballería por las boscosas laderas del Zubite, formó a sus compañías en línea y esperó la carga rodilla en tierra y a la bayoneta calada. Una primera descarga de fusilería, hace caer algunos caballos, pero la caballería no pierde ímpetu, y atraviesa las líneas republicanas. Un infante hiere de un bayonetazo al Marqués, pero éste lo derriba de un sablazo. El capitán Sanjurjo se cobra otras bajas a fuego de revolver. El teniente Lirio recibe un balazo en la pierna.
El Batallón de Azpeitia y los alaveses se enardecen cuando los jinetes carlistas atraviesan sus posiciones, y se lanzan ladera abajo a la bayoneta calada, con la Compañía de Guías de Castilla en vanguardia, dirigida por su segundo al mando, el capitán riojano Juan Pérez Nájera.
Se produce un brutal choque cuerpo a cuerpo entre Barbastro y las fuerzas castellano-guipuzcoanas que dura varios minutos. Pero el batallón republicano termina por dejar el terreno retirándose en completo desorden, sin que sus mandos puedan contenerlos. Tanto la infantería como la caballería carlistas continúan su avance por el flanco izquierdo de la línea liberal, en dirección a la artillería.
Huida de los Lanceros de Villaviciosa en Eraul
El Coronel Navarro intenta conjurar el peligro de su extremo izquierdo, y ordena cargar a Lanceros de Villaviciosa. Los oficiales de la unidad se ponen al frente de la misma y tocan a carga, pero la tropa se desbanda ante la confusa avalancha de infantes y caballería carlista, sin llegar a entrar en acción. La artillería, pues, quedaba así desguarnecida.
Navarro acude, entonces, con algunos contingentes reunidos apresuradamente de los Cazadores de Sevilla.
La Compañía de Guías de Castilla toma uno de los cañones Krupp
Se produce un nuevo combate a choque de bayoneta en la posición de los cañones. El Capitán Pérez Nájera con algunos hombres de los Guías de Castilla consigue desalojar a los refuerzos dirigidos por el jefe republicano, que quedan envueltos por la masa atacante, y aislados del resto de sus fuerzas. Aún así, esta limitada acción de Navarro logra salvar la boca de una de las piezas que puede escapar del cerco. No así la cureña del cañón que cae en manos carlistas. Navarro es hecho entonces prisionero con los supervivientes de su destacamento.
Por su parte, la caballería legitimista desbanda a los servidores de la 2ª pieza Krupp, antes de que estos puedan desmontarla. De hecho, intentaban todavía hacer fuego cuando son alcanzados por los jinetes de Valdespina. El alférez Ortigosa salta con su montura sobre la pieza y derriba de un sablazo a un artillero que intentaba introducir un bote de metralla. El resto de la fuerza huye o es hecha prisionera.
Mientras, los batallones navarros que defiendes el centro e izquierda de la línea de Dorregaray, al comprobar el hundimiento del flanco izquierdo republicano, se rehacen y lanzan un último contraataque sobre los batallones del Batallón de Sevilla, ya muy quebrantado por sostener cerca de dos horas de fuego continuado. La línea liberal se quiebra definitivamente ante el nuevo empuje. Grupos de combatientes quedan aislados con algunos de sus jefes en pequeñas bolsas que aún resisten unos minutos, pero que terminan por rendirse. Entre ellos, el Teniente Coronel Martínez, mando superior del Regimiento de Sevilla, y el Teniente Coronel Acellana, comandante de Ingenieros.
El Comandante Valles, intenta contraatacar con algunos hombres para abrirse paso hasta algunas de las bolsas que aún resisten, pero es a su vez envuelto y conminado a rendirse.
Solo el Comandante de Cazadores de Sevilla, Braulio García, logra retirarse en orden hacia Eraul con los restos de las dos compañías de Ingenieros y unos 80 hombres del Batallón de Cazadores de Sevilla, los cuales se refugiaron en la Iglesia de San Miguel de la localidad. Agotados y sedientos, se bebieron el agua bendita y se tendieron por los rincones y los bancos del templo.
El resto de la columna republicana con excepción de algunas compañías del Batallón de Barbastro que se refugian en Echevarri, huye en completo desorden por los campos de la comarca, perseguida por las fuerzas carlistas, que en su entusiasmo han perdido también toda cohesión y organización.
Algunas fuerzas carlistas dirigidas por Rosa Samaniego, cercaron Eraul y a las fuerzas republicanas de Basilio Garcia que se habían refugiado en la Iglesia. Fueron conminadas a la rendición, a lo éstas que se negaron. Sin embargo, no se empeñó combate alguno. Al anochecer, las tropas carlistas se retiraron, y los hombres de García lograron refugiarse en Abárzuza.
Poco a poco, los pequeños destacamentos de la columna Navarro que se iban reuniendo fueron adentrándose en Estella.
Ganado el campo de batalla, los tres médicos que componían el cuerpo sanitario de la columna de Dorregaray se hicieron cargo de los heridos de ambos bandos. Cuando fueron estabilizados, algunos fueron trasladados a las poblaciones más cercanas, donde fueron puestos a disposición de la Columna Castañón que se acercaba, y en manos de los voluntarios de la Cruz Roja de Estella, Abárzuza y Pamplona, que se acercaron a ayudar a los heridos de ambos bandos a las 22:00 horas de aquel día.
A diferencia de en la guerra precedente, tanto Carlos VII como Dorregaray y gran parte de los mandos carlistas del Norte, se preocuparon de cumplir con normas básicas de humanidad con los heridos y prisioneros republicanos del Ejército Gubernamental. De hecho, el 18 de Mayo de 1873, Carlos VII autorizó a Dorregaray a poner en libertad bajo palabra a los cerca de 80 prisioneros hechos en la batalla.
Tras su puerta en libertad, Acellana y Navarro publicaron una carta abierta en la que agradecían el trato recibido por ellos y sus hombres por parte del enemigo, durante su cautiverio.
En cuanto al número de bajas, Pirala calcula un total de 400 hombres repartidos entre ambos bandos. Los partes son absurdamente contradictorios. Dorregaray habla de 112 muertos republicanos y 36 heridos. Los historiadores liberales no reconocen más de 8 muertos y 45 heridos. Por parte de los carlistas, según parte del Comandante General del Ejército del Norte, cayeron en el campo de batalla 18 muertos y 37 heridos.
Sin embargo, la memoria del voluntario de la Cruz Roja Navarra Florencio de Ansoleaga, que recorrió el campo de batalla dos días después de celebrarse la misma, habría de hablar de indicios de un encarnizamiento sin precedentes. Lo que nos hace pensar que los cálculos de Pirala no estén del todo descaminados más allá de la veracidad que se pueda dar a los partes de guerra, habitualmente poco fiables en cuanto al número de bajas.
Don Carlos se mostró exultante, y no dudó en conceder grandes honores a los hombres que destacaron en la batalla. Así, Dorregaray fue agraciado con el Marquesado de Eraul, Valdespina fue ascendido a Mariscal de Campo por su alocada carga de caballería que dio un vuelco a la acción, Pérez Nájera recibió la Medalla de la Real Orden de San Fernando al Mérito Militar, Teodoro Rada, la Gran Placa Roja del Mérito Militar y otras muchas más...
La ultima carga de la infantería carlista en EraulEraul, un campo de batalla que adquiere connotaciones míticas, al ser también escenario de una victoria de Zumalacárregui sobre Oráa en la 1ª Guerra Carlista, adquirió también una dimensión y resonancia decisivas en la 3ª Guerra. Y ello, a pesar del limitado número combatientes que participaron en la misma, muy inferior a otros combates de esta misma guerra menos conocidos. La acción no se caracteriza tampoco por una especial maestría táctica, si no es por la iniciativa de Valdespina, que dirigió una exitosa carga de caballería en un terreno quebrado y espeso, en principio poco apto para tal maniobra contra el flanco del enemigo. En líneas generales se trató de un combate de desgaste en una sucesión de ataques y contraataques frontales.
Parece evidente que el Coronel Navarro no hubiera empeñado combate de haber tenido un cabal conocimiento de las fuerzas a las que se enfrentaba, y cuando lo tuvo, ya era demasiado tarde para intentar poner distancia con el enemigo, sin riesgo de que sus fuerzas se desmandaran en la retirada. Por otro lado, los repliegues sucesivos de las fuerzas carlistas, a pesar de acudir constantemente a sus reservas para sostener su línea, le hizo suponer que quizá pudiera romper su resistencia sin apoyos externos. Pirala considera que debió hacer cargar a los Lanceros de Villaviciosa, cuando comprobó que su infantería había tomado las posiciones enemigas como colofón a la presión lograda sobre las fuerzas vasco navarras. Pero, como decíamos, desde una perspectiva de táctica clásica, el terreno de la liza no era propicio para ello. El hecho de que el Batallón de Sevilla y dos compañías de Ingenieros, 3º Regimiento, sostuvieran prácticamente en solitario la acción contra cerca de 1.800 hombres, a los que hicieron retroceder hasta en tres ocasiones, acredita el valor con el que combatieron y la calidad de las mismas.
La prensa carlista y republicana se hizo amplio eco de la acción, por ser la primera victoria importante del legitimismo en el Norte, y por el absoluto descalabro de unas tropas regulares, profesionales y bien equipadas, frente a la impetuosidad de los “voluntarios” monárquicos que combatían por primera vez en una batalla campal.
La guerra cambió de aspecto a partir de entonces. Un espíritu desmedido de victoria seapoderó del Ejército Carlista, que se acrecentó notablemente con la llegada de nuevos voluntarios a engrosar sus filas, y que ya no dudó en enfrentarse abiertamente al enemigo en nuevos combates campales.
El efecto contrario se produjo en las fuerzas gubernamentales, que iniciaron una estrategia de repliegue generalizado de pequeñas guarniciones a posiciones fuertes, muy semejante al que llevara a efecto el General Valdés, tras la derrota de las Amézcoas en 1835.
Por otro lado, las columnas republicanas comenzaron a formarse de grandes unidades para disuadir al enemigo de nuevos enfrentamientos, (en ocasiones se reforzaron hasta alcanzar un tamaño superior al de brigada) lo que derivó en la pérdida de movilidad, y un menor control del territorio que defendían. Esto conllevaba una mayor libertad para la estructuración del Ejercito Carlista como fuerza regular, y en la asunción de la iniciativa estratégica por primera vez desde el inicio del alzamiento en Abril de 1872.
Muchas y sonadas victorias habrían de esperar todavía al incipiente ejército legitimista. Udave, Allo, Dicastillo y Montejurra habrían de jalonar el año 1873.
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Marco Tulio Cicerón.