Guerra civil española II

La historia se escribe con fuego: todo sobre operaciones militares, tácticas, estrategias y otras curiosidades
Brasilla
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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 02:44

Luis Antonio AZCOITIA, tenía doce años cuando fusilaron a mi madre


«Llevo haciéndome la misma pregunta una y otra vez; una y otra vez, desde hace 75 años: ¿Por qué, por qué, por qué? Siempre lo mismo, pero no hay respuestas». La voz de Luis Antonio Azcoitia Argüelles se entrecorta. Sólo era un niño de 12 años cuando su madre fue fusilada por los republicanos en Ribadesella, algo incomprensible para un crío, pero también para un hombre que cuenta ya 87 años. Es uno de los pasajes más dolorosos de su vida, pero no puede evitar aderezarlo con una dosis de inocencia y emoción. Recuerda los combates aéreos, las aventuras en busca de comida e incluso la felicidad que le invadió con «la liberación de Gijón». Y es que, hablamos de guerra y de Asturias, una de las regiones más castigadas, pero también hablamos de un niño. Acosado, perseguido, pero un chaval al fin y al cabo para quien la llegada de los nacionales significaba «volver a casa».

De familia de derechas, «conservadores, monárquicos y muy políticos [primos de Manuel Argüelles, ministro con Alfonso XIII y con Primo de Rivera]», Antonio recuerda los primeros momentos de aquellos 14 largos meses de batalla en los que su familia fue perseguida y gran parte asesinada —cinco miembros, entre los que se encuentra su madre, Hortensia Argüelles—. «Cuando estalló la guerra aquí, en Infiesto, mi abuelo y sus hermanos tuvieron que huir de inmediato. Venían en su busca. Les tirotearon, pero en ese momento pudieron escapar. Más tarde, uno de ellos, José Argüelles y Argüelles, fue asesinado en la playa de Gijón con otros 18». Antonio cuenta cómo a partir de ese momento empezaron a sucederse los registros en la casa: «Se llevaban todo lo que podían, desde colchones, sillas, hasta la ropa...». Después llegaron las detenciones de sus padres y más tarde, el batallón Somoza con una orden de desalojo. Les echaban de su casa para convertirla en un hospital republicano.

Amaneció el primer domingo de septiembre de 1936. Nada volvió a ser como antes. Antonio y sus dos hermanos, de 13 y tres años, se preparaban para visitar a su madre en la cárcel. No pudieron verla. «No entendíamos nada y mandamos a un empleado a investigar». La verdad no se hizo esperar. «El 6 de septiembre de 1936 mi madre, que estaba en estado, fue fusilada junto a cuatro personas más en Ribadesella. Luego lanzaron los cuerpos al agua».

Ha perdonado a sus verdugos, pero esa herida nunca ha dejado de sangrar. «A ella le gustaba la política, pero la política de pueblo. Era partidaria de Gil Robles, incluso en una ocasión estuvo de interventora en una mesa, pero no me parece suficiente para darle ese final», se lamenta. Unos pescadores recuperaron su cuerpo y la enterraron. «Luego la trajimos al pueblo. Fue muy duro, a nosotros nos lo dijo mi tía, pero a mi abuela se lo ocultamos hasta que entraron los nacionales, el 21 de octubre de 1937. En casa nunca se pudo hablar del tema. Cada uno cargaba lo suyo».

Tras este doloroso capítulo, la cosa empeoró. «Tuvimos que huir a Gijón porque la vida de mi tía corría peligro». Allí, cuenta, el día a día fue más tranquilo, pasaban desapercibidos y, salvo algún que otro sobresalto, podían respirar. Su abuela desde Infiesto cubría sus gastos —era una familia adinerada; poseían una central eléctrica, vacas, tierras...—, incluidos los del comité que repartía el suministro. «Los últimos días de la contienda me tocaba ir a por la comida y recuerdo mucho griterío y malestar entre la gente. No era para menos, el suministro era una botella de lejía y una escoba». Pero nada de cruzarse de brazos, «nosotros salíamos todos los días a los alrededores de Gijón e incluso llegábamos hasta Llanera. Allí había un túnel —de un lado estaban los nacionales y del otro los rojos—. Allí conseguíamos patatas, algo de harina, leche...».

Conseguir alimentos, ese era el objetivo. Pero entre carrera y carrera, también le daba tiempo a bañarse en la playa y «jugar como cualquier 'guaje'». Lo mejor de aquella época era que no teníamos que ir al colegio», bromea. Confiesa que se escondían para ver los combates aéreos y con la inocencia propia de aquella edad recrea uno de ellos: «Una vez, durante un combate, un avión nacional rodeó al republicano, lo ametralló y vi caer el avión echando humo. Aunque lo más impresionante fue ver cómo bajaba algo más. ¡Era el piloto en paracaídas! Cayó al mar y se salvó. Increíble». Tampoco olvida los bombardeos en El Musel en Gijón, «eran de película». De película también fueron los de la toma de Santander, pero no le dejaron el mismo sabor de boca: «Horroroso, tremendo. A lo mejor no fueron para tanto, pero yo lo viví con verdadero pánico».

Junto a su tía y sus hermanos vio pasar los meses en Gijón, aunque no tardó en regresar su padre, detenido antes del asesinato de su madre. Se sometió a juicio y le dejaron libre con la condición de que se pusiera a trabajar de inmediato. Le destinaron a la sección de divorcios en un juzgado. «Sí, las milicianas querían divorciarse. Mi padre vivía asombrado durante el mes que trabajó allí. Después, lo mandaron a fortificar a Lugo de Llanera». Tampoco aguantó mucho tiempo, el miedo a que lo mataran por la espalda le llevó a huir y un buen día se presentó en su casa, donde estuvo escondido hasta «el día de la liberación».

«Cuando los nacionales llegaron, la entrada en Gijón fue emocionante. Bueno, para mí. Porque de estar perseguidos, acosados... pues volvíamos a Infiesto. Venían de la zona de Villaviciosa, con unos capotes preciosos. Aquello fue tremendo, aplausos, abrazos...». Un mes después, regresaron a su pueblo, tuvieron que arreglar la vivienda porque estaba destrozada, tanto por el frente como por un lateral, pero no importaba: «Estábamos en casa»


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Marco Tulio Cicerón.

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 02:52

D. Carlos SAMPER ROURE, Teniente asesinado en Paracuellos


Entre las más de 4.500 personas (otras fuentes señalan que 2.500) que hay enterradas en el cementerio de Paracuellos (entre militares, civiles y religiosos) se encuentra Carlos Samper Roure (1893-1936), un teniente del cuartel de Conde Duque que fue de los primeros fusilados por los milicianos republicanos en este triste lugar. El primer pelotón se formó el 7 de noviembre de 1936; el último, el 4 de diciembre de ese mismo año. En medio hubo un parón, del 10 al 26 de noviembre, porque el hombre que estaba entonces al frente de Prisiones, el anarquista Melchor Rodríguez, conocido como el 'Ángel rojo', ordenó que no se sacara a nadie de la celda sin su consentimiento. Muy pocos días para tantos muertos: otro horror de la Guerra Civil.

El 17 de julio a las 17.00 horas estaba previsto el Golpe de Estado contra la Segunda República. Al Gobierno le llegan informaciones pero no se las cree del todo. Aunque lo cierto es que todos los militares reciben la orden de sus superiores de acuartelarse. El 18 se produce el que el régimen de Franco bautizó como el Día del Glorioso Alzamiento Nacional. «Mi abuelo no creía que fuera nada serio e incluso acude vestido de paisano», rememora Jesús Romero Samper, nieto del teniente, y que lleva unos cinco años investigando sobre lo ocurrido.

El Conde Duque era uno de los tres cuarteles de transmisiones de Madrid, centro neurálgico y de gran importancia estratégica: «Pero no se sublevó, no fue como el cuartel de la Montaña». Desde fuera comienzan los ataques; el responsable, el coronel del C.T.E.T.I. Francisco Vidal Planas, ordena que no se responda al fuego. Cae el cuartel de la Montaña y los milicianos acuden al Conde Duque para requisar armas. El 19 de julio de 1936 por la tarde se decide cerrar las puertas: «Vidal Planas fue bastante inteligente; deja pasar a algunos de ellos para que comprueben que desde dentro no se ha disparado y el que guía a los milicianos es mi abuelo».

El coronel ve los ánimos demasiado caldeados para encararlos y decide llamar a la Guardia Civil; los agentes terminan deteniendo a unos 40 oficiales, suboficiales y soldados, entre ellos Carlos Samper. Les llevan a la cárcel Modelo (cerca de Moncloa), pero su director les envía al Ministerio de la Guerra porque su prisión no es para militares. Los acuartelan de nuevo en el Conde Duque y el 23 se establece una checa, un lugar especial para interrogar —y en muchos casos documentados, torturar—, a los sospechosos de apoyar a los golpistas. Entre el 14 y el 17 de agosto un tribunal popular les toma declaración. ¿Su delito? Desafección.

Tras ficharles pasan por el penal de Porlier (el que había sido el colegio de los Calasancios) y el 10 de septiembre ingresan otra vez en la Modelo. Samper Roure está casado y tiene cuatro hijas pequeñas. Su familia le visita cada semana para llevarle ropa y comida hasta que le pierde la pista. Él prefiere que no vayan porque la prisión está muy próxima al frente y sus vidas pueden correr peligro. Una carta devuelta con el mensaje 'trasladado' les hace temer por él, pero nadie responde. Su mujer y sus hijas sólo sabrán que ha sido fusilado cuando acabe el conflicto.

«Mi abuelo no se rebeló contra la República. La acusación de desafección al Gobierno se basa en la declaración de un soldado, Cristóbal Para Berruezo, que era del comisariado político del Partido Comunista y que aseguró que mi abuelo trató de tomar por la fuerza Unión Radio. Eso es totalmente falso, porque ese hecho ocurrió mucho antes, y por ello ya habían sido condenados y fusilados varios miembros de Falange. Es más, como declaró luego mi abuelo en su defensa, en su destacamento continuamente hubo una radio y la tropa pudo estar escuchando las noticias del Gobierno, no se censuró nada. Entonces cualquier cosa podía ser desafección», asegura.

El sueldo le fue retirado desde el arresto y los suyos tuvieron que sobrevivir con la ayuda de otros y con la confección de jerseys para los soldados. Cada día terminaban uno entre todas: «Mi abuela se marchó a vivir con su madre, que era viuda, y con las cuatro niñas. Varios conocidos les echaron una mano, como regalarles de vez en cuando una cabeza de cordero, pero en Madrid no se llegaba siquiera a lo que asignaban las cartillas de racionamiento. La ciudad estaba sin nada». Terminada la contienda, les entregaron todos los salarios desde 1936 con carácter retroactivo y la pensión correspondiente como viuda de un oficial, además de una medalla.

La mañana del 7 de noviembre de 1936 el teniente Samper Roure es llevado a Paracuellos y fusilado, un oscuro capítulo de la guerra del que muchos responsabilizaron a Santiago Carrillo, entonces delegado de Orden Público de Madrid, una acusación que él siempre negó. Los vecinos de la localidad madrileña tenían instrucciones de cavar cuando recibían el mensaje: «Hay bacalao fresco». Sus restos están enterrados en la fosa número 1. Una enorme cruz contempla desde el cerro de San Miguel los centenares de tumbas que recuerdan a estas víctimas.

¿75 años son suficientes para superar la Guerra? Romero Samper cree que sí. ¿Ha sido necesario llegar a la generación de los nietos? «Creo que los hijos también lo consiguieron, aunque sigan quedando radicales», reconoce en un recinto en el que la frase es 'Españoles, perdonad, pero no olvidéis', la misma que se utilizaba en el régimen. Para él, el enfrentamiento es algo del pasado, aunque tenga que recuperarse lo ocurrido para la Historia. «Yo podía haber escrito los nombres de los involucrados, porque están en la Causa General, pero para qué, ya estarán muertos o sus familiares no tienen nada que ver. Además ya hubo muchos ajusticiamientos».

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 11:05

Cuando Valeriano Ruiz Fernández (Meruelo, Cantabria, 6 de mayo de 1918) quiere recordar el 18 de julio de 1936, su memoria le traslada a febrero del mismo año, cuando el Frente Popular gana las elecciones. «Yo tenía 18 años y era secretario de las Juventudes Católicas de Meruelo y fundador de Falange Española en el pueblo». Valeriano y sus compañeros construyeron un centro para la Juventud Católica «con dinero que sacamos de un cuadro artístico que formamos con las chicas, entre ellas mi mujer». Al poco, los socialistas les incautaron el local. «Hicimos una protesta frente al Ayuntamiento, y al comenzar a cantar el himno de la juventud, el alcalde vino hacía mí y me dio una bofetada. Yo reaccioné, le agredí también y nos enzarzamos en una pelea». Valeriano fue detenido y procesado en Santoña. A los ocho días salió en libertad condicional bajo fianza.

Tras el alzamiento militar contra el Gobierno de la República, Cantabria quedó dentro de la zona republicana. «A todas las personas de derecha que habíamos tenido algún detalle en contra de la izquierda nos encarcelaron», recuerda. «Dos meses después nos pusieron en libertad». Pero el 17 de octubre se presentaron en su casa miembros de la famosa checa Neila y se lo llevaron esposado al Alto de Jesús del Monte, lugar que se hizo famoso como escenario habitual de los 'paseos', por lo que Valeriano sospechó que se acercaba su fin. «Me dijeron: 'Vamos muchacho, vamos a echar una meada'. Me soltaron las esposas y ellos se apartaron también para mear. Yo no hacía más que rezar. Poco después me volvieron a subir al coche. Nunca supe si aquello fue un simulacro de 'paseo' para intimidarme».

Valeriano permaneció en la Prisión Provincial de Santander, en el barco-prisión Alfonso Pérez habilitado como cárcel para unos 900 presos derechistas procedentes de toda la región. «Allí murieron 154 amigos y compañeros míos». Para entonces, ya había sido trasladado a El Dueso, donde estuvo unos nueve meses hasta la liberación del penal, el 26 de agosto de 1937. Valeriano se incorporó enseguida a la lucha con las tropas nacionales. Como recluta del Batallón de Arapiles, llegó al frente de Guadalajara, donde Franco estaba reuniendo tropas para avanzar sobre Madrid. Más tarde, fue trasladado al frente de Teruel. «Fue mi primer contacto con el enemigo, en las navidades de 1937. Fue muy duro, soportábamos 20 grados bajo cero. Pedíamos una herida, una bala de la suerte, porque el frío era insoportable». Valeriano recuerda que, llevados por la desesperación, se ponían en pie o sacaban un brazo de la trinchera ofreciendo un blanco seguro al enemigo. Después de la recuperación de Teruel, participó en el frente de Aragón, en 1938. En abril, su regimiento tomó parte en el corte del Mediterráneo, conseguido en Vinaroz (Castellón). «Ahí comenzó a decidirse la guerra».

Este cántabro no puede olvidar que volvió a nacer en dos ocasiones. La primera, en la toma de Mosqueruela. «Nos lanzábamos granadas de una trinchera a otra, la separación era muy escasa... Hubo muchas bajas». Él era enlace y tenía que transmitir las órdenes del mando. «Mi capitán ordenó retirar la unidad y fui reptando por el suelo hasta donde estaba la avanzadilla. En un momento, bajo un fuerte ataque artillero, un proyectil pequeño se coló entre mis piernas, milagrosamente no llegó a explotar», recuerda sin disimular aún hoy un gesto de sorpresa.

La segunda fue en el frente de Madrid, en la localidad de Vaciamadrid. «Una noche, mientras hablaba con un comisario político, de trinchera a trinchera, alguien intentaba localizar por el sonido el sitio donde yo estaba. Lanzó una ráfaga y me rozó. Entonces mandé a mi equipo: ¡Cargar toda la artillería que haya sobre la trinchera enemiga!'. Al final nos pidieron que no tiráramos más, pero yo respondí : 'Vosotros habéis disparado cuando estábamos hablando y eso es una traición'».

A Valeriano le llegó la noticia del final de la contienda en Albolote, un pueblo cercano a Granada, donde ocuparon Las Pedrizas, una sierra muy rocosa. Allí sucedió uno de los hechos más curiosos de su guerra y que recuerda con una sonrisa: un día, desde la trinchera ocupada por los rojos, les ofrecieron jugar un partido de fútbol. «Los comisarios políticos republicanos y mis sargentos primeros se reunieron sin armas, en una zona neutral. El primer tiempo lo pitó un alférez nuestro y el segundo lo arbitró un comisario político. Terminó el partido 0-0 o 1-1, no lo recuerdo bien, lo mejor que podía ocurrir. Cuando nos despedimos alguien dijo : 'Vamos señores, esto se ha acabado, ahora el que asome la cabeza se la volamos'».

En 1941 Valeriano, fiel a su compromiso anticomunista, se ofreció voluntario en la División Azul que luchó en el frente ruso. La Segunda Guerra Mundial comenzó para él en Puschkin, una ciudad de unos 30.000 habitantes al sur de Leningrado. Fue destinado al primer batallón del Regimiento 263, 3ª compañía, con la graduación de sargento. Una noche los soviéticos atacaron su trinchera mientras dormían y apuñalaron silenciosamente a uno de los centinelas. Las tropas nacionales contraatacaron donde cayó muerto su alférez, llamado Lluch. En esta acción militar Valeriano Ruiz tuvo un comportamiento heroico y fue propuesto para la Cruz de Hierro alemana, que al final no le otorgaron porque había tenido lugar sin el consentimiento de sus superiores. Sí le concedieron dos medallas alemanas que conserva enmarcadas en su casa entre otras muchas condecoraciones españolas, así como un certificado reconociendo su entrega y valor. En 1943 se decidió la retirada de la División Azul y Valeriano y sus compañeros emprendieron un penoso regreso a España, casi un año después. En su retirada sufrieron un bombardeo de la aviación aliada en la ciudad alemana de Hof.

En vísperas de la Navidad de 1943 logró reunirse con su familia en Santander. Allí vive ahora, en su Villa San Roque, en San Mamés de Meruelo, con su mujer, junto a los recuerdos que marcaron su niñez y su juventud, y con las medallas que le reconocen su participación en la Guerra Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial.

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 11:13

Participó como mando militar en la toma de Palencia, Santander y Cataluña. No está mal para un adolescente que se marchó a la guerra por seguir a sus amigos. Gárate Córdoba, hoy coronel retirado de 92 años, fue uno de los militares del bando franquista que contribuyó a su victoria en el norte de España. Tenía 17 años cuando se produjo el levantamiento y recuerda a la perfección los días previos y el júbilo con que lo acogió Burgos, su ciudad. «Vivíamos en permanente tensión. Había muchas manifestaciones socialistas y pensaba que si ocurría algo, mi casa iba a ser objetivo directo de sus iras porque vivían arzobispos».

La sublevación vino del bando contrario. Del suyo y el de su familia, «muy religiosos y de derechas», dice. «El día antes del Golpe, empezamos a ver mucho movimiento de militares que se iban a confesar. Estaba a punto de pasar algo». Esa misma madrugada Burgos se sumó a la rebelión. «Eran las dos de la mañana cuando escuché los toques de corneta. El ambiente era festivo, con soldados y voluntarios subiendo a los camiones para salir hacia Aranda de Duero, donde se formó el frente. Incluso se abrieron las puertas de la catedral para cantar una salve por el Movimiento».

Gárate Córdoba era entonces un chaval que había terminado bachiller y militaba en las juventudes albiñanistas —movimiento fundado por el doctor Albiñana que propugnaba el nacionalismo español—. «La verdad es que no comulgaba mucho con sus ideas, pero quería estar con mis amigos», confiesa. Y así, por un nuevo gesto de camaradería, decidió unirse al golpe. «En Burgos había fusiles para todos, así que, cuando nos presentamos voluntarios, nos dieron un arma y una manta y nos quedamos esperando para el frente». Pero en lugar de eso, les trasladaron a un campo de artillería para sustituir a los obreros que manejaban la munición hasta ese momento. «Debieron de pensar que como eran obreros, no eran de fiar. Podían sumarse al bando enemigo».

«Allí hacíamos vida de campaña, lo pasábamos bien y aprendíamos, pero éramos jóvenes y necesitábamos acción», cuenta. Así que un día, ante los rumores de que se iba a tomar Madrid, sus amigos decidieron que querían estar en la batalla. A Gárate le cogió desprevenido. «Venga, coge el fusil y la manta, que nos vamos», le dijeron. Y allá fue, sin pensarlo demasiado, en un tren que debía dejarle en el frente de Leganés y al que fue a despedirle su familia, desolada. Era noviembre de 1936. «Anochecía y el tren me pareció una cárcel. Yo nunca había salido de Burgos y tenía miedo a lo desconocido. No sabía a dónde iba ni qué era eso de la guerra. Nadie me había enseñado a luchar, sólo a desfilar, disparar y poco más...». Así, ahogado en dudas, llegó al cuartel de Ingenieros de Leganés y se dio de bruces con la realidad bélica: camiones cargados de muertos y heridos salieron a recibirles. En pleno 'shock', un legionario les contó que estaban luchando en Puerta de Toledo, pero aquello no iba bien. Así no tomararían Madrid.

Gárate Córdoba siguió la batalla del Jarama desde segunda línea del frente. «Fue terrible: los bombardeos, el campo lleno de metralla, hombres amputados... Ahí empezamos a darnos cuenta de que la guerra iba a ser larga. Algunos de mi grupo decían que luchaban para vengar al doctor Albiñana —había sido fusilado por los republicanos en la cárcel Modelo—, pero yo sólo estaba allí por mis amigos. ¿Con quién puedes ir mejor a la guerra que con ellos?». Esa batalla supuso el inicio de su carrera militar, que terminó convirtiéndole en coronel. «Nos dijeron que si queríamos seguir, los voluntarios debíamos someternos al régimen militar y si no, abandonar en ese momento». Él optó por quedarse y solicitó un curso de alférez en Burgos.

Se encontró una ciudad muy distinta de la que había dejado. «Estaba llena de madrileños, catalanes, alemanes... Gente de todo tipo mezclada. En la casa de enfrente de la mía vivían Manuel Machado, un torero, un picador... Burgos era una ciudad del alzamiento, prácticamente todos eran del bando nacional, y el que no, lo disimulaba. Incluso los de izquierdas se hacían de Falange para protegerse: sólo tenías que presentarte en un cuartel y ya te daban un fusil y la camisa azul». Gárate reconoce que la vida no era fácil para los republicanos: «A muchos exaltados los buscaban para fusilarlos, pero se hizo lo posible por controlar a las milicias de Falange».

Recién licenciado, le destinaron a Palencia para sustituir a una unidad de Falange que había tenido muchas bajas. «Por las bajas de la guerra, yo, que era un alférez primerizo y no tenía ni puñetera idea, me encontré tomando el mando de la compañía y haciendo el trabajo de un capitán». Después de Palencia vino Santander, y se acababa de incorporar a la Quinta de Navarra para avanzar hacia Asturias —era septiembre del 37— cuando le hirieron en el vientre. «Menos mal que no había comido. Nunca lo hacíamos cuando íbamos a tomar algún objetivo porque si te hieren con el vientre lleno y te tienen que operar, puede ser fatal». Secretos de guerra.

Al salir del hospital, Gárate Córdoba fue a Cataluña, en cuya toma también participó. Estando allí le llegó la noticia del fin de la guerra. «Un coche del Estado Mayor fue de batallón en batallón anunciándolo: '¡Ha terminado la guerra, ha terminado la guerra!'». Gárate empezó así su nueva etapa como militar en paz. «Los mayores se fueron licenciando y yo me marché a una academia de transformación de oficiales en Guadalajara para seguir mi carrera». ¿Y cómo vivió la posguerra? «Viví siempre en zonas de derechas, me fui a Castellón, tuve nueve hijos y no percibí la represión, aunque la había. Por ejemplo, en Burgos estaba la cárcel donde había gente con una vida política que resolver...». Él mismo tuvo un tío al que metieron en un campo de concentración por rojo y condenaron a muerte, aunque su familia consiguió sacarle. ¿Mereció la pena tanta penuria? «El alzamiento debía durar del 18 al 25 julio. Así sí habría merecido la pena, pero se fue alargando y parecía que no iba a terminar nunca... Pero sí, claro, mereció la pena».

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 11:18

Pere Pi Cabanes (Barcelona, 1920) era un chaval preocupado por el fútbol que poco sabía de política cuando estalló la guerra. Su familia, dedicada al campo, no se metía en esos temas y él tampoco se había significado. Pero el 18 de julio de 1936 llegó para cambiar su historia. Quiso convertirse en héroe. Y se echó al monte. «Esa noche teníamos una cena del equipo para celebrar que habíamos ganado un torneo, pero empezaron a llegar noticias del levantamiento y lo suspendimos todo. Cada familia se quedó en casa a la espera de novedades». Cabanes tenía 16 años, vivía en Granollers y trabajaba como botones de un banco. La guerra le sorprendió en zona roja y no dudó un segundo en sumarse a la causa.

«Queríamos cambiar el mundo y nos convencimos a nosotros mismos de que los malos eran los nacionales. El que de joven no es revolucionario, es que no tiene corazón, pero el que de mayor lo sigue siendo, no tiene cabeza», bromea ahora. Y es que Pere Pi Cabanes es uno de los miles de desencantados con cómo transcurrieron los acontecimientos en su bando. «Algunos amigos nos metimos en las JSU —Juventudes Socialistas Unificadas— y los mayores se fueron voluntarios con los carabineros, así que cuando se formó el Ejército Regular Popular, los más pequeños también nos presentamos voluntarios». En abril de 1937 Pere se sumó a las tropas. Había cumplido 17 años. 'La Quinta del Biberón', los llamaron.

Pere y sus compañeros fueron directos a un campo de instrucción premilitar y después, a la Escuela de Especialidades, eufemismo de guerrilleros, un cuerpo que el Ejército republicano quería mantener oculto, sin que el enemigo supiese de su existencia. «Todos los instructores eran rusos y allí aprendíamos a hacer el bárbaro», se ríe, mientras recuerda cómo le enseñaban a volar un puente o hacer saltar por los aires los vagones de un tren. «Es facilísimo [más risas] cualquiera puede hacerlo». Al fin, en mayo del 37 le enviaron a la 236 brigada de la 75 división del XIV Cuerpo de Ejército de Servicios Especiales —de nuevo el eufemismo—. Y comenzó su etapa de guerrillero, que emprendió con la convicción de que podían ganar la guerra.

Pere nunca olvidará aquellos meses empotrado en el monte. «La vida era dura, teníamos que atravesar trincheras, hacer volar puentes, infiltrarnos en las tropas nacionales y atacarles desde dentro —lo hacían vestidos con los uniformes fascistas que robaban a sus prisioneros—. Además, las armas escaseaban en el Ejército Republicano [formado por voluntarios]. Sólo teníamos explosivos y 'naranjeros' [ametrallador que imitaba al Snaider checoslovaco]». A sus 92 años, Pere recuerda como si fuese ayer las guardias, las escuchas, las esperas... En su brigada, que cubría de Lérida a Francia, había un centenar de hombres. «Pasábamos el día haciendo instrucción o cumpliendo las misiones que tuviésemos. Y por la noche, dormíamos en un pajar, en el monte, en algún pueblo...». Sólo vio a sus padres una vez en los tres años que duró la guerra. Era el invierno de 1938, unos meses especialmente duros en los que todo escaseaba, pero su madre consiguió una cazadora de lana y se la subió al monte. Cosas de madres.

Los meses avanzaban de mala manera para los republicanos, pero los guerrilleros vivían ajenos a la realidad. «Sólo nos llegaba la prensa del partido, sobre todo 'Mundo Obrero', y nos contaban la guerra como querían. Hasta el último momento, pensamos que estábamos ganando». Hasta que, el 1 de febrero de 1939, llegó la orden de retirada y huida a Francia. Pero incluso entonces, Pere seguía creyendo que la victoria era posible: «Pensaba que en Francia nos recogerían y nos llevarían en barco a Alicante para echar desde allí a los fascistas. ¡Qué iluso era!».

Emprendieron la huida a pie y al llegar a la frontera, cavaron un agujero y dejaron allí sus armas, pensando que podrían recogerlas si volvían. «Estuvimos caminando hasta que nos topamos con unos gendarmes que nos llevaron al campo de concentración de Saint Cyprien». Estaban solos. Su jefe, el coronel Pelegrino, salió vestido de paisano, con pasaporte diplomático y el dinero de sus soldados rumbo a Moscú. Poco que ver con la suerte que corrieron sus guerrilleros. «El campo de Saint Cyprien estaba en una playa enorme. Allí sólo había arena. Nos daban para comer un pan para 25 personas y agua del mar. Estuvimos unos 20 días hasta que nos dieron a escoger entre las brigadas de trabajo de Franco o irnos como voluntarios de la Legión Francesa a Indochina». Él optó por lo primero.

Entonces empezaron los trabajos forzados. «Fuimos unas 3.000 personas hasta un campo militar que vigilaban soldados senegaleses descalzos. Estábamos todo el día cavando». Cabanes estuvo allí más de un año y consiguió salir gracias a una disposición que dejaba en libertad a los condenados en edad de ser llamados a filas. Era su caso y le mandaron a hacer la mili en África por desafecto. De allí pasó a Zaragoza, donde cumplió servicio hasta 1945. Demasiados años pagando la ilusión adolescente de ser un héroe de guerra.

Pere no ha vuelto a militar. «Cuando me encontré en el 39 en aquel campo de concentración pasando hambre y calamidades y no vi allí a ningún jefe político ni militar dije: 'Se acabó'. Hasta el 39 yo vivía de ilusiones, después me vacuné».

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 14:46

De Rusia se trajo muchos recuerdos y 11 años de su juventud pasados entre los muros de los campos soviéticos. Gerardo González, de 89 años, se alistó en la División Azul con sólo 19 años y hoy aún habla y lee ruso. También tiene como lema una frase que Dostoievski le tomó prestada a San Agustín: «Es malo sufrir; es bueno haber sufrido». Una máxima que se toma al pie de la letra. Cuenta su niñez con la Segunda República, su adolescencia con la Guerra Civil y su experiencia como soldado alemán en la dura estepa. Y, en su relato, se nota el dolor por lo vivido pero también la ausencia de rencor: «Si es que en todos los sitios hay buenas personas».

Gerardo González, madrileño, de la misma Glorieta de Cuatro Caminos, llevaba aún pantalones cortos y se pasaba las horas muertas en la calle. Un día, recién iniciada la Guerra Civil, vinieron unos desconocidos a su casa y su madre les abrió: querían llevarse a su padre, simpatizante de la Falange y sobre todo del padre de José Antonio, Miguel Primo de Rivera. «Le habían denunciado los socialistas y venían a arrestarlo los comunistas. La suerte fue que mi padre no estaba, y yo subí y me enfrenté a ellos. Cuando se marcharon, mi madre fue a buscar a mis primos, que eran milicianos republicanos. Fueron a por él al Metro, que era donde mi padre trabajaba, para ponerlo a salvo. Sus compañeros pensaron que le iban a matar, pero mis primos lo escondieron durante seis meses hasta que las cosas se calmaron. Aunque teníamos ideas distintas, éramos como una piña. Y ya no le molestaron para nada».

Pero la semilla quedó ahí y la situación en Madrid le parecía insoportable: «Quemaron el colegio de mi hermano, uno de frailes, el Maravillas. Estaba donde ahora se ubica el mercado. Además, ardían muchos conventos. En los primeros momentos de la Guerra hubo una fiebre terrible: había muchos fusilamientos, en El Pardo, en la Dehesa de la Villa...». Incluso un tío de sus familiares republicanos, que era alcalde de Guadalix de la Sierra (Madrid), fue capturado por las milicias, llevado a la cárcel Modelo (en Moncloa) y en un levantamiento en la prisión acabó sus días en Paracuellos. Mientras tanto, el joven Gerardo prefería los toros al colegio: «Intenté tirarme a la plaza y me llevaron a la cárcel unos días». Cumplió poco tiempo, pero allí vio demasiadas cosas cuando compartió celda con los presos políticos.

La Guerra Civil termina con la victoria de Franco, su madre fallece a los 39 años en el hospital y su padre se queda con cuatro hijos a su cargo. Gerardo todavía es testigo del fusilamiento de un primo suyo, de izquierdas, Ángel: «Era de Villalba pero vino a Madrid con su mujer, Cari, y con su hija. Mi padre le dijo 'vete,' pero él le contestó 'no, tío, no creo que me vayan a hacer daño'. Le condenaron a muerte. Fíjate mi padre, qué disgusto. Otro primo, Antonio, se pasó a Francia. Con los años nos vimos en España. He tenido una familia entrañable aunque pensara de forma diferente».

Gerardo pasa por los calabozos y ve cómo se llevan a la gente para ejecutarla. En el 41, Serrano Suñer, cuñado de Franco, diseña una pequeña incursión de España en la Guerra Mundial que terminó en fiasco: la División Azul. Gerardo quiere alistarse con los primeros, pero es demasiado joven. Lo consigue en febrero de 1942: «Yo creía que toda la culpa era de Rusia. Pero Rusia no fue culpable». Precisamente, Serrano Suñer el 24 de junio de 1941, en un discurso en el balcón de la Secretaría del Movimiento, justifica la acción con la frase «Rusia es culpable». Para Gerardo, los verdaderos responsables son los «países imperialistas»: «Fueron EEUU, Inglaterra y Alemania; a ver si ahora resulta que Hitler estaba ahí por su cara bonita y nadie le votó».

Salto en el tiempo como su memoria. Se alista en febrero de 1942 y tras un pequeño adiestramiento en Alemania llega a Novgorod a últimos de marzo. Allí tocó el cuerpo a cuerpo. Gerardo asegura que no tenía ni idea de las barbaridades que estaban haciendo los alemanes, aunque sí vio a judíos marcados con la terrible estrella amarilla. Un año después, combate en Krasnibold, una batalla enmarcada dentro del Cerco de Leningrado, que dejó unos 4.000 muertos entre los españoles: «Ese cuadro no se me olvida; los españoles morían incluso sin ser atendidos. Fue una matanza, había gente agonizando por todas partes. Yo no estaba herido pero me apresaron». Los cálculos indican que fueron tomados prisioneros más de 300 y sobrevivieron unos 200.

Ya en el traslado, Gerardo no permitió que le maltrataran y se enfrentó a un armenio que le golpeó para que se levantara. Un carácter rebelde —«he sido un buen habitante de los calabozos porque protestaba mucho»— que le llevó incluso a tratar de escapar. Le juzgaron en Leningrado y le llevaron a Moscú. A los españoles, se cree que por una especial simpatía de Stalin, les trataron mejor que a los alemanes. Notaban cómo iban las relaciones con Occidente según se comportaban con ellos: «Nos pusieron a todos los españoles juntos. No nos trataban tan mal, como en todos los lugares había carceleros buenos y carceleros malos».

«La orden de la liberación vino de sopetón», recuerda Gerardo. El 2 de abril de 1954 salieron de las celdas. Los españoles son llevados de Odesa (actualmente en Ucrania) a Barcelona en un barco griego, el Semiramis, fletado por la Cruz Roja. En España le esperaban dos de sus hermanos, porque su padre había muerto durante su presidio («No he disfrutado ni de mi padre ni de mi madre»). El abrazo fue de los que no se olvidan. En España conoció a su novia, se casó y tuvo dos hijas, que le han dado cinco nietos.

Volvió a Rusia muchos años después y vio los escenarios que le tocó vivir de una forma muy distinta. Recuerda a Galina, la enfermera que le cuidó cuando le cayó encima un madero que le provocó fiebre muy alta. O cuando pasó el paludismo o la hepatitis B y trataban de curarle con vodka. Recuerdos y recuerdos que se entrecruzan con fotos, con sus compañeros, con himnos de los que no olvida la letra: «En Rusia hay buena gente. Te digo una cosa, me hubiera cagado en la madre de Stalin, pero si hubiera querido, nos habría fusilado». Y en la memoria, una enseñanza: «La guerra es lo peor que puede haber en el mundo»

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 14:55

«18 de julio de 1936. El día que España se dividió en dos...», Federico Gómez de Salazar se queda pensativo. Sí, su nombre resulta más que familiar, pero en este caso habla su hijo. El hijo del conocido teniente general, el último gobernador español en el Sáhara, la cabeza del Consejo de guerra a los golpistas del 23-F. Eso sí, en esta ocasión echa la mirada décadas atrás para hablarnos del teniente que acompañó en África a Franco los primeros días del Alzamiento y que continuó con su misión en la zona del Ebro. «Las ideas de mi padre estaban muy claras: Nunca se metió en política, lo suyo era el Ejército. Al morir Franco se enfundó el brazalete negro y cuando llegó Juan Carlos se puso a trabajar con toda normalidad. Mi padre era un militar, aceptó su mundo y sus normas. Intentó cumplir la ley en cada una de las épocas que le tocó vivir».

Federico Gómez de Salazar Girón —su madre era María Jesús, hija de Girón, ministro de Franco— nació en el año 54 y aunque conoce milimétricamente la historia de su padre (Toledo, 1912 - Madrid, 2006), cuenta que nunca le gustó mirar al pasado ni hablar de él. «Estuvo en tres frentes [también formó parte de la División Azul], pero nunca fue un hombre que impusiera ideas, dejaba libertad de opinión. Y si algo me produce emoción es saber que mi padre nunca dijo: 'Fuego'. Nunca ordenó una ejecución».

Recibió la Medalla Militar Individual por su actuación en la zona del Ebro, más concretamente en un sitio conocido como la Codoñera. «Allí estuvo un tiempo junto a un pequeño grupo defendiendo una cima, en ella cayeron muchos. Luego llegaron los demás». Federico recuerda el rosario de heridas de su padre, «ni más ni menos que el de los demás», y explica que «pasó hambre, aunque nada comparado al resto. Tenían cartilla de racionamiento, pero comían en comedores militares». Algo de lo que Federico fue testigo con los años, y sobre lo que reflexiona, son las amistades que nacen durante la contienda. «Cuando te juegas la vida se te olvida el grado, no existe. En la guerra nace una hermandad inexplicable. Y es que quien tienes a tu lado puede morir al día siguiente».

Sobre la batalla en sí, poco más que añadir. «A mi padre no le gustaba hablar de este tema. Él sabía en todo momento que hacía lo correcto. Le tocó estar en África con el Alzamiento Nacional y allí estuvo, con las tropas africanas que se unieron al cuerpo del Ejército creado por Franco». En medio de su relato, Federico analiza la guerra: «Yo creo que había un descontento en la población, pero Franco pudo haber buscado otra solución, haber acordado algo con Negrín y así no habríamos enterrado a tanta gente». Con respecto a la estrategia militar del caudillo, «para mí hubo un error [militarmente hablando], y ése fue la toma del Peñón de Gibraltar». El teniente Gómez de Salazar ya no estaba allí cuando dieron ese paso.

Sus padres se casaron en plena guerra, en territorio nacional «y con anillos de plata. El oro estaba destinado a comprar material para la batalla». De su madre, María Jesús Girón, cuenta poco: «Era 'señora de' y sufrió mucho en silencio. España ha cambiado mucho en muy pocos años. Mi madre vivió en ese mundo donde el hombre dominaba».

Su familia también conoció la cara más amarga de la contienda. Su tío también combatió, su destino: el Alcázar de Toledo. No corrió la misma suerte que su padre y allí está enterrado. Al llegar a este tema, Federico se pone serio y arremete contra Zapatero: «El rojo y el azul ya sólo eran colores, ahora los han vuelto a poner de moda. Me pone de los nervios el tema de la Memoria Histórica. Hay que recordar que en esa memoria también entra el otro bando. Hay un sitio en Toledo, la Puerta del Cambrón, que yo la llamo 'la puerta del cabrón' porque gran parte de mi familia está ahí abajo muerta. ¿Qué pasa¿ ¿Van a coger y levantar el barrio? ¿Lo van a levantar en busca de cadáveres para identificarlos y darles sepultura? Devuélveles la dignidad y punto».

Una vez finalizada la Guerra Civil, le tocó Rusia. «Yo tengo una medallita que dice que soy hijo de divisionario. No me gusta. Eso es separar y no sé si algún día la encontraré. Mi padre sufrió mucho por entonces». Regresando a la posguerra, vivieron en un acuartelamiento del Estado Mayor en Madrid, su padre estuvo de comandante. «Se bañaba en la piscina, practicaba hípica, golf... hasta que lo destinaron al cuerpo diplomático. Yo tenía seis años cuando se convirtió en agregado militar en Turquía, Siria, Grecia, Egipto, y nos fuimos de la capital. Tuve la suerte de conocer un mundo exterior muy divertido. Hice mi primera comunión en el Monte de los Olivos». Como anécdota cuenta que en muchas ocasiones tenían que visitar las embajadas de países del sector comunista, y «allí estábamos, tan tranquilos».

«Yo he sido hijo de un teniente general, todas mis relaciones eran como 'hijo de', pero mi vida era exactamente igual que la de mis compañeros. Yo estoy feliz de ser hijo de Federico Gómez de Salazar, de mi padre hablará la Historia»

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 15:00

José HERRERA GONZALEZ


El destino hizo que naciera un 14 de abril (Día de la República). Y la República le marcó para siempre. José Herrera Sánchez nació en 1919 en San Cristóbal de la Cuesta, un pueblo cercano a Salamanca, pero su vida ha transcurrido en Sevilla. Antes, en su adolescencia, estudió en el Seminario Concilial de San Dámaso de Madrid, de 1932 a 1936. «Yo sólo quería ser sacerdote», afirma. Uno de sus malos recuerdos le lleva a sus paseos habituales de los jueves con sus compañeros de curso. Vestidos con sus sotanas soportaban que les llamaran «cucarachas, entre otras lindezas».

El 23 de agosto de 1936 José Herrera ingresó en el Requeté de Sevilla. Su lema, «Dios, patria y rey», le cautivó desde un principio. «Para mí la religión era lo más importante. Era vital», asegura con contundencia. Combatió primero como soldado y después como oficial. Su bautizo de fuego fue en la conquista de Ronda, donde conoció al general Varela. En diciembre participó en la ofensiva de Jaén. A partir de ahí comienza una dura vida de guerra de trincheras y de ofensivas contra el Ejército repúblicano.

Ante la inevitable pregunta de qué sintió cuando disparó su primer tiro, afirma sin remilgos: «Yo tiraba a matar. El enemigo hacía lo mismo. Estamos hablando de una situación extrema. No podemos juzgar los hechos con el pensamiento de hoy». Y asegura: «Si hoy tuviera que disparar probablemente, no lo haría a matar. Pero en aquel entonces no tenía madera de mártir».

Numerosas anécdotas documentan la dureza de la contienda: «Yo tenía los zapatos rotos, y le quité a uno de las brigadas internacionales que estaba muerto los suyos, que por el número de pie me iban fantásticos. No es para sentirse orgulloso, pero había que sobrevivir». Otro de los momentos más duros de la guerra que tuvo que afrontar fue en pleno mes de agosto en el frente de Extremadura: «Sin agua, ni un árbol para poder cobijarte del sol nos enfrentamos contra unos tanques. Un mando me ordenó que tomará unas latas de gasolina y se las arrojara a los carros de combate para incendiarlos». Cuenta también que en el frente de la Sierra de las Cabras hacía mucho calor: «En un momento de desesperación, un compañero requeté salió corriendo con unas cantimploras y se metió en un pozo cercano. Nos lanzaba agua mientras le cubríamos».

Durante la guerra Herrera perdió a muchos compañeros. Recuerda cómo en una ofensiva enemiga de 27 oficiales, quedaron tres, y de tropa poco menos de la mitad. «Mi unidad quedó deshecha». Y cómo durante una batalla cayó a su lado, de un disparo en el vientre, su agente de enlace, encargado de comunicar sus órdenes a sus subordinados.

«Aunque estaba totalmente prohibido hablar con el enemigo, nos saltábamos la regla a la torera para hacer intercambios con los rojos. Nosotros teníamos tabaco de la zona de Canarias, y ellos tenían papel de fumar porque lo fabricaban en Alcoy. Así que algunas veces hacíamos el intercambio, quedando entre trinchera y trinchera. Desde luego a quien le tocaba hacer el intercambio, lo pasaba fatal. Sabías que te estaban apuntando 100 fusiles». La noticia del fin de la guerra le llegó en las trincheras del Sector Cabeza de Buey, en la provincia de Badajoz, y junto con sus compañeros lo celebraron «tirando bombas de mano y pegando tiros como en el Oeste».

José Herrera piensa que España estaba reconciliada hasta la llegada al poder del PSOE. «Zapatero ha resucitado las tensiones que ya no recordaba la sociedad española. Ha establecido una ley de Memoria Histórica partidista que aviva rencores». Herrera está convencido que esta norma «es perversa desde su proyecto hasta su realización. Tiene los mismos fines marxistas de la Segunda República. Esto es, eliminación de los valores cristianos y obtener el poder absoluto. Se repite la película con distintos actores y secuencias, pero con los mismos objetivos».

Herrera se retiró del servicio activo siendo coronel diplomado de Estado Mayor. Habla con orgullo de haber formado parte del tercio Virgen de los Reyes de Sevilla, del que ha escrito un libro con su historia. Piensa que la guerra truncó su proyecto de vida que iba destinada a ser sacerdote y no se considera ningún héroe. Combatió con coraje por sus ideas, de las que no se ha apartado en ningún momento de su vida.

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 15:05

Jesús MARTINEZ TESSIER


Como a muchos de los que combatieron en la Guerra Civil, a Jesús Martínez Tessier (1914-1995), padre de los escritores Jorge y Javier Reverte, los fusiles y las trincheras le provocaron un síndrome que le duró toda la vida: el del silencio. Mejor no hablar de algo que no debería haber ocurrido. Jesús luchó en el bando republicano durante la contienda y en la División Azul que Serrano Suñer, con la frase «Rusia es culpable», envió a la Unión Soviética para acabar con eso que llamaban judeobolcheviquismo. Aquella aventura en la que miles de españoles vistieron el uniforme del Ejército alemán y estuvieron a las órdenes de Adolf Hitler. El Führer había previsto que Rusia cayera en pocos meses, pero la Historia le guardaba un fin bien distinto.

«Era una guerra mucho más fuerte que la que habían tenido antes los españoles. Ellos juran lealtad al Fürher, era una división alemana, no española, porque si hubiera sido así, hubiese sido un 'casus belli' de Franco contra los Aliados», explica Jorge M. Reverte, hijo de Jesús y que recientemente rescató las vivencias de estos soldados en su libro 'La División Azul (1941-1944)' (RBA). «La acción de estos hombres estaba dentro de las órdenes que diera Hitler y entre ellas estaba la de matar a los prisioneros que se consideraran mínimamente sospechosos de ser guerrilleros. Allí no había Convención de La Haya. Y ellos tenían esos mismos mandatos, algo que los jefes de la División Azul quisieron borrar». Silencio y dejar pasar, de nuevo el síndrome.

Jorge recuerda que a su padre no le hacía ninguna gracia ver a sus hijos vestidos de uniforme en los campamentos del Régimen ni soportaba el frío. Rusia quedó clavada en el corazón, pero prefería que no saliera de ahí. «Cuando era muy mayor le obligué a escribir sus memorias para distraerse. Sólo fui capaz de leerlas cinco años después de que muriera. Era una carta que me dirigía y a la que me costaba mucho enfrentarme. Pero un día me decidí y me pareció buenísima [las memorias, 'Soldado de poca fortuna', acaban de ser republicadas']».

Ahí su padre contaba vivencias diarias mezcladas con su camino al frente. Había hechos propios de crónica bélica mezclados con visicitudes personales: «Leyéndolo me di cuenta de que la Guerra Civil estaba contada de una manera en la que no se explicaba del todo qué había pasado». La de Jesús Martínez empezaba en el 37, en Madrid, territorio republicano. Luchó con la división del Campesino y participó en la Batalla del Ebro. Terminó la contienda en Cataluña y la victoria de los nacionales le llevó al campo de concentración de Miranda de Ebro. Luego, como muchos de sus compañeros, tuvo que hacer la mili en África con unos colores distintos.

Año 41. Jesús es taquígrafo de 'Arriba', el periódico de la Falange, y sus directores decidieron que toda la redacción tenía que apuntarse a la División Azul: «Al final fueron cuatro: dos que habían luchado en el bando republicano, otro sospechoso que estaba sometido a un expediente de depuración y un cuarto, fundador de Falange, que fue el único que insistió en ir de verdad». Una guerra a nada menos que 6.000 kilómetros de distancia: «Era un disparate. Fueron allí sin ser soldados de verdad, descamisados, y se encontraron con que no iban a llegar a Moscú subidos a un tanque alemán. Tenían que caminar 1.000 kilómetros para llegar a un frente terrorífico; ejércitos enormes con grandes despliegues de artillería y batallas mucho más fuertes que las que conocían. Y un frío que a veces alcanzaba los 50 grados bajo cero. Estaban completamente superados. Estas noticias llegaban a España y, milagrosamente, comenzó a decrecer el número de falangistas revolucionarios».

Además, la ruta de 1.000 kilómetros había dejado visiones insoportables: «Se encontraron a hombres colgando en las calles con cartelones que decían 'judío partisano'. Ellos llevaban la retórica del judeobolcheviquismo, pero una cosa es la retórica y otra es la realidad. Vieron columnas de prisioneros rusos a los que, cuando caían desmayados por el hambre o por la fatiga, los alemanes les remataban en el suelo. Todo aquello quebró muchas cabezas, pero no lo contaban». En el juego también estaban metidos los intereses políticos en España. El general al mando era Muñoz Grandes y enseguida pensó que podría volver y obligar a Franco a entrar en la Segunda Guerra Mundial. Incluso acarició la idea de quitar al Caudillo de en medio, recuperar Gibraltar y hacerse con las posesiones francesas en África. «Franco además estaba encantado, porque le habían quitado a los falangistas revolucionarios, que eran un incordio. Los militares los detestaban y los rusos le hicieron un favor enorme a Franco, porque mataron a la mitad, y los que volvieron lo hicieron con muchas menos ganas».

Los primeros divisionarios volvieron en el 42. Eran los amigos de Serrano Suñer que se habían cansado de la aventura y que querían hacerse valer en Madrid. Poco después se produce el primer relevo oficial en el que todavía son recibidos con flores y discursos. Los siguientes, con el avance Aliado, procuraron que pasaran más desapercibidos. Jesús retorna con la mente llena de recuerdos que hubiera preferido olvidar. Con el tiempo llega a ser uno de los responsables de la agencia Efe, pero sin significarse demasiado políticamente. Y con Yuri en la cabeza, un prisionero ruso con el que trabó amistad y al que con su marcha le esperaba un final desgraciado. Jorge se llama así por aquel Yuri. También se trajo odio, uno incansable contra la guerra: «Detestaba la violencia, decía que la guerra no era más que sangre, frío y hambre, que en ella no había nada hermoso. A mí eso me parece una enseñanza estupenda».


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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 15:13

Pasa las mañanas en un sótano de Madrid rodeado de iconografía falangista. Cuadros de Primo de Rivera, obras con su ideario, CDs de misas en el Valle de los Caídos y una enorme bandera preconstitucional bordada por unas monjas cuando el bando nacional tomó Bilbao adornan el cuartelillo de su asociación. Jaime Suárez (1927) es el alma de Plataforma 2003, una organización dedicada a reivindicar la memoria de José Antonio. Toda su vida ha estado marcada por la guerra.

Tenía nueve años cuando estalló la contienda y ya se consideraba un huérfano de ella: su padre, capitán del Estado Mayor, había sido fusilado por los independentistas catalanes en la Revolución de Octubre del 34. Murió en la Plaza de Sant Jaume de Barcelona, delante de la Generalitat. «Fue ahí cuando comenzó la Guerra Civil. Si no hubiesen hecho esas cosas, habríamos seguido con la República muchos años», argumenta ahora, analizando el pasado. Él vivía en Zaragoza cuando se produjo el Golpe. «En la zona nacional decretaron el estado de guerra desde el principio y el Ejército tomó el mando de todo. Me acuerdo de ese día porque cuando salí a la calle, estaba llena de militares y uno me contó que había visto cómo mataban a mi padre». Es su recuerdo más importante de aquellos días. Era un niño al que le había arrebatado al padre y lo único que le interesaba era su memoria.

Tras el levantamiento, Jaime y su hermano pequeño ingresaron en un Colegio de Huérfanos de Militares en Valladolid, mientras que el resto de la familia —madre y cinco hermanos— se trasladó a Madrid. «El colegio era una mezcla de orfelinato y cuartel. Seguíamos una disciplina férrea de la que nos sentíamos orgullosos porque nos hacía sentir parte de la familia militar. Yo no pude hacer después carrera porque era miope, pero me habría gustado mucho». Jaime era entonces muy pequeño, pero asegura que percibía que en aquella guerra «se mataba a gente».

«Veíamos a los sargentos dispuestos a disparar y vivíamos en plena efervescencia patriótica. Como estábamos en zona nacional, cada vez que se liberaba una ciudad, la gente salía a la calle para celebrarlo. Todas las semanas había fiesta porque había caído Málaga, Santander, Teruel... y los niños participábamos de la euforia. Además, los huérfanos de los últimos cursos se fueron al frente y pasados los meses, volvían al colegio para presumir vestidos de militar y contarnos las batallas en las que luchaban. Todos los huérfanos teníamos un número [Jaime era el 12] y era tradición que nos hiciesen regalos o nos diesen dinero a lo que habíamos heredado el suyo».

El episodio más grave lo vivió en 1938, cuando el colegio fue objetivo de un ataque de la aviación republicana y él mismo fue alcanzado por las bombas. «Sonó la sirena y todos bajaron a refugiarse al sótano menos yo y un amigo que estábamos terminando una partida». La metralla le dio de lleno, por rebelde, y le llevó ocho meses al hospital con heridas en la cabeza y el intestino fragmentado. «Tuve hasta 60 heridas y no había antibióticos para curarlas, sólo Ceregumil y sidra, que decían que desinfectaba. Comíamos manzana sin parar», recuerda entre risas. «Creo que en la zona nacional se sufrió menos que en la roja, hubo menos bombardeos», concede después. Jaime pasó los tres años de contienda interno en ese centro sin saber nada de su familia. «La guerra fue terrible para los que estábamos en bandos separados. Había una falta total de comunicación. Yo ni siquiera sabía si mi madre estaba viva. Fueron tres años eternos».

Así llegó febrero del 39 y con él, las noticias de que iban a tomar Madrid. Así que Jaime, que llevaba tres años escuchado hablar del frente sin hacerse una idea de cómo era, se escapó vestido con su uniforme de huérfano militar y se subió a un camión de soldados rumbo a la capital para ser testigo de la gesta. Logró encontrar a su familia, a la que regresaban esos días todos los miembros que habían estado diseminados por la contienda: uno de sus primos —falangista—, su padrino —sublevado en Melilla—, y su hermano mayor, también falangista, que estaba en la resistencia en Madrid retenido por los republicanos. «Le habían detenido y en vez de mandarle a una checa para fusilarle, le enviaron al campo de batalla como castigo. Así que asistió a la toma de la ciudad desde un batallón de fortificación del frente rojo. Esos días, la capital era el punto de encuentro de muchos militares que iban al Desfile de la Victoria».

Su hermano, su primo y su padrino cumplieron su deseo de ver el campo de batalla y le llevaron a Ciudad Universitaria, donde había unas tablillas que delimitaban los bandos: 'nosotros', 'ellos'. «Entonces mi hermano dijo algo revelador: 'Acabamos de ganar la guerra, pero acabamos de perder la paz. Un ejército que en las trincheras explica la contienda distinguiendo entre bandos, va a hacer imposible la reconciliación. Así nunca se podrán superar las causas que llevaron a esto».

Marcado por esa reflexión, Jaime pasó la posguerra de campamento en campamento con el Frente de Juventudes: «Hacíamos actividades relacionadas con el aire libre y pedíamos 'por Todos los caídos por una España mejor'», plegaria, que —asegura— incluía a los dos bandos. Y pone como ejemplo de esa pluralidad de las juventudes de Falange el hecho de que el padre del jefe de su centuria había sido fusilado por Franco.

¿Y qué pasaba con la represión que padeció medio país? «Saberlo, se sabía. Se sabía que había gente escondida, pero siempre se pensaba que algo habrían hecho. Igual que los rojos sabían lo de las checas o lo de Paracuellos, pero todo se excusaba. No había capacidad de raciocinio. Hubo muchas venganzas, humillaciones... Ni murieron todos los malos, ni vivieron todos los buenos», reflexiona. Y así este hombre que se siente incomprendido tanto por la derecha como por la izquierda, termina su relato concluyendo que no mereció la pena. «Las guerras son inútiles. Ahora estamos en el mismo sitio que en el 31, ¡fíjate todo lo que nos podíamos haber ahorrado!».

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor miliciano » 17 Mar 2018 18:57

Gracias compañero! :saluting-soldier:
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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 17 Mar 2018 20:09

Bombardeo de Guernica.


Aparte de militar y pionero de la aviación, el general Jesús Salas Larrazábal ha escrito varios libros sobre la guerra civil española, en la que él participó. En 1987, publicó ‘Guernica’, una investigación sobre el bombardeo del pueblo vizcaíno.

Cifró el número de fallecidos en menos de 130, muy lejos de los casi 1.700 que suelen dar los nacionalistas vascos y los universitarios de izquierdas. Unos años antes, Vicente Talón había refutado en su ‘Arde Guernica’ otra de las piezas del mito: el mercado de los lunes había sido suspendido el domingo, lo que explica los escasos muertos.

¿Puede establecerse definitivamente el número de muertos, tal y como usted publicó hace muchos años, o debemos tener en cuenta alguna revisión al respecto?

El número de muertos máximo, por todos los conceptos, no sobrepasa el de 126. Eso, teniendo en cuenta, por ejemplo, a tres gudaris (soldado vasco) que murieron en Guernica en esas fechas y que se encontraban allí en función de que la villa albergaba un hospital de sangre. Se suspendió el tradicional mercado de los lunes, aunque, sin duda, algunos de los que habían acudido de las localidades próximas se quedaron a echar el día allí. Quizá por esa razón hay una veintena de cadáveres sin identificar.

Incluso la mortandad se incrementó por una acción fortuita, como fue la caída de una bomba en el asilo de la localidad, completamente fuera de todo objetivo militar. Muy probablemente –dada la tecnología de la época- alguna bomba quedó enganchada a la hora de ser soltada y fue a caer en el citado asilo por causa de las sacudidas del avión.

¿Fueron los efectos del bombardeo la única causa de la destrucción de la villa?

Desde luego, las bombas fueron la causa que desencadenó el incendio. Pero los bomberos de Bilbao tardaron más de dos horas en llegar y se retiraron sin haber combatido el fuego. Las bombas parecieron haber afectado a unos 50 edificios y, sin embargo, casi 200 fueron pasto de las llamas. Indudablemente, los daños podían haber sido mucho menores, en otro caso.

Además de que el bombardeo de Guernica no fue ni mucho menos el primero sobre población civil en la historia, ¿puede hablarse de Guernica como objetivo militar?

Sin la menor de las dudas, Guernica lo era. Irónicamente, en Guernica se fabricaban bombas incendiarias del mismo tipo que las que la destruyeron. Había tres cuarteles de gudaris, uno por batallón; y existían siete refugios antiaéreos, prueba en sí mismo del reconocimiento de Guernica por parte de los defensores de su carácter militar. Siete refugios para una población que no llegaba a los 5.000 habitantes. Eso es algo desproporcionado. Y, aunque no pueda contemplarse, claro está, como objetivo de destrucción militar, existía un hospital de sangre. Guernica era objetivo militar, sí.

UNA DECISIÓN DEL MANDO DE LA LEGIÓN CÓNDOR


Concretamente, ¿qué es lo que motivó el bombardeo?

Ese carácter militar de la población, combinado con una controversia estratégica en el bando nacional.

Mola pretendía avanzar hacia Bilbao por el eje Durango-Amorebieta. Richtofen vio, acertadamente, que la estrategia más adecuada era la que él proponía en sustitución de la de Mola. Este pretendía una ruptura doble, convergiendo sobre Durango. Sin embargo, no pudo llevarse a cabo por falta de artillería, de modo que esta hubo de utilizarse de forma sucesiva y no simultánea. Con la llegada de García Valiño a Oíz, Richtofen se dio cuenta de que la salida más acertada era en dirección a Guernica, pero Mola no quiso cambiar el plan. Richtofen comunicó su parecer a Vigón, pero éste era sólo un teniente coronel que debía informar por conducto reglamentario. Seguramente Mola nunca supo del ataque hasta que se produjo. Vigón no tenía acceso directo a Mola y von Richtofen decidió actuar por su cuenta para forzar la estrategia nacional. El resultado fue Guernica.

¿Cómo explica el mito que se ha creado en torno al bombardeo de Guernica por más que, en los últimos años, haya sido convenientemente aclarado? Porque lo cierto es que, más allá de quienes se ocupan de la historia, mucha gente sigue creyendo que se trató de una matanza contra vascos indefensos para ‘castigarles’ por apoyar al Frente Popular.

Efectivamente, Guernica se ha convertido en un mito. Para los profesionales es algo sustanciado hace tiempo. No hay grandes dudas al respecto. Sin embargo, fue un mito que se sigue explotando, en cierta medida. Pero sólo en sentido propagandístico. Es curioso que fueran los conservadores británicos quienes elaboraron la leyenda.

Ni en Francia ni en el propio País Vasco se había prestado mucha atención hasta entonces al bombardeo. Pero en Gran Bretaña, los conservadores trataban de conseguir que el Parlamento implementara una mayor cantidad de gastos de defensa, en especial a favor del ejército del aire; los laboristas se negaban a ello, pese a las advertencias del Gobierno acerca de la peligrosidad de la Luftwaffe. Utilizaron Guernica para focalizar la atención en el poder destructivo de las fuerzas aéreas del III Reich. De modo que ‘The Times’ publicó una versión exageradísima del suceso. De ahí arrancó el mito de Guernica.

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Capitán de Corbeta Horacio Perez Perez

Mensajepor Brasilla » 20 Mar 2018 00:14

GADITANOS QUE MURIERON LEJOS DE SU TIERRA: LA HISTORIA DEL CAPITAN DE NAVÍO HORACIO PEREZ.

Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en "DIARIO DE CADIZ" el 18 de julio de 2009, pág. 14.
El original está ilustrado por una fotografía en blanco y negro.

Fue Jefe del Estado Mayor de la Flota Republicana
y lo fusilaron en Valencia el 17 de abril de 1939.


A pesar de que han transcurrido ya setenta y nueve años desde que finalizó nuestra trágica Guerra Civil todavía quedan muchas historias por contar y por descubrir. No se trata de remover la llama de viejos y caducos rencores que hoy día sólo puede arder en corazones mezquinos, sino de dar voz a los que no tuvieron la oportunidad siquiera de ser recordados.

La historia siempre está llena de asignaturas pendientes y una de ellas, cuando se habla de nuestra incívica contienda, es la de los oficiales de la Armada que no se sublevaron contra la República. Fueron una minoría respecto a sus compañeros y sus razones para no unirse a ellos fueron a veces tan diversas como contradictorias, pero el caso es que no lo hicieron.

La oficialidad de la Marina pagó un alto tributo en la Guerra Civil. Algunas de las páginas más vergonzosas de la República, y que más desprestigio internacional le causó, están escritas con la sangre de la brutal represión inicial que derramaron en buques y bases republicanas. Eso fue verdad y constituye una realidad histórica que no se puede cuestionar.

Sin embargo poco se sabe y menos se ha investigado y escrito sobre la terrible represión, y no sólo inicial, que también sufrieron los marinos que no quisieron unirse a sus compañeros sublevados contra la República.

Sus nombres apenas son recogidos en los libros de historia sobre la Guerra Civil. Muchos de ellos no tienen quien les recuerde y su memoria, como la del resto de perdedores, quedó proscrita para las siguientes generaciones.

Tal es el caso de Horacio Pérez Pérez, nacido en San Fernando, con muchos años de destino en la misma e hijo de una conocida familia isleña de la época. La sublevación militar del 18 de julio de 1936 le sorprendió como capitán de corbeta en Madrid donde se encontraba pasando unos días de descanso tras haber realizado un curso en la Escuela de Guerra Naval.

En cambio a su hermano Virgilio, también capitán de corbeta, le sorprendió en San Fernando donde estaba destinado como jefe de la estación de radio de la base naval de Cádiz. Detenido tras iniciarse la rebelión y encarcelado a continuación, fue asesinado finalmente el 28 de agosto siguiente, sin juicio previo alguno, en las proximidades de La Carraca, junto al de igual empleo, Francisco Biondi Onrubia, el comandante de Intendencia Antonio García Moles, el comandante Manuel Sancha Morales y el capitán Enrique Paz Pinacho, estos dos últimos de Infantería de Marina. Sus tristes vicisitudes ya fueron relatadas en DIARIO DE CADIZ de 18 de julio de 2005.

En cambio la historia de Horacio había permanecido sumida en las tinieblas del olvido durante setenta años. Sin embargo, ahora, tras una minuciosa investigación que iniciada en Cádiz finalizó en tierras levantinas, ha podido ser rescatada, gracias a los expedientes que se conservan en los archivos del Registro Civil de Paterna y del Juzgado Togado Militar Territorial nº 13 de Valencia.

El 8 de abril de 1939 Horacio fue juzgado por el Consejo de Guerra Permanente nº 1 de Valencia bajo la paradójica acusación de ser autor de un delito de rebelión militar. La sentencia fue describiendo todas sus culpas que terminaron justificando, tras una farsa de juicio, su condena a muerte.

Observó “una actitud pasiva en relación con el alzamiento”, el 22 de agosto de 1936 se presentó “en el Ministerio de Marina haciendo acatamiento al llamado Gobierno rojo”, prestó seguidamente sus servicios en la Sección de Personal y después como secretario técnico del subsecretario del ministerio hasta que el 19 de septiembre comenzó a asumir responsabilidades de mayor trascendencia.

Primero desempeñó una comisión encargada de reparar y poner en marcha los aparatos de tiro de varios barcos, y después fue “Jefe de Información del Estado Mayor de la Flota roja y Jefe de Estado Mayor de la misma, cuyo cargo desempeñaba al tener lugar el combate del Cabo de Palos en que fue hundido el crucero nacional Baleares”.

Tampoco se le perdonó que cuando tuvo que realizar varias navegaciones en fechas diferentes por aguas extranjeras como comandante circunstancial de los buques de guerra “José Luis Díez” y “Almirante Antequera”, estando en los puertos ingleses y franceses, “no trató de pasar a Zona Nacional, ni de ponerse en contacto con nuestras Autoridades, ni de realizar el menor acto a favor de nuestra causa, siendo de advertir que tanto durante su permanencia en la zona roja como en la escuadra y en territorio extranjero tuvo completa libertad sin estar sometido a medidas extraordinarias de vigilancia ni haber sufrido coacción concreta en ningún caso”.

El hecho de que no le constaran antecedentes políticos ni hubiera pertenecido nunca a un partido político, en nada le ayudó y en cambio si le perjudicó que, mientras “estuvo sirviendo al Gobierno rojo llegó a ser habilitado el empleo de Capitán de Navío y fue además recompensado con la Placa del Valor por haber tomado parte como Jefe de Estado Mayor de la Flota roja en el combate del Cabo de Palos”.

Finalmente el tribunal militar, decidió condenarlo a la pena de muerte, considerando que “también concurre como agravante su destacada perversidad puesta de manifiesto no sólo dada la naturaleza de los destacados servicios prestados a los rojos, sino también por el hecho de haber estado en varias ocasiones distintas en territorio extranjero disfrutando de plena libertad sin haberse puesto a disposición de las Autoridades Nacionales hasta que fue hecho prisionero por las fuerzas nacionales”.

El auditor de guerra del Ejército de Ocupación de Levante aprobó ese mismo día la sentencia que declaró firme a expensas de recibirse el enterado del asesor jurídico del “Cuartel General del Generalísimo”. El 13 de abril se remitió desde Burgos el temido telegrama: “S.E. el Jefe de Estado se da por enterado de la pena impuesta al capitán de corbeta Don Horacio Pérez Pérez”.

Cuatro días después fue conducido desde Valencia hasta Paterna y fusilado al amanecer. Aunque en el registro civil de dicha ciudad se localizó la inscripción de su muerte, la búsqueda de su tumba en el cementerio municipal fue infructuosa no quedando tampoco constancia de ello en los libros de enterramientos que se conservan en el archivo local. Como en otros tantos casos sus restos se debieron perder en alguna fosa común.

Horacio, al igual que otros muchos gaditanos que en 1936 salieron de su tierra, nunca volvió a ella.

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 31 Mar 2018 20:08

Historia del salvajismo

“Cuentan los ancianos del lugar que allá en la serranía leonesa, durante la Guerra Civil, una partida de milicianos andaba a la captura de un grupo de falangistas, cuando toparon con uno de ellos que se había quedado rezagado de sus compañeros. Los milicianos se dispusieron a fusilarle cuando el comandante bajo cuyo cargo estaban les ordenó que, en lugar del fusilamiento, le enterraran en el suelo de forma que sólo saliera fuera la cabeza, y practicaran con ella el tiro al blanco. Semejante angelito, que hoy dejaría en pañales a esos que se dedican a la decapitación en nombre de Alá, fue fusilado, sí, por los nacionales, después de un Consejo de Guerra, que esa es la parte que no se cuenta”.

“El caso es que los ancianos del lugar, o al menos uno de ellos, tuvo ocasión de contar esta historia a dos compañeros periodistas, trabajadores en un grupo mediático que no se distingue por su proximidad al PP, que acudieron en busca de testimonios que avalaran la imagen de alma cándida del citado comandante, cuyos descendientes adoran de él su pasión por los humildes, y hacen de su memoria una guía de sus actos.

Un espíritu candoroso cuyo recuerdo mejor permanecería enterrado, al igual que los de aquella contienda que sólo traen tristeza y amargura. Animales hubo en los dos bandos, y seguro que ejemplos como el citado se podrán contar por miles a uno y otro lado de esa línea divisoria que es el odio. Por eso a esos muertos, a sus fantasmas y a sus espíritus es mejor enterrarlos y dejarlos descansar en paz, porque resucitarlos puede llegar a ser peligroso. Por cierto, no publicaron la historia”.

Sustituir, eso sí, donde dice comandante por capitán, dado que ésa era la graduación del personaje de esa historia de quien la biografía oficial dice que murió un mes de agosto de 1936 fusilado por no traicionar a la República. Parece ser, por lo que se he podido ir averiguando después, que en el poco tiempo que pasó desde el inicio de la guerra hasta su fusilamiento, la práctica del tiro al blanco sobre las cabezas de sus enemigos enterrados fue una práctica habitual llevada a cabo por este hombre, que luego transmitiría a sus herederos un ansia infinita de paz.

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Brasilla » 31 Mar 2018 20:13

El valor ¿ Se le supone ?


El valor , la valentía de enfrentarnos al problema no se presupone… de hecho la mayor parte de nosotros somos tan cobardes que huimos hacia adelante, en vez de solucionar las cosas de una vez para siempre…

Este es el sentido de la siguiente anécdota…

Durante la Guerra Civil española ), en el Sur de España una cuadrilla de milicianos se ocupa de realizar registros domiciliarios en la retaguardia de sus dominios. En la retaguardia, durante uno de los registros, suena la alarma: ¡bombardeo!

Todos se precipitan aterrorizados al sótano, comenzando por un militar, que se suponía que debía dar un ejemplo de aplomo y gallardía en aquellas circunstancias. Se hace paso a codazos. Al acabar éste, suben a la casa de nuevo y el militar cobarde, avergonzado de su comportamiento, necesita excusarse: el silencio es un grito en su alma:

– Los aviones nunca se sabe por donde vienen ni hacia donde van a tirar las bombas… yo prefiero luchar en tierra, si viene el enemigo por allí, ya sé que me tengo que ir por allá (señalando al sitio contrario)…

Hay gente que son como las moscas donde van… la cagan…

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor lalluvia » 14 Sep 2018 02:20

Muchas gracias por este hilo, señores.

Se ha convertido en mi libro de cabecera los últimos días, o mejor dicho, las últimas noches. Estoy aprendiendo un mundo.

Un saludo cordial.
"La inteligencia sólo florece en la temporada en que la creencia se marchita".

Emil Cioran, Breviario de podredumbre (1949)

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor oscashooter » 14 Sep 2018 06:56

Un ejemplo, un caso singular:[/size]
En Aragón, concretamente en la provincia de Huesca, un pequeño pueblo ocupado por "los aguiluchos" de "La Roja y Negra". Tierras colectivizadas, comité llevando el cotarro y, curiosamente, ni una sola denuncia, ni un paseo, ni un detenido. Las gentes de "orden" y de derechas fueron cubiertos por esos vecinos que llevaban la voz cantante. Uno de ellos, republicano de izquierdas, incluso tiene al mosen del pueblo escondido en su casa hasta que el cura puede darse el bote y pasarse al otro lado.
Pasan meses, años, cambia el signo de los combates y el pueblo es "liberado" por tropas nacionales. Pues bien, la historia se repite: ni una denuncia, ni un detenido, ni un paseo. Son ahora los prohombres de derechas los que encubren, avalan, sacan la cara por aquellos vecinos que habían sido a su vez sus protectores.
No es un caso demasiado frecuente, pero para mí es un orgullo tener raíces familiares en un lugar donde, independientemente de la ideología de cada cual, se impuso la humanidad, la bondad y la razón.
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Homo sum, humani nihil a me alienum puto

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Re: Guerra civil española II

Mensajepor Extractor » 26 Sep 2018 08:42

No te creas. Se dieron más casos de los que parece. En la misma Huesca, en Teruel y espero que en otras zonas. Incluso en pueblos que cambiaron de manos dos veces. El problema, a veces, venía de las sedes de los archivos de CNT, por ejemplo, que no tenían por qué estar en el pueblo. De ese modo, uno se podía ir al paredón o a un batallón de trabajadores sin que mediaran chivatazos. Lo mismo con Falange por el otro lado. O tener un hermano en el frente o haber servido durante la guerra y que tu nombre apareciera en cualquier listado. Jodido. Fue así como mi abuelo y mi tío acabaron en batallones de trabajadores en Algeciras sin que nadie los delatara. Y ellos mismos contaban que estaban vivos gracias a la gente que de tapadillo llevaba chuscos y lo que podía a aquellos semiesqueletos. Lo más delirante. Cuando pudieron reclamar su pensión como excombatientes, resulta que sus nombres no aparecían. Fue gracias a las declaraciones de compañeros que los dos pudieron cobrarlas, aunque no vivieron muchos años para hacer caja.

Un saludo


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