Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 20:58

La increible Odisea de Francisco de Cuellar en Irlanda

No es un hecho de armas, pero ...

A finales de septiembre del año de Nuestro Señor de 1589 desembarcaba en Dunquerque un capitán español con una camisa por toda vestimenta y posesión. Medio cojo y maltrecho, se llamaba Francisco de Cuéllar y estaba vivo de puro milagro, después de haber superado toda clase de avatares tras el naufragio de la "Grande y Felicissima Armada" (la Armada Invencible) en las costas de Irlanda, siendo perseguido y apaleado como una alimaña por los ingleses en el norte de la verde isla.

Casi acaba sus días allí, pero estaba vivo y coleando y pardiez que iba a contar su historia, escribiendo un memorial a su rey, Felipe II. La misiva ("Carta de uno que fue en la Armada de Ingalaterra y cuenta la jornada") fechada en Amberes el 4 de octubre de 1589, no sólo es un extraordinario relato de primerísima mano acerca del heroísmo, la lucha por la vida, las desgracias, las creencias religiosas y la crueldad; también es una valiosa fuente sobre las peculiaridades de Irlanda a finales del siglo XVI, e incluso sobre las relaciones entre seres humanos, que poco o nada han cambiado desde el amanecer del hombre.

Mucho se ha escrito y debatido sobre cuál fue la mayor causa del desastre -que no derrota- de la Gran Armada que el tonante Felipe II enviara a Flandes para embarcar a los tercios con el objetivo último de invadir la hereje isla y derrocar a la reina Isabel: el tamaño de los navíos, los errores del comandante en jefe, el duque de Medina Sidonia, la falta de pericia de los mandos castellanos (la misteriosa muerte del mítico Álvaro de Bazán unos meses antes supuso un duro golpe), la destreza (y la potra) de los ingleses o, una de las más convincentes, la desigual calidad de los 120 barcos españoles junto al temporal que dispersó a dichos galeones, urcas, naos y carabelas. Por mucho que se lamentara amargamente el rey ("yo envíe a mis naves a luchar contra los hombres, no contra los elementos") bien es cierto que la responsabilidad de mandar la arriesgada expedición en verano fue en gran parte suya, aunque en su honor debe decirse, como afirma Geoffrey Parker, que demostró estoicismo y no buscó chivos expiatorios.

Teorías y confabulaciones aparte (cómo hubiera cambiado la historia de Europa de haber triunfado la empresa y etcétera, aunque poco se habla del vergonzoso gatillazo inglés de la Contraarmada en La Coruña y Lisboa al año siguiente, o de las nulas consecuencias para la Monarquía Hispánica de la "derrota" de 1588), lo cierto es que el fracaso de la Armada dejó a los miles de hombres embarcados abandonados a su suerte, en otra historia española tantas veces repetida. Además, bloqueados en el Canal de la Mancha por los ingleses, Medina Sidonia tomó la decisión de volver a la Península bordeando Escocia e Irlanda, con el plus de peligrosidad que ello suponía, primero por el largo viaje y segundo por la probabilidad de tormentas, con el añadido del tremendo frío del Atlántico Norte. Un tercio de los navíos españoles se perdieron o se hundieron en las procelosas aguas del océano y más de 15.000 hombres dejaron este mundo, ya fuera por el clima, las enfermedades, el hambre o la mar. Una reducida cifra de soldados sobrevivió a los naufragios frente a las costas de Irlanda. Entre ellos se encontraba Francisco de Cuéllar, capitán del San Pedro, de 24 cañones.

Poco se sabe de su origen y de su vida. Por los datos que se pueden leer en diversos documentos, habría nacido entre 1560 y 1564 en algún lugar de Castilla, posiblemente en el triángulo entre Segovia, León y Extremadura, a juzgar de ciertas expresiones escritas suyas. En 1581 tiene su debut bélico en Portugal, y luego lo tenemos batiéndose el cobre en importantes batallas como la de la Isla Terceira (la Tercera) en 1583, y en varios viajes a las Indias, llegando hasta Brasil y al remoto cabo de Hornos. En 1588 ya era pues, pese a su relativa juventud, un soldado no precisamente novato, tan abundante en estos tiempos fascinantes y violentos; también eran frecuentes los militares bravos, levantiscos, de lengua fácil y pendencieros, y de Cuéllar no fue una excepción, pues de hecho estuvo a punto de ser ahorcado en el transcurso de las operaciones de la Gran Armada, por, al parecer, desobedecer órdenes en medio de los combates en Calais, en una acusación contradictoria. La posterior desbandandada de los barcos y la intervención de un auditor le salvaron del patíbulo.

Como milagrosamente salvaría de nuevo la vida en el Atlántico. Un espantoso temporal, con "la mar por cielo" quebró su navío, terminó de hundirlo y lo encaminó a la vorágine marina en una turba de agua salada y madera. De pura intervención divina pudo pensar que salvó la vida, pues de Cuéllar, como la mayoría de embarcados, no sabía nadar, pero se agarró a un pedazo del galeón y alcanzó la orilla. Nuestro capitán se encontraba maltrecho, ensangrentado y ahíto de agua, pero vivo, besando la arena irlandesa. Apenas pudo reponerse, pues ingleses e irlandeses (a éstos se refiere de Cuéllar como "salvajes", tal vez porque le recordaban a los indígenas del Cono Sur) estaban al quite de los naufragados y se echan encima, a rematar a los heridos que conseguían salir del mar y a robarles los ropajes y las alhajas. Al parecer, tan lleno de sangre y desnudo estaba Francisco, que lo tomaron por muerto, y por suerte para él, de nuevo, no le tocaron.

Vomitado por la mar, el desdichado capitán había vuelto a la vida, pero comenzaban sus penalidades. Duro fue el panorama de ver a cientos y cientos de cadáveres de compatriotas tirados en la playa, en cueros y bañados por un agua rojiza. Como duro era sentir el intenso frío, en el cuerpo y en el corazón, tanto por las bajas temperaturas como por saberse abandonado en tierra hostil. Irlanda era por entonces una isla aún más bella que en la actualidad, pero también más inhóspita, pobre y rudimentaria, con la cruel añadidura de un ejército de ocupación: el inglés.

Con los huesos entumecidos y el cuerpo hecho un escombro, de Cuéllar vio que anochecía y se cobijó en un cañaveral, cuando se le acercó otro castellano, también medio desnudo, incapaz de hablar por la impresión y las heridas. El temporal fue amainando, pero no así el dolor y el hambre de los dos infelices. En esto se acercaron un par de irlandeses armados, quienes, en un detalle de humanidad "se dolieron de vernos, y sin hablarnos palabra cortaron muchos juncos y heno, nos cubrieron muy bien y luego se fueron á la marina á descorchar y romper arcas, y lo que hallaban, á lo cual acudieron más de 2.000 salvajes y ingleses que había en algunos presidios por allí cerca" . Poderoso caballero es Don Dinero y poderosa es la codicia del hombre, en general, pues si los ingleses se mostraron avariciosos e implacables con los naufragados enemigos españoles, los procederes de la guerra en gran parte de la historia del mundo indican que si en las costas de España hubieran encallado navíos anglosajones los lugareños no les hubieran recibido precisamente con un azumbre de vino y una pierna de cordero.

Cuidadosamente ocultos, de Cuéllar y su compañero pasan media noche más mal que bien, cuando despierta al capitán un estruendo de ingleses a caballo terminando de destrozar los galeones. Francisco repara en que su pobre paisano ha muerto y decide abandonar la bahía, no sin pesadumbre al contemplar por última vez los cientos de cuerpos insepultos siendo pasto de lobos y cuervos. Nuestro sobreviviente corre tierra adentro en busca de algún monasterio, pues en tales circunstancias lo mejor era acogerse a sagrado. Cuando topa con una iglesia, la encuentra dañada y quemada, viendo dentro de ella con horror a 12 españoles ahorcados, por los ingleses, presumiblemente, pues en su calidad de invasores y protestantes no distinguían entre irlandeses y castellanos, ambos católicos. Además, como pudo ver el capitán y así lo atestigua, los herejes fueron derribando las iglesias de los isleños, convirtiéndolas en "abrevaderos de vacas y puercos". Sin rumbo, se refugia en un bosque donde se encuentra con una vieja pastora (el capitán se refiere siempre a los irlandeses como "salvajes", aunque más bien el salvaje parecería él, a juzgar por las precarias vestimentas que llevaba) que le reconoce, diciéndole "tú España" (sic), y entendiéndose entre palabras sueltas y gestos, la anciana le conmina a huir de allí pues los ingleses andan cerca, ocupados en degollar españoles.

De Cuéllar decide volverse a la costa, en cuyas rocas se habían estrellado los galeones, en busca de algún compatriota y de comida, pues ya han pasado casi tres días desde el naufragio. Efectivamente encuentra a dos soldados, heridos y completamente desnudos, escapados de los ingleses. Éstos le cuentan al capitán las penurias y castigos que habían padecido cien compañeros suyos a manos de los enemigos. Francisco decide acercarse al cementerio de la playa para intentar conseguir algo de comida y bebida. Allí vuelve a contemplar los cuerpos inertes que el mar, incansable, sigue expulsando a la tierra. De Cuéllar, reconociendo a algunos amigos, determina enterrarlos y darle sepultura, aunque sea precaria. Es difícil no conmoverse al imaginarse el panorama que los tres desgraciados, medio desnudos y medio muertos de hambre y frío, calados hasta los huesos y tan lejos de casa, vieron.

En ello estaban cuando se les acercó un gran grupo de irlandeses, y con ellos se entendieron por gestos (si los españoles poco hablaban el inglés, aún menos el gaélico, y lo mismo puede decirse de los irlandeses respecto del castellano), diciéndoles que estaban protegiendo los cuerpos de sus compañeros de los cuervos, e intentando comer el bizcocho rescatado de los galeones. Algunos hiberneses trataron entonces de maltratar y desnudar (otra vez) a de Cuéllar, pero parece se impuso el buen corazón de uno de los líderes, y los tres españoles marcharon junto a los isleños.

El supuesto cabecilla acompañó un trecho al trío de naúfragos y les encomendó dirigirse a su población, a la cual él llegaría pronto, pero más tarde. Descalzos y doloridos, el capitán en particular tenía una herida en la pierna de larga curación, que muchas dificultades le trajo. No pudiendo seguir la marcha de sus dos compañeros, más desnudos y con más frío que él, se fue quedando atrás. Así vislumbró a lo lejos unas casillas de paja, pero en el bosque previo le salieron al paso un viejo irlandés acompañado de su hija, más un inglés y un francés. Extraña compañía esta.

El inglés tomó la iniciativa y le lanzó cuchilladas a nuestro capitán, quien, armado con un simple palo, fue herido en la pierna derecha. Hubiera muerto si no fuera porque al parecer intervinieron la hija y su padre el salvaje, quienes a pesar de todo volvieron a desvalijar al pobre Francisco. La joven irlandesa se apiadó del español y consiguió que los tres hombres le dejaran en paz, si bien robado y desangrado en el bosque. Con todo, la buena familia (dice el capitán que la hermosa joven era "amiga" del inglés) envió a un muchacho para que le curase la herida de la pierna con un emplasto de hierbas y le diese algo de comida (manteca, leche y pan de avena).

Algo más restablecido, informaron a de Cuéllar sobre la existencia de un "gran señor salvaje" con tierras y amigo del rey de España (por tanto rebelde y enemigo de los ingleses), quien estaba recogiendo y ayudando a los soldados naufragados; éstos eran ya ochenta. Ilusionado, con renovadas ganas de vender cara su vida y provisto y armado de su palo, el intrépido capitán tomó de nuevo el camino, en busca de ese gran señor, quien tal vez fuera el que le había socorrido en la playa. Se considera que de Cuéllar dio con su barco en la costa de Donegal, al septentrión de la hoy República de Irlanda, y su odisea le llevó por amplias zonas del Ulster, en la actual Irlanda del Norte.


Esa misma noche y siguiendo las indicaciones de sus benefactores, de Cuéllar llegó a unas chozas donde fue bien recibido, y donde pudo interactuar más o menos bien, pues uno de los lugareños hablaba latín. Francisco, sin ser culto, no era ningún patán iletrado; de hecho, en una frase reconoce que su increíble narración parece sacada de un libro de caballerías. Así pues, conversaron largamente y el capitán fue de nuevo curado y repuesto gracias a la rústica gastronomía hibernesa. Al día siguiente y provisto de un caballo y de un joven guía, retoma el camino en busca del gran señor. Se entera que los irlandeses se refieren a los españoles como "España" y a los ingleses como "sasana" (¿tal vez una reminiscencia de "saxon" ?). Estos sasanas se contaban por miles por toda la isla y buscaban sin cesar a los castellanos, y en su calidad de honorables ingleses venían hostigando a los irlandeses desde hace cientos de años.

Como un presagio de lo que luego sería el dividido Ulster, la pareja se topó con un grupo de salvajes, pero luteranos, que intentaron por todos los medios matar a de Cuéllar. El buen muchacho les convenció que el español se trataba de un prisionero de su amo, pero a pesar de todo estos irlandeses protestantes le dieron una paliza y desnudaron (otra vez) al pobre capitán. Lo dejaron "en carnes, como nací", y el temeroso mozo decidió volverse a su choza. Una vez más, Francisco de Cuéllar hizo acoplo de su enorme valor y capacidad de supervivencia, y con la ayuda del muchacho se hizo un "traje" con helechos y una estera vieja. Una vez solo, en pos de la vida, que ahora era ese señor protector de españoles, y esquivando a los ingleses, la muerte, recorre los ventosos y solitarios senderos repletos de piedras y fango.

Poco a poco llegó a un lago a cuya orilla se esparcía una aldea de treinta chozas. Anochecía y el villorrio parecía despoblado, y se dispuso a buscar algún lugar donde tumbarse a descansar. Unos sacos de avena le parecieron recomendables , e iba a acostarse cuando en la oscuridad se acercaron tres figuras medio desnudas que primero se le antojaron diablos, pero una vez disipado el miedo, comprobó con alegría que eran tan desgraciados y españoles como él. Nuestro Francisco, tras escuchar sus penalidades y armado de más esperanzas que ellos, les informó de la cercanía de las tierras de ese deseado gran señor, de las cuales distaban sólo tres o cuatro leguas. Además los tres soldados se animaron doblemente pues se enteraron de que se encontraban ante el capitán Cuéllar, quien creían ahogado. Tras una frugal cena de moras y berros, el pequeño grupo se escondió, enterrándose en paja, con la intención de descansar. Al menos durante unas horas lo consiguieron, pero pasado ese tiempo, comprobaron que el poblacho no estaba deshabitado pues un buen número de irlandeses fueron llegando...

Con el lógico temor por la experiencia de tantos infortunios y palos recibidos, los españoles sospecharon que podían tratarse de luteranos (y si no lo eran, tampoco nadie les aseguraba su amistad) , no se movieron un ápice de su escondite vegetal y allí permanecieron, sin apenas respirar, mientras el pueblo trabajaba y hacía vida. Cuando llegó la noche se decidieron a salir, bien abrigados con paja y heno para protegerse de la fría luna hibernesa, y emprendieron una nueva huida apresuradamente.

La suerte volvió a favorecer al afortunado capitán Cuéllar, pues tras superar los peñascos de la incertidumbre llegaron a otro poblacho de mejor gente donde los irlandeses les acogieron con hospitalidad, aunque quizá lo más correcto sería decir con misericordia. Los españoles bien pudieron sentir una euforia revestida de infinito agradecimiento cuando vieron a aquellos extraños y rudos campesinos reunidos en clanes (es fácil imaginárselos como los escoceses e irlandeses de Braveheart, especialmente Stephen el loco), movidos por la caridad cristiana, en particular católica, y hospedando a esos sucios forasteros recién llegados; de Cuéllar reconoce con vergüenza que su propio aspecto, con el cuerpo rodeado por la miserable estera y lleno de paja, movía forzosamente a la lástima. Allí se encuentran con al menos, 70 compatriotas, también en regular estado.

Al fin habían llegado al pueblo de ese gran señor, que el capitán refiere como "Ruerque" o "Ruerge", un "muy buen cristiano y enemigo de herejes", quien no es otro que Brian O´Rourke, reconocido rebelde irlandés. Tal señor se encontraba fuera de sus tierras, Leitrim, pues en esos momentos guerreaba en otro territorio contra los ingleses. Los salvajes le dan a Cuéllar "una mala manta vieja, llena de piojos", con la cual por lo menos pudo cubrirse. Estos irlandeses también le informan de que en la costa había una nao española que estaba recogiendo a los supervivientes, y el capitán y 20 compañeros se dirigen prestos en su busca.

Pero una vez más de Cuéllar se muestra favorecido por una suerte increíble, o divina, pues a causa de la herida de su pierna no consigue alcanzar el barco, barco que zarpa y naufraga al poco de su partida, repitiéndose el drama de las semanas anteriores: los españoles que no murieron tragados por el mar, lo hicieron pasados a cuchillo por los ingleses. Pobres infelices.

El capitán se encaminó nuevamente por las verdes praderas, cuando se encontró con un sacerdote católico que iba disfrazado para despistar a los ingleses. Cuéllar volvió a tirar de su limitado latín y el cura quedó tan complacido que incluso el español pudo comer de las provisiones que el irlandés traía. Éste también le habló de otro líder de clanes y enemigo declarado de la reina Isabel, quien acaudillaba un magnífico castillo; todo un señor feudal, orgulloso e independiente, de esta isla a caballo entre la Edad Media y la Moderna, el cual se aparecía a los ojos de Francisco como una nueva etapa en su frenética peripecia de acorralado. El capitán obedeció al cura, que se quedó atrás, y Cuéllar conoció más adelante a un recio herrero con quien trabajó a la fuerza, durante más de una semana, como una especie de esclavo. Mas el sacerdote estuvo providencial y rescató al español de las manos del irlandés (ya se sabe el poder de los clérigos sobre el pueblo) y le encaminó, esta vez sí, a las tierras de ese gran señor.

Esta vez se trata de MacClancy/MacGlanahie ("Manglana" para Cuéllar), quien al igual que O´Rourke se distingue por su rebeldía frente al invasor inglés y por su indulgencia respecto de los españoles. Allí el capitán se reencuentra con hasta 10 compatriotas rescatados del océano. Los irlandeses se compadecen del salvaje Francisco, con sus vestimentas pajizas y su salud mermada, y le procuran una especie de manta, al modo del traje típico de la isla. Entre ellos estuvo tres meses plácidamente, estando en buenos tratos con la hermosa mujer del tal MacGlanahie, y también hubo espacio para el humor, cuando las pelirrojas y pálidas isleñas tomaron al latino Cuéllar por un gitano y le pidieron que les leyese la mano.

Sobre las afinidades entre irlandeses y españoles también se ha escrito mucho, y no sólo en relación con sus alianzas contra Inglaterra, en las cuales les unían especialmente su catolicisimo y su hostilidad al inglés. Pero algunos escritores viajeros han querido ver en el hibernés a un pueblo más similar en carácter al ibérico en comparación con el anglosajón, e incluso consideran al irlandés como el más mediterráneo del norte de Europa. Teorías y realidades aparte, lo cierto es que Francisco de Cuéllar disfrutó por vez primera de manera prolongada en su estancia en la Isla Esmeralda. Además, pudo conocer a sus habitantes con cierta profundidad, y en su carta deja interesantes observaciones sobre sus viviendas, siempre chozas de paja y barro; sobre su gastronomía, por ejemplo, que sólo comían una vez al día y era por la noche, y bebían leche agria en vez de agua, aunque a él le parecía la mejor del mundo, o que la carne cocida la consumían sin salar; o sobre su sociedad, que da una imagen de un pueblo de melenudos pobre y sufridor acostumbrado a la dureza del clima y del suelo y al hostigamiento de los ingleses; también deja entrever que, pese a su catolicismo, no hay mucha presencia de la ley ("en este reino no hay justicia ni razón, y así hace cada uno lo que quiere") y que los clanes suelen pelearse entre ellos. Arcaicos y anárquicos, o no, lo cierto es, y así lo reconoce Cuéllar con gratitud, que los irlandeses trataron a los españoles como si fueran de su familia.

Pero tras estos meses de reposo, llegaron noticias de la inminente llegada del gobernador inglés de Dublín, ya bien enterado de la resistente presencia de los españoles en la isla. Con cerca de dos millares de soldados se encaminaba a las tierras de "Manglana". Éste, temeroso, decidió abandonar la fortaleza con su gente para huir a las montañas, lugares más remotos y por tanto más seguros. El gran señor les invitó a irse con ellos, pero hablar de la soldadesca española en esta época es hacerlo de épica; Cuéllar estaba cansado de interpretar el papel de zorro perseguido por los ingleses, y decidió adoptar el de león.

Junto a nueve paisanos, pensó en "todos los trabajos pasados, el que nos venía y que para no vernos en más era mejor acabar de una vez honradamente, y pues teníamos buena ocasión no habia que andar huyendo por montañas y bosques desnudos, descalzos y con tan grandes fríos como hacía, y pues el salvaje sentía tanto desmamparar su castillo", determinó que "alegremente nos metiésemos los nueve españoles que allí estábamos, en él, y le defendiésemos hasta, morir, lo cual podíamos hacer muy bien". Puestos a morir, mejor haciéndolo matando ingleses que siendo degollado por éstos.

La recia fortaleza se ha identificado como las ruinas del castillo de Rosclogher, al sur del lago Melvin, en Donegal, República de Irlanda. Efectivamente las pantanosas aguas del lago proporcionaban protección frente al invasor, y la construcción sólo era accesible por una lengua de tierra. Cuéllar pidió a MacGlanahie víveres, pólvora y algunas armas, entre ellas, seis arcabuces y otros tantos mosquetes. Con todo, la desigualdad numérica era enorme (puede hacerse una idea quien haya visto la película Templario, la cual, aunque esté ambientada en la Edad Media, transmite lo que es un castillo acosado por una masa muy superior) y a poco que el ejército inglés quisiera mojarse y apretase con fuerza, la casa de "Manglana" no tardaría en caer. Llegados los soldados de la reina Isabel, no dudaron en poner en práctica la guerra psicológica, atronando con sus trompetas y ahorcando delante de los sitiados a dos españoles, prisioneros desde hacía tiempo, además de lanzar proyectiles. Pero en ese noviembre de 1588 Cuéllar y sus compañeros aguantaron durante 17 días, hasta que un insistente temporal de lluvia y nieve hizo a todas luces imposible el asedio inglés. Derrotado el ejército hereje, tomó el camino de "Duplín".

Victoriosos los españoles, regresó de las montañas MacGlanahie. Éste, muy contento con sus amigos llegados del mar, estaba tan encantado con ellos que les colmó de regalos e incluso ofreció a Cuéllar casarse con su propia hermana, pero nuestro español lo rechazó amablemente; estaba cansado de la vida a salto de mata y sólo deseaba regresar, vía Escocia, a casa. El experimentado capitán desconfiaba de tanta amistad, y junto a la resistencia de "Manglana" a dejarles marchar, le motivaron a escaparse del castillo una mañana, temprano, junto a cuatro compañeros cuando casi comenzaba el Nuevo Año. De nuevo retoma Cuéllar la senda solitaria, ventosa e incierta, y tras veinte días encuentra otros poblados de chozas donde los lugareños ya no se sorprenden de su presencia, pues le cuentan y le muestran los restos de otros náufragos españoles.

Más adelante llega a las tierras de un cierto príncipe Ocan ( O´ Cahan), otro salvaje que señoreaba un puerto importante, pero quien, para desgracia de Cuéllar, colaboraba con los ingleses. Mucho se guardó el capitán de la presencia del tal Ocan, y parece que prefirió las compañías femeninas, pues "había unas mozas muy hermosas, con las cuales yo tenía mucha amistad, y entraba en sus casas algunos ratos á conversación y parlar".

Conquistador Cuéllar, que sin duda disfrutó de interesantes pláticas (¿en latín?) con las Isoldas de turno. No todo en Irlanda consistió, para su suerte, en ser perseguido como un pobre perro. Éste y otros hechos parecen estar relacionados con la historia de los "irlandeses negros", gentes de pelo moreno que serían descendientes de los españoles de la Armada. También otros cuentos relacionan el origen del cultivo de la patata, vital en la historia de Irlanda, al ser traída ésta por los naúfragos.

Volvamos a de Cuéllar, quien no pensaba en patatas precisamente en aquellos momentos, pues los ingleses también se amancebaban con sus amigas y a punto estuvieron de agarrarlo. Vemos de nuevo al capitán como un Rambo, saltando barrancos y metiéndose en espesos zarzales para despistar a los sabuesos de la reina. Tras varias vicisitudes y la ayuda de otra familia irlandesa, Francisco acaba bajo la protección de un benévolo y camuflado obispo católico, identificado como el obispo de Derry (Londonderry), quien había acogido a otros doce españoles con la intención de hacerlos pasar a Escocia, por aquel entonces católica y aliada de Felipe II.

Tras otro calamitoso y naufragado viaje en una barca (una pinaza) de varios días recorriendo Setelanda (las islas Shetland) y la costa escocesa, los maltrechos españoles llegaban a Edimburgo, donde estuvieron seis meses viviendo como mendigos, hasta que se hicieron notar y por mediación del duque de Parma, avisado en Flandes, se pagó un rescate y un mercader escocés navegó hasta Dunquerque. Allí de Cuéllar y sus compañeros estuvieron de nuevo a punto de no contarlo, pues la flota holandesa no los recibió precisamente bien. Pero el capitán, maltrecho y en camisa, estaba a salvo, y por su vida iba a relatar su historia.

Su famosa carta cayó en el olvido, en un largo olvido, hasta que en 1884 un militar e historiador, Cesáreo Fernández Duro, la rescató de las profundidades de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia. Aún hoy sorprende por su viveza y por la fuerza del testimonio; aun si se es un incrédulo, es difícil no dejarse llevar por la admiración y el asombro, pero también por la pena, la compasión o la reflexión acerca de la clásica historia española de unos hombres abandonados a su suerte por el orgullo de un rey enfrentado a una reina aún más maquiavélica.

Con todo, siendo poco conocido de Cuéllar y su historia en España, no lo es en Irlanda donde incluso es posible seguir las huellas de sus frenéticos pasos por el norte de la isla, como atestiguan las placas y carteles indicativos. Noble, admirable y agradecido pueblo el irlandés.

No les salió gratis a los señores irlandeses la ayuda prestada al capitán y a sus desgraciados compatriotas. Brian O´Rourke fue ahorcado y descuartizado en Londres, en 1590, a los 50 años, por traición; entre sus delitos estaba el haber socorrido a los españoles, y se mostró altivo y digno en el cadalso. MacGlanahie fue finalmente apresado por el lord gobernador de Irlanda, siendo decapitado (tal vez por su alta alcurnia) en 1591.

En cuanto al heroico e intrépido Francisco de Cuéllar, una vez se hubo restablecido de las secuelas de su invierno irlandés, se dejó llevar de nuevo por los vientos de la guerra, y en 1590 ya correteaba por Flandes y el norte de Francia a las órdenes de Alejandro Farnesio, duque de Parma. Siempre capitán de infantería, llegó hasta Saboya y Nápoles, donde se encontraba en 1600. Inquieto y misterioso, en los años siguientes lo tenemos de nuevo en las Indias, y por lo visto cruzó el océano un par de veces cuidando de los galeones cargados de plata. Ya cuarentón, aparece residiendo en Madrid en 1604, pero en 1607 se pierde su pista, pues presumiblemente quería volver al Nuevo Mundo. Mas no se sabe cuándo y dónde murió y en qué lugar reposan sus restos.

Es fácil dejarse llevar por el corazón e imaginar, o creer, aunque no tenga ninguna base, que Cuéllar regresó, en mejores condiciones y guiado por vientos más benévolos, a las brumas de Irlanda, donde en compañía de los campesinos sin leyes y las hermosas, simpáticas y parlanchinas mujeres, vivió libremente, bebió en honor de San Patricio, trabajó la tierra y la defendió de los invasores herejes. Por qué no..

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 22:05

La historia del hombre que iba en busca de canela y descubrió el Amazonas (I)


Tampoco este es un hecho de armas exactamente, pero ....

El Amazonas. Paranaguazú, Río Mar, Marañón o Solimôes para diversos pueblos indígenas. Tradicionalmente se ha considerado como el segundo río más largo del mundo, después del Nilo (6.700 km), aunque recientes investigaciones han averiguado una mayor longitud de la estimada, pues al parecer nace no muy lejos de Cuzco, Perú, en el Nevado Mismi, a 5.000 metros de altura; por tanto, pese a discusiones y debates, estaríamos hablando de más de 7.000 kilómetros de corriente hasta su desembocadura en el Océano Atlántico.

Donde no hay dudas es en su caudal, el mayor del planeta (no en vano aporta la quinta parte de agua dulce de la Tierra) y superior al de los doce ríos más largos del mundo...juntos (Nilo, Yangtsé, Mississippi-Missouri, Yenisei, Amarillo, Obi, Mekong, Congo, Amur, Lena, MacKenzie y Níger). Su enorme cuenca hidrográfica roza los 7 millones de kilómetros cuadrados, por lo cual toda Europa si exceptuamos Rusia, cabría dentro.

De la magnitud del Amazonas también debe decirse que en su estuario, donde existe una isla tan grande como Suiza, hay una distancia de 350 kilómetros entre las riberas; que con las crecidas su cauce puede ensancharse hasta los 50 kilómetros; que en algunos tramos alcanza los 300 metros de profundidad; que es posible llegar en barcos de más de 9.000 toneladas hasta la ciudad de Iquitos, a 3.300 kilómetros de distancia del Atlántico; o que el agua es dulce hasta más de 400 kilómetros mar adentro, algo aún más impresionante si se tiene en cuenta que las corrientes en esta zona del océano se dirigen hacia la orilla.

Sirva toda esta barahúnda de datos, fríos como son los números, pero muy elocuentes, para comprender las dimensiones legendarias del Amazonas, el "río de la humanidad" como se ha llamado alguna vez. Hablar del Amazonas es hacerlo también de la selva amazónica, uno de los últimos reductos de la naturaleza pura y virgen de nuestro planeta, acaso el más importante, pues aquello de "pulmón verde" queda totalmente justificado en este caso: la Amazonía actúa como un enorme limpiador de aire mundial, succionando más cantidad de CO2 del que emite, aunque recientes investigaciones revelan que absorbe la mitad que hace 25 años. Muy preocupantes datos acerca del gran y postrero paraíso natural de la Tierra, donde hay miles de especies animales y vegetales aún sin catalogar, y donde aún existen comunidades y tribus de humanos que han tenido y tienen poco o ningún contacto con el hombre moderno. Un lugar, pese a décadas y décadas de industrialización y contaminación, con regiones aún inhóspitas donde la naturaleza aún tiene la última palabra, y donde no basta ir con todos nuestros adelantos y comodidades; baste recordar que el televisivo Jesús Calleja, tan aventurero él, estuvo a punto de no contarlo hace un par de años en una de sus "expediciones".

Debería ser labor de todos los gobiernos implicarse y poner cartas en el asunto para evitar que también el Amazonas se vaya al garete, pero ya se sabe que si no hay dinero de por medio, nada se hará. Únicamente cuando ya sea demasiado tarde. Así es el ser humano.

Y ahora hagamos el esfuerzo y retrocedamos unos siglos, porque hablar del Amazonas, es hacerlo, desde la óptica occidental y española en particular, del hombre que lideró el primer descenso conocido por el inmenso río. Volvamos a esos tiempos fascinantes y excesivos de aventuras, exploraciones, codicia, descubrimientos, pasión, vida y muerte. Volvamos a los tiempos de Francisco de Orellana.

Orellana no era alguien sedentario que esperase sentado la llegada de la fortuna. Había nacido en torno a 1511 en Trujillo, y era pariente no lejano de Francisco Pizarro y por tanto también de Hernán Cortés. Hidalgo empobrecido, su horizonte era tan prometedor como contemplar las piaras de cerdos y las encinas en lontananza, y eso para alguien tan ansioso como un conquistador de los primeros tiempos era desesperante. Con 16 años ya está en Sevilla con la intención de embarcar hacia las Indias. No sobraban en puerto hombres arrojados y poco después ya lo tenemos en Nicaragua. Luego se enroló en la empresa de su primo, el mayor de los Pizarro, quien en su tercer viaje al Perú (1530) acabaría disputándole el reino inca a Atahualpa. Fue en esa guerra de conquista donde Orellana perdería un ojo, y además se distinguió por su valor y fiereza, tanto en la batalla, como con sus propios compatriotas, pues hizo quemar a dos españoles acusados de sodomía, a quienes también confiscó sus bienes.

También era famoso por ser uno de los conquistadores más exitosos en lo relativo a la economía y las tierras, y sus beneficios monetarios iban en constante alza. Pero siempre pueden ir a más, sobre todo si tenemos en cuenta que estamos en las tierras de El Dorado y de otros "reinos" legendarios, donde el oro es tan abundante como las hojas de los árboles y los reyes se cubren el cuerpo con polvo áureo. Durante cientos de años bastó una palabra, Dorado, para encender el ánimo de hombres de diversas naciones en pos de un sueño, tan maravilloso como materialista. Muchos indígenas supieron darse cuenta con picaresca que, a poco que estimulasen la codicia de los españoles con unas piezas de metal precioso como cebo junto a unos testimonios más o menos fantasiosos que sonasen verídicos, podían fascinar y alejar a los conquistadores, por un tiempo al menos, de sus dominios, en busca del ansiado oro.

Éste es un factor importante en el éxito de las asombrosas empresas españolas de exploración y conquista en las Indias y en los océanos; al elemento "por cojones", tan ibérico, se une el propio afán de superación, tanto personal como nacional (pues franceses, ingleses y portugueses ya estaban reclamando su porción de pastel en la carrera americana) , pero también la codicia y el ansia de riqueza para salir de la miseria. La búsqueda de oro, fundamentalmente, y también de plata, piedras preciosas y joyas, supuso un acicate considerable, en ocasiones el principal, y a la vez la mayor causa de perdición. Si los castellanos hubieran tenido la certeza, o hubieran recibido abundantes noticias de, por ejemplo, un Reino Dorado en la Antártida, por supuesto más de una expedición se habría lanzado hacia allá, y probablemente la cruz y la bandera castellana se hubiera plantado en el Polo Sur, aunque fuera sólo un viaje de ida.

Y así, en cuanto Orellana escuchó historias sobre el País de la Canela, conocido tanto por el árbol canelo de donde se extrae la especia como por el oro contante y sonante, se puso manos a la obra para acudir presto a esa interesante tierra, aunque en lo que menos pensase sería en el condimento que le echamos a las natillas.

Con todo, la iniciativa correspondió a Gonzalo Pizarro, nombrado gobernador de Quito por su hermano mayor, Francisco, el conquistador de Perú. En febrero de 1541 se marchó de la hoy capital ecuatoriana con casi dos centenares de españoles y más de un millar de porteadores indígenas, además de un buen número de bestias de carga, perros de guerra y cerdos. Cruzaron las altas cimas andinas, por encima de los 5.000 metros, muriéndose de frío más de 100 indios, y descendieron camino de la llanura. La expedición había abandonado la seguridad y el aire limpio de la cordillera, internándose en la agobiante y densa selva amazónica.

Pizarro se encaminó hacia el este, dando con un caudaloso y zigzagueante río, el Napo (afluente del Amazonas, pero eso aún no se sabía), por aquel entonces Río de la Canela, pues téoricamente se encontraban ya en tierras de ese árbol, y allí se establecieron tranquilamente y sin problemas unas semanas, en el lugar de Quema, a centenares de kilómetros de los Andes. Fue a finales de marzo cuando se unió Orellana, alcanzando la posición de Gonzalo. En principio se había asociado para este viaje con el menor de los Pizarro (casi de su misma edad e igual o más ambicioso que él), pero Orellana, como capitán general, había sido requerido por Francisco para pacificar y reconstruir ciudades como Puerto Viejo y Santiago de Guayaquil (actual Guayaquil). En relación con todo esto se daba la circunstancia que, en esta época, en virtud de los descubrimientos y conquistas precedentes, ya se comenzaba a querer averiguar la distancia entre el Perú y el "mar del norte" (el Océano Atlántico).

Orellana entró en Quema con menos de 25 castellanos, medio muertos de hambre y pobremente equipados. Dado que este lugar se encontraba en una apacible sabana, los recién llegados se quedaron descansando mientras Pizarro marchó a buscar tierras fértiles y alimentos, que empezaban a escasear. Tras unas entrevistas poco diplomáticas con los caciques indios de las tierras vecinas, Gonzalo averiguó que más hacia el este existían pueblos de "gente vestida". En el camino encontró algunos canelos y, en efecto, asentamientos de indios tapados con ropajes, a quienes quitó cierto número de canoas, toda vez que parecía claro que lo más conveniente era adentrarse en el río en busca de nuevas tierras.

Pizarro mandó construir un bergantín que acompañase a las canoas donde irían los pertrechos, armas y víveres. Aunque Orellana no estaba de acuerdo, era el segundo de a bordo y enseguida se puso a cooperar en la construcción del barco, para el cual, en plena selva, se usaron buenas maderas, lianas (para las cuerdas), resina y hierro.

El nuevo bergantín San Pedro fue botado y comenzó a navegar, llegando a la confluencia del Napo con el Coca. Una parte de la expedición, así como los enfermos y la mayoría de los víveres quedaron en la embarcación, mientras Pizarro, Orellana, el resto de españoles e indios y los caballos siguieron por tierra sin perder de vista el turbulento Napo. La maleza era espesa e inquietante y se encontraban pocos víveres. 40 días de escaso éxito y cientos de kilómetros de camino después, apenas quedaban alimentos.

Orellana, que tenía ya un buen dominio del quechua, informó a Gonzalo Pizarro acerca de que los guías indios le habían dicho que la siguiente región era realmente extensa además de deshabitada, y sin víveres hasta llegar hasta un "gran río", el Marañón, que no quedaba demasiado lejos.
El de Trujillo se ofreció al menor de los Pizarro para ir en el bergantín para buscar esos alimentos de los que hablaban los indígenas, mientras el resto de la expedición se quedaría en la confluencia del Napo y el Coca. Gonzalo confiaba en Orellana, pues aparte de pariente y amigo se había mostrado leal tanto con él como con sus hermanos Francisco y Hernando en la empresa peruana. Así pues, Pizarro se quedaría en dicha confluencia, mientras Orellana y unos 60 hombres (capellán incluido) marcharían en el San Pedro más diez canoas amarradas, con la condición de regresar en dos semanas. Pero nunca lo harían.

Cargados con los ropajes, los jergones, las armas, las municiones y algo de alimentos, la emprendieron río abajo a finales de año y al segundo día todo estuvo a punto de irse al garete cuando el bergantín chocó contra un enorme tronco caído en el río, aunque por suerte la ribera estaba cerca y pudo arreglarse. El Napo era ya a estas alturas un poderoso cauce de más de mil metros de ancho, cuyas rápidas aguas llevaban a Orellana y compañía mediante etapas de 100-120 kilómetros diarios; un primitivo rafting por territorios completamente desconocidos. Pasados tres días, no vieron ningún asentamiento y la comida empezaba a escasear, cayendo además en la cuenta que debían estar ya muy alejados de la posición de Gonzalo Pizarro, por lo cual la preocupación pasó a ser cómo remontar la tremenda corriente contra la que habían de remar.

Fray Gaspar de Carvajal, el capellán y cronista de la expedición, dejó escrito que desde el primer momento estaba clara la disyuntiva de elegir entre dos opciones: una, al parecer la mayoritaria, era continuar dejándose llevar por el río, y la otra era tratar de ir contra el Napo en busca de Pizarro, algo que se consideraba una muerte segura pues el San Pedro no era ningún galeón construido en los astilleros. Volver por tierra parecía otro suicidio, dada la densidad de la selva y el desconocimiento del terreno.

Por tanto, continuaron, sin tener ni idea de lo que se encontrarían en el siguiente meandro. Imaginaban que el río acabaría llegando al mar, pero nadie sabía cuándo ni dónde. Lo maravilloso y lo terrible de estos tiempos de mapas precarios y con zonas en blanco, cuando aún faltaban siglos para el satélite y el GPS, y la naturaleza conservaba todo su poder.

Pronto no quedó nada más que un poco de maíz, y llegó el momento de cocer cuero, el cual, para darle más sabor, se sazonó con hierbas de la zona, pero nadie sabía cuáles eran comestibles, y algunos sufrieron intoxicaciones y alucinaciones, quedando "sin seso" , como se decía entonces. La precaria dieta al menos contaba con cantidades ilimitadas de agua, ya fuera del río o de la lluvia. El vino era celosamente guardado por el capellán para poder celebrar misa.

Poco después del día de Año Nuevo de 1542, los españoles escucharon a lo lejos el tam-tam de unos tambores, algo bueno o malo, según se mirase. Después de varias semanas sin ver nada, por fin toparon con cuatro canoas llenas de indios, y poco después pararon en un poblado. Orellana se dirigió en quechua al consejo de ancianos, para tranquilizarlos a todos y mostrar sus buenas y pacíficas intenciones. El jefe quiso saber de qué tenían necesidad, y el extremeño sólo pidió comida.

Por una vez fue un feliz encuentro entre culturas, y los castellanos disfrutaron de todo un banquete en medio de la selva; el menú consistió en un surtido de carnes, bastantes clases de pescado, maíz, yuca y batatas.

Después de la sobremesa tocaba hablar de temas más serios, y Orellana, fiel a Pizarro hasta el final, dejó claro que pretendía remontar la corriente para reunirse con Gonzalo, aunque fuera difícil. Pero la mayoría de los 50 españoles se negaron, pues lo contemplaban como una muerte segura, viendo, por un lado, la endiablada fuerza del Napo, las lluvias y las características del San Pedro, y por otro, la oscuridad de la jungla. Tampoco querían parecer unos traidores, y se mostraron dispuestos a obedecer a su capitán, siempre que fuera una alternativa donde la vida fuera una opción. Por último, muchos dejaron sus ideas por escrito, que consistían en declarar que estaban realmente lejos del lugar del gobernador Pizarro y hacia él no podía llegarse ni por tierra ni por agua.

Firmaron el documento y el 5 de enero de 1542, un acorralado Orellana llamó al escribano Isásaga para declarar que, en contra de su voluntad, la expedición seguiría río abajo, sin olvidarse de Pizarro y los demás, por si aún los alcanzaban, pues tampoco era del todo descartable que éstos construyesen otro navío. Esta escena ante notario, en medio de las soledades de la selva, a miles de kilómetros de la civilización europea, bien puede ser una de las más peculiares y sorprendentes de la aventura española en América.

Después de tomar posesión de ese pueblo en nombre del rey Carlos, de bautizarlo como Victoria, y de descansar holgada y tranquilamente (demasiado al parecer de Carvajal) la expedición partió el 2 de febrero, Napo abajo. Las aguas, turbulentas y oscuras, dejaban poco margen para la maniobra, y cayeron en una zona infestada de mosquitos; si el aire picaba, el río estaba infestado de caimanes y pirañas. Poco después, un simpático cacique les visitó, trayendo algunos manjares como tortugas y papagayos. El 11 de febrero los españoles desembocaban en el Amazonas propiamente dicho, ese "gran río" o "Marañón" del que hablaban los indios; en aquel momento era sólo el río grande. No se encontraban muy lejos de la actual ciudad peruana de Iquitos.

Las siguientes paradas fueron igualmente pacíficas, y en un lugar recibieron de nuevo tortugas, también perdices, y platos nuevos como manatí o gato asado. Orellana, en calidad de capitán versado en quechua, soltó un parlamento a los indios, tan habitual en estas circunstancias, en el cual les dijo que los españoles eran cristianos y vasallos del "emperador de los cristianos, gran rey de España, y se llamaba Don Carlos, nuestro señor", y añadió que "éramos hijos del Sol". Esto último pareció agradar a los indígenas, mientras se preguntaban quién sería el tal Carlos.

A estas alturas el San Pedro estaba maltrecho y el extremeño mandó construir otra embarcación. Materia prima no faltaba, y en algo más de un mes estuvo terminado el bergantín, con todo el mundo manos a la obra, dirigidos por el carpintero Diego Mexía.
Ya era mayo cuando los dos barcos de la expedición navegaban prestos por el río, cada vez más enorme. Se ensanchó de tal manera que no hubo manera de atracar, pues además las riberas o eran muy inestables o demasiado altas, y se durmió muy poco. Como las paradas eran imposibles, comenzó a faltar comida que manducar. Cierto día se pudo abatir un buitre con la ballesta y pescar en el agua un enorme pez, que supo a gloria. Pero a partir de ese momento sólo se comió maíz tostado con hierbas.

El 12 de ese mes, en cierto punto apareció de repente una escuadra de canoas repletas de guerreros indígenas. Por desgracia no toda la expedición consistió en españoles e indios tocándose el rostro al son de la música de La misión, y Orellana hizo preparar los arcabuces, pero con tanta humedad éstos habían quedado inutilizados; así, se recurrió a las ballestas y las espadas, produciéndose un confuso enfrentamiento donde más de 20 castellanos cayeron al agua en una lluvia de lanzas y flechas. Orellana y su segundo Alonso de Robles reaccionaron, y junto a otro grupo asaltaron un poblado al borde del río para llevarse víveres, contraatacaron y pudieron embarcar de nuevo, pese al acoso constante de los guerreros.

Algo más abajo llegaron a la región de Omagua, donde fueron bien recibidos pese a que ya la lengua quechua, un seguro de vida, no les sirviese de nada pues se trataba de otras etnias y culturas. La expedición pudo contemplar ídolos gigantes y excelentes piezas de alfarería. Además, los indios acogieron a los extranjeros en sus casas, como si fuera lo habitual, pese a que nunca habían visto a un hombre "occidental"; el ser humano puede ser maravilloso.

Pero debían continuar dejándose llevar por la contundente melodía del río, y vieron asombrados grandes poblados donde la gente vivía en cabañas en los árboles, a salvo del agua. No siempre se detenían, y unas veces eran recibidos a flechazos, otras conseguían comida de buen grado , y en algunas ocasiones los indígenas simplemente huían de su vista. Así llegaron a lo que hoy es la ciudad brasileña de Manaos, donde el Amazonas recibe a uno de sus principales afluentes, un enorme río de aguas oscuras, "negras como tinta", que asombró y desconcertó a los expedicionarios. Lo bautizaron como Negro, el nombre que aún lleva una de las corrientes más caudalosas del planeta (para hacerse una idea, contiene más líquido que el Mississippi y el Nilo juntos).

El viaje continuaba tras el aporte del río Negro, y esta vez dieron con poblados variopintos, uno donde había torreones y templos dedicados al Sol , y otro donde, por señas, supuestamente entendieron de los indios que los hombres eran tributarios de las mujeres y que una "gran señora" mandaba sobre toda la región. No tardaron en comprobar si era verdad o mentira, porque en otra gran confluencia, en este caso la del Amazonas juntándose con el Madeira (un "arroyo" de 3.000 kilómetros), los españoles fueron atacados sin cuartel con flechas y dardos, en ambos casos envenenados, que dejaban seco a un infeliz en pocos minutos.

Fue en esta batalla donde también se vieron frente a diez mujeres desnudas, altas, de piel blanca y cabeza grande, el origen de que el "río grande" acabara conociéndose como "de las amazonas" (aunque durante un tiempo se llamó "de Orellana" o "Marañón"), pues el capitán y otros testigos afirmaron que se habían enfrentado a guerreras féminas, como las del mito griego, y al igual que Colón o Cortés décadas atrás.

Más allá del típico recurso a los clásicos grecolatinos, nunca se supo, y tal vez nunca sabremos, si realmente los españoles se enfrentaron a mujeres guerreras o simplemente se trató de hombres con el cabello largo.

Más adelante Orellana y sus amigos supervivientes se dieron cuenta que el río empezaba a tener corrientes y comprendieron que ya no estaban lejos del mar. Además la vegetación fue aligerándose y ante la abundancia de islas, estaba claro que ya se encontraban en el enorme estuario del Amazonas; la inmensa corriente volvía inútiles las anclas, arrastrándolos, despertándose en otro recodo distinto al del descanso. Así, un bergantín quedó dañado por un tronco mientras el otro quedó varado, donde fueron atacados por más indios. Tras rechazarlos, arribaron a una playa donde repararon los barcos, usando las mantas como velas. En cuanto a la comida, sólo pudieron echarse al estómago las pocas caracolas y cangrejos que pudieron recoger, aquejados de dolores, cansancio, hambre y fiebres.

Y al fin, el mar. No es fácil imaginarse la sensación de euforia que debieron experimentar los españoles, después de meses y meses navegando por un río de aguas procelosas y traicioneras, en medio de una selva tan maravillosa como oscura y demencial, donde por las noches sentían clavados en ellos los ojos, los alaridos y los cantos de miles de animales desconocidos, como desconocida era la tierra circundante. Sí, en no pocas ocasiones disfrutaron de la hospitalidad de las tribus indígenas, pero en otras hubieron de luchar por su vida a bordo de ese desquiciado crucero, cuando no era el agua misma la que los engullía, donde no se sabía qué deparaba el próximo meandro del río.

Pero al fin, el mar. 244 días después de separarse del campamento de Pizarro, un 26 de agosto de 1542, Orellana y sus hombres sintieron en el rostro la brisa marina, con el vapor selvático impregnado en cada poro de su piel desde enero. Ya estaban saliendo de ese "infierno verde" al que se refirieron otros viajeros y cronistas. Habían perdido a 14 hombres, pero el mar del norte (el Atlántico) se abría ante ellos, saliendo por las bocas de la Mar Dulce que ya hubiera descubierto Vicente Yáñez Pinzón en el año 1500.


Por cierto, ¿qué había sido de Gonzalo Pizarro, a casi 4.000 kilómetros de distancia?

[b](Continuará[/b])
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Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 22:45

La historia del hombre que iba en busca de canela y descubrió el Amazonas (y II)

[b] (Viene de la entrada anterior)[/b]

Gonzalo Pizarro nunca supo qué pasó para que Orellana nunca regresara. Esperaron el tiempo convenido y más aún, hasta que faltó el alimento y desesperados, tuvieron que merendarse los caballos y los perros. Luego se decidieron a construir un barco y navegaron por el Napo hasta que encontraron un lugar donde pudieron comer y descansar. En esas desconcertantes soledades comprendieron que sus compañeros ya no volverían y, no atreviéndose a ir río abajo, emprendieron el camino, al menos más conocido, de Quito.

Fue este uno de los más tristes viajes de la historia de los españoles en América. A la desazón de sentirse abandonados, se unió la perdición de avanzar por la espesura de la vegetación, sin guías ni caminos. Las lluvias tropicales hicieron su aparición con fuerza, estropeándoles los calzados y las ropas, que se pudrían, pues llovía mucho. Tanto que el sol apenas se veía durante días, mientras se abrían paso por la selva a golpe de espada. Los mosquitos, los reptiles y las fieras los atacaban continuamente en ese infernal regreso a los Andes. Los tres millares de porteadores indios murieron, así como buena parte de los hombres de Pizarro. Unos ochenta españoles medio desnudos entraron en Quito después de casi dos años de su partida, descalzos y en lamentable estado físico y mental.
Una vez descansó y se hubo restablecido, Gonzalo, lleno de amargura, protestó y reclamó ante la Corona (algo habitual en estas circunstancias) por el comportamiento de Orellana, aunque nunca más volvió a verlo; además tenía otras preocupaciones, pues al poco de llegar se enteró del asesinato de su hermano Francisco y de la guerra que había estallado entre conquistadores.


Mientras, el tuerto de Trujillo y los 40 sobrevivientes, liberados y felices, viraron hacia el norte y atracaron 15 días después en la colonia española de Nueva Cádiz, en la isla de Cubagua, frente a las costas de Venezuela. Unos regresaron a Perú, pero Orellana no tenía tiempo que perder, así que éste y sus hombres más leales saltaron a Santo Domingo y luego a Castilla, previo paso por Portugal. Llegaron a Valladolid en mayo de 1543, trayendo buenas nuevas al rey. Atención al mensaje del secretario del Consejo de Indias a Cobos, supersecretario real, por su estilo simple y claro, tan característico de estos tiempos fascinantes:

"Uno ha venido del Perú, que ha salido por un río abajo, que ha navegado por mil ochocientas leguas y salió al cabo de Sant Agustín, y porque son términos los que ha traído en su viaje que sin cansancio no los entenderá V.S, no los digo, pues tan presto ha de ser su venida".


Fue recibido en la Corte, aunque no por Carlos V, de guerra en Francia, sino por su hijo, el futuro Felipe II, quien con 16 años ya asumía el papel de regente. El relato de Orellana, basado en las notas de fray Gaspar, se leyó ampliamente con asombro, y muchas veces con incredulidad. Gonzalo Pizarro había enviado emisarios que defiendesen su causa, pero el príncipe Felipe aceptó la versión de Orellana, primero por los testimonios favorables a él y por los escritos del capellán, y segundo porque se había descubierto un territorio enorme con muchas posibilidades de exploración, conquista y enriquecimiento, y no convenía pecar de lentos, pues franceses y portugueses ya merodeaban por el Brasil hace años.

Así pues, en febrero de 1544 y tras largas deliberaciones, Orellana recibió al fin una capitulación de la Corona "para el descubrimiento y población de dicha tierra, que hemos mandado llamar Nueva Andaluçía". No se sabe por qué y quién eligió tal nombre. Ésta comprendería los territorios desde el estuario del Amazonas, donde se fundaría una ciudad, y muchos kilómetros adentro, donde se asentaría otra. O se dejaron llevar por el optimismo, pues eso podía ser una quimera, o se querían quitar de en medio al extremeño.

Orellana marcharía como adelantado, gobernador y capitán general e iría convenientemente acompañado, tanto de soldados como de religiosos. Se debía de conquistar y colonizar tierras, mas respetando los límites del Tratado de Tordesillas firmado con Portugal, aunque el Amazonas se encontrase dentro de la zona española. Básicamente se debía de avanzar hacia el oeste.
Por último también se dejó claro, en virtud de las Leyes Nuevas de Indias de 1542, que no se maltrataría ni esclavizaría a los indios ni se haría guerra contra ellos, a no ser que fuera en defensa propia; el rey enviaba a los castellanos únicamente a evangelizarlos y a enseñarles.

Orellana pasó meses preparando la nueva expedición, descubriendo que en Sevilla no había mucha gente dispuesta a ir al Amazonas. Tuvo que reclutar a portugueses y, falto de dinero, también a genoveses, quienes normalmente no tenían problemas con la banca. Parece que el extremeño veía incompleta su vida y quería perpetuarse, así que en noviembre de 1544 se casó, con la sevillana Ana de Ayala, quien aceptó ir con él a Nueva Andalucía, no se sabe si de luna de miel, y "una o dos cuñadas" (!). Esto dio mala fama a Orellana.

Aunque para aquel entonces, el de Trujillo estaba en boca de todos por contratar a más marineros extranjeros, ahora alemanes y flamencos, incluso ingleses, indignando a los castellanos, quienes por otra parte no parecían implicarse demasiado con la empresa, empezando por la Corona, que no consintió en dotar de cañones a los barcos, pese a las peticiones de Orellana, quien sabía que los indios guerreros no se amedrentaban ante las espadas y las ballestas, toda vez que los arcabuces eran lentos y no siempre respondían. De hecho la expedición estuvo a punto de cancelarse. La polémica le rodeaba, pues cuando por fin partieron los cuatro buques con más de 400 hombres a bordo, en mayo de 1545, al parecer llevaban poca agua potable y la popa de su nave iba llena de mujeres.

En Tenerife se demoraron dos meses y en las islas de Cabo Verde otro tanto, donde, además de un barco, perdieron a un centenar de los tripulantes por una epidemia, seguramente por el agua corrupta. No parecía un buen presagio, pero las órdenes del extremeño fueron tajantes, y cuando por fin cruzaron el océano en noviembre, otro buque con 70 almas se perdió, llegando ya sólo dos al estuario del Amazonas.

Orellana, acaso alterado por el trópico y fascinado por el gran río y el paraíso selvático del interior, hizo caso omiso de los ruegos de descanso y mandó remontar el Amazonas, ahora sí. Pronto faltaron los alimentos y se hubo de recurrir a los caballos y perros, muriendo medio centenar de marineros más. También se hundió otra carabela a causa de las corrientes, por lo que tuvieron que refugiarse en una isla donde fueron bien recibidos por los indios.

Como en otros tiempos, se construyó un bergantín donde marcharon río arriba Orellana, su mujer y algunos hombres más, dejando al resto en la isla. Este último grupo acabó haciéndose otro barco y fueron en busca de su líder, en vano, pues no vieron ni rastro. Una noche quedaron atrapados en un manglar y enloquecieron a causa de los mosquitos, pero supieron sobreponerse, encontraron alimentos y salieron al ancho océano, atracando en las conocidas y tranquilas costas de Venezuela. Allí se les unieron Ana de Ayala y 25 supervivientes.

La mujer relató que Orellana, después de meses perdido en el marasmo selvático y aquejado de una enfermedad, abandonó el proyecto de la Nueva Andalucía y se puso a buscar oro y plata como un poseso. Pero había labores más urgentes, pues el metal precioso no saciaba el hambre; en esa empresa vital estaban cuando les cayeron encima contingentes de indios, que les asaetearon como a tapires, perdiendo a buena parte de su gente.

Entre ellos, el propio Orellana, que moriría poco después, no se sabe si por las heridas, o aquejado de la fiebre del "infierno verde", en noviembre de 1546, a los 35 años. Su fiel y valiente mujer lo haría enterrar bajo un árbol, a la orilla de ese río de ríos al que su marido dio a conocer a la Cristiandad, capitaneando el primer descenso conocido desde las cercanías de los Andes. Así acabó sus días el tuerto de Trujillo y allí dormiría el sueño eterno. Sus huesos se fundirían pues con el lecho y las aguas del Amazonas, la corriente que le daría longeva fama, perpetuándose en la historia.

Actualmente es fácil adoptar la postura indigenista y ecologista, y argumentar que de qué ha servido el "descubrimiento" del río y de la selva amazónica, cuando por todos son conocidos los pros y las contras, sobre todo las contras, de la expansión del "hombre blanco" y "mestizo" y del "progreso", la cual ha dado al traste con un buen número de ecosistemas y espacios naturales, y ha integrado, no siempre con su consentimiento, a los indígenas en el mundo contemporáneo. Sí. Probablemente tenga razón esa postura, como también es cierto que, si ahondamos en esos supuestos donde todo es relativo y devaluable, la historia de la humanidad no vale un pimiento, y deberemos poner fin a nuestra vida para acabar con esta farsa.

Farsa o acontecimiento del que renegar, o no, lo cierto es que el Amazonas siempre ha existido, desde el principio de los tiempos. Y en una época fascinante y excesiva, cuando el mundo era más amplio y todavía existían tierras para buscar un nuevo horizonte y donde el habitante no conocía nada del visitante (y viceversa), Francisco de Orellana y un puñado de locos castellanos, tan valientes como codiciosos, se atrevieron a descender por un enorme y voraz río luchando por su vida, empleando ocho meses en salir de un "infierno verde", en cruzar un reino paradisíaco e inhóspito donde los reyes eran aún los árboles y sus siervos, hombres y animales desconocidos. Una odisea desde el corazón de las tinieblas.




[i]Para saber más y mejor:

- Carvajal, Gaspar de: Descubrimiento del Río de las Amazonas, 1542.

- Thomas, Hugh: El imperio español de Carlos V, 2010.
[/i]


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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 23:34

Asedio de ALKMAAR 1573


El asedio de Alkmaar tuvo lugar entre el 21 de agosto y el 8 de octubre de 1573, fue efectuado por tropas españolas al mando de Don Fadrique y finalizó con la retirada de éstas al no poder mantener el asedio. Alkmaar fue la primera ciudad controlada por los rebeldes holandeses durante la guerra de los Ochenta Años en resistir el asedio de las tropas de la corona española. El 8 de octubre todavía es celebrado cada año en la ciudad. Un refrán holandés en relación al asedio dice que «la victoria empieza en Alkmaar»

Mientras en la provincia de Holanda se combatía con ese tesón, también en Zelanda ocurrían hechos de importancia. Sitiaban los rebeldes distintos puntos de la isla de Walcheren, entre ellos el de Middleburgo a cargo del señor de Beavoir, el cual había solicitado socorro al duque de Alba.

Don Fernando Alvarez de Toledo envió al fiel Sancho Dávila a socorrer la ciudad. Llegado con su armada a las cercanías de la isla y viendo el muy superior podería de la armada de los rebeldes, decidió volverse a reforzar la suya ya que la ciudad no se hallaba todavía en peligro de perderse. En un segundo intento se enfrentó a los barcos rebeldes en las cercanías del puerto de Flesinga consiguiendo pasar sólo una parte pequeña de los barcos entre los cuales no estaban los de vituallas.

Animados por su victoria en el mar intentaron los rebeldes la toma de Tolen, en la costa de Brabante. El 3 de mayo se hicieron fuertes en un dique que iba de Bergheem a Tolen y lo cortaron para aislar la ciudad inundando sus alrededores. Se les opuso el coronel Mondragón que salió herido en la primera refriega y después envió al capitán Esteban de Illanes para intentar desalojar del dique a los rebeldes lo cual hizo <<con gran determinación, apellidando Santiago, siguiéndoles por todas partes sus soldados [150], que forzaron a los rebeldes a desampararle, echándose al agua con tanta prisa, que así de los soldados de las seis banderas, que sería número de mil y doscientos, como de los gastadores, que habrían roto y rompían el dique, no se escaparon sino veinte hombres [...] sin recibir más daño de nuestra parte que matar a un soldado y ser herido el alférez del capitán>>.

Proseguían, al mismo tiempo, los esfuerzos de los rebeldes por intentar controlar la parte septentrional de la provincia de Holanda. Así, por medio de conversaciones con protestantes del interior de la ciudad de Alkmaar, estrecho paso de entrada a la región de Waterlant, consiguieron hacerse con ésta. El primer paso para recuperar la ciudad era tomar un fuerte que los rebeldes habían levantado sobre un dique para proteger la entrada de vituallas, lo que las tropas reales llevaron a cabo con presteza.

Tras la instalación de las baterías, don Fadrique organizó un doble asalto por lados opuestos de la ciudad. Fuera por falta de coordinación en la colocación de los puentes necesarios -el de Julián Romero resultó demasiado pesado y se atascó al ir a colocarlo- o por desavenencias entre los maestres de campo Julián Romero y Francisco Valdés, a cargo cada uno de un de un brazo del asalto; el hecho es que una diferencia de varias horas entre uno y otro ataque permitió a los rebeldes resistir. Dado que las lluvias y las nieves ese año se habían adelantado, don Fadrique decidió dejar el asedio para mejor ocasión y dar descanso a sus hombres que el invierno pasado habían sufrido el esfuerzo del cerco de Haarlem.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 23:43

Batalla de MOOk


La batalla de Mook tuvo lugar el 14 de abril de 1574 durante la guerra de los Ochenta Años, entre el ejército español, capitaneado por Sancho Dávila y Bernardino de Mendoza, y el ejército de Luis de Nassau, cerca de la localidad de Mook, en los Países Bajos, siendo los rebeldes holandeses completamente derrotados y sus comandantes muertos.

La campaña

En febrero de 1574, Luis de Nassau entra en los Países Bajos procedente de Alemania para unirse a su hermano Guillermo y desviar la atención del asedio de Leiden. Los españoles, con pocas tropas en la zona, mantienen constantes escaramuzas y consiguen que el ejército de Luis de Nassau no cruce el río Mosa antes de que les lleguen refuerzos. A principios de abril, con el ejército ya reunido, Sancho Dávila cruza a su vez el Mosa y cierra el paso al ejército de Luis, que marchaba hacia el norte buscando la forma de cruzar el río

El 3 de abril llegó a Maastricht (gobernando ya don Luís de Requesens) el esperado don Gonzalo de Bracamonte con 25 banderas de los tercios viejos de Nápoles, Lombardía y Flandes, que había traído de Holanda. Los rebeldes, viendo que ya no podrían tomar la ciudad y que ni siquiera estaban seguros tan cerca de ella, se trasladaron hacia las orillas del Mosa para inttentar juntarse con el ejército que había levantado Guillermo de Orange. Visto el movimiento del ejército rebelde se pusieron en marcha las tropas reales, al mando de Sancho Dávila, con la intención de cortar el camino a la vanguardia enemiga.

<<Era grande la diferencia entre los soldados de uno y otro campo. La gente Real salida de las escuelas de consumadísimos capitanes, sabía [si decirse puede] sus órdenes aun antes de recibirlas. Y siendo tan pronta de esta parte la obediencia, como fácil el mandato, todas las acciones se entendían prestamente, y se ejecutaban con suma facilidad. Por el contrario, la soldadesca enemiga, congregada tumultuariamente; casi toda bisoña en las armas; sujeta a diversos príncipes; y que no tenía estímulo alguno de pena o premio en servir a su propio señor, no traía consiga más pensamientos militares, que de robos y presas. Y entrre la dificultad de los vívres y el embarazo del bagaje, siendo forzada muchas veces a depender más de la necesidad, que de la elección, no podía tan fácil adelantarse como pedía la ocasión>>.

Fueron así a marchas forzadas hacia el Mosa, lo cruzaron y se encontraroon de repente con la vanguardia enemiga. Se entabló entonces una escaramuza desordenada, pues ninguno de los dos bandos se hallaba en buena disposición sobre el campo para un combate en toda regla. Se pensaron los rebeldes si dar marcha atrás, lo cual parecía del todo imposible, o <<por el contrario venir a batalla con la soldadesca vieja, si bien inferior en número parecía ser muy duro partido. Pero al fin prevaleció la necesidad de pasar adelante, y de abrir camino con la espada en la mano>>.

Al día siguiente, amanecieron los dos ejércitos dispuestos para la batalla. <<Los enemigos empezaron a tocar todas sus trompetas; de nuestra parte se les respondió llamándoles a batalla>>. Avanzaron primero, a plantar cara al enemigo, 100 arcabuceros españoles <<combatiendo resolutamente con los enemigos y atacándola de suerte, una continua salva, con durar cerca de hora y media, ganando todo este tiempo nuestros soldados tierra sin volver jamás pie atrás>>. Al tiempo que esto ocurría se les ganaba, perdía y volvía a ganar una importante trinchera. Atacó entonces su caballería, montaña abajo, a los arcabuceros españoles que, con el socorro de varios escuadrones que acudieron en su ayuda, lograron finalmente romper en dos a las tropas enemigas.

Los rebeldes emprendieron finalmente retirada, dejando en el campo más de 3.000 cadáveres entre los que estaban los de los tres jefes de su ejército. <<De nuestra parte los muertos que hubo fieron diez españoles infantes y otros tantos valones, y heridos más de cien españoles y algunos valones. En La caballería hubo veinte soldados muertos y pocos más heridos, que es clara muestra para tocarse con mano el haber sido Dios servido que castigasen por las de nuestros soldados aquellos rebeldes, pues quiso fuese la victoria con tanta sangre de su parte y tan poca de la nuestra>>.

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Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 17 Ene 2018 23:58

Asedio de LEIDEN 1574


El asedio de Leiden que tuvo lugar entre octubre de 1573 y octubre de 1574 fue llevado a cabo por tropas españolas al mando de Francisco de Valdés durante la guerra de los Ochenta Años.

Tras la toma de la ciudad por los rebeldes en 1572, ésta fue protegida con modernas fortificaciones por lo que para tomarla era necesario un prolongado bloqueo.

La toma de la ciudad de Leiden ofrecía una posibilidad para acabar con la rebelión, ya que su toma separaría a los rebeldes de las provincias de Holanda (septentrional y meridional) y Zelanda y dificultaría el comercio de los puertos de Zelanda con el resto de las provincias. El maestre de campo Francisco de Valdés fue ayudado por católicos holandeses leales a la corona con mapas y consejo.

Tras solucionar el motín de los tercios españoles de abril de 1574, Valdés puso sitio a la ciudad en mayo tomando los fuertes de Alfen y Masencluse que protegían su acceso. Los rebeldes habían roto algunos diques anteriormente, por lo que la ciudad estaba protegida por un kilómetro de tierras inundadas. El 11 de septiembre una flota de los rebeldes entró desde el mar por las tierras inundadas con la intención de ir rompiendo los sucesivos diques, hasta acceder al canal principal y entrar así en Leiden con provisiones, cosa que consiguieron el 3 de octubre, forzando a Valdés a retirarse. Este día se sigue celebrando en la actualidad.

Valdés ya había informado a Luis de Requesens, gobernador de los Países Bajos, de la posibilidad de inundar las provincias de Holanda y Zelanda, mediante la rotura de los diques que mantenían estas tierras protegidas del agua.

Al ser preguntados los ciudadanos por Guillermo de Orange qué deseaban como compensación por haber resistido el asedio inundando sus campos, éstos solicitaron ser la sede de una universidad, que fue fundada al año siguiente en Leiden y que sigue en activo, siendo la universidad más antigua del país.

Tras la victoria de Mock mandó el comendador a Francisco de Valdés que volviera a Holanda con parte de las tropas que de allí habían traído para Mock a continuar el asedio de Leiden. De esta forma, y con el apoyo de más tropas enviadas desde Haarlem, esperaba don Luis de Requeséns mantener ocupados a los rebeldes en la provincia de Holanda y desviar a sus ejércitos de los posibles objetivos de Brabante. Buscaba así el comendador ganar tiempo con el que conseguir nuevas levas y las pagas que se debían a los amotinados, pues de otra forma no coonseguiría defender la provincia.

En Leiden, de fijo habrá
un estandarte altanero
que arrancar, con el acero
de la torre donde está.
Pues por vuestra dama va:
si bien lo arrranco, os le traigo;
y si en la contienda caigo,
¡bien empleado estará!

En el camino hacia Leiden se apoderó una pequeña tropa de españoles del castillo de la Haya, <<con mucho regocijo y contento de los de la Haya, por ser los más de ella católicos y desear verse bajo la obediencia de su majestad, y para alcanzarlo hacían lo que era en sí; porque hasta las mujeres traían debajo de las hucas, que son unos mantos que llevan al salir de casa, pólvora, cuerda y comida para los españoles, estimando que por haber venido a la ligera sin bagaje tendrían falta de éste>>.

Españoles de camino,
¿con este sol brabantino
se os secaron las gargantas?
Tengo agua fresca, buen vino,
mesa en que hagáis colación,
estas sillas y un sillón

Ganaron también el fuerte de Valkenburch entablándose una discusión sobre si degollar o no a la guarnición inglesa que es les rindió -Isabel I de Inglaterra no podría molestarse por ello pues sus diplomáticos insistían continuamente frente a Felipe II en que su reina no prestaba ayuda a los rebeldes-. Por poco se salvaron los ingleses en este ocasión. Era la intención del ejército del comendador el ir tomando los fuertes cercanos a Leiden para asegurar el asedio.

Acercándose ya a la ciudad de Leiden debían los españoles tomar primero dos fuertes que los rebeldes habían levantado en Alfen y Masencluse para la mejor defensa de la villa. El primer designio del maestre de campo Valdés <<fué asaltar la aldea de Alfen, y quitar el puente a los enemigos. No fue más larga la tardanza. Hizo elección de los más valerosos españoles, los cuales asaltaron con tanto esfuerzo a los enemigos, que después de un sangriento combate ganaron el fuerte fabricado para la defensa del puente.

De aquí siguiente con el mismo ímpetu a los que se retiraban, entraron con ellos en las otras fortificaciones, con las cuales estaba guarnecida la aldea.; y en que se alojaron. Cuanto con este suceso creció el ánimo a los reales, tanto faltó a los rebeldes, por lo cual les salió más fácil la toma del otro fuerte de Masenculsa, y de este modo vinieron a sus manos entrambos dentro de pocos días>>. Murieron en la toma de Alfen 200 de los ingleses que lo defendían frente a ocho españoles atacantes. Tras ello se cerraron todos los pasos hacia la villa, comenzando el cerco.

Mientras esto iba ocurriendo en la provincia de Holanda, en la de Brabante se conseguía pagar los atrasos a los amotinados, tomar la isla de Worcom y la villa de Leerdem.

El asedio de Leiden iba avanzando de manera que en la ciudad ya escaseaba la comida. Menudeaban por esa razón los encuentros y escaramuzas entre ambos bandos por razón de las vituallas. Por un lado los rebeldes luchaban por estorbar la construcción de unas trincheras que hacían las tropas reales para impedir que los asediados recogieran las legumbres y hortalizas que tenían plantadas en los alrededores de la villa y, por otro, los soldados reales trataban de evitar que los sitiados apacentasen el ganado en las cercanías de la muralla.

Viendo que no conseguían romper el asedio, los rebeldes decidieron romper los diques del Mosa y del Issel y anegar toda la comarca para poder socorrer a la villa por agua. El 11 de septiembre entró la armada de los rebeldes en la tierra inundada contando con 170 bajeles entre galeras y barcazas. Su intención era (navegando por la pradera) alcanzar y romper los siguientes diques para así tener acceso al canal maestro.

Para acceder a los otros diques debían atacar un paso que defendieron con bravura un puñado de soldados: <<don Luis Piementel, alférez del capitán Carrera, había levantado coon su compañía una trinchera aquella noche, que los rebeldes empezaron de nuevo con gran furia a batir; y viendo encogerse algo los ánimos de sus soldados con los muchos golpes de balas, para animarlos saloió don Luis sobre el dique, paseándose con su rodela y espada en la mano espacio de dos horas, no reparando la multitud de balas, y por herirle en un brazo se retiró a la trinchera, atando la herida con una ligagamba.

Y aunque don Luis se hallaba herido no quiso dejar de acompañar a los soldados en puesto tan peligroso aquella noche ni el día siguiente, con haber crecido el agua hasta darle en las rodillas, y la casa y trinchera pasada de balazos, no siendo más espesa que de tres pies la trinchera y cinco de alta>>. La crecida del agua acabó fozando el abandono del puesto retirándose los españoles a Soeterwoude, último punto desde el que defender el canal.

El 29 de septiembre los rebeldes rompieron los diques abandonados por las tropas reales y, cuatro días más tarde, había ya entrado agua suficiente para que sus barcos más pequeños pudieran circular sin problemas. A la semana pudo ya navegar su nave capitana. Llegada la armada al puesto defendido por los soldados del comendador, no pudieron éstos impedoir que la artillería de las galeras rebeldes terminara por romper el último dique.

Esto forzó al maestre de campo español a dar la orden de retirar el cerco y trasladar las tropas a la Haya pues ya era imposible evitar que les llegara el socorro a los de Leiden. Fue intentado recuperar uno de los pasos cercanos a la Haya donde finalmente murió el alférez Pimentel: <<El capitán Palomino pasó con el puente con don Luís Pimentel, el cual fue herido de un mosquetaazo en la rodilla, y no pudiendo pasar adelante, animaba a los soldados lo hicieses, pues él no era tan venturoso de poderlos seguir; y estándolo diciéndolo, le dieron otro mosquetazo por los pechos, que le mató>>.

Pese a la heroica resistencia de los soldados españoles, los rebeldes lograron ir rompiendo sucesivamente los diques cercanos a Leiden, inundar la campiña y, navegando, entrar socorro a la ciudad.

Sois bravo, ésta es tierra extraña;
no olvidéis, cuando en su saña
la vida una carga os sea,
que morir en la pelea
es morir dentro de España.

De esa forma y dejando más de 1.500 cadáveres, la mayoría de ellos ahogados, el cerco fue finalmente retirado. La ciudad recibió el ansiado socorro rebelde pero, a cambio, tuvo que sufrir durante largo tiempo una gran hambruna como consecuencia de la inundación de los campos.

Y ahora la leyenda

Magdalena vivía en La Haya, donde estaba destinado Valdez. Allí se conocieron. Él se enamora de ella aunque ella es treinta años mas joven. El amor no conoce barreras, ni edades, ni procedencias. En 1574, ya en las proximidades de Leiden, con el bloqueo a la ciudad muy avanzado y apunto ésta de rendirse, Magdalena, según la leyenda, persuade a Francisco para que retrase un día el ataque previsto para tomar la ciudad por la fuerza (y donde vivían familiares suyos) a cambio ella se casaría con él. Gracias a este acto de “sacrificio” de la bella holandesa, dice la leyenda, se pudo ganar el tiempo justo necesario para que la flota protestante arribara hasta Leiden para socorrerla del sitio al que había sido sometida. Así Magdalena Moons se convirtió en la heroína de Leiden y por ende del país entero.

Desenlace

No sabemos si la leyenda es cierta no. Lo que sí sabemos es que Magdalena era católica y que nuestros protagonistas se casaron por amor cuando el Rey Felipe II les dio licencia. Se ha demostrado recientemente que años después de la muerte de Valdez, Magdalena seguía firmando como “viuda de Valdes”. Y sobre todo, que no, que Francisco no tenia la intención de asaltar la ciudad porque no tenia ni el dinero, ni el material, el tiempo, y lo mas importante, los hombres necesarios para llevar a cabo la empresa con éxito. Así que cuando vio llegar las barcazas y no pudo detener su avance, sencillamente mandó levantar el sitio y se retiró.

En todo caso, Leiden había resistido la durísima prueba a la que le sometieron los católicos. De esas de las que forjan el carácter de un pueblo. La leyenda, siendo precisamente leyenda y por lo tanto sin rigor histórico, no le resta un ápice de valor a la resistencia de los habitantes de Leiden. Tal vez solo es una manera de personalizar el valor mostrado por todos.

En prueba a la tenacidad y resistencia de sus habitantes a Leiden se le premió con una Universidad (la primera de las Provincias Unidas) y cada 3 de octubre recuerdan con una festividad el valor y la determinación que mostraron ante tan difícil trance.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 00:07

El Asedio de ZIERIKZEE 1575


El asedio de Zierikzee fue una de las batallas de la Guerra de los Ochenta Años, ocurrida en 1576, donde españoles y holandeses combatieron en la ciudad de Zierikzee, en Flandes.

Antecedentes

En mayo de 1575, Felipe II de España, harto del conflicto de Flandes, pues estaba perdiendo mucho dinero en ella, decidió tomar conversaciones de paz con los rebeldes protestantes. Aceptaría que los tercios españoles se replegarían de sus posiciones, pero no toleraría que los protestantes siguiesen en su territorio, deberían convertirse al catolicismo. Y como para el rey era más importante la materia religiosa que los dineros y el éjército, y como ni los unos ni los otros llegaban a un acuerdo en la materia religiosa, no hubo paz.

Entonces el rey, dio orden a Luis de Requesens, gobernador de Flandes que hiciera una gran ofensiva contra la provincia de Zelanda, con el objetivo de tomar un puerto rebelde para que pudieran llegar suministros desde España, en barco. Luis de Requesens decidió tomar el puerto de Zierikzee, situado en la isla de Schouwen, en la orilla izquierda del río Escalda.

El asedio

Zierikzee era una nueva prueba para los tercios; desde 1572, los holandeses habían defendido la fortaleza valientemente y la habían reforzado cada vez más, construyendo nuevas fortificaciones.

En el asalto, primero tuvieron que tomar un fortín que estaba en la isla de Bommenze, que encabezó el maestre de campo Sancho Dávila y donde se dice que un mosquetero cuyo apellido era Toledo, desenvainó espada y cogió una rodela y cargó contra el enemigo en las murallas, sus camaradas al verlo hicieron lo mismo y es así como culminó el asalto al fortín, tras seis horas de combate, en los que los españoles mataron a todos los rebeldes holandeses y los españoles perdideron unos cien hombres, sin contar con los heridos.

Tomado el fortín de Bommenze, los holandeses se vieron en apuros y recurrieron a romper los diques cercanos y anegar todo el territorio. Los españoles, a pesar de esto, bloquearon la ciudad. Guillermo de Orange intentó varias veces romper el cerco y llevar suministros y víveres a los cercados, pero no lo consiguió.

Al final, la guarnición de la ciudad, perdida toda esperanza de obtener del exterior refuerzos decidieron rendirse y pagaron 200000 florines para salir con vida.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 00:15

La Batalla de OOSTER WEEL


La batalla de OosterWeel: Punto final al Principio de la Guerra de los 80 años.

La batalla de Oosterweel, librada el 13 de marzo de 1567 en la ciudad del mismo nombre, al norte de Amberes (actual Bélgica), está considerada el primer combate de la Guerra de los Ochenta Años, anterior a la batalla de Heiligerlee.

Los tercios españoles bajo el mando del general Beauvoir derrotaron a un ejército de calvinistas sublevados dirigidos por Jan de Marnix, quien resultó muerto. Los prisioneros, entre 700 y 800, fueron considerados rebeldes y ejecutados.

Guillermo de Orange, vizconde de Amberes, impidió a los habitantes de su ciudad acudir en ayuda de Oosterweel, ponderando las pocas posibilidades que tenían contra los ejércitos profesionales españoles.

Aquel 12 marzo de 1567 Jean de Marnix sabía que el día de la batalla estaba próximo. Una batalla que su fuero interno le decía que sería decisiva. Si conseguían la victoria, Amberes esperaba con sus férreos muros para abrazar y proteger la causa protestante. La ciudad más rica de la Monarquía Hispánica (después de Sevilla…), en la que una parte de su población anhelaba que la nueva fe hiciera su entrada y tomara la ciudad como bastión del protestantismo. Una ciudad a la que recientemente había llegado Guillermo de Orange, que hizo entrada en febrero en calidad de señor de la población (burgrave, le llamaban al título). Una visita que Marnix sabía que no era casual.

No sería fácil, pensaba, pero había mucho en juego. En el norte, en Amsterdan, Hendrik van Brederode (firmante, como él mismo, del Compromiso de Breda) también tenía dispuesto un ejército con el que apoyar la rebelión total en los Países Bajos.

— La Gobernadora (Margarita de Parma, hermanastra de Felipe II) tiene mucho de qué preocuparse. Pensaba Marnix. Y más cuando Brederode cuenta con la ayuda de Luis de Nassau (hermano de Guillermo de Orange y también firmante del Compromiso de Breda).

La vida del propio Marnix había dado un vuelco en sólo unos meses. Desde aquella “furia iconoclasta” del pasado agosto (de 1566) todo se había desenvuelto con una velocidad vertiginosa, impropia de aquellos años. Aquel episodio del saqueo de iglesias, destrucción de imágenes y todo lo que oliera a católico, se había convertido en una huida hacia delante. Ahora en sólo seis meses se encontraba allí, liderando dos millares de hombres a la espera de una batalla que iba a cambiar el destino del país.

De las turbas de gente sin control de agosto, se había pasado a que hubiera dinero para reclutar tropas y mandos. Una organización logística para alimentarlas, lugares para acamparlas, mandos para organizarlas y, claro, personas influyentes que trazaran los objetivos. O al menos lo intentaran, porque no todo iba como debía ser. Tenía un ejército bajo su mando, pero para mantenerlos había tenido que complementar lo recibido haciendo estragos en las poblaciones por las que habían pasado. De buen grado o por la fuerza.

Ahora estaban acampados en Oosterweel, una pequeña población a tiro de arcabuz de Amberes. Una capital donde las simpatías protestantes venían de lejos y, estaba más que seguro, les recibirían llegado el momento con los brazo abiertos.

Él se sentía muy orgulloso de que sus conciudadanos les mostraran su apoyo moral y del otro, donando dinero para su causa con la sincera esperanza de que el protestantismo, cuyos principios compartían en lo más profundo de sus corazones, hubiera llegado para quedarse en aquellas tierras… En todo caso, lo que sí estaba claro es que para mantener ese empuje se necesitaba mucho dinero. Y ese dinero lo ponían los poderosos buscando guiar esa marea religiosa hacía las orillas que más les interesaran.

— Es el precio que hay que pagar. Bien lo vale. dijo para sus adentros

Mientras tanto, se acercaban a Oosterweel grupos de hombres, no muy numerosos, que unos días antes habían partido de Bruselas. Se desplazaban en grupos independientes y por caminos diferentes para evitar levantar las sospechas, porque sabían que los protestantes tenían oídos y ojos en todos los pueblos. Solo portaban espadas y dagas.

Los componentes de la Guardia de la Gobernadora sabían que no podían fallar. Nada se interponía entre los rebeldes y Amberes más que ellos. No solo eso, las gravísimas acciones de los rebeldes y protestantes estaban quedando impunes por la situación de caos general. Las palabras de Margarita de Parma lo habían dejado claro y habían calado hondo:

— Son malhechores, les dijo, que se han situado fuera de los límites de la Misericordia. No tengais piedad. Matadlos a sangre y fuego.

Mientras lo decía con voz firme, la Gobernadora, espantó como pudo el pensamiento fugaz que la atravesó la mente como un rayo: ¿Qué ocurriría si sus mejores hombres eran vencidos por los rebeldes, mucho más numerosos? No tenía más ejército experimentado al que recurrir…

Ese mismo día, 12 de marzo de 1567, a mil seiscientos kilómetros de allí, en Madrid, la capital de cuatro continentes, el Rey Felipe II le daba instrucciones por escrito al pagador del Ejército de Flandes, Francisco de Lexalde, para que ejerciera su oficio bajo orden del duque de Alba. La maquinaria hispánica ya se había puesto en marcha y ya no se detendría. Se había llegado demasiado lejos allí en Flandes:

“Es nuestra voluntad y mandamos que tengáis Vª, Francisco de Lexalde, á quien habemos proveído de Pagador de nuestro ejército que habemos mandado juntar […] habéis de formar cuenta y data de todo el dinero de vuestro cargo que diéredes y pagáredes y distribuyéredes, la cual ha de ser por libranzas y nóminas del duque de Alba, nuestro Capitán general del ejército”

Felipe sabía mejor que nadie que los Países Bajos era una pieza fundamental en la Monarquía Hispánica porque permitía influir en el corazón de Europa. Era tan importante como para movilizar todos los resortes de la monarquía, lo suficiente como para no fiarlo todo a una partida jugada por otro. Una mano en la que se repartían cartas en ese preciso momento, a mil seiscientos kilómetros de Madrid, cerca de Amberes.

Aquellos soldados flamencos y valones se dirigían a la Abadía de San Bernardo en la población de Hemiksen a orillas del Escalda. Allí les esperaba toda la vitualla necesaria para su menester: Morriones, picas, arcabuces, banderas y tambores. Una vez reunida y pertechada la tropa, tomaron el camino de Oosterweel (casi a las puertas de Amberes), del que sólo les separaban poco más de quince kilómetros.

El 13 de marzo amaneció gris para los rebeldes. Gris plomo. Para cuando los protestantes se dieron cuenta, avanzaba ya la Guardia de la Gobernadora sobre ellos. Primero con las banderas plegadas y tambores sordos, luego con paso firme haciendo sonar los tambores, desplegando las banderas y poniéndose a tiro de arcabuz. Los rebeldes casi no tuvieron tiempo de formar una mínima defensa. El desconcierto, el desorden, la falta de experiencia hicieron el resto. La Guardia Valona sabía que la primera batalla, la de la sorpresa, estaba ganada. El resto fue “a sangre y fuego”.

Jean de Marnix, moría mirando las murallas de Amberes tal vez pensando lo cerca que estuvo de tocar la gloria, tal vez pensando por qué no venían a ayudarles.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 00:29

Batalla de DALEN

.
La batalla de Dalen se libró el 25 de abril de 1568 en los inicios de la Guerra de los Ochenta Años. En ella las fuerzas rebeldes holandesas de Guillermo de Orange, a las órdenes de Joost de Soete, sufrieron una derrota aplastante por los tercios españoles bajo el mando de Sancho de Londoño y Sancho Dávila.
Preparativos

El 20 de abril de 1568 Joost de Soete, señor de Villars, penetró en territorio de los Países Bajos a la altura de Maastricht procedente de Alemania, al frente de un ejército de 3.000 soldados. Su intención era conquistar alguna plaza importante que le sirviera como base de operaciones para posteriores avances. Marchando hacia el norte llegó a Roermond; ante la negativa de la ciudad a entregarse a los rebeldes, éstos comenzaron los preparativos para tomarla por la fuerza.

Enviados por Fernando Álvarez de Toledo, gobernador de los Países Bajos en nombre de Felipe II de España, Sancho Dávila y Sancho de Londoño avanzaron en dirección a Villars al frente de 1.600 soldados de los tercios españoles. Ante la proximidad de éstos, Villars abandonó sus intentos sobre Roermond y retrocedió hacia Erkelens, en Alemania, seguido por las fuerzas españolas.
La batalla

Ambos ejércitos se encontrarían entre Erkelens y Dalen (en alemán: Rheindahlen). En el enfrentamiento que siguió los tercios españoles causaron cerca de 1.700 bajas a los rebeldes, entre ellas toda la caballería. Villars, con el resto de sus tropas, se retiró hacia Dalen, donde se haría fuerte.

A las cuatro de la tarde Sancho de Londoño con 600 soldados de infantería alcanzó el lugar. La caballería de Dávila, dificultada por el terreno, no llegaría hasta pasado el enfrentamiento. En media hora Londoño y sus hombres destruyeron totalmente el ejército rebelde. Villars conseguió refugiarse en la ciudad, pero poco después sería hecho prisionero, siendo posteriormente ejecutado

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 03:15

Batalla de JODOIGNE


La batalla de Jodoigne se libró el 16 de octubre de 1568 y fue una victoria de las tropas españolas de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba, que vencieron el ejército rebelde holandés de Guillermo de Orange, en el marco de la Guerra de los Ochenta Años.

[b]La campaña[/b]

El 5 de octubre de 1568 el ejército de mercenarios reclutado por Guillermo de Orange para liberar a los Países Bajos de los Habsburgo de la Monarquía Hispánica inició su invasión por el sudeste de Bélgica.

Guillermo pretendía entrar en batalla rápidamente contra las fuerzas españolas, pero el III duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel no quiso arriesgarse a una derrota, ya que sabía que difícilmente podría sustituir las bajas.

Aunque se produjeron escaramuzas todos los días, la estrategia del duque de Alba fue dejar pasar los días, puesto que conocía las dificultades económicas por las que pasa Guillermo y sabía que no podría mantener al ejército por mucho tiempo. Al poco empezaron a producirse motines en las tropas de Guillermo y sólo entonces el duque estuvo dispuesto a presentar batalla. Guillermo se dirigió hacia Francia para unirse con las tropas que los hugonotes franceses le envían de refuerzo.

[b]La batalla[/b]

La batalla de Jodoigne, que no pasó de una escaramuza de grandes proporciones, se produjo al llegar al río Geete.

Guillermo de Orange dejó una fuerza de 5.000 arcabuceros al mando del conde de Hoogstraaten, con el fin de proteger al ejército mientras cruzaba el río. El duque de Alba envió a su hijo Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez de Guzmán al frente de la caballería y de 4.000 arcabuceros, que se lanzó contra la colina que ocupaba la retaguardia enemiga y los derrotó. A la petición de un oficial del ejército español para cruzar el río y lanzarse contra el ejército de Guillermo, el duque respondió que es a los soldados a quienes corresponde querer cruzar y combatir para distinguirse, no a su comandante.

El resultado

Al día siguiente de la batalla de Jodoige, tras haber perdido a la mayoría de sus arcabuceros y sin dinero para pagar a sus soldados, Guillermo de Orange entró en Francia con su ejército derrotado, donde se disolvió, finalizando su intento de invasión.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 03:19

Toma de BRIELLE


La ciudad de Brielle, en Holanda, fue tomada sin lucha por los Mendigos del mar el 1 de abril de 1572, durante la Guerra de los Ochenta Años. Este acontecimiento sería el desencadenante de la generalización de la rebelión holandesa contra España por otras ciudades de Holanda y Zelanda.
Antecedentes

Hacia 1566–1568 se produjeron en los Países Bajos una serie de alzamientos de las fuerzas holandesas contra el gobierno español de los Países Bajos. En esta fase inicial de la Guerra de los Ochenta Años los rebeldes holandeses no buscaban la independencia de la corona española, como ocurriría años después: los alzamientos estaban provocados por las imposiciones religiosas católicas y por las cargas fiscales que las autoridades españolas imponían a la población local.

Toma de la ciudad

Los Mendigos del mar estaban liderados por Guillermo II van der Marck, señor de Lummen. A últimos de marzo partieron de Dover (Inglaterra), expulsados por Isabel I de Inglaterra, quien prohibió ayudarles. Con una flota de 24 embarcaciones de diversos tamaños y aproximadamente 200 hombres, pusieron rumbo a Zelanda. Acuciados por el cansancio y la falta de víveres, remontaron el río Mosa hacia Brielle.

La ciudad, amurallada, estaba poco poblada y se hallaba sin guarnición militar que la defendiera. Los Mendigos dividieron su flota en dos: mientras Van der Marck se acercaba por el norte, William de Blois, señor de Treslong, atacó por el sur. Los lugareños, que en su mayoría habían huido ante la presencia de los asaltantes, no opusieron resistencia, y los Mendigos tomaron fácilmente la ciudad.

El III duque de Alba Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, en aquella época gobernador de los Países Bajos españoles envió al conde de Bossu, estatúder de Holanda y Zelanda tras el abandono de Guillermo de Orange, con la misión de sofocar la rebelión. Bossu llevaba diez compañías de la guarnición de Utrecht. Llegado a Brielle, sus tropas fueron rechazadas por los holandeses, que prendieron fuego a algunos barcos españoles, obligando a las fuerzas de Bossu a retirarse hacia Rotterdam.

Consecuencias

Militarmente fue un acontecimiento menor, puesto que la ciudad no tenía ninguna guarnición en aquel momento. La importancia de este hecho radica en haber sido la primera conquista de las fuerzas rebeldes holandesas durante la guerra que éstas mantenían contra las autoridades españolas.

Tras la toma de Brielle otras ciudades de Holanda y Zelanda se unieron a la rebelión. El 6 de abril los mendigos tomaron Flesinga y posteriormente siguieron hacia Dordrecht y Gorcum, donde detuvieron a un cierto número de religiosos católicos que fueron ejecutados sin fórmula de juicio, los que después serían llamados los Mártires de Gorcum.

La extensión del conflicto provocaría siete años después la fundación de las Provincias Unidas de los Países Bajos y el agravamiento de la guerra contra el Imperio español, que terminaría en 1648 con la independencia definitiva de los Países Bajos de la monarquía hispánica.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 03:29

Socorro de GOES


En agosto de 1572, durante el transcurso de la Guerra de los Ochenta Años, la ciudad española de Goes, en los Países Bajos, fue objeto de asedio por parte de las fuerzas holandesas con apoyo de las tropas inglesas, lo que suponía una amenaza para la seguridad de la ciudad vecina de Middelburg, también bajo asedio.

Ante la imposibilidad de socorrer a Goes por mar, tres mil soldados de los tercios españoles bajo el mando de Cristóbal de Mondragón vadearon el río Escalda por su desembocadura caminando durante la noche quince kilómetros con el agua a la altura del pecho.

La llegada por sorpresa de los tercios provocó la retirada de las tropas anglo-holandesas de Goes, permitiendo a los españoles mantener el control de Middelburg, capital de Walcheren.

Contexto

Hacia 1566 surgieron en los Países Bajos, en aquella época pertenecientes al Imperio español, una serie de revueltas contra las autoridades españolas, provocadas principalmente por las imposiciones religiosas y fiscales de éstas hacia la población holandesa. En 1567-1568 el conflicto se recrudecería, desembocando en la guerra de los Ochenta Años o guerra de Flandes.

En abril de 1572 los mendigos del mar, rebeldes holandeses alzados contra España, tomaron Brielle, primera ciudad conquistada en el transcurso de la guerra. Otras ciudades de la provincia de Zelanda pronto se unirían a los rebeldes, y a mediados de 1572 sólo quedaban bajo control español Middelburg y Arnemuiden en la isla de Walcheren, y Goes (también llamada Tergoes) en la isla de Zuid-Beveland,2​ todas ellas bajo asedio o amenazadas por las fuerzas holandesas bajo el estatuderato de Guillermo de Orange con apoyo de tropas inglesas enviadas por Isabel I.

Asedio de Goes

Jerome de Tseraarts, gobernador de Flesinga al mando de las fuerzas holandesas en la isla de Walcheren, había intentado poco antes el asedio de Goes, habiendo sido repelido por la guarnición de la ciudad al mando de Isidro Pacheco.3​ El 26 de agosto de 1572, al frente de siete mil soldados,4​ entre los que había mil quinientos ingleses al mando de Thomas Morgan y Humphrey Gilbert,3​ y una flota de cuarenta naves,5​ Tseraarts volvió a sitiar la ciudad.

La guarnición española de Goes, muy inferior en número, no resistiría el asedio durante mucho tiempo sin recibir refuerzos.

Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba,6​ gobernador de los Países Bajos en nombre de Felipe II de España, ordenó a Sancho Dávila, estacionado con sus tropas en Brabante Septentrional, enviar auxilio a Goes. La presencia en la zona de la flota de los mendigos del mar capitaneados por Peterson Worst7​ impidió que la ayuda pudiera ser enviada por vía marítima.

Socorro de Goes
Planificación

El río Escalda, antes de su desembocadura en el mar del Norte, se dividía en dos brazos que fluían en direcciones distintas: el Oosterschelde salía hacia el norte; el Westerschelde corría hacia el oeste. Entre estos dos brazos se encontraban las islas de Walcheren y Zuid-Beveland, al norte de la cual se encontraba Goes. Por el poco desnivel del Escalda, la zona comprendida entre Zuid-Beveland y Brabante era una llanura permanentemente anegada y expuesta a las mareas del mar del Norte y a las corrientes del río. Cuando la marea bajaba el río tenía entre metro y metro y medio de profundidad; cuando subía podía llegar a tres metros como media.

El capitán Plomaert, flamenco al servicio de los españoles, acompañado por dos lugareños conocedores del terreno, estudió la posibilidad de hacer pasar a las tropas españolas vadeando el Oosterschelde a pie, aprovechando las horas de la marea baja.

Travesía del Escalda

El plan de Plomaert fue presentado a Sancho Dávila y a Cristóbal de Mondragón, que lo aceptaron como viable, y para su puesta en práctica Mondragón reunió en Woensdrecht (en las cercanías de Bergen op Zoom) una fuerza de tres mil piqueros españoles, valones y alemanes de los tercios.

Al anochecer del 20 de octubre Mondragón y sus hombres precedidos por Plomaert y sus guías se adentraron en el río, cada uno de ellos provistos de un saco con pólvora y provisiones que deberían sujetar por encima de la cabeza y en la punta de las picas durante toda la travesía. Durante la noche cruzaron los 15 km que les separaban de la orilla opuesta, con el agua a la altura del pecho, hundiéndose en el fondo lodoso, soportando el oleaje y las corrientes de la desembocadura del río y apurados por la inminente subida de la marea.

Ataque de los tercios

Poco antes del amanecer alcanzaron la orilla de Zuid-Beveland a la altura de Yerseke, a unos veinte kilómetros de Goes, habiendo perdido solo nueve hombres4​ ahogados en la travesía del río (un número mínimo de bajas comparado con la peligrosidad de la empresa), y avanzaron en dirección a su objetivo. Las tropas anglo-holandesas que asediaban Goes, sorprendidas ante la llegada inesperada de los tercios, a los que esperaban ver llegar por alguno de los puertos de la isla, abandonaron el asedio y emprendieron apresuradamente la retirada hacia sus naves, perseguidos por los soldados de Mondragón, que todavía alcanzaron su retaguardia causándole más de ochocientas bajas.8​

Consecuencias


La retirada anglo-holandesa de Goes permitiría a las tropas españolas aliviar temporalmente el asedio sobre Middelburg, capital de Zelanda; la ciudad resistiría hasta su rendición en febrero de 1574.

A finales de 1572, Goes, Arnemuiden, Middelburg y Rammekens seguirían bajo control español. Middleburg seguiría bajo asedio hasta su rendición en febrero de 1574. La isla de Schouwen, incluyendo Zierikzee, quedarían en manos de las fuerzas holandesas.

Evocaciones

Pedro Calderón de la Barca escribo sobre la actuación de estos soldados.

Estos son españoles: ahora puedo
hablar encareciendo estos soldados,
y sin temor, pues sufren a pie quedo
con buen semblante, bien o mal pagados.

Nunca la sombra vil vieron del miedo,
y aunque soberbios son, son reportados.
Todo lo sufren en cualquier asalto;
sólo no sufren que les hablen alto.


Y también por parte de Fadrique Furio Ceriol, censor de los “Comentarios” de Bernardino de Mendoza.

[b]Entre otras hazañas memorables y dignas de eterna memoria, se verán aquí aquellas dos nunca assaz loadas: que esta nación y las demás por dos vezes, con escuadrón formado del modo que se pudo, vadeó el mar océano desde tierra firme a las Islas de Zeelanda, de noche y con frío, por distancia de dos leguas, con agua a los pechos, a la garganta y a ratos más arriba, por donde algunos se anegaron en ella; y llegados de la otra parte, hambrientos, desnudos, mojados, tiritando de frío, cansados y pocos, cerraron con los enemigos, que eran muchos más en número y estavan hartos, armados y descansados y atrincheados, y los hizieron huir a espadas bueltas.[/b]

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 14:33

Saqueo de MALINAS


La ciudad de Malinas (neerlandés: Mechelen), actualmente en Bélgica, fue saqueada durante tres días en octubre de 1572 por los tercios españoles, en el transcurso de la guerra de los ochenta años. En represalia por la ayuda brindada por la ciudad de Malinas al ejército rebelde de Guillermo de Orange, y para satisfacer los pagos atrasados de los soldados de los tercios españoles, el duque de Alba ordenó a las tropas bajo el mando de su hijo Don Fadrique saquear la ciudad.

Hacia 1566-68 se desataron en los Países Bajos, por aquel entonces bajo dominio español, una serie de revueltas contra las autoridades españolas, provocadas por la intransigencia religiosa española para con el protestantismo mayoritario holandés, y por las cargas fiscales a las que éstos eran sometidos por el gobierno español. Estas rebeliones iniciales desembocarían en la guerra de los ochenta años o guerra de Flandes.

En abril de 1572 los mendigos del mar, holandeses rebeldes contra el dominio español, tomaron la ciudad de Brielle, expandiéndose en los meses siguientes por las principales ciudades de Holanda y Zelanda: Flesinga, Enkhuizen, Dordrecht, Gorcum.

Asedio de Mons (1572)

A finales de mayo del mismo año, Luis de Nassau con la ayuda de los hugonotes franceses, tomó por sorpresa la ciudad de Mons, en la provincia de Henao. A fin de recuperarla para España, el gobernador general Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba, y su hijo Don Fadrique acudieron con sus tropas a asediar y conquistar la ciudad.

Al mismo tiempo Guillermo de Orange, hermano de Luis de Nassau y líder de los rebeldes holandeses, al frente de un ejército de mercenarios levado en Alemania penetró en los Países Bajos y marchó en dirección a Mons, a fin de levantar el asedio que el duque de Alba tenía puesto contra la ciudad. En el camino tomo Roermond, y avanzó por Diest, Tienen, Zichem, Lovaina, Malinas, Dendermonde, Oudenaarde y Nivelles, conquistando militarmente las ciudades que se resistían y aceptando la ayuda de las que se la ofrecían.

El encuentro entre el ejército holandés de Guillermo de Orange y el del duque de Alba se saldaría con la derrota y retirada del primero; el 19 de septiembre de 1572 Luis de Nassau, sitiado en Mons, pactaría su rendición a los tercios del duque. La ciudad sería ocupada nuevamente por los españoles y los soldados de los tercios estacionados en Mons quedaron libres para recuperar las ciudades alzadas.

Casus belli

De entre todas las ciudades que se encontraban en la ruta del ejército de Guillermo de Orange, Malinas se destacaría especialmente por la ayuda brindada a las tropas de éste. Unos meses antes la ciudad se había negado a acoger a los tercios del duque de Alba.

A los soldados de los tercios participantes en el asedio de Mons, compuestos por soldados de varias nacionalidades del imperio español, se les debían varios meses atrasados de paga. A fin de resarcirles, el duque de Alba les autorizó a saquear Malinas, en represalia por la negativa de la ciudad a aceptar los tercios españoles y por haber acogido al ejército de Guillermo de Orange.

Saqueo de Malinas

Don Fadrique, hijo del duque de Alba, y Felipe de Noircames, gobernador de Henao, avanzaron con sus tropas desde Mons hasta Malinas. Ante la presencia de éstos, la escasa guarnición de Malinas abandonó la ciudad, dejándola indefensa. El 2 de octubre las tropas de Don Fadrique cruzaron el foso que rodeaba la ciudad, pasaron las murallas y tomaron control de Malinas sin encontrar resistencia. A pesar de las solicitudes de clemencia que las autoridades religiosas de la ciudad hicieron a los asaltantes, el saqueo comenzó inmediatamente.

El primer día los tercios españoles, y los dos días siguientes los tercios valones y alemanes del ejército español, desvalijaron indiscriminadamente iglesias, monasterios, almacenes y casas particulares sin hacer distinciones entre católicos o calvinistas (incluyendo la casa del cardenal Granvela, secretario de estado de España). Asesinatos, robos y violaciones fueron habituales en la ciudad durante los tres días que duró el saqueo .

El botín conseguido por los soldados, estimado en varios millones de florines,4​ sería enviado a Amberes para ser canjeado por dinero en efectivo.

El duque de Alba justificaría el saqueo en una carta dirigida al rey Felipe II de España:

"...que es muy necesario ejemplo para todas las otras villas que se han de cobrar, porque no piensen que a cada una dellas sea menester ir al ejército de V.M., que sería un negocio infinito."


Avance hacia el norte

Tras el saqueo de Malinas, los tercios de don Fadrique marcharon por Maastricht, Roermond, Venlo y Zutphen hacia Haarlem, en el norte del país. A su paso saquearían también las ciudades de Zutphen (17 de noviembre) y Naarden (1 de diciembre). El resto de las ciudades que habían acogido al ejército de Guillermo de Orange se libraron de correr la misma suerte mediante el pago de una sustanciosa cantidad.

A principios de diciembre de 1572 Don Fadrique al frente de sus tercios llegaría hasta Haarlem, bajo el gobierno de Wigbolt Ripperda, que al negarse a acoger a sus tropas sería objeto del asedio de Haarlem durante más de siete meses

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 14:47

Asedio de MIDDELGURG

El asedio de Middelburg (1572-1574), o simplemente asedio de Middelgurg, fue un asedio que duró dos años y tuvo lugar entre los años 1572 y 1574 durante la Guerra de los Ochenta Años y la Guerra anglo-española. Un ejército rebelde holandés con el apoyo de los ingleses puso sitio a Middelburg que estaba retenida por las fuerzas españolas bajo el mando de Cristóbal de Mondragón. Los españoles resistieron y solo capitularon cuando las noticias de los refuerzos de ayuda para salvar a Middelburg fueron derrotadas en Rimmerswiel.

En 1566, la familia del rey de España había heredado las Diecisiete Provincias de los Países Bajos y estaba gobernada por la Monarquía española. En 1568, Guillermo de Orange, estatúder de Holanda, Zelandia y Utrecht, y otros nobles estaban insatisfechos con el dominio español en los Países Bajos.4​ Surgieron una serie de revueltas contra las autoridades españolas, causadas principalmente por imposiciones religiosas y económicas a la población holandesa que también buscaba poner fin al duro gobierno del español Duque de Alba, gobernador general de los Países Bajos.

Los rebeldes holandeses esperaban expulsar a Alba y sus tropas españolas del país por lo que las hostilidades aumentaron, lo que llevó a la Guerra de los Ochenta Años. En abril de 1572, los «Sea Beggars», rebeldes holandeses, capturaron Brielle lo cual causó sensación y tuvieron lugar una reacción en cadena de eventos especialmente en la isla de Walcheren. Después de que Brielle fue capturada, quisieron tomar la ciudad de Flushing. Otras ciudades en la provincia de Zeeland pronto se unieron a los rebeldes, y hacia mediados de 1572 solo Arnemuiden y Middelburg , en la isla de Walcheren, y Goes, en la isla de Zuid-Beveland , permanecieron bajo control español, todos ellos sitiados y amenazados por las fuerzas holandesas bajo el mando de Stadtholder William of Orange con el apoyo de tropas inglesas enviadas por la reina Isabel I.

Los rebeldes causaron estragos y saquearon propiedades e incendiaron iglesias en muchas de las aldeas en la isla cuando cayeron en sus manos, y también ciudades como Arnemuiden y Veere fueron entregadas por los habitantes simpatizantes de la causa rebelde.

Durante el levantamiento, Middelburg aún tenía una fuerte guarnición española y, a fines de abril de 1572, se llevó a cabo un intento de asalto formado por alrededor de 1100 rebeldes holandeses dirigidos por Jerome Tseraerts. Debido a la falta de recursos y apoyo, retrocedieron después de un día sufriendo pérdidas y luego recurrieron a saquear el exterior de la ciudad. En junio, se hizo otro intento, esta vez por solo un centenar de rebeldes holandeses.

Liderado por Bernard Nicholas, el intento de asalto fue exitoso ya que las defensas exteriores se incautaron, pero poco después una salida de la guarnición logró expulsar a los holandeses. Middelburg aún no había sido asediado y los españoles pudieron abastecer la ciudad sin ningún obstáculo. El 4 de noviembre casi 1500 holandeses e ingleses bajo Jerome Tseraerts y Bartholt Entens van Mentheda ( nl )quien acaba de regresar del sitio fallido de Goes llegó a la isla de Walcheren y luego hizo planes para asediar Middelburg.

El asedio

Las vías fluviales alrededor de la ciudad pronto se bloquearon, lo que pronto causó que los suministros escasearan para los habitantes de Middelburg. Los rebeldes incluyeron un regimiento inglés bajo Thomas Morgan y algunas insignias escocesas y además recientemente se había fortalecido por un número de reclutas no entrenados de Inglaterra.

Tseraerts fue comisionado para ser vicegobernador de toda la isla de Walcheren si tenía éxito en su tarea de tomar la ciudad. Los rebeldes pronto aparecieron en el castillo de Westhoven, ubicado al este de la ciudad, Tseraerts lideró un asalto que lo capturó, luego saqueó una abadía y luego la prendió fuego. El gobernador de Walcheren, Antoine de Borgoña, escribió reiteradamente al Duque de Alba, Gobernador de los Países Bajos en nombre de Felipe II para informar sobre la situación en la ciudad que se estaba volviendo cada vez más difícil con el asedio. Alba ordenó a Cristóbal de Mondragón ir a Middelburg y destruir las posiciones de asedio anglo-holandesas y restaurar las líneas de suministro. Mientras tanto, Mondragón asumió la administración de la ciudad y, como resultado, Antoine de Borgoña renunció a convertirse en el alcalde de Middelburg.


A principios de diciembre, Sancho d'Avila llegó desde Amberes y el duque de Alba le ordenó enviar refuerzos por mar. Reunió una flota en Breskens y esperaba capturar a Flushing y apoderarse de los cursos de agua de en manos de los rebeldes en Walcheren. D'Avila envió algunas compañías por tierra a Middelburg y logró abastecer la ciudad. Estaba en camino a Flushing pero fue interceptado y derrotado por Lieven Keersmaker y perdió cinco naves.

1753

A principios de 1573, los holandeses lograron capturar el castillo en Popkensburg, en las afueras de la parte norte de Middelburg. Mientras tanto, dentro de las murallas de la ciudad la escasez de alimentos se sintió con fuerza cuando el amargo invierno duró más de lo previsto. Además del sufrimiento de la población, los soldados españoles también tenían muy poco en términos de consumo. La gente de la ciudad que era de poca utilidad, como los mendigos y las personas que morían de enfermedades, se quedaban afuera para ahorrar comida. A fines de julio, después de no haber liberado a Haarlem, Guillermo de Orange se hizo cargo de Tseraerts.

El 5 de agosto, el cercano Fort Rammekens fue asaltado y capturado por los holandeses e ingleses dirigidos por Jacobus Schotte y poco a poco los puntos fuertes fueron conquistados lentamente uno por uno. En Navidad, la escasez de alimentos fue tan grave que entre 1000 y 1500 civiles y soldados murieron antes de fin de año.

1754

La situación era desesperada en enero de 1574 con Middelburg todavía asediado y el duque de Alba fue llamado por el rey español y reemplazado por Luis de Requesens. De Requesens ordenó el alivio de Middelburg y montó una flota de setenta barcos bajo las órdenes de Julián Romero en Bergen op Zoom y Amberes; Sancho d'Avila con un centenar de barcos que se unirían a Romero. Sin embargo, la operación fue un fiasco; partieron pero antes de que llegaran a Middelburg fueron atacados por los mendigos del mar que abordaron todos los lados de los barcos. Ningún barco logró llegar a Middelburg y esto fue un gran golpe para los españoles.

A principios de febrero, la ciudad durante más de doce días no tuvo comida; Mondragón envió varios mensajeros a Requesens, pero nunca recibió una respuesta porque los mensajeros con cartas fueron interceptados. El 4 de febrero Mondragón recibió un mensaje personal de Guillermo of Orange; tuvo que rendir la ciudad en el plazo de cuatro días. Mientras tanto, para agravar aun más los problemas de Mondragón hubo una mayor afluencia de tropas holandesas, inglesas y escocesas que ahora rodeaban la ciudad.

Capitulación

El endurecido Mondragón se negó a rendirse y, como señal, prendió fuego a algunas casas y envió un mensajero a Guillermo de Orange para avisarle que docenas de lugares en la ciudad serían incendiados y que él iría a la lucha. Este llegó con un compromiso y propuso una negociación en Fort Rammekens con las siguientes condiciones: una capitulación honorable y un «retiro» con armas, banderas y estandartes.

Mondragón estaba preocupado por los habitantes a la luz de los recientes acontecimientos de los que él era plenamente consciente de las masacres españolas de las poblaciones de Haarlem, Naarden y Zutphen ordenadas por el duque de Alba. Le rogó al Príncipe que no se hiciera daño a los habitantes y al clero, y cuando esto se acordó, Guillermo de Orange y Mondragón firmaron un traslado el 18 de febrero. El 23 de febrero, la guarnición española mal alimentada y mal equipada abandonó la ciudad de Middelburg junto con el clero católico.

Consecuencias

Con la rendición de Middelburg, toda la isla de Walcheren, que vigila las dos bocas del río Escalda, se perdió entre los holandeses y los ingleses. La ciudad de Leiden, que había sido invadida por los españoles desde noviembre de 1573, aún resistía a Guillermo de Orange. Mondragón llevó a su ejército derrotado, y luego amotinado, a Beveland y al año siguiente capturó Duiveland y mas adelante Zierikzee. Después del asedio, Jacobo Schotte fue recompensado por Guillermo de Orange y fue nombrado alcalde de Middelburg.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 17:20

Toma de VALKENBURG


La toma de Valkenburg de 1574, también conocida como la toma del Castillo de Valkenburg, se llevó a cabo a principios de febrero 1574, en la fortaleza de Valkenburg, Limburgo, Flandes, actualmente Países Bajos, durante la Guerra de los Ochenta Años y la Guerra anglo-española (1585-1604), en el contexto del Asedio de Leiden.

La fortaleza de Valkenburg, al noroeste de Leiden, guarnecida por cinco compañías inglesas comandadas por el coronel Edward Chester, fue de gran importancia estratégica para facilitar, o dificultar, los esfuerzos españoles en Leiden. A principios de febrero, cuando las tropas españolas mandadas por el Maestre de Campo Francisco de Valdés, avanzaron sobre el Castillo de Valkenburg, las tropas inglesas rindieron la fortaleza a los españoles y huyeron hacia Leiden. Las fuerzas españolas tomaron posesión de la fortaleza.​ Por la cobardía demostrada en Valkenburg, las tropas inglesas fueron rechazadas por el ejército rebelde holandés en Leiden y finalmente las tropas de Chester se rindieron al ejército español.

Poco después, las fuerzas inglesas en Alphen (ahora llamado Alphen aan den Rijn , suroeste de Leiden), también fueron derrotadas, y en Gouda , otra fuerza inglesa fue sorprendida y derrotada por un contingente de tropas españolas, con la pérdida de 300 hombres y tres colores para el inglés.

En abril de 1574, Francisco de Valdés detuvo el asedio de Leiden, para enfrentarse al ejército rebelde invasor liderado por Luis de Nassau y Enrique de Nassau-Dillenburg (hermanos del príncipe Guillermo de Orange ), pero las fuerzas españolas al mando del general Don Sancho d'Ávila los alcanzó primero, lo que lleva a la Batalla de Mookerheyde .

Los holandeses sufrieron una derrota desastrosa, perdiendo al menos 3000 hombres, con Luis de Nassau y Enrique de Nassau-Dillenburg muertos. Finalmente, el ejército rebelde se dispersó debido a la falta de pago

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 17:27

Batalla de LILLO


La batalla de Lillo, también conocida como batalla naval de Lillo o batalla naval de Amberes, tuvo lugar el 30 de mayo de 1574 cerca de la desembocadura del río Escalda, frente a la actual ciudad de Lillo-Fort, en el contexto de la Guerra de los Ochenta Años. Después de su desastrosa derrota en la batalla de Mookerheide, cerca de Nijmegen, en Holanda, donde los rebeldes holandeses realizaron un sorprendente golpe de audacia y gestión aprovecharon el factor sorpresa para aniquilar la mitad de los barcos de una flotilla española atracada en Lillo y apoderarse de la otra mitad, dos de ellos de grandes dimensiones.

Si los españoles habían sido vencidos por los mendigos del mar el 29 de enero de 1574 durante la batalla de Reimerswaal en Zeeland, en la margen derecha del estuario del Escalda, Requesens había ganado en abril de 1574 la batalla de Mook en el sureste de la Holanda, una victoria sobre las fuerzas de la sedición. Desde entonces, solo Holanda y Zelanda estaban todavía en manos de los rebeldes. Por otra parte, el hijo del Duque de Alba, don Federico, había puesto sitio a la ciudad de Leiden, después de haber tomado posesión de Haarlem. Leiden había caído en manos de los españoles; sería como una rebelión. Guillermo de Orange dio la orden de hacer brechas en los diques y Boisot, el comandante de los mendigos, concibió y ejecutó un audaz golpe de fuerza.

Preludio

Después de la derrota de Reimerswaal, Requesens decidió mantener en puerto el resto de su flota bajo el mando de Adolf van Haemstede hasta su fusión con una gran expedición compuesta de unos 200 barcos, se estaba construyendo en Vizcaya y cuyo objetivo era arrebatar el control de los mares a los rebeldes. Sin embargo, un motín de las tropas españolas estacionadas cerca de Amberes debido a los salarios pendientes de pago que Requesens debía. El motín fracasó inicialmente y lo obligó a mover su flota río abajo para amarrar sus embarcaciones entre los fuertes de Lillo y Liefkenshoek. Los marineros, informados de estos movimientos, enviaron en gratitud a Evert Hendrikz, que trajo en triunfo a dos navíos españoles.

La batalla

En el día de Pentecostés, los mendigos del mar, liderados por Louis de Boisot, embarcaron en una flota de 64 embarcaciones ligeras y se dirigieron Hacia los barcos españoles estacionados frente a Lillo. El comandante español, el vicealmirante Adolf van Haemstede, pensó que eran refuerzos enviados desde España y no podían retirarse a tiempo. Fue hecho prisionero, mientras que fueron capturados una docena de barcos, incluido el buque insignia. Unos 1200 soldados españoles murieron en la batalla. Los barcos capturados se incorporaron a la flota de Zeeland.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 17:31

Asedio de SCHOONHOVEN


El asedio de Schoonhoven de 1575, también conocido como la captura de Schoonhoven, fue una victoria española que tuvo lugar entre el 11 y el 24 de agosto de 1575, en Schoonhoven, Países Bajos españoles, en la actualidad Holanda Meridional, Países Bajos, durante la Guerra de los ochenta años y la Guerra anglo-española (1585-1604).

El 28 de junio de 1575, las fuerzas españolas, entre 8000 y 10 000 soldados, dirigidas por Gilles de Berlaymont, señor de Hierges, y Stadtholder de Guelders, en Holanda, Zeeland y Utrecht, capturaron Buren y el 7 de agosto, Oudewater. El comandante español continuó su exitoso progreso y llegó a Schoonhoven el 11 de agosto. Después de 13 días de sitio y una resistencia valiente pero inútil, las fuerzas rebeldes dirigidas por De La Garde, compuestas por soldados holandeses, ingleses, escoceses, franceses y valones, que sumaban un total de unos 800 hombres, se entregaron a las tropas españolas, con más experiencia, el 24 de agosto. La habitantes de la ciudad, que no estaba dispuesta a ayudar a las fuerzas rebeldes, recibieron a Berlaymont con gran alegría.

Dos semanas después, las fuerzas españolas al mando de Charles de Brimeu, conde de Megen, marcharon hacia Woerden y sitiaron la ciudad el 8 de septiembre.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 18 Ene 2018 17:48

El Saqueo de AMBERES


El Imperio Español controla el mundo sin que ninguna otra potencia pueda hacerle sombra. El incesante oro que llegaba de América inundaba las arcas españolas que pronto se vaciaban por culpa de un comercio deficitario fruto de malas políticas comerciales, por los ingentes despilfarros de la corte real y sobre todo por el esfuerzo bélico en el que el Imperio Español basaba su dominio mundial.

Y es que durante el Siglo XVI, el Imperio tuvo guerras con todas las potencias mundiales, desde los Imperios Americanos hasta el Imperio Otomano pasando por potencias europeas como Francia, Potugal o Inglaterra, lo que llevó a la corona de Felipe II a la bancarrota el 1 de Septiembre de 1575.
La zona europea más candente en el marco militar era Flandes, donde la ocupación española había suscitado un movimiento rebelde por parte de los autóctonos holandeses, quienes se levantaron en armas contra la dominación española.

Allí los Tercios de Flandes, las mejores tropas de infantería del mundo, controlaban la situación con gran efectividad a base de sangre y sudor, pero la situación de bancarrota del estado hacía que los soldados fueran pagados tarde, mal y nunca, de forma que había unidades de los Tercios que llevaban más de dos años sin cobrar y malvivían a base de botines y confiscaciones a la población civil flamenca.

Por culpa de esta situación y respetando la normal moral de los Tercios de rebelarse tras una batalla, el Tercio de Valdés se amotinó ocupando la ciudad de Aalast y dejando los soldados (en total 1.600 hombres) marchar a sus oficiales para que estos no tuvieran que elegir entre la lealtad a su rey o a su tropa. Sin duda, que el Imperio hubiese puesto como gobernador de Flandes a un civil, Luis de Requesens, no ayudaba a calmar a las tropas amotinadas, un suceso que en tiempos del Duque de Alba (respetado militar, antecesor de Luis de Requesens), se habría resuelto de manera muy distinta.
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Tras conocer la situación y hartos de los desmanes españoles, los rebeldes holandeses crearon un gran ejército formado por 20.000 hombres, muchos de ellos civiles mal entrenados y reclutados para la ocasión, que fueron completados con tropas germanas y valonas contrarios a la corona española. Antes de liberar Aalast, las tropas flamencas optaron por tratar de tomar la rica ciudad de Amberes y su importante castillo. Dicha plaza estaba defendida por los hombres de Sancho Dávila que en clara minoría numérica (no llegaban ni a 1.000 hombres), no les quedó otro remedio que retirarse hacia el Castillo de Amberes, fortaleza que rebeldes pronto sitiaron.

Al conocer las malas noticias que llegaban desde Amberes, los amotinados de Aalast acudieron raudos y veloces a socorrer a sus compañeros, eso si, en vez de las enseñas imperiales, en sus estandartes figuraban imágenes religiosas para dejar clara su condición de amotinados. Además, también unidades españolas de otras zonas de Flandes, también acudieron a Amberes para ayudar a su liberación de manos de las garras del gran ejército holandés.

Los amotinados de Aalast emprendieron la marcha el 3 de Noviembre por la noche, y al amanecer ya habían llegado a Amberes tras una marcha de 40 Km. Nada más llegar a los alrededores de Amberes, se encontraron todas las fuerzas españolas llegadas al lugar desde todo Flandes. Los hombres fatigados, fruto de la larga marcha nocturna, comieron, tomaron un pequeño descanso, se organizaron y pronto estaban listos para atacar, bajo el lema "Socorrer el castillo y la villa o perder las vidas sobre ello" dejaron claro su predisposición para el combate, y es que ya era famosa en aquellos lares la actitud ante la batalla de los Tecios Españoles.

En total, las fuerzas españolas habían logrado reunir 2.200 españoles, 800 alemanes y apenas 500 caballos, cifras que parecen insuficientes para enfrentarse a un ejército de 20.000 hombres, pero esos 3.000 hombres eran la élite militar del mundo y se iban a enfrentar a una masa, que al menos 2/3 de su totalidad (unos 14.000), estaba compuesta de simples campesinos o civiles que poco o nada sabían de que iba eso de batallar.

En la mañana del 4 de Noviembre de 1576, comenzaría lo que iba a ser la Batalla de Amberes y acabó degenerando en el Saqueo de Amberes. Los españoles que habían acudido a socorrer a los sitiados al mando de Sancho Dávila atacaron los muros de la ciudad, y pronto consiguieron entrar, al tiempo que los sitiados del castillo lanzaron una ofensiva desde allí. La intensidad de ambos ataques fue desorbitada y pronto los rebeldes comprendieron que 20.000 hombre mal armados y mal equipados no eran suficientes para contrarrestar la decisión, organización y buen hacer de los españoles, por lo que pronto pusieron sin oponer gran resistencia, pies en polvorosa, huyendo y desmantelando aquel ejército rebelde holandés.

Algunos rezagados y los hombres con mas determinación de las tropas holandesas, se parapetaron en el ayuntamiento de la ciudad, pero aquel no era lugar seguro. El fervor de los españoles que se veían completando una heroica victoria y la escasez de oficiales españoles que controlaran a las tropas, hicieron que para desalojar a los holandeses del ayuntamiento, lo quemaran provocando un gran incendio en una ciudad que en su mayoría, era de madera.

El incendio se extendió, apoderándose de una parte muy importante de la ciudad, y fue entonces cuando la mayoría de los soldados españoles, ebrios de victoria, vieron la oportunidad de saldar sus cuentas pendientes con el Rey de España, Felipe II, saqueando la ciudad, y haciendo una fortuna que les deje exentos de volver a pasar las penurias que habían experimentado durante los dos últimos años. Por eso el final del día 4 de Noviembre y los 3 días siguientes, Amberes se vio sumida en una vorágine de destrucción y desenfreno en la que los soldados de los Tercios de Flandes llevaron a cabo un saqueo de dimensiones épicas que se llevó por delante miles de víctimas civiles. Aquel saqueo quedó en la memoria de los habitantes flamencos durante años, recordándose aún hoy en día.

La primera y mayor consecuencia para el Imperio Español tras el saqueo de Amberes, fue la Pacificación de Gante, que reconocía cierta autonomía a las provincias rebeldes, pero que también contemplaba la continuación del dominio español en Países Bajos.

Por otro lado, el Saqueo de Amberes caló de lleno en la población civil que si ya de por sí no veían con buenos ojos la presencia de las tropas españolas en sus territorios, acabó por temer al soldado español y es que por culpa de episodios como este, se extendió la "Leyenda Negra" de los Tercios de Flandes, y por todos los Países Bajos se fraguó la idea de la "Furia Española" para referirse a la crueldad de sus actos. Sin duda el Saqueo de Amberes fue un ola de inestabilidad más, en un lugar ya de por sí inestable, Flandes era un polvorín que pronto terminaría de explotar.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.


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