HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

La historia se escribe con fuego: todo sobre operaciones militares, tácticas, estrategias y otras curiosidades
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor greyghost » 10 Jun 2015 19:42

Por motivos familiares no estoy pudiendo entrar tanto como se merece este apartado, como veo, que al final si has incluido a soldados extranjeros de renombre, los cuales sirvieron a los intereses de los reinos de España, creo que merecería alguna mención alguien que obtuvo una conocida carrera militar en otras tierras, no solo por formar parte de una familia legendaria con raices españolas, si no por que se atrevió a disputarle el ultimo reino peninsular al mismísimo Fernando el católico, ni mas ni menos que Cesar Borgia, por cierto, su posible primo Michelozzo también es digno de mención, aunque sus habilidades eran muchísimo mas personales al servicio de dicha familia.
También de esa época es el llamado Sansón de Extremadura: Don Diego Garcia de Paredes. Un tipo que si hubiera sido britanico, francés o alemán, sería conocido en todo el mundo, como lo demuestra que si se conozca a Pierre Terraill de Bayard (el caballero sin miedo y sin tacha), a quien injustamente se le atribuyen hazañas de García Paredes, por ejemplo la defensa del puente del rio Garellano, o el duelo de la Barletta al que acudió herido.

Tampoco podemos olvidar al conquistador de Filipinas: Miguel Lopez de Legazpi.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor greyghost » 10 Jun 2015 20:05

Diego García de Paredes y Torres (Trujillo, España, 30 de marzo de 1468 – † Bolonia, Italia, 15 de febrero de 1533), más conocido como El Sansón de Extremadura, fue un militar español célebre por su extraordinaria fuerza física y sus múltiples hazañas. Combatió como capitán de infantería en las guerras de Italia, norte de África y Navarra. Duelista invicto en numerosos lances de honor; capitán de la guardia personal del Papa Alejandro VI; condotiero al servicio del Duque de Urbino y de la familia Colonna; coronel de infantería de los Reyes Católicos bajo el mando del Gran Capitán durante la conquista de Nápoles; cruzado del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros; Maestre de Campo del Emperador Maximiliano I, coronel de la Liga Santa y Caballero de la Espuela Dorada al servicio de Carlos V. Fue el soldado español más famoso de la época, admirado por sus contemporáneos como prototipo del valor, la fuerza y la gloria militar.

Diego García de Paredes y Torres nació en Trujillo el 30 de marzo de 1468,[1] hijo primogénito y legítimo de Sancho Ximénez de Paredes, descendiente del antiguo y noble linaje de los Delgadillo de Valladolid, y de su esposa doña Juana de Torres, noble dama trujillana del linaje de los Altamirano. En los primeros años de su infancia «criose al estruendo de las armas que veía ejercitar a su padre»,[2] infundiendo este ejercicio «tanta afición en el noble joven y tantos brios en las fuerzas, que con la edad cada día crecían»,[3] destacando desde sus inicios, pues se dice que «en sus tiernos años vencía a todos los de su edad».[4] Además de practicar estos juegos físicos y militares, Diego García aprendió a leer y escribir, algo inusual en la época para alguien que no se había criado en la Corte, y más aún para un joven inclinado al oficio de las armas.

La participación de Diego García de Paredes en esta guerra es bastante dudosa, principalmente por falta de datos fidedignos durante su primera juventud. El escritor y biógrafo Miguel Muñoz de San Pedro niega rotundamente en su obra[5] cualquier intervención del extremeño en esta campaña, afirmando que permaneció en Trujillo al cuidado de su madre viuda y de sus hermanos más pequeños hasta 1496. Sin embargo, algunos autores[6] [7] [8] aseguran que siguió a las tropas castellanas de Isabel la Católica a la Guerra de Granada, participando desde 1485 hasta el asedio y toma final en 1492, convirtiéndose en uno de los paladines cristianos del final de la Reconquista; en el año 1485 se hallaría en la entrega de la ciudad de Ronda, una de las principales fortalezas del Reino de Granada y más tarde, en 1487, en la toma de la ciudad de Vélez-Málaga. El 20 de abril de 1491, los Reyes Católicos sitiaron la ciudad de Granada: el largo cerco duro ocho meses, hasta que el 2 de enero de 1492 cayó el último bastión musulmán en España. Este gran suceso impresionó a toda la Cristiandad y vino a consolar la caída de Constantinopla en 1453.

La información fiable sobre la vida de Diego García de Paredes comienza en 1496, tras el fallecimiento en Trujillo de su madre, doña Juana de Torres. Libre de lazos familiares (Sancho de Paredes, el padre, había fallecido en 1481), su espíritu aventurero le llevó a la Italia del Renacimiento. Diego desembarcó en Nápoles a finales de ese mismo año, acompañado de su medio hermano por vía paterna, Álvaro de Paredes. Sin embargo, la guerra por el reino napolitano entre españoles y franceses había cesado recientemente, y ante la falta de jornal para subsistir, ambos hermanos viajaron a Roma para servir al Papa. Durante un breve periodo, por escasez de sueldo, se ganaron la vida junto a otros españoles buscando ventura de enemigos,[9] duelos nocturnos en las calles y suburbios de Roma, tras los cuales despojaban a los oponentes de sus capas, la prenda de vestir más valiosa de la época, que luego vendían en el mercado clandestino de Nápoles. Diego no quería llevar esta vida deshonrosa para un hidalgo, y decidió darse a conocer a un pariente suyo en el Vaticano, el cardenal Bernardino de Carvajal, quien mejoró notablemente su situación social. El Papa Alejandro VI no necesitó demasiadas recomendaciones: durante uno de sus ratos de ocio en los alrededores del Vaticano, el Pontífice observaba a los españoles que estaban a su servicio practicar el juego de lanzar la barra, uno de los deportes de la época, cuando una comitiva papal de italianos recelosos provocó una disputa. Diego García, armado solamente con la pesada barra de hierro, destrozó a todos sus rivales, que habían echado mano de las espadas, «matando cinco, hiriendo a diez, y dejando a los demás bien maltratados y fuera de combate».[10] Alejandro VI, asombrado por la fuerza del extremeño, nombró a Diego guardaespaldas en su escolta. Como jefe de la guardia Papal del Castillo Sant'Angelo, Paredes estuvo presente en Roma el 14 de junio de 1497, cuando el cadáver de Juan de Borja y Cattanei, hijo del Papa Alejandro VI, apareció cosido a puñaladas en las aguas del Tíber. Roma, convulsionada entonces por las profecías apocalípticas del monje Girolamo Savonarola, hervía de siniestros rumores, miedos y murmuraciones. Diego fue uno de los españoles que durante esas fechas estuvieron con los ánimos encendidos, prestos a empuñar sus enormes mandobles, buscando a los culpables de un crimen que ha quedado para siempre en el misterio. Ese mismo año, una facción de los nobles de Italia, encabezados por los Orsini (inducidos por el cardenal Juliano della Rovere), habían tomado las armas contra Alejandro VI. Su hijo, César Borgia, emprendió la destrucción de aquellos tiranos, y concibió el gran proyecto de la unidad de Italia bajo el poder del Soberano Pontífice: gran ocasión para que García de Paredes emplease su denodado arrojo. Como capitán de los Borgia intervino junto a las tropas españolas al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba en la captura del corsario vizcaíno Menaldo Guerra, que se había apoderado del puerto de Ostia bajo bandera francesa, se encargó de tomar Montefiascone (donde demostró sus fuerzas descomunales al arrancar de cuajo las argollas de hierro del portón de la fortaleza para dar entrada al ejército pontificio)[11] y participó en la campaña contra los Barones de la Romaña: conquistas de Imola, diciembre de 1499, y Forlí, enero de 1500, defendida heroicamente por Catalina Sforza. En estas acciones coincidió con otros capitanes españoles al servicio de los Borgia, como Ramiro de Lorca, Hugo de Moncada o Miquel Corella (Micheletto).
Por estas fechas, se vio involucrado en uno de sus famosos lances de honor: el desafío se produjo con un capitán italiano de los Borgia, llamado Césare el Romano. El duelo se celebró en Roma y acabó con la victoria de Diego, que no tuvo piedad y cortó la cabeza a su enemigo «no queriendo entenderle que se rendía».[12] Sin embargo, el muerto debía ser personaje de importancia y el suceso produjo gran revuelo en el Vaticano, trayendo como consecuencia el cese de García de Paredes en el mando de su Compañía y su posterior encarcelamiento. Diego García logró fugarse del ejército Papal y pasó a servir como mercenario del Duque de Urbino, enemigo de los Borgia, ayudándole a conservar sus posesiones. Después de la guerra de la Romaña, como de momento no podía volver con el Pontífice ni había tropas españolas a las que incorporarse, durante un tiempo pasó a servir como condotiero a sueldo de la poderosa familia italiana de los Colonna, bajo las órdenes de Prospero Colonna.
De nuevo bajo las banderas de España, Diego García de Paredes sirvió a las tropas del Gran Capitán en el asedio de Cefalonia, en Grecia, ciudad que había sido arrebatada recientemente por los turcos a la República de Venecia. Setecientos jenízaros defendían aquella fortaleza situada sobre una roca de áspera y difícil subida. Españoles y venecianos sufrieron cerca de dos meses todo género de penalidades en aquel sitio sin poder rendirla. Los turcos tenían entre sus armas ofensivas una máquina provista de garfios que los españoles llamaban «lobos», con los cuales aferraban a los soldados por la armadura y levantándolos en alto los estrellaban dejándolos caer, o bien, los atraían hacia la muralla para matarlos o cautivarlos. Diego García, como siempre en primera línea de combate, fue uno de los hombres que de esta manera fueron llevados al muro, donde le echaron los garfios, y tras luchar en fuerzas con el artilugio para no ser sacudido al suelo le subieron encima de la muralla. Paredes realizó entonces la primera de sus grandes gestas, coincidentemente consignada en las crónicas[13] [14] de su tiempo. Conservando espada y rodela, puso pie sobre las almenas, y una vez abierto el artefacto quedó en libertad de acción para comenzar una lucha que parece increíble y es, sin embargo, completamente cierta: con una violencia desenfrenada empezó a matar a los turcos que se acercaban para derribarle, y ni la partida encargada de dar muerte a los prisioneros ni los refuerzos que llegaron pudieron rendirle; refuerzos y más refuerzos vinieron contra él, estrellándose ante la resistencia del hombre de energías asombrosas, a quien «parecía que le aumentaba las fuerzas la dificultad».[15] Resistió heroicamente en el interior de la fortaleza haciendo «cosas tan dignas de memoria defendiéndose varonilmente que nunca le pudieron rendir»;[13] los musulmanes, «que muertos muchos perdían la esperanza de sujetarle»,[16] solo le pudieron capturar cuando «la fatiga del cansancio y hambre, después de haberse defendido durante tres días, le rindió».[17] Aquella lucha titánica fue algo sobrenatural, y ante semejante muestra de coraje los turcos respetaron su vida y le tomaron prisionero esperando obtener por su rescate mejores condiciones en caso de rendir Cefalonia. Restablecidas sus fuerzas, Diego esperó hasta que se inició el asalto final por parte de sus compañeros, momento que aprovechó para escapar de su prisión «a pesar de sus guardas»[18] (Según la tradición popular, Diego arrancó las cadenas de su prisión, echó abajo las puertas del calabozo y arrebató el arma a los centinelas después de acabar con ellos; de una forma u otra, lo cierto es que no fue rescatado y consiguió liberarse de su propia mano[19] ) y colaboró en el ataque hasta que se tomó la fortaleza, haciendo «tal estrago en los turcos»[20] que «despedazó tantos como el ejército había acabado».[21]

Fue aquí, en las murallas de Cefalonia, donde comenzó realmente la leyenda de Diego García de Paredes: la pujanza de un hombre de fuerzas increíbles resistiendo tres días contra una guarnición de soldados turcos sólo pudo encontrar semejanza en los relatos de las hazañas de Hércules y Sansón; con ellas lo ligó el comentario de la tropa, siendo conocido a partir de ese momento entre los soldados españoles como El Sansón de Extremadura, el gigante de fuerzas bíblicas, y por aliados y enemigos como El Hércules y Sansón de España.

De vuelta a Sicilia, el ejército español quedó temporalmente inactivo. Acostumbrado a la inquieta vida guerrera, Diego García se incorporó de nuevo a los ejércitos del Papa a principios de 1501, pues César Borgia acababa de retomar su empresa de la Romaña. La aureola de héroe alcanzada en Cefalonia valió el olvido de lo pasado, y César le nombró coronel en su ejército, participando en las tomas de Rímini, Fosara, en los Apeninos, y Faenza, conquistas donde ganó nuevos laureles al servicio de los Borgia: «un hombre de armas español de los del Duque, varón de muy gran fortaleza y ánimo, al cual llamaban Diego García de Paredes...arremetió como un león denodado con su espada y lanzose en medio de las fuerzas de los enemigos dando voces...haciendo cosas dignas de eterna memoria».[13] La campaña se cortó bruscamente, regresando Diego a Roma, donde César era requerido a causa del inesperado giro de los asuntos de Nápoles. Tras el cese de las hostilidades, se avenía mal el vigor, el ardor y el ansia de pelear que sentía Paredes en su pecho con la vida tranquila y acomodada de la Ciudad Eterna.
A finales de 1501 comenzó la segunda guerra de Nápoles entre el rey Fernando el Católico y Luis XII de Francia por el dominio del Reino napolitano. Diego abandonó inmediatamente Roma para incorporarse a los ejércitos de España. En esta guerra, bajo las órdenes del Gran Capitán, alcanzó su apogeo como soldado, causando verdaderos estragos entre los franceses, quienes le «temían por hazañas y grandes cosas que hacía y acometía»,[13] y asombrando a sus contemporáneos con sus hechos de armas:

«De Diego García de Paredes ni palabras bastan para lo contar, ni razones para lo dar a entender. Traía una grande alabarda, que partía por medio al francés que una vez alcanzaba, y todos le dejaban desembarazado el camino...Daba voces a todos que pasasen al real de los franceses...A dos artilleros partió por medio Diego García hasta los dientes, de que el Marqués estaba espantado...y comenzó a huir en uno de los cincuenta caballos que de Mantua habían traído»
El Sansón español se cubrió de gloria en los campos de Italia y luchó heroicamente en las memorables batallas de Ceriñola y Garellano en 1503. Durante una de las fases previas de esta última batalla, llevó a cabo la más célebre de sus hazañas bélicas, recogida por las crónicas[13] de la historia e inmortalizada en su leyenda: «hecho tan verdadero, como al parecer increíble»[22] que «acreditó tanto la fama de Diego García, que aún a la posteridad dejó la memoria de aquél tiempo».[23] Paredes se sintió herido en el orgullo tras un reproche del Gran Capitán por una propuesta táctica del extremeño, y cegado por un arrebato de locura, presa de uno de sus famosos humores melancólicos, se dirigió con un montante a la entrada del puente del río Garellano, desafiando personalmente a un destacamento del ejército francés (La tradición cita 2.000 hombres de armas, cifra aparentemente exagerada por la imaginación popular, pero aceptada tanto por José de Vargas Ponce[24] como por Miguel Muñoz de San Pedro[25] ). Diego García de Paredes, blandiendo con rapidez y furia el descomunal acero, se abalanzó en solitario sobre sus enemigos y comenzó una espantosa matanza entre los franceses, que solamente podían acometerle mano a mano por la estrechez del paso, ahora repleto de cadáveres, incapaces de abatir al infatigable luchador español, firme e irreducible, sin dar un paso atrás ante la avalancha francesa. Las palabras del Gran Capitán le quemaban, generando en él esta locura heroica: «Con la espada de dos manos que tenía se metió entre ellos, y peleando como un bravo león, empezó de hacer tales pruebas de su persona, que nunca las hicieron mayores en su tiempo Héctor y Julio César, Alejandro Magno ni otros antiguos valerosos capitanes, pareciendo verdaderamente otro Horacio en su denuedo y animosidad».[26] Ni franceses ni españoles daban crédito a sus ojos, comprobando como García de Paredes se enfrentaba en solitario al ejército enemigo, manejando con ambas manos su enorme montante y haciendo grandes destrozos entre los franceses, que se amontonaban y se empujaban unos a otros para atacarle, pero «como Diego García de Paredes estuviese tan encendido en ira...tenía voluntad de pasar el puente, a pelear de la otra parte con todo el campo francés, no mirando como toda la gente suya se retiraba, quedó él solo en el puente como valeroso capitán peleando con todo el cuerpo de franceses, pugnando con todo su poder de pasar adelante».[13] Acudieron algunos refuerzos españoles a sostenerle en aquel empeño irracional y se entabló una sangrienta escaramuza. Al fin, dejando grandes bajas ante la aplastante inferioridad numérica y el fuego de la artillería enemiga, los españoles se vieron obligados a retirarse, siendo el último Paredes, que tuvo que ser «amonestado de sus amigos, que mirase su notorio peligro».[13] «Por su fuerza y valor salió del poder de los franceses, que aquél día le pusieron en muy gran peligro la vida, y cierto nuestro Señor le quiso favorecer y guardar aquél día en particular...librándole Dios su persona de peligro»;[13] «Túvose por género de milagro, que siendo tantos los golpes que dieron en Diego García de Paredes los enemigos...saliese sin lesión».[27] Citan las Crónicas del Gran Capitán que «entre muertos a golpe de espada y abnegados en el río fueron aquél día más de quinientos franceses».[13] La misma cifra de bajas maneja el historiador Tomás Tamayo de Vargas, quien afirma que Paredes «había satisfecho a la ira que le encendieron en su pecho las palabras del Gran Capitán con muerte de quinientos enemigos, que o cayeron a su montante, o en el río huyendo de sus manos».

Diego García, que fue un hombre muy pendenciero y con un sentido del honor al límite, participó en numerosos duelos a lo largo de toda su vida, desde cuchilladas en reyertas de taberna con vulgares fanfarrones y matones hasta duelos concertados, extendidos bajo salvoconducto ante notario, frente a coroneles del ejército español, capitanes italianos o la élite del ejército francés (durante el encierro del ejército español en Barletta, ante la superioridad francesa en las Guerras de Nápoles, se estuvo batiendo en duelo durante sesenta días en liza abierta con caballeros franceses, que llegaron a esquivar las contiendas, a faltar a ellas o a responder que de ejército a ejército se verían en el campo de batalla); todos estos incidentes, que generalmente terminaban con la muerte de uno de los oponentes, tuvieron un vínculo en común: Diego García de Paredes jamás sufrió la afrenta de verse vencido, fue un consumado especialista en este tipo de lances, resultando imbatible para todos sus adversarios, como asegura, entre otros, el reconocido doctor cacereño Juan Sorapán de Rieros, quien afirma que Paredes sostuvo más de trescientos duelos sin ser derrotado:

«En desafíos particulares, con los más valientes de todas las naciones extrañas, mató sólo por su persona, en diversas veces más de trescientos hombres, sin jamás ser vencido, antes dio honra a toda la nación española»
De todos estos encuentros, tal vez, el más famoso fue el «desafío de Barletta», celebrado en septiembre de 1502, al originarse un torneo caballeresco que enfrentó a once caballeros franceses frente a once españoles, donde los principales paladines de los dos ejércitos defendieron el honor de su patria. Por aquellos días, Diego estaba convaleciente de unas heridas, pero el Gran Capitán fue a su cámara y le dijo que era uno de los elegidos para luchar contra los franceses. Paredes le hizo saber de su estado, pero Gonzalo le replicó que así como estaba participaría en el torneo. Diego García se incorporó, pidió sus armas y aceptó el reto. Un batallón de soldados venecianos guardaba el campo donde iban a lidiar los caballeros, y en cuyos alrededores se situaron los jueces, así como gran número de espectadores. Los paladines de Francia estaban capitaneados por el célebre caballero Pierre Terraill de Bayard. Según las crónicas, la épica lucha duró más de cinco horas. De los españoles fue hecho prisionero Gonzalo de Aller, y de los franceses falleció un caballero a manos de Diego de Vera y otro fue rendido por Diego García de Paredes. Otros siete caballeros franceses fueron desmontados por sus rivales, pero se atrincheraron detrás de sus caballos muertos y los españoles no pudieron terminar de acometerlos, ya que sus propios caballos se espantaban del olor de la sangre de los animales muertos. En este punto, y con la noche encima, los franceses solicitaron detener la disputa, dando a los españoles por «buenos caballeros». A la mayoría de los españoles les pareció conveniente, igualmente fatigados por la interminable contienda y satisfechos al dejar su honor a salvo, ya que habían llevado la mejor parte durante la lucha y habían obtenido el reconocimiento del contrario. Sin embargo, Diego García de Paredes, quien solo concebía la victoria absoluta, no estaba conforme con esta resolución y sentenció que «de aquel lugar los había de sacar la muerte de los unos o de los otros».[13] En una demostración más de sus fuerzas prodigiosas, «con muy grande enojo de ver cómo tanto tiempo les duraban aquellos vencidos franceses»,[13] con su caballo gravemente herido y viéndose con las manos desnudas tras romper la lanza y perder accidentalmente la espada, se dirigió a las enormes piedras con las que se había señalado el término del campo y empezó a arrojarlas brutalmente contra los caballeros franceses, ante el asombro de la multitud y de los propios jueces, que parecían rememorar «las luchas de los héroes en Homero y Virgilio, cuando rotas las lanzas y las espadas, acuden a herirse con aquellas enormes piedras, que el esfuerzo de muchos no podían mover de su sitio».[32] Este momento fue aprovechado por los franceses, que «salieron del campo y los españoles se quedaron en él con la mayor parte de la victoria».[33] Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos de Paredes, los jueces del tribunal dictaminaron tablas, sentenciando que la victoria era incierta, de tal manera que a los españoles «les fue dado el nombre de valerosos y esforzados, y a los franceses por hombres de gran constancia»
l 11 de febrero de 1504 terminaba oficialmente la guerra en Italia con el Tratado de Lyon. Nápoles pasó a la corona de España y el Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes. Gonzalo quiso recompensar a los que le habían ayudado combatiendo a su lado y nombró a Diego García de Paredes marqués de Colonnetta (Italia). Tras el final de la guerra, Diego regresó a España como un auténtico héroe, aclamado por el pueblo allí por donde pasaba. Sin embargo, fue en su patria donde se encontró con la dura realidad: la ingratitud real. A pesar de que Fernando el Católico le había entregado el marquesado de Colonnetta, Diego García, a quien nadie compraba con títulos nobiliarios, fue uno de los más fervientes defensores de Gonzalo de Córdoba dentro de la atmósfera de intrigas en la Corte, y cuando todos evitaban su cercanía, ahora que parecía caer en desgracia, llegó a defenderle públicamente desafiando ante el mismísimo rey Católico a todo aquél que pusiera en entredicho la fidelidad del Gran Capitán al Monarca:

En cierta ocasión, mientras los nobles esperaban a que Fernando el Católico terminase sus oraciones, entró Paredes de forma súbita en la estancia, quien hincado de rodillas dijo: «Suplico a V.A. deje de rezar y me oiga delante de estos señores, caballeros y capitanes que aquí están y hasta que no acabe mi razonamiento no me interrumpa».[13] Todos quedaron asombrados, expectantes ante la posible reacción del monarca por semejante osadía, pero Paredes prosiguió: «Yo, señor he sido informado que en esta sala están personas que han dicho a V.A. mal del Gran Capitán, en perjuicio de su honra. Yo digo así: que si hubiese persona que afirme o dijere que el Gran Capitán, ha jamás dicho ni hecho, ni le ha pasado por pensamiento hacer cosa en daño a vuestro servicio, que me batiré de mi persona a la suya y si fueren dos o tres, hasta cuatro, me batiré con todos cuatro, o uno a uno tras otro, a fe de Dios de tan mezquina intención contra la misma verdad y desde aquí los desafío, a todos o a cualquiera de ellos»;[13] y remató su airado y desconcertante discurso arrojando su enorme guante en señal de desafío. Fernando el Católico por toda respuesta le dijo: «Esperad señor que poco me falta para acabar de rezar lo que soy obligado».[13] El rey permaneció unos instantes en silencio, dando lugar a que los difamadores dieran un paso al frente y defendieran su honor desmintiendo las acusaciones de Paredes. Sin embargo, ninguno de los allí presentes se arriesgó a romper el tenso silencio del ambiente y enfrentarse al Sansón de extremadura. García de Paredes decía la verdad, había ganado una vez más. Después de concluir sus oraciones, el monarca se acercó a Paredes y colocando sus manos sobre los hombros de Diego, le dijo: «Bien se yo que donde vos estuviéredes y el Gran Capitán, vuestro señor, que tendré yo seguras las espaldas. Tomad vuestro chapeo, pues habéis hecho el deber que los amigos de vuestra calidad suelen hacer»;[13] y Fernando el Católico, sólo él, porque nadie se atrevió a tocarlo, hizo entrega a Paredes del guante arrojado en señal de desafío. Cuando el incidente llegó a oídos del Gran Capitán, éste selló una amistad inquebrantable con aquél que le había defendido públicamente exponiéndose a la ira de un rey.
En 1507, para satisfacer a los nobles, Fernado el Católico le despojó del marquesado de Colonnetta. Este hecho, unido a las envidias e injusticias contra aquellos que habían derramado su sangre por la Corona en la Guerra de Italia, llevó a Diego a perder definitivamente la fe en su rey y entró en un periodo de rebeldía. Se sentía extraño en España y le era preciso desahogar el espíritu entre soledades absolutas y horizontes infinitos. Escogiendo a antiguos camaradas hizo armar carabelas en Sicilia, financiado por Juan de Lanuza, se lanzó a la aventura en el mar y ejerció durante un tiempo la piratería a lo largo y ancho del Mediterráneo: «púsose como corsario a ropa de todo navegante: y comenzaron a hacer mucho daño en las costa del reino de Nápoles, y de Sicilia: y después pasaron a Levante: y hubo muy grandes, y notables presas de cristianos, e infieles».[35] Paredes fue proscrito en España y llegó a ponerse precio a su cabeza, siendo perseguido por las galeras Reales estuvo a punto de ser capturado en Cerdeña. Sus acertadas correrías llegaron a ser conocidas y temidas, siendo sus principales presas berberiscos y franceses. Durante su fuga rebelde engendrada por la ingratitud regia, Diego García de Paredes vivió libre y dueño de sus actos la vida aventurera en el mar, en busca de un olvido que serenase su espíritu indomable.
El sueño aventurero de independencia no podía durar mucho, y a finales de 1508 el ejército de España se preparaba para una gran empresa histórica: la conquista del norte de África. Tras la Jornada de Mazalquivir (1505), en la que Diego ya había participado, el cardenal Cisneros soñaba con proseguir la cruzada contra el Islam en África, alcanzar Jerusalén y recuperar los Santos Lugares. Fernando el Católico compartía el mismo sueño, y ambos sentaron las bases de esta cruzada con las Capitulaciones de Alcalá de Henares, firmadas el 11 de Julio de 1508, por las que se disponía la conquista de Orán. Ahora como un simple soldado de Cristo, tras recibir el perdón del rey Católico, Paredes tomó parte en la Cruzada de Cisneros en tierras africanas, participando en 1509 en el asedio de Orán. De regreso a Italia, un elemento del valor y la fama de Paredes no podía pasar desapercibido a los ojos del Emperador de Alemania, que desde la Liga de Cambrai buscaba reunir un ejército para intervenir en Italia por las posesiones de la República de Venecia, e ingresó en las fuerzas Imperiales de Maximiliano I como Maestre de Campo de la infantería española. Sin embargo, la invasión fue rechazada y la empresa no llegó a rematarse (Sitio de Padua), aunque sirvió para que el capitán español lograra nuevos laureles heroicos ganando Ponte di Brentaera, el castillo de Este, la fortaleza de Monselices y cubriendo la retirada del ejército Imperial. En 1510 marchó de nuevo a África con el ejército español y participó bajo las órdenes de Pedro Navarro en los asedios de Bui qgía y Trípoli, además de lograr el vasallaje a la Corona de Argel y Túnez. Regresó a Italia, incorporándose nuevamente al ejército del Emperador, y defendió heroicamente Verona, desahuciada por las fuerzas Imperiales. El Sansón de España era ya una leyenda viva en toda Europa y fue nombrado Coronel de la Liga Santa al servicio del Papa Julio II, luchando en 1512 en la batalla de Rávena, donde murió su hermano, Álvaro de Paredes (La infantería española, comandada por Diego y el coronel Cristóbal Zamudio, logró retirarse con honra en medio de la masacre), y en la Batalla de Vicenza o Creazzo, 1513, donde quedó aniquilado el ejército de la República de Venecia. En la enumeración de las proezas que los capitanes españoles hicieron en esta memorable jornada, a Diego García de Paredes le correspondieron estos épicos elogios por parte del poeta y dramaturgo contemporáneo Bartolomé Torres Naharro:
Mas venía
Tras aquél, con gran porfía,
Los ojos encarnizados,
El león Diego García,
La prima de los soldados;
Porque luego
Comenzó tan sin sosiego
Y atales golpes mandaba,
Que salía el vivo fuego
De las armas que encontraba;
Tal salió,
Que por doquier que pasó
Quitando a muchos la vida,
Toda la tierra quedó
De roja sangre teñida.
En el invierno de 1520 peregrinó a Santiago de Compostela en la escolta del Emperador Carlos V, permaneció en Trujillo durante la Guerra de las Comunidades y a mediados de 1521 se incorporó al ejército de España en la Guerra de Navarra. En este conflicto destacó en las batallas de Pamplona, Noáin («En este triunfo, sucedido a último de Junio, fue la parte mayor aquél invencible Extremeño Diego García de Paredes; cuyo nombre excede cualquier elogio»),[37] y San Marcial, así como en los asedios al Castillo de Maya y Fuenterrabía.

Posteriormente, acompañó al «César» en sus primeras campañas como coronel de los ejércitos Imperiales en Italia, y según hace referencia Luis Zapata de Chaves en su obra «Carlo Famoso» (1556), combatió en la célebre Batalla de Pavía:

Pues no creo que nadie hay que no lo viese,
lo que en Pavía yo obré, pues en sus llanos,
están lagos de sangre de mis manos[38]

Aunque su participación en esta batalla es bastante dudosa y probablemente cuando tenía lugar la memorable acción, el 24 de febrero de 1525, Paredes resistía valientemente los ataques franceses al Reino de Nápoles, maniobra estratégica que trataba de dividir los ejércitos imperiales concentrados en Pavía. Según esta misma obra, de variedad histórica y literaria, Carlos V pidió a Paredes que formara parte de la guardia que escoltó a Francisco I, preso en España tras la batalla de Pavía, de vuelta a Francia. Sin embargo, este hecho no se conserva en documento histórico alguno.

De regreso a Extremadura, el veterano héroe sintió una profunda soledad tras su fracaso matrimonial (se había casado en 1517 con la noble trujillana María de Sotomayor) y vivió en paz desde 1526 hasta 1529, cuando abandonó definitivamente Trujillo y viajó por toda Europa en el séquito Imperial de Carlos V, gran admirador del legendario guerrero, quien le nombró Caballero de la Espuela Dorada, sirviendo al emperador en Alemania, Flandes, Austria (Segundo Sitio de Viena, asediada por Solimán el Magnífico en 1532, donde las tropas imperiales no llegaron a entrar en acción ante la retirada de los turcos) y finalmente Hungría.

En el año santo de 1533, tras regresar de hacer frente a los turcos en el Danubio, asistió a la reunión oficial del Emperador Carlos V y el Papa Clemente VII en Bolonia, donde, triste ironía del destino, aquel héroe invicto que burló la muerte bajo mil formas, las más terribles y violentas, durante quince batallas campales, diecisiete asedios e innumerables duelos, que fue asombro y terror de su edad, cuya fuerza no tiene parangón en la historia de la humanidad, falleciera a consecuencia de las heridas recibidas al caer accidentalmente de su caballo en un juego fácil y pueril, al intentar derrocar una débil paja en una pared compitiendo con unos chiquillos. Antes de fallecer, conocedor de que su final estaba cerca tras la fatal caída, «parece que le place a Dios que por una liviana ocasión se acaben mis días»,[39] dejó escritas sus memorias: «Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes». Cuando lavaron el cadáver antes de ponerlo en el sepulcro, se le halló todo cubierto de cicatrices, consecuencia natural de más de cuarenta años de activa vida militar dedicada al oficio de las armas. Durante su funeral en Bolonia, los soldados «le llevaron en hombros de todos, deseando cada uno hacerle estatuas con su imitación».[40] Los restos del Sansón de Extremadura fueron repatriados a España en 1545 y enterrados en la Santa María la Mayor de Trujillo, donde permanecen en la actualidad.

A la hora de valorar a García de Paredes como soldado heroico es de gran importancia el juicio emitido por sus contemporáneos, quienes le conocieron en vida o manejaron información de primera mano a través de testigos de la época y crónicas de su tiempo. Estas son algunas pinceladas históricas de autores del siglo XVI y principios del XVII, cuando el recuerdo del extremeño estaba aún muy vivo:

Ambrosio de Morales (1513 – 1591), humanista e historiador:

«...hombre de tan grande ánimo y tan terribles fuerzas que no se puede bien juzgar cuál era mayor, su esfuerzo en acometer grandes hechos ó la fuerza y vigor en acabarlos» [44]

Gonzalo Fernández de Oviedo (1478 - 1557), escritor y cronista:

«...porque le vi, e hablé, e conocí muy bien...fue en nuestros tiempos uno de los valientes caballeros por su persona, a pie y a caballo, que hubo en toda Europa, entre los cristianos...Era de grandes fuerças, e muy diestro en toda manera de armas, e muy venturoso en el exercicio dellas...era muy estimado e famoso milite»[45]


Luis Zapata de Chaves (1526 – 1598), escritor español:

«...el famoso Diego García de Paredes, Héctor ó Aquiles de España»[46]

«...valentísimo caballero y de grandísimas fuerzas»
Jerónimo Jiménez de Urrea (1510 – 1573), militar y escritor:

«Del que vence por la pura fuerza del brazo, digno es de mucha honra. Mirad cuánta ganó en las guerras Diego García de Paredes por aquellos golpes desmesurados que daba»[48]

Carlos V, privilegio concedido en 1530 a Diego García de Paredes alabando sus hazañas:

«...ilustres hazañas vuestras que con vuestro sumo valor habéis hecho, así en España, como en Italia, mostrándoos tal en todas las batallas y rompimientos que habéis sido espanto y asombro de vuestros enemigos, y amparo y defensa de los nuestros»

Jerónimo Zurita (1512 – 1580), historiador español:

«El muy esforzado caballero, y extrañamente valiente Diego García de Paredes...fue el que siempre se adelantó entre todos de tan animoso, y esforzado, que se conoció en él que nunca supo temer: y después por los notables hechos de su persona, fue estimado su nombre, y conocido en toda Italia, y en la mayor parte de Europa»[49]

Fernando de Herrera (1534 – 1597), escritor español del Siglo de Oro:

«¿Quién puede esperar comparación con las robustas i terribles fuerzas i ánimo nunca espantado i siempre sin algún temor de Diego García de Paredes?»[50]

Bernal Díaz del Castillo (1496 - 1584), cronista de Indias:

«...aquel valiente, nunca vencido caballero Diego García de Paredes»[51]

Francisco Diego de Sayas (1598-1678), historiador español:

«...el invencible Diego García de Paredes...el osadísimo y fuerte brazo de aquel Hércules extremeño...»
Diego García de Paredes fue un héroe a un tiempo histórico y legendario, mitificado por el pueblo y enormemente conocido en la España del Siglo de Oro a causa de sus hechos reales. En este proceso de exaltación del héroe, las hazañas que tenemos sobre Paredes se caracterizan por mezclar realidad y fantasía, pues la figura de este trujillano pertenece tanto a la historia como a la tradición escrita y oral. En este sentido, de su fuerza hercúlea hay multitud de anécdotas: Se dice que durante uno de sus galanteos nocturnos arrancó la reja que le molestaba mientras cortejaba a una dama, y para no ensuciar su nombre, seguidamente arrancó todas las demás rejas de la calle, ocultando así la identidad de la joven a la mañana siguiente; cuentan también que arrancó de cuajo la pila de agua bendita de la Iglesia de Santa María la Mayor de Trujillo y se la llevó a su madre enferma para que se santiguase, (esta pila aún se conserva a los pies del templo y asombra por su gran tamaño a todos los visitantes); dicen que detenía con sus manos la rueda de un molino girando a toda velocidad, otras veces detenía con una sola mano la marcha de una carreta de bueyes, y que habitualmente y sin mayor dificultad trasladaba enormes bloques de piedra granítica. Estas historias nos resultan increíbles, la más elemental y pura lógica nos lleva a rechazarlas; sin embargo, las pruebas indudables que dio García de Paredes, recogidas por la más veraz historia, de su arrolladora potencia muscular, nos abren una interrogante dubitativa que concede margen a la posibilidad de un fondo verdadero indudable; de la misma manera, disponemos de documentos históricos totalmente serios que nos cuentan hazañas de García de Paredes, tanto verosímiles como increíbles.

Nadie en vida fue capaz de vencer al Sansón de Extremadura y la memoria de sus hazañas, que en su tiempo asombraron al mundo, se mantuvieron en las mentes y conversaciones de las tropas españolas. No hay duda de que la leyenda de sus hazañas increíbles le cubrió siempre con un inmenso escudo de respeto entre sus enemigos: tales fueron la admiración, el temor y la desesperación que Diego García de Paredes despertó entre sus rivales que llegó a ganar duelos sin necesidad de batirse, como en el caso de Gaspard I de Coligny, futuro Mariscal de Francia, quien se comprometió ante sus camaradas en lidiar con Paredes tras un desaire, pero no tuvo valor para presentarse a la liza donde le esperaba el campeón español, declarado ganador por los jueces. Coligny prefirió perder la honra y conservar la vida.

La fama de Diego García de Paredes no se detuvo a su muerte, y mucho tiempo después su nombre seguía siendo sinónimo de fuerza y valentía. Miguel de Cervantes inmortalizó sus hazañas en su obra universal, El Quijote:

Un Viriato tuvo Lusitania; un César Roma; un Aníbal Cartago; un Alejandro Grecia; un Conde Fernán González Castilla; un Cid Valencia; un Gonzalo Fernández Andalucía; un Diego García de Paredes Extremadura..

La figura heroica de Diego García de Paredes no necesita de la exageración para ser admirado como personaje de renombre universal dentro de la historia. «Increíbles parecerían los hechos de este capitán, verdadero tipo del soldado español, fuerte en la batalla, áspero en su trato, desdeñoso con los cortesanos, si no estuviesen consignados en las crónicas é historias de aquella época».[57] Su sepulcro de Santa María la Mayor, en Trujillo, tiene un largo epitafio en latín, grabado en letras capitales, cuya traducción es la siguiente:

A Diego García de Paredes, noble español, coronel de los ejércitos del emperador Carlos V, el cual desde su primera edad se ejercitó siempre honesto en la milicia y en los campamentos con gran reputación e integridad; no se reconoció segundo en fortaleza, grandeza de ánimo ni en hechos gloriosos; venció muchas veces a sus enemigos en singular batalla y jamás él lo fue de ninguno, no encontró igual y vivió siempre del mismo tenor como esforzado y excelente capitán. Murió este varón, religiosísimo y cristianísimo, al volver lleno de gloria de la guerra contra los turcos en Bolonia, en las calendas de febrero, a los sesenta y cuatro años de edad. Esteban Gabriel, Cardenal Baronio, puso este laude piadosamente dedicado al meritísimo amigo el año 1533, y sus huesos los extrajo el Padre Ramírez de Mesa, de orden del señor Sancho de Paredes, hijo del dicho Diego García, en día 3 de las calendas de octubre, y los colocó fielmente en este lugar en 1545.

Incluso se conocían a los mandobles españoles como espadas García Paredes, sin embargo, a pesar de ser un personaje fascinante, casi de leyenda, ¿cuanta gente se acuerda de el?.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor greyghost » 10 Jun 2015 20:24

MIQUEL CORELLA "MICHELETTO" o "MICHELOTTO"
En sus Batallas y Quincuagenas, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo identifica a Micalet Corella como "bastardo valenciano de la casa del Conde de Cocentaina", y el escritor Vicente Blasco Ibáñez apunta a que era hijo ilegítimo del mismo señor de Cocentaina, y hermano del legítimo descendiente y futuro conde, Rodrigo Corella, que también residió en Roma y perteneció a la "corte" de Alejandro VI habiéndole otorgado este papa unas rentas de más de dos mil ducados según el testimonio de Oviedo, que estuvo residiendo en Italia entre 1498 y 1502.

Conocido como el Verdugo de Valentino, conoció a César Borgia durante sus estudios en la Universidad de Pisa[cita requerida].

En 1498, se le puede ver en la boda de Lucrecia Borgia y Alfonso de Aragón y Gazela, príncipe de Salerno como paje de hacha de César.1

Entre 1499 y 1503, fue persona de confianza del duque Valentino, siendo capitán en su ejército, periodo durante el cual se le atribuyen la ejecución de diversos asesinatos. Participa en varias campañas militares en la Romaña. En marzo de 1503 se identifica como capitani generali de lo fel. exercito dello Illmo S. Duca Valentino - capitán general del felicísimo ejército del ilustrísimo señor Duque Valentino - firmando Michael Corella,2 gobernando la infantería mientras que Hugo de Moncada se hacía cargo de los hombres de armas del ejército de César.

Tenía asimismo el cargo de capitán de 100 caballos ligeros.

A la muerte del papa Borgia en agosto de 1503, su hijo, y con este, su ejército, perdieron el respaldo de los estados pontificios, debiendo abandonar Roma para garantizar su seguridad ante las represalias emprendidas por los Orsini. A pesar de algunos intentos de retomar sus posiciones en la ciudad en septiembre de 1503, que incluyeron el asalto a la puerta de San Pancracio para entrar en el Trastévere liderada por Micheletto, la muerte de Pío III empujó al partido de los Borgia a dejar nuevamente la ciudad.

El condotiero Gian Paolo Baglioni capturó a Micheletto en diciembre de 1503 mientras iba camino de Perugia a cargo de su compañía de caballería, siendo recluido en Castiglion Fiorentino a disposición de la señoría de Florencia por un breve espacio de tiempo, para después ser enviado a Roma escoltado, donde fue entregado al papa Julio II, el cual daría instrucciones de recluirlo en Tor di Nona o Torre dell'Annona.

Acusaciones de asesinatos[editar]
Durante su reclusión, Micheletto fue interrogado acerca de diversas muertes:

El asesinato del duque de Gandía Juan de Borja y Cattanei en 1497, la muerte del cual se rumoreaba en Roma había sido un encargo de su propio hermano César.
El asesinato de Alfonso de Aragón y Gazela, príncipe de Salerno, esposo de la hermana de su amo César, tenido lugar en 1500.
El asesinato de Bernardino di Niccolò Gaetani de Sermoneta, en el 1500.
El asesinato de Giulio Cesare Varano, señor de Camerino, y de sus dos hijos Pirro y Venanzio, apresados en julio de 1502 y estrangulados en octubre de ese año.
El estrangulamiento en Senigallia de los condotieros Oliverotto da Fermo y Vitellozzo Vitelli, el 31 de diciembre de 1502, acusados de traición a César, con la particularidad de que los estranguló a ambos al mismo tiempo, utilizando para ello una cuerda de violín.
El asesinato de Paolo Orsini y su hijo, así como de Francesco Orsini, duque de Gravina, el 18 de enero de 1503 en Piove di Sacco crimen cometido por Corella con la colaboración de Marco Romano.
El asesinato de Gaspare Gulfi della Pergola, obispo de Cagli ejecutado en enero de 1503 en plaza pública, tras haber liderado la resistencia a la ocupación de su territorio frente a las tropas lideradas por don Micheletto y Hugo de Moncada.
El asesinato del señor de Faenza y su hermano bastardo.

Fue liberado en abril de 1506 gracias a la intervención de Nicolás Maquiavelo, contratado por el Consejo de los Ochenta como capitán de la guardia del condado y distrito de Florencia.

Moriría asesinado en Milán en 1508 a mano de unos campesinos.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 10 Jun 2015 22:03

:apla: :apla: :apla: :apla: :apla: :apla: :apla:
Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.

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Mensajepor Rescoldo » 10 Jun 2015 22:43

MIGUEL LOPEZ DE LEGAZPI

Miguel López de Legazpi (¿1503? – 1572), conocido como «el Adelantado» y «el Viejo», fue un almirante y gobernador español del siglo XVI, primer gobernador de la Capitanía General de las Filipinas y fundador de las ciudades de Cebú (1565) y Manila (1571)

Miguel López de Legazpi nació en la localidad guipuzcoana de Zumárraga, España, con dudas sobre el año de nacimiento, que podría ser 1502, 1503, 1504 1505 o incluso 1510, y murió en Manila, Filipinas, el 20 de agosto de 1572. Proveniente de una familia de la pequeña nobleza guipuzcoana, con el título de hidalgo, fue el segundo hijo de Juan Martínez López de Legazpi y Elvira de Gurruchategui. Su casa natal, denominada Jauregi Haundia (el Palacio grande en euskera), pero mucho más conocida como Miguel López de Legazpi dorretxea (Casa-Torre Legazpi), se conserva en Zumárraga.

Su padre luchó en Italia y en Navarra con las tropas de la corona de Castilla. Legazpi realizó estudios de letrado y eso le valió para ocupar el cargo de concejal en el Ayuntamiento de Zumárraga en 1526, y al año siguiente el de escribano en la Alcaldía Mayor de Areria (Guipúzcoa), que ocupó a la muerte de su padre y en la que fue confirmado por el Rey el 12 de abril de 1527. El virrey de México, Luis de Velasco, lo define en una de sus cartas como hijohidalgo notorio de la casa de Lezcano.

En 1545 se trasladó a México, donde vivió durante 20 años. Ocupó diversos cargos en la administración de la colonia de Nueva España; fue Escribano Mayor en 1551 y Alcalde Mayor de la ciudad de México en 1559, 38 años después de su conquista. Antes había trabajado en la Casa de la Moneda en puestos de responsabilidad.

Se casó con Isabel Garcés, hermana del obispo de Tlaxcala Julián Garcés, y de dicha unión nacieron nueve hijos (cuatro varones y cinco mujeres). En 36 años de estancia en Nueva España (de 1528 a 1564) reunió una importante fortuna.

La casa de Legazpi en la capital azteca fue una de las principales y a ella acudían muchos recién llegados de España para solicitar ayuda y consejo. Su hijo Melchor define de esta manera la casa de su padre en una carta dirigida al Rey:

muchos hidalgos y caballeros pobres que iban de estos reinos iban sin conocerle a su casa por la antigua costumbre que de siempre en ella hubo y porque a las personas tales siempre en ella se les dio de comer y vestir y lo necesario. Lo cual ha sido cosa muy notoria y sabida en todo aquel reino.

Las expediciones anteriores no habían logrado realizar la ruta de vuelta por el Gran Golfo, que era como se llamaba entonces al Pacífico hasta México. Felipe II determinó que había que explorar la ruta desde México a las islas Molucas y encargó la expedición de dos naves a Luis de Velasco, segundo virrey de Nueva España, y al fraile agustino Andrés de Urdaneta, que era familiar de López de Legazpi, que ya había viajado por esos mares. La carta en la que el rey pide a Urdaneta que se sume a la expedición dice así:

El rey: Devoto Padre Fray Andrés de Urdaneta, de la orden de Sant Agustín: Yo he sido informado que vos siendo seglar fuisteis en el Armada de Loaysa y pasasteis al estrecho de Magallanes y a la Espacería, donde estuvisteis ocho años en nuestro servicio. Y porque ahora Nos hemos encargado a Don Luis de Velasco, nuestro Virrey de esa Nueva España, que envíe dos navíos al descubrimiento de las islas del Poniente, hacia los Malucos, y les ordene los que han de hacer conforme a la instrucción que es le ha enviado; y porque según de mucha noticia que diz que tenéis de las cosas de aquella tierra y entender, como entendéis bien, la navegación della y ser buen cosmógrafo, sería de gran efecto que vos fuesedes en dichos navíos, así para toca la dicha navegación como para servicio de Dios Nuestro Señor y y nuestro. Yo vos ruego y encargo que vais en dichos navíos y hagáis lo que por el dicho Virrey os fuere ordenado, que además del servicio que hareis a Nuestro Señor yo seré muy servido, y mandaré tener cuenta con ello para que recibáis merced en hobiere lugar.

De Valladolid a 24 de Septiembre de 1559 años.

Yo el Rey

Las Filipinas, que habían sido descubiertas en el viaje, el primero, alrededor del mundo que realizaron Magallanes y Elcano, caían dentro de la demarcación portuguesa según el Tratado de Tordesillas de 1494, pero aun así Felipe II quería rescatar a los supervivientes de la expedición anterior de Villalobos (1542–1544), que fue quien bautizó al archipiélago con el nombre de Filipinas en honor al, entonces príncipe, Felipe, el próximo Rey Felipe II.

Velasco hizo los preparativos en 1564 y López de Legazpi, ya viudo, fue puesto al mando de dicha expedición a propuesta de Urdaneta, siendo nombrado por el Rey «Almirante, General y Gobernador de todas las tierras que conquistase», aun cuando no era marino. La expedición la componían cinco embarcaciones y Urdaneta participaba en ella como piloto. Legazpi vendió todos los bienes, a excepción de la casa de México, para hacer frente a la expedición, que sufrió retrasos debido a la atracción que la Florida empezó a tener entre los colonos mexicanos. Enroló en la expedición a su nieto Felipe de Salcedo, así como a Martín de Goiti en calidad de capitán de artillería.

El 1 de septiembre de 1564, el presidente y oidores de la Real Audiencia de México dan a Legazpi el documento donde especifican las instrucciones y órdenes que llevaba la expedición. El extenso documento, que ocupaba más de 24 páginas, detallaba todo un código de normas de control, comportamiento y organización, así como la recomendación de dar buen trato a los naturales, que llegaba hasta a indicar cómo se debían de repartir las raciones y evitar que existieran bocas inútiles;

... que no haya en la dicha Armada, criados ni mozos de servicio superfluos... y si más gente fuera, en especial de la inútil...

Aunque hace una salvedad en cuanto al servicio, al conceder una docena de personas destinadas a esas labores prohibiendo cualquier subida a bordo de otro tipo, dice el documento en este punto:

Otrosi: no consentiréis que por vía ni manera alguna se embarquen ni vayan los dichos navíos, indios o indias, negros o negras, ni mujeres algunas, casadas ni solteras de cualquier calidad y condición que sea, salvo hasta una docena de negros y negras de servicio, los cuales repartiréis en todos los navíos, como os pareciese.

Con las cinco naves y unos 350 hombres, la expedición que encabezaba López de Legazpi partió del puerto de Barra de NaLa expedición atravesó el Pacífico en 93 días y pasó por el archipiélago de las Marianas. El 22 de enero desembarcaron en la isla de Guam, conocida por isla de los Ladrones, que identifican por el tipo de velamen de sus embarcaciones y canoas que ven. Legazpi ordena lo siguiente:

que ninguna persona de la Armada fuese osado de saltar a tierra sin su licencia y los que en ella saltasen no hicieran fuerza, agravio ni daño alguno a los naturales ni de ellos tomasen cosa ninguna, así en sus bastimentas como de otras cosas, y que no les tocasen en sus sementeras, ni labranzas, ni cortasen palma ni otro árbol alguno, y que no diesen ni contratasen con los naturales cosa ninguna de ningún género que fuese, sino fuese por mano de los Oficiales de Su Majestad, que tenían cargo de ello, so graves penas, y a los Capitanes que lo consintieran, so pena de suspensión de sus oficios.

Compraron alimentos a los nativos y tomó posesión de la isla para la Corona española. El 5 de febrero salen rumbo hacia las llamadas Islas de Poniente, las Filipinas. El día 15 tocan tierra en la isla de Samar, en donde el Alférez Mayor, Andrés de Ibarra, tomó posesión de la misma previo acuerdo con el dirigente local. El 20 del mismo mes se hacen de nuevo a la mar y llegan a Leite, en donde Legazpi levanta el acta de rigor de toma de posesión, aún con la hostilidad de sus habitantes. El 5 de marzo llegan al puerto de Carvallán.
.

La escasez de alimentos impulsó la búsqueda de nuevas bases, para lo que se fueron extendiendo los dominios españoles sobre las diferentes islas, llegando a dominar gran parte del archipiélago, a excepción de Mindanao y las islas de Sulú. Esta expansión se realizó con relativa facilidad, al estar los diferentes pueblos que ocupaban las islas enfrentados los unos a los otros, y al establecer Legazpi relaciones amistosas con algunos de ellos, por ejemplo, con los nativos de Bohol mediante la firma de un «pacto de sangre» con el jefe Sikatuna. Los abusos que en el pasado habían cometido los navegantes portugueses en algunos puntos del archipiélago motivaron que algunos pueblos opusieran a Legazpi una fuerte resistencia.

En una reunión deciden establecer un campamento para pasar el invierno en la isla de Cebú, que estaba muy habitada y tenía mucha provisión de alimentos, a la que llegan de nuevo el 27 de abril. Estiman que...

si no quisieren los naturales de la tierra dalles bastimentos por precios justos y usados y ser amigos nuestros, como el general pretendía, se les podrá hacer guerra justamente.

Sus ansias de paz toparon con los recelos del gobernador local, el Rajah Tupas, que era hijo del que años antes había liquidado a 30 hombres de la expedición de Magallanes en un banquete trampa. Legazpi intentó negociar un acuerdo de paz, pero Tupas mandó a una fuerza de 2.500 hombres contra las naves de los españoles. Después de la batalla, Legazpi volvió a intentar acordar su establecimiento pacífico y de nuevo fue rechazado.

Las tropas españolas desembarcaron en tres bateles al mando de Goiti y Juan de la Isla, y los navíos dispararon sus cañones contra el poblado, destruyendo algunas casas y haciendo huir a los habitantes. Los españoles, que tenían una necesidad imperiosa de abastecimiento, registraron la población sin encontrar nada que pudiera servirles.

En el registro, un bermeano encuentra en una choza la imagen del Niño Jesús (al que llamarían Invención del Niño Jesús y que actualmente está en la iglesia que posteriormente construyeron los Agustinos en Cebú) y que debía de proceder de alguna expedición anterior. Legazpi manda iniciar los trabajos del fuerte, que comienzan con el trazado del mismo el 8 de mayo. Ante estos hechos, el rey Tupas acompañado por Tamuñán se presentó a Legazpi, que los recibió en su barco La Capitana, para acordar la paz. Se realiza el juramento de sangre, que consistió en que

el gobernador se sangró el pecho en una taza y lo mismo el Tupas y Tamuñán, y se sacara la sangre de todos tres se revolvió con un poco de vino, el cual se echó en tres vasos, tantos el uno como el otro lo bebieron todos los tres, á la par, cada uno su parte

y funda allí los primeros asentamientos españoles: la Villa del Santísimo Nombre de Jesús y la Villa de San Miguel, hoy Ciudad de Cebú, que se convertiría en la capital de las Filipinas y en base de la conquista de las mismas.

Legazpi envía a su nieto Felipe de Salcedo de vuelta a México y lleva de cosmógrafo a Urdaneta, que informó del descubrimiento de la ruta de navegación por el norte del Pacífico hacia el este y se opuso a su conquista al caer dentro de los dominios asignados a los portugueses. Estos mandaron una escuadra a la conquista de la recién fundada Villa de San Miguel, pero fue rechazada en dos ocasiones, en 1568 y 1569.

Como respuesta a la expulsión española de las Molucas, Felipe II decidió mantener el control sobre las Filipinas. Para ello nombró a Legazpi gobernador y capitán general de Filipinas y envió tropas de refuerzo.

En Cebú, Legazpi tuvo que hacer frente a un levantamiento de algunos de los gentilhombres, que acaban derrotados y en la horca.

En 1566 llega el galeón San Gerónimo desde México, con lo que queda definitivamente confirmada la ruta. En 1567, 2.100 españoles, los soldados mexicanos y los trabajadores llegaron a Cebú por órdenes del rey. Fundan una ciudad y construyen el puerto de Fortaleza de San Pedro, que se convirtió en su puesto avanzado para el comercio con México y la protección contra rebeliones nativas hostiles y los ataques de los portugueses, que fueron definitivamente rechazados. Las nuevas posesiones fueron organizadas bajo el nombre de islas Filipinas.

Legazpi destacó como administrador de los nuevos dominios, en donde introdujo las encomiendas, tal como se hacía en América, y activó el comercio con los países vecinos, en especial con China, para lo que aprovechó la colonia de comerciantes chinos establecidos en Luzón desde antes de su llegada. La cuestión religiosa quedó en manos de los Agustinos dirigidos por fray Andrés de Urdaneta.

La conquista siguió por las islas restantes, Panay (donde estableció su nueva base), Masbate, Mindoro y, finalmente, Luzón, donde encontró la gran resistencia de los tagalos.idad, Jalisco, el 21 de noviembre de 1564 después de que el 19 de noviembre se bendijeran la bandera y los estandartes

La prosperidad del asentamiento de Maynilad atrajo la atención de Legazpi en cuanto este tuvo noticias de su existencia en 1568. Para su conquista mandó a dos de sus hombres, Martín de Goiti y Juan de Salcedo, en expedición al mando de unos 300 soldados. Maynilad era un enclave musulmán, situado al norte de la isla de Luzón, dedicado al comercio.

Salcedo y Goiti llegaron a la bahía de Manila el 8 de mayo de 1570, después de haber librado varias batallas por el norte de la isla contra piratas chinos. Los españoles quedan sorprendidos por el tamaño del puerto y son recibidos amistosamente, acampando por algún tiempo en las proximidades del enclave. Al poco tiempo se desataron incidentes entre los nativos y los españoles y se produjeron dos batallas, siendo derrotados los nativos en la segunda de ellas, con lo que el control de la zona pasó a manos españolas después de los correspondientes protocolos y ceremonias de paz, que duraron tres días. Fue el Rajah Matanda quien entregó Maynilad a López de Legazpi.

Legazpi llegó a un acuerdo con los gobernantes locales Rajahs Suliman, Matanda y Lakandula. En el mismo se acordaba fundar una ciudad que tendría dos alcaldes, 12 concejales y un secretario. La ciudad sería doble, la intramuros, española, y la extramuros indígena.

Con la conquista de Maynilad se completó el control sobre la isla de Luzón, a la que Legazpi llamó Nuevo reino de Castilla. Reconociendo el valor estratégico y comercial del enclave, el 24 de junio de 1571 Legazpi fundaba la Siempre Leal y Distinguida Ciudad de España en el Oriente de Manila y la convirtió en la sede del gobierno del archipiélago y de los dominios españoles del Lejano Oriente.

La edificación de la ciudad —dividida en dos zonas, la de intramuros y la de extramuros— se debió a la real orden que Felipe II emitió desde el Monasterio de San Lorenzo del Escorial el 3 de julio de 1573, y en la que se planificaba la zona de intramuros al estilo español de la época, con carácter defensivo según planos de Herrera, arquitecto de El Escorial, y dejando extramuros para las aldeas indígenas que más tarde darían lugar a nuevos pueblos y acabarían, con el tiempo, integrando la urbe de Manila.

Cuatro años después de su fundación, Manila sufrió un ataque a manos del pirata chino Lima-Hong. El gobernador Guido de Lavezares y el maestre de campo Juan de Salcedo, al mando de 500 españoles, expulsaron a la flota mercenaria chino-japonesa.

Después de proclamar a Manila capital del archipiélago de las Filipinas y de los dominios españoles del Lejano Oriente, López de Legazpi trasladó allí su residencia. Permaneció en Manila hasta su muerte el 20 de agosto de 1572. Miguel López de Legazpi murió de un ataque cerebrovascular y en una situación económica precaria, sin saber que el rey Felipe II había firmado una Real Cédula por la que le nombraba Gobernador vitalicio y Capitán General de Filipinas y le destinaba una paga de 2000 ducados.

Fray Andrés de Urdaneta definía a Miguel López de Legazpi el 1 de enero de 1561, en una carta dirigida al rey Felipe II de la siguiente forma:

El virrey don Luis de Velasco ha nombrado por general para esta jornada a Miguel López de Legazpi, natural de la provincia de Guipúzcoa e veçino desta çiudad donde ha seido casado y al presente está viudo, e tiene hijos ya hombres e hijas casadas que tienen ya hijos, tiene otras hijas ya mugeres para podellas casar; es de edad de más de çinquenta años, es hijodalgo conocido, onrrado e virtuoso e de buenas costumbres y exemplo, de muy buen juicio e natural, cuerdo y reportado, e ombre que ha dado siempre buena quenta de las cosas que se le han encomendado del serviçio de V.M. Espero en Dios que ha de ser muy açeptado en quél vaya por caudillo de la jornada.


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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 10 Jun 2015 22:53

ALMIRANTE D. ANTONIO DE OQUENDO

Antonio de Oquendo y Zandategui (San Sebastián, octubre de 1577 - La Coruña, 7 de junio de 1640) fue un marino y militar español, almirante general de la Armada del Mar Océano. Participó en más de cien combates navales. Sus dos hechos principales fueron la batalla de los Abrojos en 1631, y la de las Dunas, en 1639.

Se asegura que su éxito en operaciones militares era debido a lo bien organizados que estaban sus buques y a la férrea disciplina que en ellos imperaba.

Hijo de María de Zandategui, señora de la torre de Lasarte y de Miguel de Oquendo, capitán general de la armada de Guipúzcoa, que participó junto a don Álvaro de Bazán en la Batalla de las Terceras, y murió en el desastre de la Invencible. A los 16 años ingresó con la plaza de caballero entretenido en las galeras de Nápoles, mandadas a la sazón por Pedro de Toledo, distinguiéndose en seguida "por su bella índole y gran fondo de talento militar".

Hacía 1594 pasó a la armada del Océano, cuyo general era entonces don Luis Fajardo. Cuando aún no tenía 18 años se le dio el mando de los bajeles ligeros Delfín de Escocia y la Dobladilla, pertenecientes a dicha armada.

El 15 de julio de 1604 partió de Lisboa con la misión de dar caza a un corsario inglés que con dos buques atacaba y extorsionaba a los pueblos de Andalucía, Galicia y Portugal. Al alba del 7 de agosto encontró a su enemigo en el Golfo de Cádiz; el corsario le abordó, metiéndole cien hombres dentro de su buque. Oquendo, al cabo de dos horas de combate, batió a todos, habiendo muchos muertos y heridos de ambas partes. El corsario trató de desaferrarse para huir, pero Oquendo entró con su gente, apresándolo. El otro buque, que se había estado batiendo al cañón con la “Dobladilla”, huyó a toda fuerza de vela y no pudo ser alcanzado. Los españoles quedaron muy averiados, arribando a Cascais. Fue recibido triunfalmente en Lisboa, felicitado por el rey Felipe III y por su capitán general don Luis Fajardo.
Gobernador de la escuadra del Cantábrico

En 1607, es nombrado gobernador de la escuadra de Vizcaya al fallecer Martín de Bertendona. Con esta armada guardaba las costas ante las amenazas de los neerlandeses, que venían dispuestos a incendiar los buques españoles en los puertos cantábricos. Ante la noticia de la salida de la armada de Vizcaya, se retiraron.

En junio fueron puestas a sus órdenes las escuadras de Guipúzcoa y de las Cuatro Villas, y junto a la de Vizcaya compusieron la escuadra llamada del Cantábrico. Con estas fuerzas efectuó muchos cruceros, protegiendo la llegada de las flotas de Indias y haciendo numerosas presas. En el mismo año fue nombrado general de la flota de Nueva España, sin cesar en la escuadra de Cantabria, con la que continuó al terminar su comisión de América.

Sirvió también con sus fuerzas, en calidad de almirante, a las órdenes del príncipe Filiberto de Saboya, que ostentaba el título de Príncipe de la Mar. Filiberto hizo ante el rey un caluroso elogio de Oquendo, y el rey confirió a éste el hábito de Santiago y encargó a don Rodrigo Calderón que, de su mano y en representación de él, le armase caballero.
Encarcelado

En 1619, Juan Fajardo, almirante general de la escuadra del Océano, pidió permiso para retirarse, permiso que le fue denegado por confiársele la guarda del Estrecho. Fajardo decidió retirarse sin el permiso real, por lo que fue arrestado y encerrado en el castillo de Sanlúcar de Barrameda. Oquendo fue nombrado para sustituirle, pero éste se excusó diciendo que estaba dedicado al alistamiento de su escuadra y a la construcción de un navío que había de servirle de capitana. Al mismo tiempo señalaba la inconveniencia de tal sustitución, comunicando al secretario Arostegui: que el no ir a servir no era falta de voluntad, sino que por no lo hacer con honra, es mejor excusarlo.

Molestos los miembros del Consejo contra el que se atrevía de este modo a darles lecciones, propusieron al rey que se quitase el mando a Oquendo y fuese encerrado en el castillo de Fuenterrabía. Poco después le fue conmutada a Oquendo esta prisión por la reclusión en el convento de San Telmo, en San Sebastián, con permiso para poder salir a inspeccionar su galeón. Intervino al fin su protector, el príncipe Filiberto, cuyos buenos oficios lograron su liberación. Pronto se le dio un nuevo mando, el de los galeones de la carrera de Indias, con los que efectuó algunos viajes.

En los primeros tiempos del reinado de Felipe IV, Oquendo fue consultado por su ministro el conde de Olivares sobre asuntos de Indias, servicio naval y comercio de Tierra Firme.
Procesamiento

En 1624 fue procesado, acusado de irregularidades en su mando y favoritismo, admitiendo en la flota buques inadecuados, por pertenecer a sus amigos, y también de no permitir las necesarias reparaciones en los buques y de una injustificada invernada en La Habana. De tal modo, los galeones Espíritu Santo y Santísima Trinidad se habían ido a pique por ir en malas condiciones, perdiendo el tesoro de su carga.

Pudo rebatir cumplidamente todos los cargos que se le habían hecho a impulso de la envidia de sus contrarios, y al cabo de año y medio se pronunció la sentencia: privación del mando de las flotas de Indias durante cuatro años, "menos los que fuesen voluntad de Su Majestad, de su Consejo de Indias o de la gente de Indias, en su real nombre", y 12.000 ducados de indemnización por lo perdido en los galeones.
El socorro de La Mámora

En 1626 obtuvo en propiedad el cargo de almirante general de la armada del Océano, quedando subordinados a él todos los generales de las diferentes escuadras, como él lo quedaba al capitán general Fadrique de Toledo, en cuyas manos hacía juramento y homenaje.

Al recibir Oquendo de su gobernador don Diego de Escobedo la petición de auxilio con motivo del sitio de La Mámora por fuerzas marroquíes en 1628, socorrió la plaza desde Cádiz, fletando buques y alistando gente, aún sin tener autorización de sus superiores, por considerarlo necesario para mejor servicio del rey y tratarse de un urgente auxilio. Tan complacido quedó el rey don Felipe de su servicio, que escribió de su puño y letra: "quedo tan agradecido a este servicio que me habéis hecho, como él lo merece y os lo dirá esta demostración".


La campaña de Brasil


Formando Oquendo parte del Consejo de Guerra, se reunió en Lisboa una escuadra bajo su propio mando para socorrer las costas del Brasil contra los ataques de los neerlandeses, especialmente las plazas de Pernambuco y de Todos los Santos. Componían la escuadra 16 naos; 5 de ellas no llegaban a las trescientas toneladas y a reunir cuarenta hombres de guarnición; otras 5 no llevaban más que la mitad de la infantería que les correspondía y quedaban 6 que eran mejores, pero también faltas de elementos y de dotación. Arbolaba Oquendo su insignia en el galeón Santiago.

Salió de Lisboa el 5 de mayo de 1631 convoyando una flota de buques mercantes portugueses y de 12 carabelas, que llevaban 3.000 hombres de transporte para reforzar las guarniciones de las plazas brasileñas.

Al cabo de 68 días de navegación, llegaron a la bahía de Todos los Santos, reforzando su guarnición y siguiendo viaje a Pernambuco con 20 naos mercantes que se agregaron al convoy. El 12 de septiembre avistaron la flota neerlandesa, bajo el mando del almirante Adriaan Hans Pater, que venía de saquear la isla de Santa María. El almirante neerlandés tuvo el gallardo pero presuntuoso gesto de ordenar que sólo atacasen a los españoles 16 de sus buques; el mismo número que los que sumaban los de Oquendo. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que la capitana y la almiranta neerlandesas eran buques de 900 y 1.000 toneladas, con cincuenta cañones de calibre entre 48 y 12, y, en cambio, los españoles no pasaban de las 300 toneladas e iban armados con cañones de a 22 a 8.

Antes de trabarse el combate pasó cerca de la capitana de Oquendo la carabela en que iba el conde de Bayolo, jefe de la infantería, y al estar a la voz propuso a Oquendo reforzar los buques con sus soldados. Oquendo con tono humorístico, señalando las velas enemigas le dijo: "¡Son poca ropa!" Después negó el paso de los soldados, razonando que la orden era llevarlos a Pernambuco para refuerzo y que no quería, "por si ocurría cualquier accidente que impidiera volverlos a las carabelas". El conde recibió orden de unirse al convoy y acercarse con él hacia la costa.

Así se entabló un duro combate a 18º de latitud sur y a unas 240 millas de los Abrojos, a las 8 de la mañana del 12 de septiembre de 1631. La escuadra neerlandesa avanzó a todo trapo, desplegada en arco. Entonces, Oquendo consiguió aferrarse con hábil maniobra a la capitana enemiga por barlovento, de tal modo que los fuegos y humos fuesen hacia el neerlandés. Hans Pater trató de desasirse, mas no pudo, pues el capitán Juan Castillo saltó al buque neerlandés y a parte de los garfios, lo aseguró con un calabrote que amarró a su palo. Pronto le quitaron la vida, y lo mismo a sus soldados, pero el fuego que se hizo desde las cofas del Santiago impidió a los neerlandeses desamarrarlo. Otro galeón neerlandés se colocó pronto por la banda libre del Santiago, pero también acudieron los españoles en auxilio de su general.

El combate aún estaba indeciso a las 16:00. Al fin, un taco encendido disparado por un cañón del Santiago prendió fuego a la capitana neerlandesa. La almiranta de su segundo, el aventurero raguseo Jerónimo Masibradi, acudió y dio remolque al Santiago, apartándole de la explosión del buque neerlandés. Hans Pater encontró la muerte en el agua, a donde se había arrojado con gran número de los suyos.

Oquendo se apoderó del estandarte de los Países Bajos y puso en fuga al enemigo, quemando a éste tres mayores galeones y haciéndole 1.900 muertos; los españoles perdieron, por su parte, dos galeones, hundido uno de ellos, el San Antonio, la almiranta, y 585 muertos y 201 heridos. Tuvo la satisfacción Oquendo de saber que el galeón apresado por los neerlandeses, el Buenaventura, no pudo ser aprovechado, y que los españoles prisioneros se apoderaron de la carabela donde los llevaban y se fugaron.

Cinco días después hubo nuevo avistamiento de las escuadras, pero el almirante Tir, que sucedió en el mando a Hans Pater, eludió el combate a pesar de su manifiesta superioridad numérica. Oquendo llevó las tropas de refuerzo a Pernambuco y regresó a la Península. El 21 de noviembre entró en Lisboa, siendo objeto de entusiastas manifestaciones. Guipúzcoa le envió un caluroso mensaje de felicitación.
Gobernador de Mahón

Después de esta campaña fue nombrado capitán general de la guarda de la carrera de Indias, y en calidad de tal efectuó otro viaje a América, hacia la que partió el 23 de abril de 1634, sufriendo un duro temporal a su regreso.

En 1636, Oquendo estuvo de nuevo arrestado por batirse en duelo en Madrid, provocado por un caballero italiano al que sin herir gravemente dio una fuerte lección. En 1637 recibió la orden de salir con sus buques para incorporarse a la escuadra de Nápoles. Hizo presente en qué malas condiciones de combatir se hallaban, sin gente y sin pólvora, considerando que esta salida sólo suponía ofrecer a los enemigos una fácil victoria. Por ello le llegó la orden de invernar en Mahón, donde fue nombrado gobernador de Menorca. Efectuó grandes mejoras en las fortificaciones de la isla, trayendo artillería de Nápoles.

La batalla de las Dunas
)


En agosto de 1639 se terminó de formar en Cádiz parte de la escuadra que había de acudir a operar contra Francia y los Países Bajos: 23 buques con 1.679 hombres de mar. El 20 de julio, el secretario del rey, Pedro Coloma, firmaba una carta en que se notificaba a Oquendo que se le hacía merced del título de vizconde. Tocó la armada en La Coruña y allí se le unió la escuadra de Dunquerque, que era la mejor dotada y adiestrada. El 5 de septiembre salió de este puerto con todas sus fuerzas, yendo Oquendo en vanguardia, en su galeón Santiago, seguido por dicha escuadra de Dunquerque. En doce transportes ingleses iban tropas del ejército para reforzar las de los Países Bajos.

Los neerlandeses, según instrucciones del príncipe de Orange, habían dividido sus fuerzas en dos escuadras: una de 50 galeones y 10 brulotes, mandada personalmente por Maarten Harpertszoon Tromp, general en jefe, y otra de 40 buques y 10 brulotes, a las órdenes del almirante Johan Evertsen.

Cerca del paso de Calais se encuentran las escuadras española y neerlandesa, entablando un combate que dura tres días (16, 17 y 18 de septiembre), al cabo de los cuales la escuadra española se refugia en la rada de Las Dunas (The Downs, en la costa inglesa) para reparar. Al cabo de un mes sale a la mar y entabla combate en inferioridad de condiciones con los neerlandeses que le bloqueaban la salida. El resultado es la derrota de la flota española, que perdió 43 buques. A pesar de ello, se consiguió llevar los refuerzos y el dinero al ejército de Flandes.

En esta batalla de las Dunas, la real de Oquendo se defendió tan bravamente que pudo alcanzar Mardique, siempre reciamente acosado. Cuando se reprochó al almirante neerlandés el no haberla apresado, respondió "La capitana Real de España con don Antonio de Oquendo dentro, es invencible". Echó ésta a pique a varios buques enemigos, y cuando entró en puerto pudieron contarse en ella 1.700 balazos de cañón, de diferentes calibres. Durante muchos días hubo que estar dando a las bombas de achique y tapando boquetes, pero al fin fue salvado el galeón Santiago. La salud de Oquendo quedó profundamente quebrantada; llevaba más de cuarenta días sin desnudarse y la alta fiebre le devoraba. No pudo recuperarse por completo. Dijo "Ya no me falta más que morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte".

Volviendo a España en marzo de 1640, al estar cerca de Pasajes, donde tenía su casa, al verle tan enfermo, le aconsejaron que entrase en el puerto y que se pusiese en cura. Contestó: "La orden que tengo es de volver a La Coruña; nunca podré mirar mejor por mí que cuando acredite mi obediencia con la muerte".

En La Coruña quedó postrado en el lecho, y la enfermedad se fue agravando más y más. Falleció el 7 de junio, cuando rompía el fuego la artillería de los buques en salvas por la salida del Santísimo en la procesión del Corpus Christi. Oquendo, al oír el tronar del cañón, saltó de la cama, gritando a grandes voces: "¡Enemigos! ¡Dejadme ir a la capitana, para defender la armada!".

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 11 Jun 2015 00:27

A continuación y antes de proseguir con la vida de los militares que defendieron y engrandecieron nuestra patria, una pequeña referencia distintos hechos de armas, que fueron favorables a España y tuvieron una gran repercusión en el engrandecimiento del Reino de España.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 11 Jun 2015 00:32

LA BATALLA DE PAVIA

La batalla de Pavía se libró el 24 de febrero de 1525 entre el ejército francés al mando del rey Francisco I y las tropas germano-españolas del emperador Carlos V, con victoria de estas últimas, en las proximidades de la ciudad italiana de Pavía.

En el primer tercio del siglo XVI, Francia se veía rodeada por las posesiones de Carlos I de España. Esto, unido a la obtención del título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por parte del borgoñón (1519), puso a la monarquía francesa contra las cuerdas. Francisco I de Francia, que también había optado al título, vio la posibilidad de una compensación anexionándose un territorio en litigio: el ducado de Milán, más conocido como Milanesado. A partir de ahí, se desarrollaría una serie de contiendas de 1521 al 1524 entre la corona Habsburgo de Carlos V y la corona francesa de la Casa de Valois.

Inicio de los enfrentamientos

La primera batalla tuvo lugar en Bicoca (cerca de Monza). La victoria aplastante de los tercios españoles hizo que en castellano la palabra «bicoca» pasara a ser sinónimo de «cosa fácil o barata».

En la segunda batalla, la de Sesia, un ejército francés de 40.000 hombres, mandado por Guillaume Gouffier, señor de Bonnivet, penetró en el Milanesado, pero fue igualmente rechazado. El marqués de Pescara, Fernando de Ávalos y Carlos III de Borbón (que recientemente se había aliado con el emperador Carlos) invadieron la Provenza. Sin embargo, perdieron un tiempo valioso en el sitio de Marsella, lo que propició la llegada de Francisco I y su ejército a Aviñón y que los imperiales se retiraran. El 25 de octubre de 1524, el propio rey Francisco I cruzó los Alpes y a comienzos de noviembre entraba en la ciudad de Milán (poniendo a Louis II de la Trémoille, como gobernador) después de haber arrasado varias plazas fuertes. Las tropas españolas evacuaron Milán y se refugiaron en Lodi y otras plazas fuertes. Mil españoles, cinco mil lansquenetes alemanes y 300 jinetes pesados, mandados todos ellos por Antonio de Leyva, se atrincheraron en la vecina Pavía. Los franceses sitiaron la ciudad con un ejército de aproximadamente 30.000 hombres y una poderosa artillería compuesta por 53 piezas.

El sitio de Pavía

Antonio de Leyva, veterano de la Guerra de Granada, supo organizarse para resistir con 6.300 hombres más allá de lo que el enemigo esperaba, además del hambre y las enfermedades. Mientras tanto, otras guarniciones imperiales veían cómo el enemigo reducía su número para mandar tropas a Pavía. Mientras los franceses aguardaban la capitulación de Leyva, recibieron noticias de un ejército que bajaba desde Alemania para apoyar la plaza sitiada: más de quince mil lansquenetes alemanes y austríacos bajo el mando de Jorge de Frundsberg, tenían órdenes del Emperador de poner fin al sitio y expulsar los franceses del Milanesado.

Francisco I decidió dividir sus tropas. Ordenó que parte de ellas se dirigieran a Génova y Nápoles e intentaran hacerse fuertes en estas ciudades. Mientras, en Pavía, los mercenarios alemanes y suizos comenzaban a sentirse molestos porque no recibían sus pagas. Los generales españoles empeñaron sus fortunas personales para pagarlas. Viendo la situación de sus oficiales, los arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía aún sin cobrar.

A mediados de enero llegaron los refuerzos bajo el mando del marqués de Pescara, Fernando de Ávalos, el virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy y el condestable de Borbón, Carlos III. Avalos consiguió capturar el puesto avanzado francés de San Angelo, cortando las líneas de comunicación entre Pavía y Milán. Posteriormente conquistaría a los franceses el castillo de Mirabello.

Finalmente llegaron los refuerzos imperiales a Pavía, compuestos por 13.000 infantes alemanes, 6.000 españoles y 3.000 italianos con 2.300 jinetes y 17 cañones,5 los cuales abrieron fuego el 24 de febrero de 1525. Los franceses decidieron resguardarse y esperar, sabedores de la mala situación económica de los imperiales y de que pronto los sitiados serían víctimas del hambre. Sin embargo, atacaron varias veces con la artillería los muros de Pavía. Pero las tropas desabastecidas, lejos de rendirse, comprendieron que los recursos se encontraban en el campamento francés, después de una arenga dicha por Leyva.

Formaciones de piqueros flanqueados por la caballería comenzaron abriendo brechas entre las filas francesas. Los tercios y lansquenetes formaban de manera compacta, con largas picas protegiendo a los arcabuceros. De esta forma, la caballería francesa caía al suelo antes de llegar incluso a tomar contacto con la infantería.

Los franceses consiguieron anular la artillería imperial, pero a costa de su retaguardia. En una arriesgada decisión, Francisco I ordenó un ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa (superior en número) tenía que cesar el fuego para no disparar a sus hombres. Los 3.000 arcabuceros de Alfonso de Ávalos dieron buena cuenta de los caballeros franceses, creando desconcierto entre estos. Mientras Lannoy al mando de la caballería y el marqués de Pescara, en la infantería, luchaban ya contra la infantería francesa mandada por Ricardo de la Pole y Francisco de Lorena.

En ese momento, Leyva sacó a sus hombres de la ciudad para apoyar a las tropas que habían venido en su ayuda y que se estaban batiendo con los franceses, de forma que los franceses se vieron atrapados entre dos fuegos que no pudieron superar. Los imperiales empezaron por rodear la retaguardia francesa (mandada por el duque de Alenzón) y cortarles la retirada. Aunque agotados y hambrientos, constituían una muy respetable fuerza de combate. Guillaume Gouffier de Bonnivet, el principal consejero militar de Francisco, se suicidó (según Brantôme, al ver el daño que había causado deliberadamente busco una muerte heroica a manos de las tropas imperiales). Los cadáveres franceses comenzaban a amontonarse unos encima de otros. Los demás, viendo la derrota, intentaban escapar. Al final las bajas francesas ascendieron a 8.000 hombres.

El rey de Francia y su escolta combatían a pie, intentando abrirse paso. De pronto, Francisco I cayó, y al erguirse, se encontró con un estoque español en su cuello. Un soldado de infantería, el vasco Juan de Urbieta, lo hacía preso. Diego Dávila, granadino, y Alonso Pita da Veiga, gallego, se juntaron con su compañero de armas.

No sabían a quién acababan de apresar, pero por las vestimentas supusieron que se trataría de un gran señor. Informaron a sus superiores. Aquel preso resultó ser el rey de Francia. Otro participante célebre en la batalla fue el extremeño Pedro de Valdivia, futuro conquistador de Chile, y su amigo Francisco de Aguirre.

Consecuencias

En la batalla murieron comandantes franceses como Bonnivet, Luis II de La Tremoille, La Palice, Suffolk y Francisco de Lorena.

Tras la batalla Francisco I fue llevado a Madrid, donde llegó el 12 de agosto, quedando custodiado en la Casa y Torre de los Lujanes. La posición de Carlos I fue extremadamente exigente, y Francisco I firmó en 1526 el Tratado de Madrid. Francisco I renunciará al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña.

Cuenta la leyenda que en las negociaciones de paz y de liberación de Francisco I, el emperador Carlos V renunció a usar su lengua materna (francés borgoñón) y la lengua habitual de la diplomacia (italiano) para hablar por primera vez de manera oficial en español.

Posteriormente Francisco I se alió con el Papado para luchar contra el Imperio español, lo que produjo que Carlos I atacara y saqueara Roma en 1527 (Saco de Roma).

En la actualidad se sabe que Francisco I no estuvo en el edificio de los Lujanes, sino en el Alcázar de los Austrias, que fue sustituido por el actual Palacio Real de Madrid. Carlos I se desvivió por lograr que su "primo" Francisco se sintiera cómodo y lleno de atenciones.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 11 Jun 2015 00:39

LA BATALLA DE SAN QUINTIN

La batalla de San Quintín fue una batalla entablada en el marco de las Guerras italianas entre las tropas españolas y el ejército francés, que tuvo lugar el 10 de agosto de 1557, con victoria decisiva para el reino de España. Tras haber sido invadido en 1556 el Reino de Nápoles por las tropas francesas del duque de Guisa, Felipe II ordenó a las tropas españolas que se encontraban en los Países Bajos españoles invadir Francia. La guerra abierta entre Enrique II de Francia y Felipe II de España entraba en su fase más crucial.

Una parte de las tropas españolas eran soldados de los Tercios viejos de Nápoles, por entonces bajo soberanía española

Preliminares de la batalla

El primer escenario del enfrentamiento fue Italia, donde el apoyo del Papa Pablo IV facilitó la entrada de tropas francesas para amenazar a los dominios españoles del Milanesado y sobre todo Nápoles. El III duque de Alba, que estaba al mando de los españoles, rechazó eficazmente a los invasores y aisló al Papa, hecho que le valió la excomunión a Felipe II.
Felipe II de España.

En la frontera entre Francia y Flandes se libraron los principales combates de esta contienda. Ruy Gómez de Silva logró reclutar 8.000 infantes y cuantiosos fondos para la guerra. Felipe II, por su parte, visitó Inglaterra para recibir ayuda de su segunda esposa, María I Tudor. Obtuvo de ésta 9.000 libras y 7.000 hombres, que marcharon a Flandes bajo las órdenes de lord Pembroke, regresando Felipe II a Bruselas a principios de agosto. El ejército que llegó a concentrarse en la capital belga estaba compuesto por unos 60.000 españoles, flamencos e ingleses, y contaba con 17.000 jinetes y ochenta piezas de artillería. El mando de este contingente se delegó a Manuel Filiberto, duque de Saboya, fiel y firme aliado de España que años antes había pasado al servicio de Carlos I cuando el rey de Francia despojara a su familia del ducado saboyano.

Ofensiva del duque de Saboya

La ofensiva se inició antes de que acabara ese mismo mes, con un movimiento de distracción estratégicamente planeado por Manuel Filiberto y dirigido a hacer creer a los franceses que las tropas aliadas invadirían la Champaña para luego dirigirse hacia Guisa, amenazando dicha plaza con un asedio, lo que motivó que los franceses enviaran numerosos efectivos para defenderla. En realidad, Manuel Filiberto tomó el camino de San Quintín, localidad de la Picardía situada a orillas del río Somme.

El impacto de esta medida entre los franceses fue determinante, ya que la guarnición de esta pequeña ciudad se limitaba a pocos centenares de soldados al mando de un capitán. El ejército español empezó el ataque el 2 de agosto, apoderándose del arrabal situado al norte, formado por unas cien casas y defendido por algunos fosos y baterías. La respuesta francesa fue enviar con prontitud extrema al almirante Gaspar de Coligny al mando de un contingente de socorro formado por apenas 500 hombres que logró introducirse en la ciudad durante la noche del 3 de agosto. Tras esta vanguardia de urgencia, a marchas forzadas, se aproximaba el ejército francés al completo, con unos 22.000 infantes, 8.000 jinetes y 18 cañones. Comandaban dicho ejército el condestable Anne de Montmorency (tío de Coligny) y su hermano Andelot, que al frente de 4.500 soldados intentó también introducirse en la ciudad sitiada. Fracasó rotundamente en su propósito al ser interceptado por una emboscada del conde de Mansfeld, al servicio de Felipe II.
El error francés

El 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo, Montmorency decidió avanzar sobre la ciudad de San Quintín con la intención de que su vanguardia cruzara el Somne en barca y penetrara en la plaza. Su plan consistía en reforzar rápidamente a los sitiados mientras el grueso del ejército francés se resguardaba temporalmente en el cercano bosque de Montescourt.

Sin embargo, poco después, a raíz del profundo desprecio personal que sentía hacia Manuel Filiberto de Saboya, subestimando sus cualidades militares, Montmorency optó por cambiar de intención y ordenó que sus tropas abandonasen otra vez la protección del bosque, haciéndolas desplegar paralelamente mientras su vanguardia cruzaba el Somne. Esta imprudencia dejaba la puerta abierta a que los españoles pudieran cruzar el río por el puente de Rouvroy y así sorprenderle en mitad de la maniobra, pero el condestable de Montmorency confiaba ciegamente en que la estrechez del paso impediría tal posibilidad.

En este estado de cosas, un nuevo grupo mandado por Andelot cruzó con éxito el río, pero en la orilla izquierda se topó con los arcabuceros españoles, que causaron una cuantiosa matanza entre su tropa. Tan sólo unos 2 franceses lograron alcanzar la ciudad, y el mismo general Andelot resultó herido.
Ofensiva

El ala derecha del ejército español, formada por soldados españoles y alemanes, estaba al mando de Alonso de Cáceres. El centro del ejército, estaba a las órdenes de Julián Romero, con españoles, borgoñones e ingleses. El ala izquierda estaba formada por el famoso y temido Tercio de Saboya bajo las órdenes del Maestre de Campo Alonso de Navarrete. Cerrando la formación estaba la caballería flamenca, al mando del fogoso Conde de Egmont.

La caballería ligera flamenca del Conde de Egmont acosó al flanco izquierdo de sus tropas y obligó a Montmorency a retirarse por enésima vez hacia el bosque, mientras la caballería francesa dirigida por Louis Gonzaga Duque de Nevers trataba con dificultad de contener el ataque.

El estratégico puente sobre el Somne era estrecho, pero no tanto como suponía el condestable, de manera que las tropas del duque de Saboya lograron cruzarlo en poco tiempo. Además construyeron otro de barcas y tablones para permitir el cruce de más tropas, a la vez que la caballería de Egmont maniobraba hasta eludir el contraataque de Nevers y penetrar en el bosque donde se hallaba, ya totalmente copado, Montmorency. Ante esta asfixiante situación, el condestable no tuvo más remedio que presentar allí mismo batalla, desplegando a sus hombres de la mejor manera posible.

Mientras su retaguardia seguía amenazada por el conde de Egmont, la infantería de Felipe II ya se había desplegado y avanzaba en todo el frente. El duque Filiberto mandaba el centro; en el ala derecha se encontraban Mansfeld y Horne, y el ala izquierda iba a cargo de Aremberg y Brunswick. Ambas alas cayeron con extrema violencia sobre el ejército francés, que además de ser inferior en número se vio ampliamente desbordado a causa de las constantes descargas de los arcabuceros españoles, que destrozaban sin parar sus filas. La carnicería fue tal que los 5.000 mercenarios alemanes del bando francés decidieron rendirse en masa, dejando a numerosos soldados que se daban a la fuga. Únicamente resistía el centro, donde un apurado Montmorency recibía el implacable fuego de la artillería enemiga hasta que, viéndolo todo irremediablemente perdido, optó por una muerte honorable batiéndose cuerpo a cuerpo sin demasiado éxito. Fue capturado por un soldado español de caballería llamado Sedano, que por este hecho recibió un premio de 10.000 ducados, repartiéndolos luego con su jefe, el capitán Venezuela.

Resultado final

Sumando a las bajas en combate la matanza de huidos, que fue muy considerable, se calcula que el ejército francés perdió unos 12.000 hombres, resultando prisioneros otros 6.000 hombres y 2.000 heridos más. Entre éstos destacaban casi un millar de nobles, incluyendo al propio Montmorency, entre los cuales se hallaban los duques de Montpensier y de Longueville, el príncipe de Mantua y el mariscal de Saint André. Fueron capturadas más de 50 banderas y toda la artillería. Los 5.000 mercenarios alemanes que se habían rendido fueron repatriados a cambio del juramento de no servir nuevamente bajo banderas francesas por un período provisional de seis meses. Las fuerzas de Felipe II apenas sufrieron trescientas bajas entre muertos y heridos.

Al conocer el resultado de San Quintín, Felipe II se mostró apenado por no haber estado presente como él quería e informó a toda su familia, escribiendo a su padre Carlos I, retirado ya a Yuste: «Y pues yo no me hallé allí, de que me pesa lo que Vuestra Majestad pueda pensar, no puedo dar relación de lo que pasó sino de oídas».

Decidió celebrar la victoria ordenando la construcción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Fue dedicado a san Lorenzo, santo del día de la victoria. Seguidamente se acercó a felicitar al duque de Saboya, y —contra su opinión— decidió no atacar directamente París hasta no haber tomado la ciudad de San Quintín, aún en manos francesas. Los sitiados resistieron hasta el 27 de agosto, cuando una columna española, otra flamenca y una tercera inglesa asaltaron —con un duro cañoneo— varias brechas abiertas en la muralla. Los asaltantes pasaron a cuchillo a gran parte de la guarnición y capturaron también al almirante Coligny con varios nobles más. Felipe II dejó como guarnición al conde de Abresfem con 4.000 alemanes, regresando a Bruselas para la reunión de los Estados Generales.

En 13 de julio de 1558 las tropas españolas volvieron a vencer a las francesas en la batalla de Gravelinas, forzando a Francia a firmar la Paz de Cateau-Cambrésis en 1559.

Cabe señalar que en esta batalla tuvo un importante papel el jefe de la caballería española: el militar flamenco Lamoral, conde de Egmont, que en 1568 fue ejecutado en Bruselas acusado de rebelión por el Tribunal de los Tumultos, fundado por el militar español Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba.

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Mensajepor Rescoldo » 11 Jun 2015 00:47

LA BATALLA DE LEPANTO


La armada aliada estaba formada por 70 galeras españolas (sumadas las propiamente hispanas con las de Nápoles, Sicilia, y Génova), 9 de Malta, 12 del Papado y 140 venecianas. Los combatientes españoles sumaban 20.000, los del Papa 2.000 y los venecianos 8.000. La flota estaba confiada teóricamente a Juan de Austria y dirigida efectivamente por jefes experimentados como Gian Andrea Doria y los catalanes Juan de Cardona y Luis de Requesens. Marco Antonio Colonna, condestable de Nápoles y vasallo de España, era el almirante del papa. Las naves venecianas estaban al mando de Sebastián Veniero.

Preparativos:

La preparación de la cristiandad para enfrentarse de una forma decidida con el peligro turco fue muy laboriosa. El único hombre que vio clara la situación desde el primer momento fue el papa Pío V. Incluso Felipe II, que tan amenazadas veía sus posesiones peninsulares por el enemigo, tardó mucho en convencerse de la necesidad de afrontar el peligro de frente y de asestar un golpe definitivo a los turcos. Las capitulaciones para constituir la Liga Santa se demorarían hasta el 25 de mayo de 1571 debido a la disparidad de intereses y proyectos. La unión de escuadras cristianas que el Papa había convocado en respuesta a la toma de Chipre (1570) había resultado un fracaso del que los jefes se culpaban mutuamente. La Sublime Puerta lanzó un ataque a fondo contra Famagusta, último reducto de los venecianos en Chipre. Fuerzas turcas se apoderaron de Dulcino, Budua y Antivari, e incluso llegaron a amenazar la plaza de Zara. La escuadra española estuvo ya preparada el 5 de septiembre con la llegada de Andrea Doria, Don Alvaro de Bazán y Juan de Cardona. El 29 de agosto, el obispo Odescalco llegó a Mesina, dio la bendición apostólica en nombre del Papa y concedió indulgencias de cruzada y jubileo extraordinario a toda la armada. El 15 de septiembre, Don Juan ordenó la salida de la flota y el 26 fondeó en Corfú, mientras una flotilla dirigida por Gil de Andrade exploraba la zona.

Las armadas se encuentran en el golfo de Lepanto:

Don Juan de Austria constituyó una batalla central de 60 galeras en las que iban Colonna y Veniero con sus naves capitanas, flanqueada por otras batallas menores al mando de Andrea Doria, Alvaro Bazán y el veneciano Agustín Barbarigo. A Cardona se le dio una flotilla exploradora en vanguardia. A bordo iban cuatro tercios españoles de Lope de Figueroa, Pedro de Padilla, Diego Enríquez y Miguel Moncada. La infantería italiana era también de gran calidad. La desconfianza hacia los venecianos era tal que don Juan repartió 4.000 de los mejores soldados españoles en las galeras de la Señoría e hizo que éstas navegasen entreveradas con las de España. El 29 de septiembre abordó a la capitana de don Juan una fragata de Andrade con el anuncio de que los turcos esperaban en el golfo de Lepanto. La flota de la Liga salió el 3 de octubre del puerto de Guamenizas en dirección a Cefalonia, y el sábado 6, a la caída de la tarde, llegaba al puerto de Petela. Bazán aconsejaba entrar en el golfo y Andrea Doria temía aventurarlo todo en una jornada. En el Consejo se aprobó el plan de Bazán de presentar combate en la madrugada del día siguiente, frente al golfo de Lepanto. La maniobra ordenada permitió cerrar el golfo y dio tiempo a una perfecta colocación de la armada.

El combate (7 de octubre de 1571):

Al alba del día 7 la flota cristiana estaba situada en las islas Equínadas. Poco después avistaron a la turca adelantándose hacia la boca del golfo de Lepanto. Alí estaba al mando de 260 galeras y contaba con las naves del corsario argelino Luchalí. A las diez de la mañana las escuadras se hallaron frente a frente. Cerca del mediodía la galera del Amirante Alí Bajá disparó el primer cañonazo. Alí concentró el esfuerzo sobre las galeras venecianas, que suponía menos aguerridas. El primer ataque turco fue neutralizado por Barbarigo, que fue herido de muerte.

Durante dos horas se peleó con ardor por ambas partes, y por dos veces fueron rechazados los españoles del puente de la galera real turca; pero en un tercera embestida aniquilaron a los jenízaros que la defendían y, herido el almirante de un arcabuzazo, un remero cristiano le cortó la cabeza. Al izarse un pabellón cristiano en la galera turca arreciaron el ataque las naves cristianas contra las capitanas turcas que no se rendían; pero al fin la flota central turca fue aniquilada. (Marqués de Lozoya)

En la galera Marquesa combatió Miguel de Cervantes con gran valor. Tenía entonces veinticuatro años y continuó combatiendo después de ser herido en el pecho y en el brazo izquierdo, que le quedaría inútil. El consejo de don García de Toledo de recortar los espolones hizo más eficaz el empleo de la artillería. La arcabucería española resultó decisiva en el combate cuerpo a cuerpo causando gran número de bajas. En muchas de las galeras turcas los cautivos cristianos se rebelaron en lo más recio del combate. Fue un galeote cristiano quien cortó la cabeza del almirante Alí con su hacha de abordaje. Sólo 50 de las 300 naves turcas pudieron escapar. El argelino Luchalí combatió con fortuna en el ala derecha y logró escapar hacia la costa de Morea. La persecución que llevó a cabo Bazán cesó al caer la tarde sin conseguir darle alcance.

Batalla naval de Lepanto Carácter decisivo de la victoria y consecuencias:

Se celebró un Consejo después de que la flota se retirarse a Petela y prevaleció el parecer de dar por terminada la campaña de aquel año. Pío V y el Dux de Venecia reconocieron que la victoria se debió principalmente a España y a Don Juan de Austria. Aunque Lepanto aparentemente fue una victoria total para los miembros de la Liga Santa, el carácter definitivo de la victoria cristiana ha sido discutido por muchos historiadores.

Pocas veces, si alguna, en la historia de los tiempos modernos, los frutos de una bella victoria han sido más vergonzosamente desperdiciados.(Merriman)

Aplazamientos, desconfianzas entre los aliados y la muerte del papa San Pío V provocaron la malversación del triunfo de Lepanto. Felipe II se sentía temeroso de un nuevo afianzamiento de la alianza francoturca; los venecianos se hallaban dispuestos, al cabo de cierto tiempo, a hacer una paz separada: si no hubiese sido por el entusiasmo de Don Juan de Austria, la Liga se habría deshecho... Pero las desconfianzas de Felipe -sus celos- hacia Don Juan de Austria, sus lentitudes características, dieron por resultado, al cabo de pocos meses, la caída de Túnez y la Goleta en poder de los turcos (1574). Así quedaba desvanecida la gloria de Lepanto. (Soldevila)


La victoria de Lepanto abría la puerta a las mayores esperanzas. Sin embargo, de momento, no trajo consigo ninguna clase de consecuencias. La flota aliada no persiguió al enemigo en derrota, por diversas razones: sus propias pérdidas y el mal tiempo, a quien el imperio turco, desconcertado, debió tal vez su salvación. En este sentido, fue fatal la larga demora española del verano de 1571, pues, al colocar a los aliados victoriosos en los umbrales de la estación del mal tiempo, vinieron a interponerse ante la victoria, como treguas obligatorias, el otoño, el invierno y la primavera... Pero si, en vez de fijarnos exclusivamente en lo que viene después de Lepanto, paramos la atención en lo que precede a esta victoria, nos daremos cuenta de que viene a poner fin a un estado de cosas lamentable, a un verdadero complejo de inferioridad por parte de la Cristiandad y una primacía no menos verdadera por parte de los turcos. La victoria cristiana cerró el paso a un porvenir que se anunciaba muy próximo y muy sombrío. (Braudel)

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Mensajepor Rescoldo » 11 Jun 2015 00:51

BATALLA DE GRAVELINAS

La batalla de Gravelinas tuvo lugar el 13 de julio de 1558, en el pueblo de Gravelinas, cerca de Calais marcando el final de la guerra entre Francia y el Imperio español que se prolongó desde el año 1547 al 1559. Esta batalla no ha de confundirse con la acontecida en 1588 entre la Gran Armada Española y la Armada Real Inglesa.

Antecedentes

Tras la brillante actuación de Manuel Filiberto de Saboya en la batalla de San Quintín, Enrique II de Francia preparó su desquite. Reclutó un nuevo ejército en la Picardía, que puso en manos de Luis Gonzaga-Nevers, duque de Nevers; pidió ayuda naval al sultán otomano y alentó a los escoceses a invadir Inglaterra por el norte. El duque de Guisa arrebató el puerto de Calais a los ingleses y avanzó hacia la ciudad de Thionville (frontera de Flandes y Francia), ciudad que tomó el 22 de junio de 1558. El señor de Termes invadió con otro ejército, formado por 12 000 infantes, 2000 jinetes y mucha artillería, Flandes; tras pasar el río Aa por su desembocadura, conquistó Dunkerque y Nieuwpoort, amenazando Bruselas. De regreso a Calais por su gran ofensiva, es informado de que un ejército español le iba a interceptar en el río Aa.
Desarrollo de la batalla

A su vez, el duque de Saboya y Felipe II reunieron un ejército de 12 500 infantes y 3200 jinetes, dando el mando al conde de Egmont. Éste se presentó en Gravelinas el 13 de julio de 1558. Sorprendido por la rapidez de la maniobra española, Termes tuvo que presentar batalla (porque tenía el río a su espalda, el mar a su izquierda y su derecha totalmente embarullada por la columna de bagajes de su propio ejército). Despliega su ejército en la orilla izquierda del río, creando en el flanco del bagaje un doble línea formada por la caballería y la artillería, dejando a la infantería detrás. Su mala situación, sin embargo, no impidió a los franceses creer que la victoria sería fácil.

El conde de Egmont, mientras tanto, había dejado a la artillería detrás ya que le estorbaban pues debían interceptar a los franceses antes de que cruzasen el río Aa. Avistada las posiciones francesas, Egmont sitúa a sus tropas en una media luna, dejando a la caballería ligera en los flancos y en el centro a los tercios españoles, junto a unidades de alemanes y flamencos.

Los franceses cañonearon y se establece un combate desordenado entre ambas caballerías de resultado dudoso. Una vez más se reveló la capacidad de los arcabuceros españoles, por aquel entonces los mejor armados y entrenados del continente. Los arcabuces acribillaron a la caballería francesa, luego, los españoles toman la doble hilera del bagaje y disparan sobre la infantería resguardada detrás de los carros, creando un gran desorden entre las filas francesas. Egmont, decide atacar con su caballería sobre el centro francés, el propio conde de Egmont estaba en la cabeza de sus jinetes. A su vez, barcos vizcaínos e ingleses bombardeaban la retaguardia francesa, causándole numerosas bajas. El resultado de la batalla no podía haber sido peor para los franceses: tan solo 1.500 hombres habían conseguido huir, el resto yacía muerto o prisionero en el campo de batalla, el señor de Thermes, fue hecho prisionero. Los franceses se vieron obligados a replegarse a sus fronteras.

Tras esta nueva derrota, que se sumaba a la de San Quintín, Enrique II de Francia se vio obligado a firmar la paz con Felipe II en la llamada Paz de Cateau-Cambrésis en 1559. Fue precisamente a raíz de ese tratado que Felipe II contrajo matrimonio con Isabel de Valois —hija de Enrique—, mientras que Manuel Filiberto hizo lo propio con Margarita de Valois —hermana del rey e hija de Francisco I de Francia

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 11 Jun 2015 01:04

LUIS DE REQUESENS

Luis de Requesens y Zúñiga (Barcelona, 25 de agosto de 1528 – Bruselas, 5 de marzo de 1576) fue un militar, marino, diplomático y político español, gobernador del Estado de Milán (1572–1573) y de los Países Bajos (1573–1576).

Mentor de don Juan de Austria, su labor fue fundamental para la gran victoria de la Liga Santa en la batalla de Lepanto. Y también fue comendador mayor de Castilla en la Orden de Santiago.

Al ser nombrado su padre ayo del príncipe don Felipe a principios de 1535, Luis de Requesens fue nombrado paje del mismo, por lo que recibieron la misma educación, siendo designado para llevar el guion del Príncipe durante todo el tiempo en que permanecieron juntos. Ya en 1537, el emperador Carlos le hizo la merced del hábito de la Orden de Santiago. Entre otros juegos, corría la sortija y justaba con el Príncipe y sus pajes, con lo que su carácter irritable y áspero se fue dulcificando.

En 1543, fue de los designados para acompañar al Príncipe de Asturias en su boda con María de Portugal, permaneciendo junto a los desposados todo el tiempo y ocupándose de su administración y custodia. Al fallecer María por sobreparto el 12 de julio de 1545, el Príncipe, muy dolido por la pérdida de su esposa, se retiró por un tiempo al Monasterio del Abrojo, donde don Luis le acompañó como amigo y compañero de sufrimientos, ocupándose al mismo tiempo de que nada le faltara para aliviar los sinsabores por los que pasaba.

El 27 de junio de 1546 falleció su padre, por lo que el Emperador le concedió la encomienda mayor de Castilla en la Orden de Santiago, la cual había ostentado el padre hasta su muerte. El cuerpo del difunto fue trasladado de Madrid a Barcelona, por lo que viajó hasta esta ciudad para estar presente en su enterramiento, que se realizó en la Capilla del Palau, que por la ayuda de su madre y esposa del finado, en forma de supervisión de las obras, se había llevado a buen término.

En 1547, fue una vez más designado para acompañar al Príncipe a Monzón, pero en este viaje iba ya con capa y espada. Este viaje lo pudo realizar al haber salido de una más de sus muchas enfermedades sufridas, aparte de haber recibido una grave herida. Su madre le sugirió que, para pasar mejor esa mala temporada, se fuera a la Corte del rey Carlos I, que en esos momentos se encontraba en sus dominios de Emperador en el Sacro Imperio, por lo que partió de la ciudad de Barcelona el 11 de diciembre de 1547, llegando a Augusta donde en esos instantes se encontraba Carlos I, quien le recibió con todos los honores.

El Rey tenía que desplazarse a sus territorios de Flandes, por lo que le designó para acompañarle. A la llegada del Rey a sus dominios, en los que hallaba su hermana la reina de Francia, doña Leonor, entre los regalos que se prodigaron hubo una serie de fiestas y torneos entre los diferentes caballeros. En uno de los torneos, sacó por su cuenta a dos cuadrillas, una en la que él encabezaba el grupo, rodeado de caballeros amigos y deudos de él, pero montando caballos ligeros para escaramuzar, mientras que la otra cuadrilla estaba compuesta por criados vestidos a la húngara, lo que no dejó de ser una gran sorpresa para todos y muy aplaudida.

Siempre le distinguió su modestia, pues al llegar el príncipe Felipe y a pesar de tener el apoyo incondicional del Rey, Requesens no consintió que se le nombrara hombre de cámara de su Príncipe. Las fiestas continuaron a la llegada de la Corte a Bruselas. El Príncipe quiso justar con Requesens, éste accedió pero, por ser la primera vez que se enfrentaba a su Alteza, en el momento del choque alzó la caña, por lo que el Príncipe no le alcanzó ni él tampoco. Unos momentos después le volvieron a retar, y don Luis no supo quién lo hacía, así que esta vez no levantó la caña, alcanzando en la celada al contrario, el cual fue desmontado y del golpe que recibió al caer en tierra se quedó adormecido. Al quitarle el yelmo, se dio cuenta que había sido engañado, pues el que yacía en tierra no era otro que el Príncipe Felipe.

Justo al siguiente día del encuentro con el Príncipe le llegó la noticia de que el 25 de abril de aquel año de 1549, su querida madre había fallecido en la ciudad de Barcelona, por lo que inmediatamente y con la aquiescencia del Rey se puso en camino hacia esta ciudad. Estando en Barcelona, el 12 de julio de 1551 fue a recibir al Príncipe que llegaba embarcado, al cual acompañaba el príncipe del Piamonte Manuel Filiberto de Saboya, por lo que Requesens puso a disposición del piamontés su casa, el Palau, donde éste permaneció mientras estuvieron en la ciudad.


Se comenzó a tratar entonces de su matrimonio, cuya principal escogida era la hija del Maestro Racional de Barcelona, pero ni esta, doña Jerónima, ni su padre don Francisco Gralla y Desplá estaban muy de acuerdo. No así la madre, doña Guiomar de Estalrich, y aunque intervino el Príncipe, hubo tal disputa familiar, que Requesens prefirió dejar correr el tema, y abandonó Barcelona camino de Madrid. Ello casi obligó a que el Príncipe se pusiera igual que él en camino a Madrid, con la excusa de que ya el Rey había llegado a la capital, donde se convocó Capítulo General de la Orden de Santiago; en ella y por intermediación del propio monarca, Requesens fue elegido como uno de los trece caballeros de ella, a pesar de que sólo contaba con 23 años de edad.

En este capítulo se resolvió que el Rey entregaría cuatro galeras a ella y ésta debía mantenerlas durante tres años en perfecto estado para entrar en combate; y si todo funcionaba bien, se haría que la resolución continuase. Se realizó el asiento, con la firma del Rey y con la del Príncipe como Gobernador de España, siendo propuesto por todo el capítulo para el cargo de capitán general de ellas al Comendador Mayor de Castilla, por lo que el Príncipe le proveyó luego de todo lo necesario. Requesens aceptó por dos razones: la primera, porque había sido toda la Orden la que se lo demandó, y la segunda, porque al dejar la casa del Príncipe, quería cambiar de ambiente y conocimientos, y la mar no era una mala elección.

Por varios y diferente motivos, en mayo de 1552 aún estaban sin formarse los aprestos de las cuatro galeras. Por esta razón, los de la Orden le rogaron al Comendador que marchase al Sacro Imperio, donde se encontraba el Emperador Carlos y pusiera en su conocimiento lo que estaba ocurriendo.

Partió de Madrid con dirección a la Corte el 12 de junio de 1552, haciendo parada para embarcar en Barcelona. Aquí se encontró con doña Jerónima, que finalmente lo convenció, no sin usar todas sus dotes, de que se desposara con ella. Dado que las galeras ya habían partido y sólo una fragata quedaba dispuesta en el puerto para zarpar, a media noche se realizaron los capítulos matrimoniales y poco antes del amanecer contrajo el matrimonio. Apenas una hora después Requesens embarcó en el buque que debía trasportarlo a Génova.

De esta ciudad pasó a Milán, poniéndose en camino siguiendo al Rey, al que dio alcance al pararse éste para juntar al ejército que debía de combatir a los rebeldes luteranos del Sacro Imperio. Con el Rey pasó a Metz y posteriormente a Lorena a mediados de octubre, donde al Rey le entraron sus dolores de la gota, por lo que dejó de capitán general del ejército al Duque de Alba, al que el Comendador de Castilla siguió en todas las escaramuzas y combates que hubieron lugar.

En el sitio de Metz se declaró una epidemia que produjo graves pérdidas, y el mismo día de Navidad, al acabar de comulgar Requesens junto a los Caballeros de la Orden, le sobrevinieron unas fiebres; los facultativos llegaron a desahuciarlo. Antes de estar totalmente restablecido, se dio fin al asedio de Metz. Esto le obligó a realizar un penoso camino hasta llegar de nuevo a Bruselas, en donde ya se encontraba el Rey, con el que aprovechó para tratar los temas de la Orden. Volvió a partir hacia Génova, donde abordó una de las galeras del Duque de Alba y con la que retornaron a Barcelona. Al día siguiente de su llegada, se consumó su matrimonio.

Posteriormente vinieron unas herencias que le hicieron extraordinariamente rico, pues por azares de la vida concurrieron unas circunstancias que a los que les tocaban no las habían cumplido. Entre ellas estuvo la herencia de la duquesa de Calabria, que para hacerse con ella se vio obligado a mantener una serie de juicios, en los que su contrincante era el Conde de Saldaña, hijo mayor del Duque del Infantado. También ganó el pleito contra el cuarto marqués de Oliva, por lo que finalmente fue él también el único heredero.

Como al finalizar el Capítulo de la Orden de Santiago el príncipe Felipe embarcó en La Coruña para dirigirse al reino de Inglaterra y contraer matrimonio con María Tudor, Requesens regresó a Barcelona para terminar de poner a punto sus galeras. Hubo un incidente en el que su galera fue abordada por el capitán general de las de España, hecho que provocó por primera vez en su vida la ira. Aclarado el tema por el propio Rey, renunció a su mando.

Se encontraba en Valladolid cuando recibió la visita de Juan de Vega, a la sazón Presidente del Consejo Real, que el nuevo rey Felipe II le había nombrado Asistente de Sevilla. Aunque el cargo era de mucha honra y autoridad, Requesens aún estaba resentido por la actuación del general de las Galeras de España, y se negó en redondo a aceptarlo.

En diciembre de 1561, recibió la visita de fray Bernaldo de Freneda, de la orden franciscana y confesor del Rey, quien le puso en conocimiento de haber sido nombrado por el monarca Embajador de España ante la Santa Sede, en cuyo solio pontificio se sentaba el Papa Pío IV. Fue informado al mismo tiempo de que se le asignaba un sueldo de 8.000 ducados de oro anuales, más otros 10.000 por una sola vez para cubrir los gastos del viaje. A pesar de tan lucrativo cargo, no dio su conformidad hasta que obtuvo el consentimiento, previa consulta a su mujer y su hermano.

Unos días después volvió a caer gravemente enfermo, por lo que no pudo partir de la capital hasta que no estuvo restablecido. Realizó la salida el 22 de diciembre de 1562 con dirección a Villarejo de Salvanes (Madrid),localidad en la que permaneció hasta la Pascua, y al terminar ésta se puso en camino hacía Valencia y de aquí a Barcelona.

Las primeras galeras que zarparon de este puerto fueron las de la Orden de San Juan junto a las del Duque de Florencia. Se embarcó en la capitana de las de San Juan, a cuyo mando estaba el capitán general don Juan Vicente de Gonzaga, el que más tarde sería el cardenal Gonzaga, y llegaron a Civitavecchia, de donde se dirigieron a Bracciano. Allí su hija cayó enferma, por lo que su mujer se quedó al cuidado de la niña, y él prosiguió viaje, realizando el 25 de septiembre de 1563 la solemne entrada, que estaba estipulada para el representante del Rey Católico, que era la máxima, en la ciudad de Roma.

La principal controversia que tuvo que sortear fue la de la preeminencia en los lugares sagrados que debían de ocupar el representante francés y el español, ya que después de varios enfrentamientos que llegaron a la violencia, el Papa había cedido, dando la preferencia al francés, con gran indignación de la legación española. Luis de Requesens puso los hechos en conocimiento del Rey y éste, en señal de la más enérgica protesta, ordenó al embajador que abandonara Roma, pero al mismo tiempo que hiciera saber al Sumo Pontífice que la revocación no era ante la Santa Sede, sino ante su persona. Pero Felipe II, por orden privada, le comunicó que bajo ningún concepto debía abandonar los Estados Pontificios, por lo que debía de ir entreteniéndose todo lo que pudiera, pues creía que Su Santidad no iba a durar mucho y debía estar presente para la elección del nuevo Papa, y para ello no debía de estar muy lejos.

Requesens fue haciendo el camino muy lentamente, pero aun así logró llegar a Génova. Estando ya en esta ciudad envió a su esposa a los baños de Luca, donde llegó a punto de morir. Precisamente por esta dolencia de la que era conocedor, había pedido en repetidas ocasiones al Rey su licencia, para retornar a España, y justo le llegó la autorización estando en Luca.

Asimismo le llegó la noticia esperada de que el Papa estaba enfermo, por lo que con gran discreción se encaminó hacia Roma, pero fue acercándose tan despacio que a su llegada, el cónclave ya se había cerrado para elegir al nuevo sustituto en el solio pontificio de Pío IV. Pero no se dio por vencido y se puso a trabajar, demostrando sus grandes dotes diplomáticas al ser quien más influyó en la elección del dominico e inquisidor Antonio Michele Ghiselieri como Papa, con el nombre de Pío V, que sería a la postre el impulsor de la Santa Liga contra el Turco.

El contento del Rey fue tan enorme por este nuevo nombramiento, que lo confirmó como Embajador de España ante la Santa Sede, logrando bajo su estancia en Roma que las cosas se discutieran pero siempre con un buen fin, por lo que tanto el Rey como el Papa estaban a su entera satisfacción con él. De todas las misiones encomendadas, la que más difícil le resultó fue el proceso al que la Inquisición sometió al cardenal-arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza. Se decidió que este problema lo resolviera el Papa por ser de su incumbencia, pero para ello tenía que sacarlo de la vigilancia de su Rey, lo cual no era de su total agrado por la confianza depositada en él por Felipe II. Lo logró con la promesa de que el Papa lo tendría preso hasta que se resolviera el proceso, con el voto decisivo de Su Santidad, pero con la admisión por los votos consultivos que el Rey enviase al Papa.

Por este tiempo llegó a Madrid el Capitán general de la Mar y virrey de Nápoles, García de Toledo, al que su majestad lo vio ya con poca salud, lo que le llevó a decidir relevarlo de sus funciones para tratar de que se recuperase. Por ello nombró a su hermanastro el príncipe don Juan de Austria como su sucesor en los cargos, pero al ser muy joven, le puso a Requesens de ayudante por ser persona de su entera confianza y conocedor de las cosas de la mar, lo cual puso en su conocimiento un documento con la firma Real, fechado en Madrid el 22 de marzo de 1568. En este documento se le concedían los más amplios poderes. Mientras, en la Embajada era sustituido por su hermano Juan de Zúñiga.

Por sus grandes dotes y capacidad de mando, así como sus habilidades marineras, fue ascendido y nombrado Capitán General de la Mar. Utilizando su poder, consiguió organizar unas fuerzas navales que lograron impedir los constantes saqueos a que los hermanos Barbarroja sometían a las costas del Levante español e islas de Baleares. Al poco tiempo se volvieron a resentir las relaciones entre el Rey y el Papa, lo que decidió a Felipe II a hacer regresar a don Luis a Roma, quien en poco tiempo resolvió las diferencias retornando la tranquilidad entre ambos poderes. Al terminar este asunto, el Rey le volvió a ordenar que regresase junto a su hermano en la mar, pero antes de que las galeras pudieran estar listas, se produjo el levantamiento de los moriscos del reino de Granada.

La rebelión de las Alpujarras


Por sus demostradas dotes fue elegido por el rey Felipe II como consejero de su hermanastro don Juan de Austria en la guerra contra los moriscos en las Alpujarras. Para ello, también recibió la orden de que fueran trasladados desde Nápoles y Milán varios tercios de la infantería, por lo que tuvo que volver a dejar a su mujer gravemente enferma. Salió de Roma el 23 de marzo de 1569 y se embarcó en la escuadra en el puerto de Civitavecchia. Mientras, en Liorna se alistaba parte de la flota, formada por las galeras del Duque de Florencia, que estaban a sueldo del Rey de España. Desde Génova partieron asimismo las que se pudieron juntar, que pertenecían a varios acaudalados particulares. En total contaba 24 galeras.

Al llegar a Marsella, se le reprodujeron unas fiebres, que otra vez a punto estuvieron de acabar con su vida. Por este motivo no desembarcaron tan siquiera y reanudaron viaje el 18 de abril. Les sorprendió un tremendo temporal que logró dividir a la escuadra, por lo que su galera llegó a Mahón y el resto a Cerdeña. Pero dos de ellas se fueron a pique antes de poder llegar, a otras cuatro más la mar las viró y les dio de través, mientras el resto pudo arribar en muy malas condiciones.

El 28 de abril llegó a Palamós y de allí pasó a Barcelona, volvió a embarcar y costeando llegaron a Vélez-Málaga el 3 de junio. Luego ordenó a su primo Miguel de Moncada ponerse a las órdenes de don Juan de Austria, que se encontraba en Granada. Por expresa decisión de Felipe II, Requesens actuó como mentor de don Juan, y éste debía seguir sus consejos sin apartarse de ellos.

Al terminar esta campaña, regresaron al mar, donde don Luis le siguió como lugarteniente general y con las mismas amplias facultades. Se le encomendó la preparación de la escuadra y ejército españoles que debían unirse a la Santa Liga, siendo formada esta expedición en el puerto y ciudad de Barcelona.

Lepanto


Durante 1571 y 1572 fue el brazo derecho de don Juan de Austria, aunque en realidad y por carta firmada por el rey Felipe II, lo que ejercía era de segundo jefe de la Armada y como tutor del Príncipe. Por instrucciones secretas se le comunicaba que «por sus cualidades reunían, la prudencia, buen juicio, virtudes diplomáticas, experiencia marinera en este mar y una respetada condición nobiliar».

El padre March describe con todo el acierto la misión encomendada por el Rey a Requesens, pues se recibe un nuevo documento, en el mes de junio de 1571, el cual ratificaba al de 1568, lo cual era muy sintomático. Esta reafirmación en las recomendaciones, las cuales fijaban con toda claridad sus responsabilidades para la expedición de la Santa Liga contra los turcos, afirmaba que «todo lo que hubiera de despacharse por escrito, debía llevar la firma tanto del capitán general como la suya» y aún insistía más al decirle en esa instrucción reservada adjunta «todo lo que ordenare e hiciese debía ser de acuerdo, sin poder don Juan apartarse de él de ninguna manera y en caso de que se apartara alguna vez de su parecer, le facultaba para hacer discretamente las diligencias que creyera convenientes, para acudir a su regia autoridad, todo ello, sin demostraciones públicas y guardando la consideración que al príncipe se debía».

Por otra carta de junio del mismo año de 1571, se le designa como una de las tres personas, junto a don Álvaro de Bazán y don Juan Andrea Doria, que tienen que prestar su consentimiento a la decisión de presentar el combate, pero al mismo tiempo se mantiene la orden de que el «capitán general no podía expedir ni firmar disposición ninguna sin la previa revisión y aquiescencia de don Luis».

En la batalla de Lepanto combatió con gran vigor, y sus muy acertadas disposiciones contribuyeron enormemente al triunfo final. Guardó, no obstante, tal discreción y tacto que quedó en un segundo plano, tanto por seguir las recomendaciones de su Rey, como por el cariño y afecto que profesaba a don Juan de Austria. Al terminar el combate, dirigió la recuperación de todos los bajeles posibles, mandando a continuación su reparación, para con ellos comenzar una expedición contra Túnez, que se efectuó al año siguiente.

La efectividad de su mando queda reflejada en la carta que cuatro días después del combate, don Juan dirigía a su Rey, en la que entre otras cosas le decía «que honraba al Comendador Mayor pero que vivía muy desgraciado, por el exceso de celo y demasía severidad con que a su juicio ejercía su papel, pues los dos trataban las infinitas materias, que no resuelvo sin él y que ya no podía hacer más para darle gusto, sino dejarle todo el cargo».

De carácter afable pero firme, le acompañaba como gran virtud su gran modestia, la cual y sus sentimientos hacia don Juan de Austria, al que consideraba el mejor de sus amigos y el más grande jefe que nunca tuvo España, le llevaron incluso a ocultar sus extraordinarios servicios prestados, dándole siempre el buen hacer de ellos a su buen Príncipe.

Se dice que fue muy importante, casi totalmente decisiva, su intervención para que la imagen del Santísimo Cristo de Lepanto y varias de las banderas de aquel memorable encuentro fueran llevadas a Barcelona. Requesens prometió a la virgen que mandaría construir un convento en Villarejo de Salvanés en su nombre si ganaban la batalla. Tras ganarla, este convento se empezó a construir en 1573 y hoy día lo preside la patrona de Villarejo de Salvanes, la Virgen de la Victoria de la Batalla de Lepanto. Como curiosidad, las fiestas de Villarejo se celebran el 7 de octubre; el mismo día en que se ganó la batalla de Lepanto.

Después del combate de Lepanto, donde la victoria fue una demostración de sabiduría y fuerza de las armas contra la de los turcos, por expresa decisión de Felipe II se le nombró Gobernador del estado de Milán en 1572.

Al año siguiente se le encomendó el Gobierno de los Países Bajos, relevando en el mando Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el Gran Duque de Alba, cuya política represiva y continuas victorias sobre los rebeldes no habían logrado pacificar el país. Requesens recibió instrucciones precisas de negociación: debía salvaguardar, a toda costa, la soberanía del legítimo gobernante de los Países Bajos y la ortodoxia católica. Pero todos los buenos oficios de Requesens no pudieron evitar la prosecución de la lucha, por la enconada oposición de los rebeldes. Ya antes de partir para Bruselas, Requesens publicó una amnistía general, la abolición del Conseil de Truobles y la derogación de las alcabalas. Pero si esta oferta de buena voluntad apenas tuvo eco en el sur, fue totalmente desoída en las provincias norteñas. Llegado a finales del otoño de 1573, Requesens tuvo que acudir a las armas para imponer su autoridad.

Aunque en febrero de 1574 se había perdido el importante puerto de Middelburg, Requesens logró una brillante victoria sobre las tropas de Luis de Nassau en Mook, en el valle del Mosa, en la que perdieron la vida otros dos hermanos de Guillermo de Orange, y pudo reducir bastante rápidamente la zona meridional. Ahora parecía el momento de anunciar su política de conciliación y de perdón, pero, falto de dinero para atender al pago de sus soldados, Requesens se hallaba en una situación comprometida. El Rey enviaba ingentes sumas de dinero (en 1574, concretamente, más del doble que en los dos años anteriores), pero los gastos del Ejército, que en esas fechas contaba con 86.000 hombres, superaban con creces las posibilidades económicas de la Hacienda regia.

Requesens se vio forzado a buscar un acuerdo con Orange utilizando la mediación del emperador Maximiliano II. Las conversaciones tuvieron lugar en Breda. El gobernador estaba dispuesto a retirar de Flandes las tropas españolas, pero con la condición de que el catolicismo sería la única religión autorizada; los protestantes tendrían un plazo de diez días para retirarse al extranjero. Esta exigencia imposibilitó el entendimiento. Los Estados de Holanda y Zelanda, debido a nuevas adhesiones al credo calvinista y a la emigración de otros de las provincias meridionales, contaban con la mayoría de la nueva religión y no estaban dispuestos a aceptar aquella imposición. Además, el calvinismo estaba plenamente identificado con la causa nacionalista y no podía ser dejado de lado.

Fracasadas estas negociaciones, Requesens reemprendió la lucha con mayor denuedo. Tropas españolas al mando del coronel Cristóbal de Mondragón, con el agua al cuello y soportando los disparos de los soldados y marinos holandeses, que les ocasionaron numerosas pérdidas, vadearon los bajos que separaban las islas de Duiveland y Schouwen y ocuparon gran parte de Zelanda. Pero cuando tenían los españoles una salida al océano y podían cortar las comunicaciones entre Walcheren y el sur de Holanda, surgió un motín general de las tropas. El 1 de septiembre de 1575, Felipe II declaró la suspensión de pagos de los intereses de la deuda pública de Castilla y la financiación del Ejército de Flandes quedó cortada. Se debían a las tropas, en algunos casos, casi dos meses de soldada, por un importe de 6.000.000 de escudos. Surgieron nuevos motines de las tropas, y durante cerca de un año estuvieron paralizadas las operaciones militares.

Por tal cúmulo de desgracias y la ya manifestada debilidad de su cuerpo, Luis de Requesens falleció en Bruselas el 5 de marzo de 1576, haciéndolo como un verdadero y ferviente católico, asistido por varios facultativos y clérigos. Fue sustituido en el gobierno de los Países Bajos, sumidos en el caos, por don Juan de Austria.

Su cuerpo fue trasladado a su ciudad natal, Barcelona, siendo enterrado en el panteón familiar de la capilla anexa al Palau, en el que cuarenta y siete años antes había venido al mundo.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor greyghost » 11 Jun 2015 21:24

Cuantas veces se habrá especulado sobre el resultado del enfrentamiento entre un samurai y un guerrero occidental, incluso contra un infante español del siglo de oro, un interesante enfrentamiento entre Katanas y espadas roperas, wakizashis y vizcainas. Pues ese enfrentamiento, para desolación de algunos si ocurrió.

Se trata del combate de Cagayan:

Los combates de Cagayán son una serie de batallas que tuvieron lugar en 1582 entre la Armada Española de Filipinas al mando del capitán Juan Pablo de Carrión, y piratas japoneses liderados por Tay Fusa. Estos enfrentamientos tuvieron lugar en las proximidades del río Cagayán como respuesta a los saqueos japoneses de las costas de Luzón y se saldaron con la victoria española.

El suceso tuvo la particularidad de enfrentar a arcabuceros, piqueros y rodeleros españoles contra este contingente nipón, en su mayoría rōnin (samuráis sin señor), y en menor medida, ashigaru (soldados rasos) nipones.

En torno a 1573, los japoneses comenzaron a intercambiar oro por plata en la isla filipina de Luzón, especialmente en las actuales provincias de Cagayán, Gran Manila y Pangasinán (concretamente la zona de Lingayén).1 En 1580 sin embargo, un corsario japonés forzaba a los nativos de Cagayán a prestarles fidelidad y sumisión.1

Los primeros asentamientos japoneses en Filipinas habían sido realizados por los wokou, unos piratas muy activos en las costas de China desde el inicio de la dinastía Ming. Su actuación se intensificó de nuevo en el siglo XVI alcanzando también las Islas Filipinas, aunque para entonces bajo el nombre de wokou se debería incluir también a los piratas chinos.1

El gobernador general escribió a Felipe II el 16 de junio de 1582:1

Los japoneses son la gente más belicosa que hay por acá. Traen artillería y mucha arcabucería y piquería. Usan armas defensivas para el cuerpo. Lo cual todo lo tienen por industria de portugueses, que se lo han mostrado para daño de sus ánimas...
Se encargó enmendar la situación a Juan Pablo de Carrión, hidalgo y capitán de la Armada. Carrión se hizo con la iniciativa y, gracias a la superioridad técnica de los barcos occidentales,2 cañoneó con facilidad un buque japonés en el mar de la China Meridional hasta obligarlo a retirarse. La respuesta pirata llegó a través del cabecilla Tay Fusa (también referido como Tayfusu o Tayfuzu), que navegó rumbo al archipiélago filipino con 10 navíos.2 Para contrarrestarlo, el capitán Carrión consiguió reunir 40 soldados españoles armados hasta los dientes3 y 7 embarcaciones: cinco bajeles pequeños de apoyo, un navío ligero (el San Yusepe) y una galera (la Capitana).3

Al pasar por el cabo Bogueador la flota descubrió a un junco japonés que acababa de arrasar la costa y había tratado con extrema dureza a los habitantes.3 Aunque el barco japonés era mucho mayor y los japoneses superiores en número, la Capitana acortó la distancia para interceptarlo.3 Los españoles prepararon los cañones de la crujía y los falconetes y sacres de cubierta y los hombres se cubrieron con sus capacetes y prepararon sus picas, arcabuces y hachas de abordaje.3 Cuando la Capitana alcanzó al junco le lanzó unas ráfagas de artillería que destrozaron el casco y dejaron la cubierta llena de muertos y heridos.3 Posteriormente el galeón se enganchó al barco japonés y los españoles llevaron a cabo un abordaje. En la cubierta del barco, al ser los japoneses superiores en número, los españoles no podían apenas avanzar.3 Carrión, con su media armadura de acero, con la celada bajada, intentaba abrirse paso con su rodela y coordinaba el ataque con el resto de sus hombres.
Los rodeleros españoles debieron verse entonces contra auténticos samuráis japoneses, con las armaduras propias y armados con katanas. Como los japoneses contaban también con arcabuces, que les habían sido provistos por los portugueses, y como eran superiores en número, la batalla tuvo que continuar en la propia cubierta de la galera. Lentamente, como si combatieran en un campo de batalla de Flandes, los soldados de Carrión formaron una barrera con los piqueros delante y arcabuceros y mosqueteros detrás y comenzaron a retirarse hacia popa.3 Carrión cortó entonces con un tajo de su espada la driza de la verga mayor, que cayó de golpe atravesada sobre el combés, creando una trinchera.4 Rápidamente, los mosqueteros y arcabuceros se parapetaron tras ella lanzando una ráfaga de balas que causó entre los japoneses decenas de bajas.4 Tras esto saltaron sobre el enemigo los piqueros y rodeleros. En ese momento llegó el San Yusepe, que lanzó una ráfaga de artillería contra el junco acabando con los tiradores japoneses que desde aquella nave hostigaban a la galera española. En ese momento los japoneses se batieron en retirada y saltaron al agua para intentar llegar a nado a la costa.4 Entre las bajas del combate estaba Pero Lucas, un curtido combatiente. Aunque las armas de fuego fueron decisivas en la victoria, también lo fue la mejor calidad de las armaduras y armamento español.4 5

La flotilla continuó por el río Tajo (nombre del río Grande de Cagayán) encontrándose una flota de 18 champanes, abriéndose paso con sus culebrinas y arcabuces.4 Horas después, Carrión dejaba atrás los buques con cerca de 200 japoneses muertos o heridos.6

Desembarcaron en un recodo del río para atrincherarse cerca de donde estaba el grueso de las fuerzas enemigas y colocaron en dicha trinchera los cañones desembarcados de la galera, con los que continuaron haciendo fuego contra el enemigo. Los wokou decidieron negociar una rendición y Carrión les ordenó marcharse de Luzón. Los piratas pidieron una indemnización en oro por las pérdidas que sufrirían si se marchaban, a lo que siguió una rotunda negativa de Carrión y los japoneses decidieron atacar por tierra con 600 soldados.6 La trinchera aguantó ese primer asalto, al que siguió otro. Como algunas picas eran arrebatadas por los japoneses los españoles pusieron sebo en la madera para que resbalaran y fueran más difíciles de agarrar.7 Los que intentaban sin éxito agarrar las picas estaban a merced de los hombres de Carrión, y eran ensartados y despedazados por piqueros y alabarderos
Tras una tercera embestida, que prácticamente entró en las trincheras, y sin apenas pólvora, los 30 soldados españoles que quedaban lograron resistir y derrotar al enemigo, para luego lanzarse contra él, provocando una huida en la que eran acuchillados. Muchos japoneses se salvaron de las espadas españolas ya que, al ser sus armaduras más ligeras, podían correr más rápido.8 Los españoles entonces se hicieron con las armas japonesas que habían quedado sobre el campo de batalla como trofeo, lo que incluía katanas y hermosas armaduras.9 La esgrima europea había demostrado ser mejor que las artes marciales japonesas y las espadas de acero toledano mucho más resistentes y útiles que las katanas.5 Las armaduras japonesas fueron perfeccionadas con estilo europeo, añadiéndoles petos metálicos.

Pacificada la región, y ya con refuerzos, Carrión fundó en la zona la ciudad de Nueva Segovia (hoy Lal-lo). La actividad pirata aún quedaba de manera residual y de modo comercial en la bahía de Lingayén, en Pangasinán, muy centrada en el puerto de Agoo y consistía en el comercio de piel de ciervo.

Tras ese combate, los japoneses apodaron a los españoles: "wo-cou" (pez-lagarto), pues decian que habían sido derrotados por unos demonios que eran mitad pez, mitad lagarto, los cuales eran mortales con sus enemigos.

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Mensajepor Rescoldo » 11 Jun 2015 22:52

JUAN PABLO DE CARRION General de la Armada Española

Juan Pablo de Carrión (Carrión de los Condes, Palencia, 1513-¿?) fue un hidalgo español que sirvió como capitán en la Armada de España.

En 1543 participó en la expedición de Ruy López de Villalobos a las Filipinas. La expedición fue un fracaso y él fue uno de los pocos supervivientes. Tras la expedición regresó a España donde sirvió como tesorero del arzobispo de Toledo Juan Martínez Silíceo. En 1559 contrajo matrimonio con María Salcedo y Sotomayor.

En la década de 1560, Luis de Velasco, virrey de Nueva España y también de la localidad de Carrión de los Condres, le da comisión en el astillero de Puerto Navidad, desde donde se hizo el primer viaje del Galeón de Manila, que unía comercialmente la Nueva España con Filipinas, y donde se construyó la nao San Pedro en 1564, el primer barco que se dirigió a Filipinas desde México y regresó en el llamado tornaviaje. Colaboró con Andrés de Urdaneta en la organización de esa expedición pero finalmente no viajó en ella por desavenencias con Urdaneta.

Se instaló en Colima, Nueva España, y en 1566 contrajo matrimonio con Leonor Suárez de Figueroa, por lo que fue acusado de bigamia y de judaizante. Por estas acusaciones vio sus bienes embargados y debió viajar a España para defenderse de esas acusaciones. En 1573 realizó una petición a Felipe II para que le nombre almirante del Mar del Sur y el Mar de la China en el caso de que encontrase un paso entre China y Nueva España. Los dominios españoles pretendían extenderse al norte incluyendo la costa del océano Pacífico hasta Alaska. Él alegaba que algunos cosmógrafos avisaban de que realmente existía ese paso entre China y Nueva España. Se desconoce si le fue concedido ese permiso, pero sí se sabe que en 1577 zarpó rumbo a las Filipinas como general de Armada.

En 1582, a la edad de 69, le fue encargada la misión, como capitán, de expulsar a los piratas japoneses de la isla de Luzón, en Filipinas, combate que libró con solamente siete barcos y 40 hombres de manera exitosa en los combates de Cagayán.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 11 Jun 2015 23:00

LA BATALLA DE ALCANTARA

La batalla de Alcántara, librada el 25 de agosto de 1580, fue una victoria del ejército español comandado por Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba, sobre las tropas portuguesas del pretendiente Antonio, prior de Crato, en la freguesía de Alcântara, cerca de Lisboa, Portugal.

Como consecuencia de esta batalla, el rey Felipe II de España fue reconocido rey de Portugal como Felipe I, en una unión dinástica con los demás reinos hispánicos que se prolongó hasta 1640, y que significó el apogeo del Imperio español.

Tras la muerte del rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir de 1578 sin herederos directos que le sucedieran, el trono de Portugal fue ocupado por su tío-abuelo el cardenal Enrique I de Portugal. A la muerte de éste en enero de 1580, también sin herederos, sobrevino una crisis sucesoria en el país; mientras la regencia provisional del reino era asumida por un consejo de cinco gobernadores, la titularidad del trono fue disputada entre varios pretendientes, que según la antigua costumbre feudal tenían la siguiente preferencia:

Ranuccio I Farnesio de Parma, de 11 años, (hijo de María, primogénita de Eduardo de Portugal, el hijo menor de Manuel I),
Catalina, duquesa de Braganza y sus hijos (segunda hija de Eduardo de Avís, la hermana pequeña de María), casada con Juan I,
Felipe II de España y sus descendientes (hijo de Isabel de Portugal, la hija mayor de Manuel I),
María de Austria, emperatriz del Sacro Imperio, y sus hijos (hija de Isabel de Portugal y hermana de Felipe),
Manuel Filiberto de Saboya y sus hijos (hijo de Beatriz de Portugal, la hija pequeña de Manuel I de Portugal),
Juan I, duque de Braganza e hijos (nieto de Isabel de Portugal, la hija pequeña de Manuel I y casado con Catalina),
Don Antonio, prior de Crato, era nieto por vía masculina de Manuel I, pero hijo ilegítimo de Luis de Avis.

Las reclamaciones al trono del joven Ranuccio no fueron tramitadas convenientemente, en un intento de su padre Alejandro Farnesio por no indisponerse compitiendo con su señor, el rey de España; la condición femenina de Catalina fue un obstáculo insalvable para su ascenso al trono; Felipe II, ante las objeciones portuguesas por su condición de extranjero, decidió ocupar militarmente el país.

El 20 de junio de 1580 Antonio se autoproclamó rey en Santarém, con el apoyo popular.1 Inmediatamente comenzó a reclutar soldados para el ejército que habría de enfrentarse a los españoles, marchando hacia Lisboa.

En junio de 1580 el ejército español reunido por Felipe II en Badajoz entró en Portugal por Elvas, con 35.000 hombres bajo el mando del capitán general Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba de Tormes. Su hijo Fernando de Toledo, le acompañaba como su lugarteniente; Francés de Álava era general de la artillería con 22 piezas y Sancho Dávila era el maestre de campo general. Al mismo tiempo en Cádiz se formó una flota de 64 galeras, 21 naos y 9 fragatas, además de 63 chalupas, cuyo mando se encomendó a Álvaro de Bazán.

Durante las semanas siguientes el ejército español avanzó en dirección a Lisboa, venciendo la escasa resistencia de las ciudades que encontraron por el camino. A finales de julio llegó a Setúbal, donde embarcó en las naves que llegadas de España les conducirían a Cascais, veinticinco kilómetros al oeste de Lisboa.

Las fuerzas españolas que estaban al frente del experimentado Gran Duque de Alba contaban con 18.000 hombres y 1.800 jinetes, pues los restantes se habían quedado repartidos en el camino asegurando las plazas tomadas.

El ejército portugués estaba formado por 25.000 soldados de infantería y 2.500 de caballería, entre los cuales la mayoría eran hombres reclutados con prisa entre los campesinos y milicianos voluntarios. Francisco de Portugal, conde de Bimioso, era general de estas fuerzas junto con su tío Juan de Portugal, obispo de la Guarda. Diego López de Sequeira era general de las galeras; de las naos y galeones lo era Gaspar Brito.

Los dos ejércitos se encontraron a ambos lados del río, en Alcántara, a unos kilómetros al oeste de Lisboa. Los españoles, llegando desde el oeste, ocuparon la margen derecha del río, que a pesar de bajar seco por lo caluroso de la estación, suponía un obstáculo por lo empinado de sus taludes.

La batalla se inició con un intenso fuego de artillería por ambos bandos; los Tercios españoles, tras dos intentos fallidos, consiguieron cruzar el río por el puente de Alcántara, cerca de la desembocadura, mientras Sancho Dávila con sus fuerzas conseguía atravesarlo río arriba. En el breve combate que siguió, las experimentadas tropas del duque de Alba derrotaron a las portuguesas de don Antonio, obligándolas a retirarse en dirección a Lisboa.

La victoria del Gran Alba fue completa ya que mientras el derrotado ejército portugués perdió unos 4.000 hombres incluyendo 1.000 muertos; los bajas españolas rondaron los 500 fallecidos. Lisboa, indefensa, se rindió dos días más tarde. Don Antonio consiguió escapar hacia el norte, en dirección a Coímbra y Oporto, acosado por Sancho Dávila. Los españoles, hacia finales de 1580, contralaban la mayor parte de Portugal.

Vencida la resistencia del último pretendiente al trono y ocupado militarmente el país, el 25 de marzo de 1581 el rey Felipe II de España fue coronado rey, reconocido por las Cortes de Tomar, con el nombre de Felipe I de Portugal. Este fue el comienzo de un periodo en el que Portugal junto con los demás reinos hispánicos compartieron el mismo monarca en una unión dinástica aeque principaliter bajo la Casa de Habsburgo2 hasta 1640.

Por su parte, Fernando Álvarez de Toledo, fue nombrado por el rey Felipe II Condestable de Portugal y I Virrey de Portugal, máximos cargos en aquel país después de la persona del propio monarca. El Gran Duque de Alba alcanzó, en el final de sus días, una posición encumbradísima tanto en el Reino de España como en el Reino de Portugal, ya que ocupó estos cargos lusitanos hasta su fallecimiento en Lisboa, en 1582.

En 1583, el marqués de Santa Cruz conquistó finalmente las islas Azores y destruyó el último reducto leal al Prior de Crato. El Imperio español estaba en el cenit de su poder.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 11 Jun 2015 23:21

BATALLA DE LA ISLA TERCEIRA

El combate naval de Terceira (o Tercera), también conocida como Batalla de Ponta Delgada, Batalla de Vila Franca, y Batalla de San Miguel tuvo lugar el 26 de julio de 1582 en aguas de la isla Terceira y la isla de São Miguel (San Miguel) de las Azores entre una escuadra española de 25 naves, al mando de Don Álvaro de Bazán, y otra escuadra francesa de 60, al mando del almirante Felipe Strozzi, terminando con una aplastante, y decisiva, victoria para los españoles. Ésta fue la primera batalla naval de la Historia en la que participaron galeones de guerra, y también fue la primera batalla naval que se libró en mar abierto.

En 1580, tras la muerte sin sucesión del rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir, y el posterior fallecimiento de Enrique I el Cardenal, Felipe II de España fue reconocido como rey de Portugal, con el nombre de Felipe I de Portugal, por las Cortes de Tomar.

Este nombramiento no fue demasiado bien aceptado en Francia ni Inglaterra, por el poder que significaba para la casa de Austria, por lo que apoyaron la causa de Don Antonio, Prior de Crato, que también pretendía la Corona de Portugal. Con esto intentaban evitar la unión de los imperios coloniales de España y Portugal, lo que convertía a Felipe II en uno de los monarcas más poderosos de la Historia.

Todas las posesiones portuguesas, salvo las islas Azores o Terceras, reconocían a Felipe II como rey de Portugal, siendo estas islas punto de recalada para la flota de la plata de Indias, donde hacían aguada y víveres para continuar viaje a España. Pese a no estar en guerra con España, Francia envía una flota a las Azores para apoyar al Prior.

En 1581 se presentan en Lisboa los comisarios de la isla de San Miguel para ofrecer su sumisión a Felipe II, por lo que se envía a dicha isla la escuadra de Galicia, al mando de Pedro Valdés. Estaba formada por cuatro naos grandes y dos pequeñas, llevando 80 artilleros y 600 infantes. Su misión es limpiar el mar de corsarios y recibir a las flotas de Indias, para evitar que recalen en territorio enemigo. Y conociendo que la de la India Oriental venía bajo el mando de D. Manuel de Melo, partidario del Prior de Crato, otra de sus misiones era evitar que los agentes del Prior contactaran con él.

En paralelo se prepara en Lisboa una armada de 12 naos, que, mandada por Galcerán Fenollet y con el maestre de campo Lope de Figueroa, seguiría a la de Valdés, y que llevaría a San Miguel 2.200 soldados, con la intención de desembarcar en la Tercera.

El 30 de junio llega Valdés a San Miguel, y su gobernador, Ambrosio de Aguiar, le informa que en la Tercera se han recibido armas y municiones. Pero la tripulación de una carabela que había interceptado le dijo que, si bien en la Tercera había muchos partidarios del Prior, estos estaban mal armados. Dando por buena esta última información, en lugar de emprender su misión de esperar a la flota de Indias, efectuó un desembarco con 350 hombres cerca de Angra. El desembarco fue un fracaso y se perdieron más de 200 hombres, entre ellos un hijo de Valdés y un sobrino de D. Álvaro de Bazán.

Al llegar las flotas de Tierra Firme y Nueva España, con 43 naves, intentó convencer a sus generales, D. Francisco de Luján y D. Antonio Manrique, para efectuar un desembarco conjunto en la Tercera. Estos se negaron y siguieron viaje a España, encontrándose en esta singladura con la flota de Lope de Figueroa. Este les dio agua y les escoltó a Lisboa, frustrando las intenciones de Melo, que, por el descuido de Valdés, había recibido instrucciones para dirigirse a Francia.

Lope de Figueroa vuelve a las Azores, y a la vista del fracaso de Valdés, decide no efectuar el desembarco en la Tercera, al considerar que la guarnición de la isla era superior a la inicialmente estimada.

En marzo de 1582 se refuerza la isla de San Miguel con cuatro naos guipuzcoanas que lleva Rui Díaz de Mendoza, y quedan a cargo del almirante portugués Pedro Peijoto de Silva, que estaba allí con dos galeones y tres carabelas.

En mayo nueve naos francesas atacan San Miguel. El ataque es rechazado por las naos guipuzcoanas, que tuvieron 20 muertos.

En enero de 1582 da Felipe II las órdenes de preparación de la expedición naval que ha de conquistar el reducto enemigo de las Azores occidentales. Los preparativos comienzan en la primavera bajo el mando de Don Alvaro de Bazán, capitán general de las galeras de España, elegido por el Rey para comandar la armada que ha de trasladarse a las islas.

En Lisboa y Sevilla se construyen los buques y se reúnen las tropas con soldados preferentemente portugueses, aunque también figuran españoles, italianos y alemanes. Pero los preparativos se retrasan porque se tienen que construir 80 barcas planas —para que desembarque la infantería—, cuya madera se cortó a finales de febrero, y se ha de elaborar un patrón que sirva de modelo común a las atarazanas andaluzas.

La expedición ha de estar compuesta por 60 naos gruesas, con los pataches y embarcaciones auxiliares correspondientes, 12 galeras y las harcas para desembarco. Aparte de los marinos, las tropas de tierra será de 10.000 a 11.000 soldados, al mando del maestre de campo general, don Lope de Figueroa. La impedimenta compren de provisiones para seis meses, artillería de batir, carros de municiones, mulas y caballos para atender a los servicios de transporte y acarreo.

El propósito principal de la expedición, según las órdenes del rey, es la de destruir las armadas enemigas y conquistar las islas en poder de los rebeldes. El objetivo principal está claro: derrotar a la fuerza naval adversaria; logrado éste, expugnar las islas.

Mientras, Catalina de Médicis —que intenta arrastrar a su hijo Enrique III a intervenir en la intriga contra Felipe II— prepara el plan de campaña: Strozzi, después de conquistar la isla de Madeira, ocupará las Azores para el prior de Crato; después el mariscal Brissac se apoderará de las islas de Cabo Verde; en agosto, Felipe Strozzi deberá reforzar la guarnición y dirigirse a Brasil, que será cedido a Francia por el pretendiente cuando sea rey de Portugal.

Sin embargo, en los contratos de asiento con los dueños de los buques figura que se utilizarán para proteger los buques mercantes, combatir a los piratas o hacer lo que ordene el rey o la reina madre. La noticia de que Felipe II está preparando una expedición naval contra las islas Azores conduce a concentrar la fuerza francesa para poder hacerle frente en vez de desarrollar el plan escalonado previsto.

En Belle Isle se reúne una imponente flota de 64 buques, comandados y dotados con la élite de la marina de Francia, y 6.000 hombres de armas, organizada por Strozzi como si fuese una fuerza de infantería: a las órdenes de Brissac, elegido teniente general; de Borda, mariscal de campo, y Saint Souline y de Bus, como maestres de campo, entre los dos se reparten el mando de las 55 compañías. 7 buques ingleses entregados al pretendiente forman también parte de la flota de Strozzi.

Esta flota sale el 16 de junio y después de un mes de navegación atracan los buques en la rada de San Miguel, pensando los pilotos que están en la isla de Santa María, tomando la decisión entonces Strozzi de desembarcar 1.200 hombres para asediar el fuerte de Punta Delgada, y aunque consigue un éxito inicial frente a la tropa que trata de resistirse al desembarco, no aprovecha la ocasión de rendir la plaza, viéndose obligado a reembarcar a sus soldados cuando se entera de la apremiante presencia de las naves de Don Alvaro de Bazán.

En efecto, sabiendo Felipe II de que ha salido de Francia una escuadra rumbo a las islas Azores manda de inmediato la partida de la escuadra de Bazán que se preparaba en Lisboa. El 10 de julio se hace Don Álvaro a la mar, portando su insignia en el galeón de 1.200 toneladas, el San Martín; le acompañan 27 naos y urcas y 5 pataches.

La flota española estaba mandada por el gran marino militar Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz y Capitán General de las Galeras de España. Mandaba dos galeones del rey, 10 naos guipuzcoanas, ocho portuguesas y castellanas, 10 urcas flamencas y una levantisca, así como cinco pataches. Pero dos de las urcas desaparecieron en la noche del 24 de julio, tres naves se demoraron en Lisboa, la levantisca llegó tarde y uno de los pataches había sido apresado, por lo que, en el momento del combate, sólo tenía 25 bajeles de guerra.

El mando de la flota francesa lo tenía Felipe Strozzi, hijo de Pedro Strozzi, Mariscal de Francia, y le secundaba Charles de Brisac, Conde de Brisac, también hijo de Mariscal de Francia. Se encontraba en ella D. Francisco de Portugal, conde de Vinioso. También había un pequeño contingente inglés, al mando de Sir Howard of Effingham. Llevaban 60 navíos con 6.000 a 7.000 infantes y arbolaban la bandera blanca con la flor de lis dorada.

El 21 de julio llega el marqués a la isla de San Miguel, con solo 27 naos y la mitad de la tropa prevista. Manda dos pataches para notificar su llegada al gobernador y decir al almirante Peijoto que se una a su escuadra, y fondea el 22 en Villafranca para hacer aguada. Le sorprende el recibimiento hostil de los lugareños, recibiendo los esquifes algún arcabuzazo. Pero le dicen que son leales a Felipe II y que deberían dirigirse a Punta Delgada. En esto llega una carabela comunicando que había salido de Lisboa con otras dos carabelas y dos naos, que las dos carabelas habían sido apresadas por los franceses y que las naos habían conseguido escapar como ellos. Uno de los pataches de descubierta viene con las noticias del apresamiento de los dos pataches que se habían enviado a Punta Delgada. Ante la evidencia de la presencia de la flota francesa, acelera la aguada y se hace a la mar, avistando más de 60 velas que estaban ocultas al otro lado de la isla.

La falta de viento deja a las dos escuadras inmóviles, y con la brisa del anochecer, los españoles se dirigen hacia la mar y los franceses hacia tierra.

A media noche llega a la Capitana de Bazán una pinaza con noticias de Punta Delgada. El gobernador le comunica que los franceses habían desembarcado con 3.000 hombres en la isla el 15 de julio, saqueando la villa de La Laguna y tomando Punta Delgada, salvo el castillo. Que el almirante Peijoto, en vez de hacerse a la mar, se arrimó al castillo, resultando apresadas las naves guipuzcoanas y varadas en los escollos dos carabelas y dos galeones. Que la gente de los barcos se había refugiado en el castillo, por lo que pudo resistir con más de 500 hombres. Y que al ver que los franceses se retiraban, en vez de hacerse fuertes en Punta Delgada, supusieron que había llegado la escuadra española, por lo que despacharon la pinaza para avisarles.

Al amanecer la flota francesa, que tenía barlovento, intenta romper la formación española, sin conseguirlo. Repite el intento dos veces más durante la mañana, ya que por la tarde el viento vuelve a calmarse, dejando inmóviles a las dos flotas.

En la amanecida del 24, la situación sigue igual. A las cuatro de la tarde, los franceses, en tres columnas, atacan la retaguardia que manda Miguel de Oquendo, con sus cinco naves guipuzcoanas. La presteza de Bazán en cerrar la formación hace fracasar el ataque, y los franceses se ven obligados a retirarse con daños, pero conservando el barlovento.

Bazán da orden a sus barcos de que esa noche, al ponerse la luna, sin más órdenes y sin luces, viren para ganar barlovento, esperando así encontrarse al amanecer a barlovento de los franceses, como así fue.

En la mañana del 25, se encuentra por tanto Bazán a barlovento de los franceses, y además la formación francesa está desordenada, al estar reparando las averías del combate de la tarde anterior. Sin embargo, Bazán no puede aprovechar esa oportunidad, puesto que a las nueve de la mañana, la nao de Cristóbal de Eraso, su segundo en el mando, pide auxilio, pues se ha desarbolado. Bazán le da remolque y se pierde la ocasión de atacar.

El 26 de julio amanecen las dos flotas a tres millas una de otra, y a 18 millas de la isla de San Miguel, estando la francesa a barlovento. Siguen navegando de orza, y parece que tampoco va a haber combate.

Después del mediodía, el galeón San Mateo, que lleva de maestre de campo a D. Lope de Figueroa se aparta de la línea hacia barlovento. Los franceses creen que pueden aislarle de la línea española, y se dirigen hacia él la Capitana, la Almiranta y tres galeones. Figueroa acepta el combate, y sin disparar sus cañones, se ve abordado por la Capitana (por babor) y la Almiranta (por estribor), mientras los otros tres galeones le hacen disparos por proa y popa. Cuando las dos naves están muy cerca, dispara su artillería, produciendo grandes daños a los franceses, y repite la descarga antes del abordaje. Pone tiradores escogidos en la gavias que barren las cubiertas francesas. Siendo el San Mateo ya una boya, sin jarcias ni velas, mantiene combate durante dos horas. Tuvo que dar orden D. Lope a sus hombres para que no pasasen a la Capitana francesa, que se había rendido, para mantener el combate con la Almiranta.

Los franceses atacan la línea española, que se mantiene en buen orden. El marqués suelta el remolque que llevaba y se dirige a apoyar al galeón San Mateo, al igual que el grupo de retaguardia, que llega antes. La nao Juana del capitán Garagarza aborda a la Capitana francesa, abarloada al galeón, mientras Villaviciosa lo hace con la Almiranta. Acuden naves francesas, que se amarran a estas últimas, y se forma un grupo de barcos en que los hombres combaten unos con otros. Miguel de Oquendo se mete a toda vela entre el San Mateo y la Almiranta francesa, disparando contra ella al estar en medio. Con esta maniobra, rompe las amarras y hunde el costado de la nave francesa, a la que se aferra.

Cuando llega D. Álvaro, viendo que sus barcos están dominando la situación y, al comprobar que la Capitana francesa, que mandaba Strozzi, se separa del San Mateo, la aborda, al igual que la nave Catalina. En una hora, el navío francés se rinde.

Al dar por perdidas la Almiranta y la Capitana, los franceses que no están trabados a naves españolas se retiran, terminando el combate a las cuatro horas de empezar.

Por parte española hubo 224 muertos y 550 heridos, y, aunque no se perdió ningún barco, todos quedaron con averías.

Por parte francesa se perdieron 10 navíos grandes, y se calcula que hubo unos 2.000 muertos, entre ellos el almirante Felipe Strozzi.

El día 30 fondea la escuadra española en Villafranca, desembarcando heridos y prisioneros y empezando sus reparaciones.

Se inicia un juicio contra los prisioneros, acusándoles de piratas, ya que España y Francia estaban oficialmente en paz. Los franceses alegaron no ser piratas, y que tenían despachos del rey de Francia, pero D. Álvaro dio por falsos esos documentos, condenándoles a muerte. El 1 de agosto, en Villafranca, fueron degollados 28 señores y 52 caballeros, y ahorcados los soldados y marineros de más de 18 años de edad.

El Prior de Crato huye de la isla Tercera, embarcando en las naves francesas fugitivas.

Cabe destacar que en esta batalla participó el poeta y dramaturgo Félix Lope de Vega y Carpio llamado El Fenix de los Ingenios, y Miguel de Cervantes le llamó Monstruo de la Naturaleza por su capacidad literaria.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 13 Jun 2015 00:36

BATALLA DE CORNUALLES

La batalla de Cornualles, en agosto de 1595, fue un ataque a las costas británicas por parte de la Corona Española en la que se arrasaron varias villas inglesas del Condado de Cornualles. Fue una de las varias veces que España ha invadido territorios de la propia Inglaterra.

Tras el asesinato de Enrique III de Francia, la corona francesa recayó en el protestante Enrique III de Navarra. La Liga Católica, el papa Sixto V y el rey Felipe II de España se negaron a reconocerle como rey de Francia. Así, el rey español envió en 1590 una expedición al país galo al mando de Juan del Águila.

Los ingleses, como protestantes y enemigos de España por la guerra que había comenzado en 1585, apoyaron a Enrique de Navarra y enviaron tropas a Francia.

En 1595 Juan del Águila decidió organizar una expedición de castigo contra Inglaterra. La expedición fue encomendada a Carlos de Amésquita, quien, al mando de tres compañías de arcabuceros (unos 400 hombres), zarpó el 26 de julio de Blavet (actual Port-Louis) en cuatro galeras (Capitana, Patrona, Peregrina y Bazana) de la escuadra de Pedro de Zubiaur. Tras recalar en Penmarch, desembarcaron en Inglaterra en la bahía de Mounts (Cornualles) el 2 de agosto.

Las milicias inglesas, que aglutinaban a varios miles de hombres y eran la piedra angular de la defensa inglesa en caso de invasión de tropas españolas, arrojaron las armas y huyeron presas del pánico. En dos días los españoles tomaron todo lo que necesitaban y quemaron las localidades de Mousehole, Paul, Newlyn y Penzance. También desmontaron la artillería de los fuertes ingleses y la embarcaron en las galeras.

Al final del día, celebraron una tradicional misa católica en suelo inglés, prometiendo construir una iglesia después de que Inglaterra fuera derrotada. Embarcaron de nuevo, arrojaron a todos los prisioneros por la borda, hundieron una embarcación de la Royal Navy que les había dado alcance y esquivaron una flota de guerra al mando de Francis Drake y John Hawkins que había sido enviada para expulsarlos.

El 5 de agosto, un día después de zarpar de vuelta a Francia, se toparon con una escuadra holandesa de 46 barcos de la que consiguieron escapar no sin antes hundir dos buques enemigos. El 10 de agosto, Amézquita y sus hombres desembarcaron victoriosos en Blavet, aunque previamente habían parado de nuevo en Penmarch, donde se llevaron a cabo algunas reparaciones. La expedición se saldó con 20 bajas, todas ellas en la escaramuza contra los holandeses.

La expedición de Amésquita fue una de las pocas veces en que soldados españoles desembarcaron en Inglaterra (pero no la única).

El control de puertos en el canal de la Mancha, la facilidad del desembarco de Amésquita en 1595 y la debilidad de las tropas de tierra de Inglaterra (milicias que abandonaron sus armas) alentaron la creación de otra nueva flota de invasión en 1597

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Rescoldo » 13 Jun 2015 00:39

PEDRO DE ZUBIAUR

Pedro de Zubiaur (Cenarruza-Puebla de Bolívar, Vizcaya, 1540 - Dover, 1605). Militar español del siglo XVI. Inició su actividad como marinero en 1568. Luchó en la Guerra anglo-española (1585-1604) bajo las órdenes del rey Felipe II, donde consiguió sonadas victorias contra los ingleses. También figura en algunos textos como Zubiaurre y Pedro de Çubiaurre.

Hijo de Martín de Zenarruzabeitia, señor de la casa solar de Zubiaur, y de Teresa de Ibarguren, provenía de una familia ligada al mar. Comenzó sus aventuras marineras con 28 años de edad, siendo encarcelado poco después por los ingleses. Compró su libertad y trabajó a las órdenes del Duque de Alba en Flandes. Tras varias derrotas en diferentes frentes y la destrucción del navío en el que había invertido su fortuna, conquistó el estratégico puerto de Flessinga (Holanda).

Encarcelado varias veces más y liberado, se quejaba amargamente de haber dedicado tiempo y mucho dinero para una causa en la que no se sentía recompensado, sintiendo las oportunidades habidas para acabar con las guerras europeas y que no se habrían aprovechado por los mandos.

Felipe II le otorgó el título de “Cabo de una escuadra de filibotes”, embarcaciones de transporte y escolta con las que tuvo que valerse para repeler diversos ataques en clara inferioridad, siendo reconocido por sus acciones tan heroicas como desesperadas.

En 1597 fue nombrado “Capitán General de una escuadra de navíos de la Armada”, manteniendo malas relaciones con el Almirante General Diego Brochero, lo cual le ocasionó diversos problemas.

Superó tifus y neumonía y tomó parte en operaciones en Gibraltar y en la batalla de Kinsale, tras la que fue encarcelado brevemente después de una investigación para depurar responsabilidades, y Brochero fue ascendido. Posteriormente, en 1605 fue absuelto con una simple reprensión por una de las cuatro causas por las que fue encausado.

Luego participó en obras hidráulicas en Valladolid pagándolas a su costa, aunque una tercera parte del gasto sería reintegrada por el rey a su viuda en agradecimiento.

“El ingenio que hice a mi costa, en la puente de Valladolid, para las huertas del Excmo. Sr. Duque de Lerma me costó más de seis mil ducados, y todo a mi costa que no se me ha dado nada hasta ahora”

En 1605 se le encargó una misión de transporte de tropas a Dover, encontrándose con una flota holandesa de 80 naves capitaneada por el almirante Hatwain; se enfrentó a 18 de ellas cumpliendo su misión, pero resultó herido gravemente y falleció con posterioridad en esa ciudad.

En su testamento dejó su fortuna de 20 000 ducados (aunque adicionando 5000 ducados adeudados de su sueldo, 140 000 como indemnización por los navíos de su propiedad perdidos al servicio del Rey, más lo gastado en el ingenio de Valladolid) a su joven esposa, María Ruiz de Zurco, y a sus hijos, incluyendo entre éstos los que había tenido antes de su matrimonio. Dispuso también que su cuerpo fuera conducido y enterrado en Bilbao.

Su mayor biógrafo fue el conde de Polentinos, que publicó un artículo suyo en su obra "Euskalerriaren alde" de 1916. El archivo de Simancas guarda correspondencia mantenida por Zubiaur.

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