HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
BATALLA DE ARLABAN
Se conoce como batalla de Arlabán a un conjunto de operaciones militares que se desarrollaron durante la Primera Guerra Carlista en España en el Alto de Arlabán (entre Álava y Guipúzcoa) en 1836.
El 16 y 17 de enero de 1836, tropas leales a la reina Isabel II partieron de Vitoria para ocupar el alto de Arlabán, en poder de los carlistas. Las tropas, comandadas por el general Luis Fernández de Córdova, contaban con el apoyo de la Legión Auxiliar Británica, la Legión Francesa y unidades al mando de Baldomero Espartero, divididos en tres frentes que pretendía efectuar una acción envolvente sobre el enemigo.
Aunque conquistado el Alto y la localidad de Villarreal de Álava, el día 18 de enero los liberales hubieron de abandonar la conquistas debido al alto número de bajas.
El 22 de mayo del mismo año se realizó por el general Córdoba una expedición similar, junto a Baldomero Espartero, pero no pasó de ser un golpe de mano contra las fuerzas carlistas comandadas por Nazario Eguía, sin consecuencias en cuanto a la ocupación del territorio. El 26 los liberales se retiraron dejando tras de ellos una gran devastación.
Espartero tenía como misión la toma de Legutiano. Al frente de las tropas carlistas se encontraba Egia, ayudado por el brigadier Bruno de Villarreal.
El duro enfrentamiento duró dos días (el 16 y el 17). Al término de la lucha la situación no había cambiado ya que, aunque los liberales llegaron a tomar Legutiano y el alto de Arlabán, el día 18 tuvieron que volver a Vitoria-Gasteiz. Las bajas ascendieron a 300 en las filas carlistas y a 600 en las liberales.
En mayo, Córdoba volvió a intentar hacerse con el alto de Arlabán. En esta ocasión, la lucha duró cuatro días. Los liberales quemaron la fábrica de armas que los carlistas tenían en Araia. Las tropas avanzaban y retrocedían, cayendo Salinas de Léniz en manos de unos y otros incesantemente. En esta ocasión también fue Espartero el líder liberal más destacado, mientras que entre los carlistas el más sobresaliente resultó ser Villarreal. El 26 de mayo, los liberales se retiraron a Vitoria-Gasteiz quemando caseríos a su paso, especialmente en Legutiano.
Las bajas fueron de unos 600 soldados en cada uno de los bandos. Ambos se consideraron vencedores de esta batalla, aunque se podría concluir que fueron los carlistas quienes más ganaron en ella ya que, después de perder sus posiciones en Arlabán, éstas quedaron finalmente en sus manos. El coronel Narváez, quien unos años después sería contrincante político de Espartero , fue herido en esta batalla.
Saludos
Se conoce como batalla de Arlabán a un conjunto de operaciones militares que se desarrollaron durante la Primera Guerra Carlista en España en el Alto de Arlabán (entre Álava y Guipúzcoa) en 1836.
El 16 y 17 de enero de 1836, tropas leales a la reina Isabel II partieron de Vitoria para ocupar el alto de Arlabán, en poder de los carlistas. Las tropas, comandadas por el general Luis Fernández de Córdova, contaban con el apoyo de la Legión Auxiliar Británica, la Legión Francesa y unidades al mando de Baldomero Espartero, divididos en tres frentes que pretendía efectuar una acción envolvente sobre el enemigo.
Aunque conquistado el Alto y la localidad de Villarreal de Álava, el día 18 de enero los liberales hubieron de abandonar la conquistas debido al alto número de bajas.
El 22 de mayo del mismo año se realizó por el general Córdoba una expedición similar, junto a Baldomero Espartero, pero no pasó de ser un golpe de mano contra las fuerzas carlistas comandadas por Nazario Eguía, sin consecuencias en cuanto a la ocupación del territorio. El 26 los liberales se retiraron dejando tras de ellos una gran devastación.
Espartero tenía como misión la toma de Legutiano. Al frente de las tropas carlistas se encontraba Egia, ayudado por el brigadier Bruno de Villarreal.
El duro enfrentamiento duró dos días (el 16 y el 17). Al término de la lucha la situación no había cambiado ya que, aunque los liberales llegaron a tomar Legutiano y el alto de Arlabán, el día 18 tuvieron que volver a Vitoria-Gasteiz. Las bajas ascendieron a 300 en las filas carlistas y a 600 en las liberales.
En mayo, Córdoba volvió a intentar hacerse con el alto de Arlabán. En esta ocasión, la lucha duró cuatro días. Los liberales quemaron la fábrica de armas que los carlistas tenían en Araia. Las tropas avanzaban y retrocedían, cayendo Salinas de Léniz en manos de unos y otros incesantemente. En esta ocasión también fue Espartero el líder liberal más destacado, mientras que entre los carlistas el más sobresaliente resultó ser Villarreal. El 26 de mayo, los liberales se retiraron a Vitoria-Gasteiz quemando caseríos a su paso, especialmente en Legutiano.
Las bajas fueron de unos 600 soldados en cada uno de los bandos. Ambos se consideraron vencedores de esta batalla, aunque se podría concluir que fueron los carlistas quienes más ganaron en ella ya que, después de perder sus posiciones en Arlabán, éstas quedaron finalmente en sus manos. El coronel Narváez, quien unos años después sería contrincante político de Espartero , fue herido en esta batalla.
Saludos
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
PRIMERA BATALLA DE ARQUIJAS
La Primera Batalla de Arquijas tuvo lugar el 15 de diciembre de 1834 durante la Primera Guerra Carlista en España, (1833-1840), al enfrentarse las tropas carlistas de Tomás de Zumalacárregui a las isabelinas de Luis Fernández de Córdoba en el valle del río Ega en Navarra. El resultado de la batalla fue indeciso.
Tras la batalla de Mendaza del 12 de diciembre de 1834, las tropas carlistas se habían visto obligadas a retirarse del valle de La Berrueza, acuartelándose, a unos 25 kilómetros al norte, en las localidades de Santa Cruz de Campezo, Orbiso y Zúñiga, a ambos lados del río Ega. Este río, tras salir de los desfiladeros de Marañón, transcurre por una planicie en la que se encuentran las tres localidades citadas, antes de entrar en el desfiladero de Arquijas.
Zumalacárregui comprobó en la batalla de Mendaza que su ejército no estaba preparado para sostener una batalla en campo abierto, por lo que decidió volverlo a emplear únicamente, aprovechando la orografía de esta parte de Navarra, para apostar sus tropas en las laderas boscosas y cargadas de rocas y atacar los flancos del enemigo cuando atravesaba los estrechos valles. Si Córdoba venía al Ega, le disputaría el paso en Arquijas, infligiéndole allí grandes daños, dada la naturaleza de este lugar. Si el enemigo conseguía imponerse en el paso, Zumalacárregui abandonaría inmediatamente la llanura y se dirigiría por el valle de Arana hacia las Amescoas. El valle de Arana es un enorme bosque y allí, si Córdoba se empeñaba en perseguirle, lo volvería a castigar con un mínimo riesgo con su táctica guerrillera, disparándole, protegido por los árboles y la maleza. El jefe cristino, sin cosechar éxito alguno, se vería obligado, por falta de subsistencias y lo crudo de la estación, a replegarse, situando durante semanas sus tropas en las guarniciones isabelinas existentes en la línea Pamplona - Logroño. Así se presentaría para Zumalacárregui la ocasión de poder mandar durante unas semanas a un importante contingente de su tropa, dada las cortas distancias que existían entre las Amescoas y los domicilios de sus soldados, a pasar las fiestas de Navidad en sus casas. "Mudarse de camisa" llamaba a estos breves permisos que concedía a sus soldados para regresar unos días con sus familias. Allí, en sus hogares, darían una gran alegría a sus familias al ser vistos sanos y salvos, serían bien alimentados, descansarían y, tan pronto como los necesitase otra vez, en pocas horas estarían de nuevo en las Amescoas. También, mientras estaban en sus casas, se ahorraba de pagarles el real diario que tenían como soldada y tampoco tenía que alimentarlos, disminuyendo notablemente las peticiones de alimentos a las pocas y pobres localidades que estaban bajo su dominio.
Informado Córdoba por sus exploradores que Zumalacárregui se encontraba en la planicie de Santa Cruz de Campezo, Orbiso y Zúñiga, supuso que el jefe carlista le esperaba allí para enfrentarse a él en una nueva batalla. Por lo que proyectó un ambicioso movimiento de tropas: su izquierda, al mando de Manuel Gurrea saldría de Viana en dirección norte, remontaría la sierra de Codés por el puerto de Aguilar, bajando a Santa Cruz de Campezo, quedando frente a la derecha de la formación carlista. El resto del ejército marcharía desde Los Arcos hacia el norte, por el valle de La Berrueza y llegando a Acedo, se dividiría, continuando Córdoba hacia el oeste con el grueso por la orilla derecha del río Ega, lo atravesaría por el puente de Arquijas, presentándose en la planicie donde suponía que le esperaba el enemigo. Su derecha, una columna al mando de Marcelino Oráa, seguiría desde Acedo hacia el norte, pasaría el río Ega por el puente que existe para entrar al valle de Lana, penetraría en este valle, doblaría después hacia el oeste, pasaría al valle de Barabia y, saliendo de él, se encontraría en Zúñiga, en la espalda del enemigo. Estos movimientos darían como resultado que el ejército isabelino convergería en la llanura sobre el carlista, encerrándolo en una bolsa.
El plan de Córdoba era ilusorio. Era diciembre y los días son muy cortos. Para llegar a enfrentarse con Zumalacárregui, cada una de sus columnas tenían que recorrer una distancia de unos 25 kilómetros. Tras someterlas a una marcha tan larga, por pésimos caminos en los que a trechos tenían que marchar en fila de a uno, y obligarles seguidamente a librar una batalla, era extremadamente arriesgado. Desconocía el paisaje por el que había de marchar Oráa ya que poseía un mapa del territorio muy deficiente.4 Pero su defecto principal era que, como hombre que apenas descendía del caballo, suponía que la infantería era capaz de realizar sus movimientos con el mismo esfuerzo del de la tropa montada. Este defecto ya se había puesto de manifiesto mientras mandaba una de las divisiones de Rodil en el territorio vasco navarro durante el pasado verano y se volvería a producir cuando ordenó los movimientos tan excesivamente amplios para entablar la batalla de Mendigorría, y nuevamente el 23 de julio de 1835, cuando bajo un sol abrasador obligó a marchar a su ejército de Larraga a Lerín, sin necesidad alguna, provocando la muerte por deshidratación a un gran número de sus soldados de infantería.
Amanece el día 15, es claro y frío, aún no ha nevado y la tierra se encuentra seca, facilitando el paso. Pero la columna retrasa su salida más de dos horas, lo que confirma que Córdova ignora las distancias que le separan de la llanura en la que le está esperando Zumalacárregui. Marchando hacia Acedo, a ambos lados del camino se extienden tierras de labor, los cerros boscosos quedan, con excepción de la garganta de Mués, lo suficientemente lejanos para no estar al alcance de tiro de fusil de los carlistas que pueden estar en ellos emboscados. Pero las compañías de cazadores de los batallones isabelinos van adelantadas, flanqueando, y no encuentran enemigo alguno. La columna atraviesa el valle de La Berrueza y desciende hacia el valle del Ega, llegando a Acedo. Lleva recorridos 13 kilómetros.
Marcha de la columna de Oráa al valle de Barabia
Córdova despide en Acedo a la columna de Oráa, con un poético« ...por punto de reunión, el campo del enemigo, y por el de retirada la Eternidad.»". Oráa, que se quejará más tarde por la escasa fuerza que se ha puesto a sus órdenes ya que se compone sólo de 6 batallones, 50 hombres de caballería y dos baterías de montaña, sigue hacia el norte, camino del valle de Lana. Las tierras a ambos lados del camino no son ya siempre de labor sino que a veces se acercan al camino pequeños cerros cubiertos con la espesa vegetación característica de esta zona de Navarrra, compuesta por robles y encinas carrascas con su denso, rico y variado sotobosque de enebros, bojes, acebos y madroños. Aún hoy, el caminante que penetra en estos bosques apartándose de las sendas, encuentra muy dificultoso abrirse paso en ellos.
La columna llega al río Ega, cruza el puente y entra en la garganta rocosa, breve, sinuosa, tras la que se abre el valle de Lana. Un batallón carlista apostado en estas rocas habría conseguido bloquear el paso de Oráa al valle durante horas. Pero el camino está libre y una vez franqueado, se abre el asombroso paisaje del valle de Lana: es como un cráter oblongo de 6 kilómetros de extensión este-oeste y dos de norte-sur incrustado en la sierra de Lóquiz. Las crestas son rocosas y las laderas, cubiertas con la frondosa vegetación antes descrita, caen con gran pendiente al valle. Lo apartado del valle, la dificultad de llegar a él, hizo que Zumalacárregui utilizase las cinco pequeñas aldeas que se asientan allí como hospital de sus heridos, aunque se carecía de los más indispensables medios para atenderlos. Los soldados carlistas llamaban a ese lugar "valle de lágrimas".10 Aquel día las casas estaban repletas de heridos de la batalla de Mendaza y tan pronto como los aduaneros vieron que la columna de Oráa se dirigía al valle, mandaron aviso y los habitantes tomaron a los heridos y «...fueron todos llevados a las montañas para mayor seguridad.».Entre los heridos se encontraba Alexis Sabatier y que, una vez puesto a salvo en Lana, consiguió que su asistente lo trasladase a Francia, donde se repuso de sus heridas mientras escribía su obra referenciada.
La vista engaña desde el fondo del valle, todo hace pensar que la única salida de él se encuentra en la garganta que da al río Ega pero la ladera de la pared oeste va perdiendo altura casi imperceptiblemente, dejando paso al valle de Barabia. Subiendo desde Lana y asomándose a Barabia, se vuelve a repetir el paisaje de Lana aunque el valle que se presenta sólo tiene de este-oeste una extensión de 700 metros y 300 de norte-sur. Pero esto hace, al verse las crestas rocosas tan cercanas y altas, sentir al que se encuentra dentro de él aún más singular y angustioso el paisaje. Y nuevamente la vista hace creer que no existe otra salida que volviendo a Lana pero al oeste dos brechas, entre las que sólo queda un cónico cerro rocoso, parten la montaña, dejando dos estrechos caminos para salir del valle y pasar a la llanura de Zúñiga.
Marcha de la columna de Gurrea
Gurrea ha llevado a Logroño los heridos en la batalla de Mendaza. Cuando vuelve el día 14, recibe orden de Córdova de acuartelarse en Viana y marchar al día siguiente a Santa Cruz de Campezo. Sale con su columna de Viana el día 15 hacia el norte por un camino con fuerte pendiente que desde los 480 metros de altitud les lleva a los 900 metros de altitud del puerto de Aguilar, a 15 kilómetros de distancia. Durante todo el camino los bosques de robles, encinas y matorrales se acercan peligrosamente al camino, dando un gran trabajo a los cazadores isabelinos para explorarlos y limpiarlos de carlistas que pueden encontrarse emboscados, ralentizando por ello la marcha. Pero no hay enemigo en el bosque. Una vez alcanzado el puerto, cayendo ya la tarde, se extiende bajo ellos de oeste a este el valle del Ega. Mirando hacia el noreste ven, a 15 kilómetros a vuelo de pájaro, la polvareda que levanta la columna de Oráa que comienza a pasar del valle de Lana al de Barabia. Y desde otros 15 kilómetros al este llega el estruendo de la artillería de Córdova que trata de abrirse paso en Arquijas.
La bajada al valle del Ega es aún más pendiente y la vegetación de la ladera, al estar orientada al norte, dirección de donde provienen principalmente las lluvias, es aún más densa. Las precauciones que toman van en aumento pero siguen sin encontrar enemigo alguno. Ignoran, cuando atraviesan el pequeño lugar de Genevilla, que allí tiene su taller el herrero que forja las puntas de acero de las lanzas de la caballería de Zumalacárregui.
Ha anochecido cuando entran sin lucha en Santa Cruz de Campezo. Ante ellos, al norte, se extiende silenciosa y negra la gran llanura en la que estaba previsto que se había de celebrar la batalla. Los exploradores que parten hacia ella, vuelven y comunican que no encuentran rastro alguno ni de amigos ni de enemigos. Pero al noreste, los isabelinos ven rasgar la negrura los últimos fogonazos producidos por los soldados de Oráa que están consiguiendo salir de Barabia a la llanura mientras que al este, por donde cae Arquijas, el resplandor de las enormes hogueras encendidas por Córdova para incinerar a sus muertos ilumina el cielo.
Gurrea quiere salir de la incertidumbre y penetra con su tropa en la llanura, consigue llegar a Zúñiga, donde se encuentra con Oráa.
Entrando desde Lana en Barabia, en las montañas que se levantan a la izquierda o sur, destaca en su cresta una gran roca de singular estructura y belleza. Es la peña La Gallina. Restos de viejas construcciones allí existentes confirman que este lugar ya tuvo en la antigüedad importancia estratégica. Oráa ordena inmediatamente que un batallón se encarame allí arriba, lo que hace, arrojando de él a los carlistas que ya lo habían ocupado. Pero pronto ve que tanto en las crestas del norte como en las restantes del sur van a apareciendo carlistas y se atrincheran allí. Y por el oeste, por la parte que da a Zúñiga, empiezan a entrar varios batallones carlistas con intención de impedirle la salida del valle. Oráa no comprende cómo es posible que la fuerza carlista que se le enfrenta sea tan importante ya que ignora que Córdova ha iniciado la retirada en Arquijas, con lo que Zumalacárregui puede dedicar el grueso de su fuerza a aniquilar a Oráa en Barabia.
Desde lo alto de las crestas comienzan a recibir los isabelinos nutridas descargas que les obligan a desparramarse por el valle, deshaciendo el orden de marcha, al tratar de ponerse fuera del alcance de las balas carlistas. Y por un malentendido, el batallón emplazado en la peña La Gallina abandona su posición y baja al valle para unirse al grueso de la tropa, lo que tiene como consecuencia que los carlistas que han sobrevivido a la carga cuando les arrebataron la posición y se encontraban refugiados en el bosque, vuelven a ocupar la peña, iniciando de nuevo desde allí arriba un mortífero fuego sobre las tropas enemigas situadas en el valle. «Me hallaba con seis batallones sin municiones, metido en un hoyo, coronadas las alturas de enemigos, cuyos fuegos se cruzaban, y perdida la esperanza de un pronto socorro, a aquella hora a las seis de la noche...» dice Oráa y piensa que quedarse en el valle, esperando la luz del día para saber donde se encuentra el enemigo y poder realizar una ofensiva sobre él, le parece que esto «...no era asequible por lo crudo de la estación, porque los enemigos se hallaban encima, y por ser humanos con los heridos»". y decide salir a la desesperada de aquel infierno. Consigue que su desperdigada tropa se vuelva a formar y se lanza hacia el oeste, hacia las salidas del valle que ofrecen allí las dos brechas abiertas en la montaña. Pero el cónico cerro que se levanta entre las dos brechas está cuajado de carlistas. Tiene una altura de unos 15 metros y no más de 30 de diámetro, está formado por roca y maleza y se precisa usar manos y pies para trepar por él. Desde allí, los carlistas solo tienen que disparar hacia abajo, sin hacer puntería, puesto que sus balas siempre encuentran el blanco en alguno de los cuerpos de la masa de soldados isabelinos que se apretujan para salir del fatídico valle para ganar la llanura. A Oráa, cuando ve la muerte que desde el cerro siembran los carlistas entre su gente, se le materializa la "Eternidad" que le mencionaba Córdova en Acedo. Sus cazadores dejan sus fusiles en tierra y con la bayoneta entre los dientes trepan por el cerro, consiguiendo desalojar a los carlistas, dejando libre el camino. Los isabelinos pueden ahora recoger a sus heridos y salir a la llanura y muy poco después pasan, caminando hacia el sur, junto a la ermita de la Santa Cruz donde ha tenido Zumalacárregui su puesto de mando. Y llegan a Zúñiga, encontrándose con la cena preparada para los carlistas y abandonada por éstos ante las órdenes de su jefe de realizar inmediata retirada hacia el norte por el valle de Arana. Poco después se les une, viniendo desde Santa Cruz de Campezo, la columna de Gurrea.
De la tropa de Córdova, una vez llegada a Arquijas, había de segregarse una columna de 5 batallones al mando del coronel Rivero que continuaría marchando hacia el oeste para cruzar el río «...por el vado que está cercano al molino de Zúñiga.» Al oeste de Arquijas las rocas de la sierra de Codés encajonan el río en un cauce de no más de 12 metros de anchura, haciendo correr el agua profunda y a gran velocidad. El camino por esta orilla no es más que una mínima senda, considerada hoy por los pescadores de truchas como uno de los tramos más peligrosos del río. Dado que ninguno de los testigos que escribieron sobre la batalla vuelve a mencionar a la columna de Rivero, es de suponer que ésta, al ver que el avance previsto para ella era completamente imposible de realizar, se quedó en Arquijas, engrosando las tropas que intentaron cruzar por aquí el río.
El combate en Arquijas
El grueso de la tropa de Córdova toma en Acedo el camino hacia el oeste para recorrer los 6 kilómetros que le separan de Arquijas. El río va muy encajonado entre la ladera norte de la sierra de Codés y la ladera sur de un estribo de la sierra de Lóquiz, tras el que se hallan los valles de Lana y Barabia. Ambas laderas siguen siendo muy boscosas y cuando el suelo se empobrece, las rocas sustituyen al sotobosque. El río corre rápido y no tiene más de 30 metros de anchura. A mitad de camino lo cruza un puente que lleva al Molino Nuevo que se encuentra en la orilla norte. Apostado en el puente, Córdova deja 2 batallones para que, si la batalla le es adversa, Zumalacárregui no pueda, viniendo de Zúñiga, traspasarlo y cortarle la retirada a Los Arcos. Con Córdova marcha su hermano Fernando Fernández de Córdova que recuerda muy bien el paisaje: «Corre el Ega por un curso estrecho y de profundo fondo: sus dos orillas, cubiertas de espesos bosques...». También Zaratiegui habla del paisaje: «El caudal de agua del Ega por aquel paraje, no ofrece, a la verdad, una gran ventaja para disputar el paso respecto a que por cualquiera parte puede esguazarse con facilidad; pero su curso por entre rocas y la aspereza de sus orillas presentan allí una defensa regular. El paso que no ofrece obstáculo es aquel en que está situado el puente llamado de Arquijas; pero aun éste se halla dominado por excelentes posiciones pobladas de árboles.»
Cuando los isabelinos llegan a Arquijas, encuentran una pequeña explanada de unos 50 x 50 metros y lo primero que ven allí es el Humilladero de Arquijas, diminuta construcción de deliciosa factura. Un poco más adelante está el puente sobre el río que apenas tiene aquí 20 metros de anchura. El puente es de madera y está soportado en machones de piedra situados en cada una de las dos orillas. Subiendo por la ladera desde la planicie, a unos 100 metros, se encuentra la ermita de Nuestra Señora de Arquijas. Es un conjunto de edificios compuesto por la ermita, la vivienda del ermitaño y los corrales en los que éste encierra sus rebaños. A este lugar hace subir Córdova su artillería, eligiéndolo como su puesto de mando. Desde aquí divisa con su catalejo al norte, a tres kilómetros de distancia, la ermita de Santa María de Zúñiga, descubriendo en ella el puesto de mando de Zumalacárregui, con lo que ambos jefes pueden contemplarse mutuamente desde sus respectivos puestos. También Henningsen participa en el combate y dedica unas palabras al paisaje: «...montañas cubiertas con densa vegetación de arbustos y laurel y otras plantas, cuyas raíces entrelazadas y ramas que se meten entre las rocas, independientemente de su pendiente...el mayor obstáculo, sin embargo, es el río Ega, que corre veloz, entre ambas escarpadas orillas. Aunque de poca profundidad y anchura, en muchos sitios hay pozos profundos, y el agua corre, además, con tanta fuerza, que es muy difícil de cruzar...si se defiende bien, el río es aquí imposible de pasar».. El inglés ha cabalgado temprano con su escuadrón de lanceros hasta Mendaza para observar los movimientos de los isabelinos y viene retrocediendo ante ellos. Cuando llega al puente, encuentra en la orilla izquierda, atrincherados en la maleza, dos batallones carlistas. El resto de las tropas de Zumalacárregui esperan entre Orbiso y Zúñiga. Las tropas isabelinas, tan pronto como se acercan a la explanada y se ven expuestas al fuego que les llega desde la orilla opuesta, corren monte arriba y se refugian en el bosque, quedando fuera del alcance del tiro enemigo.
Es mediodía cuando las tropas de Córdova inician el asalto al puente. El jefe isabelino hace bajar una y otra vez tropas a la explanada del Humilladero para que se formen en ella e inicien el asalto al puente, pero la pequeña dimensión de la planicie no permite grandes formaciones. Las que consiguen formarse bajo el fuego que les llega desde la otra orilla, avanzan e intentan atravesar el puente pero son batidos por las balas enemigas, o muertos a bayonetazos los pocos que consiguen pisar la otra orilla. Hacia las tres de la tarde, comprobando la imposibilidad de tomar el puente, Córdova ordena ensanchar el frente, a izquierda y derecha del mismo, bajando sus tropas directamente al río para vadearlo: «...después de haber sido rechazados en el puente, mandó que se intentase vadear el río. Sin embargo, sus hombres fueron destrozados tan pronto como llegaron a la orilla.», ya que el jefe carlista ha reforzado la defensa de su orilla con otros dos batallones.
Zumalacárregui va sustituyendo las tropas emplazadas y Henningsen cuenta que en la retaguardia: «...reinaba un silencio de muerte...dos líneas de tropa se estaban moviendo constantemente por la carretera, en silencio y en buen orden: unos volviendo del fuego y llevando sus heridos, y los otros para sustituir a los combatientes. De esta manera, Zumalacárregui hacía que nuevos hombres entrasen constantemente en combate...»
«Un extravío en la dirección de la columna que envié por mi derecha retardó de cuatro horas la llegada de Oráa al punto de ataque...» dice el jefe isabelino y su hermano se lamenta: «Pero Oráa no llegaba...» Estas palabras de los hermanos Córdova dan testimonio de su desconcierto al no conseguir abrirse paso en Arquijas ya que la batalla estaba planeada para ser entablada en la llanura de Santa Cruz de Campezo-Orbiso-Zúñiga y no en el puente: Córdova marcharía con el grueso de su ejército y tras pasar el Ega por Arquijas, se enfrentaría a Zumalacárregui en la llanura. Comenzado el combate, los carlistas se verían sorprendidos por su derecha por las tropas de la columna de Gurrea y por la retaguardia por las de Oráa. Pero ahora, en Arquijas, a las cuatro de la tarde, ante el aprieto en el que se encuentran al no poder cruzar el puente, los Córdova esperan que Oráa con sus 6 batallones se abra paso entre los de Zumalacárregui desplegados en el llano, llegue al puente y les facilite el paso.
Anochece y el estruendo del combate en Arquijas no permite oír, a pesar de que sólo 4 kilómetros lo separan del que se está produciendo en Barabia, lo que hace que Córdova «Tomó en consecuencia y sin vacilar la resolución que su estado reclamaba, retirándose a Los Arcos, en donde encontraría descanso y raciones...»
Las fuerzas de Córdoba lucharon con gran valor en Arquijas pero, al no conseguir traspasar el río, no alcanzaron el campo de batalla previsto y se retiraron al punto del que habían partido. La columna de Gurrea llegó al campo de batalla previsto pero no encontró enemigos en él. La tropa de Oráa realizó un esfuerzo inaudito al conseguir salir del hoyo de Barabia al imponerse a fuerzas muy superiores, más descansadas y que ocupaban posiciones privilegiadas. Zumalacárregui contuvo, empleando poca tropa y teniendo mínimas bajas, a Córdova en Arquijas pero no pudo aguantar el empuje de Oráa en Barabia.
Testimonios escritos
Los militares isabelinos Luis y Fernando Fernández de Córdova, Marcelino Oráa y los carlistas Louis Xavier Auguet de Saint-Sylvain, francés, secretario del pretendiente Carlos, F.C. Henningsen, inglés y capitán de lanceros de Navarra y Juan Antonio de Zaratiegui, secretario de Zumalacárregui, participaron en la batalla y dejaron testimonio escrito de ella.
Saludos
La Primera Batalla de Arquijas tuvo lugar el 15 de diciembre de 1834 durante la Primera Guerra Carlista en España, (1833-1840), al enfrentarse las tropas carlistas de Tomás de Zumalacárregui a las isabelinas de Luis Fernández de Córdoba en el valle del río Ega en Navarra. El resultado de la batalla fue indeciso.
Tras la batalla de Mendaza del 12 de diciembre de 1834, las tropas carlistas se habían visto obligadas a retirarse del valle de La Berrueza, acuartelándose, a unos 25 kilómetros al norte, en las localidades de Santa Cruz de Campezo, Orbiso y Zúñiga, a ambos lados del río Ega. Este río, tras salir de los desfiladeros de Marañón, transcurre por una planicie en la que se encuentran las tres localidades citadas, antes de entrar en el desfiladero de Arquijas.
Zumalacárregui comprobó en la batalla de Mendaza que su ejército no estaba preparado para sostener una batalla en campo abierto, por lo que decidió volverlo a emplear únicamente, aprovechando la orografía de esta parte de Navarra, para apostar sus tropas en las laderas boscosas y cargadas de rocas y atacar los flancos del enemigo cuando atravesaba los estrechos valles. Si Córdoba venía al Ega, le disputaría el paso en Arquijas, infligiéndole allí grandes daños, dada la naturaleza de este lugar. Si el enemigo conseguía imponerse en el paso, Zumalacárregui abandonaría inmediatamente la llanura y se dirigiría por el valle de Arana hacia las Amescoas. El valle de Arana es un enorme bosque y allí, si Córdoba se empeñaba en perseguirle, lo volvería a castigar con un mínimo riesgo con su táctica guerrillera, disparándole, protegido por los árboles y la maleza. El jefe cristino, sin cosechar éxito alguno, se vería obligado, por falta de subsistencias y lo crudo de la estación, a replegarse, situando durante semanas sus tropas en las guarniciones isabelinas existentes en la línea Pamplona - Logroño. Así se presentaría para Zumalacárregui la ocasión de poder mandar durante unas semanas a un importante contingente de su tropa, dada las cortas distancias que existían entre las Amescoas y los domicilios de sus soldados, a pasar las fiestas de Navidad en sus casas. "Mudarse de camisa" llamaba a estos breves permisos que concedía a sus soldados para regresar unos días con sus familias. Allí, en sus hogares, darían una gran alegría a sus familias al ser vistos sanos y salvos, serían bien alimentados, descansarían y, tan pronto como los necesitase otra vez, en pocas horas estarían de nuevo en las Amescoas. También, mientras estaban en sus casas, se ahorraba de pagarles el real diario que tenían como soldada y tampoco tenía que alimentarlos, disminuyendo notablemente las peticiones de alimentos a las pocas y pobres localidades que estaban bajo su dominio.
Informado Córdoba por sus exploradores que Zumalacárregui se encontraba en la planicie de Santa Cruz de Campezo, Orbiso y Zúñiga, supuso que el jefe carlista le esperaba allí para enfrentarse a él en una nueva batalla. Por lo que proyectó un ambicioso movimiento de tropas: su izquierda, al mando de Manuel Gurrea saldría de Viana en dirección norte, remontaría la sierra de Codés por el puerto de Aguilar, bajando a Santa Cruz de Campezo, quedando frente a la derecha de la formación carlista. El resto del ejército marcharía desde Los Arcos hacia el norte, por el valle de La Berrueza y llegando a Acedo, se dividiría, continuando Córdoba hacia el oeste con el grueso por la orilla derecha del río Ega, lo atravesaría por el puente de Arquijas, presentándose en la planicie donde suponía que le esperaba el enemigo. Su derecha, una columna al mando de Marcelino Oráa, seguiría desde Acedo hacia el norte, pasaría el río Ega por el puente que existe para entrar al valle de Lana, penetraría en este valle, doblaría después hacia el oeste, pasaría al valle de Barabia y, saliendo de él, se encontraría en Zúñiga, en la espalda del enemigo. Estos movimientos darían como resultado que el ejército isabelino convergería en la llanura sobre el carlista, encerrándolo en una bolsa.
El plan de Córdoba era ilusorio. Era diciembre y los días son muy cortos. Para llegar a enfrentarse con Zumalacárregui, cada una de sus columnas tenían que recorrer una distancia de unos 25 kilómetros. Tras someterlas a una marcha tan larga, por pésimos caminos en los que a trechos tenían que marchar en fila de a uno, y obligarles seguidamente a librar una batalla, era extremadamente arriesgado. Desconocía el paisaje por el que había de marchar Oráa ya que poseía un mapa del territorio muy deficiente.4 Pero su defecto principal era que, como hombre que apenas descendía del caballo, suponía que la infantería era capaz de realizar sus movimientos con el mismo esfuerzo del de la tropa montada. Este defecto ya se había puesto de manifiesto mientras mandaba una de las divisiones de Rodil en el territorio vasco navarro durante el pasado verano y se volvería a producir cuando ordenó los movimientos tan excesivamente amplios para entablar la batalla de Mendigorría, y nuevamente el 23 de julio de 1835, cuando bajo un sol abrasador obligó a marchar a su ejército de Larraga a Lerín, sin necesidad alguna, provocando la muerte por deshidratación a un gran número de sus soldados de infantería.
Amanece el día 15, es claro y frío, aún no ha nevado y la tierra se encuentra seca, facilitando el paso. Pero la columna retrasa su salida más de dos horas, lo que confirma que Córdova ignora las distancias que le separan de la llanura en la que le está esperando Zumalacárregui. Marchando hacia Acedo, a ambos lados del camino se extienden tierras de labor, los cerros boscosos quedan, con excepción de la garganta de Mués, lo suficientemente lejanos para no estar al alcance de tiro de fusil de los carlistas que pueden estar en ellos emboscados. Pero las compañías de cazadores de los batallones isabelinos van adelantadas, flanqueando, y no encuentran enemigo alguno. La columna atraviesa el valle de La Berrueza y desciende hacia el valle del Ega, llegando a Acedo. Lleva recorridos 13 kilómetros.
Marcha de la columna de Oráa al valle de Barabia
Córdova despide en Acedo a la columna de Oráa, con un poético« ...por punto de reunión, el campo del enemigo, y por el de retirada la Eternidad.»". Oráa, que se quejará más tarde por la escasa fuerza que se ha puesto a sus órdenes ya que se compone sólo de 6 batallones, 50 hombres de caballería y dos baterías de montaña, sigue hacia el norte, camino del valle de Lana. Las tierras a ambos lados del camino no son ya siempre de labor sino que a veces se acercan al camino pequeños cerros cubiertos con la espesa vegetación característica de esta zona de Navarrra, compuesta por robles y encinas carrascas con su denso, rico y variado sotobosque de enebros, bojes, acebos y madroños. Aún hoy, el caminante que penetra en estos bosques apartándose de las sendas, encuentra muy dificultoso abrirse paso en ellos.
La columna llega al río Ega, cruza el puente y entra en la garganta rocosa, breve, sinuosa, tras la que se abre el valle de Lana. Un batallón carlista apostado en estas rocas habría conseguido bloquear el paso de Oráa al valle durante horas. Pero el camino está libre y una vez franqueado, se abre el asombroso paisaje del valle de Lana: es como un cráter oblongo de 6 kilómetros de extensión este-oeste y dos de norte-sur incrustado en la sierra de Lóquiz. Las crestas son rocosas y las laderas, cubiertas con la frondosa vegetación antes descrita, caen con gran pendiente al valle. Lo apartado del valle, la dificultad de llegar a él, hizo que Zumalacárregui utilizase las cinco pequeñas aldeas que se asientan allí como hospital de sus heridos, aunque se carecía de los más indispensables medios para atenderlos. Los soldados carlistas llamaban a ese lugar "valle de lágrimas".10 Aquel día las casas estaban repletas de heridos de la batalla de Mendaza y tan pronto como los aduaneros vieron que la columna de Oráa se dirigía al valle, mandaron aviso y los habitantes tomaron a los heridos y «...fueron todos llevados a las montañas para mayor seguridad.».Entre los heridos se encontraba Alexis Sabatier y que, una vez puesto a salvo en Lana, consiguió que su asistente lo trasladase a Francia, donde se repuso de sus heridas mientras escribía su obra referenciada.
La vista engaña desde el fondo del valle, todo hace pensar que la única salida de él se encuentra en la garganta que da al río Ega pero la ladera de la pared oeste va perdiendo altura casi imperceptiblemente, dejando paso al valle de Barabia. Subiendo desde Lana y asomándose a Barabia, se vuelve a repetir el paisaje de Lana aunque el valle que se presenta sólo tiene de este-oeste una extensión de 700 metros y 300 de norte-sur. Pero esto hace, al verse las crestas rocosas tan cercanas y altas, sentir al que se encuentra dentro de él aún más singular y angustioso el paisaje. Y nuevamente la vista hace creer que no existe otra salida que volviendo a Lana pero al oeste dos brechas, entre las que sólo queda un cónico cerro rocoso, parten la montaña, dejando dos estrechos caminos para salir del valle y pasar a la llanura de Zúñiga.
Marcha de la columna de Gurrea
Gurrea ha llevado a Logroño los heridos en la batalla de Mendaza. Cuando vuelve el día 14, recibe orden de Córdova de acuartelarse en Viana y marchar al día siguiente a Santa Cruz de Campezo. Sale con su columna de Viana el día 15 hacia el norte por un camino con fuerte pendiente que desde los 480 metros de altitud les lleva a los 900 metros de altitud del puerto de Aguilar, a 15 kilómetros de distancia. Durante todo el camino los bosques de robles, encinas y matorrales se acercan peligrosamente al camino, dando un gran trabajo a los cazadores isabelinos para explorarlos y limpiarlos de carlistas que pueden encontrarse emboscados, ralentizando por ello la marcha. Pero no hay enemigo en el bosque. Una vez alcanzado el puerto, cayendo ya la tarde, se extiende bajo ellos de oeste a este el valle del Ega. Mirando hacia el noreste ven, a 15 kilómetros a vuelo de pájaro, la polvareda que levanta la columna de Oráa que comienza a pasar del valle de Lana al de Barabia. Y desde otros 15 kilómetros al este llega el estruendo de la artillería de Córdova que trata de abrirse paso en Arquijas.
La bajada al valle del Ega es aún más pendiente y la vegetación de la ladera, al estar orientada al norte, dirección de donde provienen principalmente las lluvias, es aún más densa. Las precauciones que toman van en aumento pero siguen sin encontrar enemigo alguno. Ignoran, cuando atraviesan el pequeño lugar de Genevilla, que allí tiene su taller el herrero que forja las puntas de acero de las lanzas de la caballería de Zumalacárregui.
Ha anochecido cuando entran sin lucha en Santa Cruz de Campezo. Ante ellos, al norte, se extiende silenciosa y negra la gran llanura en la que estaba previsto que se había de celebrar la batalla. Los exploradores que parten hacia ella, vuelven y comunican que no encuentran rastro alguno ni de amigos ni de enemigos. Pero al noreste, los isabelinos ven rasgar la negrura los últimos fogonazos producidos por los soldados de Oráa que están consiguiendo salir de Barabia a la llanura mientras que al este, por donde cae Arquijas, el resplandor de las enormes hogueras encendidas por Córdova para incinerar a sus muertos ilumina el cielo.
Gurrea quiere salir de la incertidumbre y penetra con su tropa en la llanura, consigue llegar a Zúñiga, donde se encuentra con Oráa.
Entrando desde Lana en Barabia, en las montañas que se levantan a la izquierda o sur, destaca en su cresta una gran roca de singular estructura y belleza. Es la peña La Gallina. Restos de viejas construcciones allí existentes confirman que este lugar ya tuvo en la antigüedad importancia estratégica. Oráa ordena inmediatamente que un batallón se encarame allí arriba, lo que hace, arrojando de él a los carlistas que ya lo habían ocupado. Pero pronto ve que tanto en las crestas del norte como en las restantes del sur van a apareciendo carlistas y se atrincheran allí. Y por el oeste, por la parte que da a Zúñiga, empiezan a entrar varios batallones carlistas con intención de impedirle la salida del valle. Oráa no comprende cómo es posible que la fuerza carlista que se le enfrenta sea tan importante ya que ignora que Córdova ha iniciado la retirada en Arquijas, con lo que Zumalacárregui puede dedicar el grueso de su fuerza a aniquilar a Oráa en Barabia.
Desde lo alto de las crestas comienzan a recibir los isabelinos nutridas descargas que les obligan a desparramarse por el valle, deshaciendo el orden de marcha, al tratar de ponerse fuera del alcance de las balas carlistas. Y por un malentendido, el batallón emplazado en la peña La Gallina abandona su posición y baja al valle para unirse al grueso de la tropa, lo que tiene como consecuencia que los carlistas que han sobrevivido a la carga cuando les arrebataron la posición y se encontraban refugiados en el bosque, vuelven a ocupar la peña, iniciando de nuevo desde allí arriba un mortífero fuego sobre las tropas enemigas situadas en el valle. «Me hallaba con seis batallones sin municiones, metido en un hoyo, coronadas las alturas de enemigos, cuyos fuegos se cruzaban, y perdida la esperanza de un pronto socorro, a aquella hora a las seis de la noche...» dice Oráa y piensa que quedarse en el valle, esperando la luz del día para saber donde se encuentra el enemigo y poder realizar una ofensiva sobre él, le parece que esto «...no era asequible por lo crudo de la estación, porque los enemigos se hallaban encima, y por ser humanos con los heridos»". y decide salir a la desesperada de aquel infierno. Consigue que su desperdigada tropa se vuelva a formar y se lanza hacia el oeste, hacia las salidas del valle que ofrecen allí las dos brechas abiertas en la montaña. Pero el cónico cerro que se levanta entre las dos brechas está cuajado de carlistas. Tiene una altura de unos 15 metros y no más de 30 de diámetro, está formado por roca y maleza y se precisa usar manos y pies para trepar por él. Desde allí, los carlistas solo tienen que disparar hacia abajo, sin hacer puntería, puesto que sus balas siempre encuentran el blanco en alguno de los cuerpos de la masa de soldados isabelinos que se apretujan para salir del fatídico valle para ganar la llanura. A Oráa, cuando ve la muerte que desde el cerro siembran los carlistas entre su gente, se le materializa la "Eternidad" que le mencionaba Córdova en Acedo. Sus cazadores dejan sus fusiles en tierra y con la bayoneta entre los dientes trepan por el cerro, consiguiendo desalojar a los carlistas, dejando libre el camino. Los isabelinos pueden ahora recoger a sus heridos y salir a la llanura y muy poco después pasan, caminando hacia el sur, junto a la ermita de la Santa Cruz donde ha tenido Zumalacárregui su puesto de mando. Y llegan a Zúñiga, encontrándose con la cena preparada para los carlistas y abandonada por éstos ante las órdenes de su jefe de realizar inmediata retirada hacia el norte por el valle de Arana. Poco después se les une, viniendo desde Santa Cruz de Campezo, la columna de Gurrea.
De la tropa de Córdova, una vez llegada a Arquijas, había de segregarse una columna de 5 batallones al mando del coronel Rivero que continuaría marchando hacia el oeste para cruzar el río «...por el vado que está cercano al molino de Zúñiga.» Al oeste de Arquijas las rocas de la sierra de Codés encajonan el río en un cauce de no más de 12 metros de anchura, haciendo correr el agua profunda y a gran velocidad. El camino por esta orilla no es más que una mínima senda, considerada hoy por los pescadores de truchas como uno de los tramos más peligrosos del río. Dado que ninguno de los testigos que escribieron sobre la batalla vuelve a mencionar a la columna de Rivero, es de suponer que ésta, al ver que el avance previsto para ella era completamente imposible de realizar, se quedó en Arquijas, engrosando las tropas que intentaron cruzar por aquí el río.
El combate en Arquijas
El grueso de la tropa de Córdova toma en Acedo el camino hacia el oeste para recorrer los 6 kilómetros que le separan de Arquijas. El río va muy encajonado entre la ladera norte de la sierra de Codés y la ladera sur de un estribo de la sierra de Lóquiz, tras el que se hallan los valles de Lana y Barabia. Ambas laderas siguen siendo muy boscosas y cuando el suelo se empobrece, las rocas sustituyen al sotobosque. El río corre rápido y no tiene más de 30 metros de anchura. A mitad de camino lo cruza un puente que lleva al Molino Nuevo que se encuentra en la orilla norte. Apostado en el puente, Córdova deja 2 batallones para que, si la batalla le es adversa, Zumalacárregui no pueda, viniendo de Zúñiga, traspasarlo y cortarle la retirada a Los Arcos. Con Córdova marcha su hermano Fernando Fernández de Córdova que recuerda muy bien el paisaje: «Corre el Ega por un curso estrecho y de profundo fondo: sus dos orillas, cubiertas de espesos bosques...». También Zaratiegui habla del paisaje: «El caudal de agua del Ega por aquel paraje, no ofrece, a la verdad, una gran ventaja para disputar el paso respecto a que por cualquiera parte puede esguazarse con facilidad; pero su curso por entre rocas y la aspereza de sus orillas presentan allí una defensa regular. El paso que no ofrece obstáculo es aquel en que está situado el puente llamado de Arquijas; pero aun éste se halla dominado por excelentes posiciones pobladas de árboles.»
Cuando los isabelinos llegan a Arquijas, encuentran una pequeña explanada de unos 50 x 50 metros y lo primero que ven allí es el Humilladero de Arquijas, diminuta construcción de deliciosa factura. Un poco más adelante está el puente sobre el río que apenas tiene aquí 20 metros de anchura. El puente es de madera y está soportado en machones de piedra situados en cada una de las dos orillas. Subiendo por la ladera desde la planicie, a unos 100 metros, se encuentra la ermita de Nuestra Señora de Arquijas. Es un conjunto de edificios compuesto por la ermita, la vivienda del ermitaño y los corrales en los que éste encierra sus rebaños. A este lugar hace subir Córdova su artillería, eligiéndolo como su puesto de mando. Desde aquí divisa con su catalejo al norte, a tres kilómetros de distancia, la ermita de Santa María de Zúñiga, descubriendo en ella el puesto de mando de Zumalacárregui, con lo que ambos jefes pueden contemplarse mutuamente desde sus respectivos puestos. También Henningsen participa en el combate y dedica unas palabras al paisaje: «...montañas cubiertas con densa vegetación de arbustos y laurel y otras plantas, cuyas raíces entrelazadas y ramas que se meten entre las rocas, independientemente de su pendiente...el mayor obstáculo, sin embargo, es el río Ega, que corre veloz, entre ambas escarpadas orillas. Aunque de poca profundidad y anchura, en muchos sitios hay pozos profundos, y el agua corre, además, con tanta fuerza, que es muy difícil de cruzar...si se defiende bien, el río es aquí imposible de pasar».. El inglés ha cabalgado temprano con su escuadrón de lanceros hasta Mendaza para observar los movimientos de los isabelinos y viene retrocediendo ante ellos. Cuando llega al puente, encuentra en la orilla izquierda, atrincherados en la maleza, dos batallones carlistas. El resto de las tropas de Zumalacárregui esperan entre Orbiso y Zúñiga. Las tropas isabelinas, tan pronto como se acercan a la explanada y se ven expuestas al fuego que les llega desde la orilla opuesta, corren monte arriba y se refugian en el bosque, quedando fuera del alcance del tiro enemigo.
Es mediodía cuando las tropas de Córdova inician el asalto al puente. El jefe isabelino hace bajar una y otra vez tropas a la explanada del Humilladero para que se formen en ella e inicien el asalto al puente, pero la pequeña dimensión de la planicie no permite grandes formaciones. Las que consiguen formarse bajo el fuego que les llega desde la otra orilla, avanzan e intentan atravesar el puente pero son batidos por las balas enemigas, o muertos a bayonetazos los pocos que consiguen pisar la otra orilla. Hacia las tres de la tarde, comprobando la imposibilidad de tomar el puente, Córdova ordena ensanchar el frente, a izquierda y derecha del mismo, bajando sus tropas directamente al río para vadearlo: «...después de haber sido rechazados en el puente, mandó que se intentase vadear el río. Sin embargo, sus hombres fueron destrozados tan pronto como llegaron a la orilla.», ya que el jefe carlista ha reforzado la defensa de su orilla con otros dos batallones.
Zumalacárregui va sustituyendo las tropas emplazadas y Henningsen cuenta que en la retaguardia: «...reinaba un silencio de muerte...dos líneas de tropa se estaban moviendo constantemente por la carretera, en silencio y en buen orden: unos volviendo del fuego y llevando sus heridos, y los otros para sustituir a los combatientes. De esta manera, Zumalacárregui hacía que nuevos hombres entrasen constantemente en combate...»
«Un extravío en la dirección de la columna que envié por mi derecha retardó de cuatro horas la llegada de Oráa al punto de ataque...» dice el jefe isabelino y su hermano se lamenta: «Pero Oráa no llegaba...» Estas palabras de los hermanos Córdova dan testimonio de su desconcierto al no conseguir abrirse paso en Arquijas ya que la batalla estaba planeada para ser entablada en la llanura de Santa Cruz de Campezo-Orbiso-Zúñiga y no en el puente: Córdova marcharía con el grueso de su ejército y tras pasar el Ega por Arquijas, se enfrentaría a Zumalacárregui en la llanura. Comenzado el combate, los carlistas se verían sorprendidos por su derecha por las tropas de la columna de Gurrea y por la retaguardia por las de Oráa. Pero ahora, en Arquijas, a las cuatro de la tarde, ante el aprieto en el que se encuentran al no poder cruzar el puente, los Córdova esperan que Oráa con sus 6 batallones se abra paso entre los de Zumalacárregui desplegados en el llano, llegue al puente y les facilite el paso.
Anochece y el estruendo del combate en Arquijas no permite oír, a pesar de que sólo 4 kilómetros lo separan del que se está produciendo en Barabia, lo que hace que Córdova «Tomó en consecuencia y sin vacilar la resolución que su estado reclamaba, retirándose a Los Arcos, en donde encontraría descanso y raciones...»
Las fuerzas de Córdoba lucharon con gran valor en Arquijas pero, al no conseguir traspasar el río, no alcanzaron el campo de batalla previsto y se retiraron al punto del que habían partido. La columna de Gurrea llegó al campo de batalla previsto pero no encontró enemigos en él. La tropa de Oráa realizó un esfuerzo inaudito al conseguir salir del hoyo de Barabia al imponerse a fuerzas muy superiores, más descansadas y que ocupaban posiciones privilegiadas. Zumalacárregui contuvo, empleando poca tropa y teniendo mínimas bajas, a Córdova en Arquijas pero no pudo aguantar el empuje de Oráa en Barabia.
Testimonios escritos
Los militares isabelinos Luis y Fernando Fernández de Córdova, Marcelino Oráa y los carlistas Louis Xavier Auguet de Saint-Sylvain, francés, secretario del pretendiente Carlos, F.C. Henningsen, inglés y capitán de lanceros de Navarra y Juan Antonio de Zaratiegui, secretario de Zumalacárregui, participaron en la batalla y dejaron testimonio escrito de ella.
Saludos
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Marco Tulio Cicerón.
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
PRIMER SITIO DE BILBAO 1835
Se denomina sitio de Bilbao o primer sitio de Bilbao al conjunto de operaciones que se desarrollaron en torno a Bilbao entre el 10 de junio y el 1 de julio de 1835, como parte de la estrategia del Ejército Carlista por conquistar la ciudad, y durante las cuales las tropas isabelinas defendieron la ciudad frente al intento carlista de ocuparla. Como rememoración de ambos sitios y de la resistencia de los bilbaínos por la causa liberal contra los carlistas, se fundó la Sociedad El Sitio, que todavía existe como asociación cultural y social.
Desde el inicio de la Guerra, los carlistas habían mantenido un predominio militar en las acciones bélicas, siendo el Ejército Carlista el que decidía las acciones bélicas, llegando a campar a sus anchas en algunas expediciones por toda España. La derrota isabelina en la batalla de Artaza dejó todo el norte de España en manos carlistas, de modo que el general isabelino Jerónimo Valdés se contentaba con crear una línea de contención en el Ebro manteniendo algunas poblaciones de la costa. Los carlistas, liderado por Carlos María Isidro de Borbón, consideraban esencial ocupar una ciudad importante para incrementar su prestigio internacional, debilitar la moral del enemigo y aumentar la propia, lo que decidió al estado mayor reunido en Durango a asediar Bilbao, con la oposición de Tomás de Zumalacárregui quien consideraba esta operación un excesivo esfuerzo material y de tiempo. Zumalacárregui pretendía ocupar Vitoria, más accesible y de camino de Castilla. siendo la ruta de refuerzo de los liberales y, posteriormente, avanzar sobre Madrid con 30 000 soldados.
No obstante, Zumalacárregui obedeció e inició las operaciones militares el 10 de junio de 1835 rodeando la ciudad y tomando diversas poblaciones cercanas como Abando, Banderas y Deusto sin apenas oposición.
Tras tomar las zonas altas que rodeaban la ciudad, se cerraron las salidas y dio comienzo el sitio el 13 de junio, tras la negativa de la ciudad a rendirse. Al día siguiente comenzaron los bombardeos de la artillería, pero la defensa isabelina de la ciudad tenía más baterías que la artillería carlista, y, paradójicamente, las líneas carlistas tuvieron más bajas que las que sus bombardeos causaban a los isabelinos sitiados en Bilbao. El 15 de junio, desde un puesto de observación carlista y haciendo una inspección de rutina, Zumalacárregui recibió un disparo en la pierna que le retiró de la dirección militar del asedio de la ciudad. El militar carlista, efectivamente, se retiró y aunque en un principio la herida no revestía gravedad, con el tiempo empeoró hasta causarle la muerte el 24 de junio en Cegama. Fue un duro golpe para la moral carlista, pero las operaciones contra Bilbao continuaron como hasta entonces.
Zumalacárregui no había autorizado el bombardeo contra zonas civiles de la ciudad, tan pronto como sea posible y estaba rodeada de fortificaciones hasta que sean adoptados. Pero el 16 de junio el infante Carlos ordenó el bombardeo del centro urbano de la ciudad, con el objeto de aumentar la presión sobre los isabelinos de Bilbao. Mientras tanto, los defensores de Bilbao esperaban el envío de tropas isabelinas desde Santander y San Sebastián para ayudar a romper el asedio. A pesar de todo y con el objetivo de intentar aliviar el asedio, desde Bilbao salieron varios grupos de soldados isabelinos a Portugalete, pero fueron localizados por carlistas y su intento echado por tierra después de sufrir varias bajas. El asedio se mantuvo igual como también los bombardeos sobre el caso urbano, cuya actividad se iba endureciendo cada vez más. Para entonces, las casas civiles, iglesias y hospitales pasaron a ser también uno objetivo de la artillería. No obstante, el contrafuego de las baterías bilbaínas seguía activo y el 26 de junio, por ejemplo, Don Carlos estuvo a punto de ser alcanzado por proyectiles isabelinos mientras estaba en el frente haciendo una inspección.
Ahora que Zumalacárregui había muerto, los generales Espartero y Fernández de Córdoba, junto a otros jefes y oficiales isabelinos de la zona norte, marcharon desde Castilla para converger sobre Bilbao y levantar el sitio. El día 30 estaban en las cercanías de la ciudad y finalmente levantarían el cerco el día siguiente, sin mayores enfrentamientos y en medio de un gran recibimiento por parte de la población. Así, terminaba el primer sitio carlista sobre Bilbao.
Los carlistas, finalmente, hubieron de retirarse y abandonar sus planes, con la consecuente merma moral para las tropas carlistas. No obstante, Bilbao no quedó liberada de la amenaza carlista: la mayor parte de Vizcaya seguía en manos carlistas y al año siguiente, éstos volverían a establecer un nuevo sitio sobre Bilbao, aunque también fracasaría. Pero la imposibilidad de tomar la capital vizcaína no fue lo peor que les ocurrió a los carlistas: la muerte del general Zumalacárregui fue golpe moral para las tropas carlistas aún mayor que el fracaso de Bilbao, y para el pretendiente Carlos supuso la pérdida de su mejor estratega militar. La pérdida de Zumalacárregui, a la larga, sería un duro revés para el Ejército Carlista.
Saludos
Se denomina sitio de Bilbao o primer sitio de Bilbao al conjunto de operaciones que se desarrollaron en torno a Bilbao entre el 10 de junio y el 1 de julio de 1835, como parte de la estrategia del Ejército Carlista por conquistar la ciudad, y durante las cuales las tropas isabelinas defendieron la ciudad frente al intento carlista de ocuparla. Como rememoración de ambos sitios y de la resistencia de los bilbaínos por la causa liberal contra los carlistas, se fundó la Sociedad El Sitio, que todavía existe como asociación cultural y social.
Desde el inicio de la Guerra, los carlistas habían mantenido un predominio militar en las acciones bélicas, siendo el Ejército Carlista el que decidía las acciones bélicas, llegando a campar a sus anchas en algunas expediciones por toda España. La derrota isabelina en la batalla de Artaza dejó todo el norte de España en manos carlistas, de modo que el general isabelino Jerónimo Valdés se contentaba con crear una línea de contención en el Ebro manteniendo algunas poblaciones de la costa. Los carlistas, liderado por Carlos María Isidro de Borbón, consideraban esencial ocupar una ciudad importante para incrementar su prestigio internacional, debilitar la moral del enemigo y aumentar la propia, lo que decidió al estado mayor reunido en Durango a asediar Bilbao, con la oposición de Tomás de Zumalacárregui quien consideraba esta operación un excesivo esfuerzo material y de tiempo. Zumalacárregui pretendía ocupar Vitoria, más accesible y de camino de Castilla. siendo la ruta de refuerzo de los liberales y, posteriormente, avanzar sobre Madrid con 30 000 soldados.
No obstante, Zumalacárregui obedeció e inició las operaciones militares el 10 de junio de 1835 rodeando la ciudad y tomando diversas poblaciones cercanas como Abando, Banderas y Deusto sin apenas oposición.
Tras tomar las zonas altas que rodeaban la ciudad, se cerraron las salidas y dio comienzo el sitio el 13 de junio, tras la negativa de la ciudad a rendirse. Al día siguiente comenzaron los bombardeos de la artillería, pero la defensa isabelina de la ciudad tenía más baterías que la artillería carlista, y, paradójicamente, las líneas carlistas tuvieron más bajas que las que sus bombardeos causaban a los isabelinos sitiados en Bilbao. El 15 de junio, desde un puesto de observación carlista y haciendo una inspección de rutina, Zumalacárregui recibió un disparo en la pierna que le retiró de la dirección militar del asedio de la ciudad. El militar carlista, efectivamente, se retiró y aunque en un principio la herida no revestía gravedad, con el tiempo empeoró hasta causarle la muerte el 24 de junio en Cegama. Fue un duro golpe para la moral carlista, pero las operaciones contra Bilbao continuaron como hasta entonces.
Zumalacárregui no había autorizado el bombardeo contra zonas civiles de la ciudad, tan pronto como sea posible y estaba rodeada de fortificaciones hasta que sean adoptados. Pero el 16 de junio el infante Carlos ordenó el bombardeo del centro urbano de la ciudad, con el objeto de aumentar la presión sobre los isabelinos de Bilbao. Mientras tanto, los defensores de Bilbao esperaban el envío de tropas isabelinas desde Santander y San Sebastián para ayudar a romper el asedio. A pesar de todo y con el objetivo de intentar aliviar el asedio, desde Bilbao salieron varios grupos de soldados isabelinos a Portugalete, pero fueron localizados por carlistas y su intento echado por tierra después de sufrir varias bajas. El asedio se mantuvo igual como también los bombardeos sobre el caso urbano, cuya actividad se iba endureciendo cada vez más. Para entonces, las casas civiles, iglesias y hospitales pasaron a ser también uno objetivo de la artillería. No obstante, el contrafuego de las baterías bilbaínas seguía activo y el 26 de junio, por ejemplo, Don Carlos estuvo a punto de ser alcanzado por proyectiles isabelinos mientras estaba en el frente haciendo una inspección.
Ahora que Zumalacárregui había muerto, los generales Espartero y Fernández de Córdoba, junto a otros jefes y oficiales isabelinos de la zona norte, marcharon desde Castilla para converger sobre Bilbao y levantar el sitio. El día 30 estaban en las cercanías de la ciudad y finalmente levantarían el cerco el día siguiente, sin mayores enfrentamientos y en medio de un gran recibimiento por parte de la población. Así, terminaba el primer sitio carlista sobre Bilbao.
Los carlistas, finalmente, hubieron de retirarse y abandonar sus planes, con la consecuente merma moral para las tropas carlistas. No obstante, Bilbao no quedó liberada de la amenaza carlista: la mayor parte de Vizcaya seguía en manos carlistas y al año siguiente, éstos volverían a establecer un nuevo sitio sobre Bilbao, aunque también fracasaría. Pero la imposibilidad de tomar la capital vizcaína no fue lo peor que les ocurrió a los carlistas: la muerte del general Zumalacárregui fue golpe moral para las tropas carlistas aún mayor que el fracaso de Bilbao, y para el pretendiente Carlos supuso la pérdida de su mejor estratega militar. La pérdida de Zumalacárregui, a la larga, sería un duro revés para el Ejército Carlista.
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
SEGUNDO SITIO DE BILBAO 1836
Se denomina segundo sitio de Bilbao (también conocido como sitio de Bilbao de 1836 o simplemente sitio de Bilbao) al conjunto de operaciones militares que se desarrollaron en torno a la ciudad de Bilbao entre el 23 de octubre y el 24 de diciembre de 1836, como parte de la estrategia del Ejército Carlista por intentar conquistar la ciudad por segunda vez (pues ya lo había intentado el año anterior). Durante los enfrentamientos, las tropas isabelinas defendieron la ciudad frente al intento carlista de ocuparla, convencidos éstos de la extrema necesidad de ocupar la capital vizcaína. Después de varios meses de sitio, y en medio de fuertes combates, el segundo intento carlista (y el último durante ésta guerra) por conquistar Bilbao acabó en nuevo fracaso.
La necesidad de los carlistas de ocupar una ciudad importante durante la guerra, a fin de incrementar su prestigio internacional, debilitar la moral de enemigo y aumentar la propia. El General Zumalacárregui era contrario a este plan, y además pretendía ocupar Vitoria, plaza que le parecía más accesible. No obstante, Zumalacárregui obedeció e inició las operaciones militares el 10 de junio de 1835 rodeando la ciudad y dando comienzo el sitio a la ciudad. Durante las operaciones militares, Zumalacárregui recibió un disparo en la pierna que, días más tarde, le causó la muerte. Muerto Zumalacárregui, Espartero y Luis Fernández de Córdova junto a otros jefes y oficiales decidieron el día 30 acudir en auxilio de la ciudad, levantando el cerco el día siguiente sin mayores enfrentamientos. El primer intento carlista por conquistar la gran ciudad vizcaína, se saldaba en un fracaso.
El Estado carlista presentaba a principios del año 1836 «...una insuficiencia económica que amenazaba su propia supervivencia». Juan Bautista Erro, al frente del Ministerio Universal (nombre por el que se conocía al Ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno en la zona Carlista), decidió negociar créditos por valor de un millón de reales en Londres. Ignacio Lardizábal estaba encargado de la negociación pero no logró obtenerlos al no poder ofrecer suficientes garantías. «En esta situación la posesión de una plaza como Bilbao podría constituir el aval necesario para garantizar los empréstitos e inversiones extranjeras».4 Por lo que reunidos en Durango el Pretendiente con los ministros y altos cargos militares, decidieron el 14 de octubre de 1836 poner sitio a Bilbao. Sería el segundo que sufriría esta ciudad durante la Primera Guerra Carlista, evocando una segunda tentativa tras el fracaso del año anterior. A pesar de este fracaso, la situación seguía siendo la misma y si los carlistas querían lograr alguna acción militar decisiva, era fundamental hacerse con el control de las ciudades, especialmente las capitales Vascongadas.
Nazario Eguía, general en jefe del ejército carlista, dio el mando de todas las operaciones de sitio al general Bruno Villarreal, mientras Eguía se encargaría de la defensa de la retaguardia carlista para evitar la llegada de los refuerzos isabelinos. Los días 18 y 19 de octubre, un ingeniero francés al servicio de los carlistas reconoció la plaza de Bilbao, tras lo cual estos comenzaron a trasladar su artillería a diversas alturas que dominan la ciudad, levantando fortines, parapetos y cavando trincheras. Su fuerza estaba compuesta por 17 cañones de grueso calibre, dos morteros, 600 carros de proyectiles huecos y balas rasas, así como 150 de municiones y pertrechos, destinando 15 batallones de infantería para el asalto.
El 23 de octubre, cinco batallones y varias compañías más inician las operaciones, aunque la ciudad no queda totalmente sitiada hasta el 2 de noviembre. No obstante, el traslado que realizaban los carlistas de prácticamente toda su artillería hacia Vizcaya desde el territorio vasco-navarro que dominaban, evidenciaba sus intenciones de sitiar Bilbao, lo que no pasó desapercibido al mando isabelino, por lo que Baldomero Espartero, jefe del ejército del Norte isabelino, había marchado con sus tropas situadas en la frontera sur del Ebro hacia el norte, hallándose en el momento iniciarse el bombardeo de Bilbao en la localidad de Villarcayo, a 60 kilómetros al oeste. Ya dos días antes había enviado parte de su tropa a Santander para que desde allí se dirigiese por mar a Portugalete, localidad situada en la orilla izquierda de la ría del Nervión, a unos 10 kilómetros al norte de Bilbao, y que desembarcó allí el día 26. Las operaciones se desarrollaron con las mismas tácticas que en 1835 y la dirección general de todas las tropas carlistas en Vizcaya la ejerció el general Eguía, que consiguió cerrar el puerto de Bilbao estableciendo un puente de barcas. Mientras tanto, el general Villarreal continuaba intensificando la presión sobre la ciudad. Pero a pesar de eso, la villa no pareció ceder en ningún momento y durante dos meses permaneció sitiada y con una grave falta de alimentos, lo que obligó a los habitantes a buscar la huida a través de la Ría o de poblaciones como Burceña.
No obstante, durante los nueve días iniciales en el que se desarrollaron las maniobras de cerco, los ejércitos isabelinos suministraron material de combate a las fuerzas acantonadas en Bilbao a través del mar, desde Portugalete, con el apoyo de la Legión Auxiliar Británica. La ocupación de Portugalete le era necesaria a Espartero para realizar la campaña de auxilio a la ciudad sitiada, ya que en ese lugar establecería sus cuarteles, depósitos de armas, municiones y víveres, así como hospitales de sangre. Pero Espartero tenía mal aprovisionada su tropa en Villarcayo, él mismo se encontraba enfermo y antes tuvo que aniquilar a las guerrillas carlistas que operaban en la provincia de Burgos y entorpecían el tránsito de los suministros que tenía que recibir. Por todo ello, no pudo iniciar su marcha hasta mediados de noviembre, llegando a Portugalete el día 25 con sus 14 000 soldados.
El 27 de noviembre, Espartero comenzó su avance hacia Bilbao por la orilla izquierda del río Nervión pero fue rechazado con gran pérdida de efectivos, dado que las posiciones carlistas que se le interponían estaban muy bien fortificadas y defendidas con gran valor. El fracaso le hizo ver la dificultad de avanzar y romper el cerco por esta orilla, decidiéndose a realizarlo por la opuesta.
Tras consultar con los jefes de la marina española y la de los dos buques de la Marina Real Británica fondeados en la ría, Espartero se dispuso a construir un puente sobre el río Nervión a la altura de Portugalete, fuera del alcance de la artillería enemiga aunque expuesto por su cercanía a la desembocadura al mar a sufrir la fuerza del oleaje. El puente se construyó «...colocando en línea abarloados 32 lugres, goletas y bergantines que se hallaban en la ría, perfectamente amarrados en la larga extensión de 680 pies, y con sus planchas de cuarteles de unos a otros...» El día 30 ya se hallaba en la orilla derecha gran parte de su ejército, enviando a los defensores de Bilbao con el telégrafo óptico un mensaje que decía: «El ejército del Norte estará hoy entre Algorta y Aspe o alto frente de Portugalete y se dirige por el este a Asúa, y mañana por Archanda a Bilbao».
La Batalla de Luchana
El 1 de diciembre llegaron los isabelinos, formados en tres columnas paralelas, al primer barranco a la altura del puente de Gobelas pero éste había sido cortado, por lo que tuvieron que vadear el riachuelo muy crecido y bajo el fuego de la fusilería carlista. En tanto se realizaban estas disposiciones, arreció el temporal el 5 de diciembre y destrozó el puente que les unía a Portugalete, el cual era la única comunicación con la orilla izquierda desde donde tenían que recibir los víveres y las municiones y poder evacuar sus heridos. Ante ello, renunció Espartero a intentar forzar el paso por Luchana, retiró inmediatamente en barcazas la artillería a la orilla izquierda del Nervión, dando comienzo a la construcción de un nuevo puente para reemplazar al destruido, más al sur y más protegido de los embates del mar pero ahora también bajo el alcance de la artillería de los tres fortines carlistas. El 7 de diciembre por la tarde quedó terminada la nueva obra, comenzando a retirarse a la orilla izquierda las tropas isabelinas pero mientras lo cruzaban, el temporal volvió a partirlo en dos, debiéndose realizar el paso de la fuerza restante empleando lanchas.
El 12 de diciembre Espartero inició la marcha hacia Bilbao por la orilla izquierda pero los temporales habían convertido los caminos en barrizales, quedando atascada la artillería pesada que necesitaba para batir las trincheras enemigas. El mal tiempo y la resistencia de los carlistas obligaron a los isabelinos a desistir nuevamente de su ataque, retirándose el 15 de diciembre, por tercera vez, a Portugalete. El día 17 llegó a Portugalete un refuerzo de tropas y una importante provisión de víveres, dinero y municiones, tras lo cual Espartero se decidió a forzar nuevamente el paso por la orilla derecha. Se comenzó con la construcción de un nuevo puente, facilitando los comandantes de los buques británicos balsas para realizar previamente el paso de la artillería y parte de la caballería a la orilla derecha durante la noche del día 19 y el amanecer del 20, mientras aquel se estaba terminando. Al anochecer, los isabelinos habían emplazado sus piezas de artillería sobre el Asúa, el puente sobre el Nervión quedó concluido y al amanecer el 22 de diciembre comenzó a pasar a la orilla derecha el grueso de la infantería isabelina y la restante caballería. Los Carlistas, por su parte, eran conscientes de la cercanía de los isabelinos aún a pesar de los repetidos fracasos de éstos en el intento por romper el sitio, y por ello decidieron intensificar la presión sobre la villa vizcaína. La situación de la ciudad se había hecho ya preocupante, y sus autoridades se sentían abonadanas, más aún por la presencia del Ejército de Espartero incapaz por lograr romper el dispositivo carlista.
El 24 de diciembre era el día previsto para realizar el ataque definitivo. Espartero se encontraba enfermo, debiendo ceder el mando a su jefe de plana mayor, el general Marcelino Oráa. Las baterías sobre el Azúa y las emplazadas frente a Luchana en la orilla izquierda del Nervión no cesaron de batir las posiciones carlistas. Hacia las cuatro de la tarde embarcaron en la orilla izquierda ocho compañías de cazadores. Los cazadores isabelinos desembarcados consiguieron finalmente desalojar de Luchana a los carlistas, y se logró tender junto al puente derruido uno provisional. Pero la defensa carlista frenó sus sucesivos ataques y, una vez más, se deshizo el puente de barcas sobre el Nervión, se hizo crítica su situación.
El fin del Sitio
A medianoche Espartero fue informado de la situación y, aún sin estar recuperado, recuperó el mando y volvió al campo de batalla. Cuando entre los soldados isabelinos se corrió la voz de que su general se hallaba entre ellos, les hizo retomar con fuerza los ataques y hacia las 04:00 h. del [[25 de diciembre], cuando el temporal empezó a cesar su crudeza, consiguieron apoderarse del fuerte de Banderas, último que conservaban los carlistas (los cuales iniciaron la retirada total de la zona), quedando para las tropas isabelinas libre el paso a Bilbao. Efectivamente, las tropas isabelinas entraron en Bilbao el mismo día 25 de diciembre, recibidas con gran júbilo por los defensores de la ciudad.
Como sucedió en el Primer Sitio, la superioridad carlista en artillería era mayor que la de los defensores pero las defensas de Bilbao habían aumentado aún más desde el año anterior y la guarnición de la ciudad también se había reforzado. Pero su superioridad no evitó que los liberales tuvieran 250 muertos y más de 2000 heridos. En el bando Carlista, las consecuencias fueron aún peores: además de las importantes bajas habidas en el sitio de la ciudad y la lucha con las tropas de Espartero, el fracaso de una segunda tentativa tuvo un efecto demoledor sobre la moral carlista, que por aquellos tiempos se hallaba ya mermada ante el devenir de la guerra para los partidarios de Don Carlos. Entre los sitiadores carlistas «La confusión no tenía límites, las fuerzas vagaban dispersas por el país y a tan lamentable desorden se añadió la de perderse la fuerza moral entre los soldados carlistas... y un rumor de traición circuló entre los que habían creído seguro el triunfo.» La retirada fue desastre, porque las lluvias habían convertido los caminos en un barrizal impracticable, y a consecuencia de esto quedaron abandonados 26 cañones de artillería pesada, además de un gran número de suministros, municiones, etc. José Manuel de Arízaga, auditor general del ejército carlista, dice que la defensa carlista no fue lo suficientemente recia debido a que aquellos días «La mayor parte de nuestras tropas recibieron orden de acantonarse en los pueblos a retaguardia de Bilbao y muy poca fuerza quedaba cubriendo el servicio de la línea que no se consideró pudiera ser atacada.» Para más inri, la nueva derrota convenció a algunos militares carlistas (como el general Maroto) de la imposibilidad de ganar la guerra contra los liberales y, por tanto, se imponía algún tipo de acuerdo con ellos.
Por otra parte, Bilbao se convirtió en un auténtico símbolo de los liberales vascos, auténtico orgullo y emblema de la invicta resistencia liberal frente a los carlistas. La noticia de la batalla y de la liberación no llegó a Vitoria hasta el 29 de diciembre, pero desde allí se propagó velozmente por toda España, dando motivo a que estos hechos fuesen celebrados hasta en los lugares más apartados del país y numerosas localidades dieron nombre de "Luchana" a una de sus calles o plazas.
En el |bando isabelino, en aquel año se habían producido numerosos motines entre las tropas que combatían en el Frente Norte ante la carencia de alimentos, los retrasos en la paga y un malestar general ante el estancamiento de la guerra. En el plano político, se había producido la Sublevación de La Granja, en la que algunos sectores del Ejército isabelino obligaron a la Regente María Cristina a la reinstauración de la Constitución de 1812, lo que había provocado la escisión de algunos militares isabelinos poco identificados con los principios de 1812.
A finales de 1836 el ambiente en la España isabelina no era muy bueno pero esta victoria reforzó extraordinariamente la moral entre el Ejército isabelino y dio un nuevo impulso al estado liberal. Y en lo que se refiere a Espartero, esta victoria fue su impulso decisivo a su posterior carrera política.
Saludos
Se denomina segundo sitio de Bilbao (también conocido como sitio de Bilbao de 1836 o simplemente sitio de Bilbao) al conjunto de operaciones militares que se desarrollaron en torno a la ciudad de Bilbao entre el 23 de octubre y el 24 de diciembre de 1836, como parte de la estrategia del Ejército Carlista por intentar conquistar la ciudad por segunda vez (pues ya lo había intentado el año anterior). Durante los enfrentamientos, las tropas isabelinas defendieron la ciudad frente al intento carlista de ocuparla, convencidos éstos de la extrema necesidad de ocupar la capital vizcaína. Después de varios meses de sitio, y en medio de fuertes combates, el segundo intento carlista (y el último durante ésta guerra) por conquistar Bilbao acabó en nuevo fracaso.
La necesidad de los carlistas de ocupar una ciudad importante durante la guerra, a fin de incrementar su prestigio internacional, debilitar la moral de enemigo y aumentar la propia. El General Zumalacárregui era contrario a este plan, y además pretendía ocupar Vitoria, plaza que le parecía más accesible. No obstante, Zumalacárregui obedeció e inició las operaciones militares el 10 de junio de 1835 rodeando la ciudad y dando comienzo el sitio a la ciudad. Durante las operaciones militares, Zumalacárregui recibió un disparo en la pierna que, días más tarde, le causó la muerte. Muerto Zumalacárregui, Espartero y Luis Fernández de Córdova junto a otros jefes y oficiales decidieron el día 30 acudir en auxilio de la ciudad, levantando el cerco el día siguiente sin mayores enfrentamientos. El primer intento carlista por conquistar la gran ciudad vizcaína, se saldaba en un fracaso.
El Estado carlista presentaba a principios del año 1836 «...una insuficiencia económica que amenazaba su propia supervivencia». Juan Bautista Erro, al frente del Ministerio Universal (nombre por el que se conocía al Ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno en la zona Carlista), decidió negociar créditos por valor de un millón de reales en Londres. Ignacio Lardizábal estaba encargado de la negociación pero no logró obtenerlos al no poder ofrecer suficientes garantías. «En esta situación la posesión de una plaza como Bilbao podría constituir el aval necesario para garantizar los empréstitos e inversiones extranjeras».4 Por lo que reunidos en Durango el Pretendiente con los ministros y altos cargos militares, decidieron el 14 de octubre de 1836 poner sitio a Bilbao. Sería el segundo que sufriría esta ciudad durante la Primera Guerra Carlista, evocando una segunda tentativa tras el fracaso del año anterior. A pesar de este fracaso, la situación seguía siendo la misma y si los carlistas querían lograr alguna acción militar decisiva, era fundamental hacerse con el control de las ciudades, especialmente las capitales Vascongadas.
Nazario Eguía, general en jefe del ejército carlista, dio el mando de todas las operaciones de sitio al general Bruno Villarreal, mientras Eguía se encargaría de la defensa de la retaguardia carlista para evitar la llegada de los refuerzos isabelinos. Los días 18 y 19 de octubre, un ingeniero francés al servicio de los carlistas reconoció la plaza de Bilbao, tras lo cual estos comenzaron a trasladar su artillería a diversas alturas que dominan la ciudad, levantando fortines, parapetos y cavando trincheras. Su fuerza estaba compuesta por 17 cañones de grueso calibre, dos morteros, 600 carros de proyectiles huecos y balas rasas, así como 150 de municiones y pertrechos, destinando 15 batallones de infantería para el asalto.
El 23 de octubre, cinco batallones y varias compañías más inician las operaciones, aunque la ciudad no queda totalmente sitiada hasta el 2 de noviembre. No obstante, el traslado que realizaban los carlistas de prácticamente toda su artillería hacia Vizcaya desde el territorio vasco-navarro que dominaban, evidenciaba sus intenciones de sitiar Bilbao, lo que no pasó desapercibido al mando isabelino, por lo que Baldomero Espartero, jefe del ejército del Norte isabelino, había marchado con sus tropas situadas en la frontera sur del Ebro hacia el norte, hallándose en el momento iniciarse el bombardeo de Bilbao en la localidad de Villarcayo, a 60 kilómetros al oeste. Ya dos días antes había enviado parte de su tropa a Santander para que desde allí se dirigiese por mar a Portugalete, localidad situada en la orilla izquierda de la ría del Nervión, a unos 10 kilómetros al norte de Bilbao, y que desembarcó allí el día 26. Las operaciones se desarrollaron con las mismas tácticas que en 1835 y la dirección general de todas las tropas carlistas en Vizcaya la ejerció el general Eguía, que consiguió cerrar el puerto de Bilbao estableciendo un puente de barcas. Mientras tanto, el general Villarreal continuaba intensificando la presión sobre la ciudad. Pero a pesar de eso, la villa no pareció ceder en ningún momento y durante dos meses permaneció sitiada y con una grave falta de alimentos, lo que obligó a los habitantes a buscar la huida a través de la Ría o de poblaciones como Burceña.
No obstante, durante los nueve días iniciales en el que se desarrollaron las maniobras de cerco, los ejércitos isabelinos suministraron material de combate a las fuerzas acantonadas en Bilbao a través del mar, desde Portugalete, con el apoyo de la Legión Auxiliar Británica. La ocupación de Portugalete le era necesaria a Espartero para realizar la campaña de auxilio a la ciudad sitiada, ya que en ese lugar establecería sus cuarteles, depósitos de armas, municiones y víveres, así como hospitales de sangre. Pero Espartero tenía mal aprovisionada su tropa en Villarcayo, él mismo se encontraba enfermo y antes tuvo que aniquilar a las guerrillas carlistas que operaban en la provincia de Burgos y entorpecían el tránsito de los suministros que tenía que recibir. Por todo ello, no pudo iniciar su marcha hasta mediados de noviembre, llegando a Portugalete el día 25 con sus 14 000 soldados.
El 27 de noviembre, Espartero comenzó su avance hacia Bilbao por la orilla izquierda del río Nervión pero fue rechazado con gran pérdida de efectivos, dado que las posiciones carlistas que se le interponían estaban muy bien fortificadas y defendidas con gran valor. El fracaso le hizo ver la dificultad de avanzar y romper el cerco por esta orilla, decidiéndose a realizarlo por la opuesta.
Tras consultar con los jefes de la marina española y la de los dos buques de la Marina Real Británica fondeados en la ría, Espartero se dispuso a construir un puente sobre el río Nervión a la altura de Portugalete, fuera del alcance de la artillería enemiga aunque expuesto por su cercanía a la desembocadura al mar a sufrir la fuerza del oleaje. El puente se construyó «...colocando en línea abarloados 32 lugres, goletas y bergantines que se hallaban en la ría, perfectamente amarrados en la larga extensión de 680 pies, y con sus planchas de cuarteles de unos a otros...» El día 30 ya se hallaba en la orilla derecha gran parte de su ejército, enviando a los defensores de Bilbao con el telégrafo óptico un mensaje que decía: «El ejército del Norte estará hoy entre Algorta y Aspe o alto frente de Portugalete y se dirige por el este a Asúa, y mañana por Archanda a Bilbao».
La Batalla de Luchana
El 1 de diciembre llegaron los isabelinos, formados en tres columnas paralelas, al primer barranco a la altura del puente de Gobelas pero éste había sido cortado, por lo que tuvieron que vadear el riachuelo muy crecido y bajo el fuego de la fusilería carlista. En tanto se realizaban estas disposiciones, arreció el temporal el 5 de diciembre y destrozó el puente que les unía a Portugalete, el cual era la única comunicación con la orilla izquierda desde donde tenían que recibir los víveres y las municiones y poder evacuar sus heridos. Ante ello, renunció Espartero a intentar forzar el paso por Luchana, retiró inmediatamente en barcazas la artillería a la orilla izquierda del Nervión, dando comienzo a la construcción de un nuevo puente para reemplazar al destruido, más al sur y más protegido de los embates del mar pero ahora también bajo el alcance de la artillería de los tres fortines carlistas. El 7 de diciembre por la tarde quedó terminada la nueva obra, comenzando a retirarse a la orilla izquierda las tropas isabelinas pero mientras lo cruzaban, el temporal volvió a partirlo en dos, debiéndose realizar el paso de la fuerza restante empleando lanchas.
El 12 de diciembre Espartero inició la marcha hacia Bilbao por la orilla izquierda pero los temporales habían convertido los caminos en barrizales, quedando atascada la artillería pesada que necesitaba para batir las trincheras enemigas. El mal tiempo y la resistencia de los carlistas obligaron a los isabelinos a desistir nuevamente de su ataque, retirándose el 15 de diciembre, por tercera vez, a Portugalete. El día 17 llegó a Portugalete un refuerzo de tropas y una importante provisión de víveres, dinero y municiones, tras lo cual Espartero se decidió a forzar nuevamente el paso por la orilla derecha. Se comenzó con la construcción de un nuevo puente, facilitando los comandantes de los buques británicos balsas para realizar previamente el paso de la artillería y parte de la caballería a la orilla derecha durante la noche del día 19 y el amanecer del 20, mientras aquel se estaba terminando. Al anochecer, los isabelinos habían emplazado sus piezas de artillería sobre el Asúa, el puente sobre el Nervión quedó concluido y al amanecer el 22 de diciembre comenzó a pasar a la orilla derecha el grueso de la infantería isabelina y la restante caballería. Los Carlistas, por su parte, eran conscientes de la cercanía de los isabelinos aún a pesar de los repetidos fracasos de éstos en el intento por romper el sitio, y por ello decidieron intensificar la presión sobre la villa vizcaína. La situación de la ciudad se había hecho ya preocupante, y sus autoridades se sentían abonadanas, más aún por la presencia del Ejército de Espartero incapaz por lograr romper el dispositivo carlista.
El 24 de diciembre era el día previsto para realizar el ataque definitivo. Espartero se encontraba enfermo, debiendo ceder el mando a su jefe de plana mayor, el general Marcelino Oráa. Las baterías sobre el Azúa y las emplazadas frente a Luchana en la orilla izquierda del Nervión no cesaron de batir las posiciones carlistas. Hacia las cuatro de la tarde embarcaron en la orilla izquierda ocho compañías de cazadores. Los cazadores isabelinos desembarcados consiguieron finalmente desalojar de Luchana a los carlistas, y se logró tender junto al puente derruido uno provisional. Pero la defensa carlista frenó sus sucesivos ataques y, una vez más, se deshizo el puente de barcas sobre el Nervión, se hizo crítica su situación.
El fin del Sitio
A medianoche Espartero fue informado de la situación y, aún sin estar recuperado, recuperó el mando y volvió al campo de batalla. Cuando entre los soldados isabelinos se corrió la voz de que su general se hallaba entre ellos, les hizo retomar con fuerza los ataques y hacia las 04:00 h. del [[25 de diciembre], cuando el temporal empezó a cesar su crudeza, consiguieron apoderarse del fuerte de Banderas, último que conservaban los carlistas (los cuales iniciaron la retirada total de la zona), quedando para las tropas isabelinas libre el paso a Bilbao. Efectivamente, las tropas isabelinas entraron en Bilbao el mismo día 25 de diciembre, recibidas con gran júbilo por los defensores de la ciudad.
Como sucedió en el Primer Sitio, la superioridad carlista en artillería era mayor que la de los defensores pero las defensas de Bilbao habían aumentado aún más desde el año anterior y la guarnición de la ciudad también se había reforzado. Pero su superioridad no evitó que los liberales tuvieran 250 muertos y más de 2000 heridos. En el bando Carlista, las consecuencias fueron aún peores: además de las importantes bajas habidas en el sitio de la ciudad y la lucha con las tropas de Espartero, el fracaso de una segunda tentativa tuvo un efecto demoledor sobre la moral carlista, que por aquellos tiempos se hallaba ya mermada ante el devenir de la guerra para los partidarios de Don Carlos. Entre los sitiadores carlistas «La confusión no tenía límites, las fuerzas vagaban dispersas por el país y a tan lamentable desorden se añadió la de perderse la fuerza moral entre los soldados carlistas... y un rumor de traición circuló entre los que habían creído seguro el triunfo.» La retirada fue desastre, porque las lluvias habían convertido los caminos en un barrizal impracticable, y a consecuencia de esto quedaron abandonados 26 cañones de artillería pesada, además de un gran número de suministros, municiones, etc. José Manuel de Arízaga, auditor general del ejército carlista, dice que la defensa carlista no fue lo suficientemente recia debido a que aquellos días «La mayor parte de nuestras tropas recibieron orden de acantonarse en los pueblos a retaguardia de Bilbao y muy poca fuerza quedaba cubriendo el servicio de la línea que no se consideró pudiera ser atacada.» Para más inri, la nueva derrota convenció a algunos militares carlistas (como el general Maroto) de la imposibilidad de ganar la guerra contra los liberales y, por tanto, se imponía algún tipo de acuerdo con ellos.
Por otra parte, Bilbao se convirtió en un auténtico símbolo de los liberales vascos, auténtico orgullo y emblema de la invicta resistencia liberal frente a los carlistas. La noticia de la batalla y de la liberación no llegó a Vitoria hasta el 29 de diciembre, pero desde allí se propagó velozmente por toda España, dando motivo a que estos hechos fuesen celebrados hasta en los lugares más apartados del país y numerosas localidades dieron nombre de "Luchana" a una de sus calles o plazas.
En el |bando isabelino, en aquel año se habían producido numerosos motines entre las tropas que combatían en el Frente Norte ante la carencia de alimentos, los retrasos en la paga y un malestar general ante el estancamiento de la guerra. En el plano político, se había producido la Sublevación de La Granja, en la que algunos sectores del Ejército isabelino obligaron a la Regente María Cristina a la reinstauración de la Constitución de 1812, lo que había provocado la escisión de algunos militares isabelinos poco identificados con los principios de 1812.
A finales de 1836 el ambiente en la España isabelina no era muy bueno pero esta victoria reforzó extraordinariamente la moral entre el Ejército isabelino y dio un nuevo impulso al estado liberal. Y en lo que se refiere a Espartero, esta victoria fue su impulso decisivo a su posterior carrera política.
Saludos
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
LA CINCOMARZADA
La cincomarzada fue un fallido ataque carlista a Zaragoza que tuvo lugar el 5 de marzo de 1838 y que pretendió ser una toma fácil de la ciudad debido al escaso número de tropas que la guarnecían. Hoy se celebra cada año como fiesta popular en Zaragoza, conmemorando el heroico comportamiento de los zaragozanos durante esta batalla de la Primera Guerra Carlista, en un parque con comida y bebida traída por los propios ciudadanos y amenizada con música y juegos. Durante muchos años se celebró en el parque del Tío Jorge y durante unos años de diáspora por distintos parques de la ciudad, en el año 2014 volvió a su emplazamiento original de dicho parque.
Trasfondo
La ciudad de Zaragoza constituía una magnífica posición estratégica, fuertemente protegida por una importante guarnición isabelina. Ante la supuesta lejanía de las tropas carlistas, gran parte de la guarnición fue empleada para reforzar en el mes de febrero de 1838 un ejército que había de cerrar el paso hacia el Maestrazgo a la expedición de Basilio García que, abandonando Navarra con intención de unirse a Cabrera, había sido desviada hacía La Mancha en enero y se suponía que desde allí había de realizar un nuevo intento de aproximación. La noticia de la prácticamente nula guarnición que restaba en Zaragoza llegó a Cabrera, que envió a Juan Cabañero y Esponera a asaltar la ciudad con dos mil ochocientos infantes y trescientos hombres de caballería, no con el ánimo de ocuparla, ya que estas tropas eran insuficientes para defenderla posteriormente, sino únicamente para saquearla.
La batalla
La noche del 5 de marzo de 1838 las tropas de Juan Cabañero consiguieron a duras penas ocupar parte de la ciudad ante la fiera resistencia de sus habitantes, que respondieron al ataque armados con cuchillos, utensilios de cocina y agricultura, armas de caza y aceite y agua hirviendo. Ante la noticia de que se acercaba volviendo a sus cuarteles la tropa isabelina y dado que no conseguían tomar la ciudad en su totalidad, los carlistas abandonaron inmediatamente la ciudad. Tras el fracaso carlista, se añadió al escudo de la ciudad la titulación de "Siempre Heroica" y se le dio el nombre de "Cinco de Marzo" a una calle.
Curiosidades
Se cuenta que Cabañero, nada más ocupar la ciudad, entró en una chocolatería y pidió un tazón de chocolate caliente pero tuvo que huir sin haberlo probado. En 1840, unido tras el Convenio de Oñate a Espartero, entró en Zaragoza formando parte de las tropas isabelinas que habían de combatir a Cabrera. Los zaragozanos, al verlo desfilar por sus calles, le gritaban: «¡Cabañero, que se te ha enfriado el chocolate!».
Durante la dictadura de Francisco Franco, la calle fue cambiada de nombre y pasó a llamarse "Requeté Aragonés" ("requeté" es el nombre de los soldados carlistas). Tras la muerte de Francisco Franco, en 1975, se recuperó la denominación original.
Saludos
La cincomarzada fue un fallido ataque carlista a Zaragoza que tuvo lugar el 5 de marzo de 1838 y que pretendió ser una toma fácil de la ciudad debido al escaso número de tropas que la guarnecían. Hoy se celebra cada año como fiesta popular en Zaragoza, conmemorando el heroico comportamiento de los zaragozanos durante esta batalla de la Primera Guerra Carlista, en un parque con comida y bebida traída por los propios ciudadanos y amenizada con música y juegos. Durante muchos años se celebró en el parque del Tío Jorge y durante unos años de diáspora por distintos parques de la ciudad, en el año 2014 volvió a su emplazamiento original de dicho parque.
Trasfondo
La ciudad de Zaragoza constituía una magnífica posición estratégica, fuertemente protegida por una importante guarnición isabelina. Ante la supuesta lejanía de las tropas carlistas, gran parte de la guarnición fue empleada para reforzar en el mes de febrero de 1838 un ejército que había de cerrar el paso hacia el Maestrazgo a la expedición de Basilio García que, abandonando Navarra con intención de unirse a Cabrera, había sido desviada hacía La Mancha en enero y se suponía que desde allí había de realizar un nuevo intento de aproximación. La noticia de la prácticamente nula guarnición que restaba en Zaragoza llegó a Cabrera, que envió a Juan Cabañero y Esponera a asaltar la ciudad con dos mil ochocientos infantes y trescientos hombres de caballería, no con el ánimo de ocuparla, ya que estas tropas eran insuficientes para defenderla posteriormente, sino únicamente para saquearla.
La batalla
La noche del 5 de marzo de 1838 las tropas de Juan Cabañero consiguieron a duras penas ocupar parte de la ciudad ante la fiera resistencia de sus habitantes, que respondieron al ataque armados con cuchillos, utensilios de cocina y agricultura, armas de caza y aceite y agua hirviendo. Ante la noticia de que se acercaba volviendo a sus cuarteles la tropa isabelina y dado que no conseguían tomar la ciudad en su totalidad, los carlistas abandonaron inmediatamente la ciudad. Tras el fracaso carlista, se añadió al escudo de la ciudad la titulación de "Siempre Heroica" y se le dio el nombre de "Cinco de Marzo" a una calle.
Curiosidades
Se cuenta que Cabañero, nada más ocupar la ciudad, entró en una chocolatería y pidió un tazón de chocolate caliente pero tuvo que huir sin haberlo probado. En 1840, unido tras el Convenio de Oñate a Espartero, entró en Zaragoza formando parte de las tropas isabelinas que habían de combatir a Cabrera. Los zaragozanos, al verlo desfilar por sus calles, le gritaban: «¡Cabañero, que se te ha enfriado el chocolate!».
Durante la dictadura de Francisco Franco, la calle fue cambiada de nombre y pasó a llamarse "Requeté Aragonés" ("requeté" es el nombre de los soldados carlistas). Tras la muerte de Francisco Franco, en 1975, se recuperó la denominación original.
Saludos
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
BATALLA DE LUCHANA
Se conoce como batalla de Luchana a los combates que durante la Primera Guerra Carlista tuvieron lugar durante los días 1 al 25 de diciembre de 1836 en la que el ejército isabelino, partiendo desde su base en Portugalete, consiguió arrollar a las fuerzas carlistas que asediaban Bilbao desde el 25 de octubre.
El Estado carlista presentaba a principios del año 1836 «...una insuficiencia económica que amenazaba su propia supervivencia». Juan Bautista Erro, al frente del Ministerio Universal, decidió negociar créditos por valor de un millón de reales en Londres.
Ignacio Lardizábal estaba encargado de la negociación pero no logró obtenerlos al no poder ofrecer suficientes garantías. «En esta situación la posesión de una plaza como Bilbao podría constituir el aval necesario para garantizar los empréstitos e inversiones extranjeras». Por lo que reunidos en Durango el Pretendiente con los ministros y altos cargos militares, decidieron el 14 de octubre de 1836 poner sitio a Bilbao. Sería el segundo que sufriría esta ciudad durante la Primera Guerra Carlista.
Nazario Eguía, general en jefe del ejército carlista, dio el mando para realizar el sitio a Bruno Villarreal. Los días 18 y 19 de octubre, un ingeniero francés al servicio de los carlistas reconoció la plaza de Bilbao, tras lo cual estos comenzaron a trasladar su artillería a diversas alturas que dominan la ciudad, levantando fortines, parapetos y cavando trincheras. Su fuerza estaba compuesta por 17 cañones de grueso calibre, dos morteros, 600 carros de proyectiles huecos y balas rasas, así como 150 de municiones y pertrechos, destinando 15 batallones de infantería para el asalto.3
El traslado que realizaban los carlistas de prácticamente toda su artillería hacia Vizcaya desde el territorio vasco-navarro que dominaban, evidenciaba sus intenciones de sitiar Bilbao, lo que no pasó desapercibido al mando isabelino, por lo que Baldomero Espartero, jefe del ejército del Norte, había marchado con sus tropas situadas en la frontera sur del Ebro hacia el norte, hallándose al iniciarse el bombardeo de Bilbao en Villarcayo, a 60 kilómetros al oeste. Ya dos días antes había enviado parte de su tropa a Santander para que desde allí se dirigiese por mar a Portugalete, localidad situada en la orilla izquierda de la ría del Nervión, a unos 10 kilómetros al norte de Bilbao, y que desembarcó allí el día 26.
La ocupación de Portugalete le era necesaria a Espartero para realizar la campaña de auxilio a la ciudad sitiada, ya que en ese lugar establecería sus cuarteles, depósitos de armas, municiones y víveres, así como hospitales de sangre. Pero Espartero tenía mal aprovisionada su tropa en Villarcayo, se encontraba enfermo y tuvo que aniquilar antes las guerrillas carlistas que operaban en la provincia de Burgos y entorpecían el tránsito de los suministros que tenía que recibir. Por todo ello, no pudo iniciar su marcha hasta mediados de noviembre, llegando a Portugalete el día 25 con sus 14.000 soldados. Dos días después comenzó su avance hacia Bilbao por la orilla izquierda del río pero fue rechazado con gran pérdida de efectivos, dado que las posiciones carlistas que se le interponían estaban muy bien fortificadas y defendidas con gran valor. El fracaso le hizo ver la dificultad de avanzar y romper el cerco por esta orilla, decidiéndose a realizarlo por la opuesta.
Tras consultar con los jefes de la marina española y la de los dos buques de guerra británicos fondeados en la ría, se dispuso a construir un puente sobre el Nervión a la altura de Portugalete, fuera del alcance de la artillería enemiga aunque expuesto por su cercanía a la desembocadura al mar a sufrir la fuerza del oleaje. El puente se construyó «...colocando en línea abarloados 32 lugres, goletas y bergantines que se hallaban en la ría, perfectamente amarrados en la larga extensión de 680 pies, y con sus planchas de cuarteles de unos a otros...»5 El día 30 ya se hallaba en la orilla derecha gran parte de su ejército, enviando a los defensores de Bilbao con el telégrafo óptico un mensaje que decía: «El ejército del Norte estará hoy entre Algorta y Aspe o alto frente de Portugalete y se dirige por el E. a Asúa, y mañana por Archanda a Bilbao».
Pero el avance no tuvo lugar con la rapidez que había previsto, entablándose la más larga batalla de esta guerra.
Batalla
En el trecho que se extiende entre el lugar de su desembarco y Bilbao se abren dos barrancos en la cadena montañosa de la margen derecha del Nervión, bajando perpendiculares al río. En sus cauces fluía mucha agua dadas las fuertes lluvias de los últimos días. El día 1 llegaron los isabelinos, formados en tres columnas paralelas, al primer barranco a la altura del puente de Gobelas pero éste había sido cortado, por lo que tuvieron que vadear el riachuelo muy crecido y bajo el fuego de la fusilería carlista. Continuaron avanzando hacia la parte alta del siguiente barranco hasta el puente de Azúa. También éste estaba inutilizado y los carlistas habían establecido los tres fortines artillados de Cabras, San Pablo y Banderas situados en cerros de la estribación sur del barranco. Este barranco era «...el foso del campo enemigo.» Los emplazamientos carlistas cubrían perfectamente el barranco desde Azúa hasta el Nervión, sometiendo a los isabelinos a un intenso fuego. Llegando la noche, Espartero desistió de su intento de franquearse el paso por Azúa y decidió realizarlo al día siguiente por Luchana, lugar situado en la parte baja del barranco, junto al Nervión. Como también allí habían inutilizado el puente los carlistas, proyectaba construir en este lugar un puente de pontones, levantando antes baterías en las alturas de su orilla para contrarrestar el fuego de las enemigas.
En tanto se realizaban estas disposiciones, arreció el temporal el día 5 y destrozó el puente que les unía a Portugalete, el cual era la única comunicación con la orilla izquierda desde donde tenían que recibir los víveres y las municiones y poder evacuar sus heridos. Ante ello, renunció Espartero a intentar forzar el paso por Luchana, retiró inmediatamente en barcazas la artillería a la orilla izquierda del Nervión, dando comienzo a la construcción de un nuevo puente para reemplazar al destruido, más al sur y más protegido de los embates del mar pero ahora también bajo el alcance de la artillería de los tres fortines carlistas. El día 7 por la tarde quedó terminada la nueva obra, comenzando a retirarse a la orilla izquierda las tropas isabelinas pero mientras lo cruzaban, el temporal volvió a partirlo en dos, debiéndose realizar el paso de la fuerza restante empleando lanchas.
Villarreal pensó que Espartero volvería a intentar nuevamente el avance por la orilla izquierda desde Portugalete, por lo que también trasladó parte importante de su tropa a la misma orilla para hacerle frente.
El día 12 inició Espartero efectivamente la marcha hacia Bilbao por la orilla izquierda pero los temporales habían convertido los caminos en barrizales, quedando atascada la artillería pesada que necesitaba para batir las trincheras enemigas. El mal tiempo y el ardor defensivo de los carlistas obligaron a los isabelinos a desistir nuevamente de su ataque, retirándose el día 15 por tercera vez a Portugalete. Ahora «...el estado de las tropas de Espartero no era en verdad el más lisonjero, pues que faltos de artillería, de municiones, de víveres, y un tanto mohínos por las tan repetidas retiradas, se advertía cierto oculto disgusto que podía acrecerse de un modo inconveniente, a no acudirse al remedio de las faltas que se experimentaban.» Ante esta situación, Espartero dio al día siguiente una orden general que fue leída a sus tropas por los oficiales. En ella decía: «Soldados: Vuestra conservación para los gloriosos hechos que os esperan me decidió ayer a retroceder sobre este punto. El fuerte temporal de aguas no teniendo techado en que guareceros, aunque insuficiente para apagar vuestros ardimientos, habría inutilizado las municiones con que debéis batir al enemigo. Aquí tenéis la causa del retroceso. No, de ninguna manera no, abandonar la grande obra de salvar Bilbao...os ofrecí conduciros a la victoria cuando me encargué del mando y pereceré antes que privaros del triunfo. Empero la empresa que vamos a acometer es ardua y solo el conocimiento de vuestro valor me decidió a acometerla...y cuando volváis a salir de los cantones, espero no tornaréis a ellos sin que la guarnición de Bilbao haya estrechado en sus brazos a sus libertadores...»
El día 17 llegó a Portugalete un refuerzo de tropas y una importante provisión de víveres, dinero y municiones, tras lo cual Espartero se decidió a forzar nuevamente el paso por la orilla derecha. Se comenzó con la construcción de un nuevo puente, facilitando los comandantes de los buques británicos balsas para realizar previamente el paso de la artillería y parte de la caballería a la orilla derecha durante la noche del día 19 y el amanecer del 20, mientras aquel se estaba terminando. Para distraer el fuego carlista, la goleta isabelina Isabel II y la cañonera San José se situaron el día 21 frente a Luchana y bombardearon el fortín de la Casa de la Pólvora situado al sur del puente de este lugar aunque ambos buques fueron pronto dañados y tuvieron que ponerse fuera del alcance de los cañones enemigos. Al anochecer, los isabelinos habían emplazado sus piezas de artillería sobre el Azúa, el puente sobre el Nervión quedó concluido y al amanecer el día 22 comenzó a pasar a la orilla derecha el grueso de la infantería isabelina y la restante caballería. También se fortificó el lugar donde el puente de embarcaciones arrancaba en la orilla izquierda, ocupándolo tres batallones de infantería en previsión de que Villarreal ordenase un ataque sobre él por esa orilla. Al día siguiente, día 23, se realizó un nuevo ataque marino, formado por unas 20 cañoneras y trincaduras, abriendo fuego frente a Luchana, vivamente contestado por los carlistas. El mal tiempo impidió que los fuegos intercambiados produjesen graves daños.
Amaneció el día 24 previsto para realizar el ataque definitivo. El temporal azotaba la ría y Espartero despertó enfermo, debiendo ceder el mando a su jefe de plana mayor, el general Marcelino Oráa. Las baterías sobre el Azúa y las emplazadas frente a Luchana en la orilla izquierda del Nervión no cesaron de batir las posiciones carlistas. Hacia las cuatro de la tarde embarcaron en la orilla izquierda ocho compañías de cazadores en unas 30 pequeñas embarcaciones, la mayor parte de ellas traídas de Laredo y Castro Urdiales. «El fin de la empresa era saltar a la orilla ocupada por los enemigos, apoderarse de sus obras y proteger la rehabilitación del puente de Luchana...En el mismo momento de dar principio a la ejecución se pronunció de una manera espantosa el temporal que ya reinaba...Allí, en aquella terrible travesía, trasportados en medio de una nube, pues solo agua, granizo y escarcha los rodeaba por todas partes, hacían resonar los vivas y aclamaciones, precursoras de la victoria.» Las cañoneras y trincaduras cubrían los flancos de las fuerzas de desembarco y los cazadores consiguieron saltar a tierra. Los carlistas en Luchana, aunque sorprendidos por el imprevisto ataque, defendieron con gran valor sus posiciones, lo que «...dio lugar a que se trabase una contienda singular, la más extraña quizá, la más sorprendente...Furiosamente alternaba el estampido del cañón con los violentos mugidos del huracán embravecido, mezclábase el proyectil del fusil con el que en forma de granizo y con no menor violencia arrojaban las nubes, y en medio de una oscuridad casi completa, la luz de los fogonazos daba un color siniestro a la nieve que cubría todos los objetos.»
Los cazadores isabelinos desembarcados consiguieron finalmente desalojar de Luchana a sus enemigos, se tendió junto al puente derruido uno provisional y el ejército de la orilla norte del Azúa repasó el barranco, se encaramó por las laderas del sur del mismo y comenzó a asaltar los fortines de Cabras, San Pablo y Banderas. Pero la bravura de la defensa carlista frenó sus sucesivos ataques y habiendo sido deshecho nuevamente el puente de barcas sobre el Nervión, se hizo crítica su situación. «El temporal aumentaba los embarazos del ejército cristino, cuyo puente de comunicación con Portugalete había desaparecido ante la bravura del mar; la nieve y el agua caía sin cesar; el viento arremolinaba las nieves y jamás ejército alguno estuvo en situación más crítica que el de la Reina, hambriento, desnudo y acampado al norte de la ría» (sic, quiere decir "ciudad").15 A medianoche se informó de estas circunstancias a Espartero que abandonó su lecho y logrando en una lancha pasar a la otra orilla, montó en un caballo y recorrió el campo de batalla. Cuando entre los soldados isabelinos se corrió la voz de que su general se hallaba entre ellos, les hizo retomar con fuerza los ataques y hacia las cuatro de la madrugada del día 25, cuando el temporal cesaba un tanto en su crudeza, consiguieron apoderarse del fuerte de Banderas, último que conservaban los carlistas, los cuales iniciaron la retirada, quedando para las tropas isabelinas libre el paso a Bilbao y finalizada la batalla.
Las tropas isabelinas entraron en Bilbao el mismo día 25 de diciembre, recibidas con gran júbilo por los defensores de la ciudad. Entre los sitiadores carlistas «La confusión no tenía límites, las fuerzas vagaban dispersas por el país y a tan lamentable desorden se añadió la de perderse la fuerza moral entre los soldados carlistas... y un rumor de traición circuló entre los que habían creído seguro el triunfo.» José Manuel de Arízaga, auditor general del ejército carlista, dice que la defensa carlista no fue lo suficientemente recia debido a que aquellos días «La mayor parte de nuestras tropas recibieron orden de acantonarse en los pueblos a retaguardia de Bilbao y muy poca fuerza quedaba cubriendo el servicio de la línea que no se consideró pudiera ser atacada.»
La noticia de la batalla y de la liberación no llegó a Vitoria hasta el día 29 pero desde allí se propagó velozmente por todo España, dando motivo a que estos hechos fuesen celebrados hasta en los lugares más apartados del país y numerosas localidades dieron nombre de "Luchana" a una de sus calles o plazas.
Espartero recibió el título "Conde de Luchana" mientras que Eguía y Villarreal perdieron sus mandos.
Ni Eguía ni Villarreal dejaron testimonio escrito sobre los motivos que tuvieron para no utilizar la agilidad de movimientos de sus batallones, lo que les caracterizaba precisamente, para avanzar desde Bilbao y aniquilar en Portugalete la vanguardia de Espartero que allí había desembarcado el 26 de noviembre. Ni por qué no realizaron un ataque sobre esta localidad el día 5 de diciembre o siguiente, cuando el temporal había inutilizado el puente de barcas sobre el Nervión y había dejado a Espartero aislado en la orilla derecha.
Saludos
Se conoce como batalla de Luchana a los combates que durante la Primera Guerra Carlista tuvieron lugar durante los días 1 al 25 de diciembre de 1836 en la que el ejército isabelino, partiendo desde su base en Portugalete, consiguió arrollar a las fuerzas carlistas que asediaban Bilbao desde el 25 de octubre.
El Estado carlista presentaba a principios del año 1836 «...una insuficiencia económica que amenazaba su propia supervivencia». Juan Bautista Erro, al frente del Ministerio Universal, decidió negociar créditos por valor de un millón de reales en Londres.
Ignacio Lardizábal estaba encargado de la negociación pero no logró obtenerlos al no poder ofrecer suficientes garantías. «En esta situación la posesión de una plaza como Bilbao podría constituir el aval necesario para garantizar los empréstitos e inversiones extranjeras». Por lo que reunidos en Durango el Pretendiente con los ministros y altos cargos militares, decidieron el 14 de octubre de 1836 poner sitio a Bilbao. Sería el segundo que sufriría esta ciudad durante la Primera Guerra Carlista.
Nazario Eguía, general en jefe del ejército carlista, dio el mando para realizar el sitio a Bruno Villarreal. Los días 18 y 19 de octubre, un ingeniero francés al servicio de los carlistas reconoció la plaza de Bilbao, tras lo cual estos comenzaron a trasladar su artillería a diversas alturas que dominan la ciudad, levantando fortines, parapetos y cavando trincheras. Su fuerza estaba compuesta por 17 cañones de grueso calibre, dos morteros, 600 carros de proyectiles huecos y balas rasas, así como 150 de municiones y pertrechos, destinando 15 batallones de infantería para el asalto.3
El traslado que realizaban los carlistas de prácticamente toda su artillería hacia Vizcaya desde el territorio vasco-navarro que dominaban, evidenciaba sus intenciones de sitiar Bilbao, lo que no pasó desapercibido al mando isabelino, por lo que Baldomero Espartero, jefe del ejército del Norte, había marchado con sus tropas situadas en la frontera sur del Ebro hacia el norte, hallándose al iniciarse el bombardeo de Bilbao en Villarcayo, a 60 kilómetros al oeste. Ya dos días antes había enviado parte de su tropa a Santander para que desde allí se dirigiese por mar a Portugalete, localidad situada en la orilla izquierda de la ría del Nervión, a unos 10 kilómetros al norte de Bilbao, y que desembarcó allí el día 26.
La ocupación de Portugalete le era necesaria a Espartero para realizar la campaña de auxilio a la ciudad sitiada, ya que en ese lugar establecería sus cuarteles, depósitos de armas, municiones y víveres, así como hospitales de sangre. Pero Espartero tenía mal aprovisionada su tropa en Villarcayo, se encontraba enfermo y tuvo que aniquilar antes las guerrillas carlistas que operaban en la provincia de Burgos y entorpecían el tránsito de los suministros que tenía que recibir. Por todo ello, no pudo iniciar su marcha hasta mediados de noviembre, llegando a Portugalete el día 25 con sus 14.000 soldados. Dos días después comenzó su avance hacia Bilbao por la orilla izquierda del río pero fue rechazado con gran pérdida de efectivos, dado que las posiciones carlistas que se le interponían estaban muy bien fortificadas y defendidas con gran valor. El fracaso le hizo ver la dificultad de avanzar y romper el cerco por esta orilla, decidiéndose a realizarlo por la opuesta.
Tras consultar con los jefes de la marina española y la de los dos buques de guerra británicos fondeados en la ría, se dispuso a construir un puente sobre el Nervión a la altura de Portugalete, fuera del alcance de la artillería enemiga aunque expuesto por su cercanía a la desembocadura al mar a sufrir la fuerza del oleaje. El puente se construyó «...colocando en línea abarloados 32 lugres, goletas y bergantines que se hallaban en la ría, perfectamente amarrados en la larga extensión de 680 pies, y con sus planchas de cuarteles de unos a otros...»5 El día 30 ya se hallaba en la orilla derecha gran parte de su ejército, enviando a los defensores de Bilbao con el telégrafo óptico un mensaje que decía: «El ejército del Norte estará hoy entre Algorta y Aspe o alto frente de Portugalete y se dirige por el E. a Asúa, y mañana por Archanda a Bilbao».
Pero el avance no tuvo lugar con la rapidez que había previsto, entablándose la más larga batalla de esta guerra.
Batalla
En el trecho que se extiende entre el lugar de su desembarco y Bilbao se abren dos barrancos en la cadena montañosa de la margen derecha del Nervión, bajando perpendiculares al río. En sus cauces fluía mucha agua dadas las fuertes lluvias de los últimos días. El día 1 llegaron los isabelinos, formados en tres columnas paralelas, al primer barranco a la altura del puente de Gobelas pero éste había sido cortado, por lo que tuvieron que vadear el riachuelo muy crecido y bajo el fuego de la fusilería carlista. Continuaron avanzando hacia la parte alta del siguiente barranco hasta el puente de Azúa. También éste estaba inutilizado y los carlistas habían establecido los tres fortines artillados de Cabras, San Pablo y Banderas situados en cerros de la estribación sur del barranco. Este barranco era «...el foso del campo enemigo.» Los emplazamientos carlistas cubrían perfectamente el barranco desde Azúa hasta el Nervión, sometiendo a los isabelinos a un intenso fuego. Llegando la noche, Espartero desistió de su intento de franquearse el paso por Azúa y decidió realizarlo al día siguiente por Luchana, lugar situado en la parte baja del barranco, junto al Nervión. Como también allí habían inutilizado el puente los carlistas, proyectaba construir en este lugar un puente de pontones, levantando antes baterías en las alturas de su orilla para contrarrestar el fuego de las enemigas.
En tanto se realizaban estas disposiciones, arreció el temporal el día 5 y destrozó el puente que les unía a Portugalete, el cual era la única comunicación con la orilla izquierda desde donde tenían que recibir los víveres y las municiones y poder evacuar sus heridos. Ante ello, renunció Espartero a intentar forzar el paso por Luchana, retiró inmediatamente en barcazas la artillería a la orilla izquierda del Nervión, dando comienzo a la construcción de un nuevo puente para reemplazar al destruido, más al sur y más protegido de los embates del mar pero ahora también bajo el alcance de la artillería de los tres fortines carlistas. El día 7 por la tarde quedó terminada la nueva obra, comenzando a retirarse a la orilla izquierda las tropas isabelinas pero mientras lo cruzaban, el temporal volvió a partirlo en dos, debiéndose realizar el paso de la fuerza restante empleando lanchas.
Villarreal pensó que Espartero volvería a intentar nuevamente el avance por la orilla izquierda desde Portugalete, por lo que también trasladó parte importante de su tropa a la misma orilla para hacerle frente.
El día 12 inició Espartero efectivamente la marcha hacia Bilbao por la orilla izquierda pero los temporales habían convertido los caminos en barrizales, quedando atascada la artillería pesada que necesitaba para batir las trincheras enemigas. El mal tiempo y el ardor defensivo de los carlistas obligaron a los isabelinos a desistir nuevamente de su ataque, retirándose el día 15 por tercera vez a Portugalete. Ahora «...el estado de las tropas de Espartero no era en verdad el más lisonjero, pues que faltos de artillería, de municiones, de víveres, y un tanto mohínos por las tan repetidas retiradas, se advertía cierto oculto disgusto que podía acrecerse de un modo inconveniente, a no acudirse al remedio de las faltas que se experimentaban.» Ante esta situación, Espartero dio al día siguiente una orden general que fue leída a sus tropas por los oficiales. En ella decía: «Soldados: Vuestra conservación para los gloriosos hechos que os esperan me decidió ayer a retroceder sobre este punto. El fuerte temporal de aguas no teniendo techado en que guareceros, aunque insuficiente para apagar vuestros ardimientos, habría inutilizado las municiones con que debéis batir al enemigo. Aquí tenéis la causa del retroceso. No, de ninguna manera no, abandonar la grande obra de salvar Bilbao...os ofrecí conduciros a la victoria cuando me encargué del mando y pereceré antes que privaros del triunfo. Empero la empresa que vamos a acometer es ardua y solo el conocimiento de vuestro valor me decidió a acometerla...y cuando volváis a salir de los cantones, espero no tornaréis a ellos sin que la guarnición de Bilbao haya estrechado en sus brazos a sus libertadores...»
El día 17 llegó a Portugalete un refuerzo de tropas y una importante provisión de víveres, dinero y municiones, tras lo cual Espartero se decidió a forzar nuevamente el paso por la orilla derecha. Se comenzó con la construcción de un nuevo puente, facilitando los comandantes de los buques británicos balsas para realizar previamente el paso de la artillería y parte de la caballería a la orilla derecha durante la noche del día 19 y el amanecer del 20, mientras aquel se estaba terminando. Para distraer el fuego carlista, la goleta isabelina Isabel II y la cañonera San José se situaron el día 21 frente a Luchana y bombardearon el fortín de la Casa de la Pólvora situado al sur del puente de este lugar aunque ambos buques fueron pronto dañados y tuvieron que ponerse fuera del alcance de los cañones enemigos. Al anochecer, los isabelinos habían emplazado sus piezas de artillería sobre el Azúa, el puente sobre el Nervión quedó concluido y al amanecer el día 22 comenzó a pasar a la orilla derecha el grueso de la infantería isabelina y la restante caballería. También se fortificó el lugar donde el puente de embarcaciones arrancaba en la orilla izquierda, ocupándolo tres batallones de infantería en previsión de que Villarreal ordenase un ataque sobre él por esa orilla. Al día siguiente, día 23, se realizó un nuevo ataque marino, formado por unas 20 cañoneras y trincaduras, abriendo fuego frente a Luchana, vivamente contestado por los carlistas. El mal tiempo impidió que los fuegos intercambiados produjesen graves daños.
Amaneció el día 24 previsto para realizar el ataque definitivo. El temporal azotaba la ría y Espartero despertó enfermo, debiendo ceder el mando a su jefe de plana mayor, el general Marcelino Oráa. Las baterías sobre el Azúa y las emplazadas frente a Luchana en la orilla izquierda del Nervión no cesaron de batir las posiciones carlistas. Hacia las cuatro de la tarde embarcaron en la orilla izquierda ocho compañías de cazadores en unas 30 pequeñas embarcaciones, la mayor parte de ellas traídas de Laredo y Castro Urdiales. «El fin de la empresa era saltar a la orilla ocupada por los enemigos, apoderarse de sus obras y proteger la rehabilitación del puente de Luchana...En el mismo momento de dar principio a la ejecución se pronunció de una manera espantosa el temporal que ya reinaba...Allí, en aquella terrible travesía, trasportados en medio de una nube, pues solo agua, granizo y escarcha los rodeaba por todas partes, hacían resonar los vivas y aclamaciones, precursoras de la victoria.» Las cañoneras y trincaduras cubrían los flancos de las fuerzas de desembarco y los cazadores consiguieron saltar a tierra. Los carlistas en Luchana, aunque sorprendidos por el imprevisto ataque, defendieron con gran valor sus posiciones, lo que «...dio lugar a que se trabase una contienda singular, la más extraña quizá, la más sorprendente...Furiosamente alternaba el estampido del cañón con los violentos mugidos del huracán embravecido, mezclábase el proyectil del fusil con el que en forma de granizo y con no menor violencia arrojaban las nubes, y en medio de una oscuridad casi completa, la luz de los fogonazos daba un color siniestro a la nieve que cubría todos los objetos.»
Los cazadores isabelinos desembarcados consiguieron finalmente desalojar de Luchana a sus enemigos, se tendió junto al puente derruido uno provisional y el ejército de la orilla norte del Azúa repasó el barranco, se encaramó por las laderas del sur del mismo y comenzó a asaltar los fortines de Cabras, San Pablo y Banderas. Pero la bravura de la defensa carlista frenó sus sucesivos ataques y habiendo sido deshecho nuevamente el puente de barcas sobre el Nervión, se hizo crítica su situación. «El temporal aumentaba los embarazos del ejército cristino, cuyo puente de comunicación con Portugalete había desaparecido ante la bravura del mar; la nieve y el agua caía sin cesar; el viento arremolinaba las nieves y jamás ejército alguno estuvo en situación más crítica que el de la Reina, hambriento, desnudo y acampado al norte de la ría» (sic, quiere decir "ciudad").15 A medianoche se informó de estas circunstancias a Espartero que abandonó su lecho y logrando en una lancha pasar a la otra orilla, montó en un caballo y recorrió el campo de batalla. Cuando entre los soldados isabelinos se corrió la voz de que su general se hallaba entre ellos, les hizo retomar con fuerza los ataques y hacia las cuatro de la madrugada del día 25, cuando el temporal cesaba un tanto en su crudeza, consiguieron apoderarse del fuerte de Banderas, último que conservaban los carlistas, los cuales iniciaron la retirada, quedando para las tropas isabelinas libre el paso a Bilbao y finalizada la batalla.
Las tropas isabelinas entraron en Bilbao el mismo día 25 de diciembre, recibidas con gran júbilo por los defensores de la ciudad. Entre los sitiadores carlistas «La confusión no tenía límites, las fuerzas vagaban dispersas por el país y a tan lamentable desorden se añadió la de perderse la fuerza moral entre los soldados carlistas... y un rumor de traición circuló entre los que habían creído seguro el triunfo.» José Manuel de Arízaga, auditor general del ejército carlista, dice que la defensa carlista no fue lo suficientemente recia debido a que aquellos días «La mayor parte de nuestras tropas recibieron orden de acantonarse en los pueblos a retaguardia de Bilbao y muy poca fuerza quedaba cubriendo el servicio de la línea que no se consideró pudiera ser atacada.»
La noticia de la batalla y de la liberación no llegó a Vitoria hasta el día 29 pero desde allí se propagó velozmente por todo España, dando motivo a que estos hechos fuesen celebrados hasta en los lugares más apartados del país y numerosas localidades dieron nombre de "Luchana" a una de sus calles o plazas.
Espartero recibió el título "Conde de Luchana" mientras que Eguía y Villarreal perdieron sus mandos.
Ni Eguía ni Villarreal dejaron testimonio escrito sobre los motivos que tuvieron para no utilizar la agilidad de movimientos de sus batallones, lo que les caracterizaba precisamente, para avanzar desde Bilbao y aniquilar en Portugalete la vanguardia de Espartero que allí había desembarcado el 26 de noviembre. Ni por qué no realizaron un ataque sobre esta localidad el día 5 de diciembre o siguiente, cuando el temporal había inutilizado el puente de barcas sobre el Nervión y había dejado a Espartero aislado en la orilla derecha.
Saludos
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.
Marco Tulio Cicerón.
-
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
BATALLA DE MAELLA
La Batalla de Maella fue una acción militar favorable a las armas carlistas de Ramón Cabrera, librada durante 6 horas el 1 de octubre de 1838 en el Valle de Gil, de la villa zaragozana de Maella. En ella sería totalmente destruida la mejor división liberal, llamada del "Ramillete" porque contaba con la flor y nata de la oficialidad liberal, mandada por el general Ramón Pardiñas.
Las tropas carlistas estaban formadas por el 1.º y 2.º batallones de Tortosa, el 1.° y 2.º de Mora, Guías de Aragón, y partida de Joaquín Bosque, Tiradores de Aragón (caballería), Lanceros de Tortosa, 3.° de Lanceros de Aragón, en total 3.500 infantes y 500 caballos.
Pardiñas contaba con tres batallones del Regimiento de Córdoba, dos batallones del de África y la caballería, con un total de 5.000 infantes y 300 caballos.
La lucha fue encarnizada, los carlistas fueron arrollados al principio, en su ala derecha, por el brigadier Urbina, y el propio Cabrera fue herido en un brazo, pero resolvió dar una carga desesperada con 15 caballos de su escolta lo que enardeció los ánimos de sus tropas, que sorprendieron y desordenaron a los liberales. Un nuevo ataque hace retroceder el flanco izquierdo carlista y nuevamente Cabrera dirigiendo las cuatro compañías del 2º de Tortosa logra rehacer el frente y desbaratar los batallones liberales, inclinando el triunfo del lado carlista. El general Pardiñas también intentó valientemente contener la retirada de sus tropas en estos dos lances, pero en ninguno de ellos consiguió recuperar los ánimos de su tropa.
El general Pardiñas murió en la acción, y los escasos 1.300 supervivientes se batieron en retirada hacia Caspe, reagrupados por el brigadier don Pascual Álvarez y el jefe de Estado Mayor don Anselmo Blaser y San Martín, marqués de Ciga, que habría de llegar a ministro de la Guerra en 1854. Según manifiesta Cabrera en el parte de guerra se hicieron 3.115 prisioneros a los cristinos. La victoria de Maella tuvo su importancia en el curso de la primera guerra carlista y acabó con el mando del cristino Marcelino Oráa en el Ejército del Centro.
El general Van Halen, sucesor de Oráa, suspendió de empleo a los jefes, oficiales y sargentos de los regimientos de África y Córdoba y del escuadrón 6º ligero de caballería pasando a la plaza de Jaca para la causa competente.
Saludos
La Batalla de Maella fue una acción militar favorable a las armas carlistas de Ramón Cabrera, librada durante 6 horas el 1 de octubre de 1838 en el Valle de Gil, de la villa zaragozana de Maella. En ella sería totalmente destruida la mejor división liberal, llamada del "Ramillete" porque contaba con la flor y nata de la oficialidad liberal, mandada por el general Ramón Pardiñas.
Las tropas carlistas estaban formadas por el 1.º y 2.º batallones de Tortosa, el 1.° y 2.º de Mora, Guías de Aragón, y partida de Joaquín Bosque, Tiradores de Aragón (caballería), Lanceros de Tortosa, 3.° de Lanceros de Aragón, en total 3.500 infantes y 500 caballos.
Pardiñas contaba con tres batallones del Regimiento de Córdoba, dos batallones del de África y la caballería, con un total de 5.000 infantes y 300 caballos.
La lucha fue encarnizada, los carlistas fueron arrollados al principio, en su ala derecha, por el brigadier Urbina, y el propio Cabrera fue herido en un brazo, pero resolvió dar una carga desesperada con 15 caballos de su escolta lo que enardeció los ánimos de sus tropas, que sorprendieron y desordenaron a los liberales. Un nuevo ataque hace retroceder el flanco izquierdo carlista y nuevamente Cabrera dirigiendo las cuatro compañías del 2º de Tortosa logra rehacer el frente y desbaratar los batallones liberales, inclinando el triunfo del lado carlista. El general Pardiñas también intentó valientemente contener la retirada de sus tropas en estos dos lances, pero en ninguno de ellos consiguió recuperar los ánimos de su tropa.
El general Pardiñas murió en la acción, y los escasos 1.300 supervivientes se batieron en retirada hacia Caspe, reagrupados por el brigadier don Pascual Álvarez y el jefe de Estado Mayor don Anselmo Blaser y San Martín, marqués de Ciga, que habría de llegar a ministro de la Guerra en 1854. Según manifiesta Cabrera en el parte de guerra se hicieron 3.115 prisioneros a los cristinos. La victoria de Maella tuvo su importancia en el curso de la primera guerra carlista y acabó con el mando del cristino Marcelino Oráa en el Ejército del Centro.
El general Van Halen, sucesor de Oráa, suspendió de empleo a los jefes, oficiales y sargentos de los regimientos de África y Córdoba y del escuadrón 6º ligero de caballería pasando a la plaza de Jaca para la causa competente.
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Marco Tulio Cicerón.
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
BATALLA DEL MAJACEITE
La Batalla del Majaceite fue un enfrentamiento dentro de la Primera Guerra Carlista que se produjo el 23 de noviembre de 1836 en el río Majaceite, cerca de la localicad de Arcos de la Frontera y que terminó con la victoria de las tropas partidarias de Isabel II de España.
Para atajar la expedición que el general carlista Miguel Gómez Damas había realizado por Galicia, ambas Castillas, llegando a Andalucía, se encomendó al general Narváez que impidiese su vuelta al País Vasco desde la que había partido. Éste salió de Madrid en octubre de 1836 con tres divisiones. Gómez partió de Ronda el 18 de noviembre y cuatro días después entró en Algeciras, de donde salió el 23, viéndose rodeado por los isabelinos en Alcalá de los Gazules.
Trató de romper el cerco dirigiéndose hacia Arcos de la Frontera, encontrándose con el ejército de Narváez en el río Majaceite, donde se entabló una reñida batalla que duró hasta la noche, momento en que el carlista logró retirarse a Villamartín.
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La Batalla del Majaceite fue un enfrentamiento dentro de la Primera Guerra Carlista que se produjo el 23 de noviembre de 1836 en el río Majaceite, cerca de la localicad de Arcos de la Frontera y que terminó con la victoria de las tropas partidarias de Isabel II de España.
Para atajar la expedición que el general carlista Miguel Gómez Damas había realizado por Galicia, ambas Castillas, llegando a Andalucía, se encomendó al general Narváez que impidiese su vuelta al País Vasco desde la que había partido. Éste salió de Madrid en octubre de 1836 con tres divisiones. Gómez partió de Ronda el 18 de noviembre y cuatro días después entró en Algeciras, de donde salió el 23, viéndose rodeado por los isabelinos en Alcalá de los Gazules.
Trató de romper el cerco dirigiéndose hacia Arcos de la Frontera, encontrándose con el ejército de Narváez en el río Majaceite, donde se entabló una reñida batalla que duró hasta la noche, momento en que el carlista logró retirarse a Villamartín.
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BATALLA DE MENDAZA
La batalla de Mendaza fue la primera batalla librada durante la Primera Guerra Carlista. Tuvo lugar el 12 de diciembre de 1834 en los campos de Mendaza en Navarra. La batalla la presentó el general carlista Tomás de Zumalacárregui, siendo aceptada y ganada por el general cristino Luis Fernández de Córdoba.
La batalla
Zumalacárregui desplegó antes del amanecer sus fuerzas en el valle de La Berrueza entre Mendaza y Asarta orientándolas hacia el Sur, con el flanco izquierdo en Mendaza y el derecho en Asarta. En el hondón del valle se encontraba su centro. Este hondón y gran parte de las laderas se componían de pequeñas piezas de tierra cultivadas, todas ellas rodeadas por muros de lajas de piedra apilada. Su cuartel lo montó en el despoblado de Desiñana.
Las tropas cristinas al mando del general Luis Fernández de Córdoba estaban acuarteladas fuera del valle, al sur, en la población de Los Arcos.
Zumalacárregui tenía previsto desarrollar la batalla según el clásico modelo de Aníbal en Cannas: Aceptaría el encuentro en su centro que de forma escalonada comenzaría a retirarse en dirección Norte, haciendo que el enemigo avanzase por el hondón del valle, metiéndose por la boca de una "U". Llegada esta situación, los flancos, especialmente reforzado el izquierdo por las fuerzas complementarias que había ocultado durante la noche en el bosque de encinas de la montaña de Dos Hermanas (en el primer plano del dibujo) que se levanta tras Mendaza, se lanzarían desde los flancos y cuesta abajo sobre los cristinos.
Era mediodía, por lo tanto ya muy tarde, cuando el general cristino, muy poco dotado para el mando que ejercía, llegó con sus tropas al valle y al ver la formación del grueso de las tropas carlistas en el hondón de éste, estaba dispuesto a caer en la trampa al ordenar a Marcelino Oráa, jefe de su vanguardia, que marchase sobre el centro. Pero Oráa era un buen militar, con mucha experiencia que se remontaba a los tiempos en los que estuvo a las órdenes de Espoz y Mina durante la Guerra de la Independencia Española. Además era navarro y conocía muy bien el valle así como la astucia de Zumalacárregui.
Por ello desoyó a su jefe y marchó con su tropa hacia Mendaza, atacanco el flanco izquierdo carlista. Ante este no previsto movimiento, Zumalacárregui hizo girar su tropa desplegada en el centro en dirección a Mendaza, para apoyar al amenazado flanco izquierdo. La tropa carlista tenía muy poca experiencia en maniobras y se desbarató al realizarla; por otro lado, ahora estaba desplegada de Sur a Norte, fuera de la protección de los muros de piedra y a tiro de la artillería cristina montada al Sur a la entrada del valle.
Los carlistas iniciaron pronto la desbandada, abandonando el campo a los cristinos, refugiándose en las laderas de los montes que encierran el valle, pasando al valle del río Ega, dando por perdida la batalla.
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La batalla de Mendaza fue la primera batalla librada durante la Primera Guerra Carlista. Tuvo lugar el 12 de diciembre de 1834 en los campos de Mendaza en Navarra. La batalla la presentó el general carlista Tomás de Zumalacárregui, siendo aceptada y ganada por el general cristino Luis Fernández de Córdoba.
La batalla
Zumalacárregui desplegó antes del amanecer sus fuerzas en el valle de La Berrueza entre Mendaza y Asarta orientándolas hacia el Sur, con el flanco izquierdo en Mendaza y el derecho en Asarta. En el hondón del valle se encontraba su centro. Este hondón y gran parte de las laderas se componían de pequeñas piezas de tierra cultivadas, todas ellas rodeadas por muros de lajas de piedra apilada. Su cuartel lo montó en el despoblado de Desiñana.
Las tropas cristinas al mando del general Luis Fernández de Córdoba estaban acuarteladas fuera del valle, al sur, en la población de Los Arcos.
Zumalacárregui tenía previsto desarrollar la batalla según el clásico modelo de Aníbal en Cannas: Aceptaría el encuentro en su centro que de forma escalonada comenzaría a retirarse en dirección Norte, haciendo que el enemigo avanzase por el hondón del valle, metiéndose por la boca de una "U". Llegada esta situación, los flancos, especialmente reforzado el izquierdo por las fuerzas complementarias que había ocultado durante la noche en el bosque de encinas de la montaña de Dos Hermanas (en el primer plano del dibujo) que se levanta tras Mendaza, se lanzarían desde los flancos y cuesta abajo sobre los cristinos.
Era mediodía, por lo tanto ya muy tarde, cuando el general cristino, muy poco dotado para el mando que ejercía, llegó con sus tropas al valle y al ver la formación del grueso de las tropas carlistas en el hondón de éste, estaba dispuesto a caer en la trampa al ordenar a Marcelino Oráa, jefe de su vanguardia, que marchase sobre el centro. Pero Oráa era un buen militar, con mucha experiencia que se remontaba a los tiempos en los que estuvo a las órdenes de Espoz y Mina durante la Guerra de la Independencia Española. Además era navarro y conocía muy bien el valle así como la astucia de Zumalacárregui.
Por ello desoyó a su jefe y marchó con su tropa hacia Mendaza, atacanco el flanco izquierdo carlista. Ante este no previsto movimiento, Zumalacárregui hizo girar su tropa desplegada en el centro en dirección a Mendaza, para apoyar al amenazado flanco izquierdo. La tropa carlista tenía muy poca experiencia en maniobras y se desbarató al realizarla; por otro lado, ahora estaba desplegada de Sur a Norte, fuera de la protección de los muros de piedra y a tiro de la artillería cristina montada al Sur a la entrada del valle.
Los carlistas iniciaron pronto la desbandada, abandonando el campo a los cristinos, refugiándose en las laderas de los montes que encierran el valle, pasando al valle del río Ega, dando por perdida la batalla.
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BATALLA DE MENDIGORRIA
La Batalla de Mendigorría fue una batalla que se libró el 15 de julio de 1835, durante la Primera Guerra Carlista. Tuvo lugar en los campos situados al sur de la localidad navarra de Mendigorría, cuya victoria fue para el bando liberal.
Antecedentes
Al morir el general Tomás de Zumalacárregui (junio del año 1835) a consecuencia de su herida recibida en el sitio de Bilbao, Carlos María Isidro de Borbón dio el mando del ejército carlista del norte al general Vicente González Moreno. El nuevo jefe, sin las dotes de su antecesor, tuvo que levantar el sitio, claudicando ante los liberales mandados por los generales Espartero y Latre. González Moreno fue acogido por los suyos fríamente. Tuvo que hacer méritos para granjearse su confianza absoluta. Por el lado isabelino o liberal, se nombró a su vez como nuevo jefe del ejército al general y ex-diplomático Luis Fernández de Córdoba.
Una de las características principales del ejército carlista era que se trataba de ejércitos formados por batallones de cada una de las tres provincias vascas y de Navarra y dependían económicamente de las juntas de sus respectivas provincias. Estaban muy arraigados a su tierra, luchaban por su espacio vital y por sus fueros pero no deseaban hacerlo fuera de sus provincias. Tampoco aceptaban que batallones de otra provincia se mantuviesen mucho tiempo en su territorio.
Fracasado el intento de tomar Bilbao, tras la gran carga para la provincia de Vizcaya que supuso el mantenimiento durante tantas semanas de un ejército numeroso y deseando los batallones navarros, los más potentes del ejército, volver a su tierra, el mando carlista decidió trasladar la base del ejército a Estella, tomando hacia allí el camino desde Bilbao por la llanura alavesa. El general cristino a su vez, viendo libre de asedio a Bilbao, determinó dirigir su tropa a Vitoria para desde allí iniciar la reconquista del territorio ocupado durante la primavera por Zumalacárregui y que impedía la comunicación entre Vitoria y Pamplona por la Burunda y Vitoria y San Sebastián por el camino real Madrid-Irún. Por Orduña marchó a Vitoria, enterándose aquí de que los carlistas se encontraban en Estella. Desechó su plan primitivo, decidiendo dirigirse hacia esa comarca. Queriendo a todo trance evitar el camino más corto por la sierra de Andía y las Amescoas que tan funesto había resultado al ejército isabelino tres meses atrás, se vio obligado a dar un rodeo por Peñacerrada, Logroño, y cruzando el Ebro por el puente de Lodosa, por Sesma y Lerín hacia Estella. Pero cuando marchaba por el carasol de Montejurra, le notificaron que los carlistas habían abandonado esa localidad, atravesado el río Arga, ocupando Mendigorría. Habían, por lo tanto, penetrado en territorio hasta entonces nunca ocupado por los carlistas, exceptuando cortas expediciones realizadas por bandas sueltas para obtener dinero y alimentos en la orilla este del Arga. Esto hizo ver a Fernández de Córdoba que el mando carlista le esperaba, ofreciéndole medirse en una batalla. Se dispuso a aceptarla y desvió su marcha hacia el este, llegando el día 14 de julio a Larraga.
El río Arga viene desde el norte a Mendigorría, siguiendo hacia el sur, camino del Ebro. Esta localidad se alza en lo alto del penúltimo cerro de una cadena que por la orilla izquierda acompañan hasta aquí al Arga. Río abajo, en la orilla derecha y a ocho kilómetros de distancia se encuentra, también encaramado en un cerro, la localidad de Larraga. Al este de Mendigorría y de Larraga, equidistante de ambas localidades, se asienta Artajona, también encaramada en un cerro. En el triángulo formado entre estas tres localidades se extiende una llanura apenas ondulada.
Entre Mendigorría y Larraga, a ambos lados del Arga se extiende una vega de unos quinientos metros de anchura. Al otro lado de la vega de la orilla derecha, los montes suben hacia la sierra mientras que tras la vega de la orilla izquierda, superado un desnivel de unos veinte metros, comienza la llanura. Al norte de Mendigorría se encuentra el puente romano de Puente la Reina sobre el Arga. La plaza estaba ocupada y fortificada por los cristinos. Un kilómetro al sur de Mendigorría hay un estrecho puente y otro, bastante más ancho, medio kilómetro al norte de Larraga. El río tiene una anchura entre los 50 y los 80 metros, teniendo orillas con muy poca pendiente.
El general carlista alojó a su propio rey en Mendigorría mientras duró la batalla. Fernández de Córdoba acudió con las divisiones de Espartero, Santiago y Froilán Méndez Vigo y Gurrea. Atacó a los carlistas, ocupándoles el cerro de la Corona y rechazó el ala izquierda de González Moreno. La lucha en el centro fue más tenaz, sin embargo los liberales lograron imponerse y los carlistas hubieron de replegarse. Las pérdidas fueron grandes por ambos lados. La retirada de los carlistas, la mayoría vadeando el río y los menos por el estrecho puente que les ponía en comunicación con Cirauqui, fue tumultuosa y el pretendiente carlista consiguió escapar debido a la defensa que del puente hicieron los batallones alaveses a las órdenes de Bruno Villarreal.
El general Fernández de Córdoba, que por este hecho recibió el título de marqués de Mendigorría, pudo escribir a Madrid, al terminar la batalla, un párrafo donde se sintetizaba la importancia de lo ocurrido. "Hemos ganado ayer seis meses de vida; por este término respondo de contener al enemigo en sus antiguos límites". La retirada carlista dio un respiro a los cristinos. El marqués de las Amarillas escribió:
«Restablecida la moral del Ejército con esta victoria, a que, con este objeto, se dio toda la importancia posible, pude ya obrar con más libertad, con respecto al sistema de guerra que debía seguirse, y en 23 de julio, dirigí al General en Jefe interino (...), una Real Orden prescribiéndole se abstuviese en lo sucesivo de atacar al enemigo en sus guaridas o posiciones de montaña, casi inexpugnables. Que se situase convenientemente en parajes abiertos, desde donde pudiera acudir al socorro de los puntos amenazados que mereciesen ser atendidos, y aprovechase todas las ocasiones de atacar a los facciosos en terrenos donde puedan obrar ventajosamente todas las armas y recobrar su superioridad, la superioridad de nuestra disciplina. Que haga más resistentes al cañón los puntos fuertes que se crea conveniente conservar; que se aproveche la primera ocasión para ver de recuperar a Salvatierra y fortificarla con cuidado. Que se destinara la Legión de Argel a la parte de Lumbier desde donde podría hacerla entrar en operación; y últimamente se le encargaba fortaleciese todo lo posible la disciplina, los hábitos del silencio en las marchas y combates, con otras prevenciones análogas para regenerar aquel Cuerpo de tropas, en su origen tan bello y disciplinado, pero que la mala dirección o descuido de los Generales en Jefe anteriores, había hecho decaer tanto».
Fernando Fernández de Córdova. Mis memorias íntimas. Madrid 1886-1889
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La Batalla de Mendigorría fue una batalla que se libró el 15 de julio de 1835, durante la Primera Guerra Carlista. Tuvo lugar en los campos situados al sur de la localidad navarra de Mendigorría, cuya victoria fue para el bando liberal.
Antecedentes
Al morir el general Tomás de Zumalacárregui (junio del año 1835) a consecuencia de su herida recibida en el sitio de Bilbao, Carlos María Isidro de Borbón dio el mando del ejército carlista del norte al general Vicente González Moreno. El nuevo jefe, sin las dotes de su antecesor, tuvo que levantar el sitio, claudicando ante los liberales mandados por los generales Espartero y Latre. González Moreno fue acogido por los suyos fríamente. Tuvo que hacer méritos para granjearse su confianza absoluta. Por el lado isabelino o liberal, se nombró a su vez como nuevo jefe del ejército al general y ex-diplomático Luis Fernández de Córdoba.
Una de las características principales del ejército carlista era que se trataba de ejércitos formados por batallones de cada una de las tres provincias vascas y de Navarra y dependían económicamente de las juntas de sus respectivas provincias. Estaban muy arraigados a su tierra, luchaban por su espacio vital y por sus fueros pero no deseaban hacerlo fuera de sus provincias. Tampoco aceptaban que batallones de otra provincia se mantuviesen mucho tiempo en su territorio.
Fracasado el intento de tomar Bilbao, tras la gran carga para la provincia de Vizcaya que supuso el mantenimiento durante tantas semanas de un ejército numeroso y deseando los batallones navarros, los más potentes del ejército, volver a su tierra, el mando carlista decidió trasladar la base del ejército a Estella, tomando hacia allí el camino desde Bilbao por la llanura alavesa. El general cristino a su vez, viendo libre de asedio a Bilbao, determinó dirigir su tropa a Vitoria para desde allí iniciar la reconquista del territorio ocupado durante la primavera por Zumalacárregui y que impedía la comunicación entre Vitoria y Pamplona por la Burunda y Vitoria y San Sebastián por el camino real Madrid-Irún. Por Orduña marchó a Vitoria, enterándose aquí de que los carlistas se encontraban en Estella. Desechó su plan primitivo, decidiendo dirigirse hacia esa comarca. Queriendo a todo trance evitar el camino más corto por la sierra de Andía y las Amescoas que tan funesto había resultado al ejército isabelino tres meses atrás, se vio obligado a dar un rodeo por Peñacerrada, Logroño, y cruzando el Ebro por el puente de Lodosa, por Sesma y Lerín hacia Estella. Pero cuando marchaba por el carasol de Montejurra, le notificaron que los carlistas habían abandonado esa localidad, atravesado el río Arga, ocupando Mendigorría. Habían, por lo tanto, penetrado en territorio hasta entonces nunca ocupado por los carlistas, exceptuando cortas expediciones realizadas por bandas sueltas para obtener dinero y alimentos en la orilla este del Arga. Esto hizo ver a Fernández de Córdoba que el mando carlista le esperaba, ofreciéndole medirse en una batalla. Se dispuso a aceptarla y desvió su marcha hacia el este, llegando el día 14 de julio a Larraga.
El río Arga viene desde el norte a Mendigorría, siguiendo hacia el sur, camino del Ebro. Esta localidad se alza en lo alto del penúltimo cerro de una cadena que por la orilla izquierda acompañan hasta aquí al Arga. Río abajo, en la orilla derecha y a ocho kilómetros de distancia se encuentra, también encaramado en un cerro, la localidad de Larraga. Al este de Mendigorría y de Larraga, equidistante de ambas localidades, se asienta Artajona, también encaramada en un cerro. En el triángulo formado entre estas tres localidades se extiende una llanura apenas ondulada.
Entre Mendigorría y Larraga, a ambos lados del Arga se extiende una vega de unos quinientos metros de anchura. Al otro lado de la vega de la orilla derecha, los montes suben hacia la sierra mientras que tras la vega de la orilla izquierda, superado un desnivel de unos veinte metros, comienza la llanura. Al norte de Mendigorría se encuentra el puente romano de Puente la Reina sobre el Arga. La plaza estaba ocupada y fortificada por los cristinos. Un kilómetro al sur de Mendigorría hay un estrecho puente y otro, bastante más ancho, medio kilómetro al norte de Larraga. El río tiene una anchura entre los 50 y los 80 metros, teniendo orillas con muy poca pendiente.
El general carlista alojó a su propio rey en Mendigorría mientras duró la batalla. Fernández de Córdoba acudió con las divisiones de Espartero, Santiago y Froilán Méndez Vigo y Gurrea. Atacó a los carlistas, ocupándoles el cerro de la Corona y rechazó el ala izquierda de González Moreno. La lucha en el centro fue más tenaz, sin embargo los liberales lograron imponerse y los carlistas hubieron de replegarse. Las pérdidas fueron grandes por ambos lados. La retirada de los carlistas, la mayoría vadeando el río y los menos por el estrecho puente que les ponía en comunicación con Cirauqui, fue tumultuosa y el pretendiente carlista consiguió escapar debido a la defensa que del puente hicieron los batallones alaveses a las órdenes de Bruno Villarreal.
El general Fernández de Córdoba, que por este hecho recibió el título de marqués de Mendigorría, pudo escribir a Madrid, al terminar la batalla, un párrafo donde se sintetizaba la importancia de lo ocurrido. "Hemos ganado ayer seis meses de vida; por este término respondo de contener al enemigo en sus antiguos límites". La retirada carlista dio un respiro a los cristinos. El marqués de las Amarillas escribió:
«Restablecida la moral del Ejército con esta victoria, a que, con este objeto, se dio toda la importancia posible, pude ya obrar con más libertad, con respecto al sistema de guerra que debía seguirse, y en 23 de julio, dirigí al General en Jefe interino (...), una Real Orden prescribiéndole se abstuviese en lo sucesivo de atacar al enemigo en sus guaridas o posiciones de montaña, casi inexpugnables. Que se situase convenientemente en parajes abiertos, desde donde pudiera acudir al socorro de los puntos amenazados que mereciesen ser atendidos, y aprovechase todas las ocasiones de atacar a los facciosos en terrenos donde puedan obrar ventajosamente todas las armas y recobrar su superioridad, la superioridad de nuestra disciplina. Que haga más resistentes al cañón los puntos fuertes que se crea conveniente conservar; que se aproveche la primera ocasión para ver de recuperar a Salvatierra y fortificarla con cuidado. Que se destinara la Legión de Argel a la parte de Lumbier desde donde podría hacerla entrar en operación; y últimamente se le encargaba fortaleciese todo lo posible la disciplina, los hábitos del silencio en las marchas y combates, con otras prevenciones análogas para regenerar aquel Cuerpo de tropas, en su origen tan bello y disciplinado, pero que la mala dirección o descuido de los Generales en Jefe anteriores, había hecho decaer tanto».
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
SITIO DE MORELLA
El sitio de Morella fue un enfrentamiento entre carlistas y liberales durante la Primera Guerra Carlista. El general Cabrera defendió la capital del carlismo levantino a muerte, conservando la ciudad dos años más y logrando aumentar su leyenda.
En 1833 el gobernador de Morella había proclamado la causa del infante. La ciudad castellonense permaneció en poder carlista unos meses, hasta que fue recuperada por las tropas isabelinas. Aun así los habitantes apoyaron al pretendiente, a pesar de las represiones liberales. En 1837 Ramón Cabrera sitió de nuevo la plaza y en enero de 1838 tomó el castillo de la ciudad, que se creía inexpugnable. El general faccioso trasladó allí su administración, creando así una auténtica provincia carlista en el Maestrazgo. Tras esto el gobierno quiso dar un golpe al carlismo de la región tomando Morella, que además de una posición muy bien defendida era un enclave entre todas las provincias mediteráneas y por tanto un lugar muy codiciado. Marcelino Oraá salió en julio de Teruel con un gran contingente y se dispuso a sitiar la plaza mientras Cabrera y el grueso de su ejército estaban alejados de ésta.
Los cristinos ocuparon el 29 de julio el camino de Monroyo y empezaron los combates. Los primeros días de agosto se continuaron con las acciones de sitiado de la ciudad, que enarboló en sus pendones una bandera con una calavera sobre un fondo negro, signo de lucha a muerte. A su vez Cabrera se acercó a la retaguardia enemiga, presto para atacar cuando fuese conveniente. A pesar de que era claramente superior, Oraá se hallaba en una comarca en la que no tenía simpatizantes, con un ejército aguerrido a sus espaldas y una ciudad perfectamente fortificada en frente, la presteza era imprescindible para los liberales. El 10 de agosto los isabelinos tenían ya bajo su poder todas las defensas exteriores de la ciudad. Los carlistas resistían dentro de las murallas. Ese día Oraá envió un mensajero a Morella para negociar la rendición. Fue recibido a tiros. El día 14 los cristinos bombardearon la ciudad, logrando abrir algunas brechas, sin que esto amilanase a los defensores. Los días posteriores Oraá intentó un asalto por las brechas formadas en la defensa, pero todos ellos fueron infructuosos. Finalmente, con Cabrera peligrosamente cerca y la moral de sus hombres muy dañada, los mandos isabelinos iniciaron la retirada. A pesar de la persecución por parte de Cabrera, la huida se efectuó en orden y sin más complicaciones, no por ello quedando borrada la gran derrota que acababan de sufrir.
Consecuencias
El sitio ocasionó un número inesperado de bajas en las tropas cristinas, si bien el mayor golpe fue anímico. Las tropas de Cabrera empezaron a ver a su general como a un ídolo, creyéndose además invencibles, hecho que provocó entre los liberales un sentido temor a la presencia del general enemigo. La hazaña fue además valorada no sólo por la prensa carlista, que elevó las victorias de Cabrera hasta el ridículo, sino también por la prensa internacional, que durante el cerco de Morella había prestado una especial atención a la guerra en España. Fue pues, además de una gran victoria facciosa, una seria derrota moral para las tropas cristinas allí ubicadas, llevando el gobierno a plantearse la destitución de Oraá, hecho que finalmente ocurrió.
Saludos
El sitio de Morella fue un enfrentamiento entre carlistas y liberales durante la Primera Guerra Carlista. El general Cabrera defendió la capital del carlismo levantino a muerte, conservando la ciudad dos años más y logrando aumentar su leyenda.
En 1833 el gobernador de Morella había proclamado la causa del infante. La ciudad castellonense permaneció en poder carlista unos meses, hasta que fue recuperada por las tropas isabelinas. Aun así los habitantes apoyaron al pretendiente, a pesar de las represiones liberales. En 1837 Ramón Cabrera sitió de nuevo la plaza y en enero de 1838 tomó el castillo de la ciudad, que se creía inexpugnable. El general faccioso trasladó allí su administración, creando así una auténtica provincia carlista en el Maestrazgo. Tras esto el gobierno quiso dar un golpe al carlismo de la región tomando Morella, que además de una posición muy bien defendida era un enclave entre todas las provincias mediteráneas y por tanto un lugar muy codiciado. Marcelino Oraá salió en julio de Teruel con un gran contingente y se dispuso a sitiar la plaza mientras Cabrera y el grueso de su ejército estaban alejados de ésta.
Los cristinos ocuparon el 29 de julio el camino de Monroyo y empezaron los combates. Los primeros días de agosto se continuaron con las acciones de sitiado de la ciudad, que enarboló en sus pendones una bandera con una calavera sobre un fondo negro, signo de lucha a muerte. A su vez Cabrera se acercó a la retaguardia enemiga, presto para atacar cuando fuese conveniente. A pesar de que era claramente superior, Oraá se hallaba en una comarca en la que no tenía simpatizantes, con un ejército aguerrido a sus espaldas y una ciudad perfectamente fortificada en frente, la presteza era imprescindible para los liberales. El 10 de agosto los isabelinos tenían ya bajo su poder todas las defensas exteriores de la ciudad. Los carlistas resistían dentro de las murallas. Ese día Oraá envió un mensajero a Morella para negociar la rendición. Fue recibido a tiros. El día 14 los cristinos bombardearon la ciudad, logrando abrir algunas brechas, sin que esto amilanase a los defensores. Los días posteriores Oraá intentó un asalto por las brechas formadas en la defensa, pero todos ellos fueron infructuosos. Finalmente, con Cabrera peligrosamente cerca y la moral de sus hombres muy dañada, los mandos isabelinos iniciaron la retirada. A pesar de la persecución por parte de Cabrera, la huida se efectuó en orden y sin más complicaciones, no por ello quedando borrada la gran derrota que acababan de sufrir.
Consecuencias
El sitio ocasionó un número inesperado de bajas en las tropas cristinas, si bien el mayor golpe fue anímico. Las tropas de Cabrera empezaron a ver a su general como a un ídolo, creyéndose además invencibles, hecho que provocó entre los liberales un sentido temor a la presencia del general enemigo. La hazaña fue además valorada no sólo por la prensa carlista, que elevó las victorias de Cabrera hasta el ridículo, sino también por la prensa internacional, que durante el cerco de Morella había prestado una especial atención a la guerra en España. Fue pues, además de una gran victoria facciosa, una seria derrota moral para las tropas cristinas allí ubicadas, llevando el gobierno a plantearse la destitución de Oraá, hecho que finalmente ocurrió.
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
BATALLA DE ORIAMENDI
La batalla de Oriamendi tuvo lugar en esta localidad de las inmediaciones de San Sebastián el 16 de marzo de 1837 en el transcurso de la Primera Guerra Carlista, en la cual se enfrentaron tropas carlistas e isabelinas, formando parte fundamental de las segundas la Legión Auxiliar Británica, conocida también como «Legión Evans».
Desde principios de 1834, San Sebastián se hallaba incomunicada prácticamente con Vitoria y Pamplona, y con Bilbao sólo lo hacía por mar. Tras el fracaso del Sitio de Bilbao en junio de 1835, parte de las tropas carlistas de los batallones guipuzcoanos que habían participado en aquel comenzaron a sitiar San Sebastián. La Legión Auxiliar Británica, al comprobarse en Álava, su primer destino, que no poseía experiencia para actuar contra la táctica guerrillera de bosque y montaña carlista, fue nuevamente conducida a Bilbao y desde allí transportada por mar a San Sebastián, donde formó parte de su guarnición hasta que fue disuelta. Aquí tenía también ayuda de una flota británica que poseía permiso de utilizar el cercano puerto de Pasajes.
A principios de 1837, el mando isabelino del norte planeó una ofensiva de grandes alcances que consistía, fundamentalmente, en que sus fuerzas estacionadas en Pamplona, Bilbao y San Sebastián saldrían de sus guarniciones a un mismo tiempo, convergiendo en un lugar que nunca quedó definido con claridad, pero que estaría situado entre el alto Deva y el alto Urola.
Espartero no encontró sentido en realizar esta operación por lo que salió de Bilbao con poco entusiasmo el día 10 y aunque consiguió llegar hasta Elorrio, volvió a su punto de partida al ver el tesón con el que se oponían a su marcha los carlistas.
Sarsfield partió con su importante fuerza de Pamplona el día 11 y se dirigió hacia Irurzun para penetrar por allí en Guipúzcoa. Los carlistas, que tenían por un lado conocimiento del plan isabelino y por otro, conocían la importancia de las fuerzas que habían de partir de Pamplona, enviaron contra ellas al grueso de sus tropas al mando del infante Sebastián, rechazándolas y obligándolas a volver a Pamplona el día 12.
La batalla
Evans inició su ataque desde San Sebastián el día 10, ocupando Lezo y Ametzagaña. Al día siguiente, ante la nula resistencia ofrecida por la débil fuerza enemiga, dejó descansar a su tropa. El día 12 inició su ataque a Loyola, conquistando la localidad al día siguiente. El 14 marchó con el grueso de su tropa por Ayete a ocupar Oriamendi, lo que consiguió realizar un día después. Pero ya esa misma noche del día 15 llegaron a Tolosa, tras dura marcha, las tropas carlistas que habían rechazado a Sarsfield en Navarra y al amanecer el día, sin haber descansado, llegaron a Hernani, iniciando inmediatamente el combate. Las fuerzas cristinas intentaron un ataque al flanco derecho de los carlistas, pero este fue rechazado y una dura contraofensiva carlista en el centro del ejército isabelino desbarató la ofensiva enemiga. El ejército cristino se retiró descalabrado, sin orden y con grandes pérdidas a San Sebastián.
Una compañía de infantería regular británica perteneciente a su armada con base en Pasajes, salió desde San Sebastián para cubrir la retirada de sus compatriotas. El que Inglaterra interviniese directamente con fuerzas regulares en esta guerra es un hecho insólito.
Anecdotario
Los restos mortales de varios oficiales y combatientes británicos que perecieron en esta batalla descansan en la actualidad en el popular "cementerio de los ingleses" del parque situado en el monte Urgull de San Sebastián.
Los carlistas encontraron en entre su botín de guerra las partituras de unos ingleses. Esta partitura fue adaptada y convertida en el himno oficial del carlismo como la marcha de Oriamendi.
Saludos
La batalla de Oriamendi tuvo lugar en esta localidad de las inmediaciones de San Sebastián el 16 de marzo de 1837 en el transcurso de la Primera Guerra Carlista, en la cual se enfrentaron tropas carlistas e isabelinas, formando parte fundamental de las segundas la Legión Auxiliar Británica, conocida también como «Legión Evans».
Desde principios de 1834, San Sebastián se hallaba incomunicada prácticamente con Vitoria y Pamplona, y con Bilbao sólo lo hacía por mar. Tras el fracaso del Sitio de Bilbao en junio de 1835, parte de las tropas carlistas de los batallones guipuzcoanos que habían participado en aquel comenzaron a sitiar San Sebastián. La Legión Auxiliar Británica, al comprobarse en Álava, su primer destino, que no poseía experiencia para actuar contra la táctica guerrillera de bosque y montaña carlista, fue nuevamente conducida a Bilbao y desde allí transportada por mar a San Sebastián, donde formó parte de su guarnición hasta que fue disuelta. Aquí tenía también ayuda de una flota británica que poseía permiso de utilizar el cercano puerto de Pasajes.
A principios de 1837, el mando isabelino del norte planeó una ofensiva de grandes alcances que consistía, fundamentalmente, en que sus fuerzas estacionadas en Pamplona, Bilbao y San Sebastián saldrían de sus guarniciones a un mismo tiempo, convergiendo en un lugar que nunca quedó definido con claridad, pero que estaría situado entre el alto Deva y el alto Urola.
Espartero no encontró sentido en realizar esta operación por lo que salió de Bilbao con poco entusiasmo el día 10 y aunque consiguió llegar hasta Elorrio, volvió a su punto de partida al ver el tesón con el que se oponían a su marcha los carlistas.
Sarsfield partió con su importante fuerza de Pamplona el día 11 y se dirigió hacia Irurzun para penetrar por allí en Guipúzcoa. Los carlistas, que tenían por un lado conocimiento del plan isabelino y por otro, conocían la importancia de las fuerzas que habían de partir de Pamplona, enviaron contra ellas al grueso de sus tropas al mando del infante Sebastián, rechazándolas y obligándolas a volver a Pamplona el día 12.
La batalla
Evans inició su ataque desde San Sebastián el día 10, ocupando Lezo y Ametzagaña. Al día siguiente, ante la nula resistencia ofrecida por la débil fuerza enemiga, dejó descansar a su tropa. El día 12 inició su ataque a Loyola, conquistando la localidad al día siguiente. El 14 marchó con el grueso de su tropa por Ayete a ocupar Oriamendi, lo que consiguió realizar un día después. Pero ya esa misma noche del día 15 llegaron a Tolosa, tras dura marcha, las tropas carlistas que habían rechazado a Sarsfield en Navarra y al amanecer el día, sin haber descansado, llegaron a Hernani, iniciando inmediatamente el combate. Las fuerzas cristinas intentaron un ataque al flanco derecho de los carlistas, pero este fue rechazado y una dura contraofensiva carlista en el centro del ejército isabelino desbarató la ofensiva enemiga. El ejército cristino se retiró descalabrado, sin orden y con grandes pérdidas a San Sebastián.
Una compañía de infantería regular británica perteneciente a su armada con base en Pasajes, salió desde San Sebastián para cubrir la retirada de sus compatriotas. El que Inglaterra interviniese directamente con fuerzas regulares en esta guerra es un hecho insólito.
Anecdotario
Los restos mortales de varios oficiales y combatientes británicos que perecieron en esta batalla descansan en la actualidad en el popular "cementerio de los ingleses" del parque situado en el monte Urgull de San Sebastián.
Los carlistas encontraron en entre su botín de guerra las partituras de unos ingleses. Esta partitura fue adaptada y convertida en el himno oficial del carlismo como la marcha de Oriamendi.
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Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
pactodelobos escribió
...... ¿ ?
Querías decir algo pactodelobos
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
BATALLA DE RAMALES
La Batalla de Ramales fue una batalla de la Primera Guerra Carlista sucedida entre los días 17 de abril y 12 de mayo de 1839 en la localidad cántabra de Ramales de la Victoria (llamada así por esta batalla), el río Asón y sus alrededores y que enfrentó a las fuerzas liberales mandadas por Espartero, con las carlistas, a cuyo frente se encontraba el general Rafael Maroto.
Desarrollo
Las fuerzas liberales, que inicialmente duplicaban a las de los carlistas, llegaron a cuadruplicarlas al mantener Maroto en reserva, sin llegar a emplearlos, a 8 de sus 17 batallones; esto y el hecho de haber ordenado capitular a los defensores del fuerte de Guardamino, que defendía el comandante carlista Carreras, antes de haber sido atacados y cuando se encontraban física y moralmente dispuestos a defenderse hasta el último extremo, hizo que el general carlista fuera acusado de complicidad con Espartero. Su conducta posterior hace que hoy se pueda asegurar que así fue.
Los carlistas se asentaban en Ramales y Guardamino y colocaron un cañón, "El abuelo", dominando la carretera desde una cueva, lo que impedía el paso de la tropa. Espartero encomendó al general Leopoldo O'Donnell el ataque de las fuerzas guarecidas en las alturas del Mazo y al general Ramón Castañeda el ataque contra los carlistas que dominaban la Peña del Moro. Ramales fue batido por la artillería de los isabelinos y estos sólo pudieron tomar el pueblo cuando se anuló al grupo carlista instalado en la cueva.
Hay varias versiones de cómo se logró. Para unos fue el guerrillero liberal Juan Ruiz Gutiérrez, alias "Cobanes", quien, arrojando paja, luego incendiada, les obligó a salir de la cueva. Otra opinión es que fue cañoneada durante siete horas. Finalmente se apunta, y posiblemente se ensayaron los tres procedimientos, que se utilizaron cohetes de guerra o incendiarios, llamados la "Congrève", en honor al coronel artillero que los inventó, los cuales llevaban en la cabeza un cartucho o proyectil que obligó a los 27 carlistas a salir de la cueva.
Ramales se conquistó pero quedó destruido por los atacantes y por los propios carlistas en su retirada a Guardamino, que posteriormente capitularía en extrañas circunstancias como ya se ha dicho. Rendidos los carlistas, el general Espartero arengó a sus fuerzas con estas palabras que figuran en la orden del día 13 de mayo:
El enemigo no quiso aceptar vuestro reto para una batalla general. Encasillados en sus formidables posiciones, allí quería que se estrellase vuestro arrojo. Allí os conduje. Allí vencimos. Allí completamos su ignominia.
Consecuencias
De la dureza de los combates, llevados a cabo por ambas partes con valor y tenacidad, da idea el hecho de que las bajas llegaron casi a 2.000, repartidas equitativamente entre los dos bandos.
El pueblo quedó en ruinas y hubo que reconstruir después los puentes y las casas incendiadas, pero aquella gesta le valió llamarse, desde entonces, Ramales de la Victoria. El general Espartero recibió de la gobernadora el título de Duque de La Victoria por esta victoriosa batalla.
La pérdida de Ramales tuvo para los carlistas graves consecuencias, al verse obligados a evacuar el Valle de Carranza, perder la fundición de cañones de Guriezo y tener que abandonar las posibilidades de operar en tierras de Cantabria y, a través de ellas, poder invadir Asturias y llevar la guerra a Galicia.
La batalla en la Literatura
El escritor grancanario Benito Pérez Galdós envió al Director del periódico La Prensa , de Buenos Aires, una carta fechada el 20 de septiembre de 1884 y que apareció publicada el 4 de de octubre de ese mismo año. En la carta galdosiana se habla del sentimiento liberal de los cántabros:
En este pueblo comercial y laborioso, en esta zona habitada por la raza cantábrica jamás ha tenido raíces el carlismo. La vecindad del País Vasco, donde aquella aborrecida idea tiene su principal asiento, no ha sido parte a alterar en ningún tiempo la condición apacible y liberal de los cántabros.
Cuenta Amós de Escalante, en Costas y Montañas. Diario de un caminante (1871), como los estampidos de artillería se oían, cuando soplaba el viento, en las cercanías de Santander:
En aquellas asperezas se daba una batalla de días, complicada y difícil, batalla y asedio a la vez; combates de artillería y combates de arma blanca; batalla reñida, reñidísima, como que la sostenían por una y otra parte soldados curtidos y amaestrados en largas campañas sostenidas durante seis dolorosos años, al rigor de todas las penalidades del suelo, de todas las inclemencias del cielo.
En el mismo libro de Costas y Montañas. Diario de un caminante (1871) se vuelve a citar a la Batalla de Ramales, situando esta acción en la Provincia de Cantabria, término tradicional que aún usaban los cántabros a pesar de la moderna denominación entonces de Provincia de Santander, instituida ésta por Real Decreto de 30 de noviembre de 1833, es decir, tan sólo cuatro décadas antes de la aparición de la novela Costas y Montañas. Decía Amós de Escalante:
Todos os acordáis de Ramales, ¿no es cierto? Digo todos los nacidos en la triste era de la civil discordia que dentro de esta provincia de Cantábria marcó en dos parajes diversos su siniestra aurora y su sangriento ocaso, en Vargas y en Ramales.
Por otra parte, aquella lejana batalla dejó su herencia en el saber popular, empleándose el dicho «Fue más gorda que la de Ramales» para referirse a una situación exagerada o excesiva. Además, en las proximidades de la Villa de Ramales se encuentra una montaña, el Pico Ranero, también llamado "Picón del Carlista", desde donde cuenta la leyenda se arrojó al vacío un general Carlista antes que entregarse a las fuerzas liberales.
Saludos
Este post es especial cantabros
La Batalla de Ramales fue una batalla de la Primera Guerra Carlista sucedida entre los días 17 de abril y 12 de mayo de 1839 en la localidad cántabra de Ramales de la Victoria (llamada así por esta batalla), el río Asón y sus alrededores y que enfrentó a las fuerzas liberales mandadas por Espartero, con las carlistas, a cuyo frente se encontraba el general Rafael Maroto.
Desarrollo
Las fuerzas liberales, que inicialmente duplicaban a las de los carlistas, llegaron a cuadruplicarlas al mantener Maroto en reserva, sin llegar a emplearlos, a 8 de sus 17 batallones; esto y el hecho de haber ordenado capitular a los defensores del fuerte de Guardamino, que defendía el comandante carlista Carreras, antes de haber sido atacados y cuando se encontraban física y moralmente dispuestos a defenderse hasta el último extremo, hizo que el general carlista fuera acusado de complicidad con Espartero. Su conducta posterior hace que hoy se pueda asegurar que así fue.
Los carlistas se asentaban en Ramales y Guardamino y colocaron un cañón, "El abuelo", dominando la carretera desde una cueva, lo que impedía el paso de la tropa. Espartero encomendó al general Leopoldo O'Donnell el ataque de las fuerzas guarecidas en las alturas del Mazo y al general Ramón Castañeda el ataque contra los carlistas que dominaban la Peña del Moro. Ramales fue batido por la artillería de los isabelinos y estos sólo pudieron tomar el pueblo cuando se anuló al grupo carlista instalado en la cueva.
Hay varias versiones de cómo se logró. Para unos fue el guerrillero liberal Juan Ruiz Gutiérrez, alias "Cobanes", quien, arrojando paja, luego incendiada, les obligó a salir de la cueva. Otra opinión es que fue cañoneada durante siete horas. Finalmente se apunta, y posiblemente se ensayaron los tres procedimientos, que se utilizaron cohetes de guerra o incendiarios, llamados la "Congrève", en honor al coronel artillero que los inventó, los cuales llevaban en la cabeza un cartucho o proyectil que obligó a los 27 carlistas a salir de la cueva.
Ramales se conquistó pero quedó destruido por los atacantes y por los propios carlistas en su retirada a Guardamino, que posteriormente capitularía en extrañas circunstancias como ya se ha dicho. Rendidos los carlistas, el general Espartero arengó a sus fuerzas con estas palabras que figuran en la orden del día 13 de mayo:
El enemigo no quiso aceptar vuestro reto para una batalla general. Encasillados en sus formidables posiciones, allí quería que se estrellase vuestro arrojo. Allí os conduje. Allí vencimos. Allí completamos su ignominia.
Consecuencias
De la dureza de los combates, llevados a cabo por ambas partes con valor y tenacidad, da idea el hecho de que las bajas llegaron casi a 2.000, repartidas equitativamente entre los dos bandos.
El pueblo quedó en ruinas y hubo que reconstruir después los puentes y las casas incendiadas, pero aquella gesta le valió llamarse, desde entonces, Ramales de la Victoria. El general Espartero recibió de la gobernadora el título de Duque de La Victoria por esta victoriosa batalla.
La pérdida de Ramales tuvo para los carlistas graves consecuencias, al verse obligados a evacuar el Valle de Carranza, perder la fundición de cañones de Guriezo y tener que abandonar las posibilidades de operar en tierras de Cantabria y, a través de ellas, poder invadir Asturias y llevar la guerra a Galicia.
La batalla en la Literatura
El escritor grancanario Benito Pérez Galdós envió al Director del periódico La Prensa , de Buenos Aires, una carta fechada el 20 de septiembre de 1884 y que apareció publicada el 4 de de octubre de ese mismo año. En la carta galdosiana se habla del sentimiento liberal de los cántabros:
En este pueblo comercial y laborioso, en esta zona habitada por la raza cantábrica jamás ha tenido raíces el carlismo. La vecindad del País Vasco, donde aquella aborrecida idea tiene su principal asiento, no ha sido parte a alterar en ningún tiempo la condición apacible y liberal de los cántabros.
Cuenta Amós de Escalante, en Costas y Montañas. Diario de un caminante (1871), como los estampidos de artillería se oían, cuando soplaba el viento, en las cercanías de Santander:
En aquellas asperezas se daba una batalla de días, complicada y difícil, batalla y asedio a la vez; combates de artillería y combates de arma blanca; batalla reñida, reñidísima, como que la sostenían por una y otra parte soldados curtidos y amaestrados en largas campañas sostenidas durante seis dolorosos años, al rigor de todas las penalidades del suelo, de todas las inclemencias del cielo.
En el mismo libro de Costas y Montañas. Diario de un caminante (1871) se vuelve a citar a la Batalla de Ramales, situando esta acción en la Provincia de Cantabria, término tradicional que aún usaban los cántabros a pesar de la moderna denominación entonces de Provincia de Santander, instituida ésta por Real Decreto de 30 de noviembre de 1833, es decir, tan sólo cuatro décadas antes de la aparición de la novela Costas y Montañas. Decía Amós de Escalante:
Todos os acordáis de Ramales, ¿no es cierto? Digo todos los nacidos en la triste era de la civil discordia que dentro de esta provincia de Cantábria marcó en dos parajes diversos su siniestra aurora y su sangriento ocaso, en Vargas y en Ramales.
Por otra parte, aquella lejana batalla dejó su herencia en el saber popular, empleándose el dicho «Fue más gorda que la de Ramales» para referirse a una situación exagerada o excesiva. Además, en las proximidades de la Villa de Ramales se encuentra una montaña, el Pico Ranero, también llamado "Picón del Carlista", desde donde cuenta la leyenda se arrojó al vacío un general Carlista antes que entregarse a las fuerzas liberales.
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
TOMA DE MORELLA
La toma de Morella fue el último enfrentamiento de la Primera Guerra Carlista. Tras la conquista de la ciudad, Cabrera se vio obligado a huir a Berga (Cataluña), donde la guerra aún continuaba, ya que esta derrota selló el final del conflicto en el Bajo Aragón.
Con su victoria en el sitio de Morella, Ramón Cabrera había logrado consolidar su posición en el Maestrazgo, viéndose además reforzado. Sin embargo, en el País Vasco y Navarra, principales bastiones carlistas, el enfrentamiento estaba ya prácticamente decidido, y por tanto también la guerra. Tras su derrota en Peñacerrada, Guergué fue destituido por don Carlos como general en jefe de las fuerzas carlistas. En su lugar fue emplazado Rafael Maroto, general que sabía que la guerra estaba ya sentenciada y que comenzó negociaciones de paz con Espartero. Al año siguiente, a pesar de algunas diferencias, Espartero y Maroto sellaron la paz con el histórico abrazo de Vergara. Sin embargo, don Carlos y más de la mitad del ejército del norte partieron al exilio, ya que no aceptaron el convenio, al igual que Cabrera y sus tropas, que continuaron la lucha en el este. Espartero se vio obligado a desplazar todo su ejército a Aragón para el ataque final. Los isabelinos podrían sumar unos 44.000 hombres, mientras que el total de tropas que en 1840 seguían a Cabrera ascendía a casi la mitad. La resistencia carlista era ya insostenible, y las plazas absolutistas fueron cayendo una a una. Finalmente, Espartero se plantó ante Morella.
El combate
El día 18 de mayo el ejército liberal comenzó las tareas de sitiado, que se completaron el día 23, con el primer cañonazo a la ciudad. Los carlistas, deseperados, planearon una huida general, pero esta fue descubierta. Muchos intentaron regresar, pero fueron tiroteados. Los cadáveres se aglomeraron ante las puertas de la ciudad. El día 30 de mayo tras varios días de intensa lucha, los carlistas propusieron una rendición honrosa, que fue rechazada por Espartero. Finalmente no les quedó otra a los facciosos que la rendición como prisioneros. La ciudad fue saqueada el mismo día de la rendición. Cabrera, que se hallaba fuera en ese momento, decidó retirarse y posicionarse en Cataluña, donde la guerra seguía viva. Por ende, con apenas 10.000 soldados, Cabrera hubo de exiliarse con sus soldados a Francia, ya que Berga, el último reducto carlista, no podía ser defendido. La toma de Morella significó siempre la derrota de los absolutistas. Espartero recibió el título de duque de Morella por esta victoria.
Saludos
La toma de Morella fue el último enfrentamiento de la Primera Guerra Carlista. Tras la conquista de la ciudad, Cabrera se vio obligado a huir a Berga (Cataluña), donde la guerra aún continuaba, ya que esta derrota selló el final del conflicto en el Bajo Aragón.
Con su victoria en el sitio de Morella, Ramón Cabrera había logrado consolidar su posición en el Maestrazgo, viéndose además reforzado. Sin embargo, en el País Vasco y Navarra, principales bastiones carlistas, el enfrentamiento estaba ya prácticamente decidido, y por tanto también la guerra. Tras su derrota en Peñacerrada, Guergué fue destituido por don Carlos como general en jefe de las fuerzas carlistas. En su lugar fue emplazado Rafael Maroto, general que sabía que la guerra estaba ya sentenciada y que comenzó negociaciones de paz con Espartero. Al año siguiente, a pesar de algunas diferencias, Espartero y Maroto sellaron la paz con el histórico abrazo de Vergara. Sin embargo, don Carlos y más de la mitad del ejército del norte partieron al exilio, ya que no aceptaron el convenio, al igual que Cabrera y sus tropas, que continuaron la lucha en el este. Espartero se vio obligado a desplazar todo su ejército a Aragón para el ataque final. Los isabelinos podrían sumar unos 44.000 hombres, mientras que el total de tropas que en 1840 seguían a Cabrera ascendía a casi la mitad. La resistencia carlista era ya insostenible, y las plazas absolutistas fueron cayendo una a una. Finalmente, Espartero se plantó ante Morella.
El combate
El día 18 de mayo el ejército liberal comenzó las tareas de sitiado, que se completaron el día 23, con el primer cañonazo a la ciudad. Los carlistas, deseperados, planearon una huida general, pero esta fue descubierta. Muchos intentaron regresar, pero fueron tiroteados. Los cadáveres se aglomeraron ante las puertas de la ciudad. El día 30 de mayo tras varios días de intensa lucha, los carlistas propusieron una rendición honrosa, que fue rechazada por Espartero. Finalmente no les quedó otra a los facciosos que la rendición como prisioneros. La ciudad fue saqueada el mismo día de la rendición. Cabrera, que se hallaba fuera en ese momento, decidó retirarse y posicionarse en Cataluña, donde la guerra seguía viva. Por ende, con apenas 10.000 soldados, Cabrera hubo de exiliarse con sus soldados a Francia, ya que Berga, el último reducto carlista, no podía ser defendido. La toma de Morella significó siempre la derrota de los absolutistas. Espartero recibió el título de duque de Morella por esta victoria.
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA
BATALLA DE VARGAS
La batalla de Vargas (también llamada acción de Vargas) , tuvo lugar el 3 de noviembre de 1833, al principio de la Primera Guerra Carlista en España, cuando las tropas leales al Infante Don Carlos avanzaban para tomar la ciudad de Santander. Una vez alcanzada Reinosa por el regimiento mandado por el Teniente Coronel Juan Felipe de Ibarrola, éste continuó con sus soldados hacia Toranzo, donde se uniría a las tropas de Echevarría, estacionadas en Puente Viesgo, y esperarían la llegada del comandante Santiago Villalobos, que ya había ocupado Torrelavega. La unión de estas tres fuerzas de combate carlistas en Vargas hacía posible la formación de un contingente numeroso y con garantías para iniciar el asalto y toma de Santander.
A primeras horas del tres de noviembre, ya se encontraban en Vargas unos trescientos hombres de Echevarría e Ibarrola esperando la unión de las tropas de Villalobos, que aún no había salido de Torrelavega.
Al conocerse en Santander la noticia de la concentración de estas fuerzas que amenazaban con avanzar hacia la capital, el Coronel Fermín Iriarte salió con una improvisada columna de unos cuatrocientos hombres, en un intento de detener la ofensiva carlista. Cuando llegaron al puente de Carandía, el encuentro con una anciana que minutos antes había pasado entre los carlistas le iba a resultar providencial. Se trataba de Manuela García de la Macorra, de 65 años y vecina de Renedo, que tenía enfermo a su hijo Miguel y había salido a la botica de Vargas, en el barrio de Llano, a por unas medicinas.
La señora Manuela estaba impresionadísima, pues en su recorrido de vuelta de la botica desde Tintiro a la carretera por la Cuesta de la Garita y desembocar en Riopozo, pasó entre muchos militares en pie de guerra. Mayor sorpresa fue cuando llegó al puente de Carandía y se topó con los guerreros liberales de Iriarte, recién llegados de Santander. “Hijos míos, no vayáis más para allá, que os van a matar”, relatando con todo lujo de detalles lo que había visto en su camino.
Sus noticias fueron recibidas con gran satisfacción por Fermín Iriarte, quien prevenido por Manuela y ayudado con las informaciones sobre el terreno y los caminos más apropiados por Felipe Peña, un muchacho de Vargas que iba en su columna, preparó a sus hombres para la lucha.
Al anochecer, las fuerzas de Iriarte se lanzaron contra los carlistas que, sorprendidos por el ataque, abandonaron sus posiciones, rehuyeron el combate y rápidamente se dispersaron por los montes cercanos, dejando sobre el campo de batalla la mayoría de las armas y efectos militares, así como seis muertos y 112 prisioneros, entre los que se encontraba el Teniente Coronel Ibarrola.
La noticia llegó rápidamente a Santander, pero reflejando un resultado contrario al sucedido en la acción. De este modo, la ciudad se preparó para la defensa ante el próximo asalto carlista, disponiendo fosos, estacas y otras obras de fortificación para tratar de repeler el próximo ataque. Sin embargo, tras unas horas de máxima tensión en la capital, llegó el capitán Francisco Gómez de la Torre con un pliego de Iriarte, en el que describía un triunfo glorioso sin bajas, en apenas treinta minutos y gracias a las noticias de “una Vieja de Vargas”. El júbilo en la ciudad fue desmesurado, repicaron campanas y la gente salió a la calle dando incesantes y desaforados vivas a la “Vieja de Vargas”, en agradecimiento al servicio dado por la señora a las tropas liberales.
Cuentan los estrategas militares y los historiadores de esta época, que la “Acción de Vargas” tuvo escasa importancia militar, tanto por los pocos efectivos empleados como por su corta duración y reducido número de bajas. Sin embargo, sí tuvo gran trascendencia en el curso de la guerra, pues dejó a Cantabria definitivamente fuera de la órbita carlista. También es un claro reflejo de cómo la propaganda liberal magnifica una pequeña escaramuza (6 muertos) para atraerse el todavía débil apoyo del pueblo.
En recuerdo de este acontecimiento y en agradecimiento a Doña Manuela, Santander puso los nombres de Vargas y Tres de Noviembre a dos de sus calles principales. Además una de las gigantillas de Santander representa a la Vieja de Vargas.
Saludos
La batalla de Vargas (también llamada acción de Vargas) , tuvo lugar el 3 de noviembre de 1833, al principio de la Primera Guerra Carlista en España, cuando las tropas leales al Infante Don Carlos avanzaban para tomar la ciudad de Santander. Una vez alcanzada Reinosa por el regimiento mandado por el Teniente Coronel Juan Felipe de Ibarrola, éste continuó con sus soldados hacia Toranzo, donde se uniría a las tropas de Echevarría, estacionadas en Puente Viesgo, y esperarían la llegada del comandante Santiago Villalobos, que ya había ocupado Torrelavega. La unión de estas tres fuerzas de combate carlistas en Vargas hacía posible la formación de un contingente numeroso y con garantías para iniciar el asalto y toma de Santander.
A primeras horas del tres de noviembre, ya se encontraban en Vargas unos trescientos hombres de Echevarría e Ibarrola esperando la unión de las tropas de Villalobos, que aún no había salido de Torrelavega.
Al conocerse en Santander la noticia de la concentración de estas fuerzas que amenazaban con avanzar hacia la capital, el Coronel Fermín Iriarte salió con una improvisada columna de unos cuatrocientos hombres, en un intento de detener la ofensiva carlista. Cuando llegaron al puente de Carandía, el encuentro con una anciana que minutos antes había pasado entre los carlistas le iba a resultar providencial. Se trataba de Manuela García de la Macorra, de 65 años y vecina de Renedo, que tenía enfermo a su hijo Miguel y había salido a la botica de Vargas, en el barrio de Llano, a por unas medicinas.
La señora Manuela estaba impresionadísima, pues en su recorrido de vuelta de la botica desde Tintiro a la carretera por la Cuesta de la Garita y desembocar en Riopozo, pasó entre muchos militares en pie de guerra. Mayor sorpresa fue cuando llegó al puente de Carandía y se topó con los guerreros liberales de Iriarte, recién llegados de Santander. “Hijos míos, no vayáis más para allá, que os van a matar”, relatando con todo lujo de detalles lo que había visto en su camino.
Sus noticias fueron recibidas con gran satisfacción por Fermín Iriarte, quien prevenido por Manuela y ayudado con las informaciones sobre el terreno y los caminos más apropiados por Felipe Peña, un muchacho de Vargas que iba en su columna, preparó a sus hombres para la lucha.
Al anochecer, las fuerzas de Iriarte se lanzaron contra los carlistas que, sorprendidos por el ataque, abandonaron sus posiciones, rehuyeron el combate y rápidamente se dispersaron por los montes cercanos, dejando sobre el campo de batalla la mayoría de las armas y efectos militares, así como seis muertos y 112 prisioneros, entre los que se encontraba el Teniente Coronel Ibarrola.
La noticia llegó rápidamente a Santander, pero reflejando un resultado contrario al sucedido en la acción. De este modo, la ciudad se preparó para la defensa ante el próximo asalto carlista, disponiendo fosos, estacas y otras obras de fortificación para tratar de repeler el próximo ataque. Sin embargo, tras unas horas de máxima tensión en la capital, llegó el capitán Francisco Gómez de la Torre con un pliego de Iriarte, en el que describía un triunfo glorioso sin bajas, en apenas treinta minutos y gracias a las noticias de “una Vieja de Vargas”. El júbilo en la ciudad fue desmesurado, repicaron campanas y la gente salió a la calle dando incesantes y desaforados vivas a la “Vieja de Vargas”, en agradecimiento al servicio dado por la señora a las tropas liberales.
Cuentan los estrategas militares y los historiadores de esta época, que la “Acción de Vargas” tuvo escasa importancia militar, tanto por los pocos efectivos empleados como por su corta duración y reducido número de bajas. Sin embargo, sí tuvo gran trascendencia en el curso de la guerra, pues dejó a Cantabria definitivamente fuera de la órbita carlista. También es un claro reflejo de cómo la propaganda liberal magnifica una pequeña escaramuza (6 muertos) para atraerse el todavía débil apoyo del pueblo.
En recuerdo de este acontecimiento y en agradecimiento a Doña Manuela, Santander puso los nombres de Vargas y Tres de Noviembre a dos de sus calles principales. Además una de las gigantillas de Santander representa a la Vieja de Vargas.
Saludos
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.
Marco Tulio Cicerón.
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