HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

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Brasilla
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 30 Ene 2016 21:40

D. PABLO MORILLO Y MORILLO

Pablo Morillo y Morillo (1775–1837), teniente general de los Ejércitos de España, conde de Cartagena y marqués de La Puerta, conocido co- mo "el Pacificador", fue un militar y marino de gran reputación.

Durante su estancia en la Real Armada Española participó en distintos combates, entre los que destacan la batalla del Cabo de San Vicente y la de Trafalgar. Durante su etapa en el Ejército de España es conocido por su participación en las guerras de independencia de Venezuela y Colombia como Jefe de la Expedición encargada de sofocar la revolu- ción. Destacan la toma de Cartagena de Indias y las posteriores accio- nes militares, que llevaron a la caída de las Provincias Unidas de Nue- va Granada y el restablecimiento del virreinato. En Venezuela consiguió detener el avance de Bolívar hacia Caracas tras vencerle en la batalla de La Puerta.

También destacó en la Guerra de Independencia española en batallas tan decisivas como la de Bailén, la primera derrota napoleónica, la de Pontesampaio, donde fue el encargado de dirigir al ejército que derro- tó al Mariscal Ney y obligó al ejército francés a abandonar Galicia, o la de Vitoria, que forzó la retirada de las tropas francesas de España.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 30 Ene 2016 23:26

Excmo. Sr. D. Juan PRIM Y PRATS

Juan Prim nació en Reus el 6 de diciembre de 1814. Su padre fue el notario Pablo Prim y Estapé, a quien las circunstancias bélicas de la época llevaron a ser capitán en la primera legión catalana durante la Guerra de la Independencia y, años más tarde, jefe del batallón de Tiradores de Isabel II, en la primera guerra carlista. Su madre era Teresa Prats y Vilanova.

Su infancia y adolescencia las pasa en esta ciudad e indudablemente se vieron influidas por el fuerte carácter de su padre y su segunda profesión de militar, quien combatió a las partidas carlistas en las tierras catalanas.
Primera Guerra Carlista (1834-1840)

Ingresó en el ejército en 1834 de la mano de su padre, quien estaba al mando de una de las compañías que se enfrentaban a los carlistas —en la que el joven Prim, con sólo diecinueve años, se alistó como soldado— pero que murió al poco víctima de la epidemia de cólera que aquel año asoló al país.4 La compañía formaba parte del primer batallón isabelino de Cataluña, al mando del capitán general de Cataluña Manuel de Llauder y de Camins, entrando en combate el 7 de agosto de 1834.

Prim no tenía ninguna preparación militar ni procedía de la nobleza, por lo que sus comienzos en la milicia empezaron en los primeros peldaños. Como simple combatiente, desde el primer encuentro con los carlistas, demuestra una intrepidez y valor que le llevan al enfrentamiento cuerpo a cuerpo con el enemigo, empezando a crearse a su alrededor una fama merecida al abatir a varios jefes de partidas. Pocos meses después cambiará su papel, al ser ascendido a oficial, momento a partir del cual, además de seguir dando muestras de valor personal, se convierte en conductor de hombres a los que arrastra al combate.

De esta forma, Prim fue ascendido a teniente el 2 de agosto de 1835, por las victorias obtenidas sobre partidas carlistas, durante la llamada Guerra de los siete años. Al frente de una compañía tomó Vilamajor del Vallés, localidad defendida por fuerzas carlistas superiores y donde resultó herido.

Durante los dos primeros años Prim comandó cuerpos de voluntarios, de milicianos nacionales que formaban el ejército de complemento, pero en 1838 fue ascendido a capitán "en comisión", lo que le permitió mandar tropas regulares.4 La toma de San Miguel de Serradell, donde capturó personalmente la bandera del cuarto batallón carlista de Cataluña, hizo que se le concediera la Cruz Laureada de San Fernando de primera clase. Seguidamente asaltó Solsona y logró escalar personalmente el fuerte abriendo las puertas, acción por la que fue ascendido a comandante.

Nuevas muestras de valor y arrojo extraordinarios eran objeto de comentario en todo el país; sus propios soldados le aclamaban. Por una acción extraordinaria en Ager se le ascendió a mayor de batallón y se le encargó el mando en la zona de la línea de Solsona-Castellvell, por la cual pasaban los convoyes de aprovisionamiento carlista. En los combates que sostuvo perdió varias veces el caballo y él mismo resultó herido más de una vez, ganando otra cruz de San Fernando y el grado de coronel.

Al terminar la guerra tenía 26 años, había tomado parte en 35 acciones, conseguido todos los grados en el campo de batalla y su nombre era ya un símbolo de valor.
El político liberal progresista (1841-1856)
Entrada en política

El Motín de La Granja de San Ildefonso (1836) que obligó a la regente María Cristina de Borbón a promulgar de nuevo la Constitución de 1812 fue el punto de no retorno de la Revolución liberal española, durante la cual los liberales se habían dividido en moderados y progresistas. En 1840 Prim se adhirió a estos últimos, que estaban dirigidos por José María Calatrava y Juan Álvarez Mendizábal. Según el historiador Josep M. Fradera en esta decisión, en un momento en que sus ideas políticas no estaban bien definidas, "pesó mucho su entorno local originario. Reus, [segunda ciudad de Cataluña por aquel entonces y] capital comercial de una zona de agricultura de secano, de vino y frutos secos, era una ciudad de absoluto predominio constitucional cuyo radicalismo se acentuaba por la cercanía, el cerco en ocasiones, de un mundo campesino y de pequeñas poblaciones que se levantaron repetidamente, del lado realista primero, y carlista después".4

En 1841 se presentó a diputado por la provincia de Tarragona y obtuvo el escaño. Como se había hecho la paz con los carlistas, los cuerpos voluntarios habían sido disueltos y se dudaba de que los grados de Prim le fueran reconocidos, pero su gran prestigio, superior al de cualquier otro contemporáneo, y el acta de diputado, facilitaron que fuera confirmado como coronel y además el regente Espartero le nombró Subinspector de Carabineros de Andalucía.

En este puesto consiguió evitar que los conservadores al mando de Ramón Narváez y partidarios de devolver la regencia a María Cristina, pudieran entrar en España por Gibraltar, y aunque O'Donnell, otro de los líderes conservadores, entró en el Norte hasta Pamplona, tuvo que retirarse.

No obstante Prim se enemistó con Espartero y su gobierno a los que acusó de favorecer los tejidos ingleses al no imponerles fuertes aranceles, lo que suponía la ruina de la industria textil catalana. Más tarde la sublevación de Barcelona, a la que se atribuyó en España tendencias separatistas, y el consiguiente bombardeo de la ciudad por Espartero, acabó de distanciar a ambos líderes.

Prim protestó en las Cortes por el trato dado a Barcelona en la sesión del 20 de noviembre de 1842 e inmediatamente se marchó a París para evitar las represalias del regente. Allí entró en contacto con los que desde exilio conspiraban contra Espartero y que giraban en torno de María Cristina de Borbón que había fijado allí su residencia desde que tuvo que abandonar España en 1840, y uno de cuyos puntales eran los militares de la Orden Militar Española, encabezada por los generales moderados Leopoldo O'Donnell y Ramón María Narváez. Al poco tiempo Prim regresó a España y volvió a ocupar su escaño en el Congreso de los Diputados, pero el 30 de mayo de 1843 encabezó un levantamiento en Reus contra el regente junto con Lorenzo Milans del Bosch que fue secundado en Barcelona. Sin embargo, las tropas leales a Espartero encabezadas por el general Martín Zurbano tomaron Reus y Prim huyó con quinientos hombres leales a Manresa donde se formó una "Junta Central". Mientras tanto los acontecimientos se precipitaron en el resto de España –el general Serrano desembarcó en Barcelona y el general Narváez en Valencia, confluyendo ambos en Madrid entre el 22 y el 24 de julio– y el regente Espartero se vio obligado a abandonar el país. La intervención de Prim en la caída de Espartero le valió los títulos de conde de Reus y vizconde del Bruch.5

Se cuenta que los reusenses increparon a Prim por haberles traído la agitación y consiguiente represión, y el coronel se dirigió a sus conciudadanos y les aseguró que allí mismo donde le increpaban le levantarían una estatua, cosa que resultó cierta pues el lugar es actualmente la plaza llamada «Prim» y contiene en el centro la estatua ecuestre del militar. En Barcelona, Prim se entrevistó con un emisario de la «Orden Militar Española», lo que le valió nuevos reproches, esta vez de los progresistas. Prim salió hacia la capital, pero los moderados desembarcaron en Valencia y salieron a marchas forzadas hacia Madrid. El general Narváez llegó a Madrid desde Valencia un día antes que Prim y, ascendido a teniente general, asumió la capitanía general de Madrid. No obstante Prim fue nombrado brigadier por Francisco Serrano, que en Barcelona había asumido la cartera de Guerra.
Represión de "la Jamància"

Tras la salida de Espartero de España, la "Junta Central" formada en Cataluña no se contentó con un simple cambio en la Jefatura del Estado sino que reclamó el respeto a los objetivos democráticos y de reforma social que habían motivado su insurrección contra el regente. La respuesta del gobierno de Madrid, formado por una coalición de moderados y progresistas, fue nombrar al general Prim gobernador de Barcelona para que acabara con la revuelta "radical" conocida como "la Jamància" que estalló a mediados de agosto de 1843 en Barcelona. Prim se enfrentó a la multitud pero tuvo que huir de la ciudad condal para recomponer sus tropas en los alrededores, mientras que otras ciudades catalanas como Sabadell, Gerona, Figueras y su ciudad natal Reus se sumaban a la insurrección –fuera de Cataluña también Zaragoza-. Prim sometió a un asedio terrible a la ciudad de Barcelona durante un mes –de principios de octubre a principios de noviembre– hasta que se rindió. En los meses siguientes fue tomando una a una las ciudades sublevadas: Gerona; Figueras, que no capituló hasta principios de 1844; y su ciudad Reus.6

Prim fue el hombre clave en el aplastamiento del movimiento, con episodios de encarnizamiento y crueldad que causaron un fuerte impacto en la opinión catalana... El militar pagó un precio muy alto por ello en sus relaciones con su Cataluña natal, con Reus y con la Barcelona progresista y democrática, con la Cataluña vencida del año 1843.7

Parece ser que fue en Barcelona donde pronunció su célebre frase «O caja o faja» (es decir, o la caja para el entierro, o recibir la faja de general), y combatió con energía contra los revolucionarios. Por estas acciones recibió de Serrano el fajín de general.

Poco después volvió a Madrid, pero los moderados lo enviaron como comandante militar a Ceuta, cargo que Prim rehusó, abandonando España. Cuando regresó de París, fue acusado de estar implicado en la llamada «conspiración de los trabucos» que trató de quitar la vida a Narváez y, aunque fue absuelto de los cargos de inducción al asesinato, fue condenado a seis años deportado en las Islas Marianas por conspiración. Finalmente fue confinado en Écija, desde donde marchó al extranjero.8 Según otras versiones empezó a cumplir la condena en el fuerte gaditano de San Sebastián, pero la madre de Prim consiguió que le fuera concedida gracia por Narváez y Prim pudo irse al extranjero.

Narváez dimitió por desacuerdos con el rey consorte y tras un breve gobierno de Istúriz se formó el gobierno de Joaquín Francisco Pacheco, que concedió una amnistía que le permitió a Prim volver a España en 1847. El Ministro de la Guerra, Fernández de Córdoba, amigo de Prim, lo nombró Capitán General de Puerto Rico, una forma hábil de alejarlo de Madrid. El cargo era una oportunidad para Prim pues se había quedado sin dinero y nada más llegar actuó como un virrey –a su madre le dijo «este será mi Reino»– por lo que impuso una dura represión prescindiendo de las instituciones de la colonia, como lo demostró el caso del bandido José Ignacio Ávila, el Águila, a quien puso en libertad y luego lo fusiló por haber faltado a su palabra de no fugarse y haberle robado el caballo para ello.9

En 1848 estalló en la colonia francesa de la isla de Martinica una revuelta de esclavos que pedían la abolición inmediata de la esclavitud, tal como la nueva Asamblea Nacional francesa había proclamado tras el triunfo de la Revolución de 1848. La noticia se extendió por todo el Caribe y Prim tomó una serie de medidas preventivas y promulgó un Código Negro en el que se establecían medidas represivas extremas contra los esclavos y en el que se denigraba desaforadamente a la "raza africana".10

El 2 de julio los que se sublevaban fueron los esclavos de la isla de Saint Croix, la pequeña colonia danesa muy cercana a Puerto Rico. Para sofocar la rebelión Prim envió tropas a la isla vecina, que actuaron con gran brutalidad –el cónsul británico de Puerto Rico informó a su gobierno que habían sido ejecutados cuarenta de los esclavos rebeldes–. Prim justificó la invasión como una media indispensable para proteger a Puerto Rico del contagio francés de la Martinica.11 Por esta acción recibió la condecoración danesa de la Orden de Dannebrog.

Pero el temido contagio se produjo y los dos líderes esclavos que supuestamente estaban preparando una sublevación en las plantaciones azucareras puertorriqueñas fueron fusilados para que sirvieran de escarmiento y el resto de los conjurados recibieron cien azotes. Una nueva supuesta tentativa de rebelión también fue reprimida brutalmente. Todos estos hechos condujeron a que fuera destituido de su cargo en septiembre de 1848 y que tuviera que regresar a la península.12 </ref>
De nuevo diputado: el defensor de los intereses de Cataluña

Prim se presentó candidato por varios distritos electorales catalanes en las siguientes elecciones y fue elegido por el de Vich, pero las Cortes fueron disueltas y se convocaron otras nuevas para el 31 de mayo de 1851. Prim volvió a presentarse por Vich, pero el gobierno, incómodo con su posición parlamentaria, le ofreció de nuevo el puesto de Capitán General de Puerto Rico, cargo que aceptó; tras las elecciones se anuló este nombramiento.

Prim se quedaba pues sin escaño y sin cargo, pero un diputado progresista que había obtenido su escaño por dos distritos y dejaba libre uno de ellos en Barcelona, ofreció apoyar a Prim para reemplazarlo. Desde que Prim reprimió la rebelión de la Jamancia no gozaba de simpatías en Barcelona, pero prometió rectificar sus errores, ser el campeón del liberalismo progresista, defender los derechos catalanes, especialmente los económicos, y erigirse en máximo defensor de las libertades ciudadanas; el pueblo le creyó y fue elegido, cumpliendo después la palabra dada al golpear con sus discursos de gran talento al gobierno, sin dejar pasar ninguna de las injusticias que se cometían en Cataluña.

Así pues, se convirtió en uno de los defensores del mundo catalán en Madrid. Esto lo demostró sobre todo abogando por una política proteccionista para el "trabajo nacional", es decir, para la industria, que esos momentos sólo existía en Cataluña, y criticando con gran dureza la política librecambista del gobierno, al mismo tiempo que reconocía sus errores en la represión de los partidarios de la Junta Central o "centralistas" de 1843. Esto fue lo que dijo en un discurso que pronunció en el Congreso de Diputados en noviembre de 1851:13

¿...será que se les guarda rencor [a los catalanes] por el mismo movimiento centralista? Si esto fuera así, ciertamente que mi suposición honraría poco al Gobierno, porque, en primer lugar, debíais haber sido más generosos con aquellos valientes que, después de todo, no hicieron más que exigir el cumplimiento de una palabra que se les había dado en momentos de peligro, por un poder que vosotros habíais reconocido. (...) ¿Hasta cuando hemos de ser tratados como esclavos... Somos o no somos españoles?

Cuando el ministerio de Juan Bravo Murillo disolvió las Cortes y empezó a gobernar por decreto hubo ciertos movimientos militares; por ello el gobierno, que consideraba sospechoso a Prim, expuso la conveniencia de que saliera del país por algún tiempo. Estando en Francia hubo nuevas elecciones y aunque sólo se autorizó el regreso de Prim cinco días antes de éstas, el general fue reelegido por Barcelona, encabezando la oposición en el Parlamento, pero poco después fue nuevamente disuelto y Prim salió de España hacia Francia (1853).
Turquía y el bienio progresista

Estando en París, donde empezó a cortejar a una rica heredera mexicana a pesar de la oposición de su madre, se inició la Guerra de Crimea y Prim consiguió que el ministro de la Guerra, el general Francisco Lersundi Hormaechea le nombrara jefe de la comisión militar que debía informar de las operaciones militares y de los aspectos políticos de aquel conflicto.

En el mismo 1853 desembarcó en Constantinopla y presenció entre otras acciones, el ataque de la isla de Tutrakan, aconsejando allí con gran acierto la colocación de la artillería.15 En 1854 regresó a Francia pero retornó enseguida al frente turco. El Sultán le concedió la condecoración de Medjidie y un sable de honor. Estando en Routschouck supo del victorioso pronunciamiento liberal progresista en España (la Vicalvarada) y regresó apresuradamente a España. O'Donnell y Espartero habían llegado a un acuerdo de colaboración para ejercer el poder, pero ninguno deseaba favorecer a Prim quien decidió presentarse como candidato para las cortes constituyentes. En las elecciones celebradas el 8 de noviembre de 1854, y comprendiendo que los demócratas (republicanos y socialistas) eran una fuerza en ascenso, recogió en sus promesas algunas de sus aspiraciones junto a las de los liberales progresistas. Prim fue elegido pero tuvo escasa intervención en las Cortes, donde destacaba la oratoria de Castelar, y finalmente renunció para ocupar la Capitanía General de Granada con la plaza aneja de Melilla, que estaba siendo periódicamente atacada por kábilas bereberes. Prim se desplazó a la ciudad, donde venció a los kabileños en Cabrerizas y en 1856 ascendió a Teniente General.

Poco después O’Donnell llegó al poder en sustitución de Espartero, quien había sido defendido por la Milicia Nacional al mando de Pascual Madoz, que fue derrotada y disuelta, y Prim cesó como capitán general de Granada. No obstante, el general O'Donnell pronto fue obligado a dimitir y la reina volvió a llamar a Narváez de quien esperaba que revocara la ley de desamortización de bienes eclesiásticos votada por las Cortes Constituyentes, como efectivamente hizo.
En la órbita de la "Unión Liberal" (1857-1862)
Retrato ecuestre de Prim, en Diario de un testigo de la guerra de África, 1859.

La noche del 11 al 12 de enero de 1857 Prim fue detenido acusado de haber alentado las insurrecciones que se habían producido en Barcelona, Valencia y Zaragoza contra el gobierno de Narváez.16 El consejo de guerra se demoró para evitar que se presentara a las nuevas elecciones y poco antes de éstas fue condenado a seis meses de castillo. La pena la cumplió en Alicante y le fue conmutada por destierro en la ciudad bajo palabra de no intentar escapar. A pesar de no poder hacer campaña fue elegido por una mayoría abrumadora por el distrito de Reus. No pudo tomar posesión, y pasados los seis meses el gobierno le concedió licencia para trasladarse a Vichy, en Francia. Narváez caía poco después y tras dos breves gobiernos volvió al poder O'Donnell con su partido recién creado llamado Unión Liberal en la que se integró Prim (1858) dejando temporalmente el Partido Progresista.

Por esta época se planteó la cuestión mexicana; había ciertas reclamaciones españolas pendientes desde la independencia y se habían producido algunos incidentes que costaron la vida a súbditos españoles: Prim se opuso a la guerra, y se le acusó de actuar así por haberse casado con una mexicana llamada Francisca Agüero González, emparentada con el ministro Echevarría, que pertenecía al gobierno de Benito Juárez en Veracruz (los conservadores tenían otro gobierno en la ciudad de México).

Otra cuestión candente era la de las cabilas que amenazaban Ceuta y Melilla, especialmente la de Anyera, que cometió ciertos actos hostiles en Ceuta. O'Donnell buscaba un enemigo exterior para distraer la atención de los problemas interiores, y se aprovechó de esta circunstancia. A pesar de que el Sultán de Marruecos se avino a dar satisfacciones a las reclamaciones españolas, el gobierno de O'Donnell declaró la guerra a Marruecos el 22 de octubre de 1859.

O'Donnell ni llamó ni informó a Prim sobre los preparativos de la guerra de Marruecos pero después "recapacitó sobre lo peligroso que podía resultar dejar una figura política y militar de tanta proyección en Madrid" y lo nombró jefe de la división de reserva -mientras que los cuatro cuerpos de ejército los mandaban otros generales-.

Para O'Donnell se trataba de una guerra de prestigio para afianzar su gobierno de la Unión Liberal y por eso la presentó como una guerra de reparación de las afrentas sufridas en las plazas norteafricanas, a lo que la sociedad civil respondió con gran entusiasmo, incluida Cataluña, que organizó un batallón de voluntarios pagado por la Diputación Provincial de Barcelona y considerado como los "nuevos almogávares". Por su parte Prim supo aprovechar el apoyo catalán a la guerra para recuperar el prestigio perdido en Cataluña tras la represión de "la Jamància" quince años antes. Así, cuando el batallón de voluntarios catalanes desembarcó en Marruecos a principios de febrero de 1860 para incorporarse al segundo cuerpo de ejército que desde el mes anterior estaba bajo su mando, Prim les arengó en catalán, recordándoles que eran el orgullo de la patria. Prim y estos voluntarios a su mando tendrán un protagonismo decisivo en la toma de Tetuán, momento en el que Prim "alcanzó el punto más alto de su prestigio militar".

En la guerra de Marruecos Prim dio muestras de su valor con avances a pecho descubierto, en inferioridad numérica, en desventajosa posición y con embestidas cuerpo a cuerpo. Destacan los hechos de armas de Castillejos y Wad Ras (cuyos nombres serían años después otorgados a calles de su ciudad natal). Parece ser que Prim fue extraordinariamente sanguinario en Marruecos hasta el punto que durante muchos años se asustaba a los niños marroquíes con la frase «¡Que viene Prim!». Fue Prim quien decidió la suerte de la batalla de Cabo Negrón y en la Batalla de Tetuán alcanzó el campamento de Muley Abbas. Tras la firma de la Paz de Tetuán el 26 de abril de 1860, Prim volvió a España y desembarcó en Alicante, recorriendo el trayecto hasta Madrid en loor de multitud.

Pero Prim, en una operación política y de prestigio muy calculada, tardó cuatro meses en ir a Cataluña, mientras sus tropas de voluntarios catalanes eran agasajadas en todas partes. Cuando por fin llegó a Cataluña en septiembre de 1860 entró por la frontera francesa, después de haber pasado un tiempo en París y en el balneario de Vichy, y su recorrido por tierras catalanas se convirtió en un plebiscito hacia su persona. "De un plumazo barrió a los viejos adversarios, así como las antiguas reticencias, y se convirtió en el catalán más popular del siglo". El recibimiento fue apoteósico con arcos de triunfo, nombramientos de hijo adoptivo por diversas ciudades, sables de honor, etcétera. "Los teatros de Barcelona se llenaron con obras que exaltaban las gestas del ejército español en Marruecos, en las que los catalanes al mando de Prim habían jugado un papel tan destacado". El recorrido triunfal culminó en su ciudad natal, Reus, adonde llegó el 14 de octubre, que lo recibió como a su hijo más querido. "Cuando regresó a Madrid a fines de año, Prim ya no era un militar entre los que aspiraban a lo más alto. Estaba en la cumbre, era un héroe popular en el sentido más estricto, había recuperado la relación con sus paisanos".

La reina le otorgó el marquesado de los Castillejos con Grandeza de primera clase. Un grande de España que le hizo notar que eran iguales fue respondido por Prim que él solo era comparable a su antepasado que había ganado la grandeza. Poco después el gobierno nombró a Prim director del Cuerpo de Ingenieros.
La expedición a México y la ruptura con la "Unión Liberal"

Aprovechando que la doctrina Monroe estaba en suspenso a causa de que Estados Unidos estaba en plena guerra civil, en 1861 Francia y Gran Bretaña decidieron enviar un ejército a México para deponer al gobierno de Benito Juárez a causa de los supuestos agravios cometidos contra los súbditos de aquellos países, especialmente por su decisión de cancelar el pago de la deuda externa. A esta empresa se sumó el gobierno de O'Donnell que pretendía recuperar la influencia perdida en América por España tras la independencia de las colonias hispanoamericanas veinte años antes. Al frente del cuerpo expedicionario español fue nombrado el general Prim, quien vio en ello una oportunidad de resolver sus aprietos económicos, ya que había dilapidado gran parte de la fortuna de su mujer. Por eso, nada más llegar a México, apoyó la alternativa negociadora propugnada por los británicos, frente a la postura más belicista e intransigente de los franceses, empeñados en acabar con la república mexicana e instaurar la monarquía en la persona de su candidato, Maximiliano de Austria. Para ello contaba con llegar a algún acuerdo con el ministro de Hacienda de Juárez, José González Echeverría, que precisamente era socio de la sociedad Agüero González, origen de la fortuna mexicana de la esposa de Prim.22

En el origen de la intervención española estaba el hecho de que Juárez había derrocado al gobierno conservador mexicano de Miramón, al que España reconocía, y una vez en el poder había expulsado al embajador español (1861) y aplazado el pago de la deuda. Inglaterra y Francia, afectadas por idéntica medida, decidieron tomar las aduanas de Veracruz y Tampico para cobrarse la deuda con sus ingresos y España se les unió (Convención de Londres, octubre de 1861). El acuerdo estipulaba que no se incorporaría ningún territorio mexicano. Prim recibió plenos poderes y salió para La Habana, donde al llegar se enteró de que las fuerzas españolas ya habían partido y se habían apoderado de San Juan de Ulúa y Veracruz, aparentemente por decisión del general Serrano, Capitán General de Cuba. Aceptadas las excusas que se le ofrecieron por no esperarle, llegó a Veracruz en enero de 1862.

La zona de acampada era insalubre y el llamado «vómito negro» empezó a hacer estragos en las tropas hasta el punto de que una expedición al interior habría sido un desastre. Entonces solicitaron permiso al gobierno mexicano para acampar en Orizaba, más saludable, pero el gobierno de Juárez dejó pasar el tiempo sin acceder ni negar. Al cabo de unos dos meses Prim se entrevistó con su pariente político, el ministro Echevarria, y le exigió libre paso a Orizaba, consiguiendo su objetivo. Una vez establecidas las tropas en Orizaba, Córdoba y Tehuacán se iniciaron las conversaciones para llegar a la firma de los Tratados preliminares de La Soledad (en La Soledad). En este tiempo Napoleón III ya había decidido convertir a México en Imperio con el Archiduque Maximiliano como Emperador, y envió un mensaje a Prim pidiendo la cooperación de las fuerzas españolas a su mando «para afianzar el orden en el país mexicano».

En la sesión de la Convención de la Soledad del 15 de abril de 1862, el delegado francés anunció el apoyo de su gobierno a los conservadores opuestos a Juárez, y acusó a Prim de querer coronarse él mismo como emperador. Prim refutó estas afirmaciones y ordenó la retirada de sus tropas, y lo mismo hicieron los ingleses. La reina Isabel, que se oponía a la candidatura de Maximiliano al trono mexicano, aprobó esta decisión, contra el parecer del gobierno que quería contentar a Napoleón III. Prim pasó a La Habana y de allí hizo un viaje a Estados Unidos, entrevistándose con el general McClellan, comandante del ejército del Potomac.

Prim era un convencido partidario de la Unión en la guerra civil norteamericana y en su viaje a Estados Unidos, donde visitó Nueva York y Filadelfia, se entrevistó con Lincoln en Washington.

Cuando volvió a España fue muy criticado por miembros del gobierno y por destacados políticos de la Unión Liberal por su decisión de retirar el cuerpo expedicionario de México, lo que unido a que el gobierno de O'Donnell, que ya llevaba en el poder casi cinco años, parecía agotado, le decidió a retornar a la disciplina del partido liberal progresista, a la que nunca había renunciado de manera explícita –como le había confesado a su madre antes de partir a Marruecos: "Yo soy liberal por sangre, por educación, por instinto"–. Poco después se producía la caída del gobierno de O'Donnell.

La reintegración de Prim al Partido Progresista no fue fácil a causa de la reticencias que despertaba especialmente entre las bases del partido. Fue clave el apoyo que le prestó Pascual Madoz, uno de los hombres fuertes del partido y líder indiscutido del mismo en Cataluña. En marzo de 1863 hubo una reunión en casa de Salustiano de Olózaga del núcleo dirigente del progresismo en la que Prim explicó su colaboración con O'Donnell y la ruptura con él a causa de la expedición de México. La confirmación de que había vuelto a ser el combativo liberal progresista de antes se produjo con motivo de una sonada intervención contra el líder del moderantismo, el general Narváez el 4 de mayo, además de que retomó la defensa de la industria textil catalana en Madrid.

La decisión del gobierno moderado de restringir seriamente la actividad política –sólo podían asistir a las reuniones electorales los ciudadanos con derecho a voto– reforzó la postura de los que dentro del partido progresista defendían la oposición radical al gobierno frente a los que defendían seguir actuando dentro del sistema, a pesar de sus limitaciones, por lo se decidió el retraimiento en las elecciones convocadas para noviembre, es decir, que los progresistas no presentarían candidatos a las mismas. Prim fue el encargado de comunicárselo a la reina. Precisamente, una hija de Prim llamada Isabel, nacida en 1863, fue apadrinada por la propia soberana.

Aunque el partido progresista afirmó al principio que el "retraimiento" no significaba salirse del sistema, en la primavera de 1864 se pasó a la vía insurreccional que protagonizó el general Prim gracias a sus contactos en el ejército y al prestigio que mantenía dentro de él.

Se preparó un golpe para el 6 de junio de 1864 pero una delación lo impidió. Un nuevo intento dos meses después también se frustró por la retirada del coronel al mando del regimiento de Saboya. Enterado el gobierno de estas conspiraciones invitó a Prim a salir de España, y como se negó le fue asignada residencia en Oviedo, si bien pudo regresar poco después porque el nuevo gobierno de Narváez dictó una amnistía. Las nuevas elecciones de finales de 1864 fueron también boicoteadas por los progresistas. En 1865 el gobierno endureció su posición y comenzó a tomar medidas represivas que culminaron en la Noche de San Daniel con una decena de muertos y medio centenar de heridos en Madrid (10 de abril de 1865); desde entonces Prim empezó a conspirar decididamente. Un levantamiento que impulsó en Valencia fracasó. Pasó a Francia y reingresó por Pamplona nuevamente sin éxito por la defección de muchos de los comprometidos.

Vuelto a Francia salió por mar hacia Valencia donde se preparaba un nuevo levantamiento pero también los conjurados se volvieron atrás. En sus viajes clandestinos por España se cuentan diversas anécdotas, no acreditadas, entre ellas una muy célebre en su natal ciudad de Reus, cuenta que se ocultó en una bota de vino en una bodega de un pueblo cercano eludiendo astutamente la búsqueda de sus enemigos. Prim se convertía en mito y el número de leyendas sobre él, auténticas o imaginarias, no paraba de crecer. El gobierno, considerándole su mayor enemigo, envió una orden para que se presentase a la reina, pero Prim, que estaba en París, no la obedeció. La reina Isabel decidió entonces poner fin al gobierno Narváez y llamar a O’Donnell, que una vez en el poder levantó cualquier restricción y amenaza a Prim. Este volvió a España pero no obstante no dejó de conspirar.

En enero de 1866 Prim protagonizó el pronunciamiento de Villarejo de Salvanés que fracasó entre otras razones porque el unionista general Serrano consiguió que no se sumaran los cuarteles de Madrid. Prim consiguió cruzar la frontera de Portugal después de vagar por La Mancha y los montes de Toledo.27 Esta marcha sorprende por su supuesta falta de estrategia, pues avanzaban sin cuidados, pero también por el escaso celo que mostraban las fuerzas que les perseguían, que probablemente deseaban que salieran del país libremente. Prim entró en Portugal el 20 de enero de 1866, pero poco después fue expulsado y pasó a Londres y de allí a París.

Los continuos fracasos de los pronunciamientos exclusivamente militares llevaron a los progresistas y a Prim a cambiar de estrategia y a buscar el apoyo popular, lo que significaba aliarse con el Partido Demócrata a pesar de que era republicano. Sin embargo, la primera intentona de este tipo iniciada con la sublevación del Cuartel de San Gil en Madrid, y que fue apoyada por elementos civiles en otras partes, especialmente en Cataluña, se saldó con un nuevo fracaso y con una durísima represión gubernamental, que incluyó la ejecución de sesenta militares.27 La insurrección se inició en Madrid el día 21 de junio de 1866 en el cuartel de San Gil, donde los sargentos apoyaban la rebelión y que con más dificultades de las previstas consiguieron tomar el control. La lucha se desarrolló por Madrid pero el gobierno obtuvo la victoria al anochecer del 22 de junio.

Muchos de los sargentos y cabos (66) fueron fusilados. Prim, que había de ser jefe de gobierno, no llegó a salir de Francia. Poco después el gobierno francés lo expulsó a Suiza. Desde Ginebra convocó una reunión de progresistas en Ostende en agosto de 1866 creándose un comité de acción con progresistas y demócratas, bajo la presidencia de Prim (Comité de Ostende). Las conspiraciones siguieron y un nuevo golpe se planificó para agosto de 1867 también con participación de civiles. Prim salió de Bruselas y el 15 de agosto llegó por mar ante Tarragona y de allí siguió a Valencia. Pero la rebelión no llegó a estallar y tras desembarcar en Marsella el 22 de agosto se presentó en la frontera catalana esperando la ocasión de entrar en territorio español, que no llegó pues aunque hubo combates aislados en Cataluña y Aragón no significaron una alteración del control gubernamental, y poco después regresó a Ginebra. El 4 de septiembre la rebelión estaba concluida. Prim rehuyó entrar en España, como tuvo ocasión de hacer (si bien es verdad que con más dificultades de las previstas) donde las guarniciones estaban dispuestas a sublevarse con su sola presencia; su ausencia había motivado el fracaso. Se llegó a decir que en su maquiavelismo había propiciado el fracaso de su propio movimiento para que la reina, ante la amenaza, llamase al Partido Progresista al poder. Prim tuvo que dejar Suiza, y tras circular por algunos países de Europa, acabó residiendo en Londres.

Según el historiador Josep M. Fradera, la desconcertante actuación de Prim durante la insurrección de agosto de 1867 se explica porque Prim "tenía prioridades que no necesariamente coincidían con lo que las proclamas y manifiestos dirigidos a la nación pregonaban a los cuatro vientos... En pocas palabras: Prim no quería dirigir ni secundar un movimiento de claro protagonismo civil y de contenidos revolucionarios mucho más nítidos que aquellos por los que estaba dispuesto a comprometerse. Sus paisanos le esperaron en vano, pues una vez más antepuso su política desde arriba, la «política fina» [imponer un cambio de gobierno a la Reina], a la lealtad a los suyos. Las imputaciones de traición de los demócratas encontraron tal eco que el propio general se sintió obligado a dar explicaciones, por boca de Manuel Ruiz Zorrilla, en la reunión del centro conspirativo en París".

Poco después moría en su exilio de Biarritz el general O’Donnell y el general Serrano, duque de la Torre, era nombrado líder de la Unión Liberal y el 23 de abril de 1868 moría también Narváez de una pulmonía. Las desacertadas medidas de su sucesor, Luis González Bravo, favorecieron el paso de numerosos generales y militares a la Unión Liberal. Entre ellos Zabala y el almirante Juan Bautista Topete. Este último defendía un cambio dinástico y la candidatura del duque de Montpensier, pero consultado Prim si los progresistas le aceptarían, la respuesta fue negativa. No obstante Prim obtuvo la neutralidad de Napoleón III en el conflicto interior español y pudo trasladarse a Vichy, pero pronto regresó a Londres. Los contactos con los generales exiliados y los descontentos estaban hechos y la revolución decidida.

La Gloriosa (1868-1870)
Artículo principal: Revolución de 1868
El 12 de septiembre de 1868 salió Prim de Londres en el vapor Buenaventura, disfrazado como criado de los Sres. Bark, que eran amigos suyos durante su exilio londinense. Llegado a Gibraltar embarcó en el remolcador inglés Adelia (enviando como señuelo la embarcación llamada Alegría) con el cual se trasladó a la fragata Zaragoza, anclada junto a otros buques de la escuadra en Cádiz. El pronunciamiento se efectuaría el siguiente día, 17 de septiembre de 1868. Efectivamente, sublevada la escuadra y secundado el movimiento en Cádiz (día 18) y su provincia (19), Prim desembarcó y fue saludado con vítores. Se formó una junta bajo la presidencia de Topete, con unionistas, progresistas y demócratas en forma paritaria. Luego Prim avanzó por la costa Mediterránea sublevando sus ciudades: el 23 Málaga, el 25 Almería, el 26 Cartagena; el 2 de octubre, Valencia y el 3 Barcelona donde fue recibido con gran alborozo.

Cerca de allí el general Blas Pierrad, Anselmo Clavé, José María Orense y Mariano Rossell habían proclamado la república en Figueras, y el día 1 había entrado en Barcelona el general progresista Baldrich. Prim llevaba una corona en su gorra y se le empezó a pedir que se la quitara, pero Prim dijo en catalán a sus compatriotas otra frase célebre que aún se usa: «Catalans, voleu córrer massa; no correu tant que podríeu ensopegar» («Catalanes, quereis correr demasiado; no corráis tanto que podríais tropezaros»). Finalmente Prim cedió a la presiones, se sacó la gorra y acabó gritando en catalán «¡Abajo los Borbones!». De Barcelona pasó a Reus y de allí a Madrid donde hizo una entrada triunfal como nunca antes vista.

Al día siguiente recibió la cartera de Estado en el gobierno provisional, del que Prim era el juez. En las elecciones de enero de 1869 los progresistas en alianza con los demócratas moderados obtuvieron 160 diputados; 65 la Unión Liberal; 60 los republicanos; y 30 los carlistas. Así Prim, como el líder progresista, volvía a quedar como referencia decisiva. El nombramiento de jefe de gobierno debía contar con su beneplácito y la Constitución fue aprobada aceptando la forma monárquica por decisión de Prim. El nombramiento de Serrano como regente, sin poder efectivo, eliminó su más directo rival. Serrano nombró a Prim jefe de gobierno y Prim se reservó en el gabinete además de la presidencia, la cartera de Guerra, nombrando ministros unionistas y progresistas por igual.
Cuba

Propuso Prim la independencia de Cuba si así lo decidía el pueblo cubano en referéndum, una amnistía para los patriotas cubanos, y una compensación a España garantizada por Estados Unidos. El proyecto, que hubiera saneado la Hacienda, encontró fuerte oposición y nunca se llevó a cabo. No obstante, cuando se planteó como salida al problema cubano la posible venta de la provincia a los Estados Unidos, Prim respondió tajantemente: «La isla de Cuba no se vende, porque su venta sería la deshonra de España, y a España se la vence, pero no se la deshonra».

Los progresistas proponían la candidatura al trono de Fernando de Coburgo, padre del rey portugués Luis I, mientras los unionistas proponían al duque de Montpensier. La candidatura de Fernando fracasó por su matrimonio morganático con una cantante de ópera y la oposición del príncipe a que pudieran unirse las coronas de España y Portugal (sueño último de buena parte de sus partidarios). La candidatura de Montpensier, a propuesta de Serrano y Topete, fue rechazada enérgicamente por Prim que además propuso excluir del trono a todas las ramas de los Borbones. Prim ofreció la corona al duque de Aosta, segundo hijo de Víctor Manuel II de Italia, y a Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, que rechazaron la oferta. Entonces Prim ofreció la corona a un sobrino del rey de Italia, el joven duque de Génova, y contó con el apoyo de Topete a cambio de prometerle que el rey se casaría con una de las hijas de Montpensier. La candidatura fue votada en Cortes obteniendo 128 votos contra 52. Pero el duque de Génova finalmente rechazó el trono.

Prim ofreció la corona a Espartero, duque de la Victoria, a sabiendas de que la rechazaría, como así ocurrió finalmente. Se volvió a insistir con el príncipe de Hohenzollern que finalmente aceptó si era votado por dos tercios de las Cortes (Prim había hecho aprobar una ley que requería mayoría absoluta, pero el príncipe aun la consideró insuficiente) pero, por un error, la aceptación del príncipe llegó cuando ya las cortes habían cerrado. Además, al saberse que la candidatura prusiana cogía fuerza, la oposición internacional de Napoleón III hizo que el príncipe no renovara su aceptación y renunciara a la candidatura, aunque esto no evitó la Guerra Franco-Prusiana que a continuación estallaría.

Entonces Prim volvió a ofrecer la corona a Amadeo, duque de Aosta, quien puso como condición la conformidad de las principales potencias europeas, y conseguida ésta, finalmente aceptó. El 26 de noviembre de 1870 Amadeo (conocido generalmente como Amadeo de Saboya) era elegido por 191 votos como rey (Amadeo I) y el 27 de diciembre salió hacia España. Ese mismo día el general Prim era víctima de un atentado en Madrid.
Atentado y muerte

El general Prim murió el 30 de diciembre de 1870 a causa de las heridas infectadas que le causó un atentado que sufrió tres días antes. En 2012 la Comisión Prim de Investigación, formada por expertos de la Universidad Camilo José Cela, estudió el cuerpo embalsamado y dictaminó que los surcos y marcas en el cuello de la víctima eran "compatibles" con un posible estrangulamiento a lazo.29 Posteriormente, esta universidad se desvinculó del proyecto, por su carácter conflictivo, ya que se firmó un acuerdo de confidencialidad con las fotos del cuerpo que terminaron saliendo a la luz. Una segunda autopsia de la momia de Prim —llevada a cabo por la Universidad Complutense de Madrid— dictaminó en diciembre de 2013 que los surcos del cuello —que aparecen igualmente en los gemelos— fueron causados por la presión de las ropas, descartando el estrangulamiento.30 31 No obstante, dicho estudio fue criticado por el periodista Francisco Pérez Abellán por su falta de rigor y de pruebas documentales que defendieran dicha tesis, contraria a la de la Universidad Camilo José Cela.

El 27 de diciembre de 1870 todo estaba preparado en España para la inminente llegada de Amadeo I. En el Parlamento, el general Juan Prim y Prats, de 56 años, presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra, capitán general de los Ejércitos, marqués de los Castillejos y conde de Reus, acababa de conseguir la aprobación de las últimas propuestas relacionadas con la Casa Real. Tan sólo le quedaba por hacer en el palacio de las Cortes, y tenía que preparar el viaje a Cartagena, al día siguiente, para recibir al monarca.

Eran alrededor de las 19:30 y caía una espesa nevada. El general se despidió con cortesía de diputados y ministros, cruzó unas tensas palabras con el líder de los republicanos y se dirigió a su coche, una berlina verde de cuatro ruedas tirada por dos caballos que le aguardaba en la puerta del Congreso, con los cristales cerrados para proteger el interior del frío y la tormenta de nieve. El cochero puso en marcha el vehículo en cuanto subieron el general y sus acompañantes, el coronel Moya, que se sentó en la delantera, y su ayudante personal, Nandín, que se acomodó a su lado, en el asiento trasero.

La berlina emprendió la ruta habitual, por la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas), hacia el Ministerio de la Guerra (Palacio de Buenavista), donde estaba la residencia presidencial.
Al llegar a la calle del Turco, el cochero observó que había dos carruajes de caballos atravesados en el angosto camino. Tuvo que detener la berlina en medio de la densa nevada. Un segundo después el coronel Moya se asomó a la portezuela para tratar de arreglar la situación y contempló con alarma cómo tres individuos vestidos con blusas, sin duda alertados de la llegada de Prim, se dirigían hacia el coche armados con lo que le parecieron carabinas o retacos, aunque uno de ellos llevaba con seguridad una pistola. No tuvo tiempo nada más que para decir: «Bájese usted, mi general, que nos hacen fuego».

Sus palabras quedaron interrumpidas por el ruido de las detonaciones, al menos tres por el lado izquierdo y otras dos por el derecho. Los cristales se quebraron y uno de los asesinos consiguió meter en el interior de la berlina el cañón del arma que portaba; tan cerca del general Prim que la cara de éste quedó tatuada por los granos de pólvora. Su ayudante, Nandín, en un movimiento desesperado, trató de protegerlo interponiendo su brazo. Las balas le destrozaron la mano, y quedaron esparcidos esquirlas y pedazos de carne abrasada.
Atentando contra Prim, en La Ilustración de Madrid.

La agresión duró solo unos segundos, apenas los mismos que el cochero tardó en reaccionar, golpeando con su látigo casi por igual a los agresores y a los caballos hasta romper el cerco y huir hacia la calle Alcalá.

Se dirigieron a toda prisa hacia el Ministerio de la Guerra. Al llegar a palacio los dos heridos descendieron de la berlina, ayudados por Moya y el cochero. El general subió por su propio pie la escalerilla del ministerio, apoyándose en la barandilla con la mano afectada y dejando en el suelo un reguero de sangre. Al encontrarse con su esposa forzó un gesto tranquilizador para decirle que sus heridas no revestían gravedad.

Cuando llegaron los médicos apreciaron rápidamente los destrozos en los dedos de la mano derecha, de tal envergadura que fue preciso amputar de inmediato la primera falange del anular, quedando en peligro de amputación el índice. Aunque lo más preocupante era el «trabucazo» que el general presentaba en el hombro izquierdo. Le había sepultado al menos ocho balas en la carne. Los cuidados médicos se prolongaron hasta la madrugada. A las dos de la mañana se le habían extraído siete balas.

Nandín, el ayudante, fue trasladado a la casa de socorro más cercana, donde se le diagnosticó que perdería el movimiento de la mano, que le quedaría seca e inservible, pero que quizá —le dijeron— no tendrían que amputársela. Entre tanto, las noticias difundidas mentían sobre la gravedad de las lesiones: se quería que fuesen tranquilizadoras, en un momento en que era preciso mantener la calma en el país. Aun cuando las heridas no eran demasiado graves, el hecho que se infectaran le provocó la muerte tres días después. El motivo de la infección fue la introducción en su pecho de retazos del abrigo de piel de oso que llevaba por el frío y que provocaron una sepsis.33 También existe la versión de que murió al ser estrangulado,29 descartada posteriormente por nuevas investigaciones.30

Algunos indicios señalan al duque de Montpensier y al regente general Francisco Serrano como instigadores y al republicano José Paúl y Angulo como ejecutor con otros nueve hombres. El estudio del abogado reusense Antonio Pedrol Rius aclaró en 1960 el misterio de su asesinato en cuanto a autores materiales (Paúl y Angulo y otros republicanos), pero que en cuanto a los instigadores nada podría demostrarse sin duda razonable, pues los indicios sobre Montpensier y Serrano se basaban en que los asesinos fueron reclutados por sus hombres de confianza. Gracias al promotor fiscal, Joaquín Vellando, así como a las declaraciones de Solís y Eustaquio Pérez, se localizan dos dictámenes: el primero, en el que se estima, el 9 de septiembre de 1871, «que aparecía en primer término la responsabilidad del Excmo. duque de Montpensier, contra quien debe dirigirse el procedimiento como principal autor del complot que tuvo por objeto el asesinato del Excmo. Sr. D. Juan Prim».34 En el segundo, el 12 de junio de 1872, solicita, además, «prisión del Excmo. Sr. duque de Montpensier».35 Si Prim aceptó dinero del Duque para preparar su pronunciamiento, que apoyara la coronación del duque de Aosta, hijo del rey de Italia, debió hacer que lo considerara como un traidor y es posible que él o su secretario, el muy católico e hispanista Antoine de Latour, haya sido uno de los instigadores del asesinato.36

En una obra reciente, el historiador Josep Fontana afirma que sigue siendo un misterio quiénes fueron los autores. Se culpó de inmediato al diputado republicano federal y rico comerciante de vinos de Jerez José Paúl y Angulo, porque esa misma tarde en la sesión de las Cortes tras un duro debate le había despedido diciendo «Mi general, a cada cerdo le llega su san Martín», y también porque se dijo que su voz la había oído Prim durante el atentado. Años más tarde Paúl y Angulo acusaría al general Serrano y al duque de Montpensier, hipótesis que no está descartada. En el caso del general Serrano porque el jefe de su escolta resultó implicado en el crimen y porque cuando presidió el primer gobierno de la Monarquía de Amadeo I al mes siguiente no puso mucho empeño en investigar el crimen –la viuda de Prim parece que creyó en su culpabilidad, especialmente cuando oyó las palabras del propio Prim que dijo: «No lo sé; pero no me matan los republicanos»–. En cuanto al duque de Montpensier, este culpaba a Prim de no haber conseguido la Corona y «ya había organizado algunos intentos anteriores de atentado contra él, que se frustraron por delaciones». También existe la posibilidad de que detrás del atentado estuvieran los hombres de negocios con intereses en Cuba, que temían los cambios que podía introducir Prim en la política colonial. De hecho en Cuba se daba por seguro que «el gatillo se apretó desde La Habana».
Sepultura, exhumación y autopsia
Entierro de Juan Prim, en La Ilustración de Madrid.

Sepultado en un primer momento en el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid, sus restos mortales fueron trasladados a su localidad natal, Reus, en 1971.

En el año 2012, se realizó una exhumación del cadáver de Juan Prim, que se encuentra momificado. Las conclusiones del análisis del cadáver han sido diversas y contrapuestas, apuntándose incluso a un estrangulamiento como causa de la muerte;29 39 otros estudios niegan esta posibilidad.

Juan Prim y Prats (Reus, 1814-asesinado en Madrid, 1870) hijo de un combatiente que luchó contra la invasión napoleónica, catalán, español, entactó Europa, se asomó a África, conoció América, no le afectó el mal del aldeanismo, -«vicio endémico bastante extendido entre no pocos regionalistas», acota su biógrafo, el doctor en Historia y Derecho Emilio de Diego, autor de «Prim. La forja de una espada» (Planeta)-, y por encima de todo no buscó jamás afirmar, en la forja de su espada, su catalanidad en el enfrentamiento con ninguna otra parte de España.

El general Prim predicó por fuertes y fronteras la emulación de las mejores virtudes del resto del país «para colocar la estima hacia los catalanes en la más alta consideración del conjunto de los españoles».

Ese es el hombre de Estado, político capital en la España de 1843-1870, al que se ha descubierto una efigie y un medallón con leyenda en la fachada lateral del Banco de España (antigua calle del Turco, hoy del Marqués de Cubas esquina con Alcalá), al pie del empedrado donde le dispararon hizo 142 años el día 27 de diciembre de 1870, pasadas las siete de la tarde, para morir cuatro días después, a causa de una septicemia, sobre las ocho y media de la noche, en el Palacio de Buenavista, actual sede del Cuartel General del Ejército de Tierra. El acto lo organizó la Sociedad Bicentenario General Prim 2014.

Con tres años, Emilio de Diego repetía sin cesar: «Don Juan Prim y Prats. Nació en Reus, vivió en Madrid. Fue militar. Sabio, justo, legislador», para jolgorio de su abuela y admiración de sus vecinas. Desde entonces, su pulsión por el «el joven Prim, que llega a Madrid con veintisiete años, sin la menor preparación política, y que acaba siendo un hombre de Estado notable, militar y estadista» es irreductible.

Prim no es un revolucionario de barricada, ni un militar de cuarteladas (aunque su nombre se asocie al de San Gil), sino un hábil diplomático, estadista y hombre de mundo, un político decisivo entre 1843-1870.

¡Quién fuera Prim!, decía un personaje de Galdós. «Prim se hizo a sí mismo con valor, que aprendió en la universidad de la vida lo que no en los libros», lo dibuja Emilio de Diego. Prim vio a los hombres en la circunstancia de la guerra, en donde no anidan disimulos.

Los grandes espadones del XIX -Narváez, O’Donell, Espartero...- son grandes generales metidos a políticos. Prim es un catalán español, viajado, que conoce el mundo, y que por tanto sabe que los intereses de su patria chica son muy importantes; es el máximo defensor de los intereses catalanes en Madrid. «Su idea de España es que a Cataluña se le trate igual que al resto de los españoles». Y en la Guerra de África, la primera bandera española que se levanta en la Alcazaba de Tetuán la izan los voluntarios catalanes.


¿Conspiró Prim? «Conspira, porque no hay otro medio de hacer política -explica el profesor de Diego-. Pero, ¿quién entre los políticos y militares del XIX no es conspirador? Él aguanta desde 1851 a la espera de que se desbloquee el camino para los progresistas». Su trilogía era: Libertad, Constitución (será clave en la de 1869) y la Reina Isabel II.

Romántico, Zorrilla le cita como asiduo espectador en los círculos literarios, culturales... Y en el honor: cuando Modesto Lafuente le ridiculizó llamándole «Primgue», el espadón se lo encontró un día cerca de un café y le edulcoró unos bastonazos de aúpa. Se casó con una muchimillonaria, tuvo varias amantes, pero nunca dejó de amar a Cataluña y España: «En las armas, en la Iglesia, en el foro mis abuelos se distinguieron por su patriotismo. Me tengo por español de pura raza por la educación española que he recibido y por el amor instintivo que tengo a este país. Los males de mi patria me hacen daño como los males míos, y si alguna vez se mancilla su honra, yo también me he creído mancillado, como si fuese cuestión de mi propia familia». Palabra de Prim, español de Reus.
«Prim conspira porque no hay otro medio de hacer política»

Madrid atardece en medio de una enorme nevada el 27 de diciembre de 1870. Juan Prim y Prats abandona el Congreso de los Diputados en su berlina por la antigua calle del Sordo (actual de Zorrilla) en dirección al Palacio de Buenavista (Cuartel General del Ejército), donde vivía como presidente del Consejo de Ministros, y ministro de Guerra.

El coche de caballos que traslada al político y militar español, nacido en Reus, lo protegen dos escoltas, que resultarán herido e ileso, respectivamente. Sostiene Emilio de Diego, biógrafo del político y militar, que a Prim alguien tuvo que confiarle en exceso: «No era un loco. Hubo varios intentos de atentado contra él en las semanas anteriores. Todo el mundo sabía que se preparaba un atentado contra Prim, hay denuncias ante la Policía y avisos en el entorno de Prim. El reusense tenía una partida de agentes que eran los encargados de realizar un rastreo parapolicial, y Prim conoce lo que pasa en Madrid mejor que nadie. Entonces, el hombre mejor informado de España se deja matar a cuarenta metros de su casa sin la menor protección, no aparece un policía ni por asomo en los alrededores, etc... Curiosamente, Práxedes Mateo Sagasta se bajó antes de montar en el coche con Prim».
Hoy no hubiera muerto

El atentado lo perpretan asalariados del crimen; más de cinco disparos impactan en Juan Prim. Había una taberna a la altura de la calle del Turco (Marqués de Cubas, esquina Alcalá) de donde salieron los pistoleros, que atravesaron un carruaje y a bocajarro abatieron a Prim. «Le dispararon con distintos tipos de armas, de calibres muy amplios, con una munición entre pólvora y postas; a quemarropa fueron mortales los trallazos. Hoy no hubiera muerto de ninguna manera, murió por circunstanias, que derivan en la septicemia», sostiene De Diego.

El cochero, aún a riesgo de volcar la calesa, salta por encima del otro coche y se dirige a trompicones al Palacio de Buenavista. Prim sube por las escaleras, y se sienta en un sofá. «Allí se muere de valentía. Se ha cometido un atentado en vísperas de que llegue el Rey Amadeo de Saboya. Prim es la pieza capital. Su mensaje es: tranquilidad absoluta, no pasa nada. Aguanta, pero se empieza a tratarle mal, tarde, y es uno de los factores que lleva a la septicemia -abunda su biógrafo-. Murió el 30 de diciembre».

¿El autor intelectual del asesinato de Prim? Para Emilio de Diego, «es el duque de Montpensier, el hombre que financia la Revolución del 68, porque no tenían un real. Y pone al servicio de la Revolución a sus partidarios: antiguos unionistas, encabezados por Serrano, Topete... no era un grupo cuantitativamente muy grande, pero cualitativamente fundamental. El personaje que más sabía, seguro, en torno al asesinato de Prim es Sagasta».
Su famosa arenga en la Batalla de los Castillejos (1860)
Durante el descubrimiento de la placa por el bicentenario del nacimiento del general Juan Prim y Prats, el actual jefe de Estado Mayor del Ejército, Jaime Domínguez Buj, recordó la importancia histórica de "uno de los grandes personajes de la turbulenta España del siglo XIX".
También tuvo un momento para la memoria de la arenga que Prim dio a sus soldados en la batalla de los Castillejos (1 de enero de 1860), en el contexto de la Guerra de África contra el sultanato de Marruecos. "Soldados, vosotros podéis dejar esas mochilas porque son vuestras, pero esta Bandera es de la Patria. Yo voy a meterme con ella en las filas enemigas. ¿Permitiréis que vuestra Enseña caiga en manos del enemigo? ¿Dejaréis morir solo a vuestro general? Soldados, ¡viva la Reina!, ¡viva España!".
Por los méritos contraídos en esa decisiva batalla, al general Prim, que ya era conde de Reus, se le otorgó el título de Marqués de los Castillejos con Grandeza de España

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 31 Ene 2016 18:06

D. TOMAS DE ZUMALACARREGUI Y DE IMAZ General Español

(Tomás de Zumalacárregui y de Imaz; Ormáiztegui, Guipúzcoa, 1788 - Cegama, Guipúzcoa, 1835) Militar español que dirigió el ejército carlista. Participó como voluntario en la guerra de Independencia, al término de la cual alcanzó el grado de capitán. Partidario del absolutismo, en 1823 formó parte del organismo militar encargado de reprimir los delitos políticos. En 1829, con el grado de coronel, fue gobernador militar de El Ferrol, pero, implicado en los sucesos de La Granja, se le acusó de desafecto y perdió el cargo. Tras la muerte de Fernando VII (1833) se unió a las fuerzas carlistas; fue nombrado comandante general interino de Navarra y pasó a dirigir un potente ejército. En un principio basó sus acciones en la lucha guerrillera, rehuyendo las batallas a campo abierto, pero en los últimos meses de 1834 aceptó combates directos, que se saldaron con importantes victorias. Extendió su dominio a toda Navarra y pasó a luchar contra los liberales en Vizcaya y Guipúzcoa. Zumalacárregui pretendía tomar Vitoria y marchar sobre Madrid, pero don Carlos le ordenó atacar Bilbao; murió a consecuencia de una herida sufrida en el asedio a esta ciudad.

Tomás de Zumalacárregui ingresó en el ejército durante la Guerra de la Independencia (1808-14). En las luchas políticas del reinado de Fernando VII se significó por su postura antiliberal, colaboró con los realistas y fue ascendido a coronel. Cuando se planteó el pleito sucesorio al morir el monarca, Zumalacárregui participó desde Pamplona en el levantamiento de los reaccionarios que apoyaban al infante Carlos María Isidro en defensa del absolutismo monárquico (1833).

Fracasado el pronunciamiento en la ciudad, Zumalacárregui se retiró al interior de la provincia, en donde unificó a las fuerzas carlistas navarras y organizó uno de los contingentes más eficaces del ejército rebelde. Durante la Primera Guerra Carlista que entonces se inició (1833-40), don Carlos le confió el mando de sus fuerzas en Navarra y le ascendió a general. Se resistió a todos los intentos de atraerle hacia el bando de Isabel II, por parte de su propio hermano Miguel y de su antiguo jefe, el general Quesada.

Consciente de su inferioridad numérica y armamentística, Zumalacárregui reprodujo la táctica guerrillera que conocía desde la Guerra de la Independencia, amparándose en lo accidentado del relieve y en el apoyo de gran parte de la población civil. Fue muy popular entre sus tropas (que le apodaban el tío Tomás), pero no dudó en mostrarse cruel en la represión de los liberales ni en emplear el terror para mantener controlado el territorio.

Durante el año 1834 se sucedieron las victorias en pequeñas escaramuzas (como las batallas de Alegría y las Amézcoas), hasta el punto de provocar la dimisión de Rodil en el mando del ejército enemigo. Animado por esos éxitos y por la necesidad de conseguir dinero y apoyos internacionales, don Carlos le ordenó al año siguiente tomar Bilbao, a pesar de la opinión contraria de Zumalacárregui (que hubiera preferido atacar Vitoria).

La operación comenzó con éxito, al abrirse paso la marcha hacia Bilbao venciendo a Espartero en Durango. Luego, ya dueño de la mayor parte de las Provincias Vascongadas, puso sitio a la capital vizcaína; pero, en su empeño por reconocer personalmente las fortificaciones enemigas y las posiciones de sus hombres, resultó alcanzado por un disparo del ejército que defendía Bilbao.

Herido en una pierna, Zumalacárregui se trasladó a su pueblo para ponerse en manos de un curandero de su confianza y murió, probablemente de septicemia. El ejército carlista perdió así a su militar más prestigioso, debilitándose notablemente sus posibilidades de éxito en la contienda y abriéndose en su seno fuertes disensiones políticas. Con él desapareció no sólo el principal ariete por la causa del infante, lo que influiría de modo decisivo en el desarrollo de la Primera Guerra Carlista; lo hizo también un tipo de héroe o caudillo profundamente identificado con el pueblo llano, tal y como lo retrató Galdós en uno de sus más célebres Episodios Nacionales.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 31 Ene 2016 18:12

D. BALDOMERO ESPARTERO General Español



(Baldomero Espartero, conde de Luchana, duque de la Victoria y príncipe de Vergara) Militar y político español (Granátula, Ciudad Real, 1793 - Logroño, 1879). Hijo de un carretero de La Mancha, adoptó el segundo apellido de su padre (pues su nombre completo sería Baldomero Fernández Álvarez Espartero). Al estallar la Guerra de la Independencia (1808-14) abandonó la carrera eclesiástica y tomó las armas. Desde 1810 permaneció en el Cádiz sitiado por los franceses, donde se estaban desarrollando las Cortes constituyentes; allí realizó sus primeros estudios militares.


Entre 1815 y 1824 estuvo destinado en América, donde combatió contra los independentistas hasta que España perdió sus colonias en el continente; aunque no participó en la decisiva batalla de Ayacucho, en el futuro sus partidarios serían conocidos popularmente como los ayacuchos en recuerdo del pasado americano de Espartero y de la influencia que sobre sus ideas políticas tuvieron otros militares liberales de aquella campaña.

Al morir Fernando VII, se decantó por el apoyo a la causa de Isabel II y de la regente María Cristina, en virtud de sus convicciones constitucionales. Luchó contra la reacción absolutista en la Primera Guerra Carlista (1833-40), en la que desempeñó un papel destacado: sus éxitos militares le llevaron de ascenso en ascenso hasta obtener el mando del ejército del Norte a raíz del motín de los sargentos de La Granja (1835). Rompió el cerco carlista de Bilbao venciendo en la batalla de Luchana (1836); organizó la defensa de Madrid frente a la expedición de don Carlos (1837); y aprovechó las disensiones en el bando carlista para atraerse al general Maroto y negociar con él la paz que sellaron ambos con el «abrazo de Vergara» (1839). Luego se dirigió al Maestrazgo, donde venció a Cabrera en 1840, poniendo fin a la guerra.

Desde entonces puso su prestigio al servicio de sus ideales políticos progresistas. Se enfrentó al conservadurismo de María Cristina haciendo que ésta le nombrara presidente del Consejo de Ministros en 1840-41; pero, ante la resistencia de la regente al programa liberal avanzado que defendía, exigió a ésta que abdicara e hizo que las Cortes le nombraran regente a él mismo (1841-43).

Completaba así la ascensión social que, desde un origen modestísimo, le había llevado a ser conde, duque, grande de España y, finalmente, regente. El «espadón» progresista se enemistó con muchos de sus partidarios, a causa de su modo de gobernar autoritario, personalista y militarista; en 1843 se vio obligado a disolver unas Cortes que se le habían vuelto hostiles.

Un pronunciamiento conjunto de militares moderados y progresistas (encabezados por Narváez y Serrano) le arrebató el poder en aquel mismo año; pronto se declararía mayor de edad a Isabel II y comenzaría una década de predominio conservador. Espartero se exilió en Inglaterra, de donde regresó en 1849 para vivir retirado en Logroño.

Ante el deterioro político del final de la década moderada (1844-54), las tendencias autoritarias de la reina y la hegemonía política de la minoría ultraconservadora, se produjo una nueva revolución en 1854, que llevó a Espartero a la presidencia del Gobierno; durante el siguiente «bienio progresista» (1854-56) avaló el reformismo de los liberales avanzados, pero no pudo evitar que se reprodujeran las mismas disensiones acerca de su liderazgo.

De nuevo fue expulsado del poder por un pronunciamiento encabezado por su antiguo aliado, el general O'Donnell, tras el cual vino un nuevo periodo de ostracismo político de los progresistas, que Espartero contempló pasivamente desde su retiro de Logroño. Allí recibió, tras la revolución que destronó a Isabel II en 1868, la oferta de Prim de hacerle elegir por las Cortes rey constitucional de España, oferta que rechazó. Tras la coronación de Amadeo de Saboya éste completó el encumbramiento honorífico de Espartero nombrándole príncipe de Vergara con tratamiento de alteza real.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 31 Ene 2016 18:20

D. Ramón CABRERA Y GRIÑO General Español

Ramon Cabrera y Griñó nació en Tortosa el 27 de diciembre de 1806. Su padre, José Cabrera, había trabajado en el comercio de cabotaje entre los puertos cercanos a Tortosa, consiguiendo ser nombrado capitán de un buque mercante: Con los ahorros adquiridos con esta profesión, compró un velero de treinta toneladas para dedicarse al comercio por su cuenta y riesgo, consiguiendo una pequeña fortuna . Falleció en 1812. Su madre, Ana María Griñó, contrajo segundas nupcias con Felipe Calderó, también marino de profesión.
Ramon Cabrera fue confiado a los Trinitarios de Tortosa para que realizara los correspondientes estudios eclesiásticos, pero abandonó el Seminario y se presentó en Morella al coronel Barón de Hervés, para sentar plaza de voluntario en el ejército carlista de la primera guerra. Derrotado y fusilado éste en 1833 Cabrera pronto destacó por sus dotes militares puestas de manifiesto durante enero y febrero de 1835 en una incursión a Navarra a través del territorio gubernamental. En abril de 1835, Carlos V le nombró jefe de las fuerzas carlistas de Aragón y Valencia ( Maestrazgo, Puertos, Bajo Ebro, Mattarranya, y Bajo Aragón), en sustitución de Manuel Carnicer, dando un gran impulso a la guerra, especialmente por su extraordinaria movilidad.
En represalia por la muerte de los alcaldes cristinos de Valdealgorfa y Torrecilla, en la comarca de Alcañiz, el general Nogueras fusiló a la madre de Cabrera, Ana María Griñó, el 16 de febrero de 1836 en la Suda de Tortosa, hecho que tuvo gran repercusión en Europa y que contribuyó a endurecer aun más la guerra en el Maestrazgo.
Nombrado teniente general y conde de Morella después de su victoria en Maella, octubre de 1838, sobre el general Pardiñas, Cabrera organizó un pequeño estado con capital en Morella que fue el centro de la actividad carlista, con servicios en Cantavieja, Mirambell y Beceite.
En 1839, no aceptó el convenio de Vergara y se retiró con su ejército al norte de Cataluña, pasando a Francia en julio de 1840, hecho que dio fin a la guerra de los Siete Años, o primera guerra carlista.
Al iniciarse la guerra de los "matiners", fue designado por Carlos VI, Conde de Montemolín,, jefe supremo de las fuerzas carlistas en Aragón, Cataluña, Valencia y Murcia. En 1848 entró en Cataluña, desde Osseja ( Cerdeña), para ponerse al frente de las huestes montemolinistas, llegando a organizar un ejército de cerca de 9.000 hombres. En enero de 1849 ganó el título de marqués del Ter por su actuación en los combates de Amer y El Pasteral, donde fue herido. Pero tres meses más tarde tuvo que regresar a Francia, debido a que la guerra no enraizó fuera de Cataluña y por la gran superioridad de las fuerzas gubernamentales, fijando su residencia en Inglaterra.
En 1850 se casó con Marian Katherine Richards, dama inglesa y anglicana de la alta sociedad, que poseía ciertos bienes de fortuna. Su alejamiento de los centros exiliados carlistas fue acercándole con el tiempo a las idea moderadas y constitucionalistas.
Carlos VII le ofreció la jefatura militar suprema del tercer levantamiento carlista, pero Cabrera rechazó el ofrecimiento y se negó a participar en otra guerra civil. En 1875, reconoció como rey legítimo a Alfonso XII y éste, con fecha 21 de agosto, le nombró capitán general del Ejército y le reconoció todos los títulos y honores conseguidos en los campos de batalla.
Ramon Cabrera falleció en Inglaterra el 24 de mayo de 1877 ( 133-134 pp.)

Opiniones militares sobre Cabrera

Para conocer la auténtica valía de Ramón Cabrera como militar, nada mejor que intentar conocer la opinión que de él tenían otros militares, en especial si eran adversarios.

Una de las primeras referencias que se tienen proviene de un oficio del general liberal Rafael Hore, que en junio de 1834, es decir a los ocho meses de iniciada la guerra, dice:

Parece imposible que Cabrera sea criatura humana, respecto a que cuanto alcanza la ciencia militar y la astucia de los hombres más sagaces se ha empleado para sorprenderle, pero todo lo ha hecho vano el atrevimiento del caudillo carlista.

También el general Agustín Nogueras, el que posteriormente haría fusilar a la madre de Cabrera, en un oficio dirigido a la superioridad el 23 de abril de 1835 dice:

Pero no es creíble que Cabrera ni los suyos sean hombres: jamás he visto más decisión, valor ni serenidad; no es posible que las tropas de Napoleón hayan nunca hecho, ni podido hacer una retirada por un llano de cuatro horas con tanto orden...Si a Cabrera no se le corta el vuelo, este cabecilla dará mucho que hacer a la causa de la libertad; debe el gobierno tomar medidas fuertes y enérgicas para destruirle, pues de lo contrario aquel con el prestigio y arrojado valor, tiene alucinada su gente y llena de confianza, así como los pueblos.

El reconocimiento a sus méritos militares también se daba entre los militares carlistas, como se puede observar en el escrito que el Conde de España, comandante del ejército carlista de Cataluña, dirigió a Cabrera en octubre de 1838 en el que le decía:

Cuento tantos años de general como V.E. de existencia; esto no será obstáculo para que yo ponga con alegría mis tropas a las órdenes de un general victorioso que la Providencia parece haber elegido como instrumento para la ejecución de sus designios.

También el general Von Rahden afirmó:

Con Zumalacárregui había muerto en el Ejército del Norte la genialidad, no ya el genio de sus generales. Fuera de Cabrera en Aragón y Valencia, no he tenido ocasión de conocer ningún otro general en España que se le pudiera comparar.

En noviembre de 1927, casi cien años después de iniciarse la 1ª Guerra Carlista, una revista del Ministerio de la Guerra titulada Memorial de Caballería, inserta un artículo titulado Una enseñanza de la primera guerra civil en el que se lamenta la falta de un estudio militar en profundidad sobre esta guerra y se afirma:

de haber nacido Cabrera veinte o treinta años antes, con lo que hubiera hecho armas contra los invasores de su patria y no contra españoles, ninguno de los guerrilleros que tan famosos se hicieron en la guerra de la Independencia hubiera podido compararse con él. Porque ninguno poseyó en tan grande escala las dotes de organizador; ninguno tuvo una comprensión tan clara y general del terreno, ninguno supo crear, como él, un verdadero método de guerra, adaptado al tiempo, al adversario y a las circunstancias. Igualáronle varios en audacia y osadía, en rapidez de movimientos, en concentrarse para combatir y dispersarse para desaparecer, en perseverancia y energía; pero todos fueron guerrilleros locales, mientras que Cabrera fue un guerrillero que aplicó con pureza verdaderamente admirables los mejores y más fecundos principios militares.

Títulos nobiliarios

Carlos VII ofreció a Cabrera el título de Duque del Maestrazgo y la Orden carlista del Toisón de Oro, para animarlo a participar en la 3a. Guerra Carlista. Cabrera los rechazó y le devolvió el Toisón de Oro que había pertenecido a Carlos V. Cuando Alfonso XII reconoció los grados militares y los títulos nobiliarios, Cabrera solo solicitó el de Conde de Morella y el de Marqués del Ter que le fueron reconocidos. Hoy, sus descendientes los conservan, no así el Ducado del Maestrazgo del que nunca más se supo

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 31 Ene 2016 23:23

Excmo. Sr. Agustin NOGUERAS PITARQUE General Español

Agustín Nogueras Pitarque (Alcolea de Cinca (Huesca) 25 de julio de 1786 – Las Palmas de Gran Canaria, 23 de enero de 1857) fue un militar y político español.

Hijo de Joaquín Nogueras y de Agustina Pitarque, ingresa en el ejército y es teniente con 18 años ya en plena Guerra de la Independencia. Participa en el Sitio de Zaragoza y después desempeña varias misiones tratando de movilizar la resistencia anti francesa. En 1814 parte a Sudamérica y participa en acciones militares que tratan de sofocar las rebeliones de los Virreinatos en Venezuela. En Puerto Rico poco después se casa con Asunción Gautier. De regreso a España ya fallecido Fernando VII es nombrado en 1835 gobernador militar de Castellón y participa en la primera Guerra carlista. En las acciones militares del Maestrazgo fue quien aconsejó, como escarmiento, fusilar a la madre del general carlista Ramón Cabrera. Gobernador militar de Barcelona en 1840 y poco más tarde Capitán General de Baleares. Gran amigo de Baldomero Espartero, al final de su Regencia es, en mayo de 1843, nombrado ministro de la Guerra, cargo que desempeña hasta julio de ese año en que el Regente se exilia a Inglaterra. En agosto de 1854 fue nombrado Capitán General de Galicia y un mes más tarde de Canarias, donde falleció tres años después.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 31 Ene 2016 23:31

Excmo Sr. Rafael MAROTO YSERNS General Español

A los once años partió hacia Cartagena en la provincia de Murcia donde ingresó como cadete subalterno menor de edad en el Regimiento de Infantería Asturias, en 1794, ascendiendo a segundo subteniente el 15 de junio de 1798.
Campaña de Portugal

A los 18 años fue enviado a la defensa del Departamento de Ferrol en la provincia de La Coruña y desde allí asistió a las campañas que sostuvo Godoy contra los portugueses que mantuvieron su apoyo a los ingleses en contra de Napoleón. Los ingleses habían desembarcado a la altura de Grana (A Graña) y las campañas se desarrollaron del 25 al 26 de agosto de 1800. Por los méritos demostrados en estas operaciones le concedieron un escudo de honor. Después siguió durante dos años agregado a la marina en el Departamento de Ferrol y más tarde regresó a su cuerpo del regimiento Asturias. El 15 de octubre de 1806 obtuvo el grado militar de teniente.
Guerra de la Independencia española

Rafael Maroto participó también como militar en esta guerra contra el ejército de Napoleón. Los franceses atacaron la plaza de Valencia el 28 de junio de 1808. Maroto defendió la ciudad con las baterías que tenía a su cargo, de santa Catalina y de Torres de Cuarte (éste era el nombre que se le daba en la época). Obligó a retirarse al enemigo en una hazaña bélica, por lo que fue reconocido como benemérito a la patria y se le concedió un escudo de honor.

El 23 de noviembre intervino en la batalla de Tudela, el 24 de diciembre, en los ataques de Monte Torrero y Casa Blanca en Zaragoza (o Casablanca) y poco después hizo una salida a la bayoneta para desalojar al enemigo que había tomado estos arrabales.

Con el grado de capitán (ascendió el 8 de septiembre de ese mismo año), Maroto participó también en el sitio de Zaragoza en 1809. Tuvo el mando en el reducto del Pilar, en las baterías de San José, Puerta Quemada y Tenerías. Realizó salidas desde dichas baterías, recibiendo en una ocasión una bala de fusil. Cuando la ciudad de Zaragoza capituló, Maroto fue hecho prisionero de guerra por los franceses, pero tuvo ocasión de fugarse. Por sus hazañas bélicas en Zaragoza recibió un escudo de distinción que llevaba el lema: Recompensa del valor y patriotismo. Fue declarado benemérito de la patria en grado heroico y eminente. Ascendió a teniente coronel el 9 de marzo de este año.

En 1811 estaba destinado en el regimiento de infantería de línea de Valencia. Se ocupó el 24 y 25 de octubre de la defensa a los ataques contra Puzol, alturas del castillo de Sagunto, inmediaciones de Murviedro, y el día 25 de octubre de 1812 de las líneas del Grau, Montolivet y Cuarte, de la línea de Valencia, y de todo el sitio de esta ciudad. Cuando esta plaza capituló, fue hecho prisionero, junto con su regimiento y de nuevo tuvo la oportunidad de fugarse. Tras estos eventos fue destinado al mando del depósito general de tropas con destino a Ultramar.
En América
La Batalla de Rancagua en donde Maroto participó en la toma de la plaza.

El 16 de noviembre de 1813 se le nombró coronel del Regimiento Talavera de la Reina y al frente de su unidad se hizo a la vela para el Perú el 25 de diciembre del mismo año y el 24 de abril de 1814 desembarcaba en el Callao para socorrer al virrey José Fernando de Abascal y Sousa, que trabajaba arduamente para mantener bajo control español su virreinato y los territorios aledaños. Maroto y sus tropas, puestos a las órdenes del brigadier Mariano Osorio, fueron enviados a Chile, hacia donde embarcaron el 19 de julio de 1814, llegando a la base naval de Talcahuano, núcleo de la actividad realista, el 13 de agosto. Osorio logró organizar con los criollos realistas un ejército de maniobra de unos cinco mil hombres, de los que prácticamente los únicos españoles eran las tropas de Maroto.

El 1 de octubre los insurgentes presentaron batalla en Rancagua para tratar de impedir que los expedicionarios tomasen Santiago de Chile. Maroto, con el desprecio que muchos de los oficiales recién llegados a América solían mostrar hacia sus oponentes, mandó atacar a sus tropas las fortificaciones del enemigo sin molestarse en enviar avanzadas ni guerrillas. El resultado fue que «los talaveras» (así llamados), acribillados por las descargas, hubieron de retirarse con cuantiosas pérdidas. Al día siguiente Bernardo O’Higgins logró abrirse paso a través de las tropas realistas y retirarse hacia la capital, donde sus oponentes entraron sin resistencia pocos días más tarde. Fuera porque consideraba que se había conducido torpemente en la batalla, fuera por otras razones que desconocemos, lo cierto es que cuando Osorio envío al virrey Abascal la lista de oficiales que debían ser ascendidos tras las últimas victorias el nombre de Maroto se encontraba en ella, pero el portador de la lista llevaba instrucciones reservadas para hacer saber a Abascal que Osorio consideraba que Maroto no debía ser ascendido. Cuando andando los meses Maroto tuvo noticia de que la lista que se había enviado a Madrid iba sin su nombre cursó a Abascal la reclamación oportuna, y éste, a quien no había gustado la poco clara forma de proceder de Osorio, acabó dándole la razón el 10 de mayo de 1815 y reconociéndole el grado de brigadier con antigüedad de 8 de noviembre de 1814.

Durante su estancia en Santiago, Maroto entró en relaciones con Antonia Cortés, perteneciente a una rica y noble familia de la oligarquía local, con quien contrajo matrimonio a finales de marzo de 1815, justo antes de abandonar Santiago, donde parece no se encontraba excesivamente a gusto. Acto seguido Maroto, al frente de dos compañías, se dirigió a Arica para auxiliar la campaña de Joaquín de la Pezuela en el Alto Perú. El 15 de junio se unió a sus tropas pero no continuó mucho tiempo con él, pues por motivos que desconocemos Pezuela le mando formar causa y le envío a Lima. El proceso se interrumpió debido a la mediación de Abascal, que convenció a Pezuela de que no merecía la pena seguir adelante. Tras pasar algún tiempo en Lima, Maroto regresó a Chile, cuya capitanía general había recaído en las manos del mariscal de campo Francisco Casimiro Marcó del Pont, con quien no tardó en indisponerse.

A principios de febrero de 1817 las tropas del Ejército de los Andes de las Provincias Unidas del Río de la Plata, al mando del general argentino José de San Martín, cruzaron los Andes para acabar con el dominio español en Chile. Ante la dispersión de las fuerzas realistas Maroto propuso abandonar la capital y retirarse hacia el Sur, donde podrían mantenerse y obtener recursos para una nueva campaña. La junta militar convocada por Marcó el 8 de febrero hizo suyo el parecer de Maroto, pero a la mañana siguiente el capitán general cambió de parecer y ordenó a Maroto presentar batalla en Chacabuco. La noche anterior al combate Antonio Quintanilla, que más tarde se distinguiría extraordinariamente en la defensa de Chiloé, comento con otro oficial que las posiciones estaban mal elegidas, y que dada la posición de los insurgentes las fuerzas realistas deberían retirarse unas leguas y ocupar los altos de Colina: «Maroto oía esta conversación de una habitación inmediata y su orgullo y presunción no pudieron o le permitieron oírme, pues llamó a un ayudante con aquella voz bronca que tenía y dijo que pusiese una orden general de pena de la vida al que dijese que convenía retirarse». Aunque Maroto y sus tropas lucharon con valor la batalla se convirtió en una completa derrota. Maroto, que logró escapar merced a la velocidad de su caballo, fue ligeramente herido en la retirada.

Tras celebrar una nueva junta militar en Santiago, Maroto, su mujer, y la mayor parte de las tropas se dirigieron a Valparaíso, donde embarcaron para el Perú. Pezuela, el nuevo virrey, que no sentía gran aprecio por Maroto, consideró sin embargo que «si no dirigió con acierto la desgraciada batalla de Chacabuco, al menos se portó con el valor y serenidad propios de un español y pundonoroso oficial», por lo que le guardo las debidas consideraciones. Maroto fue entonces destinado al Cuzco al frente del par de compañías del Talavera que habían quedado en el Perú, con instrucciones para organizar un nuevo batallón. Descontento con todo y con todos,1 el 22 de febrero de 1818 se le confió el puesto de Presidente y Comandante General de la ciudad y provincia de Charcas, en el Alto Perú, ciudad alejada por entonces de la guerra, pero en la que ejerció una notable labor administrativa. Ocurrida en España la revolución de 1820, Maroto, una vez hubo recibido las oportunas órdenes, proclamó la Constitución2 en Charcas el 23 de octubre de 1820. Allí nacieron y fueron bautizados cuatro de sus hijos: Manuel María Rafael, María del Carmen Agustina, Margarita Antonia y Justa María Mercedes Rufina. Más tarde nacerían Rafael Abdón Ignacio, Víctor, Cándida y Faustino, hijo este último de una criada con la que mantuvo relaciones durante su estancia en Asturias, y al que no reconoció, pero a quien hubo de pasar pensión debido a la denuncia formulada por su madre.

El 1 de enero de 1821 se sublevó la guarnición de Potosí, contra la que marchó Maroto, derrotando a los insurgentes y haciéndose con la ciudad. Sin embargo, al llegar el general Pedro Antonio Olañeta, que como lugarteniente del virrey ejercía su autoridad en todo el Alto Perú, le ordenó volverse a Charcas, lo que dio lugar a una acalorada discusión con Maroto, que acabó cumpliendo las órdenes recibidas. Las desavenencias entre ambos se hicieron aún mayores cuando durante la breve invasión del Alto Perú por Andrés de Santa Cruz. Maroto se negó a cumplir las órdenes de Olañeta, que representó acaloradamente en su contra al virrey La Serna, aduciendo, entre otras cosas, que «desde que este señor puso los pies en América, no ha hecho más que fomentar la insubordinación y expresarse mal contra las autoridades». El virrey, que no confiaba en exceso en Olañeta, optó por promover a ambos a Mariscales de Campo, pese a que el papel jugado por Olañeta en la campaña había sido limitado, y el de Maroto nulo. Las desavenencias entre Maroto y Olañeta culminaron e 1824, cuando Olañeta, que se había propuesto restablecer el régimen absolutista en el Perú, como ya lo estaba en España, marchó con sus tropas contra él, obligándole a abandonar sus posiciones. Pese a los intentos de diálogo del Virrey la cuestión degeneró en una guerra civil que debilitó a las tropas realistas y permitió la pérdida del Perú.3 Maroto fue entonces nombrado por La Serna jefe de una de las tres divisiones que al mando del general José de Canterac debía hacer frente a la invasión de Antonio José de Sucre. Tras la acción de Junín Maroto mantuvo fuertes disensiones con Canterac y acabó dimitiendo, pues consideraba que la retirada de las fuerzas realistas se estaba llevando a cabo de forma inadecuada. Nombrado gobernador de Puno allí le sorprendió la capitulación de Ayacucho, en la que quedó comprendido. En compañía de La Serna y otros oficiales, Maroto y su familia embarcaron en la fragata francesa Hernestine, que arribó a Burdeos a mediados de 1825.
De nuevo en España

Tras su regreso de América el 1 de julio de 1825 fue encomendado al ejército de Castilla la Vieja con residencia en Valladolid donde estaba la Capitanía General. El 1 de septiembre de ese año, el capitán general le nombró jefe organizador para restablecer el orden con el mando de las armas y en los voluntarios realistas del principado de Asturias. Más tarde, el 11 de julio de 1828 se le destinó por Real Orden al cuartel de Pamplona. El 21 de junio de 1829, el rey le concedió el cuartel en el Ejército de Castilla la Nueva con residencia en Madrid. El 15 de marzo de 1832 fue nombrado comandante general de la provincia de Toledo, puesto al que renunció el 31 de octubre, según nos cuenta, porque habiendo sido requerido por el conde de Negri para que apoyase una sublevación al frente de sus tropas, consideró que antes de actuar contra el gobierno debía romper todos sus vínculos con el mismo. Por este mismo motivo se negó a aceptar el cargo que se le confirió el 5 de enero de 1833 de segundo cabo y comandante general de las provincias vascongadas.

La causa carlista

Maroto cuenta en el documento titulado "Manifiesto razonado de las causas del convenio de Vergara", cómo y por qué se unió a la causa carlista. Insiste en que no fue el deseo de medrar, pues su posición social y profesional y el futuro que le esperaba eran de gran fortuna. Asegura que tomó la decisión de seguir al pretendiente de la corona don Carlos, hermano del rey Fernando VII y tío de la futura reina Isabel II por pensar que era lo mejor para España pues creyó más oportuno el posible reinado de don Carlos que el de una niña de tres años cuya minoría de edad traería consigo una regencia poco clara (a su entender). Maroto por aquel entonces tenía más fe en la persona de don Carlos, en la que veía las cualidades de principios religiosos, sistema ordenado y económico en su propia casa y observancia de las leyes. También el propio Maroto confiesa que al seguir a un príncipe proscrito estaba casi seguro del fracaso y de que las victorias que se conseguirían serían pobres, de un terreno palmo a palmo, poco extenso, sin grandes y espectaculares avances y que además ellos no serían tratados como auténticos militares sino como bandoleros y traidores.

Militar español, jefe del ejército carlista (Lorca, Murcia, 1783 - Concón, Chile, 1847). Combatió en la Guerra de la Independencia (1808-14) y en los intentos españoles por conservar Perú y Chile durante las guerras de emancipación de las colonias americanas. Volvió a la Península, ya como general, en 1825, y fue nombrado gobernador militar de Toledo.

El conflicto dinástico desatado a la muerte de Fernando VII entre su hermano Carlos María Isidro y los partidarios de Isabel II le hizo dimitir y unirse a los carlistas en defensa de la monarquía absoluta, motivo por el que fue procesado y hubo de huir para reunirse en Portugal con el pretendiente.

Durante la Primera Guerra Carlista (1833-40) don Carlos hizo de él uno de sus principales jefes militares, primero como gobernador militar de Vizcaya, luego como comandante en jefe del ejército de Cataluña (1836) y, por fin, como comandante en jefe del ejército del Norte (1838).

Sin embargo, su liderazgo fue muy contestado en las filas del carlismo, tanto por la irregularidad de los resultados militares (en Cataluña cosechó una derrota total) como por su tendencia a buscar un entendimiento con el enemigo (por ejemplo, fue él quien propuso sin éxito liquidar la escisión dinástica casando a la princesa Isabel con el primogénito de don Carlos).

Maroto reaccionó contra sus oponentes haciendo fusilar a los generales carlistas discrepantes. Cuando don Carlos le apartó del mando, Maroto hizo detener a su sustituto y firmó por su cuenta un acuerdo con el jefe militar del bando isabelino (Espartero), que puso fin a la guerra civil en el decisivo frente del Norte (Convenio de Vergara, 1839). En virtud de dicho acuerdo, el Gobierno liberal confirmó los fueros tradicionales de las provincias vascas, y Maroto y sus hombres se integraron en el ejército regular español; él llegaría a ser capitán general y magistrado del Tribunal Supremo militar.

Maroto se decidió a firmar la paz cuando se convenció de que la relación de fuerzas hacía imposible una victoria carlista, e incluso dudó en el último momento y firmó presionado por sus subordinados; no obstante, muchos carlistas le consideraron un traidor a la causa. Después del Convenio de Vergara, la guerra sólo siguió viva en el Maestrazgo, alentada por Cabrera, a quien pronto derrotaría también Espartero (1840).

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 01 Feb 2016 02:23

Excmo. Sr. D. Jose María TORRIJOS Y URIARTE General Español asesinado por un Rey Felón

José María Torrijos y Uriarte (Madrid, 20 de marzo de 1791 – Málaga, 11 de diciembre de 1831), conde de Torrijos, título concedido de manera póstuma por la Reina Gobernadora, también conocido como General Torrijos, fue un militar liberal español. Combatió en la Guerra de Independencia española y tras la restauración del absolutismo por Fernando VII en 1814 participó en el pronunciamiento de Juan Van Halen de 1817 que pretendía restablecer la Constitución de 1812, por lo que pasó dos años en prisión hasta que fue liberado tras el triunfo del pronunciamiento de Riego en 1820. Volvió a combatir a los franceses cuando los Cien Mil Hijos de San Luis invadieron España para restablecer el poder absoluto de Fernando VII y cuando aquellos triunfaron poniendo fin al trienio liberal se exilió a Inglaterra. Allí preparó un pronunciamiento que él mismo encabezó, desembarcando en la costa de Málaga procedente de Gibraltar el 2 de diciembre de 1831 junto a sesenta hombres que lo acompañaban, pero cayeron en la trampa que le habían tendido las autoridades absolutistas y fueron detenidos. Nueve días después, el 11 de diciembre, Torrijos y 48 de sus compañeros supervivientes fueron fusilados sin juicio previo en la playa de San Andrés de Málaga, un hecho que quedó inmortalizado por un soneto de José de Espronceda titulado A la muerte de Torrijos y sus compañeros y por un famoso cuadro que pintó en 1888 Antonio Gisbert. "Este trágico desenlace de su vida explica el que haya pasado a la historia, con toda justicia, como un gran símbolo de la lucha contra el despotismo y la tiranía, con los rasgos de nobleza y serenidad épicas, propios del héroe romántico, eternizados en la célebre pintura [de Gisbert]".1

Nace el 20 de marzo de 1791, en Madrid en el seno de una familia de burócratas andaluces al servicio de la Monarquía. Fue el tercero de los cuatro hijos del matrimonio de Cristóbal de Torrijos y Chacón, natural de Sevilla, y María Petronila Uriarte y Borja, nacida en El Puerto de Santa María. Su abuelo paterno, Bernardo de Torrijos, era de Málaga, perteneció al Consejo Real y fue fiscal de la Real Chancillería de Granada. Su padre era caballero de la Orden de Carlos III y ayuda de cámara del rey Carlos IV. Gracias a la posición que ostentaba consiguió que a los diez años el pequeño José María fuera nombrado paje del rey. En seguida se decidió por la carrera militar y a los trece años ingresó en la Academia de Alcalá de Henares, donde se especializó en el arma de ingenieros.2
Guerra de la Independencia (1808-1814)

Su participación en la Guerra de la Independencia comienza el mismo día en que estalló la guerra, cuando el 2 de mayo de 1808 acude en ayuda de los oficiales Luis Daoiz y Torres y Pedro Velarde que se encontraban sin municiones en el parque de artillería de Madrid. Estos le envían a negociar con el general francés Gobert pero en plena misión estalla la sublevación popular antifrancesa de la capital, por lo que es detenido y sólo se salva de ser fusilado por la intervención de un ayudante de campo de Murat a quien conocía. En ese momento acababa cumplir los diecisiete años y ostentaba el grado de capitán.3

Después se incorporó a la defensa de Valencia y a las de Murcia y las de Cataluña, siendo "uno de los pocos cuadros militares del antiguo ejército que se pusieron al frente de la resistencia nacional en nombre de los principios liberales de libertad e independencia. Esta opción le desmarcó del campo afrancesado y colaboracionista elegido por muchos ilustrados y le enfrentó claramente al absolutismo". En 1810, a sus diecinueve años, alcanza el grado de teniente coronel. Fue hecho prisionero de los franceses, después de ser herido, pero escapa y vuelve a combatir en la guerra, "consagrándose como un militar de gran arrojo y valía", apreciado por los dos bandos -el general francés Suchet le ofreció cambiar de bando, y el británico Doyle pidió a las Cortes de Cádiz que le ortogaran un mando distinguido en las fuerzas reorganizadas en la Isla de León-. Estuvo a las órdenes del duque de Wellington en la decisiva Batalla de Vitoria, que iba a dar lugar al final de la guerra. Tres meses antes, en marzo de 1813, había contraído matrimonio con Luisa Carlota Sáenz de Viniegra, hija de un intendente honorario del ejército, con la que tendría una hija en 1815 que murió al poco de nacer.4 Torrijos termina la guerra con el grado de general de brigada, con sólo veintitrés años de edad.

Tras la vuelta de Fernando VII y el restablecimiento de la Monarquía Absoluta en 1814, Torrijos fue nombrado gobernador militar de Murcia, Cartagena y Alicante, recibiendo en 1816 la gran cruz de San Fernando por sus méritos militares. Pero Torrijos pronto se implicó en las tramas conspirativas liberales que pretendían acabar por fin con el poder absoluto del rey y reinstaurar la Constitución de Cádiz. Para ello al parecer también ingresó en la masonería adoptando el nombre de Aristogitón.

La conspiración en la que participó directamente fue el intento de pronunciamiento encabezado por el también militar Juan Van Halen y que iba a desarrollarse en la zona que militarmente estaba bajo su mando. Comprometió en la intentona al regimiento de Lorena que estaba a su cargo, con la ayuda de su amigo el teniente coronel Juan López Pinto, y contactó con diversos grupos liberales clandestinos de su territorio. Pero Torrijos fue descubierto y detenido el 26 de diciembre de 1817, encerrado primero en el castillo de Santa Bárbara de Alicante y luego en la cárcel de la Inquisición de Murcia. Allí pasaría los dos años siguientes, aunque no abandonó la actividad conspirativa gracias a su esposa que lo visitaba en la cárcel y le hacía llegar los papeles clandestinos, según narró ella misma, "bien metiendo los papeles dentro de los huesos de la carne, o en el mango de los cuchillos de plata o en el dobladillo de los manteles y servilletas".6 Por su parte Van Halen logró fugarse en 1818 de las cárceles del Santo Oficio.

Salió de la cárcel gracias al triunfo del pronunciamiento de Riego y el 29 de febrero de 1820 acaudilló la proclamación de la Constitución de 1812 en Murcia. El rey Fernando VII tras verse obligado a aceptar la Monarquía Constitucional intentó atraerse a Torrijos a su bando y le ofreció el traslado a Madrid para ocupar el cargo de coronel del regimiento que llevaba su nombre, pero Torrijos se negó tajantemente, lo que valió la marginación de cualquier responsabilidad por parte de los gobiernos liberales "moderados".

Apoyó las sociedades patrióticas defendidas por los liberales "exaltados" y se integró en junio de 1820 en la célebre Fontana de Oro y en los Amantes del Orden Constitucional. Para contrarrestar la política restrictiva de las libertades cívicas de los gobiernos liberales "moderados" Torrijos y otros liberales "exaltados" crearon una sociedad secreta denominada La Comunería, cuya finalidad era defender la Constitución, y que poco antes del final de Trienio se escindió entre un sector "radical" vinculado al periódico El Zurriago y el de los "comuneros constitucionales", en el que se integró Torrijos.

Cuando se produjeron los alzamientos realistas Torrijos participó en la guerra contra las partidas realistas en Navarra y en Cataluña -donde fue lugarteniente del general Espoz y Mina-, lo que le valió el ascenso a mariscal de campo por orden del gobierno "exaltado" de Evaristo San Miguel. Poco después, el 28 de febrero de 1823, fue nombrado ministro de la Guerra pero no llegó a ocupar el cargo al revocar el rey el gobierno "exaltado" del que Torrijos formaba parte.

Cuando se produjo en mayo de 1823 la invasión de los Cien mil hijos de San Luis enviados por la Santa Alianza para restaurar el poder absoluto del rey Fernando VII, actuó a las órdenes del general Ballesteros pero este, para que Torrijos no le molestara en su prevista maniobra de no ofrecer ninguna resistencia al enemigo, lo envió destinado a Cartagena al mando del VIII Distrito militar. Allí defendió la plaza junto con Francisco Valdés y Juan López Pinto hasta un mes después de que el gobierno y las Cortes hubieran capitulado ante el duque de Angulema en septiembre de 1823 tras la caída del fuerte Trocadero de Cádiz -que acabaría dando nombre a una célebre plaza de París-. Así Torrijos en Cartagena, junto con Espoz y Mina en Barcelona, fueron los últimos militares que resistieron. En el acta de rendición a las tropas francesas firmada el 3 de noviembre de 1823 -hacía un mes que Fernando VII había restablecido el absolutismo- Torrijos consiguió que los oficiales que marcharan al exilio cobrarían sus sueldos en la emigración, de acuerdo con su condición de refugiados, no de presos políticos. "Se rindió con todos los honores: fueron incautadas las armas, pero no se fusiló a nadie, ni hubo prisioneros ni represalias. Por el contrario, a los pocos días, el 7 de noviembre de 1823, Rafael del Riego era ejecutado en la plaza de la Cebada de Madrid. Fue el triste símbolo de la derrota de los liberales a manos de la Santa Alianza. El 18 de noviembre embarcaron Torrijos y su esposa hacia Marsella, adonde llegaron el 1 de diciembre. Iniciaban así un exilio que iba a cambiar irreversiblemente sus vidas".

Exilio en Inglaterra (1824-1830)

En Francia solo permaneció cinco meses debido a la hostilidad mostrada por su gobierno a los exiliados liberales españoles, que estuvieron fuertemente vigilados por la policía y a los que no se les permitió residir en los departamentos fronterizos con España. En ese tiempo Torrijos reclamó para él y para sus subordinados el sueldo estipulado en el convenio de rendición de Cartagena y que el gobierno se negaba a pagar —solo cobrarían después de que la revolución de 1830 triunfara en Francia— y entró en contacto con el general Lafayette, diputado y uno de los principales líderes de la oposición liberal a la Monarquía de carta otorgada de Luis XVIII, con el que mantendría una activa correspondencia de la que surgió una larga amistad.

El 24 de abril de 1824 Torrijos y su esposa embarcaron para Inglaterra y durante los dos primeros años vivieron en una modesta vivienda de Blackheath hasta que a finales de 1826 se trasladaron a Londres. Durante ese tiempo vivió de la ayuda que le proporcionó su antiguo jefe el duque de Wellington, entonces primer ministro británico, que mantuvo hasta julio de 1829 en que se le retiró por el incremento de su actividad conspirativa. Como ese subsidio no era muy grande tuvo que dedicarse a la traducción. Así tradujo del francés al castellano las Memorias de Napoleón, precedidas de una introducción -en la que mostró su admiración por Bonaparte como forjador de un ejército "nacional", entre otras razones- y completadas con numerosas notas, y del inglés al castellano las Memorias del general Miller, que había participado en la guerra de independencia del Perú, y al que Torrijos había conocido personalmente en 1812 durante las campañas de la Guerra de Independencia española. En el prólogo de estas últimas Torrijos destacó que Miller había dejado su tierra para luchar por la libertad «de América del Sur», sin conocer siquiera el idioma, y que «sirvió siempre a la patria que había adoptado, haciendo como debía abstracción de personas y partidos».

Pocos meses después de irse a vivir a Londres, los exiliados liberales españoles más radicales crearon el 1 de febrero de 1827 una Junta directiva del alzamiento en España que fue presidida por Torrijos, convertido así en máximo dirigente de este sector liberal "exaltado" que se había distanciado de las posiciones más moderadas de Francisco Espoz y Mina, hasta entonces el líder de los liberales exiliados en Inglaterra y que por entonces era bastante escéptico sobre las posibilidades de éxito de un pronunciamiento en España contra el absolutismo de Fernando VII.

En mayo de 1830 Torrijos expuso su plan para la insurrección consistente en la penetración "en circunferencia" en la Península para atacar el centro, Madrid, desde diversos puntos, que se iniciaría con el "rompimiento", es decir, con la entrada en España de los conjurados en Londres encabezados por él mismo y que sería la señal para el levantamiento. El 16 de julio de 1830 la Junta de Londres se disolvió y nombró con carácter interino, hasta que se «reuniese libremente la nación», una Comisión Ejecutiva del levantamiento encabezada por el propio Torrijos, como máximo responsable militar, y por Manuel Flores Calderón, expresidente de las Cortes del Trienio Liberal, como autoridad civil. Torrijos y sus seguidores llegaron a Gibraltar a principios de septiembre, vía París y Marsella. En Gibraltar permanecerían todo un año, hasta finales de noviembre de 1831, y desde allí Torrijos impulsó varios conatos insurreccionales en febrero y marzo de 1831, que fueron respondidos por una brutal represión del gobierno absolutista de Fernando VII, cuya víctima más famosa fue Mariana Pineda, ejecutada en Granada el 26 de mayo de ese año.

En septiembre de 1831 el capitán general de Andalucía le propuso al gobierno «apoderarse del caudillo revolucionario Torrijos por sorpresa o estratagema». El principal protagonista de ésta sería el gobernador de Málaga, Vicente González Moreno, quien desde el mes anterior había iniciado una activa correspondencia con Torrijos bajo el seudónimo de Viriato, haciéndose pasar por un liberal que le aseguraba que el mejor lugar para el desembarco sería la costa de Málaga, donde tendría asegurado el apoyo de las guarniciones y donde todos los liberales estaban dispuestos a secundarle.

Desgraciadamente Torrijos hizo más caso a Viriato, y a algún liberal auténtico que también le escribió animándole, que a la Junta de Málaga que intentaba disuadirle de que desembarcara en aquellas costas si no contaba con suficientes fuerzas.16

El 30 de noviembre partieron de Gibraltar dos embarcaciones con sesenta hombres encabezados por Torrijos, suficientes para el proyecto ya que el desembarco no tenía carácter militar sino que sólo pretendían pisar tierra española y "pronunciarse", lo que constituiría el "rompimiento" que desencadenaría el levantamiento liberal en toda España. Llevaban unos impresos de un Manifiesto a la Nación, además de diversas proclamas. "Como elementos simbólicos, uniformes, banderas tricolores (roja y amarilla, con dos franjas azul celeste) y emblemas con armas de España. Sus lemas: Patria, Libertad e Independencia, y el grito del «rompimiento»: ¡Viva la Libertad!".

La mañana del 2 de diciembre, divisan tierras malagueñas, tras casi cuarenta horas de viaje. Llegando a la costa les sorprende el barco Neptuno, que abre fuego contra los liberales. No quedándoles más refugio que la propia tierra, Torrijos y los suyos se apresuran hacia la playa de El Charcón. Entonces el grupo de Torrijos inicia su camino hacia la Sierra de Mijas, pero cuando están cerca del pueblo de Mijas divisan formaciones dispuestas a cortarles el paso y capturarles por lo que Torrijos ordena a sus hombres que bordeen el pueblo. Tras varios días de camino, descienden por la vertiente norte de la Sierra de Mijas y se adentran en el valle del Guadalhorce hacia Alhaurín de la Torre, situado a veinte kilómetros de Málaga. Se refugiaron en Torrealquería del Conde de Mollina en Alhaurín de la Torre. Con las primeras luces del alba del día 4 de diciembre de 1831, los Voluntarios Realistas de Coín dispararon sus armas para dar a entender a los liberales que ya estaban localizados y que habían sido rodeados. A continuación se inició el ataque. Los liberales, por su parte, abrieron fuego desde el interior. Finalmente Torrijos decidió rendirse y esperar que en Málaga el curso de los acontecimientos cambiara.

El grupo fue conducido prisionero al Convento de los Carmelitas Descalzos de San Andrés, donde pasarían sus últimas horas. A las once y media de la mañana del domingo 11 de diciembre, Torrijos y sus 48 compañeros18 fueron fusilados sin juicio previo en dos grupos en la playa de San Andrés de Málaga.19 "En el primero se encontraba Torrijos, a quien no se le permitió mandar el pelotón de ejecución, como había solicitado".

Según su biógrafa más reciente, la historiadora Irene Castells, Torrijos fue un «liberal utópico», entendiendo «la categoría de utópico en su sentido histórico, en la del que aspira a un objetivo noble convencido de su necesidad y viabilidad hasta tanto la realidad no le demuestre lo contrario. La insurrección que buscaban estos liberales, con Torrijos a la cabeza, en su último intento desesperado, era arriesgada; pero la veían necesaria y posible. Se convirtió en utópica tras los fusilamientos de Málaga, no antes. [...] Ante el fracaso de su intento en las playas malagueñas, él seguiría creyendo que el mañana era la caída del absolutismo y el triunfo de la libertad y la Constitución. Incluso en términos de resultados, no cabe duda que este esfuerzo heroico de Torrijos y sus compañeros contribuyó al debilitamiento del régimen absolutista y facilitó el camino de la revolución liberal en España».

Nada más conocer su muerte, el poeta liberal José de Espronceda escribió este soneto, en honor a Torrijos:

A la muerte de Torrijos y sus compañeros

Helos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están ¡ay! los que fueron
honra del libre, y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.
Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.
Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores,
y los viles tiranos con espanto
siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.

Ignacio López Pinto, hermano de uno de los fusilados en Málaga22 y diputado del Congreso de Diputados en 1837, dijo ante la Cámara el 5 de julio:

Señores: se ha presentado esta tenacidad y constancia de Torrijos y sus compañeros, que nada podía abatir, como una especie de manía o locura [...]. Se ha afirmado también que era una temeridad. Señores, dichosas las naciones que en las crisis políticas encuentran hombres semejantes a aquellos. Los opresores... no humillarían por siglos enteros los derechos de la humanidad y la filosofía

Por su parte, la esposa de Torrijos, Luisa Sáenz de Viniegra, «dedicó el resto de su vida a reivindicar la memoria de su esposo y a escribir una biografía con gran objetividad y rigor, saliendo al paso de cuantas inexactitudes se publicaron sobre él y recopilando todos los documentos que pudo reunir de la conspiración. [...] Recibió, tras la muerte de Fernando VII, los títulos de condesa de Torrijos [en 1837] y de vizcondesa de Fuengirola [en 1838]».

En la recuperación de la memoria histórica de la figura de Torrijos destaca la minuciosa investigación dirigida por Jon Valera Muñoz de Toro para descubrir el lugar exacto de su casa natal, el número 28 de calle Preciados, hoy número 32, donde hoy se encuentra restituida una placa que lo recuerda.

Un homenaje a un patriota luchador por la libertad de los españoles

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 01 Feb 2016 21:35

Bueno ya veo que al menos las visitas aumentan, a ver si alguno se anima y deja su granito de arena, se agradecen todas las aportaciones.

Saludos :papa: :papa: :papa:
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 01 Feb 2016 21:41

Francisco SERRANO Y DOMINGUEZ General Español Presidente del Gobierno bajo cuya responsabilidad asesinaron al Excmo. D. Juan Prim,
Francisco Serrano

(Francisco Serrano y Domínguez, Duque de la Torre) Militar y político español (Isla de León, San Fernando, Cádiz, 1810 - Madrid, 1885). Hijo de un militar liberal, nació durante el asedio francés a la plaza de Cádiz, en donde se reunían las primeras Cortes españolas. Ingresó en el ejército en 1822 y ascendió por méritos propios durante la Primera Guerra Carlista (1833-40).


En 1839, siendo ya brigadier, dio el salto a la política, alineándose con la opción progresista que representaba Espartero. Como diputado, apoyó la Regencia de Espartero (1841), quien le nombró mariscal y ministro de la Guerra; pero luego se volvió contra el excesivo poder del regente, cooperando con Juan Prim para derrocarle (1843).

Hacia 1846-48 fue amante de la reina Isabel II, sobre la cual ejerció una gran influencia política; el general bonito despertaba recelos entre los políticos moderados de la época, que le alejaron de la corte nombrándole capitán general de Granada (1848). Se apartó entonces de la política, dimitió del cargo que tenía, se casó y se dedicó a viajar.

Al estallar una nueva revolución progresista en 1854, volvió para apoyar otra vez a Espartero. Durante el Bienio Progresista que entonces comenzó fue director general de Artillería, alineándose con el partido centrista que quería formar O'Donnell entre progresistas y moderados (la Unión Liberal). Luego fue embajador en París (1856), capitán general de Cuba (1859-62) y ministro de Estado (1863). Fue entonces cuando la reina le nombró duque de la Torre, añadiendo más tarde la concesión del Toisón de Oro por su labor en la represión de la sublevación del Cuartel de San Gil (1866).

Muerto O'Donnell al año siguiente, Serrano le sucedió como jefe de la Unión Liberal y sumó al partido a las conspiraciones antidinásticas de progresistas y demócratas. Participó de manera decisiva en la Revolución de 1868 que destronó a Isabel II, venciendo a las tropas gubernamentales en la batalla de Alcolea. Enseguida fue nombrado presidente del gobierno provisional (1868-69) y, vacante la jefatura del Estado, recayó sobre él como presidente del Poder Ejecutivo con tratamiento de alteza (1869-70).

Una vez instaurada la monarquía democrática con la coronación de Amadeo de Saboya, Serrano fue llamado a presidir el gobierno en dos ocasiones (1871 y 1872). Al estallar entonces una Tercera Guerra Carlista, Serrano derrotó al pretendiente don Carlos (VII) en Oroquieta y firmó el Acuerdo de Amorebieta, con la esperanza de liquidar el conflicto (1872). El rechazo de las Cortes a este convenio provocó la caída de Serrano del gobierno. Luego admitió la proclamación de la Primera República, aunque tuvo que exiliarse por su implicación en una conspiración (1873).

Cuando el golpe de Estado del general Pavía disolvió las Cortes republicanas en 1874, Serrano fue nombrado presidente del gobierno y del Poder Ejecutivo, instaurando una especie de dictadura republicana de talante conservador; su ambición era perpetuarse como dictador, pero la destrucción de las fuerzas republicanas había abierto el camino para la restauración de los Borbones, precipitada en aquel mismo año por el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto.

Aceptó al nuevo rey, Alfonso XII, y pretendió desempeñar un papel importante en el nuevo régimen como jefe del Partido Constitucional. Quedó desairado por Cánovas y por el rey cuando éstos prefirieron a Sagasta como líder liberal, razón por la que se escindió con el grupo de la Izquierda Dinástica (1881).

Su labor de gobierno, a lo largo de tantos avatares, resulta insignificante, dado que fue un político sin ideales ni proyectos, al que la ambición de poder hizo cambiar frecuentemente de orientación y de lealtades (le apodaron el Judas de Arjonilla, por su tendencia a la traición y por el lugar en donde tenía su finca). No debe confundirse con Francisco Serrano Bedoya (1813-82), también general y político progresista, que también combatió en las guerras carlistas, apoyó a Espartero, se integró en la Unión Liberal, participó en la Revolución de 1868, fue ministro de la Guerra y acabó reconociendo a Alfonso XII.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 01 Feb 2016 21:47

Excmo. Sr. D. Francisco SERRANO Y BEDOYA General Español

Nació el 26 de Octubre de 1812 en Quesada, España y falleció el 23 de Septiembre de 1882 en Madrid, España. Francisco Serrano Bedoya fue un militar que se dio a conocer en el ámbito político, cuyo ideal estaba orientado al progresismo. El general Serrano Bedoya actuó en la Revolución de 1868 y en las famosas Guerras Carlistas. Además tuvo incidencia directa en las acciones que definieron la conformación de la Primera República Española. ¿Quién fue Francisco Serrano Bedoya?

Desde niño manifestó su interés por ingresar al servicio militar, cosa que comenzó a lograr desde los diecisiete años, cuando se integró como cadete de la guarnición provincial de Guadix. Al poco tiempo se unió a la colaboración del general Baldomero Espartero, de quien fue un fiel seguidor. Con veinte años se encontraba combatiendo en la Primera Guerra Carlista, aunque era muy joven, su valentía le permitió el ascenso a subteniente para el año 1833 y un par de años después llegó a teniente; luego, entre los años 1835 y 1845, se convirtió en teniente, capitán, comandante, coronel y teniente coronel.

Se destaca de su biografía, Francisco Serrano Bedoya colaboró con Espartero a su salida a Inglaterra, aunque el general estaba exiliado, le sirvió como ayudante de campo entre los años 1840 y 1845. Ya con su incorporación al ejército real, participó en otras acciones bélicas por varios años como miembro del batallón de infantería, se mantuvo así hasta el final del conflicto.

Como ayudante de Espartero, en 1842 fue uno de los encargados de extinguir los focos de violencia en tierras catalanas una vez que el general fue nombrado regente. El año siguiente como teniente coronel, obtuvo el nombramiento como jefe del provincial de Madrid, cargo desde el cual dirigió la exitosa toma del castillo de Chinchilla.

Los hechos que le dieron el triunfo a su guarnición, le valieron a Serrano el ascenso al grado de coronel, con el cual continuó cosechando éxitos en varios enfrentamientos por territorio andaluz. Luego, en Junio de 1843, fue nombrado para dirigir los provinciales de Segovia y Madrid, también recibió un escuadrón de caballería.

Entre 1844 y 1845, Francisco Serrano Bedoya colaboró con el regente en su exilio y a su regreso a España, mantuvo su cargo de teniente coronel, con el cual dirigió desde Cataluña hasta 1848, cuando fue condenado a embarcar a Filipinas por haber colaborado con Espartero. Sin embargo, pudo escapar vía marítima hasta Málaga y de allí pasó a Orán, Montpellier y Marsella y desde entonces vivió su segundo exilio. Un año después, le fue levantada su condena y regresó a su país con el mismo cargo que tenía. En un par de años más tarde logró convertirse en colaborador del capitán general de Burgos.

En 1854 pasó a Albarracín y luego a Zaragoza, donde fue capturado nuevamente.

La Vida de Francisco Serrano Bedoya, reconocido principalmente por su valiosa participación militar y por sus relaciones políticas. Pese a la desconfianza que generó su cooperación con Baldomero Espartero, Serrano siempre recuperó sus cargos militares, debido a su valioso trabajo. Para el año 1855, ostentaba el título de duque de la Victoria, segundo cabo de Castilla la Nueva y segundo cabo de la capitanía general de Aragón. Desde esta posición encabezó la persecución a Marco de Bello, militar de tendencia carlista a cuyas fuerzas Serrano Bedoya logró dispersar con éxito. Sus acciones le valieron el nombramiento como mariscal de campo, pero renunció en 1856. No obstante, en 1858 volvió a combatir, esta vez en la Guerra de África, después de la cual recibió la gran cruz de la Orden de Isabel la Católica. Luego fue nombrado capitán general en Castilla la Vieja, Burgos y Provincias Vascongadas, desde allí obtuvo la Gran Cruz del Mérito Militar. Más adelante fue ministro de guerra y ostentó el cargo de diputado en las cortes en cinco oportunidades entre los años 1858 y 1872. Falleció siendo presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 01 Feb 2016 22:03

Excmo. Sr. D. Manuel PAVIA Y RODRIGUEZ ALBUQUERQUE General Español

(Manuel Pavía Rodríguez de Alburquerque; Cádiz, 1827-Madrid, 1895) Militar español. Intervino, a las órdenes de Prim, en la sublevación de Villarejo (1866) y, ante el fracaso del pronunciamiento, tuvo que exiliarse por un corto tiempo. Tras la revolución de 1868, luchó tanto contra los cantonalistas andaluces como contra las partidas carlistas de Navarra. Fue designado capitán general de Castilla la Nueva y, ante las disputas internas de los partidos republicanos, irrumpió en las cortes y las disolvió. Con la Primera República abolida, promovió un gobierno del que quedaron excluidos los federalistas y los carlistas. Entre 1880 y 1881 fue capitán general de Cataluña y de nuevo en Castilla la Nueva (1885-1886), donde reprimió el levantamiento de Villacampa.

Uno de los mitos o leyenda urbana, habla de que este general entró a caballo en el Congreso, algo que evidentemente no es cierto, siendo lo que ocurrió en realidad lo siguiente

Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque era un gaditano del año 1827. Siempre fue progresista, de esos a los que no les importaba alzarse en armas contra el Gobierno. Ingresó en la Academia de Artillería en plena regencia del general Espartero, en 1841. En la revolución de 1854 se mantuvo en segundo plano. Vivió el declive de Isabel II a la sombra de Prim, al que siguió en su periplo revolucionario a partir de 1866. Tras el éxito de 1868, Pavía se adhirió al partido radical, y en él continuó cuando murió Prim y la formación pasó a manos de Ruiz Zorrilla y Cristino Martos. No defendió a Amadeo de Saboya en 1873 (nadie lo hizo), sino que apoyó la solución republicana.

El ascenso al poder de los federales le dejó sin destino; y es que no le perdonaban que hubiera sofocado la insurrección federalista de Madrid, en diciembre de 1872. De ese impasse salió en julio de 1873, cuando fue nombrado capitán general de Andalucía y Extremadura. Sofocó la rebelión de los cantones de Córdoba, Sevilla, Jerez de la Frontera y Cádiz, lo que llevó al presidente Salmerón a decir: "¡Ya tenemos ejército!". El presidente Castelar le encargó en septiembre la Capitanía General de Castilla la Nueva, la de Madrid, con el objeto de tener en la capital un general que respetara la ley.

El gobierno de Castelar estaba a punto de caer, Pavía se entrevistó con el jefe del ejecutivo el 24 de diciembre: le preocupaba el advenimiento de un gobierno federal que desarmara al Estado, lo que daría alas al cantonalismo y al carlismo en guerra. Pavía le pidió que prolongará la suspensión de las Cortes, su interlocutor se negó... y entonces aquél decidió dar el golpe. Informó a los capitanes generales del Norte, el Centro y Cataluña, así como a los jefes de los partidos constitucional y radical: si Castelar caía y se formaba un ejecutivo federal, daría un golpe de estado. Entonces, dijo, les llamaría para formar un "gobierno nacional", en el que él no intervendría.

Castelar.En la sesión del 2 al 3 de enero se produjo la derrota parlamentaria de Castelar. En el gabinete de la Presidencia se reunieron Salmerón, Pi y Margall, Figueras, Guisasola y Rispa, para decidir quién sería el presidente de la República. Tras una negociación escalofriante, se decidieron por Eduardo Palanca, quien, avisado de esta posibilidad, había hecho las maletas para huir a Málaga. Le encontraron en la estación del Mediodía, y casi a rastras le llevaron a las Cortes.

La votación se inició a las siete menos cinco de la mañana del 3 de enero. El genera Pavía había sido informado de lo ocurrido, y fue con la tropa a las Cortes desde el Paseo del Prado. Colocó un par de cañones, sin carga, en las bocacalles que daban a la Puerta del Sol, y mandó a dos de sus ayudantes a que ordenaran a Salmerón que los diputados abandonaran el Palacio. Les acompañó el coronel Iglesias, del XIV Tercio de la Guardia Civil, el mismo que custodiaba el edificio. El ayudante se presentó a Salmerón, presidente de la asamblea, y le dijo que tenía cinco minutos para desalojar.

Pasado el tiempo, los Cazadores del Regimiento de Mérida, jovencísimos soldados de reemplazo dirigidos por el comandante Mesa, entraron en el salón. Al ver a la muchachada, los diputados que aún quedaban se envalentonaron y les echaron. El coronel Iglesias, que estaba en el edificio, presenció la retirada de la tropa; tomó unos cuantos guardias, disparó unos tiros en el pasillo... y sólo unos pocos diputados quedaron en el hemiciclo, entre ellos Salmerón y Castelar. Estos le dijeron a Iglesias que Castelar seguía siendo presidente, a lo cual replicó: "Ya es tarde".

El coronel Iglesias cumplió la orden. No hizo falta caballo alguno. Pavía contempló desde el exterior cómo salían los diputados. Nadie les increpó o detuvo. "Muchos de los que habían jurado morir en sus puestos –confesaba el salmeroniano Flores García– recogieron sus prendas de abrigo en el guardarropa y ganaron, cabizbajos y silenciosos, la calle de Floridablanca".

Pavía se encontró de repente con la posibilidad de convertirse en dictador. Sin embargo, mandó llamar a los jefes de los partidos, como Serrano y Sagasta, y depuso la autoridad en sus manos. No aceptó ni siquiera el ministerio que le ofrecieron. Fue felicitado por los embajadores, y se convirtió en un hombre muy popular en Madrid. De hecho, no sólo era vitoreado cuando paseaba por la calle, sino que en las elecciones de enero de 1876 obtuvo 2.966 votos de los 3.054 posibles en el distrito centro de Madrid.

Una mañana de enero de 1895, su criado le encontró tirado en el suelo de su habitación. Pavía había muerto. El día antes, el 3, había almorzado con Cánovas para recordar el golpe de 1874; fue una de las pocas bromas que don Antonio se permitió. La prensa seria coincidió en el retrato. El conservador La Época decía que había sido "una garantía de tranquilidad"; el liberal La Iberia afirmaba que siempre se había guiado por el patriotismo; La Correspondencia de España dijo que era un "liberal arrojado (...) [un]político modesto en sus ambiciones, lleno de abnegación y valentía en sus hechos"; el barcelonés La Dinastía aseguraba, exagerando, que era "uno de los colosos de la Historia contemporánea"; y el liberal El Imparcial dijo que era un "ordenancista" que defendió tras el 74 que el ejército se alejara de la política.

Sin embargo, la prensa republicana no le perdonaba el episodio. El País, diario republicano progresista, decía que la "infausta jornada" fue "el prólogo de la nefasta restauración borbónica". El satírico Don Quijote decía, sin gracia, que no se sabía si había tenido tiempo para pedir perdón por "sus culpas y pecados". Por su culpa "murió la Primera República Española", le acusaba. Bueno, lo cierto es que ese régimen duró aún otro año, y que el de nuestro hombre no fue el único golpe preparado para el 2 de enero. Hubo otro. pero eso es otra historia.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
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Marco Tulio Cicerón.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 02 Feb 2016 17:14

Excmo. Sr. D. Leopoldo O'DONNELL General Español

(Leopoldo O'Donnell, duque de Tetuán) Militar y político español (Santa Cruz de Tenerife, 1809 - Biarritz, Francia, 1867). Procedente de una familia de militares de origen irlandés al servicio de la monarquía española desde el siglo XVIII, hizo sus primeras armas en defensa de la causa constitucional durante la Primera Guerra Carlista (1833-40), dándose la circunstancia de que sus hermanos combatían en el bando contrario.

Fue ascendiendo por méritos de campaña, primero en el frente del Norte (Lumbier, Unzá, Hernani.) y desde 1839 en el Maestrazgo, ya como jefe del Ejército del Centro y capitán general de Aragón, Valencia y Murcia; si en el primer escenario llegó hasta mariscal de campo, el segundo le elevó al grado de teniente general y le proporcionó su primer título de nobleza, el de conde de Lucena.

Políticamente se encuadró junto a Narváez entre los moderados, contrarios al progresismo de Espartero; el triunfo de éste le hizo exiliarse en 1840, participar en la fallida sublevación de Diego de León (1841) y en la conspiración de militares moderados que acabaron con la Regencia de Espartero en 1843. Narváez le nombró capitán general de Cuba (1844-48), senador vitalicio (1845) y director general de Infantería (1848).

En 1854, habiendo degenerado el gobierno moderado bajo el conde de San Luis hacia posiciones autocráticas y ultraconservadoras alejadas de la mayoría del partido, O'Donnell encabezó un golpe de Estado que, secundado por movimientos revolucionarios populares capitalizados por los progresistas, dio paso a un bienio de hegemonía política de éstos. O'Donnell se integró como ministro de la Guerra en un gobierno presidido por Espartero (1854-56), mientras fundaba un partido propio de vocación centrista, la Unión Liberal, que aspiraba a situarse entre progresistas y moderados. En 1856 provocó la caída de Espartero y le sustituyó como jefe de gobierno, poniendo fin al proceso constituyente abierto por los progresistas, para regresar a la Constitución moderada de 1845, si bien enmendada con un Acta Adicional que reflejaba la voluntad unionista de conservar algunas conquistas del liberalismo avanzado.

Se abrió entonces un periodo de alternancia política entre los unionistas de O'Donnell y los moderados históricos de Narváez, que se turnaron excluyendo del poder a los progresistas. O'Donnell presidió el gabinete en tres ocasiones, en 1856, 1858-63 (el «Gobierno Largo») y 1865-66. Su periodo de gobierno se caracterizó por una cierta apertura política y un gran auge económico, con expansión de los ferrocarriles, construcción de obras públicas y mejora del aparato administrativo y estadístico del Estado.

La bonanza económica fue empleada para lanzarse a una política exterior más activa, estrechamente ligada al expansionismo de la Francia de Napoleón III: tropas españolas secundaron a las francesas en las campañas de Indochina (1858-62) y México (1861); esta última acción, unida a la reincorporación temporal de Santo Domingo (1861-65) y a la Guerra del Pacífico contra Perú y Chile (1865-68), pueden interpretarse como una tentativa de recuperar la influencia española sobre las antiguas colonias americanas.

En esa misma línea de poner las bases para una expansión colonial, O'Donnell lanzó también la Guerra de África (1859-60), que dirigió personalmente hasta la ocupación de Tetuán; la campaña le valió el título de duque, reconociendo Marruecos las posesiones españolas de Ceuta y Melilla, además de adquirir el enclave de Ifni.

O'Donnell se esforzó por apuntalar el Trono de Isabel II, rechazando el intento de desembarco carlista en San Carlos de la Rápita (1860), tratando sin éxito de reincorporar a los progresistas al sistema político y reprimiendo los conatos revolucionarios de 1866 (insurrecciones de Prim y del Cuartel de San Gil); su muerte dejó a los moderados como únicos valedores de la reina, pues los unionistas optaron por aliarse con progresistas y demócratas para preparar la Revolución que finalmente la destronaría en 1868.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 02 Feb 2016 17:23

Excmo. Sr. Ramón María NARVAEZ General Español

Ramón María Narváez y Campos, I Duque de Valencia (Loja, Granada, 5 de agosto de 1800 - Madrid, 23 de abril de 1868), fue un militar y político español, siete veces Presidente del Consejo de Ministros de España entre 1844 y 1868. Conocido como El Espadón de Loja

Hijo de José María Narváez y Porcel, 1.er conde de Cañada Alta, y María Ramona Campos y Mateos, tuvo un hermano llamado José Narváez y Campos, 2º conde de Cañada Alta.

Su carrera militar comenzó en el regimiento de Guardia Valona en 1815, y durante el Trienio Constitucional (1820-23) se decantó por los partidarios del liberalismo. Integrado en el Batallón Sagrado, tuvo un papel destacado en la lucha contra la sublevación absolutista de la Guardia Real en Madrid (julio de 1822), y sirvió bajo el mando de Francisco Espoz y Mina en Cataluña, donde sería hecho prisionero por las tropas de los Cien Mil Hijos de San Luis. Permaneció en Francia hasta 1824.

Tras rechazar cualquier tipo de cargo durante el reinado de Fernando VII, se incorporó en 1834 al lado de los isabelinos durante las Guerras Carlistas. En julio de 1835 participó en la Batalla de Mendigorría, al frente del batallón del Infante. Su actuación le valió el ascenso a teniente coronel, y en 1836 tomaría parte en la Batalla de Arlabán, obteniendo su promoción a brigadier.

Participó ese mismo año en la persecución del general carlista Miguel Gómez Damas, enemistándose con el ministro de la Guerra, el general Isidro Alaix Fábregas, y consecuentemente con el general Espartero. En el frente aragonés derrotó a Ramón Cabrera en Pobleta de Morella. En 1837 se le encargó la organización y mando de la "Reserva andaluza", con la misión de pacificar La Mancha y expulsar a la guerrilla carlista de Palillos, se enconaron sus rivalidades con Espartero.
Entrada en las Cortes

En 1838 fue promovido a mariscal de campo, y electo diputado a Cortes Generales. Su gran habilidad militar y su ideología liberal hicieron que tanto progresistas como moderados pretendiesen que se incorporara a sus respectivos partidos. Isidro Alaix Fábregas, hombre de confianza de Espartero, potenció el proceso que se abrió a Narváez tras su implicación en un movimiento de sublevación popular, acaecido en Sevilla ese mismo año, dirigido por el general Córdova contra el gobierno del duque de Frías. Narváez se refugió primero en Gibraltar, y, exiliado en París, presidió junto a Córdova una junta de oposición a Espartero, la llamada "Orden Militar Española", que veía en la sublevación el medio para liquidar la hegemonía progresista en España. Permanecería en la capital francesa durante los tres años que duró la regencia de Espartero.

En 1843 regresaría vía Valencia, en connivencia con el progresista disidente Salustiano Olózaga. El 23 de julio de ese año derrotaría a las tropas esparteristas de Seoane en Torrejón de Ardoz, cerca de Madrid; por esta victoria sería ascendido a teniente general. En noviembre es víctima de un atentado en la calle del Desengaño de Madrid, al que logra sobrevivir. Fallece, sin embargo, su ayudante.

Al alcanzar la mayoría de edad Isabel II en 1844, fue nombrado presidente del gobierno, ejerciendo de árbitro entre el marqués de Viluma, ministro de Estado, partidario de una carta otorgada, y de los ministros de Gobernación y Hacienda, el marqués de Pidal y Alejandro Mon, respectivamente, partidarios de refomar a través de las Cortes la Constitución del 37. Finalmente se inclinó del lado de estos últimos, convirtiéndose en uno de los impulsores de la Constitución de 1845. El 18 de noviembre de 1845 Isabel II premia su lealtad concediéndole el Ducado de Valencia con Grandeza de España.

Durante este primer gobierno sofocó la sublevación de Zurbano y condenó a Prim por intrigar contra su persona. Sus principales medidas fueron las siguientes:

Reforma fiscal, llevada a cabo por Alejandro Mon, que unió la constelación de impuestos heredada del Antiguo Régimen en sólo cuatro.
Guardia Civil: Creada por Francisco Javier Girón, duque de Ahumada en 1844.
Instrucción Pública: Reorganización dirigida por Pedro José Pidal y por la cual el Estado asume las competencias de la instrucción pública como propias.
Desamortización: Cese de la venta de bienes del clero.
Centralización administrativa: Ley de 8 de enero de 1845.
Delitos de imprenta: Decreto del 6 de julio de 1845, por el cual se ponía fin a la competencia exclusiva de los juicios por jurados.
Sufragio Censitario: Ley electoral de 1846.

La caída de Narváez en 11 de febrero de 1846 se debió, fundamentalmente, a las desavenencias surgidas dentro del gobierno por la cuestión de la boda de la reina. Fue sustituido por el marqués de Miraflores. El 16 de marzo la reina volvió a llamar a Narváez para que ocupara la presidencia y los ministerios de Estado y Guerra, siendo sustituido por Istúriz el 5 de abril. Fue nombrado embajador en Nápoles, cargo que rechazó, y posteriormente en París.
Segunda presidencia

Narváez volvió a ocupar la presidencia del Consejo de Ministros desde el 4 de octubre de 1847 hasta enero de 1851, siendo sólo interrumpido por el "gobierno relámpago" del conde de Cleonard (19 de octubre de 1849).

Narváez sofocó con eficacia y prontitud los motines callejeros y pronunciamientos militares, como reflejo extremista español a los acontecimientos europeos de la Revolución de 1848, que se dieron a lo largo de ese año, en algún caso, alentados por el infante don Enrique, marqués de Albaida. En marzo estallaron las revoluciones de Madrid el día 26 y en Barcelona y Valencia el 28 y 29. En Sevilla se produjo el 13 de mayo y de nuevo en Barcelona el 30 de septiembre.

Los principales logros de este segundo gobierno fueron la neutralización de los movimientos revolucionarios de 1848 comentados anteriormente, el asiento de las bases para la posterior firma del Concordato con la Santa Sede y la promulgación del nuevo Código Penal (22 de septiembre de 1848).

El 14 de enero de 1851 presentó su dimisión, siendo sustituido en la Presidencia por Juan Bravo Murillo.
Capilla funeraria de Narvéz, grabado de Urrabieta publicado en El Museo Universal el 2 de mayo de 1868.
Últimos mandatos y muerte

Tras el pronunciamiento militar de Leopoldo O'Donnell, la formación de un gobierno fue nuevamente confiada a Narváez, gabinete que presidió entre el 12 de octubre de 1856 y el 15 de octubre de 1857.

Entre 1856 y 1868 presidió tres gabinetes, desde los cuales ejerció una política represiva de cualquier manifestación subversiva, a la vez que trataba de introducir medidas reformistas.

Su fallecimiento, el 23 de abril de 1868, ocasionó el rápido resquebrajamiento del Partido Moderado. Sólo cinco meses más tarde, el 19 de septiembre de 1868, se produce el cuartelazo que pone fin a la monarquía constitucional de Isabel II.

Una anécdota que nos habla del carácter real del General Narvaez:


El año 1843 una coalición de moderados y progresistas derriba al regente Baldomero Espartero y dicha unión de fuerzas acuerda que las Cortes proclamen la mayoría de edad de Isabel II, entonces una niña de trece años. El progresismo, bajo la tutela de Salustiano Olózaga, parecía imparable (faltaban poco más de veinte días para que se produjese el famoso affaire al que hemos dedicado un post anterior, y que determinó la caída de Olózaga y el postergamiento del progresismo), mas la estrella de Narváez sobre los moderados parecía ya indiscutible. Es por ello que el 6 de noviembre de ese año 1843, Narváez es objeto de un atentado del que sale ileso, aunque no así sus acompañantes, uno de los cuales es herido y otro fallecerá posteriormente a consecuencia de las heridas recibidas. Cuando aún Narváez no había ocupado la presidencia del Consejo, los Tribunales condenan al autor intelectual del magnicidio, Juan María Gérboles, quien, pese a ello, logró escapar dejando en el país a su esposa e hijos. Con el paso de los años, Micaela Muñoz, la mujer de Gérboles, se dirige por carta a Narváez solicitando el perdón de su marido para que éste pueda regresar a España. Narváez responde a dicha petición desde París, en carta de 9 de marzo de 1851. La respuesta (se le solicita nada más y nada menos que el perdón del instigador de un atentado contra su persona), es sorprendente para quien esté acostumbrado a la imagen galdosiana o valleinclanesca. La transcribimos íntegramente: ”Con mucha satisfacción mía declaro en este escrito que perdono el hecho a que se refiere la desgraciada esposa de Juan María Gérboles, a quien hace tiempo, desde que el suceso tuvo lugar, le había perdonado en mi corazón. Yo pensaba que ya no había ninguno que sufriese las consecuencias del proceso que por el atentado cometido contra mi vida se formó el año 43. Y para que, en lo sucesivo, no tenga necesidad de acudir a mi cualquiera que se encuentre en este caso, declaro que, no sólo perdono a todos los complicados en este hecho, sino que pido para ellos gracia a S.M. Y que será para mi la mayor satisfacción el que tengan término los sufrimientos de los desgraciados que hayan podido causarme cualquier daño u ofensa” (Jesús Pabón, Narváez y su época, Espasa Calpe, Madrid, 1983, p. 77). Gérboles es indultado y cuando Micaela Muñoz se dirige nuevamente a Narváez para agradecerle su gestión, éste responde: “Que he tenido mucho gusto en haber podido hacerle el bien que dice, y en ver que se muestra agradecida; y que siempre que pueda favorecer a su familia, lo haré de corazón”.

Alguien que no sólo declara epistolarmente haber perdonado en su corazón, sino que solicita el indulto para el instigador de un atentado contra su persona ¿Es concebible que diga en su lecho de muerte que no puede perdonar a sus enemigos porque los ha matado a todos? Como en tantas otras ocasiones, la leyenda ha arraigado hasta tal punto que es casi imposible desligarla de la historia. Como el celebérrimo “tributo de las cien doncellas” de tiempos de Mauregato, otra leyenda que merecería un hilo por si sola.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 02 Feb 2016 20:50

Excmos. Sres. D. Pedro DAOIZ y D. Luis VELARDE Capitanes del Ejercito Español, HEROES DEL DOS DE MAYO

A finales de abril de 1808 España carecía de un gobierno digno de tal nombre y estaba ocupada por el ejército napoleónico, que había acudido como aliado para invadir Portugal. El Rey Fernando VII se encontraba en la ciudad francesa de Bayona tratando que Napoleón le reconociera, el «rey abdicado» Carlos IV estaba en El Escorial (también en manos de los franceses) y alegaba que su abdicación no había sido válida. Antes de irse a Bayona el rey Fernando había designado una Junta Suprema de Gobierno presidida por el Infante Antonio Pascual de Borbón —hermano menor de Carlos IV y tío del rey Fernando— conocido por su afición a la ebanistería y por su carácter pacífico y bonachón; alguien que jamás hubiera traicionado a su sobrino, pero el menos indicado para manejar una situación muy complicada y enfrentarse a fuertes tensiones. Quien realmente controlaba Madrid eran diez mil soldados franceses; apoyados por otros 40.000 acampados en los alrededores.

El 27 de abril el general Murat exigió a la Junta la entrega de los dos Infantes que quedaban fuera de la custodia francesa: María Luisa y Francisco de Paula. Antonio Pascual encontró el ánimo suficiente como para oponerse. Pero en la noche del 1 de mayo llegó un emisario de Bayona con un mensaje del Rey Fernando autorizando que también salieran hacia Bayona sus hermanos pequeños. A pesar de que la orden de salida se dio a altas horas de la noche, corrió por Madrid la noticia de la salida de los últimos miembros de la Familia Real.

A primera hora de la mañana numerosos curiosos vieron como la Infanta María Luisa partía en su carroza escoltada por caballería francesa. Mientras se acababa de preparar la carroza que iba a transportar al Infante Francisco de Paula (un niño que acababa de cumplir catorce años) el cerrajero madrileño José Blas de Molina se subió a la carroza y comenzó a gritar: “¡Traición! ¡Nos han quitado a nuestro Rey y quieren llevarse a todos los miembros de la Familia Real! ¡Muerte a los franceses!”. La gente comenzó a arremolinarse alrededor de la carroza, uniéndose a los gritos el Teniente Coronel Rodrigo López de Ayala, que gritaba a la gente que se armase porque se llevaban al infante. Durante el tumulto salió a una ventana del palacio el propio infante —de 14 años de edad— para ver qué ocurría; al verle, algunos gritaron que el infante lloraba porque no quería irse, desatándose los nervios de una multitud que trató de asaltar el Palacio Real.

El General Mural envío caballería y artillería para sofocar a los revoltosos. Mientras sonaban los tiros y cañonazos alrededor de palacio centenares de personas de los barrios aledaños acudían armados con navajas y con lo que encontraban; tanto las mujeres como los hombres y los niños dieron suelta a la tensión que se había ido acumulando por la presencia de tropas extranjeras en Madrid.

Cuando los combates callejeros entre los vecinos y el ejército de Napoleón se fueron extendiendo a la zona centro de la ciudad, la guarnición escuchaba estremecida el griterío de los combates, los cañonazos y las cargas de caballería. Pero no les llegaba orden alguna de que intervinieran

Los oficiales “afrancesados” Pedro Velarde y Luís Daoiz serán la principal excepción al inmovilismo del ejército. Nunca se hubiera esperado de estos dos capitanes, por su trayectoria y perfil, que desobedecieran las órdenes recibidas.

Luis Daoiz
Luís Daoiz (1767 – 1808) pertenecía a una familia arístocrática andaluza, originaria de la localidad navarra de Aoíz. Tenía 41 años. Se trataba de un militar con gran experiencia en combate. Había participado en la Guerra del Rosellón y en combates navales contra los ingleses. Hablaba cinco idiomas y tenía unos conocimientos de matemáticas que le habían permitido publicar un tratado sobre artillería naval. Se puede afirmar que era un militar ilustrado y francófilo —cuando estuvo prisionero de los franceses durante la Guerra del Rosellón había recibido una oferta para incorporarse al ejército francés—. Aquel día, Daoíz era el comandante al mando del Parque de Artillería de Monteleón.

Pedro Velarde
Pedro Velarde (1779 – 1808) había nacido en Muriedas, (Cantabria), en la casona-palacio de los Velarde. Tenía entonces 28 años. Había sido profesor en la Academia de Artillería de Segovia. Por su formación e inteligencia, así como por su ideario ilustrado, había sido designado asistente del Jefe del Gobierno Manuel Godoy. Por encargo de Godoy había tratado en varias ocasiones con el general Murat; éste —conocedor de la admiración del joven por Napoleón— le había ofrecido pasar al servicio de Francia. Velarde contestó que no aceptaría hasta que esa oferta fuera aprobada por sus superiores. El 2 de mayo por la mañana Velarde se encontraba en su despacho del Estado Mayor del Ejército, donde trabajaba en un puesto técnico como Secretario de la Junta Superior Económica del arma de artillería.

Enterado de los sucesos de palacio, Velarde se dirigió al Cuartel del Segundo Batallón de Voluntarios de Estado, en la calle de San Bernardo. El capitán Velarde se entrevistó con el coronel al mando, a quien pidió una compañía con la cual defender el Parque de Artillería Monteleón. Acompañado por el capitán de infantería Rafael Goicoechea, los tenientes Jacinto Ruíz y José Ontoria, tres cadetes y 33 fusileros de la Tercera Compañía, se presentaron en Monteleón. Ese acuartelamiento estaba rodeado por una multitud de paisanos que insultaba a los franceses y exigía a los soldados españoles la entrega de armas. Luis Daoiz, 4 oficiales, 3 suboficiales y 10 artilleros auxiliares y compartían el alojamiento con unos 80 franceses. Tras entrar Velarde en el cuartel desarmó al comandante francés (que contaba con muchos más soldados que los españoles, pero que no supo reaccionar). Velarde prometió proteger al comandante de la multitud si sus soldados entregaban las armas y se marchaban. A partir de ese momento Daoiz y Velarde se pusieron en rebeldía respecto de su mando jerárquico, y entraron en la historia…


Daoiz armó a unos 300 civiles que habían acudido a pedirlas, la mayoría de los cuales se volvieron a combatir por su cuenta en las calles, en tanto que un centenar se quedó bajo el mando del capitán Daoiz para defender el cuartel. A continuación, Daoiz organizó a soldados y civiles en grupos mixtos mandados por un oficial; sacó a la calle cinco cañones apuntando a las calles de San Bernardo y Fuencarral. Entre los voluntarios civiles se encontraba la madrileña Clara del Rey, acompañada por su marido y sus tres hijos. Poco a poco se fueron uniendo espontáneamente varios oficiales de artillería y de otras armas, así como algunos soldados a los que el levantamiento había cogido en sus casas.

Enterado de la rebeldía de los oficiales españoles por los soldados franceses que habían salido de Monteleón, el Murat ordenó al general Joseph Lagrange que sofocara la insubordinación. Lagrange llegaría a emplear en sus ataques, a unos 2.000 soldados de infantería y caballería, así como 4 piezas de artillería. La artillería dirigida por Daoíz trataba de mantener a distancia a los franceses, a los que causó gran número de bajas, en tanto que los paisanos y soldados comandados por Velarde trataban de detener los avances de la caballería y los infantes. Pasadas dos horas de combates muchos defensores estaban muertos y heridos, entre ellos la madrileña Clara del Rey, que pereció junto con su marido y uno de sus hijos.

Hubo un intento de mediación por parte de un capitán español, enviado desde el Estado Mayor del Ejército; pero los defensores se negaron a capitular y siguieron combatiendo. Daoiz fue herido en una pierna.

Hacia el mediodía el general español Claudio Ana de San Simón se dirigió a los soldados franceses para que cesaran el fuego. Después de solicitar un parlamento a voces, el General San Simón se acercó al cuartel para parlamentar. Cuando Velarde salía del edificio fue alcanzado por un disparo y cayó muerto. Uno de los soldados franceses que acompañaban a San Simón hirió con su bayoneta a Daoiz, quien moriría más tarde.

Quedaba al mando de la resistencia el capitán Goicoechea; pero éste —sorprendido por estas acciones y ante un general español que le estaba ordenando que se rindiera— decidió entregar el cuartel. La defensa duró unas tres horas.

El teniente Ruiz había resultado herido; pero pudo ser evacuado antes de que le tomaran prisionero, siendo escondido en una casa particular. Consiguió huir de Madrid incorporándose a la lucha en Extremadura. Moriría un año después a causa de las heridas de las que nunca llegó a recuperarse.

Daoiz y Velarde han quedado como ejemplo de la iniciativa personal y el patriotismo, por encima de órdenes y jerarquías les impulsó su deseo de estar con el pueblo que estaba siendo masacrado por defender la dignidad nacional.

Gloria a los caidos del 2 de Mayo de 1808, que supieron dar su vida por liberar a todos los españoles de la tiranía francesa, auspiciada como no, por unos reyes incompetentes y cobardes.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 02 Feb 2016 20:58

Batalla de Los Arapiles

El 22 de julio de 1812 tuvo lugar al sur de Salamanca una de las batallas más importantes de la Guerra de la Independencia. Napoleón sufrió una enorme derrota que preludió el fin de su hegemonía en Europa.

Los dos ejércitos se clavaban mutuamente las uñas desgarrándose. Arroyos de sangre surcaban el suelo.
Los cuerpos que caían eran a veces el principal obstáculo para avanzar; a ratos se interrumpían aquéllos
al modo de
abrazos de muerte y cada cual se retiraba un poco hacia atrás a fin de cobrar nueva fuerza para una
nueva embestida.

Benito Pérez Galdos. La Batalla de los Arapiles.

Las águilas invencibles
del corso Napoleón
en gallinas las convierte
el inmortal Wellington.
En Arapiles
así sucedió,
donde fue abatido el fiero Marmont.
Viva la nación.

La batalla de los Arapiles o Derrota de Marmont.
Francisco de Paula Garnier. 1813.

El año 1812 fue un año decisivo no sólo en la historia política de nuestro país, gracias a la promulgación en Cádiz de nuestro primer texto constitucional, sino también fue determinante en la incruenta guerra que asolaba España. Por un lado, Napoleón comenzó el año con los preparativos de la invasión de Rusia retirando 27.000 hombres del territorio español. Por otro, el mariscal francés Suchet rendía Valencia en enero con el aporte de los ejércitos del centro y el norte destacados en nuestro país. Estas circunstancias fueron aprovechadas por Arthur Wellesley, duque de Wellington, general jefe del ejército aliado destacado en Portugal, para desencadenar una ofensiva total contra los franceses que duraría buena parte del año.

En enero tomó Ciudad Rodrigo a los franceses, lo cual le valió el título de duque de dicha ciudad, pese haber sufrido la población el saqueo de sus tropas. Badajoz fue liberada en abril, aunque igualmente asolada durante tres ignominiosos días por sus batallones.

El 17 de junio ocupó Salamanca y avanzó por el valle del Duero, llegando hasta Rueda (Valladolid). Sin embargo, el ejército francés de Marmont le cortó el paso y le forzó a replegarse hacía la ciudad del Tormes, persiguiéndose ambos ejércitos entre el 7 y 21 de julio. En un intento de Marmont de flanquear a Wellington antes de que este llegase a la ciudad castellana, el general francés vadeó el Tormes, dispersando sus líneas. Esta situación de debilidad fue aprovechada por Wellington para atacar el día 22 de julio en las llanuras abiertas de Arapiles. El ejército de Wellington, compuesto por 48.500 hombres, destrozó al francés de Marmont, formado por 47.000 hombres.

La batalla de los Arapiles, o de Salamanca como es conocida por los británicos, es una de las grandes batallas de la Guerra de la Independencia y, por extensión, de las Guerras Napoleónicas, equiparándose a la batalla de Waterloo (1815). El ejército aliado, de más de 50.000 hombres, estaba compuesto fundamentalmente por tropas angloportuguesas. España participó con una división de 3.400 hombres, dirigidos por el general, de origen francés, Carlos de España (1775-1839), y los 1.000 lanceros del guerrillero Julián Sánchez “El Charro”. En el Archivo Histórico Nacional se conserva el parte de guerra que el general España remitió el mismo día 22 de julio desde el campo de batalla y en el que se describen todas operaciones bélicas que “la Providencia se ha dignado bendecir con una completa victoria el valor y los esfuerzos del Ejército aliado”. Ningún ejército francés había recibido una derrota tan contundente desde 1799.

El triunfo aliado, que señaló el principio del fin de Napoleón en su maldita guerra de España, tuvo unas repercusiones inmediatas. Wellington entró el 12 de agosto en Madrid, forzando la huida de José I y su corte hacia Valencia. Las tropas francesas abandonaban Andalucía y Asturias, retirándose más allá del Ebro y la costa levantina. Por último, la actividad de las partidas guerrilleras se multiplicó de manera significativa a raíz del éxito aliado. Sin embargo, la campaña del apodado duque de Hierro fue frenada en Burgos en otoño de 1812. El ejército francés pasó a la contraofensiva gracias a los importantes refuerzos que ordenó Napoleón, forzando el repliegue del general británico hacia Portugal. Pese a ello, la campaña de Wellington cuestionó la imbatibilidad de los franceses, anunciando la catastrófica derrota de la Grande Armée en Rusia.

En la actualidad, el paisaje de esta mítica batalla está considerado como sitio histórico y protegido como bien de interés cultural.

Asegurada la frontera y sabedor de que Napoleón estaba retirando tropas de la Península para integrarlas en el gigantesco ejército con el que pretendía invadir Rusia, Wellington planeó una ambiciosa ofensiva estratégica para 1812. Mientras las guerrillas y el ejército español hostigaban a los franceses para fijarlos en Andalucía y la costa Cantábrica, los ingleses avanzarían por el centro para entablar batalla con Marmont (el sustituto de Masséna tras la caída en desgracia de este por su fracaso en Portugal), intentando derrotarlo para poder avanzar por el valle del Duero, aislar Madrid e intentar tomarlo desde el Norte.

Marmont, que había destruido una parte notable de edificios en la ciudad de Salamanca para construir importantes fortificaciones, contemplaba con inquietud los movimientos ingleses y cuando el día 13 de junio emprendieron desde Ciudad Rodrigo la marcha hacia Salamanca, decidió abandonar la ciudad para dirigirse hacia el norte con la intención de reunirse con una división de 10.000 hombres al mando de Bonet, que marchaba en su refuerzo desde Asturias. Dejó la ciudad con una pequeña guarnición tras las fortificaciones, con la esperanza de volver a liberarlos si resistían lo suficiente. Wellington llegó a Salamanca el día 17 y comenzó los trabajos para instalar baterías y rendir las posiciones francesas que ocupaban cuatro edificios de gruesos muros de piedra. Marmont, viendo que Wellington no le perseguía, se acercó a la ciudad, lo que obligó a los ingleses a salir a campo abierto con la fuerza que no participaba en los asedios. Mientras los ingleses derribaban los fuertes a cañonazos, ambos ejércitos maniobraron en la llanura al noreste de Salamanca manteniendo las distancias. Durante cuatro días se sucedieron pequeñas escaramuzas entre las unidades de infantería ligera y los voltigeurs, que en formación dispersa protegían la fuerza principal de ingleses y franceses, respectivamente.

El día 21 ambos ejércitos se encontraron frente a frente en una posición ligeramente favorable a los ingleses que ocupaban una colina baja y además tenían una ventaja de 8.000 hombres. Marmont no atacó cuesta arriba y Wellington no quiso abandonar la ventaja de la altura, por lo que al día siguiente se separaron. Ese mismo día cayeron los fuertes de Salamanca y tras una semana, Wellington comenzó a prepararse para avanzar, mientras Marmont se retiraba a toda velocidad al notar que los ingleses podían poner toda su fuerza sobre el campo. Los franceses marcharon rápidamente hacia el norte por Valladolid para refugiarse detrás del Duero y esperar allí a la fuerza que venía de Asturias. Completada con éxito la maniobra, acamparon entre Toro y Tordesillas, desde donde veían cómo los ingleses organizaban sus campamentos entre Rueda y La Seca.

Una vez llegó Bonet con los refuerzos el día 7, Marmont —ahora con superioridad numérica— decidió tomar la iniciativa con un sofisticado movimiento. Tras varios días de descanso y planificación muy cuidadosa, el día 16 amagó cruzar el río Duero por Toro y en cuanto los ingleses empezaron a formar para hacerle frente, se retiró otra vez y marchando a toda velocidad efectuó el cruce por Tordesillas, cogiéndolos completamente a contrapié. Pero tanto éstos como las milicias portuguesas que les acompañaban eran expertos soldados y, antes de que Marmont pudiera entablar combate, ya marchaban hacia el sur para eludir el flanqueo. Durante tres días, ambos ejércitos intentaron flanquearse mutuamente tomando contacto esporádico sus unidades ligeras y acampando por la noche uno frente al otro. El 20 la situación degeneró en una marcha paralela hacia el sur y al irse acercando ambas columnas, llegaron marchar a sólo 500 metros una de la otra, sin que ninguno de los dos comandantes se decidiera a atacar, a la vista de la disciplina y organización del contrario. Al llegar a Cantalpino, ambos ejércitos se separaron, ya que cada comandante tenía su propio plan. Wellington se retiró hacia Salamanca siguiendo su línea de abastecimiento, mientras Marmont trataba de cruzar el Tormes en Huerta para aislar la ciudad del camino de Portugal o bien esperar a los ingleses y atacarlos por el flanco si decidían continuar la retirada.

El día 21, Wellington decidió no cruzar Salamanca, sino pasar el Tormes en Santa Marta y tomar posiciones al sur de la ciudad. Durante todo el día marchó nuevamente hacia el sur y al anochecer, el núcleo del ejército acampaba en torno a Carbajosa de la Sagrada, protegiendo su flanco izquierdo con varias unidades que tomaron posiciones en una línea de cerros que dominan el pequeño valle del torrente de Pelagarcía, que corre de sur a norte hasta desembocar en el Tormes. Mientras tanto, los franceses cruzaban el río aguas arriba para continuar los intentos de flanqueo que tan buen resultado les habían dado, puesto que estaban a punto de recuperar Salamanca sin haber sufrido más que unas pocas bajas.
La batalla

Por la noche cayó una gran tormenta con abundante aparato eléctrico que pasaría a formar parte de la leyenda de la batalla, tal como el «sol de Austerlitz» —que presidió el avance de Soult sobre las colinas de Pratzen— ilustra los relatos de esa batalla. Tres años después, la noche antes de Waterloo, una tormenta similar sería recibida como un signo de la Providencia por la soldadesca inglesa.
Grabado de W. & A. K. Johnston, publicado por William Blackwood & Sons en 1870, que como tantos mapas contemporáneos tiene más fantasía que realidad. Para estimaciones historiográficas actualizadas véanse los mapas en las referencias del artículo.

Al amanecer, Wellington fue informado de que ya sólo quedaba una división francesa al otro lado del Tormes y que Marmont se estaba desplegando hacia el oeste a toda velocidad. Inmediatamente hizo avanzar las unidades que estaban en Carbajosa de la Sagrada para cubrir el lado norte de una ligera depresión longitudinal que corría de este a oeste formando ángulo recto con los cerros que dominaban el Pelagarcía. El núcleo del ejército se dispuso formando una doble línea con las divisiones de Leith y Cole asomándose a la ladera de la depresión y las de Clinton y Hope inmediatamente detrás. También ordenó que la división de Edward Pakenham y la caballería de la reserva, que aún estaban al otro lado del Tormes, cruzaran y se dirigieran a Aldeatejada, donde podían proteger una eventual retirada. Las brigadas de caballería de G. Anson y Le Marchant se situaron en Las Torres, a medio camino entre la fuerza principal y la reserva.

Aunque había ido descargando la línea que cubría el Pelagarcía, quedaron allí la división de infantería ligera de Alten junto con algunas brigadas de otras divisiones. La división de dragones de Bock se situó en la misma alineación mucho más al norte para vigilar y controlar un intento francés de rodear los cerros por ese lado. Wellington, así preparado, decidió esperar acontecimientos para decidir el curso de acción definitivo. Gracias a la disposición de sus tropas podía tanto defenderse como retirarse ordenadamente.

Una de las brigadas de la división de Cole, la de Anson, ocupó una colina aislada que se encuentra en el extremo sur de la línea de cerros, justo en el ángulo que ahora formaba el dispositivo inglés, expulsando a algunos franceses que estaban a punto de llegar a la cima. Esta colina se llama Arapil Grande por oposición al Arapil Chico, que se alza al otro lado de la ancha y poco profunda depresión longitudinal que Wellington quería usar como línea de frente. El plan inglés había sido apoderarse de ambos, pero casi habían llegado tarde a uno y el otro ya estaba sólidamente defendido cuando intentaron tomarlo con una brigada de cazadores portugueses, que fue rechazada.
Arapil Grande y Arapil Chico desde la posición de Wellington durante varias fases de la batalla

La lucha se trasladó un poco hacia el oeste, al pueblo de Los Arapiles, donde las brigadas ligeras de las divisiones de Keith y Cole chocaron con voltigeurs franceses que trataron de desalojarlos. El pueblo se hallaba en el centro de la depresión que al sur estaba limitada por el escarpe de una meseta que hacia el oeste se iba convirtiendo en una loma. A medida que avanzaba la mañana, los franceses fueron apareciendo sobre el escarpe, instalando baterías que empezaron a hostigar a las cuatro divisiones inglesas que tenían enfrente.

Hacia el mediodía, los franceses se hicieron visibles avanzando por la cima de la loma hacia el oeste a toda velocidad. Se trataba de Thomières y Maucune, que una vez sobre la loma habían decidido ocupar toda su extensión. Maucune se estacionó frente a Leith y empezó a desplegar sus baterías, mientras Thomières se desplazaba en solitario aún más al oeste. El ejército francés se había desorganizado un poco a causa de lo intrincado del terreno, cubierto de bosques de encinas, que se extendía al oeste y detrás de la loma en el camino desde el Tormes. Marmont había perdido ligeramente el control, más preocupado por acelerar la marcha que por guardar la formación, creyendo que Wellington estaba en plena retirada hacia Ciudad Rodrigo y confundiendo el polvo que levantaba la reserva de caballería en Aldeatejada con la retaguardia de este. Así que ordenó a tres divisiones que ocuparan la cima del escarpe y la loma subsiguiente, sin advertirles que debían mantenerse cerca unas de otras. Bonet se situó junto al Arapil Grande, con lo que un gran hueco le separaba de Maucune, mientras otro no tan grande separaba a éste de Thomières.

Una vez Wellington estuvo razonablemente seguro de que ninguna división más estaba a punto de llegar, basándose en su intuición y en los informes de los guerrilleros españoles que le habían indicado las horas de cruce del Tormes, hacia las dos de la tarde subió a su caballo y cabalgó hasta Aldeatejada para dar órdenes inmediatas a Pakenham. Al llegar saltó del caballo y le ordenó dirigirse al sur en columna, convertirla en fila girando las compañías 90 grados al llegar a la altura de la loma y atacar a Thomières «hasta barrerlo». Los húsares de Arentschild cubrirían su flanco derecho para evitar que la caballería francesa interviniera.

A continuación galopó hasta el estacionamiento de la caballería pesada de Le Marchant y le ordenó que en cuanto Leith hubiera entablado combate, cargaran sobre Maucune. Después siguió su camino hasta Leith, que estaba sobre su caballo esquivando balas de cañón que venían rebotando desde las baterías de Maucune para que sus hombres no tuvieran miedo a pesar de estar bajo un fuego lejano pero intenso. Wellington le comunicó a Leith que en cuanto viera que Pakenham había derrotado a Thomières, cargara contra Maucune en la meseta, cosa que éste estaba deseando porque veía que la moral de sus soldados decaía. Luego cabalgó de nuevo hasta Cole y le dijo que cuando Leith hubiera derrotado a Maucune, cargara a su vez contra Bonet. Finalmente se dirigió a una pequeña colina al oeste de Leith para observar la batalla.|Escena de la batalla en la que se muestra la carga de la 3era división al mando de Sir Edward Pakenham]] Cuando llegó, vio cómo Pakenham cargaba y derrotaba efectivamente a Thomières mientras los húsares de Areschild derrotaban algunas unidades de caballería que surgían del otro lado de la loma. Leith a su vez cruzó lentamente la depresión con su división organizada en una doble fila para cargar pendiente arriba contra Maucune. Aunque resistió algo más que Thomières, al llegar los desbandados de la división de este perseguidos por Pakenham, la división de Maucune se desbandó justo cuando Le Marchand cargaba con la caballería pesada. El efecto de todo esto fue que las dos divisiones francesas dejaron de existir mientras los supervivientes procuraban salvarse como podían.

Marmont había sido herido poco antes junto con su segundo, con lo que Claussel había tomado el mando y aún trataba de organizar la defensa cuando la división de Cole se puso en movimiento hacia el Arapil Grande y la parte adyacente de la meseta, donde le esperaba Bonet. Este ataque fracasó completamente y Cole se retiró en desbandada. Los historiadores han criticado mucho a Wellington y este alegó en sus memorias que Cole se había precipitado. En cualquier caso, aunque Claussel intentó lanzar en persecución de Cole a las tres divisiones que le quedaban, Wellington contraatacó con las divisiones de Hope y Clinton que había reservado. Además, en ese momento llegaban cargando por el flanco la división de Pakenham, la de Leith y la caballería pesada de Le Marchant, con lo que después de una lucha sangrienta pero breve, todo el ejército francés se desbandó. Si no fueron completamente exterminados, se debe a que la división de Ferey, que hasta entonces no había entablado combate, tomó posiciones en un cerro más al sur llamado el Sierro y protegió la retirada hasta que la noche marcó el fin de la batalla. Los franceses cruzaron de nuevo el Tormes al amparo de la oscuridad y Wellington entró al día siguiente en Salamanca en un desfile triunfal. Había derrotado al tercer ejército francés completo desde su llegada a la Península.

Después de esta victoria, Wellington avanzó por el valle del Duero y tomó Madrid, donde fue aclamado como libertador por la población. Sin embargo, cuando se dirigió al norte en otoño vio su avance interrumpido por la guarnición francesa de Burgos, que resistió el asedio y varios asaltos a la ciudad. Amenazado por los refuerzos que llegaban de Francia, Wellington abandonó el asedio y se replegó en una retirada durísima hacia sus bases de partida en la frontera de Portugal. Aunque la campaña no fue decisiva, marcó un punto de inflexión en la guerra peninsular y, sumada a la catastrófica derrota francesa en Rusia, extendió por Europa la idea de que los días de gloria de Napoleón podían estar acercándose a su fin.

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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 02 Feb 2016 22:38

LA BATALLA DE VITORIA



La batalla de Vitoria – 21 Junio 1813.

21 junio 2013

Antes de comenzar a desarrollar la Batalla de Vitoria debemos entender los orígenes de este acontecimiento… Y es que, por aquellos tiempos de 1808, España sufrió la invasión consentida de un numeroso grupo de tropas napoleónicas desde la frontera francesa. Previamente Napoleón ya había convencido a la mayoría, de que era amigo de los españoles y que sólo quería una vía para llegar a Portugal y bloquear, con ello, los puertos lusitanos a los mercantes británicos. Pero la realidad era otra distinta y lo que iba a ser una situación puntual se convirtió en una conquista en toda regla que tendríamos que sufrir hasta el año 1814.

En España, desde el 1808 hasta el 1811-12 los franceses mantuvieron su superioridad militar, hasta que llegó el año 1812. Recordemos que… en el año 1812 las tropas napoleónicas ya sufrieron un duro revés en su intento de dominio de la península ibérica, perdiendo el 19 de Enero, Ciudad Rodrigo; y el 6 de Abril, Badajoz. Pero será el 22 de Julio cuando sufran el mayor descalabro militar enfrentándose en una batalla campal en las proximidades de Salamanca. La llamada “Batalla de los Arapiles” donde los franceses sufrieron una contundente derrota que les empujó estratégicamente hacia el norte del Duero. Allí consiguieron reorganizarse y tomar aire; gracias a un error de su perseguidor, el comandante en jefe de las fuerzas británicas, Arthur Wellesley “Duque de Wellington”, ya que se empeñó en asediar el castillo de Burgos durante días y días para tener que desistir finalmente, lo que fue desmoralizante para sus tropas y una bocanada vital para los imperiales. El asedio fallido al castillo de Burgos (19 Septiembre 1812) significaría una mancha en el expléndido historial de Wellington. Los franceses pasaron entonces a la ofensiva y desde Burgos empujaron a su enemigo anglosajón, hasta Portugal.


Pero ahora las malas noticias llegaban del exterior, ya que Napoleón ordenaba retroceder a su hermano José, rey de España, desde Madrid hasta Valladolid, debido a las recientes derrotas en la campaña de Rusia que amenazaba la superioridad en toda la frontera imperial. José Bonaparte abandona Madrid el 17 de Marzo de 1813, permaneciendo el Estado mayor en Valladolid…, por si las moscas. Mientras, los aliados al mando de Wellington, consiguen numerosos refuerzos desde Portugal y reanudan la Campaña. Cruza al fin la frontera lusitana el 22 de Mayo del mismo año. Y es aquí donde comienza una carrera imparable que llevará a las tropas napoleónicas desde Madrid hasta Vitoria en menos de 30 días.

Inicialmente los movimientos de las grandes columnas aliadas pone en alerta a la Plana Mayor francesa que toma la decisión de abandonar Madrid el 27 de Mayo para no verse acorralado por unas fuerzas superiores. Será una carrera en paralelo. Partiendo los aliados desde Salamanca y los imperiales desde Madrid, siempre hacia el norte. Sufriendo continuas refriegas en las zonas que ambos caminos se volvían adyacentes y rectificando en las situaciones no deseadas.


José Bonaparte, el rey de España en ese momento, estaba especializado en la abogacía pero no conocía, ni de lejos, el mundo militar, para ello se valía del Mariscal Jean-Baptiste Jourdan como estratega en Jefe. Con él pudo realizar la complicada tarea de comandar 3 poderosos ejércitos: el “Ejército del Centro” originalmente diseñado para José Bonaparte con 25.000 hombres en Julio de 1811, ahora en manos de Drouet D’Erlon con menos de 13.000; el “Ejército del Sur” que llegó a tener 90.000 hombres para contar ahora con 26.500 y finalmente el “Ejército de Portugal” que pasó de contar con 58.000 hombres a sólo 15.800. La retirada hacia el norte se realizaría en búsqueda de refuerzos por parte de las tropas francesas. Las deseadas tropas de Foy desperdigadas por Cantabria, Guipuzcoa y Vizcaya; y las de Clauzel centradas en Navarra. Pero ninguno de ellos se podrá sumar al cuerpo principal imperial que no pararía de enviar mensajeros en búsqueda de respuestas. El momento clave de esta carrera en paralelo llega cuando la marcha aliada gira hacia el Este, de forma contundente, cerrando el camino hacia Bilbao para cualquier intento francés. No queda entonces más vía de escape para los imperiales que el camino de Vitoria o el de Logroño, pero la ruta más corta hasta Francia pasa por Vitoria a donde llegan las tropas bonapartistas el 19 de Junio de 1813. El mismo día, la fuerza anglo-portuguesa-española ya domina las riberas de los ríos Omecillo y Bayas al Este-Noreste de la capital alavesa. Es el momento de seguir paso a paso la secuencia de los acontecimientos.


EL CAMPO DE BATALLA MARCA LA ESTRATEGIA A SEGUIR:

Comenzamos 2 días antes. El día 19, cuando el grueso del ejército francés llega al interior de la Llanada Alavesa por el Camino Real. Mientras Reille se adelanta a proteger la entrada Oeste a la Llanada, en el camino de Subijana Morillas. Para el bando británico las tropas de Beresford comienzan a hacer su aparición en el escenario principal: Los anglo-portugueses de Cole desde Quincoces de Yuso y la División ligera de Alten más al sur por el camino de Espejo. Al norte, Longa hace su aparición en Murguía donde esperará órdenes. Desde Vitoria se da la orden Real de movilizar el convoy francés estacionado en la ciudad con dirección Norte por el camino de Francia para evitar posibles aglomeraciones con las tropas que estaban acercándose a la capital Alavesa.

Finaliza el día 19, y el conjunto de tropas imperiales se resguarda y acampa en la Llanada, mientras José Bonaparte se acerca a Vitoria donde le abrirá las puertas de su Palacio la marquesa de MonteHermoso, allí dormirá en cama caliente. A su vez Reille enfrascado en el puente Subijana Morillas retrocede finalmente, rechazado por el fuerte empuje de las tropas de Cole y el temido flanqueo de Alten por Pobes. Desde el Oeste, el británico Graham hace su entrada por caminos abruptos que desembocan en Zuazo de Cuartango, donde deberá esperar nuevas órdenes.

Día 20, Longa con los españoles se dirige hacia el pueblo de Letona donde deberá esperar al resto de fuerzas británicas. Por lo que se ordena a Graham que envie el apoyo de las fuerzas Portuguesas para reforzar esta posición. Continúan llegando tropas británicas y portuguesas al río Bayas. Los movimientos cercanos a Letona son detectados por las tropas franceses que apenas les dan importancia movilizando a la mitad de la División Sarrut. A su vez se envía a la débil División CasaPalacio (Josefinos) hacia el Este intentando reforzar la posición en Durana, pueblo clave que preside la vía de escape hacia Francia.

Por la tarde llega el grueso de las tropas aliadas: Hill en Pobes, Dalhouise hacia Zuazo de Cuartango, y Beresford dirección Murguía posicionándose cerca de Longa. Todos estos movimientos se realizaron ocultos a la vista francesa. Mientras tanto en Letona las tropas francesas son rechazadas por los españoles ayudados por unidades portuguesas. No se observaban unidades británicas en la refriega , por lo que consideraba un flanco muy poco amenazante para la defensa imperial, la cual no tomará apenas medidas hasta el día siguiente.

Bajo la lluvia constante, y al abrigo de la noche, se da la orden de partida a un nuevo conboy desde Vitoria por el Camino Real dirección Francia. Será la veterana División Maucune la destinada a acompañar al conboy para ofrecerle su protección, División que permanecía hasta ahora en el centro de las fuerzas francesas. No saben que serán los últimos en utilizar el camino Real.

Comienza a salir el sol el día 21, la “Batalla de Vitoria“. Momento en que las tropas aliadas avanzan cada una en su sector. Hill por la Puebla, Beresford junto a Nanclares, Dalhouise hacia Hueto Arriba, y Graham junto a Letona. Mientras…, las tropas napoleónicas permanecen acampadas en su “nido alavés”; no sospechan que, lentamente y en torno a ellos, empieza a cernirse las garras de un león multicolor.

Las tropas españolas de Morillo atraviesan el río Zadorra por La Puebla, y en vez de atravesar el estrecho callejón que forman los Montes de Vitoria junto al río, se dirigen con buen ánimo hacia las cumbres de estos montes para sorprender a los tiradores franceses. En otro lugar, no lejos de allí e independientemente del mando principal, las tropas guerrilleras de Espoz y Mina (Dos Pelos, El Fraile, y el Charro) se acercan cautelosamente por la carretera de Logroño.

Por la derecha, las tropas de Morillo consiguen apoderarse de las alturas (FOTO) y desde allí esperan hacer frente a las tropas que ven venir… unos pocos franceses de Maransin. Mientras, en el centro de la linea aliada, Picton es el primero en llegar a las cumbres cerca de Hueto arriba donde debe esperar a Dalhouise que se ha perdido inexplicablemente.

Uno a uno los batallones franceses, que intentan expulsar a los españoles de Morillo, son rechazados. Además Stewart lanza a sus escoceses monte arriba en apoyo de los valientes españoles. En el centro, la Brigada Kempt toma posiciones junto a la caballería ligera de grant frente al puente de Víllodas. Más al norte, junto a Picton, llega Dalhousie con una sola Brigada (Grant); no se tienen noticias de las otras dos. Y en la izquierda aliada las tropas de Graham llevan tiempo impacientándose, deben esperar a que Dalhousie, a su derecha, inicie el combate. Por lo que se envía una avanzadilla portuguesa para otear el frente.

Por la derecha, las tropas francesas de Maransin continúan cediendo terreno por lo que se envía a la mitad de la División Conrroux para parchear la debilidad de ese ala. Detrás los 10.000 soldados de Stewart comienzan a entrar en el campo de batalla. Cerca de allí, en el centro, Picton no aguanta más, contempla la lucha que están librando las tropas llegadas de La Puebla y se lanza monte abajo hacia el puente de Momario, junto a Mendoza.

La defensa poco contundente realizada por los franceses en los montes de Vitoria, empieza a hacer mella en la tropa y se aprecian signos de desmoralización generalizado entre las lineas que ascienden para sustituir a los derrotados que corren monte abajo hacia Subijana y Zumelzu. Esto es aprovechado por las tropas de Morillo y Stewart que no dejan de avanzar hacia Subijana. En el centro continua la progresión de Picton hacia Martioda, acompañada por un hecho afortunado muy cerca de allí. Un habitante de Trespuentes muestra a la brigada Kent el camino libre que lleva al puente de su pueblo desguarnecido de tropas francesas. En el ala izquierda Graham recibe al fin la noticia que estaba esperando: Picton y Dalhouise se mueven, por lo que comienza a movilizar a todas las tropas a su cargo. Desde el centro de las líneas francesas se ordena a la División Cassagne dirigirse hacia Gardélegui junto a la caballería de Tilly para controlar los movimientos de tropas detectados en Castillo. Será un grave error emplear un número tan grande de hombres para cubrir ese flanco,… ¡son los españoles de la división Espoz y Mina!.

Los imperiales han perdido en el sur el dominio de los Montes de Vitoria, no les ha quedado más remedio que enviar a la fuerte División de Villate a las alturas para frenar el empuje anglo-español que a esta hora llega a coronar para dar relevo a la sufridas tropas de Maransin. El movimiento de Villate se realizará de forma oculta a los ojos británicos, por detras de unos montes. Más al Sur, en la carretera de Logroño la sóla presencia española de la División Espoz y Mina empuja a movilizar la caballería de Tilly e inexplicablemente al gran Cassagnne!!!. Mientras, en el centro, los británicos cruzan por Trespuentes y se apoderan de esa elevación amenazando el flanco de los franceses que defienden el puente de Margarita, los cuales presionados por las tropas de Picton retrocederán hasta el pueblo.

Por el sur los británicos sufrén un peligroso revés al ser emboscados por toda la División Villate que no habían visto ascender. Los españoles de Morillo permanecerán, a partir de ahora, en retaguardia por haber agotado la munición. En el centro los británicos de Picton/Dalhouise cruzan el río llenando la márgen francesa con 10.000 casacas rojas (mayoritariamente). Por la izquierda la fuerza aliada repartida en dos columnas amenza la posición de Gamarra Menor que conquistan los españoles con facilidad, e igualmente, las tropas anglo-portuguesas se apoderan de Mendiguren y Aranguiz. Mientras los cazadores portugueses que orbitaban en pequeña expedición espían los puentes de Gobeo y Crispijana, defendidos por tropas francesas.

Las fuerzas de Picton ocupan las alturas de Jundiz expulsando a los franceses de Leval que retroceden hasta Ariñez. Cerca de allí en Margarita se aproxima la eufórica brigada de Picton agregada a la de Dalhouise. Más al sur las fuerzas imperiales tratan de reorganizarse infructuosamente retrocediendo en masa hasta la nueva línea marcada en Gomecha, donde se está preparando la Gran batería imperial de Tirlet. Pero el hecho más relevante a esta hora viene de la mano de las tropas españolas de Longa que frente a Durana arremeten contra españoles defensores de la causa napoleónica que se ven desbordados y buscan salvarse cruzando al otro lado del puente de Escalmendi. Desde este momento el camino a Francia quedará cortado para ellos. En Vitoria cunde el pánico por las pésimas noticias que llegan desde Durana, por lo que numerosos afrancesados y diplomáticos comienzan a huir en sus carros por la estrecha carretera de Pamplona.

Las tropas de Villate afianzadas en las alturas de los montes contempla con espanto la marea azul que retrocede hacia Gomecha, y temiendo quedarse aislado comienza la huida por donde ha subido. La huida no deja de ser contagiosa para la moral de tropas a la defensiva y sólo unas pocas son capaces de mantenerse firmes. Margarita pasa a manos británicas, y sólo queda Ariñez como puesto adelantado en la linea francesa. Mientras, en el bando aliado, todas las columnas situadas en la reserva acompañan el empuje británico, siendo este avance generalizado, detenido puntualmente en los pueblos de Abechuco y Gamarra Mayor.

El pueblo de Lermanda es el siguiente en caer bajo el poderío británico. La línea francesa se situa en el lugar correcto, donde se le había asignado para proceder a la defensa de una línea más corta, para un número de tropas limitado, formado únicamente por: Cassagne, D’armagnac, la mitad de la división Darricoux, y Leval. En frente, más de la mitad del ejército aliado se encuentra en buen orden y con un ánimo pletórico. En este momento las baterías de artillería de ambos bandos comienzan un cañoneo terrible por encima de todas las tropas. Afortunadamente el campo esta plagado de numerosas zonas de arbolado y de campos de sembrado cercados con muretes de piedra, por lo que las veloces balas de hierro no cumplen su aterradora función. El interminable convoy que se estira hasta Matauco comienza a sufrir un fuerte atasco, provocado por accidentes de cientos de carros atascados, volcados o desenganchados.

La nueva linea francesa se rompe por dos puntos. Cae en manos británicas el pueblo de Crispijana defendido por Cassagne que no puede contener el empuje de Colville (Div. Picton) más el flanqueo de Vandeleur (Div. Alten). Y el segundo y peor punto de rotura se produce en Zuazo, pueblo clave en el centro francés defendido por D’armagnac. Allí el resto de la División Picton con 5.100 hombres realiza una maniobra de envolvimiento imparable que provocará el pánico generalizado en los imperiales. Los cañones ingleses no pararán de disparar, señalando con sus trayectorias la dirección de retirada francesa.

A partir de ahora el terror se apodera de miles de hombres corriendo por caminos, saltando muros y tirando los morrales y fusiles para aligerar el paso, deseando llegar a Francia. Sólo queda en buen orden la División D’armagnac que junto a las baterías francesas consigue retener temporalmente la marea roja. Pero en cuanto vean desbordado su flanco derecho por las brigadas británicas que están barriendo la margen sur del río, correrán para unirse a la huida.

Al igual que un castillo de naipes, se van abandonando las posiciones que hasta ahora han resistido como ocurre en el puente de Abechuco. Las brigadas de Howard cruzan por él. Las tropas francesas se entremezclan con el convoy atascado, no hay tiempo para la compasión. Cabe destacar que, ante la masiva huida imperial sólo la caballería (formada por dragones y cazadores) es capaz de cubrir oportunamente la retirada, frenando numerosos intentos de carga de infantería británica.

El General Álava , mano derecha del Duque de Wellington, ordena a la caballería de húsares alemanes de Grant que le acompañe urgentemente para poder entrar en Vitoria los primeros, y una vez allí cerrar las puertas de la ciudad, donde ya no entrará ninguna tropa, ni aliada ni imperial. Es un bonito pasaje que salvó a la ciudad de ser arrastrada a un saqueo similar al sufrido en las ciudades de Badajoz y Ciudad Rodrigo. La retirada francesa es total, pero se consigue imponer un orden dentro del caos, ya que en la desbandada no se produjeron las consecuentes masacres que suelen sufrir los huidos por los perseguidores. Además, ningún Águila portada fue capturada en combate durante la batalla ni en la retirada.

Es el momento de decidir si se persigue o se deja huir a las tropas derrotadas para poder continuar el saqueo y obtener la recompensa, aun por descubrir, en el interior de cada carruaje imperial. Únicamente la caballería británica, que durante la batalla no ha entrado en liza, continuará la persecución de los franceses para intentar conseguir algo de gloria manchando los sables con sangre de los que corriendo se creían muertos. Las demás tropas aliadas permanecerán junto a Vitoria, olvidando el cansancio de sus doloridos pies y la boca seca de pólvora, dejándose llevar por los más bajos instintos en un dantesco paisaje de ruedas, vajillas rotas, caballos muertos y ropa de mujer hecha jirones.

…FIN DE LA BATALLA.

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Cronología de los acontecimientos después de la batalla:

21-06-1813 En su precipitada huida, después de la derrota de la batalla de Vitoria, José Bonaparte llega a Arbulo, continuando hasta Salvatierra (Alava).
22-06-1813 Continúa la retirada del rey José, haciendo noche en Echarri-Aranaz (Navarra).
23-06-1813 El sequito del rey sale de Echarri a las cuatro de la mañana, entrando en Pamplona a las tres de la tarde.
25-06-1813 El rey José abandona Pamplona a las dos de la mañana.
26-06-1813 El rey José llega a Elizondo (Navarra).
27-06-1813 Llega a Vera (Navarra).
28-06-1813 Llega a San Juan de Luz (FRANCIA), pasando por Irún.
01-07-1813 El rey José es destituido por su hermano el Emperador, encargando el mando de las tropas francesas en España, al mariscal Soult.
12-07-1813 El rey José, entrega el mando del ejército de España, al mariscal Soult, retirándose a una casa en Saint-Esprit.
25-07-1813 Soult vuelve a invadir España por Roncesvalles con 25.000 hombres.
02-08-1813 Liberación de Zaragoza. Soult regresa a territorio francés, tras haber sufrido 5.000 muertos y heridos, y otros 3.000 prisioneros.
17-08-1813 Las tropas de Suchet salen de Tarragona y se retiran a Francia.
31-08-1813 Batalla de San Marcial. Este es el último gran enfrentamiento en suelo español de la Guerra de Independencia, en lo sucesivo los grandes combates se librarán en el sur de Francia.
08-09-1813 Liberación de San Sebastian.
01-11-1813 Liberación de Pamplona.
10-04-1814 Batalla de Toulouse.
11-04-1814 Napoleón firma el Tratado de Fontainebleau.
17-04-1814 Fin de la Guerra Peninsular.

CONCLUSIÓN:

Victoria decisiva del bando aliado comandado por Wellington, a pesar de las bajas sufridas: 839 muertos y 4.040 heridos junto a 266 desaparecidos entre las fuerzas aliadas. Frente a 720 muertos, 4.118 heridos y 2.781 prisioneros en el bando francés. Además en manos aliadas cayeron 151 piezas de artillería francesa que dejaron abandonadas; prácticamente, toda la Artillería Imperial. Junto a un valiosísimo convoy formado por más de 1.000 vehículos entre los que se encuentran los fondos traídos desde Madrid, monedas, papel timbrado, obras de arte, etc. Será un golpe mortal para los Bonaparte en territorio español.

CLAVES

La tremenda complejidad de la operación aliada, diferenciada en 3 zonas de ataque muy alejadas que debían operar una detrás de otra sin fallos. Superada con éxito finalmente.
Graves vacilaciones francesas el día 20 en el que no preparan un plan defensivo adecuado a las dimensiones del terreno a cubrir, Jourdan se encontraba ese día postrado y febril.
Para los franceses acampados defensivamente, la lluvia que cayó la noche del día 20, hasta la la madrugada del día 21 no presagiaba un ataque generalizado británico ese mismo día 21, por el consabido temor a avanzar sin proyectiles, con la pólvora mojada. El día fue soleado.
La incapacidad de José Bonaparte para el mando militar, unido a una querencia especial por la marquesa de Montehermoso, que en Vitoria daba cobijo a la Corte en su retirada hacia Francia.
El número de soldados imperiales dispuestos en cada zona a cubrir (puentes, pueblos, cumbres) era evidentemente insuficiente.
Los ansiados refuerzos de Clauzel, que tanto esperaba Jourdan, nunca llegaron ya que permanecía en Logroño sin saber a donde dirigirse.
El terreno de la Llanada estaba plagado de arroyos, arbolado y parcelas de cultivo acotadas por muretes que hacía imposible las cargas de caballería. Igualmente la artillería apuntaba a objetivos parapetados tras los altos árboles, y nunca alcanzó una posición dominante desde la que cubrir sin obstáculos de visión. No se teme a lo que no se ve.
Las tropas españolas destacaron sobremanera en ambas alas, siendo además infravaloradas por los mandos francesas que nunca enviaron fuertes divisiones para hacerlas frente.
La ayuda inestimable del General Alava, mano derecha de Wellington que, como si fuera un topógrafo, marcaría los puntos débiles de acceso a su querida llanada Alavesa.
Los valientes habitantes de pueblos y aldeas alaveses que guiaron a las tropas aliadas por senderos y atajos desconocidos para extranjeros y, a su vez, perjudicaron a las tropas francesas en la medida de lo posible.
El convoy imperial sufrió la devastadora consecuencia de perder la posesión del ancho Camino Real, cortado en Durana por las tropas enemigas. Sólo le quedaba como vía de escape la estrecha carretera de Pamplona en la que muchos carruajes se quedarían en la cuneta, incapaces de superar los obstáculos con el consiguiente atasco generalizado. Ello unido a la masificación, en la que decenas de miles de soldados se unieron a un mismo camino saturado de civiles.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.

Brasilla
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Re: HISTORIA DE MILITARES Y GUERREROS DE ESPAÑA

Mensajepor Brasilla » 02 Feb 2016 22:46

ACCION DE ONTIGOLA


La acción de Ontígola fue un enfrentamiento bélico entre los ejércitos español y francés, ocurrido el 18 de noviembre de 1809 en las cercanías de la villa de Ontígola, durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). La parte francesa estaba dirigida por los mariscales de campo Victor y Sebastiani a las órdenes del Mariscal Soult, y la española por el General Aréizaga. Este enfrentamiento resultó ser el mayor entre regimientos de caballería de toda la guerra.

Antecedentes

Aréizaga, con un ejército de 60.000 hombres, tenía la misión de dirigirse desde Sierra Morena hacia Madrid. Tras varias jornadas de marcha llegan a Ocaña el 11 de noviembre. Tras sopesar la idea de seguir o no su avance directamente hacia Aranjuez, donde se encontraba concentrado el ejército francés, decidió retroceder hasta Villamanrique de Tajo, desde donde el 15 de noviembre intentó cruzar el Tajo. Su idea era la de lanzar la ofensiva a través de Arganda del Rey y sorprender de este modo a los franceses.

Las inclemencias meteorológicas malograron las ideas de Aréizaga. Una fuerte tormenta y la posterior crecida de las aguas del Tajo imposibilitaron un avance rápido, por lo que el ejército tuvo que permanecer en Santa Cruz de la Zarza hasta el 18 de noviembre. Este retraso permitió a Soult conocer las intenciones de Aréizaga, concentrando en la margen derecha del Tajo los batallones de Victor, Sebastiani, Milhaud y Paris, frente al ejército español.
Entrada en combate

Paris y Milhaud que había cruzado el Tajo por Aranjuez con ocho regimientos, unos 3.000 jinetes, se encontraron con dieciséis regimientos del ejército español, unos 4.000 jinetes, al mando del Duque de Rivas y March. En un principio el desenlace fue favorable a la caballería española, celebrándose especialmente la labor de los regimientos de Pavía, los Guardias de Corps y los Voluntarios de Madrid. Sin embargo, los franceses se encontraban tácticamente mejor posicionados, lo que les permitió replegar a la caballería española que sería perseguida, en confuso desorden, hasta las inmediaciones de Ocaña. En esta zona se encontraba el regimiento de Zayas que acudió rápidamente a prestar ayuda, consiguiéndose rechazar a los perseguidores. Las tropas españolas se retiraron a Ocaña, mientras que las francesas acamparon en Ontígola esa misma noche. Nicomedes Pastor Díaz y Francisco de Cárdenas describen así el final de la batalla: «Cerró triste y negra la noche: los nuestros en confuso desórden se retiraron á Ocaña donde estaba ya el grueso del ejército y los franceses con pérdida de su general se replegaron sobre Antígola quedando por unos y otros abandonado el campo de batalla cubierto de cadáveres».1 Al día siguiente tendría lugar la decisiva batalla de Ocaña.
Bajas

En el bando español cayeron 80 prisioneros y varios centenares de muertos y desaparecidos. Entre estos últimos se hallaba Ángel de Saavedra, hermano del Duque, que en un principio se le dio por muerto.2 Por la parte francesa perecieron un centenar de hombres, entre ellos el general Paris que murió a manos del cabo Vicente Manzano.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.


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