Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

La historia se escribe con fuego: todo sobre operaciones militares, tácticas, estrategias y otras curiosidades
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 14 Ene 2018 23:59

Conquista de ORAN


La toma de Orán en 1509, plaza que estaría ininterrumpidamente bajo dominio español durante cerca de doscientos años, fue el producto de una iniciativa del Francisco Jiménez de Cisneros que financió la expedición, y que contó con el apoyo de Fernando el Católico.


Tras la exitosa jornada de Mazalquivir en 1505, y la toma del peñón de Vélez de la Gomera en el verano de 1508, el cardenal Cisneros, que había sido regente del reino, le propuso a Fernando el Católico una expedición de conquista de la ciudad costera de Orán, financiándola él mismo, con la condición de que la plaza tomada quedara bajo la jurisdicción de la Archidiócesis de Toledo. El monarca, accedió, facilitando la leva de las tropas y la formación de la armada, concediéndole a Cisneros el título de capitán general de África el 20 de agosto de 1508.

La toma de Orán

Los preparativos para la expedición se iniciaron en septiembre de 1508. El 16 de mayo de 1509 partió la armada, compuesta por 80 naos, 10 galeras acompañadas de naves más pequeñas, en dirección a Mazalquivir, ciudad vecina a Orán, donde desembarcaron las tropas el día 18 por la mañana. Tras una misa solemne, los soldados formaron quedando a cargo de Pedro Navarro, mientras que el viejo cardenal quedaba en el fuerte de la ciudad.

Ambas poblaciones se hallan separadas por una sierra, a las faldas de la cual los defensores de la ciudad se congregaron, retirándose ante el ataque español, que al asalto tomaron la alcazaba y las puertas de la ciudad amurallada, entrando, saqueándola y prendiendo numerosos cautivos y matando a muchos civiles.

Al día siguiente, el cardenal se trasladó en barco desde Mazalquivir, realizándose actos de celebración en la ciudad tomada. Se liberaron unos trescientos cautivos cristianos que hallábanse presos en la ciudad.

La política de expansión en el norte de África tomando plazas costeras sin penetración en el continente, continuó los años siguientes con las tomas de Bugía y Trípoli en 1510, y el vasallaje ofrecido al rey católico por parte de Túnez y Argel.

Sin embargo, tras el desastre de los Gelves y la participación de la corona española en la Santa Liga, la corona puso en segundo plano la denominada guerra de África, ante los prioritarios asuntos en Italia.

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Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 00:09

Sitio de CEFALONIA


El asedio de Cefalonia (del 8 de noviembre al 24 de diciembre de 1500) fue un enfrentamiento bélico entre tropas otomanas y una coalición de venecianas, españolas y francesas, con victoria de las segundas, en la Isla de Cefalonia (parte del archipiélago jónico).

La tensa paz existente entre los Estados cristianos y el Imperio otomano se rompió en 1495, con la no aclarada muerte de Cem, hermano del sultán Bayaceto II y rehén del Papa Alejandro VI. A partir de ese momento, el sultán emprendió una enérgica ofensiva contra las posesiones venecianas en el Mar Jónico y las costas albanesas y balcánicas. Después de tomar varias plazas fuertes en el Peloponeso (como Patrás, Modona, Pilos y Carón) los turcos avanzaron por la ribera del Adriático conquistando Durazzo, Kilia y Akkerman. Luego se apoderaron de Corfú con la intención de bloquear el Estrecho de Otranto y aislar así a la República.

Las sucesivas derrotas alarmaron al dogo Agostino Barbarigo, quien en 1500 pidió ayuda al Papa y a los Reyes Católicos, y les propuso formar una expedición coaligada para hacer frente a la amenaza turca. Ésta era descrita por los venecianos en términos muy preocupantes, advirtiendo con ello del peligro que podría correr toda la Cristiandad si no se actuaba con prontitud. No obstante, era algo exagerada en lo que respecta al occidente europeo, y la Serenissima temía más bien por la pérdida irreparable de sus importantes núcleos comerciales en levante. Barbarigo sugirió además que la expedición fuera dirigida por el militar español Gonzalo Fernández de Córdoba, quien había cobrado notoriedad, con el apelativo de Gran Capitán, en la reciente Primera Guerra de Italia.

Los reyes de España aceptaron acudir a la llamada de auxilio, confirmando a Córdoba como mando supremo de las fuerzas marítimas y terrestres conjuntas que se enviarían en misión defensiva y ofensiva al Mediterráneo oriental. Le otorgaron amplios poderes militares y de gobernación en la zona. También se sumó Francia, aunque con una aportación muy escasa. El Papado contribuyó pagando un diez por ciento de los gastos. Venecia preparó en total 53 buques: 18 galeazas, 25 galeras y 10 naos.

El contingente español, embarcado en 57 naves, zarpó del puerto de Málaga el 4 de junio de 1500. Después de bordear la costa este peninsular y hacer escala en Valencia, Palma de Mallorca y Cagliari (en Cerdeña), puso rumbo a Sicilia. La travesía se demoró en exceso debido a la ausencia de viento, y se agotó el agua, por lo que murieron varios hombres y caballos.

En Italia, varios destacamentos españoles provocaron altercados y motines por falta de paga. Al cabo de dos meses se impuso finalmente la disciplina entre la tropa, a la que se sumaron en ese tiempo 2.000 hombres más de apoyo para la protección de puertos y ciudades. Como parte del sistema defensivo del estrecho de Sicilia, el comendador Fernando de Valdés partió hacia Yerba para encargarse de su refuerzo.

El 27 de septiembre la escuadra española partió desde Mesina hacia el Jónico. El 2 de octubre tomó sin resistencia Corfú, abandonada por los turcos al percatarse de su llegada. A continuación hizo lo mismo, fácilmente, con Santa Maura, tras lo cual marchó a Zante, punto de reunión de las fuerzas coaligadas.

Por culpa del mal tiempo, sólo una carraca (de cuatro previstas) al mando del vizconde de Ruan acudió a Zante por parte francesa, siendo ésta una aportación casi simbólica. De Venecia estaban la mayor parte de sus buques destinados a la campaña.

Sitio de San Jorge

Estaba acordado de antemano ir hacia Modona, pero dado que ya habían comenzado el invierno y los temporales, el almirante veneciano Benedetto Pesaro, buen conocedor de la zona, aconsejó al Gran Capitán cambiar de planes y atacar Cefalonia, un poco más al norte de su actual posición. Esta isla (en manos turcas desde 1485) sufría menos tempestades, y su posesión, junto con la de la contigua Ítaca, permitiría a los aliados vigilar mejor los accesos al Golfo de Corinto y al Adriático.

Ya en Cefalonia, el grueso de la armada cristiana se adentró, a principios de noviembre, en el Golfo de Argostoli, donde quedaba a resguardo de los temporales. El resto se distribuyó por la isla. Al fondo de la citada ensenada se encontraba la fortaleza de San Jorge, donde se acantonaba la guarnición otomana de la isla. Era una orta (regimiento) de jenízaros, cuyo número oscila entre 300 y 700 según las fuentes. Éste sería pues el objetivo primordial.

El Gran Capitán empezó por intentar una negociación con el enemigo para evitar la batalla, y a tal efecto envió dos emisarios al castillo. El capitán de la guarnición, un albanés llamado Gisdar, aun conociendo a qué comandante y tropas se enfrentaba, rechazó cualquier tipo de rendición pactada e hizo saber a su rival que resistiría a ultranza el ataque. Regaló al comandante español un arco y un carcaj con flechas en sendas bandejas de oro, un gesto caballeroso pero a la vez arrogante.

El terreno circundante al castillo era escarpado y pedregoso, y dificultaba el emplazamiento de las piezas de artillería. No obstante, los atacantes pudieron situar algunas de ellas tras un montículo frente a la puerta. Más atrás se encontraban las tiendas de los altos mandos.

Comenzó las hostilidades la artillería hispano-veneciana, abriendo fuego sobre las murallas con basiliscos y bombardas, que sin embargo no produjeron el efecto deseado por la inestabilidad del suelo sobre el que se aposentaban. Entonces entró en acción Pedro Navarro, un hombre que se haría célebre por su uso de las minas militares. Ésta fue una de las primeras veces que las empleó. Consiguió con ellas derribar un lienzo, abriendo paso al ataque de la infantería, pero ésta se encontró luego con un segundo muro, que los defensores habían levantado tras localizar la posición de las minas. A pesar de ello se siguió intentando, aunque sin éxito, el asalto con escalas.

Los veteranos jenízaros de San Jorge eran diestros arqueros y repelieron varias ofensivas disparando flechas incendiarias y envenenadas. Asimismo arrojando piedras, derramando aceite hirviendo sobre los enemigos, e izándolos, para luego dejarlos caer, con unos garfios (llamados lobos por los españoles). Además de esta tenaz defensa, también se aventuraron a realizar incursiones nocturnas en campo cristiano, que fueron neutralizadas por los arcabuceros españoles. Incluso cavaron un túnel desde el castillo hasta el campamento enemigo, bajo el que pretendían alojar barriles de pólvora y hacerlos estallar. Sin embargo fueron descubiertos antes de ejecutar la acción.

Después de muchos días de acometidas infructuosas de los españoles, probaron suerte los venecianos. 2.000 de ellos se emplearon a fondo en el intento, pero fue en vano.

La pertinaz resistencia otomana estaba alargando más de lo previsto la estancia en Cefalonia, y en unas condiciones muy desfavorables: inclemencias meteorológicas, humedad marítima salitrosa, insalubridad (particularmente dañina para heridos y enfermos) y escasez de víveres. Para remediar esto último Gonzalo de Córdoba envió dos barcos a Calabria y Sicilia respectivamente que regresaron semanas más tarde con provisiones. Mientras tanto, el cargamento de avellanas y castañas de un mercante naufragado en las cercanías ayudó a paliar el hambre de la tropa.

Asalto final

La situación era insostenible a largo plazo, teniendo en cuenta además la proximidad de bases otomanas. Por ello, hacia mediados de diciembre el Gran Capitán tomó la determinación de ejecutar un asalto definitivo.

Durante varios días se empleó con fuerte intensidad la artillería para castigar lo más posible las murallas. Y de nuevo Pedro Navarro contribuyó a ello con sus minas. La noche anterior al asalto final no cesó el bombardeo, al que se sumó el fuego de arcabucería, por lo que los defensores la pasaron en vela, en máxima alerta y esperando el inicio de un asalto nocturno en cualquier momento.

Al amanecer del día 24 de diciembre Córdoba animó a sus hombres con vehementes arengas y alusiones a los recientes triunfos españoles en Nápoles. De seguido, con él entre ellos, emprendieron la carga contra uno de los muros que parecían más débiles. Con ayuda de escalas y protegiéndose con rodelas lograron alcanzar el adarve. Se entabló entonces un combate durísimo, en el que ambos bandos se batieron con ferocidad, mientras se acumulaban caídos los muertos y heridos.

El general español abrió un segundo punto de choque en otra posición del castillo distante de la anterior, para dividir así por dos la intensidad y eficacia de la fuerza jenízara. En ambos lugares la lucha era encarnizada. Entonces Córdoba mandó traer un puente de madera construido durante la noche anterior, y lo dirigó a un tercer punto, por el que pasaron súbitamente hacia el interior de San Jorge varias capitanías de reserva que encontraron poca oposición, pues la maniobra sorprendió a los otomanos.

El mismo general acompañó a sus hombres en la pelea, que ya en el interior se decantó hacia el lado cristiano. El capitán Gisdar y otros resistentes quedaron acorralados en un reducto, pero no se rindieron. Lucharon con coraje hasta la muerte del último hombre. Seguramente toda la guarnición otomana pereció en el asedio de Cefalonia, aunque según algunas fuentes hubo unos pocos supervivientes. Las bajas españolas fueron aproximadamente 360.

Consecuencias

La armada española salió de Cefalonia (ya bajo control veneciano) a mediados de enero de 1501. Algunas galeras quedaron un tiempo en Corfú y el resto de la flota fue a Sicilia. Allá, la falta de alimentos y pagas causó una vez más malestar entre los soldados, que volvieron a crear grandes problemas de indisciplina, alborotos y graves abusos contra los civiles.

Aunque bajo la perspectiva estratégica global del Mediterráneo la victoria cristiana en Cefalonia no es de las más importantes, tuvo en su momento señalables repercusiones para los principales actores de ella. Sentó un precedente al romper la imbatibilidad del Imperio Otomano, que desde 1495 parecía imparable en su avance por el este de Europa. Se perdió así en parte el temor europeo al Gran Turco. Se cumplió el objetivo de alejar la amenaza que se cernía sobre Italia y los enclaves españoles. Venecia recuperó Cefalonia (que mantendría hasta 1797) y ganó un tiempo indispensable para reponer energías dentro su pugna particular con los otomanos.

Gonzalo Fernández de Córdoba vio acrecentada su fama como militar y recibió múltiples felicitaciones y agradecimientos. Y en especial de la República de Venecia, que le premió con el título de gentilhombre, un sueldo vitalicio y numerosos y valiosos regalos.

El sitio de Cefalonia guarda ciertas similitudes tácticas con el de Ostia, también dirigido por el Gran Capitán, cuatro años atrás, durante la Primera Guerra de Italia. El esquema básico consistiría en ejercer presión sobre el enemigo cercado en tres puntos: en el primero para provocar el desconcierto, en el segundo como estratagema para engañarle, y en el tercero para lanzar el asalto definitivo por sorpresa. En cualquier caso, la decisión final que tomó en la isla es una muestra de la capacidad que poseía Gonzalo de Córdoba para idear soluciones que le dieran la victoria en confrontaciones aparentemente estancadas.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 00:19

Batalla de CERIÑOLA


La batalla de Ceriñola (28 de abril de 1503) fue un enfrentamiento bélico ocurrido entre las tropas francesas y españolas, con victoria de estas últimas, durante la segunda guerra de Nápoles, en lo que hoy es la ciudad de Cerignola (provincia de Foggia, en la Apulia), en aquel entonces una pequeña villa sobre un cerro y protegida por un foso y un talud levantado por las tropas españolas allí acantonadas. Ceriñola marca el inicio de la hegemonía que España impuso en los campos de batalla europeos hasta la derrota de Rocroi en 1643.

Tras la inesperada ruptura por parte de los franceses del Tratado de Granada, por el que el Reino de Nápoles quedaba repartido entre España y Francia, el duque de Nemours forzó a las huestes del Gran Capitán a batirse en retirada y refugiarse en la ciudad de Barletta, en 1502.

A la espera de refuerzos, las tropas españolas se dedicaron a practicar salidas nocturnas y emboscadas contra los franceses, táctica heredada de la guerra de Granada y que exasperaba a los franceses que no estaban acostumbrados a ese tipo de enfrentamientos. Durante aquella espera, llegaron a organizarse duelos singulares entre caballeros españoles y franceses.

El más famoso tuvo lugar el 21 de septiembre de 1502, y en él se batieron durante más de 6 horas once caballeros franceses contra once españoles. El resultado fue muy favorable a los españoles, resultando un caballero muerto, otro rendido y 9 heridos por parte francesa, y un caballero rendido y dos heridos por parte española.3​

Finalmente, tras la victoria de la escuadra española del almirante Juan de Lezcano sobre la francesa del almirante Prijan en la batalla de Otranto, el Gran Capitán pudo reforzarse con lansquenetes alemanes, con los cuales se lanzó a la ofensiva en la primavera de 1503. Para avanzar con la mayor rapidez posible, el general español ordenó que cada caballero transportase en las grupas de su caballo a un infante, lo que dado el sentido del honor de la época, provocó un aluvión de protestas por parte de los soldados.

El Gran Capitán acalló inmediatamente las quejas dando ejemplo él mismo.​ Gracias a esta acción, inaudita para aquella época, el ejército español logró alcanzar la pequeña villa de Ceriñola con tiempo suficiente para preparar cuidadosamente la defensa ante el inminente ataque francés. Rápidamente el general español ordenó cavar un foso y con la tierra extraída levantar un parapeto sobre el que se afianzaron afiladas estacas. Cuando finalmente las tropas del duque de Nemours se aproximaron a Ceriñola, el Gran Capitán ya había preparado la defensa y definido una estrategia.

El 28 de abril de 1503 tuvo lugar la batalla. Como se ha dicho anteriormente, mandaba a los franceses, fundamentalmente caballería pesada y piqueros suizos, Luis de Armagnac, conde de Guisa, duque de Nemours y virrey de Nápoles (desde 1501), y a los españoles Gonzalo Fernández de Córdoba, llamado el Gran Capitán.

Ejército español

Las fuerzas españolas estaban formadas mayoritariamente por infantería, compuesta por arcabuceros, ballesteros, coseletes, y piqueros. En cuanto a la caballería, ésta era llamativamente escasa en comparación con otros ejércitos, y estaba formada por caballería ligera y caballería pesada. La artillería disponible constaba de unas 13 piezas dispuestas en una pequeña colina que se elevaba tras el foso y el talud (formado a su vez por la tierra extraída al cavar el foso) que protegían Ceriñola.

Los arcabuceros, en primera línea, estaban dispuestos en dos grupos de unos 500 hombres cada uno tras el talud que seguía al foso excavado y en varias trincheras situadas delante del foso. Tras ellos, y en el centro se agrupaban unos 2.500 piqueros alemanes. A ambos lados de los piqueros se habían situado sendos grupos de unos 2.000 coseletes y ballesteros cada uno. Tras los coseletes y hacia los flancos, se colocaron los dos grupos de unos 400 hombres de caballería pesada, mandados por Próspero Colonna y Pedro de Mendoza.

Finalmente, en la colina en la que se encontraba la artillería, se situó un grupo de 850 hombres de la caballería ligera, dirigidos por Fabrizio Colonna y Pedro de Pas, ambos bajo mando inmediato del Gran Capitán, que tenía desde allí una visión completa del campo de batalla. La misión de la caballería ligera era evitar que las tropas francesas copasen a la infantería española en caso de conseguir romper las defensas y atravesar el talud.

Por lo tanto, aunque Gonzalo Fernández de Córdoba se enfrentaba a fuerzas superiores, había conseguido muchas ventajas estratégicas gracias a su cuidadosa preparación de la batalla, pues había ocupado las alturas de Ceriñola, y atrincherado sus soldados con empalizadas, fosos y estacas. Además, también su artillería estaba mejor situada que la francesa.

Ejército francés

Las fuerzas francesas seguían manteniendo un concepto de batalla casi feudal, con preponderancia de las cargas de caballería pesada, y con un alto número de mercenarios (en este caso suizos), pero, al mismo tiempo, contaban con más artillería que los españoles. Esta paradoja sería constante en la primera mitad del siglo XVI en todos los ejércitos franceses.

En el caso de Ceriñola, las tropas francesas, mandadas por el duque de Nemours, se agrupaban en cuatro grandes bloques. En vanguardia, estaba la caballería pesada, separada en dos grupos de unos 1.000 jinetes cada uno. En ella, al mando inmediato, se encontraba el propio duque de Nemours. Tras ellos se situaron 3.000 piqueros mercenarios suizos, mandados por Chadieu. Inmediatamente después, en otro gran grupo de 3.000 hombres, se situó la infantería gascona. Al frente de la infantería se situaron las 26 piezas de artillería de las que disponían. Finalmente, la caballería ligera, mandada por Yves d'Allegre, aguardaba tras todos ellos orientada hacia el flanco izquierdo en el sentido de avance de las tropas.

La batalla

Una de las características más sorprendentes de la batalla, fue la extrema rapidez con la que se desarrolló. Desde la primera carga francesa hasta la rendición, apenas transcurrió una hora.

El Gran Capitán, conocedor del entusiasmo de los franceses por las cargas de caballería, ideó una estratagema que consistía en provocar una carga y atraer la caballería francesa hasta el alcance de la artillería y los arcabuceros españoles, para infligir desde el primer momento el mayor daño posible al enemigo con el mínimo coste. De este modo, cuando la tarde empezaba a caer, la caballería española salió a campo abierto y simuló una carga contra los franceses.

Tras una breve escaramuza, los españoles fingieron la retirada, perseguidos por la caballería pesada francesa, que antes de llegar al foso y el talud, se encontró inesperadamente con las trincheras de vanguardia en las que se agazapaba parte de los arcabuceros, que inmediatamente abrieron fuego, al igual que hizo la artillería. Esto provocó un retroceso momentáneo de la caballería francesa, que se lanzó entonces en paralelo al talud y hacia la izquierda, tratando de buscar una vía de entrada a los parapetos del flanco derecho español. Durante este recorrido, la caballería francesa fue destrozada por el fuego de los arcabuceros españoles, muriendo en ese momento el duque de Nemours que fue alcanzado por 3 disparos.

Todo el ejército francés se lanzó entonces a la batalla, emplazando su artillería en vanguardia de la infantería, y disponiéndose los 3 grandes bloques restantes en posición diagonal con respecto al foso y al talud que protegían a las tropas españolas.

En plena batalla, la artillería española quedó inutilizada al explotar accidentalmente toda la pólvora. El Gran Capitán, testigo del desastre de su artillería arengó inmediatamente a sus tropas diciendo ¡Ánimo! ¡Estas son las luminarias de la victoria!¡En campo fortificado no necesitamos cañones!

La infantería francesa entabló combate entonces con las tropas españolas, pero fueron diezmados por el fuego incesante de los arcabuceros. El jefe de los piqueros suizos, Chadieu, cayó también muerto. Cuando la proximidad de la infantería francesa fue demasiado peligrosa para los arcabuceros, el general español les ordenó retirarse a la vez que ordenaba avanzar a los piqueros alemanes, que se enfrentaron en combate cerrado a los suizos y gascones, rechazándolos finalmente.

Por último, y ante el desastre francés, el Gran Capitán ordenó a todas sus tropas abandonar las posiciones defensivas y lanzarse al ataque. La infantería francesa fue rodeada entonces por los ballesteros, arcabuceros, coseletes y por la caballería pesada española, sufriendo un gran número de bajas. La caballería ligera española se lanzó a su vez contra la caballería ligera francesa, al mando de Yves d'Allegre, que se vio obligado a huir. Ante esta circunstancia, la caballería ligera española también cargó contra la infantería francesa. Las tropas francesas ante el tremendo castigo que estaban sufriendo acabaron por rendirse.

Durante la batalla, los arcabuceros españoles efectuaron un total de unos 4.000 disparos.

Consecuencias

La derrota francesa en Ceriñola, junto con la batalla de Seminara ocurrida la semana anterior, en la que las tropas españolas de Fernando de Andrade y Hugo de Cardona vencieron al ejército francés de d'Aubigny en Calabria, supuso un giro a la situación de la guerra en Nápoles: a partir de este momento serían las fuerzas españolas quienes tomaran la iniciativa en el transcurso de la guerra, haciendo retroceder a los franceses hacia el norte.

Desde el punto de vista militar supuso una revolución en las tácticas de batalla, y sembraría algunas de las bases de la guerra moderna. Por primera vez en la historia, una infantería provista de arcabuces logró derrotar a la caballería en campo abierto. El general español aplicó un sistema de contención-contraataque, fundado en la utilización de las armas de fuego con finalidad fijante y de perturbación de la carga de caballería francesa, añadiendo además una acertada elección de la ocasión y el terreno (incluyendo su preparación) donde presentar batalla.

Además, el Gran Capitán demostró una vez más que un ejército formado por unidades más pequeñas e independientes proporcionaba una movilidad que suponía una ventaja determinante en batalla con respecto a ejércitos agrupados en bloques más numerosos como el mandado en aquella ocasión por el duque de Nemours. A pesar de que hasta entonces los ejércitos españoles, al igual que los de otras potencias europeas, estaban basados en el uso masivo de la caballería, herencia de las guerras de la Reconquista, esta nueva infantería estaba estructurada en unidades creadas por el Gran Capitán y llamadas coronelías, las cuales, una vez probada su gran eficacia en batalla, serían la semilla de los célebres tercios españoles durante las décadas siguientes.

Ceriñola marca el inicio de la era de la infantería, que se mantendría como la fuerza preponderante en cualquier ejército de Europa durante más de 4 siglos, hasta bien entrada la Primera Guerra Mundial.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 00:38

Batalla de GARELLANO


La batalla del Garellano, también llamada del río Garellano, Garigliano o río Garigliano (28 y 29 de diciembre de 1503), fue un enfrentamiento bélico entre tropas francesas y españolas durante la segunda guerra de Nápoles, con victoria de las segundas, entre las orillas del río Garellano y Gaeta (provincia de Latina, Lacio, Italia).

La batalla del Garellano es un episodio clave de la segunda guerra de Nápoles, y dentro de ésta, de su tercera y última parte, llamada en ocasiones Campaña del Garellano, que comienza a mediados de junio de 1503 con la entrada de un nuevo ejército francés en Italia y termina el 1 de enero de 1504 con su capitulación en Gaeta y la consiguiente firma del tratado de Lyon (31 de marzo de 1504).

La mencionada incursión gala, ordenada por el rey Luis XII, tuvo lugar cuando Gonzalo Fernández de Córdoba (llamado El Gran Capitán), general de los ejércitos españoles en Italia, se disponía a tomar la fortaleza de Gaeta con el fin de desalojar definitivamente al enemigo del Reino de Nápoles. La nueva amenaza le obligó a realizar un repliegue táctico hacia el este del río Garellano, en cuyas cercanías ocupó varias plazas fuertes (San Germano, Montecasino, Roccasecca) con las que articuló un sistema defensivo para frenar el avance de los franceses. Cosa que logró hasta en tres ocasiones, en las que frustró sendos intentos de aquellos de atravesar el río.

A mediados de noviembre de 1503, los ejércitos español y francés (éste al mando de Luis II, marqués de Saluzzo, que acababa de relevar en el puesto al duque de Nemours) se encontraban todavía separados por el río. La situación se había estancado y ambos contendientes ocupaban unas pocas posiciones cerca de la orilla, en terrenos pantanosos, enfangados e insalubres, y sufriendo la lluvia, el frío, las enfermedades, la demora en las pagas y el hambre.

Esto último era más acuciante en el bando español, que tenía mayores dificultades para hacer llegar los suministros al frente, mientras que los franceses podían recibirlos desde el mar a través de su plaza fuerte de Gaeta. La situación durante las seis semanas anteriores aproximadamente a la batalla fue la de una guerra de trincheras, con escaramuzas y a la espera de un inminente final: o bien la retirada o bien un enfrentamiento definitivo.

La batalla

A pesar de las adversidades, Gonzalo de Córdoba estaba decidido a entablar combate en aquella ocasión en vez de retirarse y esperar la llegada del buen tiempo. Se ratificó en su intención tras la llegada de refuerzos desde Nápoles, y especialmente de las tropas de Bartolomeo d'Alviano, ayuda ésta fruto del acuerdo al que llegó Fernando el Católico con los Orsini, y que venía a paliar en parte la inferioridad numérica de los españoles.

Sin embargo, el plan que tenía en mente el Gran Capitán comenzaría por hacer creer a Saluzzo que se retiraba, y días antes de la batalla realizó varios desplazamientos de tropas para simular que iniciaba un repliege hacia el Volturno. El marqués relajó entonces la vigilancia, movió soldados hacia retaguardia y permitió a los oficiales descansar en los pueblos vecinos. Incluso concertó una tregua navideña para los días 25 y 26, al término de la cual, los franceses, que ya no esperaban una ofensiva enemiga, seguían sin estar alerta. Cosa que Córdoba aprovecharía para situarse en ciertos puntos claves y lanzar a continuación su ataque por sorpresa.

La idea era cruzar el río mediante tres pontones ensamblados, que ya se estaban fabricando desde hacía varias semanas en el castillo de Mondragone (a unos 12 kilómetros al sur del campamento español de Sessa) bajo la dirección de Juan de Lezcano. Las diversas piezas del puente se trasladarían en mulas hasta el lugar del cruce.

La noche del día 27 el ejército español estaba reunido cerca de Sessa, en un pueblo llamado Cintura (probablemente la actual Borgo Centore, fracción de Cellole), muy próximo al paso tendido con barcas encadenadas y controlado por los franceses, que daba acceso a Traietto (hoy Minturno), en cuyas cercanías se situaba el real francés. Al oeste, siguiendo el trazado de la Vía Apia, también poseían los de Saluzzo Mola (actual Formia), además de la fortificada Gaeta. Al sur, en la desembocadura, la Torre del Garellano. Y al norte se concentraban en Vallefredda (hoy Vallemaio), Castelforte y Suio. Sería cerca de esta última villa, desde la orilla opuesta, a donde se desplazarían los españoles por la noche para armar el puente y pasarlo al amanecer del día siguiente.

Gonzalo de Córdoba planeó dividir el ejército en tres cuerpos. El de Alviano (fundamentalmente caballería) cruzaría rápidamente en vanguardia el Garellano por los pontones para envolver por sorpresa a los franceses por su flanco izquierdo. Le seguiría luego un cuerpo central con el propio Córdoba al frente. Y en Cintura quedarían los hombres de Fernando de Andrade y Diego de Mendoza, para no levantar sospechas y atravesar el puente francés una vez ejecutada con éxito la operación anterior.

La madrugada del 27 al 28 salieron de Cintura Alviano y Córdoba, a los que se unió la expedición de Lezcano que partió de Mondragone. Al norte de la última posición francesa cercana a Suio se escogió un tramo fluvial estrecho, de poca profundidad, de orillas firmes y fuera de la vista del enemigo, y en él, antes de amanecer, trabajaron los hombres de Lezcano en el ensamblaje y fijación de los pontones.

Paso del Garellano y ataque por sorpresa

Al alba del 28 de diciembre, los 3.000 hombres de Bartolomeo d'Alviano cruzaron súbitamente el recién tendido puente. Le siguió el cuerpo central dividido a su vez en tres partes: Diego García de Paredes y Pedro Navarro al frente de 3.500 rodeleros y arcabuceros; después la caballería pesada (30 jinetes) y ligera (200) de Próspero Colonna; y finalmente el Gran Capitán con 2.000 lansquenetes alemanes.

Las desprevenidas guarniciones francesas de Suio (300 ballesteros normandos) y Castelforte no pudieron detener la inesperada avalancha que se les vino encima y huyeron en desbandada. Vallefredda, defendida por Ivo d'Allegre, cayó con escasa resistencia. Hasta el final del día, e incluso después durante la noche, las tropas españolas se dedicaron a consolidar las posiciones y a hostigar sin descanso a los franceses que escapaban. Córdoba pernoctó en Castelforte.

Por la noche Saluzzo recibió noticias de lo acontecido y convocó un consejo de guerra que resolvió retirarse a Gaeta. Era algo que el marqués ya había pensado hacer organizadamente, pero esta insospechada y repentina pérdida de un sector en teoría tranquilo le halló desprevenido y sin tiempo para planearla. Se hubo de realizar entonces en las peores condiciones posibles: de noche, deprisa, con un incesante acoso enemigo, durante una fuerte tormenta y sobre barrizales que dificultaban sobremanera (cuando no impedían) la marcha y el traslado de carros y piezas de artillería. Por ello se decidió desmontar las barcas del paso cercano a Traietto para trasladar en ellas varias de las piezas río abajo hasta la desembocadura, y de ahí por mar hasta Gaeta. Sin embargo, acabaron hundiéndose por el fuerte oleaje en el Tirreno y algunas fueron capturadas por los españoles.

La mañana del 29 las tropas españolas entraron en el ya abandonado real francés. El Gran Capitán mandó reconstruir en la medida de lo posible la pasarela francesa sobre el Garellano y al tiempo iniciar la persecución de Saluzzo, ordenando a Colonna marchar de inmediato en vanguardia de ella. Para evitar el escape (y posterior atrincheramiento en Gaeta) de los franceses decidió envolverlos. Por ello envió a Alviano por el norte, cubriendo todo el flanco izquierdo galo, para que luego bajara por el oeste hasta Gaeta. El embolsamiento se completaría con la formación del ala izquierda española por parte de Andrade y Mendoza, que esperaban el tendido del improvisado paso para iniciar el avance más cercano a la costa.

Resistencia en Mola

Poco antes de llegar a Mola, los hombres de Saluzzo se toparon con un obstáculo natural a modo de cuello de botella. Debían atravesar una pequeña pasarela en un estrecho desfiladero (en lo que hoy sería Scauri), que por la reciente crecida del río que salvaba se había hecho sumamente insegura. Pierre Terraill (conocido como el caballero Bayardo), quien ya había sobresalido durante el resto de la campaña, y más recientemente la noche anterior repeliendo desde la retaguardia los acuciantes ataques enemigos, decidió presentar batalla en el lugar con la caballería pesada (los llamados "hombres de armas") de que disponía.

A pesar de estar ésta muy menguada en número, acometió con tanto ímpetu a la vanguardia de Colonna que se le enfrentó, que la hizo retroceder atropelladamente hasta topar con la columna de infantería dirigida por Córdoba que marchaba a continuación. Cundió el desconcierto entre las primeras filas de ésta, compuestas por lansquenetes, que quedaron inmóviles sin saber cómo reaccionar. Mediante vehementes arengas y abriéndose paso a caballo entre ellos, el Gran Capitán consiguió organizarlos en un cuadro para hacer frente a la siguiente carga de caballería que lanzó Bayardo. No pudo el francés superar a los piqueros germanos, cuyas formaciones se caracterizaban por su robustez y disciplina, y perdió a la mayoría de sus hombres en el embate.

Hacia la tarde, la llegada al frente de Andrade y Mendoza decantó la victoria hacia el lado español, a la vez que Alviano enfilaba ya el camino hacia Gaeta. Saluzzo se enteró de esto último, y temiendo por ello quedar irremediablemente rodeado, ordenó una retirada general que se convirtió en la práctica en una caótica huida desesperada en la que perecieron o fueron hechos prisioneros cientos de soldados, que además abandonaron gran cantidad de material militar del que se apoderaron luego los españoles. Por el contrario, Bayardo volvió a dar muestra de su arrojo, tenacidad y lealtad luchando con bravura hasta que cayó la noche (cuando ya exhausto acudió a refugiarse a Gaeta), cubriendo así en parte a sus compañeros.

Las tropas españolas recorrieron rápidamente los últimos kilómetros de la persecución, confluyendo en Mola y doblegando allá la débil oposición del genovés Bernardo Adorno, enviado por Saluzzo sólo para ganar algo más de tiempo, y dando así fin a la batalla.

Consecuencias

Al día siguiente la ciudadela de Gaeta, donde se refugiaron los últimos supervivientes, ya estaba cercada. Los franceses hicieron una oferta de rendición, que fue aceptada, y el 1 de enero de 1504 Saluzzo y el Gran Capitán firmaron la capitulación. En ella se establecía el intercambio de prisioneros y se permitía la libre salida, por mar o tierra, de las tropas francesas. A tal efecto Gonzalo de Córdoba cedió dos carracas recientemente capturadas al enemigo, en las que viajaron Saluzzo, los altos oficiales y cuantos otros soldados cupieron en ellas. El resto hubo de hacerlo a pie.

Tanto unos como otros sufrieron grandes penalidades en el trayecto. De entre los primeros, gran cantidad murieron a bordo a causa de la malaria contraída o las heridas de la campaña. Los segundos vivieron un tortuoso recorrido a lo largo de Italia: fueron atacados por los lugareños en venganza por los saqueos y violencias a los que les habían sometido, y padecieron (o murieron a causa de ellas) el hambre y las enfermedades. Finalmente sólo regresó a casa aproximadamente un tercio del ejército francés.

La victoria del Garellano tuvo importantes repercusiones militares y políticas. Expulsó definitivamente a los franceses con contundencia, y esto, junto a las derrotas sufridas en el Rosellón, hizo que Luis XII desistiera de continuar la guerra con España. A fines de enero su embajador firmaba en Santa María de la Mejorada una tregua con los Reyes Católicos. Y el posterior tratado de Lyon con Fernando el Católico daba fin oficialmente a la Segunda Guerra de Italia, reconociendo al segundo la posesión del Reino de Nápoles. Con ello mejoraba la situación política de España, que aseguraba su posición en Italia y quedaba junto a Francia (en el norte) como el principal poder en dicha península. Y entre ambos, varios Estados notablemente menos fuertes que ellos.

Esta batalla es la última que dirigió personalmente Gonzalo de Córdoba, pero las tácticas que mostraron en ella las tropas que él mandaba perduraron, junto con el resto de sus concepciones militares, en el ejército español. Los oficiales que sirvieron a sus órdenes en las dos Guerras de Italia recogieron sus enseñanzas y las aplicarían en futuras ocasiones.

El movimiento de apertura que ejecutó el Gran Capitán el día 28 en el Garellano se considera una de las maniobras envolventes más logradas de la historia militar. Es un ejemplo preciso de cómo atacar y luego cubrir un solo flanco del enemigo, muy similar a la táctica que emplearía Erwin Rommel en la batalla de Gazala (21 de junio de 1942). Además, Córdoba no sacrificó los demás sectores para conseguir la superioridad numérica en el punto de ataque, ya que también desplegó hombres en el ala izquierda para solucionar este problema.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 00:45

Batalla de Pamplona


La batalla de Pamplona se produjo el 20 de mayo de 1521 entre las tropas españolas y las navarras que tenían el apoyo de las francesas, tras la Conquista de Navarra realizada por las tropas españolas en 1512. Se sumó una sublevación de la población navarra con una rápida toma del castillo de Pamplona y de toda Navarra con escasas víctimas.

Enrique II consiguió el apoyo de Francisco I para recuperar el reino de Navarra aprovechando la aparente debilidad de la corona de Castilla enfrentada en la guerra de las Comunidades. Pero la reconquista se inició tarde cuando los comuneros ya estaban neutralizados, en mayo de 1521. Entonces tuvo lugar un alzamiento generalizado en toda Navarra, incluyendo las ciudades beaumontesas como era la ciudad de Pamplona, que había sido preparado desde el interior. Al mismo tiempo las tropas mandadas por el general Asparrots (o Lesparrou), André de Foix compuestas por 12.000 infantes en su mayoría gascones y que contaban con artillería pesada, rindieron el 15 de mayo San Juan Pie de Puerto, posteriormente Roncesvalles y Burguete.

La población de Pamplona se alzó y Antonio Manrique de Lara, duque de Nájera y virrey de Navarra, salió de Pamplona hacia Alfaro el 17, siendo asaltado en el camino y saqueado. Los escasos soldados castellanos que se quedaron se encastillaron en la fortaleza de Pamplona. Entre ellos estaba el guipuzcoano oñacino capitán Íñigo López de Loyola (que posteriormente adquirió el nombre de religión de Ignacio por devoción al santo de Antioquía), que fue herido en las piernas en el bombardeo realizado durante seis horas para rendir la plaza. Entre los atacantes se hallaban los dos hermanos de Francisco de Javier, Miguel y Juan, que se quedarían al cuidado de la ciudad.

La recuperación del reino no había sido muy sangrienta. Se produjeron enfrentamientos con unos 1.000 guipuzcoanos oñacinos en el monte Zengarrén, donde hubo unos 17 muertos y otros cuatro muertos en Yesa cuando se cortó el paso a tropas que huían, además de los heridos en la fortaleza de Pamplona. Posteriormente tampoco se produjeron episodios de depuración con la población beaumontesa.

La rápida reacción del ejército español con el reclutamiento de un ejército de 30.000 hombres bien pertrechados, entre ellos muchos de los comuneros vencidos en su guerra interna para redimir su pena, y los errores del general Aparrots que se dirigió con el grueso de las tropas a sitiar Logroño sin afianzar la recuperación del reino, llevaron a que en la batalla de Noáin se produjera una derrota de los navarro-gascones y por tanto la pérdida de la independencia de Navarra.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 00:50

Batalla de Noain


La batalla de Noáin (el 30 de junio de 1521) fue la única gran batalla campal que tuvo lugar durante la conquista de Navarra por parte de Castilla y Aragón. En ella se enfrentaron las tropas del ejército navarro que tenían el apoyo del francés, que habían reconquistado Navarra, al ejército castellano. Aquellas fueron derrotadas, acabando con ello las posibilidades de que los Albret recuperasen el territorio navarro de la parte sur de los Pirineos, dejándoles Carlos I en 1528, por motivos estratégicos (difícil de defender), la soberanía de la Baja Navarra.

Tras la conquista de Navarra por Fernando el Católico en 1512, en 1515 se habían producido tres intentos de recuperar el reino por parte de sus reyes. En 1521, era la tercera ocasión, reinando Enrique II de Navarra "el Sangüesino", que intentó aprovechar la sublevación de los comuneros contra Carlos I, pensando que el poderoso ejército castellano no podría reaccionar.

Para ello envió un ejército que entró por el norte, al mando del general André de Foix (Señor de Lesparrou), con 12.000 peones, 800 lanzas y 29 piezas de artillería. Además se produjo un levantamiento de la población de varias ciudades, como Pamplona, Estella, Tafalla y Tudela, logrando expulsar a los castellanos de toda Navarra.

Una vez reconquistada Navarra, André de Foix con el grueso de las tropas se dirigió hacia Logroño, ya fuera del reino, sitiándolo. Mientras tanto, Castilla se reorganizó con tres cuerpos de ejército. El 11 de junio se inició la retirada hasta llegar el 30 de junio a la explanada de Salinas de Pamplona, donde se produjo la batalla.

Desarrollo de la batalla

La batalla ocurrió en Salinas de Pamplona, en una amplia llanura junto a Noáin y Pamplona. Las tropas castellanas estaban formadas por más de 30.000 hombres al mando de don Iñigo Fernández de Velasco, Conde de Haro, Condestable de Castilla, Duque de Frías, Corregente de Castilla, y de don Antonio Manrique de Lara, Duque de Nájera y Virrey de Navarra.

Las tropas del ejército castellano fueron reclutadas de la siguiente forma: unos 7.000 hombres del Condestable de Castilla; unos 5.000 de los territorios de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa, en este último caso tras la reducción de los vecinos sublevados por parte de Ignacio de Loyola; unos 4.000 aportados por el conde de Lerín; entre 1.000-1.200 soldados de cada una de varias ciudades, como Segovia, Valladolid, Palencia, Burgos, Salamanca y Toro; 800 por Medina del Campo y 500 de Ávila, y en menor medida de otras ciudades. Además de las tropas aportadas por los miembros de la nobleza, sus deudos y allegados. En muchos casos, el reclutamiento fue realizado entre los vencidos de la Guerra de las Comunidades.

Las tropas franco-navarras, que eran muy inferiores en número (se habla de entre 8.000 y 10.000 hombres), estaban capitaneadas por el francés André de Foix, Señor de Lesparrou. Cometió varios errores, como el de no esperar a los refuerzos que podían llegar, unos 6.000 hombres de Pamplona y alrededores, y otros 2.000 de Tafalla.

Tomó la iniciativa atacando entrada la tarde (las versiones oscilan entre las 14 y 17:30 horas), sorprendiendo a los castellanos e infligiéndoles inicialmente un severo castigo. Al comienzo dominaron los navarro-gascones, barriendo con su artillería los prados en que se encontraban los castellanos, pero el Almirante de Castilla y duque de Enríquez con su caballería dominó el combate, atravesando con celeridad la sierra de Erreniega y cayendo sobre el flanco y la retaguardia franco-navarra. Y la infantería castellana lo decidió en el resto del campo de batalla.

La batalla fue muy larga y sangrienta. Los navarros hubieron de rendirse, tras sufrir más de 5.000 bajas y ser hecho prisionero el propio André de Foix, señor de Lesparrou, tras luchar con bizarría (según las crónicas), quien fue herido en la frente por un mazazo, que le dejó ciego, y rindió su espada a don Francés de Beaumont (líder navarro beaumontés que ayudó a los castellanos).

Más tarde fue liberado por el Emperador tras pagar un rescate. Entre los que lograron huir, tras la derrota, se hallan Martín de Javier (hermano de Francisco Javier), Arnault de Agramont, el obispo Cousserans, Fadrique de Navarra y el doctor Remiro de Goñi. Esta batalla decidió la posesión definitiva de Castilla sobre el reino de Navarra, pues los castellanos, con vascos oñacinos, se apoderaron rápidamente de todas las plazas, sin apenas encontrar resistencia.

Algunos de los supervivientes navarros se reorganizaron en la Baja Navarra en un ejército más modesto, y tomaron el valle Baztán-Bidasoa, el Castillo de Maya y la ciudad de Fuenterrabía, donde se produjeron las dos últimas resistencias militares en la conquista de la Alta Navarra.

En un cerro sobre esta llanura se encuentra un monumento en recuerdo de esta batalla, realizado por Joxe Ulibarrena en 1992. En este lugar, los partidarios de recobrar la soberanía de Navarra se reúnen todos los años en el último domingo de junio.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 01:07

Batalla de BICOCA


Bicoca o Primera Batalla de Bicoca6 (italiano: Battaglia della Bicocca) es el nombre que recibió el combate librado el 27 de abril de 1522, en el ámbito de la Guerra de los Cuatro Años, cerca de la localidad del mismo nombre, situada en el antiguo Milanesado. El ejército compuesto por las fuerzas combinadas de Francia y la República de Venecia se enfrentó al ejército Imperial español al mando de Prospero Colonna. Merced a una mejor táctica, las tropas de Carlos V lograron una aplastante victoria que precedió a la decisiva batalla de Pavía (ocurrida en 1525).

Los mercenarios suizos, que no habían recibido su salario, exigieron una batalla inmediata, forzando al comandante francés Odet de Lautrec a atacar la posición fortificada de Colonna en el parque de Bicocca, al norte de los muros de Milán (actualmente Bicocca es el nombre de un barrio de esa ciudad). La superioridad numérica se inclinaba del lado francés, y la infantería suiza confiaba en grandes formaciones de picas para envolver y masacrar al enemigo.

Al comenzar la batalla, los suizos se dispusieron en dos cuadros y avanzaron con paso firme hacia las tropas españolas de Prospero Colonna, mientras resistían los disparos de cañón del enemigo. No obstante, al cruzar el camino que separaba a ambos ejércitos, los suizos se vieron obligados a subir una ligera cuesta. Esto les impidió cargar inmediatamente contra los españoles y les convirtió en un blanco perfecto para los arcabuceros, quienes abrieron fuego continuo contra los suizos. Tras perder 3000 hombres (entre los que se encontraban 22 capitanes), los suizos se vieron obligados a retirarse sin llegar a entablar batalla real.

Según algunos autores, esta batalla señaló un importante giro en las prácticas bélicas por el papel que en ella tuvieron las armas de fuego portátiles, en especial los arcabuces de los españoles. Bicoca, junto a la posterior batalla de Pavía, puso de manifiesto que la época de la pica y la caballería pesada había llegado a su fin, dejando paso a las emergentes armas de fuego que trastocarían el campo de batalla para siempre.

Al comienzo de la guerra en 1521, el emperador Carlos V y el papa León X unieron fuerzas contra el Ducado de Milán, principal posesión francesa en Lombardía. Un gran ejército papal al mando del marqués de Mantua, junto a tropas españolas procedentes de Nápoles y otros contingentes menores del resto de Italia, se concentraron cerca de Mantua.

Las fuerzas alemanas enviadas al sur por Carlos cruzaron junto a Vallegio, en territorio veneciano, sin ser molestadas. Las fuerzas papales, españolas y alemanas combinadas bajo el mando de Próspero Colonna, penetraron entonces en territorio francés.

Durante los meses siguientes, Colonna llevó a cabo una guerra de maniobras contra Odet de Foix, Vizconde de Lautrec, el comandante francés, asediando ciudades pero rehusando presentar batalla.

Para el otoño boreal de 1521, el ejército de Lautrec, que mantenía una línea defensiva desde el río Adda hasta Cremona, comenzó a sufrir deserciones masivas, particularmente entre los mercenarios suizos. Colonna aprovechó la oportunidad que se le ofrecía y, avanzando junto a los Alpes, cruzó el río Adda en Vaprio; Lautrec, carente de infantería y asumiendo la campaña anual finalizada, se retiró a Milán. Sin embargo, Colonna no tenía intención de frenar su avance. La noche del 23 de noviembre, lanzó un ataque sorpresa a la ciudad, abrumando a las tropas venecianas que defendían uno de los muros. Tras la subsiguiente lucha callejera, Lautrec se retiró a Cremona con 12 000 hombres.

En enero, los franceses habían perdido Alessandria, Pavía y Como. Mientras, Francisco II Sforza, con un contingente de refuerzos germanos, había esquivado una fuerza veneciana en Bérgamo para posteriormente unirse a Colonna en Milán.​ Mientras, Lautrec había recibido los refuerzos de 16 000 piqueros suizos y tropas de refresco venecianas, junto a varias compañías francesas al mando de Thomas de Foix-Lescun y Pedro Navarro; también se había asegurado los servicios del condotiero Giovanni de Médicis, que puso sus Bandas Negras al servicio francés.

Los franceses atacaron Novara y Pavía, esperando atraer a Colonna a una batalla decisiva. Colonna abandonó Milán, fortificándose en el monasterio de Certosa, al sur de la ciudad. Lautrec, temiendo grandes pérdidas si asaltaba la posición frontalmente, amenazó las líneas de comunicación de Colonna barriendo el área entre Milán y Monza, cortando así las líneas de comunicación de la ciudad con los Alpes.

La batalla

Pero Lautrec se vio atrapado por las exigencias de los mercenarios suizos, que formaban el grueso de sus tropas. Albert von Stein y el resto de capitanes mercenarios, al no haber recibido una sola de sus pagas desde que llegaron a Lombardía, exigieron a Lautrec que atacara al Ejército Imperial inmediatamente, o regresarían a sus cantones. Lautrec accedió a regañadientes, marchando hacia Milán.

Disposición de las tropas

Entretanto, Colonna se había retirado a una formidable posición: el parque mansión de Bicocca, seis kilómetros al norte de Milán. El parque se alzaba entre un largo terreno pantanoso al oeste y la carretera principal hacia Milán en el este, por esta carretera discurría un profundo dique, cruzado por un estrecho puente de piedra a cierta distancia al sur del parque. El lado norte del parque se hallaba bordeado por una carretera hundida. Colonna la hundió un poco más y construyó un muro de tierra en el bancal sur. La artillería imperial, emplazada en varias plataformas protegidas por el muro, protegía los campos del norte y varias partes de la misma carretera.

La longitud del área norte del parque era de poco más de 500 metros, lo que permitía a Colonna concentrar sus tropas. Justo detrás de la muralla se situaban cuatro filas de arcabuceros españoles, dirigidos por Fernando de Ávalos, Marqués de Pescara. Estos quedaban respaldados por piqueros españoles y alemanes bajo el mando de Georg von Frundsberg.​ Al sur se situaba el grueso de la caballería imperial, a considerable distancia tras la infantería. Una segunda fuerza de caballería se situaba más al sur, guardando el puente.

La tarde-noche del 26 de abril, Lautrec envió una pequeña fuerza de reconocimiento de 400 jinetes, al mando de Sieur de Pontdormy. La patrulla informó que el terreno se interrumpía con diques agrícolas, lo que hacía complicado maniobrar, pero esto no disuadió a los suizos. Colonna, observando la aproximación francesa, envió mensajeros a Milán en busca de refuerzos. Francisco Sforza llegó a la mañana siguiente con 6400 soldados, que se unieron a la caballería en defensa del puente sur.

Al atardecer del 27 de abril, Lautrec lanzó su ataque. Las Bandas Negras limpiaron el campo de estacas españolas, barriendo el terreno frente a las posiciones imperiales. Dos columnas suizas, cada una comprendiendo entre 4000 y 7000 hombres, acompañaban a varias baterías de cañones a la cabeza del avance francés. Se disponían a asaltar frontalmente el frente fortificado del campamento imperial.

Lescun, mientras, dirigía un cuerpo de caballería a lo largo de la carretera a Milán, con intención de flanquear el campamento y atacar el puente de retaguardia.​ El resto del ejército francés, incluyendo la infantería francesa, formó una amplia línea a cierta distancia de las dos columnas suizas. Tras ellos se disponía una tercera línea formada por fuerzas venecianas de Francisco María I della Rovere, duque de Urbino.

[b]El ataque suizo[/b]

El mando combinado del asalto suizo fue desempeñado por Anne de Montmorency. Mientras las columnas suizas avanzaban hacia el parque, les ordenó detenerse y esperar que la artillería francesa bombardeara las defensas imperiales, orden que ignoraron los suizos.​ Puede que los capitanes suizos dudaran que la artillería tuviera algún efecto en el muro de tierra, aunque Charles Oman sugiere que pecaron de autoconfianza.​

De cualquier modo, los suizos maniobraron rápidamente hacia las posiciones de Colonna, dejando la artillería a distancia atrás. Aparentemente, existía algún tipo de rivalidad entre las columnas, dado que una, dirigida por Arnold Winkelried von Unterwalden, se componía de soldados procedentes de cantones rurales, mientras la otra, al mando de Albert von Stein, comprendía contingentes de Berna y los cantones urbanos. El avance suizo les colocó al alcance de la artillería Imperial. Carentes de cobertura en el campo abierto, sufrieron cuantiosas bajas, hasta mil suizos podrían haber muerto antes de tomar contacto con las líneas imperiales.

Los suizos frenaron en seco cuando sus primeras líneas alcanzaron la carretera hundida frente al parque. La profundidad de la carretera y la altura del terraplén, que conjuntamente superaban la longitud de las picas suizas, bloquearon su avance. Avanzando al sur por la carretera, los suizos sufrieron bajas masivas a causa del fuego de los arcabuceros de Ávalos.

Aun así, los suizos intentaron penetrar en las líneas imperiales mediante una serie de cargas desesperadas. Grupos de piqueros alcanzaron la cima del terraplén, donde chocaron contra los lansquenetes, que habían tomado posiciones frente a los arcabuceros. Uno de los capitanes suizos fue muerto por Frundsberg en combate singular, y las compañías suizas, incapaces de superar el muro de tierra, fueron rechazadas de nuevo a la carretera.​

Después de media hora de intentos, los restos de la vanguardia suiza se retiraron hacia la línea principal francesa. En los campos que habían cruzado dejaban más de 3000 muertos. Entre ellos se encontraban veintidós capitanes, incluyendo a Winkelried y Albert von Stein. De los nobles franceses que acompañaron el asalto, solo sobrevivió Montmorency.

Por parte de los españoles solo hubo un muerto, pero no fue por un arma suiza sino por una coz de mula.

Desenlace

Lescun, junto a 400 jinetes de caballería pesada bajo su mando, había alcanzado el puente al sur del parque, combatido para cruzarlo y alcanzado el campo imperial.​ Colonna respondió enviando un destacamento de caballería con Antonio de Leyva para frenar el avance francés, mientras Francisco Sforza subía la carretera hacia el puente, con el objetivo de rodear a Lescun. Pontdormy detuvo a los milaneses, permitiendo a Lescun escapar del campamento; la caballería francesa deshizo su camino y se reunió con el grueso del ejército.

Desoyendo las peticiones de Ávalos y varios comandantes imperiales, Colonna rehusó ordenar un ataque a gran escala sobre los franceses, señalando que la mayoría del ejército francés, incluyendo el grueso de su caballería, permanecía intacto. Indicó que los franceses ya habían sido derrotados, y pronto emprenderían la retirada. Esta afirmación fue compartida por Frundsberg. Sin embargo, pequeños grupos de arcabuceros españoles y caballería ligera intentaron perseguir a los suizos en retirada, pero fueron detenidos por las Bandas Negras, que cubrían el repliegue de la artillería francesa.

El juicio de Colonna se reveló correcto. Los suizos no estaban muy dispuestos a iniciar un nuevo ataque, y regresaron a sus hogares el 30 de abril. Lautrec, considerando que su resultante debilidad en tropas de infantería hacía imposible continuar la campaña, se retiró al este, cruzando el río Adda y penetrando en territorio veneciano cerca de Trezzo. Cuando alcanzó Cremona, dejó a Lescun al mando de los restos del ejército francés y cabalgó sin escolta hacia Lyon, para presentar su informe al rey Francisco I.

Consecuencias

La partida de Lautrec condujo al completo colapso de la posición francesa en el norte de Italia. Libres de la amenaza del ejército francés, Colonna y Ávalos avanzaron sobre Génova, capturando la ciudad tras un breve asedio. Lescun, consciente de la pérdida de Génova, llegó a un acuerdo con Francisco Sforza por el cual el Castello Sforzesco en Milán, que seguía en manos francesas, rendía armas, y las tropas que había en su interior se retiraron cruzando los Alpes.​

Los venecianos, bajo el mando del recién elegido Dogo Andrea Gritti, perdieron interés en continuar la guerra. En julio de 1523, Gritti firmó el Tratado de Worms con Carlos V, por el cual la República de Venecia abandonaba la contienda.​ Francia intentaría recuperar Lombardía por dos veces antes del final de la guerra, sin éxito. Los términos del tratado de Madrid, que Francisco I se vio forzado a firmar tras su derrota en Pavía, dejarían Italia en manos españolas.

Otra consecuencia de la batalla fue la actitud hacia los suizos. Francesco Guicciardini escribió sobre las postrimerías de la batalla:

"Regresaron a sus montañas reducido su número, pero mucho más reducida su audacia; pues es conocido que tras las pérdidas sufridas en Bicoca les afectaron tanto que, durante los siguientes años, no mostraron de nuevo su vigor acostumbrado."

Aunque los mercenarios suizos seguirían interviniendo en las Guerras Italianas, no volverían a efectuar los ataques frontales que llevaran a cabo en Novara en 1513, o en Marignano en 1515. Su actuación durante la Batalla de Pavía de 1525 sorprendería a los observadores por su falta de iniciativa.

En un ámbito más general, la batalla puso de relieve el papel decisivo de pequeños destacamentos sobre el campo de batalla.​ Aunque las virtudes del arcabuz no serían plenamente explotadas hasta la Batalla del Sesia (donde los arcabuceros prevalecerían sobre la caballería pesada en campo abierto) dos años más tarde, el arma se convertiría no obstante en un pequeño sine qua non para cualquier ejército que no quisiera otorgar una ventaja decisiva a sus oponentes.

Aunque los piqueros seguirían representando un importante papel en combate, se igualaba su importancia a la de los arcabuceros. Juntos, ambos tipos de infantería serían combinados en las unidades llamadas de «pica y disparo», que se mantendrían hasta el nacimiento de la bayoneta a finales del siglo XVII.​ La doctrina ofensiva suiza, «presión de picas» sin soporte de armas de fuego, había quedado obsoleta. De hecho, las doctrinas ofensivas en general fueron reemplazadas por otras más defensivas. La combinación de arcabuces y fortificaciones de campo convertían los asaltos frontales sobre posiciones atrincheradas en demasiado costosos para ser efectivos, de modo que no se repitieron durante el resto de las guerras italianas.

Desde entonces en español la palabra «bicoca» se utiliza para definir una ganancia fácil,46​ mientras que en francés tiene el significado de «casa en ruinas».

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 01:11

Batalla del SESIA


La batalla del Sesia se produjo el 30 de abril de 1524, cerca de la población de Romagnano Sesia, durante el cruce del río Sesia por parte de las tropas al servicio de la corona francesa acosadas por las tropas al servicio del Emperador Carlos, durante la Guerra Italiana de 1521-1526. Como resultado, el ejército español, mandado por Carlos de Lannoy venció a los franceses mandados por el Almirante Bonnivet y Francisco I de Saint-Pol, obligando a estos últimos a retirarse a Lombardía.

Campaña de 1523 - 1524

Los franceses, que se hallaban en posesión del ducado de Milán al inicio de la guerra, habían sido forzados a abandonarlo tras la batalla de Bicoca en abril de 1522. En el otoño de 1523, un nuevo ejército francés a cargo de Bonnivet penetró en Lombardía, forzando al ejército imperial a recluirse en Milán. En enero, las tropas comandadas por Carlos de Lannoy como virrey de Nápoles y Carlos, duque de Borbón y lideradas por Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, salen de Milán y comienzan a realizar una serie de ataques y toma de plazas fuertes que fuerza al almirante Bonnivet a retirar su ejército al Piamonte, para después cruzar los Alpes y hallar refugio en tierras de Provenza.

La batalla de Sesia

La retirada del ejército francés se produce bajo el acoso de las tropas imperiales, que finalmente, consiguen, en el momento del cruce del río Sesia, chocar con los soldados de la retaguardia francesa, infligiendo grandes bajas, hiriendo gravemente a Bonnivet, y matando al caballero Pierre Terraill de Bayard, que había sustituido a Bonnivet en el mando del ejército.

Consecuencias

La marcha de los franceses de Italia fue aprovechada por Lannoy para llevar la guerra a territorio francés, llevando a cabo una campaña en la Provenza en el verano de 1524, que tuvo como culmen el fallido sitio de Marsella.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 01:22

La batalla de PAVIA


La batalla de Pavía se libró el 24 de febrero de 1525 entre el ejército francés al mando del rey Francisco I y las tropas germano-españolas del emperador Carlos V, con victoria de estas últimas, en las proximidades de la ciudad italiana de Pavía.

En el primer tercio del siglo XVI, Francia se veía rodeada por las posesiones de la Casa de los Habsburgo. Esto, unido a la obtención del título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por parte de Carlos I de España en 1520, puso a la monarquía francesa contra las cuerdas. Francisco I de Francia, que también había optado al título, vio la posibilidad de una compensación anexionándose un territorio en litigio, el ducado de Milán (Milanesado). A partir de ahí, se desarrollaría una serie de contiendas de 1521 al 1524 entre la corona Habsburgo de Carlos V y la corona francesa de la Casa de Valois.

Inicio de los enfrentamientos


El 27 de abril de 1522 tuvo lugar la batalla de Bicoca, cerca de Monza. Se enfrentaron por un lado el ejército franco-veneciano, al mando del general Odet de Cominges, vizconde de Lautrec, con un total de 28.000 efectivos que contaba con 16.000 piqueros suizos entre sus filas y por otro el ejército imperial con un total de 18.000 hombres al mando del condotiero italiano Prospero Colonna. La victoria aplastante de los tercios españoles sobre los mercenarios suizos hizo que en castellano la palabra «bicoca» pasara a ser sinónimo de «cosa fácil o barata».

La siguiente batalla se produjo el 30 de abril de 1524, la batalla de Sesia, cerca del rio Sesia. Un ejército francés de 40.000 hombres, mandado por Guillaume Gouffier, señor de Bonnivet, penetró en el Milanesado, pero fue igualmente rechazado. Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, y Carlos III de Borbón (que recientemente se había aliado con el emperador Carlos V) invadieron la Provenza. Sin embargo, perdieron un tiempo valioso en el sitio de Marsella, lo que propició la llegada de Francisco I y su ejército a Aviñón y que propicio que las tropas imperiales se retiraran.

El 25 de octubre de 1524, el propio rey Francisco I cruzó los Alpes y a comienzos de noviembre entraba en la ciudad de Milán (poniendo a Louis II de la Trémoille, como gobernador) después de haber arrasado varias plazas fuertes. Las tropas españolas evacuaron Milán y se refugiaron en Lodi y otras plazas fuertes. 1000 soldados españoles, 5000 lansquenetes alemanes y 300 jinetes pesados, mandados todos ellos por Antonio de Leyva, se atrincheraron en la ciudad de Pavía. Los franceses sitiaron la ciudad con un ejército de aproximadamente 30.000 hombres y una poderosa artillería compuesta por 53 piezas.

El sitio de Pavía

Antonio de Leyva, veterano de la guerra de Granada, supo organizarse para resistir con 6.300 hombres más allá de lo que el enemigo esperaba, además del hambre y las enfermedades. Mientras tanto, otras guarniciones imperiales veían cómo el enemigo reducía su número para mandar tropas a Pavía. Mientras los franceses aguardaban la capitulación de Antonio de Leyva, recibieron noticias de un ejército que bajaba desde Alemania para apoyar la plaza sitiada, más de 15.000 lansquenetes alemanes y austríacos bajo el mando de Jorge de Frundsberg, tenían órdenes del emperador Carlos V de poner fin al sitio y expulsar los franceses del Milanesado.

Francisco I decidió dividir sus tropas; ordenó que parte de ellas se dirigieran a Génova y Nápoles e intentaran hacerse fuertes en estas ciudades. Mientras, en Pavía, los mercenarios alemanes y suizos comenzaban a sentirse molestos porque no recibían sus pagas. Los generales españoles empeñaron sus fortunas personales para pagarlas. Viendo la situación de sus oficiales, los arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía aún sin cobrar sus pagas.

A mediados de enero llegaron los refuerzos bajo el mando de Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, Carlos de Lannoy, virrey de Nápoles y Carlos III, contestable de Borbón. Fernando de Ávalos consiguió capturar el puesto avanzado francés de San Angelo, cortando las líneas de comunicación entre Pavía y Milán. Posteriormente conquistaría a los franceses el castillo de Mirabello.

Finalmente llegaron los refuerzos imperiales a Pavía, compuestos por 13.000 infantes alemanes, 6.000 españoles y 3.000 italianos con 2.300 jinetes y 17 cañones, los cuales abrieron fuego el 24 de febrero de 1525. Los franceses decidieron resguardarse y esperar, sabedores de la mala situación económica de los imperiales y de que pronto los sitiados serían víctimas del hambre. Sin embargo, atacaron varias veces con la artillería los muros de Pavía. Pero las tropas desabastecidas, lejos de rendirse, comprendieron que los recursos se encontraban en el campamento francés, después de una arenga dicha por Antonio de Leyva.

Formaciones de piqueros flanqueados por la caballería comenzaron abriendo brechas entre las filas francesas. Los tercios y lansquenetes formaban de manera compacta, con largas picas protegiendo a los arcabuceros. De esta forma, la caballería francesa caía al suelo antes de llegar incluso a tomar contacto con la infantería.

Los franceses consiguieron anular la artillería imperial, pero a costa de su retaguardia. En una arriesgada decisión, Francisco I ordenó un ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa (superior en número) tenía que cesar el fuego para no disparar a sus hombres. Los 3.000 arcabuceros de Alfonso de Ávalos dieron buena cuenta de los caballeros franceses, creando desconcierto entre estos. Mientras Carlos de Lannoy al mando de la caballería y Fernando de Ávalos al mando de la infantería, luchaban ya contra la infantería francesa mandada por Francois de Lorena y Ricard de la Pole

La victoria imperial

En ese momento, Leyva sacó a sus hombres de la ciudad para apoyar a las tropas que habían venido en su ayuda y que se estaban batiendo con los franceses, de forma que los franceses se vieron atrapados entre dos fuegos que no pudieron superar. Los imperiales empezaron por rodear la retaguardia francesa (mandada por el duque de Alenzón) y cortarles la retirada.

Aunque agotados y hambrientos, constituían una muy respetable fuerza de combate. Guillaume Gouffier de Bonnivet, el principal consejero militar de Francisco, se suicidó (según Brantôme, al ver el daño que había causado deliberadamente busco una muerte heroica a manos de las tropas imperiales). Los cadáveres franceses comenzaban a amontonarse unos encima de otros. Los demás, viendo la derrota, intentaban escapar. Al final las bajas francesas ascendieron a 8.000 hombres.

El rey de Francia y su escolta combatían a pie, intentando abrirse paso. De pronto, Francisco I cayó, y al erguirse, se encontró con un estoque español en su cuello. Un soldado de infantería, el vasco Juan de Urbieta, lo hacía preso. Diego Dávila, granadino, y Alonso Pita da Veiga, gallego, junto al combatiente greco-italiano Pedro de Candia se unieron con su compañero de armas.

No sabían a quién acababan de apresar, pero por las vestimentas supusieron que se trataría de un gran señor. Informaron a sus superiores. Aquel preso resultó ser el rey de Francia. Otro participante célebre en la batalla fue el extremeño Pedro de Valdivia, futuro conquistador de Chile, su amigo Francisco de Aguirre, y el joven Juan Martin de Candia, quien sería uno de los futuros fundadores de Santiago de Chile.

Consecuencias

En la batalla murieron comandantes franceses como Bonnivet, Luis II de La Tremoille, La Palice, Suffolk, Galeazzo Sanseverino y Francisco de Lorena, y otros muchos fueron hechos prisioneros, como el condestable Anne de Montmorency y Robert III de la Marck.

Tras la batalla Francisco I fue llevado a Madrid, donde llegó el 12 de agosto, quedando custodiado en la Casa y Torre de los Lujanes. La posición de Carlos V fue extremadamente exigente, y Francisco I firmó en 1526 el Tratado de Madrid. Francisco I renunciará al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña.

Cuenta la leyenda que en las negociaciones de paz y de liberación de Francisco I, el emperador Carlos V renunció a usar su lengua materna (francés borgoñón) y la lengua habitual de la diplomacia (italiano) para hablar por primera vez de manera oficial en español.

Posteriormente Francisco I se alió con el Papado para luchar contra La monarquía hispánica y el Sacro Imperio romano germánico, lo que produjo que Carlos V atacara y saqueara Roma en 1527 (Saco de Roma).

En la actualidad se sabe que Francisco I no estuvo en el edificio de los Lujanes, sino en el Alcázar de los Austrias que, tras un incendio, fue sustituido por el actual Palacio Real de Madrid. Carlos V se desvivió por lograr que su "primo" Francisco se sintiera cómodo y lleno de atenciones.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Genmingen » 15 Ene 2018 10:32

Una pequeña apreciación a tu post sobre la batalla de Noaín.
Hace 7 u 8 años uno de los Técnicos del Archivo de Navarra y nada sospechoso de proespañolista, llamado Peio J. Monteano, publico un libro sobre la Guerra de Navarra 1512-29. Con nuevos y novedosos añadidos históricos hallados en diversos archivos.
En el capítulo sobre Noáin este historiador nos habla que lo que verdaderamente se enfrentaron en la meseta de este pueblo navarro fueron la vanguardia hispano-beamontesa y parte del ejército franco-agramontes.. Los españoles eran unos 5000 infantes y unos 500 jinetes ligeros; los franconavarros eran ligeramente superiores y en posiciones preparadas. El caso es que Lesparre para evitar la concentración española y sabiendo que tenía una ligera superioridad puntual sobre todo en caballos coraza y artillería inició un ataque, esperando sorprender a los cansados españoles. Al principio los caballeros franconavarros derrotaron a los jinetes ligeros hispanobeamonteses, simultáneamente la infantería castellana sufre un castigo de la artillería francesa que logra impactar en los cuadros mientras formaban, pero se mantiene firme. El punto de inflexión es cuando la Infantería Real española con sus tres escuadrones carga de frente y tras desbaratar a la infantería gascona y navarra, toman los cañones. La caballería hispanobeamontesa vuelve a la lucha y esta vez logra imponerse a los caballeros franceses con apoyo de la infantería.
Mucho se ha criticado a Lesparre, pero hoy en día no esta tan claro que fuese tan nefasto el plan de atacar. El problema era que los castellanos contaban con guías navarros y estaban pasando el desfiladero de Erreniega por un paso y es a la salida donde montaron el campamento en Oriz. Lesparre antes de que se concentrasen y teniendo los informes del Vizconde de Zolina, que los había avistado, no espero los refuerzos que le llegaban y se lanzó al ataque fiando todo a su caballería pesada. El problema es que enfrente no tenía un infantería al uso sino el germen de lo que serían poco después los temidos Tercios.
Fueron estos tres escuadrones de Infantería Real veteranos de Africa e Italia quienes dieron la victoria de una batalla precipitada como Noáin.
Las bajas no pasaron del millar de muertos; pero la desbandada y los prisioneros si que privaron a los franconavarros de unos 5000 hombres...que a efectos prácticos es lo mismo.
Gracias por tu labor y saludos

Brasilla
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 13:15

Buenos días:

Muchisimas gracias por tu aportación Genmingen, me ha encantado, no he encontrado nada más que lo que aporté, y siempre viene estupendamente una ampliación, espero que los foreros se animen y vayan aportando cada uno lo que pueda, creo que eso hace el hilo mucho más interesante.

Gracias :apla: :apla: :apla: :apla: :apla: :apla:
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 13:41

Batalla de RAVENA

La Batalla de Rávena del 11 de abril de 1512, librada en el contexto de la guerra de la Liga de Cambrai durante las guerras italianas, enfrentó a las tropas francesas y ferraresas dirigidas por Gastón de Foix contra el ejército de la Santa Liga liderado por Ramón de Cardona, formado por tropas castellano-aragonesas y papales.

En febrero los franceses invadieron el norte italiano con un ejército de 23.000 hombres (incluyendo 8.500 lansquenetes), poniéndo sitio a Rávena, defendida por 5.000 combatientes.Un ejército hispano-pontificio marcho a liberarla, así que el comandante francés, Gastón de Foix, dejó 2.000 hombres para mantener el asedio y salió al encuentro del enemigo. El cabecilla español, Ramón de Cardona, se mantuvo a la defensiva y ordenó que a Pedro Navarro apoyarse en el río Ronco para construir trincheras y obstáculos.5

Los franceses formaron un semi-círculo con su artillería en los flancos y bombardearon las defensas enemigas. Los aliados respondieron y por tres horas el intercambio de fuego acabo con muchas vidas.5​ La infantería española de Navarro empezó a marchar e hizo retroceder a sus enemigos. El problema para los aliados es que su caballería al mando de Ávalos estaba fuera de sus defensas y por eso pudo cargar sin permiso contra los franceses.

Fueron rechazados por la artillería que comandaba Alfonso I y Foix aprovechó para contraatacar.6​ Fue una de las primeras batallas donde la artillería fue fundamental.​ Los lansquenetes se lanzaron sobre la infantería española (incluyendo los continos) y esta empezó a retroceder ordenadamente por el río hacia Forli.​ Foix murió intentando romper la línea de arcabuceros que impedían a los franceses perseguir a sus enemigos y les causaban graves pérdidas.

El encuentro, uno de los más cruentos de la guerra,1​ Niccolò Capponi dice que 8.000 aliados y 4.000 franceses perdieron la vida, Francesco Pandolfini dice que 12.000 y 4.000 muertos respectivamente.

Sin embargo, los franceses no consiguieron afianzarse en el norte de Italia, de donde deberían retirarse en agosto del mismo año.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 13:48

Batalla de LA MOTTA


La batalla de La Motta, también conocida como la batalla de Schio, Vicenza o Creazzo, fue un enfrentamiento militar ocurrido el 7 de octubre de 1513 entre las tropas de la República de Venecia, dirigidas por Bartolomeo d'Alviano, y un ejército combinado de España y el Sacro Imperio Romano Germánico, encabezado por Ramón de Cardona y Fernando de Ávalos, en el contexto de la Guerra de la Liga de Cambrai. El encuentro, que tuvo lugar cerca de la población italiana de Schio y se saldó con una victoria decisiva hispano-imperial.

El comandante veneciano Bartolomeo d'Alviano, desprovisto de forma inesperada del apoyo francés, se replegó a la región del Véneto, perseguido de cerca por el ejército español, liderado por el virrey de Nápoles Ramón de Cardona. Aunque los españoles fueron incapaces de conquistar Padua, penetraron profundamente en territorio veneciano, y en septiembre estaban a la vista de la misma Venecia.​

El virrey Cardona intentó un bombardeo de la ciudad que resultó ser ineficaz en gran medida; entonces, no disponiendo de embarcaciones con las que cruzar la laguna, regresó a la Lombardía.​ D'Alviano, que había sido reforzado con centenares de soldados y voluntarios reclutados entre la nobleza veneciana, así como cañones y otros suministros, tomó ahora la iniciativa y persiguió a las tropas de Cardona con la intención de no permitirles retirarse del Véneto.

La hueste veneciana acaudillada por Bartolomeo d'Alviano se enfrentó finalmente a la de Cardona a las afueras de Vicenza, una ciudad del noroeste de Italia, el 7 de octubre de 1513. La infantería alemana y española que capitaneaban Fernando de Ávalos y Jorge de Frundsberg, bien posicionada y lista para la batalla, lanzó una fuerte carga contra los venecianos, causando miles de muertos y heridos –más de 4500 bajas– en sus filas.​ Este fue un severo golpe forzó el abandono del campo por el ejército de la Serenísima República, y en consecuencia su desbandada completa.​

A pesar de la sonada derrota veneciana, ambos contendientes continuaron manteniendo durante el resto del año y hasta el siguiente, escaramuzas en la región de Friuli-Venecia Julia, situada más al noroeste.1​

Aunque los españoles consiguieron una victoria decisiva, la Liga Santa no pudo sacar provecho de ella.​ A la muerte el 1 de enero de 1515 del rey Luis XII de Francia, ascendió al trono Francisco I, quien asumió el título de duque de Milán en su coronación e inmediatamente se movilizó para reclamar sus posesiones italianas.

Una fuerza suizo-pontificia se desplazó al norte de Milán para bloquear su paso por los pasos alpinos, pero Francisco evitó los pasos principales y marchó en su lugar a través del valle del Stura.​ La vanguardia francesa sorprendió a la caballería milanesa en Villafranca d'Asti, tomando prisionero a Prospero Colonna,​ y mientras tanto, Francisco y el cuerpo principal del ejército francés confrontaron a los suizos en la batalla de Marignano del 13 de septiembre.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 19:50

Batalla de CLAVIJO

Aunque cronologicamente, está batalla es muy anterior a las fechas que van por el hilo, y dado que no la incluí en su momento de forma consciente, debido a que tiene más de leyenda que de realidad, y no existen fuentes fiables sobre su desarrollo, entiendo que hay que rectificar, y con dudas respecto de la veracidad de los hechos, al menos reseñarlos.

Batalla de Clavijo

La batalla de Clavijo es un mítico enfrentamiento que se consideró durante mucho tiempo una de las más célebres batallas de la Reconquista, dirigida por el rey Ramiro I de Asturias contra los musulmanes. Se habría producido en el denominado Campo de la Matanza, en las cercanías de Clavijo, La Rioja (España), fechada el 23 de mayo del año 844.

Sus características míticas (la intervención milagrosa del apóstol Santiago), su condición de justificación del Voto de Santiago, y la revisión que desde el siglo XVIII supuso la crítica historiográfica de Juan Francisco Masdeu, la han hecho ser considerada en la actualidad más bien una batalla legendaria, cuya inclusión en las crónicas se debería al arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, y que incluiría, mezclándolos y mitificándolos, datos de otras batallas de diferentes momentos y localizaciones, aunque es, a grandes rasgos, la mitificación de la segunda batalla de Albelda.

Según el Diccionario de Historia de España, "la existencia de esta batalla ni siquiera se plantea a un historiador serio". No obstante, la batalla siguió siendo celebrada como un elemento de conformación de la historia nacional española. Lo que sí sabemos, por las Crónicas Najerenses, es de campañas de Ramiro contra los árabes, mientras que las crónicas de Abderramán II hablan de campañas moras en Álava, pero unas y otras coinciden en las fuertes luchas en el área riojana.

Más concretamente, las fuentes asturleonesas cuentan que Ordoño I, el hijo de Ramiro I, cercó la ciudad de Albelda y estableció su base en el Monte Laturce, es decir, el mismo lugar donde la leyenda sitúa la batalla de Clavijo. Y los hallazgos arqueológicos no dejan lugar a dudas: en Albelda se combatió, y mucho. También es la referencia histórica que Enrique IV y posteriormente el resto de monarcas han empleado para la creación y confirmación de privilegios al Antiguo e Ilustre Solar de Tejada, único señorío que se ha mantenido desde entonces hasta la actualidad.


La batalla tendría su origen en la negativa de Ramiro I de Asturias a seguir pagando tributos a los emires árabes, con especial incidencia en el tributo de las cien Doncellas. Por ello las tropas cristianas, capitaneadas por Ramiro I, irían en busca de los musulmanes, con Abderramán II al mando, pero al llegar a Nájera y Albelda se verían rodeados por un numeroso ejército árabe formado por tropas de la península y por levas provenientes de la zona que correspondería actualmente con Marruecos, teniendo los cristianos que refugiarse en el castillo de Clavijo en Monte Laturce.

Las crónicas cuentan que Ramiro I tuvo un sueño en el que aparecía el Apóstol Santiago, asegurando su presencia en la batalla, seguida de la victoria. De acuerdo con aquella leyenda, al día siguiente los ejércitos de Ramiro I, animados por la presencia del Apóstol montado en un corcel blanco, vencieron a sus oponentes.

El día 25 de mayo en la ciudad de Calahorra el rey habría dictado el voto de Santiago, comprometiendo a todos los cristianos de la Península a peregrinar a Santiago de Compostela portando ofrendas como agradecimiento al Apóstol por su intervención e imponiendo un impuesto obligatorio a la Iglesia. No obstante, al igual que el mito, la supuesta donación de Ramiro a la Iglesía tampoco es auténtica, y fue instituida realmente en el siglo XII.

Con este suceso, el apóstol se convirtió en símbolo del combate contra el islam, y se le reconoció desde entonces como Santiago Matamoros.

El motivo de la creación de esta leyenda habría sido animar a la población a luchar contra los musulmanes, para poder contrarrestar el espíritu de guerra santa con la que luchaban estos y que les conseguía el Paraíso.

La primera crónica que cita esta legendaria aparición fue narrada (hacia 1243) por Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo

Lo cierto es que Santiago pasó a ser el Patron de España y del Ejercito Español, y no se puede olvidar el grito de ataque de la Gloriosa Infanteria Española

¡¡¡ Santiago y cierra España ¡¡¡

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 21:22

Batalla y caida de TENOCHTITLAN

La conquista del nuevo continente ha dado comienzo, muchos nobles y muchos militares buscan la manera de aumentar su estatus social a través de las oportunidades que ofrece el nuevo mundo. Pero este esta habitado por imperios que ven aterrados la llegada de aterradores seres ¿Humanos? montados en extrañas bestias y con armamento que les parece ciencia ficción. No obstante pronto las malas conductas de los conquistadores con los nuevos pueblos despertarían en estos un odio muy fuerte hacia ellos, en especial para el pueblo Mexica.


Tras los hechos acontecidos en la Noche Triste, donde los habitantes de Tenochtitlan se levantaron en armas contra los españoles causando muchas bajas en el ejército español. Este levantamiento ocurrió causa de unos bombardeos que efectuaron los soldados españoles, dichos bombardeos se produjeron ya que los españoles preveían un ataque cuando en realidad lo que preparaban los indígenas era un rito religioso.

Decir antes de nada, que es falso el mito de que los Mexicas creían que Hernán Cortes era el dios Quetzlcoatl, por lo que le tenían más odio que miedo.

Hernán Cortes se dirige con el grueso del ejército español de vuelta a Tenochtitlán para arrasar la ciudad. Los españoles apenas son 1.000 infantes, y 100 caballeros, apoyados por 16 cañones y 13 bergantines, por lo que no se podían enfrentar solos a los aproximadamente 200.000 hombres que defendían Tenochtitlan, por eso buscan alianzas con otros pueblos oprimidos por los Mexicas, entre ellos destacan lo Tlaxcaltecas que aportan 80.000 guerreros. Además los españoles contaban con un arma más mortífera que el cañón más moderno, las enfermedades que traían de Europa, que diezmaron a la población Mexica.

Los españoles tienen conocimientos superiores en tácticas militares, y pronto toman todos los pueblos que rodean la ciudad, cortando el agua y lo suministros que abastecen la ciudad no sin antes encontrar resistencia. Los días pasan y la ciudad no se rinde, Cuauhtémoc líder Mexica prohíbe terminantemente negociar con los españoles, y estos se deciden a invadir la ciudad. Españoles y aliados luchan casa por casa apoyados por bombardeos por tierra y mar, la resistencia es feroz pero aun así la superioridad militar hace que el avance español continúe de forma lenta pero imparable. Los dioses aztecas no parecían responder a los sacrificios que los Mexicas efectuaban con los prisioneros que capturaban, y con el paso de los días las fuerzas españolas y tlaxcaltecas dominaron el 90% de la ciudad.

A medida que los supervivientes indígenas iban quedando rodeados, cada vez tenían menos provisiones, lo que les obliga incluso a destruir sus casas para comer las raíces que crecian bajo los ladrillos de barro. La situación era insostenible, Cuauhtémoc se rindió el 13 de Agosto y comenzaron las negociaciones con los españoles, que aun así continuaron con sus ataques, mientras que sus leales aliados, apenas recibieron privilegios por la ayuda prestada, los españoles habían ido a America a conquistar no a hacer amigos y menos de aquellos a los que consideraban seres inferiores.
El sitio de Tenochtitlan supuso la casi total destrucción de la ciudad más grande de Centroamérica y por supuesto el fin del imperio Mexica.

Como curiosidad comentar que el propio Hernán Cortes fue apresado en los combates urbanos, pero fue liberado por uno de sus hombres cuando los defensores se disponían a llevárselo, por lo que mantuvo su vida, pero por muy poco.

La caída de Tenochtitlán fue un importante acontecimiento en la historia de América que marcó el fin del imperio azteca. Tuvo lugar el 13 de agosto de 1521, y fue consecuencia de un asedio que duró tres meses. Sin embargo, se podría decir que los españoles no consiguieron convertirse aún en los amos de México tras esta victoria, y que solo alcanzarían dicha posición algunas décadas más tarde.

A pesar de que el imperio azteca tocaba a su fin, en las afueras de Tenochtitlán seguía habiendo focos de resistencia, que los españoles tardarían nada menos que 60 largos años en sofocar por completo. Por esta razón, la caída de Tenochtitlán está considerada a menudo el fin de la primera fase de la conquista española de México.

La caída de Tenochtitlán tuvo lugar unos dos años después de que llegara Hernán Cortés al territorio azteca. La expedición de Cortés había llegado a México a principios de 1519, y hacia el final de ese mismo año, los españoles pusieron sus ojos en Tenochtitlán por primera vez. Cuando los conquistadores llegaron a Tenochtitlán, ésta era una de las mayores ciudades del mundo. Se calcula que por aquel entonces apenas un puñado de ciudades de todo el mundo podían competir con ella en tamaño.

Cortés y sus hombres fueron inicialmente bien recibidos por el emperador azteca Moctezuma II. Se ha dicho a menudo que los aztecas trataron bien a los conquistadores basándose en una profecía. Según esta profecía, uno de sus dioses, Quetzalcóatl, regresaría a México algún día. Parece que los españoles llegaron en el momento justo y desde la dirección correcta para sacar provecho de esta leyenda. No solo eso, sino que la profecía también describía a Quetzalcóatl como de piel clara y con barba.

En cualquier caso, cuando los españoles desembarcaron, se cuenta que Moctezuma mandó que se les enviara oro como presente. Algunos historiadores sugieren que el emperador azteca tenía la esperanza de que estos regalos apaciguaran a los extranjeros, que de este modo se acabarían marchando. No obstante, Cortés y sus hombres estaban ávidos por conseguir más oro, de modo que decidieron seguir adelante hasta Tenochtitlán. Moctezuma ofreció una cálida bienvenida a los españoles y les regaló aún más oro. A cambio, Cortés tomó prisionero a Moctezuma e intentó ocupar su lugar como máxima autoridad de la ciudad.

Los aztecas no se encontraban satisfechos en absoluto con esta situación, y deseaban expulsar a los españoles de su ciudad. En el año 1520 llegó a México otro conquistador español rival de Cortés, y éste abandonó Tenochtitlán para negociar con él. Fue durante la ausencia de Cortés cuando las relaciones entre españoles y aztecas se deterioraron rápidamente, culminando en una rebelión. Cuando la noticia llegó a oídos de Cortés, se apresuró a regresar a Tenochtitlán, aunque de hecho fue en vano, ya que los aztecas habían logrado expulsar a los españoles de Tenochtitlán en la que sería conocida como Noche Triste.

Según Hernán Cortés, durante su retirada en la ‘Noche Triste’ murieron 150 españoles y 2000 nativos. El número de bajas españolas, según otras fuentes, estaría entre los 450 y 1150 hombres. Los invasores españoles, no obstante, no habían sido derrotados por completo, y lo que quizás era más importante, Cortés logró escapar con vida.

Ya en territorio aliado, Cortés empezó a planear la reconquista de Tenochtitlán. Entre otras cosas, Cortés necesitaba más hombres para su ejército: esto lo consiguió recuperando sus antiguas alianzas con algunos pueblos nativos y formando otras nuevas. En el mismo momento, Tenochtitlán estaba siendo golpeada por una epidemia de viruela, que diezmó su población. Muchos guerreros aztecas, nobles e incluso el heredero de Moctezuma, murieron a causa de la enfermedad. Cortés también se dio cuenta de que uno de sus puntos débiles hasta entonces había sido su falta de movilidad en el lago. A fin de contrarrestarlo, decidió construir barcos.

En mayo de 1521, Cortés inició su asedio de Tenochtitlán. El plan español era cortar el abastecimiento de la ciudad desconectándola de tierra firme, obligando de este modo a sus habitantes a someterse. Al acercarse los españoles cada vez más a Tenochtitlán, los aztecas intentaron romper su cerco, aunque fracasaron en su empeño. Los españoles lograron finalmente alcanzar la ciudad, aunque se verían obligados a seguir combatiendo hasta su rendición definitiva en el 13 de agosto de 1521.

A consecuencia de la caída de Tenochtitlán, los españoles pusieron fin al dominio azteca sobre lo que hoy es México y se convirtieron en los nuevos señores de la región, aunque les tomaría aún algunas décadas más consolidar su posición

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 15 Ene 2018 21:38

Batalla de OTUMBA


En la llamada Noche Triste, el 30 de junio de 1520, Cortés y sus hombres se vieron obligados a huir desordenadamente de la capital azteca, Tenochtitlán, acosados por los aztecas, que les provocaron centenares de bajas y la mayor derrota de la Monarquía hispánica en sus primeros 50 años de conquista.

Lejos de la malintencionada imagen de desbandada española –aparentemente provocada por la codicia de los conquistadores, más preocupados por recoger su oro que por salvar su vida– la Noche Triste fue pródiga en acciones heroicas y fue el prólogo de la batalla, una de las más desproporcionadas de la historia, que selló el destino del Imperio azteca.

Hernán Cortés, un hidalgo extremeño enviado a explorar la actual zona de México, aprovechó el odio de los pueblos dominados por el Imperio azteca para incrementar notablemente sus escasas tropas y avanzar en dirección a la capital mexica. Tras ser recibido de forma pacífica por Moctezuma II, el máximo líder azteca, el largo y tenso periodo que los españoles pasaron en Tenochtitlán, sin que pareciera que tuvieran intención de marcharse, terminó levantando al pueblo contra los conquistadores justo cuando Hernán Cortés regresaba de enfrentarse a una expedición arrojada por el gobernador Velázquez para obligarle a volver a Cuba. La noche se tiñó de sangre cuando los aztecas se abalanzaron sobre el convoy de carros que los españoles y sus aliados tlaxcaltecas formaban durante su huida de la ciudad.

600 españoles y cerca de 900 tlaxcaltecas fallecieron durante la huida o bien fueron apresados para satisfacer la interminable sed de sacrificios humanos de los aztecas. La mayor parte de los caballos murieron –solo veinte caballos quedaron con vida– todos los cañones se perdieron y los arcabuces quedaron arruinados con la pólvora mojada.

Frente a la tragedia, el cronista Bernal Díaz afirma que a Cortés «se le soltaron las lágrimas de los ojos al ver como venían». Durante seis días el ejército español marchó sin rumbo fijo con las huestes aztecas a su espalda. No obstante, la fortuna fue propicia para los españoles, puesto que los aztecas se entretuvieron festejando la victoria y conduciendo a los prisioneros hacia los altares con parsimoniosa ceremonia, ofreciendo sus corazones a los dioses y devorando sus cuerpos.


La caballería europea marca la diferencia


El conquistador extremeño no desaprovechó el error de los aztecas, que estimaban que los españoles estaban completamente derrotados, y reorganizó sus escasas fuerzas buscando un terreno favorable. Cortés y sus capitanes, entre ellos Alvarado, Gonzalo de Sandoval, Cristóbal de Olid y Juan de Salamanca, se plantearon como objetivo llegar a Tlaxcala, donde podrían reponer fuerzas y preparar mejor un contraataque si se veían acorralados. Para ello eligieron bordear el lago Texcoco por el norte. Hostigados por los aztecas y por el hambre, la marcha de los españoles dejó a sus espaldas nuevas bajas.

El sábado 7 de julio de 1520, la huida ya no fue una opción. Un gran contingente de guerreros mexicas y sus aliados de Tlalnepantla, Cuautitlán,Tenayuca, Otumba y Cuautlalpan alcanzaron a los españoles en los llanos de Temalcatitlan. La cifra de aztecas allí congregado es todavía hoy un tema de controversia, siendo posible que hubiera reunidos cerca de 100.000 guerreros (los primeros historiadores en estudiar la batalla calcularon 200.000), frente a unos 400 españoles y 3.000 indígenas aliados.

Lo único irrefutable es la sensación de absoluta desproporción que provocó la visión del ejército azteca a Hernán Cortés. Fray Bernardino de Sahagún asegura en sus textos que cuando el conquistador contempló las hordas de enemigos clamó que «los españoles entre tanto escuadrón indígena eran como una islita en el mar. La pequeña hueste parecía una goleta combatida por las olas».

María de Estrada peleó con una lanza, siendo una de las pocas mujeres en la expedición
En la primera línea enemigas se situaron las cofradías militares del Jaguar y del Águila, fácilmente identificables por sus trajes a imitación de estos depredadores, y la nobleza azteca encabezada por Matlatzincatzin, el cihuacóatl (jefe militar), que veía en la contienda una forma de borrar de una vez a los españoles.

Por su parte, los escasos cuatrocientos españoles formaron en una disposición típica en ese momento en Europa: los piqueros se colocaron tras los rodeleros, mientras los ballesteros formaban en los flancos dispuestos a cubrir a sus compañeros junto a los pocos afortunados que portaban arcabuces. Cortés contaba con dos únicas ventajas para enfrentarse a la oleada de enemigos: un pequeño grupo de jinetes capaces de marcar la diferencia con sus cargas al estilo táctico europeo y la escalofriante garantía de que los aztecas buscarían apresar vivos a todos y cada uno de los conquistadores para usarlos en sus rituales. Aquella garantía sirvió de excusa para aguantar hasta las últimas consecuencias.

Finalmente, fueron los jinetes castellanos encabezados por el propio Cortés los primeros en arremeter contra la marea, sorprendiendo a los aztecas. La fuerza de la galopada les introdujo en mitad del ejército enemigo antes de retroceder ordenadamente. El extremeño y su caballería repitió este movimiento, carga y huida, una y otra vez, mientras la infantería española recibía las primeras acometidas furiosas. María de Estrada, una de las pocas mujeres españolas que participó en la conquista de México, peleó junto a la infantería con una lanza en la mano «como si fuese uno de los hombres más valerosos del mundo».

Una carga al grito de «Santiago y cierra España»


Pese a las exitosas incursiones de la caballería, la desproporción de fuerzas causó que la infantería formada por españoles y tlaxcaltecas comenzara a retroceder lentamente. De hecho, el flanco protegido por los tlaxcaltecas estaba a punto de derrumbarse completamente cuando Hernán Cortés dispuso un plan para salir con vida de aquella encrucijada.

Tras pasar varios meses en la corte de Moctezuma, el extremeño sabía que en Mesoamérica la muerte del general, e incluso la captura del estandarte del enemigo, se consideraba el fin del combate. También conocía el importante papel que estaba jugando Matlatzincatzin en aquella batalla, quien, bajo un enorme estandarte negro con una cruz blanca sobre fondo rojo, era fácilmente distinguible desde la posición española.

Así, al grito de «Santiago y cierra España», Cortés se abrió pasó junto a cinco jinetes (Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila, Cristóbal de Olid, Rodrigo de Sandoval y Juan de Salamanca) en dirección al jefe militar azteca. Según una leyenda fantasiosa que surgió poco después de la batalla, el Apóstol Santiago, patrón de España, también secundó a caballo la carga casi suicida, como se cuenta que había hecho en varias contiendas contra los musulmanes en la Península Ibérica.

Antes de que la infantería pudiera detener la carga, los jinetes alcanzaron el estado mayor azteca y a Matlatzincatzin. El cihuacóatl vestía un traje de negro de pies a cabeza, con enormes garras en sus pies y manos y un yelmo imitando el aspecto de una serpiente. Pese a su aspecto tétrico, Cortés no tembló en derribarlo y Juan de Salamanca en darle el golpe final antes de apoderarse de su estandarte. Cuando los guerreros de la Triple Alianza vieron a los jinetes castellanos enarbolar el estandarte de su general, dieron la batalla por perdida y comenzaron ellos entonces una desesperada huida hacia Tenochtitlán. «Y con su muerte, cesó aquella guerra», escribió Hernán Cortés a Carlos I de España anunciando el desenlace de la batalla.

Los españoles y sus aliados indígenas se reorganizaron para atacar Tenochtitlán meses después. Un cerco de setenta y cinco días, donde la ciudad quedó muy diezmada por una epidemia de viruela traída por los europeos,marcó el final del Imperio azteca.

Segun otras fuentes

La Batalla tuvo lugar el 8 de julio de 1520 en los llanos de Otumba, México; enfrentándose fuerzas españolas comandadas por Hernán Cortés y mexicas encabezadas por Cuiacoatl. La victoria de los españoles, fue decisiva para la conquista de México por el Imperio Español

La batalla de Otumba fue la última oportunidad del imperio azteca para terminar con los hombres de Hernán Cortés. Los mexicas fracasaron en el asedio al palacio de Axayácatl y en la Noche Triste. 500 españoles cansados, desnutridos, malheridos y sin cañones, se enfrentaban al ejército de la Triple Alianza, Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Probablemente unos 40.000 combatientes.

Tras la Noche Triste del 30 de junio de 1520, donde Hernán Cortés perdió más de la mitad de sus hombres, éste inició la huída con los restos de su ejército en dirección a la ciudad aliada de Tenochtitlán.

Cortés, emprendió el camino a Tlaxcala con menos de 500 hombres, durante el camino fueron constantemente hostigado por bandas de mexicas. El nuevo emperador azteca, Cuitláhuac, decidió aniquilar a los españoles, antes de que llegaran a la tierra de sus aliados los tlaxcaltecas. Un impresionante ejército de unos 40.000 guerreros mexicas, compuesto por tepanecas, tenochcas, xochimilcos, les alcanzó en los llanos de Otumba, a mediados de julio donde les cortó el paso.

Los aztecas confiaban en tomar muchos prisioneros españoles para ofrecérselos en sacrificio a sus dioses. Al frente del ejército azteca, estaba el sumo sacerdote y primer ministro, el Ciuacoatl, la persona más poderosa tras el emperador. Los indios estaba seguros de sus victoria, ya que sus dioses les habían ayudado pocos días antes derrotando a Cortés; y ahora les volverían a ayudar para derrotar definitivamente al odiado invasor.

Los exploradores informaron a Cortés del enorme ejército que les cortaba el paso. Cortés se convenció que no había alternativa, había que combatir para vencer o morir.

Comienza la Batalla de Otumba

Las tropas españolas formaron para el combate y verificaron la enorme diferencia de fuerzas que había entre los dos ejércitos. Observó Cortés que había alguna vacilación entre sus soldados, entonces levantó su formidable voz antes sus soldados y les profetizó la victoria:

[b]“Amigos llegó el momento de vencer ó morir . Castellanos, fuera toda debilidad, fijad vuestra confianza en Dios Todopoderoso y avanzad hacia el enemigo como valientes”[/b] .

Fue tan elocuente su discurso que no le dejaron acabar .

Sus capitanes mostraron tanta confianza como audacia, los soldados respondieron con vivas aclamaciones y todos invocaron a Jesucristo, a la Virgen María y a Santiago.


Entonces comenzó una batalla de las más épicas de la historia de España. Los aztecas rodearon a los españoles, que resistieron inicialmente, recurriendo a las pocas ballestas y arcabuces que les quedaban, las mujeres también luchaban en primera línea .

Con lo que les quedaba de la caballería, al grito de ¡Santiago Cierra España!, los 16 jinetes galoparon contra el enemigo, los soldados les siguieron y en un instante quedaron confundidos y luchando cuerpo a cuerpo mexicas y españoles. Los tlascaltecas, indios aliados de los españoles, se batieron con igual encarnizamiento durante cuatro horas continuadas. A golpe de espada van diezmando el ejército enemigo, mientras sus poderosas armaduras y rodelas les protegen de las mazas y lanzas aztecas. Los caballos, viejos veteranos en batallas cuerpo a cuerpo, coceaban y mordían a los indios. Los jinetes se movían continuamente para evitar ofrecer un blanco fijo. Después de un tiempo, los caballos se reagrupaban y volvía a atacar.

BATALLA OTUMBA SECUENCIA 2

La infantería española, mantenía bien la posición cerrada, aguantando las terribles embestidas de la mole azteca, utilizando sus picas, espadas y bien protegidos por sus corazas y rodelas. Las cargas se iban sucediendo, con dificultades, pero la infantería aguantaban.

Además de los caballos, picas y espadas de los españoles, un problema adicional que tenía los indios aztecas, era la necesidad de conseguir prisioneros para ofrecerlos a sus dioses en los sacrificios humanos y por lo tanto trataban de evitar matar soldados españoles innecesariamente.

JINETES

Los españoles rompieron varias veces las masas enemigas en las cuales hicieron en pocas horas horrible carnicería pero, los indios reemplazaban en el acto las bajas de los muertos con nuevas tropas y volvían a cargar con el mismo entusiasmo e igual valor.

El número de soldados enemigos parecía infinito y los españoles, lógicamente terminarían por ceder. En ese momento Juan de Alvarado identificó, en la cima de un pequeño mogote, al más alto y adornado guerrero azteca, al que identificaron como posible comandante en jefe de los guerreros aztecas. En realidad se trataba del ciuacoatl, sumo sacerdote y primer ministro, la persona más poderosa tras el emperador.

Cuatro indios de los más corpulentos sostenían al ciuacoatl en una especie de palanquín y desde allí daba órdenes a sus guerreros que obedecían con la mayor disciplina. En su mano derecha sostenía el estandarte real, una especie de red de oro macizo pendiente de una pica, rematado con plumas de diversos colores y en el centro había cincelados algunos jeroglíficos.

Cortés identificó la única oportunidad para lograr la victoria y salvarse. Recordó haber oído decir a los tlaxcaltecas que el conservar o perder el estandarte real decidía sus victorias o las de sus enemigos. A partir de aquel instante todos sus esfuerzos se dirigieron a apoderarse de aquel trofeo de guerra. Confiaba en el éxito por el pavor que infundían los caballos en los tlaxcaltecas, llamó a sus capitanes, Gonzalo de Sandoval, Pedro de Alvarado, Cristóbal de Olid y Alonso Dávila les comunicó el proyecto que había concebido y todos se aprestaron a ayudarle en aquella arriesgada empresa. Hernán Cortés les ordenó lo que debían hacer y un momento después 5 jinetes embistieron a media rienda por la parte menos defendida que conducía al centro donde estaba el ciuacoatl.

BATALLA OTUMBA SECUENCIA 3

Se cumplieron las previsiones de Cortés, retirándose los indios al ver aproximarse los caballos y antes de que se repusieran de su sorpresa, los cinco jinetes llegaron sin detenerse a la posición donde se encontraba el ciuacoatl. Una vez allí Hernán Cortés le dio tan terrible lanzazo que al primer envite le sacó fuera del palanquín cayendo en tierra y sufriendo una mortal herida.

BATALLA OTUMBA SECUENCIA 4


Juan de Salamanca que se hallaba cerca de lugar donde murió el caudillo azteca, tomó el estandarte y se lo entregó a Hernán Cortes; quien montado en su caballo, izó el estandarte azteca agitándolo para que fuera vista como señal de victoria de los españoles. Los aztecas al ver el estandarte de su imperio en poder del enemigo y muerto el ciuacoatl, se atemorizaron, rompieron filas y huyeron en desbandada, siendo perseguidos por la caballería española y aliados tlaxcalas, quedando el llano de Otumba cubierto por más de 5.000 cadáveres aztecas. Quién hubiera creído, cuatro hora antes, que un puñado de 500 aventureros pudieran haber puesto en fuga a un formidable ejército de 40.000 guerreros indios.

De esta manera terminó la célebre batalla de Otumba del 8 de julio de 1520, una de las páginas más brillantes de la historia de la conquista del Nuevo Mundo y el hecho más gloriosos de la vida de Hernán Cortes.

Los españoles pasaron la noche en un templo azteca cercano al campo de batalla en el que cantaron a coro un solemne Tedeum en acción de gracias por su haber salvado la vida. A la mañana siguiente Hernán Cortés organizó con sus capitanes sus fuerzas para proseguir su marcha, todo había terminado y Cortes ya podía continuar su camino a Tlaxcala .

Había transcurrido un año desde que entraron en Tenochtitlan y un año y medio desde que desembarcaron, el ánimo de Cortés debería estar temeroso y anhelante por llegar a tierras tlaxcalteca y conocer su futuro, y ver el apoyo con el que podían contar.

Consecuencia de la Batalla de Otumba


Esta singular victoria puso en manos de Hernán Cortés casi todo el imperio azteca. Los pocos indios que escaparon de la batalla de Otumba aterrorizaron a los azteca con las explicaciones y descripciones de los ocurrido, quedaron intimidados por el valor por los españoles en la batalla de Otumba. Hernán Cortés prosiguió libremente su camino a Tlaxcala y algunas otras provincias.

El emperador Cuitláhuac propuso a los tlaxcaltecas la paz a cambio de entregar a Cortes y sus hombres, pero estos rechazaron el ofrecimiento y acordaron una nueva alianza con los españoles para reconquistar Tenochtitlan.

El 10 de mayo de 1521, Olid y Alvarado inician el asedio a Tenochtitlan, el objetivo es dejar sin agua potable a los mexica. Los mexica, que estaban custodiando el caño, ofrecieron resistencia pero no lograron impedir el control del caño de agua por las tropas españolas.

El 30 de junio de 1521 Cortes atacaba la capital con su ejército reforzado con 80.000 tlaxcaltecas y con más soldados españoles procedentes de expediciones enviadas a Veracruz. Los españoles entraron a sangre y fuego en la ciudad arrasándolo todo a su paso.

Finalmente, el 13 de agosto de 1521, Cuauhtémoc, sucesor de Cuitláhuac, que había muerto de viruela, salía de Tenochtitlan para negociar la rendición, siendo detenido en Tlatelolco, mientras la ciudad caía e sus manos.

Los conquistadores y demás aliados mataron a más de 40.000 mexicas. Hernán Cortes había logrado su objetivo.

Los Sacrificios Humanos de los Mexicas

Los aztecas vivían según su calendario religioso de 18 meses, compuesto cada uno de 20 días, y muchas de las celebraciones religiosas incluían sacrificios humanos abundantes, para apaciguar a sus dioses. La religión mexica aconsejaba los sacrificios humanos para asegurar la supervivencia del sol y con ello salvar el universo de su destrucción.

Los mexicas ofrecía a sus dioses sacrificios humanos, normalmente prisioneros. El proceso, un solemne ritual iniciático, tenía lugar en la Piedra de los Sacrificios del templo. Mientras cuatro sacerdotes sujetaban al prisionero, el sumo sacerdote le extraían el corazón y después le cortaba la cabeza. El corazón era guardado en un recipiente sagrado, y el cuerpo era arrojado por las escaleras de la pirámide. El guerrero que capturó al prisionero tenía derecho a celebrar con él un banquete.

El sacrificio era seguido del canibalismo en una fiesta. Durante mucho tiempo se dudó de lo códices indios y de los textos de los conquistadores españoles que hablaban del canibalismo de los aztecas. Recientemente se han confirmado científicamente el canibalismo en una cultura mexica.

SACRIFICIOS HUMANOS AZTECAS

La práctica del sacrificio humano por los aztecas, fue condenada por los conquistadores españoles a su llegada a América. Restos humanos encontrados en las inmediaciones de los templos, han verifican que también hombres y mujeres españolas fueron sacrificados en estos templos mexicas para satisfacer a sus dioses .



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Marco Tulio Cicerón.

Brasilla
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 11:45

LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES


EL LINCHAMIENTO DE SEGOVIA


En febrero de 1518 el rey Carlos I se presentó en Valladolid ante las Cortes de Castilla rodeado de asesores flamencos y sin casi ser capaz de hablar castellano; causando una pésima impresión. El reino llevaba muchos años de inestabilidad a causa del vacío de poder provocado por la incapacitación de la reina Juana I, por la temprana muerte de su marido Felipe de Borgoña, por las dos regencias del cardenal Cisneros y por la regencia del antiguo rey consorte: Fernando el Católico. Por ello los dirigentes de Castilla opinaban que el reino requería de una suma atención por parte de un líder dotado de una autoridad incuestionable.

Por el contrario, éste rey de solo 17 años se dedicó a organizar torneos hasta conquistar a la viuda de su abuelo Germana de Foix, así como a repartir los principales empleos del reino entre amigos sin experiencia. Causó especial perplejidad que el trascendental cargo de arzobispo de Toledo (y Primado de España) se le encomendara a un flamenco de 20 años. Muy pronto, los predicadores de las órdenes religiosas se convirtieron en los portavoces del descontento por la actitud del rey y de su séquito; aparecieron clavados pasquines con textos como el siguiente: “Tu, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor”.

Un año después de haberse presentado ante las Cortes, y sin todavía haber llegado a ganarse la confianza de las fuerzas vivas del reino, Carlos I fue elegido emperador. Por eso Castilla pasaba a ser una parte más de un Imperio cuyo centro de decisión estaba a miles de kilómetros; algo sin precedentes para Castilla. A comienzos de abril de 1520 los procuradores que representaban a las ciudades en las Cortes fueron convocados en Santiago de Compostela. Se creó un ambiente muy hostil hacia el joven rey porque ya se sabía que el motivo sería la votación de nuevos impuestos para el pago de los votos de los príncipes electores del cargo imperial, así como para el pago de los fastos de la aceptación del honor. En Salamanca predicadores divulgaron escritos animando a resistirse, en los que emplean por primera vez el término “Comunidades”; en tanto que el pueblo de Toledo impidió la salida de sus procuradores a Cortes, haciéndose cargo del gobierno de la ciudad.

Dos años después se muere el rey Manuel. Con la Guerra de las Comunidades casi acabada y los franceses expulsados de Navarra, Castilla volvía a ser una temible potencia. Nada más ser proclamado Rey en diciembre de 1521, su hermano Juan III pacta con su primo Carlos un doble matrimonio: éste se casaría con su hermana Isabel de Portugal, en tanto que Juan contraería matrimonio con Catalina de Austria (la hermana pequeña de Carlos y de Leonor).

Desde que nació, Catalina había estado encerrada en Tordesillas haciéndole compañía a su madre la reina Juana la loca. Haberse pasado toda la vida en tan terrible ambiente hizo que Catalina no tuviera el buen carácter de Leonor (ni tampoco su belleza). Fue un mal cambio para Juan III, pero de ese modo se aseguraba evitar la guerra con su poderosísimo primo y vecino; el pacto también le obligaba a Juan a entregarle a Carlos una astronómica dote de oro. Garantizada la paz peninsular, Leonor de Austria regresó a Castilla con su hermano, debiendo dejar allí a su hija María —de solo seis meses de edad—.

Debieron de pasar muchos días y fuertes presiones hasta conseguir que las Cortes votasen la recaudación del dinero que necesitaba. Finalmente, una vez arrancada a los procuradores la decisión de cobrar nuevos impuestos para financiar los gastos de acceso a la dignidad imperial, el rey Carlos I se marchó hacia Alemania con su séquito.

En manos del regente cardenal Adriano de Utrecht quedó al mando de un reino enfurecido por la forma en que venían siendo tratados, y que desconfiaba de la fidelidad de los procuradores que les representaban; pues estos habían desoído las instrucciones que les habían dado. Al fallarle sus representantes legales, los ciudadanos empezaron a elegir a unos nuevos líderes de estas comunidades, preparándose el ambiente para que se produjera la sublevación de los comuneros (el nombre que se fue extendiendo).

El 29 de mayo regresaban de las Cortes de la Coruña los procuradores Juan Vázquez del Espinar y Rodrigo de Tordesillas, siendo advertidos del linchamiento en la ciudad de Segovia de dos alguaciles del rey. Les explicaron que la causa del crimen había sido la noticia de que ambos procuradores habían votado a favor de conceder la gran suma de dinero que había solicitado para pagar los gastos de su elección como emperador. Vázquez del Espinar recomendó a su compañero que se quedase en su casa de El Espinar hasta que la situación en Segovia se calmara; pero el procurador Tordesillas —casado recientemente y con la conciencia tranquila— regresó a su casa; cuando entraba de anochecida fue advertido por una voz desconocida para que no saliera de la misma.

Al día siguiente el procurador se puso las vestimentas de su cargo y se dirigió hacia la iglesia de San Miguel, pues al carecerse de un edificio municipal allí es donde se reunían el alcalde, los regidores, escribanos y demás responsables del ayuntamiento. Enterado de que el procurador se dirigía hacia allí, el cura párroco de dicha iglesia le salió a buscar, intentando convencerle para que se escondiera. Pero él decidió seguir adelante. La primitiva Iglesia de San Miguel se encontraba en medio de la actual Plaza Mayor de Segovia, donde actualmente está el quiosco de la música; en 1532 se demolió para ampliar la plaza, trasladándose unas decenas de metros hasta su ubicación actual. Si se visita la “nueva” iglesia gótica de San Miguel se puede ver la portada románica de la antigua iglesia; delante de esta ocurrió el drama.

El gentío se arremolinó frente a la portada del templo aporreando la puerta y amenazando con tirarla abajo si no se le dejaba entrar a participar en la discusión. Para evitar el asalto del templo el procurador salió afuera e intentó leer en alto un escrito que llevaba consigo; pero los amotinados se lo arrancaron de las manos y le hicieron callar. Le echaron una soga al cuello y se lo llevaron por la actual calle Infanta Isabel hasta la Cárcel Real. El actual edificio de la biblioteca es del siglo XVII —en la calle Juan Bravo 11— y sustituye a aquella cárcel. Se trataba de un monasterio cisterciense del siglo X que había sido adaptado para ese uso, donde estuvo detenido tiempo después el dramaturgo Lope de Vega; el actual edificio ocupa ese espacio y contiene elementos del inmueble anterior.

Los insurrectos no disponían de las llaves y los carceleros no se atrevieron a abrirles la puerta; por lo tanto, les resultaba imposible encerrarle en ella. Ante el dilema acerca de qué hacer con el, la turba decidió ejecutarlo; por ello se encaminaron con el desgraciado hacia el lugar habitual de las ejecuciones. Con una soga al cuello lo fueron arrastrando por las actuales calles Juan Bravo y Cervantes hasta cruzar la muralla. Al ser informados de lo que estaba ocurriendo, el dean de la catedral y varios canónigos se pusieron sus vestimentas solemnes y tomaron el Santísimo con una hostia consagrada para tratar de alcanzar a la multitud. Pero para cuando salieron de la catedral la multitud ya había pasado la Plaza del Azoguejo (donde está el Acueducto) y subía la calle de San Francisco; frente al Convento de San Francisco.

Tras la desamortización el Convento de los Franciscanos se transformó en Academia de artillería.
En San Francisco les salieron al paso el prior de ese convento —que resultó ser el hermano del procurador— y todos los monjes. Los franciscanos se arrodillaron ante la multitud, rogando que no lo mataran. Mientras tanto, el pobre Tordesillas rogaba que le dejaran confesarse. Los amotinados autorizaron a uno de los monjes le escuchase una breve confesión. Pero como quiera que el monje le retiró la soga del cuello para que pudiera hablar mejor, los sublevados le arrebataron de las manos al desgraciado antes de que le diera tiempo a finalizar la confesión y darle la absolución.


Desde San Francisco los amotinados arrastraron con la soga a Tordesillas por la calle hacia arriba. En recuerdo de aquel día esa calle se llama “De la muerte y de la vida”. Cuando llegaron a la plaza de Santa Eulalia ‒donde en aquella época estaba el lugar de las ejecuciones– les salieron al paso los curas de la iglesia de Santa Eulalia con el Santo Sacramento en la mano; iban acompañados de algunos caballeros armados con espadas que exigieron que lo soltaran. Pero la turba se impuso, dirigiéndose con el prisionero hacia el patíbulo en el que colgaban los cadáveres de los dos alguaciles asesinados los días anteriores. Pero para cuando subieron al procurador, éste ya había muerto por asfixia a causa de los tirones de la soga. El cuerpo de Tordesillas fue colgado del cuello como los otros dos. Era el 30 de mayo de 1520; fecha en la que la sublevación de los comuneros toma carta de naturaleza.

Diez días después del linchamiento de Segovia el regente Adriano de Utrecht ordenó a Rodrigo Ronquillo –alcalde de Zamora‒ investigar la muerte de Tordesillas y castigar a los culpables. Lo que hasta entonces había sido el motín se transformó en la sublevación de los comuneros del sur de Castilla.


QUEMA DE MEDINA DEL CAMPO

Al divulgarse por todas partes el espectacular linchamiento del procurador Tordesillas en Segovia, el cardenal Adriano de Utrecht –regente de Castilla– se enfrentó con una sublevación revolucionaria como no se había visto en el Reino. Para tratar de controlar la situación, el 10 de junio ordenó a Rodrigo Ronquillo –alcalde de Zamora y famoso por su dureza– reunir un ejército con el fin de tomar la ciudad, reinstaurar el orden y dar un ejemplar castigo a los comuneros de Segovia. Mientras la ciudad se encontraba en una efervescencia revolucionaria, la guarnición del Alcázar de Segovia se mantuvo fiel al Rey; pero no podía salir, pues estaba asediada por las milicias capitaneadas por Juan Bravo.

Los comuneros segovianos realizaron un boquete en primitiva la catedral románica para colocar artillería con la que bombardear directamente el Alcázar (que entonces se encontraba justo enfrente). Los destrozos y los derrumbamientos subsiguientes fueron tan graves que la catedral de Segovia se arruinó. Lo que quedaba fue demolido, y la catedral se movió mucho más lejos de la fortaleza (al lado de la Plaza Mayor) edificándose una nueva catedral en estilo gótico-renacentista. Mientras tanto, la situación de los defensores del Alcázar se agravaba. Las tropas «realistas» situadas en Santa María La Real de Nieva trataban de hacer llegar suministros al Alcázar y evitar que los segovianos recibieran víveres.

Para hacerse una idea del ambiente de excitación y desafío de aquellos días, conviene constatar lo siguiente. Al saber los comuneros segovianos que el Alcalde Ronquillo se acercaba a la ciudad con su ejército, un grupo de ciudadanos decidieron marchar con maderos y herramientas hasta el arrabal de la ciudad. Al llegar al lugar donde se celebraban habitualmente las ejecuciones —enfrente de la Iglesia de Santa Eulalia— se pusieron a construir un segundo patíbulo al lado de aquel en que pendían desde hacía días los cadáveres de los dos alguaciles y del procurador Tordesillas; y allí pusieron un cartel de que esa horca estaba destinada para Ronquillo. Como jefe de la milicia segoviana, Juan Bravo envió emisarios pidiendo ayuda a las demás ciudades. Solo dos respondieron positivamente: Juan de Zapata llegó al frente de las milicias de Madrid y Juan de Padilla con las tropas de Toledo.

Los tres capitanes comuneros se reunieron en la ciudad integraron sus milicias ciudadanas en un emergente ejército comunero. Éste derrotó al ejército de Ronquillo en Zamarramala (a las afueras de Segovia). Como Ronquillo había nacido en Arévalo y tenía allí apoyos, decidió refugiarse en su castillo. Poco después se reunió con él otro partidario del Rey: Antonio de Fonseca —Señor del Castillo de Coca (cerca de Segovia y de Arévalo)— acompañado de su mesnada de vasallos. El ejército “realista” ganó fuerza, pero carecía de una artillería con la que derribar unas murallas; por ello dedicó su caballería a ayudar a los defensores del Alcázar segoviano y a hostigar a los comuneros.

Juan de Padilla convocó a las ciudades con representación en Las Cortes para que acudieran a una reunión. El 29 de junio se encontraron en la capilla de San Bernabé de la catedral de Ávila los representantes de 5 de las 14 ciudades con derecho a asiento en las Cortes de Castilla: Ávila, Salamanca, Segovia, Toro y Zamora;. Durante la misma organizaron una Junta Santa que se hiciera cargo del gobierno del Reino, anulando los nuevos impuestos votados en La Coruña, reservándose los nombramientos de cargos para los castellanos y decidiendo que designaría a un castellano como regente del reino en sustitución de Adriano de Utrecht. En ella también se nombró jefe del ejército comunero a Juan de Padilla.

El ejército «realista» situado en Arévalo disponía de una caballería superior pero sin artillería no podía tomar Segovia y socorrer al Alcázar. Consciente de esto, el regente Adriano de Utrecht ordenó que se hicieran con la artillería que se guardaba en Medina del Campo. El ejército del rey llegó el día 21 de agosto por la mañana a las puertas de Medina del Campo. Su jefe Antonio Fonseca le instó al corregidor (el alcalde nombrado por el rey) para que le entregase la artillería; y éste accedió. Pero los vecinos se opusieron. Estos cogieron las piezas de artillería y las situaron en la Plaza Mayor, frente al Ayuntamiento; les quitaron las cureñas y las ruedas para que no pudieran ser transportadas en caso de resultar finalmente capturadas. Finalmente, cerraron todas las puertas, se atrincheraron y se prepararon para defenderlas.

Al no poder avanzar, Antonio Fonseca ordenó que se pegara fuego a edificios situados en tres lugares distintos del pueblo; entre ellos, el Monasterio de San Francisco. Con esa estrategia pretendían que los vecinos abandonasen sus puestos para apagar las llamas, permitiendo que sus tropas tomaran los cañones. Pero el fuego se extendió muy rápido mientras que los vecinos no se movían de sus sitios alrededor de la artillería. Al comprobar la catástrofe que acababan de desatar, Fonseca dio orden de retirada a las tropas. Mientras regresaban a Arévalo sin las piezas de artillería y los vecinos trataban de apagar el incendio, la mayoría de la población huía despavorida. Para cuando se consiguió apagar el incendio, ya se habían calcinado trescientas cincuenta casas, incluido el edificio en que estaban almacenadas todas las mercancías de los comerciantes de este importante mercado.

Los vecinos se tomaron la justicia por su mano con los que consideraron simpatizantes del Rey. Uno de los regidores partidarios de entregar la artillería fue acuchillado y tirado por una ventana. Ávidos de venganza, los de Medina del Campo se dirigieron contra el castillo «realista» de Alaejos, tomándolo.

Dos días después llegó la noticia a Segovia. Los regidores segovianos escribieron a los de Medina del Campo en los siguientes términos: “…Dios nuestro Señor nos sea testigo, que si quemaron de esa villa las casas, a nosotros abrasaron las entrañas, y que quisiéramos más perder las vidas, que no que se perdieran tantas haciendas. Pero, tened, señores, por cierto que, pues Medina se perdió por Segovia, o de Segovia no quedará memoria, o Segovia vengará la su injuria a Medina”. Inmediatamente, los comuneros segovianos organizaron una expedición para tratar de vengarse de Fonseca atacando su castillo de Coca; pero al carecer de artillería de asedio, no consiguieron conquistarlo.

Al extenderse por toda Castilla la noticia de la quema de Medina del Campo, numerosas ciudades que habían permanecido tranquilas se sumaron a la rebelión. El miedo se apoderó de Ronquillo, que se retiró de Santa María la Real de Nieva, cejando en el aislamiento de Segovia. Al llegar a Medina del Campo el ejército comunero de Juan de Padilla, los habitantes le entregaron la artillería que tanto les había costado defender. La quema de Medina del Campo tuvo también consecuencias para su autor: Fonseca dejó el mando de sus tropas y viajó a Alemania para verle al ya Emperador y explicar su conducta.

Acabada la Guerra de las Comunidades hubo un pleito en el que se solicitó el pago de daños y perjuicios por aquellos hechos; pues una gran paradoja resultó ser el que los propietarios más perjudicados fueron mercaderes partidarios del Emperador.

La quema de Medina del Campo aquel 21 de agosto de 1520 se convirtió en un ejemplo de la iniciativa espontanea de la gente para defender causas populares, así como el del terrible precio que se puede llegar a pagar por la solidaridad. La ciudad de Segovia la pondría el nombre de Plaza de Medina del Campo a una de las más céntricas y bellas de Segovia intramuros.

Además, el paso del tiempo no ha hecho que aquellos sucesos se olviden. Son recordado cada año en la ciudad de Segovia por los más autonomistas, que realizan un acto de hermanamiento en la plaza de Medina del Campo, donde está situada también la estatua dedicada a Juan Bravo.

En Medina del Campo también se recuerda aquel evento de la Guerra de las Comunidades en forma festiva; una cita anual en la que los vecinos se visten con trajes de época y colaboran en actividades lúdicas. Cada mes de agosto hay una Feria de Imperiales y comuneros que el día 21 del mes se convierte en una conmemoración teatralizada de la Quema de Medina del Campo.


Batalla de Villalar y ejecución de Padilla, Bravo y Maldonado

La quema de Medina del Campo por las tropas leales al Rey provocó la indignación de toda Castilla. Valladolid y muchas ciudades que habían permanecido expectantes se unieron en unas nueva organización de carácter revolucionario que adoptó el nombre de Cortes y Junta General del Reino. El 24 de septiembre de 1520 sus representantes se entrevistaron en el castillo de Tordesillas con la reina-madre Juana la loca, tratando que esta recuperase legalmente el control del gobierno; algo que ella rechazó.

Mientras los procuradores de las ciudades sublevadas detenían a los integrantes del Consejo Real y tomaban el poder, los vasallos de algunos aristócratas se sublevaban contra sus Señores; ese fue el caso de los habitantes de Dueñas, que se levantaron contra el Duque de Buendía. El cariz anti-aristocrático que fue tomando el movimiento provocó que muchos nobles castellanos que inicialmente estuvieron en contra del Emperador y de sus consejeros extranjeros, decidieran que era un mal menor apoyarle si de esa manera evitaban perder el control de los vasallos que les pagaban los tributos.

Para recuperar popularidad y tratar de disociarse de la indignación generada por la quema de Medina del Campo, el cardenal Adriano de Utrecht puso a dos nuevos nobles al frente del ejército del Rey: el Condestable de Castilla Iñigo de Velasco y el Almirante de Castilla Fadrique Enríquez. El ejército comunero llegó a reunir hasta 17.000 hombres pletóricos de moral.

Pero entonces Juan Bravo perdió el generalato en favor de Pedro Girón —importante aristócrata y ex-miembro del Consejo Real— a causa de la diferencia de linaje. Un despechado Padilla regresó a Toledo con sus tropas. Pero en muy pocos meses la situación militar tuvo un vuelco; la derrota en la batalla de Tordesillas les privó de la custodia de la reina-madre Juana la loca, la importante ciudad de Burgos se puso a favor del Emperador y Girón dimitió y desertó. En diciembre de 1520 fue reclamado urgentemente Juan de Padilla, que regresó a marchas forzadas con un nuevas tropas reclutadas en Toledo.

Al reunirse con las desmoralizados comuneros, reorganizó el ejército; éste incluía una buena artillería y numerosos arcabuceros, pero que tenía muy pocos jinetes. A pesar de todo, con ellos consiguió conquistar el castillo de Torrelobatón. A pesar de esa victoria Padilla tenía un grave problema de autoridad, pues numerosos capitanes y procuradores interferían en sus decisiones. En sus inmediaciones se colocó el ejército imperial comandado por Iñigo de Velasco —condestable de Castilla— con gran contingente de caballería en el que figuraba la gran mayoría de los nobles castellanos; por ello los imperiales tenía una gran ventaja de producirse una batalla en las grandes llanuras de los alrededores.

Por su parte, los comuneros tenían la ventaja de estar fortificados y disponer de una potencia de fuego superior, tanto por la artillería que habían recogido tras la quema de Medina del Campo como por la gran cantidad de milicianos de las ciudades que disponían de arcabuces. El hecho de que esos días lloviera y el campo estuviera muy pesado para el movimiento de tropas y la evolución de la caballería era una ventaja a favor de los comuneros. Las tropas imperiales se hallaban incómodamente acantonadas en el pequeño pueblo de Peñaflor de Hornija; impacientes de entrar en combate pero sin ver la oportunidad de poder organizar un asedio del castillo.

Se extendió entre los comuneros el miedo a quedar aislados frente a un ejército muy superior. Tras largas discusiones con los numerosos procuradores y capitanes comuneros, en la madrugada del 23 de abril Padilla dio órdenes a su ejército para dirigirse bajo la lluvia hacia la ciudad comunera de Toro; allí esperaban incorporar más tropas y poder enfrentarse a los imperiales. Al comenzar a moverse las tropas del Emperador comenzaron a seguirles. Pero los comuneros llevaban mucha artillería que arrastrar por el enfangado camino y casi todas sus tropas iban a pié, en tanto que los efectivos de Iñigo de Velasco contaban con una numerosa caballería.

Al darse cuenta Padilla que iba ser imposible llegar a Toro sin combatir contra un ejército superior, trató de situar al ejército comunero en una posición aventajada en el pueblo de Vega de Valdetronco; pero sus tropas deseaban llegar a Toro cuanto antes y no le obedecieron. Por eso el ejército comunero continuó el camino, con los imperiales cada vez más cerca. Al llegar a las inmediaciones del pueblo de Villalar el ejército comunero debió de prepararse precipitadamente para el combate pues la caballería del Condestable ya alcanzaba a su retaguardia.

Padilla trató de fortificarse en el pueblo, colocando en sus calles los cañones; mientras tanto, los últimos de su ejército fueron alcanzados por la caballería imperial en un lugar llamado Puente del Fierro. Los cansados soldados fueron fácilmente derrotados por los jinetes, produciéndose una auténtica masacre. Muchos de los comuneros que habían alcanzado el pueblo, en lugar de ponerse en formación para combatir, sustituyeron las cruces rojas de su uniforme por cruces blancas —el distintivo que llevaban las tropas del emperador— y se dieron a la fuga aprovechando la confusión. Ante la desbandada, Padilla y cinco escuderos hicieron una carga contra la caballería imperial al grito de «Santiago y libertad»; pero tanto ellos como el resto de capitanes comuneros que se quedaron luchando fueron capturados por los imperiales. Para cuando la infantería del ejército imperial llegó al lugar, la batalla de Villalar ya había acabado.

Al día siguiente los señores alcaldes Cornejo, Salmerón y Alcalá juzgaron a los capitanes Juan de Padilla, Juan Bravo, Francisco Maldonado y Pedro Maldonado. Tras declarárseles traidores a la Corona, fueron sentenciados a muerte, a la confiscación de sus bienes y a la pérdida de sus cargos. Intervino entonces el Conde de Benavente —influyente consejero del Emperador y tío de la esposa de Pedro Maldonado— consiguiendo que se respetase la vida del segundo de los Maldonados. Tras comunicárseles la sentencia a los reos, se les dio tiempo para escribir a sus familias y confesarse. Juan de Padilla redactó dos cartas de despedida, una a su esposa María Pacheco y otra a sus conciudadanos de Toledo. A continuación, los tres condenados a muerte fueron llevados al cadalso improvisado en la plaza del mercado del pueblo de Villalar.

Allí fue donde se produjeron los siguientes hechos. Cuando el pregonero se encontraba leyendo la mencionada sentencia: “Esta es la justicia que manda hacer Su Majestad y su condestable y los gobernadores en su nombre a estos caballeros: mándalos degollar por traidores…”

El condenado Juan Bravo le interrumpió gritando: “mientes tu y aún quien te manda decir; traidores no, más celosos del bien público si, y defensores de la libertad del reino”. Entonces Padilla intervino: “Señor Juan Bravo: ayer era día de pelear como caballeros, y hoy de morir como cristianos”. A continuación Juan Bravo solicitó al verdugo ser decapitado antes que Padilla, con el argumento de que no quería ver morir al hombre más valiente y más bueno de Toledo. Y así se hizo.

La resistencia en todas las ciudades comuneras se desmoronó rápidamente, enviando sus regidores solicitudes de perdón al Emperador, y huyendo muchos de ellos. Mantuvieron la resistencia las ciudades de Madrid y de Toledo; en esta última estaban el Obispo Acuña y María Pacheco.

Tres siglos después, en 1821 el Gobierno Liberal envió a El Empecinado —general y antiguo guerrillero de la Guerra de la Independencia— con el objeto de recuperar los cadáveres de los capitanes ejecutados y conmemorar la memoria de la batalla de Villalar. Así el Estado deseaba consagrarles como defensores de los derechos y libertades de los habitantes de Castilla (y de España en su conjunto) frente al poder absoluto del Rey; así como la defensa de los intereses nacionales frente a los extranjeros.

El simbolismo de aquellos ajusticiamientos continuó décadas después. En 1889 Práxedes Sagasta —presidente del Consejo de Ministros y líder del Partido Liberal— ordenó que se sustituyera el rollo de justicia de la Plaza Mayor de Villalar por un gran monolito conmemorativo. El pináculo de ese rollo jurisdiccional quedó depositado en el ayuntamiento de Villalar (donde se exhibe a quien visite el edificio), celebrándose la primera fiesta conmemorativa de los comuneros en la localidad.

En 1932 —durante el primer gobierno de la Segunda República— el pueblo pasa a denominarse Villalar de los Comuneros. Los actos conmemorando la batalla de Villalar se interrumpieron desde el inicio de la Guerra de 1936 hasta la muerte del general Franco. A partir de 1976 cada 23 de abril se vienen celebrando en la localidad actos conmemorativos castellanistas en Villalar, recordándose la derrota comunera.

Al aprobarse en 1983 el Estatuto de Autonomía de Castilla y León, en su artículo 6.3 se designa el 23 de abril como día oficial de Castilla y León. Desde hace algunos años en la noche del 22 se celebran actuaciones musicales y una gran acampada libre siendo al día siguiente los actos políticos. En el paraje de Puente del Fierro —escenario de la Batalla de Villalar— en el año 2004 se levantó un monumento conmemorativo de la batalla de Villalar.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:


Contra todo pronóstico, la destrucción del ejército comunero y la ejecución de sus capitanes no supuso el fin de la guerra, pues esta fue continuada por la viuda de Padilla: la indomable María Pacheco, defensora de Toledo
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 16 Ene 2018 12:49

Batalla de las NAVAS DE ESQUIROZ


Al fallecimiento del Rey Católico y tras la regencia de Cisneros, llegó a Espa­ña el nuevo rey, Carlos I. Al no considerar los españoles que la Corte que traía el rey guardaban las prerrogativas de su patria, se levantaron contra él muchas poblaciones importantes y las célebres Comunidades de Castilla, capitaneadas por Padilla, Bravo y Maldonado, que pagaron con su vida tal audacia.

De estas discordias civiles se aprovechó el rey francés Francisco I, envidioso del poderío de Carlos y enviando un ejército de 12 mil infantes y 800 caballos, al mando del general Lesparre, intentó establecer en el reino de Navarra a su favorito Enrique de Labrit. En dicha acción logró apoderarse de la ciudadela de Pamplona, donde fue herido Ignacio de Loyola. Ensoberbecido por sus iniciales triunfos, el rey francés puso sitio a Logroño, que fue valientemente defendida, hasta que con la lle­gada de los refuerzos del duque de Nájera, los franceses levantaron el campo y se retiraron a Pamplona, perseguidos por el ejército español.

El general Lesparre consciente de la persecución, busca una buena posición estratégica entre Pamplona y Puente la Reina, apoyando los flancos en la Sierra de Perdón.

El duque de Nájera, que observó la astucia francesa, determinó traspasar la sierra sin que se apercibiera el enemigo. Para ello se situó en el pueblo de Esquiroz, entre los franceses y Pamplona.

Apercibidos finalmente los franceses, se aprestaron al combate. La batalla co­nocida como “Navas de Esquiroz” tuvo lugar el 30 de junio de 1.521. La victoria se decantó del lado español que ocupó Pamplona sin resistencia y acabó con la tentativa del rey de Francia de recuperar el reino de Navarra.

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