Mi Credo
Publicado: 27 Jun 2010 10:52
Hace poco encontré en un libro la siguiente reflexión sobre el tema del control de armas por parte del Estado. Personalmente, la suscribo por completo. Os la ofrezco aquí, a modo de "Salida del Armero", por lo que pudiera serviros para vuestra propia reflexión al respecto:
>>En lo que a mí respecta, nunca ha dejado de extrañarme que, cuando se trata de armas, haya tanto supuesto “liberal” que vea el progresismo, no en la concesión de un derecho, sino en su prohibición. En un mundo ideal (y aquí viene la perogrullada, si suponemos por un instante que podemos ponernos de acuerdo en qué sea eso de “ideal”) no habría armas... o no las habría, por lo menos, para matarnos los unos a los otros como Dios nos mata a todos desde su indetectable nido de francotirador. Pero nuestro mundo es cualquier cosa menos ideal y la prohibición del derecho del ciudadano a las armas no resulta ni mucho menos en la erradicación de la violencia, sino en el siguiente estado de cosas: que los denostados instrumentos quedan, por arriba, en manos de las fuerzas armadas (agresoras y represoras) del Estado y, por debajo, en manos de todos aquellos criminales que se sienten lo bastante ajenos al sistema como para no necesitar de su anuencia, permisos y licencias. Dado que las fuerzas armadas (agresoras y represoras) obedecen cerrilmente al Estado, y dado que éste, como bien demuestra la historia antigua, media y reciente de nuestra civilización, puede volverse criminal en un parpadear de ojos, la ciudadanía desarmada se halla en realidad en medio del fuego cruzado entre dos colectivos criminales, los que lo son “en acto” y los que lo son “en potencia”, para decirlo en román aristotelino. Qué pueda haber de “progresista” en una situación como ésta es algo que estoy lejos, muy lejos de comprender. Ya lo dice ese hoplófilo redomado de Boston T. Party en algún lugar de su Gun Bible: “Armed men are citizens; disarmed men are subjects”; e insiste: “I am a “freedom nut” and guns —with the responsibility, training, and will to properly use them— are “liberty’s teeth””.
>>Siguiendo esta corriente de asociación de ideas, quizá un tanto desordenada, me viene a la cabeza ahora un libro que hojeé tiempo atrás en el aeropuerto de lo que todavía era Barcelona. No recuerdo ni el título ni el nombre de la autora, pero se trataba de la última novela de una de aquellas escribientes de moda que “había que leer”, apreciada sobre todo entre las burguesas locales de más de treinta años y de una tendencia cosméticamente filoizquierdista. Leí apenas unas pocas frases de la primera página antes de devolver, inapetente, el libro a su estantería; pero me llamó la atención el modo en que la voz narrativa hablaba del culo de su pareja: un culo blando, decía, que ella, al enamorarse del hombre en cuestión, había querido interpretar como síntoma de una delicada sensibilidad, pero que después se había visto forzada a sumarlo a la ristra de decepciones adscritas al defenestrado sujeto. Y éste es el problema, en efecto, que desde que los nazis elevaron el deporte a culto nacional, existe una difundida propensión a tomar los culos blandos —y con él todo el resto de la flácida estructura— por lo que no son. Porque no por tener el culo blando, la ciudadanía desarmada se olvida de odiar y de matar. ¿Un AK74, un M16, un lanzagranadas...? Que yo sepa le basta con un cuchillo de cocina, un ladrillo, una almohada o, peor, el veneno indetectable de una mirada sostenida de día en día, año en año, inoculando gota a gota un suero de aversión hasta el colapso total de la víctima... ¿Es preferible ese colectivo marrullero a una comunidad de individuos maduros por la posesión y el ejercicio de sus derechos?, ¿no es eso justamente lo que nos hace responsables?.
>>Así es como yo lo veo: hay dos tipos de personas: unas parece como que quisieran reconstruir la vieja e idealizada relación paternofilial pero poniendo ahora al Estado en substitución de la añeja figura autoritaria; otras alcanzamos la mayoría de edad hartos de cortapisas, habiendo aprendido en el intento de crecer que —salvo casos excepcionales— los padres son el primer obstáculo y que, con su obsesión de llevarnos por el camino de la “norma”, constituyen el mayor de los peligros para el desarrollo de nuestra individualidad. El Estado es todo eso pero magnificado hasta lo indecible. Cuanto mayores y más invasivos los métodos de vigilancia que despliega con la excusa de protegernos de nosotros mismos, menos espacio para la singularidad... por mucho que ahora, con toda su hipocresía mediática y tecnocrática, se erija en paladín de la diversidad y de los derechos de las minorías. Es falso: lo que hace es intentar crear tipologías bajo control y, muy pronto, la única libertad que nos quedará será la que podamos hallar en las rendijas del sistema, donde pasemos tan desapercibidos como las ratas a la mirada paternalista de nuestros desvelados gobernantes.<<
>>En lo que a mí respecta, nunca ha dejado de extrañarme que, cuando se trata de armas, haya tanto supuesto “liberal” que vea el progresismo, no en la concesión de un derecho, sino en su prohibición. En un mundo ideal (y aquí viene la perogrullada, si suponemos por un instante que podemos ponernos de acuerdo en qué sea eso de “ideal”) no habría armas... o no las habría, por lo menos, para matarnos los unos a los otros como Dios nos mata a todos desde su indetectable nido de francotirador. Pero nuestro mundo es cualquier cosa menos ideal y la prohibición del derecho del ciudadano a las armas no resulta ni mucho menos en la erradicación de la violencia, sino en el siguiente estado de cosas: que los denostados instrumentos quedan, por arriba, en manos de las fuerzas armadas (agresoras y represoras) del Estado y, por debajo, en manos de todos aquellos criminales que se sienten lo bastante ajenos al sistema como para no necesitar de su anuencia, permisos y licencias. Dado que las fuerzas armadas (agresoras y represoras) obedecen cerrilmente al Estado, y dado que éste, como bien demuestra la historia antigua, media y reciente de nuestra civilización, puede volverse criminal en un parpadear de ojos, la ciudadanía desarmada se halla en realidad en medio del fuego cruzado entre dos colectivos criminales, los que lo son “en acto” y los que lo son “en potencia”, para decirlo en román aristotelino. Qué pueda haber de “progresista” en una situación como ésta es algo que estoy lejos, muy lejos de comprender. Ya lo dice ese hoplófilo redomado de Boston T. Party en algún lugar de su Gun Bible: “Armed men are citizens; disarmed men are subjects”; e insiste: “I am a “freedom nut” and guns —with the responsibility, training, and will to properly use them— are “liberty’s teeth””.
>>Siguiendo esta corriente de asociación de ideas, quizá un tanto desordenada, me viene a la cabeza ahora un libro que hojeé tiempo atrás en el aeropuerto de lo que todavía era Barcelona. No recuerdo ni el título ni el nombre de la autora, pero se trataba de la última novela de una de aquellas escribientes de moda que “había que leer”, apreciada sobre todo entre las burguesas locales de más de treinta años y de una tendencia cosméticamente filoizquierdista. Leí apenas unas pocas frases de la primera página antes de devolver, inapetente, el libro a su estantería; pero me llamó la atención el modo en que la voz narrativa hablaba del culo de su pareja: un culo blando, decía, que ella, al enamorarse del hombre en cuestión, había querido interpretar como síntoma de una delicada sensibilidad, pero que después se había visto forzada a sumarlo a la ristra de decepciones adscritas al defenestrado sujeto. Y éste es el problema, en efecto, que desde que los nazis elevaron el deporte a culto nacional, existe una difundida propensión a tomar los culos blandos —y con él todo el resto de la flácida estructura— por lo que no son. Porque no por tener el culo blando, la ciudadanía desarmada se olvida de odiar y de matar. ¿Un AK74, un M16, un lanzagranadas...? Que yo sepa le basta con un cuchillo de cocina, un ladrillo, una almohada o, peor, el veneno indetectable de una mirada sostenida de día en día, año en año, inoculando gota a gota un suero de aversión hasta el colapso total de la víctima... ¿Es preferible ese colectivo marrullero a una comunidad de individuos maduros por la posesión y el ejercicio de sus derechos?, ¿no es eso justamente lo que nos hace responsables?.
>>Así es como yo lo veo: hay dos tipos de personas: unas parece como que quisieran reconstruir la vieja e idealizada relación paternofilial pero poniendo ahora al Estado en substitución de la añeja figura autoritaria; otras alcanzamos la mayoría de edad hartos de cortapisas, habiendo aprendido en el intento de crecer que —salvo casos excepcionales— los padres son el primer obstáculo y que, con su obsesión de llevarnos por el camino de la “norma”, constituyen el mayor de los peligros para el desarrollo de nuestra individualidad. El Estado es todo eso pero magnificado hasta lo indecible. Cuanto mayores y más invasivos los métodos de vigilancia que despliega con la excusa de protegernos de nosotros mismos, menos espacio para la singularidad... por mucho que ahora, con toda su hipocresía mediática y tecnocrática, se erija en paladín de la diversidad y de los derechos de las minorías. Es falso: lo que hace es intentar crear tipologías bajo control y, muy pronto, la única libertad que nos quedará será la que podamos hallar en las rendijas del sistema, donde pasemos tan desapercibidos como las ratas a la mirada paternalista de nuestros desvelados gobernantes.<<