A mí me ocurrió una vez, pero por error. Un craso error. Sucedió que me estaba entrando a hora temprana una marrana mediana, que no debía ser la más lista de su especie. Iba sola, quiero decir sin piara, pero acompañada de cinco rayones.
Dos o tres semanas acudía al cebadero con buena luz y los dejaba comer. Sólo con mirarlos disfrutaba. Daba gusto verlos crecer tan deprisa, cómo la madre los regañaba y atendía, vigilando mientras comían, o llevándoselos rápido si intuía alguna cosa que no le gustaba.
Sin embargo, dejaron de entrar; por lo menos a la misma hora. De modo que los borré de la memoria. En esas que ya entrada la noche durante una espera, oigo masticar y apenas atisbo un bulto danzarín. La noche era de luna nueva y además pintaba negra tinta. Como me pareción un ejemplar interesante, tras muchos esfuerzos de abrir y cerrar los ojos, me arriesgo, apunto y disparo sin encender la linterna.
Un alarido desgarró la noche. Es también la única vez que me ha sucedido y se me pusieron los pelos como escarpias. Fue un tiro de riñón y lo bueno es que tras el grito se quedó seca. Cuando bajé vi que era la jabalina que había alimentado (nunca mejor dicho).
Me dio pesadumbre, pero de inmediato reaccioné y me dispuse a criar "in situ" a los rayones, llevándoles un par de veces comida que esparcía formando un amplio comedero.
Les llamábamos los hermanos Dalton. Y todos salieron adelante. Pero desaparecieron. Bien avanzado el verano, casi en septiembre, me acompañó mi hijo, pero a otro cebadero relativamente separado del anterior... y allí que aparecieron los cinco.Entraban ¡hechos un ovillo, formando una bola!
Deduzco que para abultar más y protegerse de los depredadores. Mi hijo, que estaba con el dedo caliente, quiso hacerse con uno y se relamía pensando en lo tiernecillo... Pero le dije que no, que no iba a dispararles y le conté lo que había pasado. Lo entendió y se quedó con las ganas, mirándome varias veces, mientras yo denegaba...
Dos veces hicieron lo mismo y nuevamente le dije a mi hijo que no tirase. A la tercera vez, cuando el titular del coto y mi crío me habían comido el tarro para cazar uno y sólo uno, dejaron de entrar y desaparecieron...
Hasta diciembre; pero esta vez quedaban cuatro. Que se redujeron a tres cuando, ahora sí, mi crío se quedó con otro.
Bien criados estaban. Habían salido adelante y ya no los volví a ver...
