Hoplon escribió:Ribetano escribió:No me refería a Usted, que escribe con argumentos.
Efectivamente todos fusilaron, pero unos tuvieron mucho más tiempo para hacerlo y lo hicieron de una manera muchos más sistemática.
Respecto al auge del Fascismo en España es un hecho comprobado que Jose Antonio intentó convencer a diversos industriales y financieros para que financiasen la Falange argumentando que la ideología conservadora tradicional no podía competir con el Marxismo.
El Fascismo toma parte del discurso del socialismo de defensa de los trabajadores, así como su estética; La camisa azul por el mono azul, el brazo en alto por el puño en alto. Se trataba de impedir procesos revolucionarios como el de Asturias mediante un discurso de mejora de las condiciones sociales de los trabajadores, a la vez que se negaba la lucha de clases en virtud de los intereses nacionales "comunes". Por cierto, que ese mismo discurso lo utilizó hace poco Artur Mas para pedir la unidad de todos los Catalanes para conseguir la independencia y luego ya se arreglarían todos los problemas sociales solos. Curioso.
Efectivamente coincido con Usted en que el Fascismo tenía un apoyo limitado en España, pero la presencia de Falange permitió un amplio apoyo de la Italia fascista a los golpistas, tanto en dinero como en armamento. En esto se incluyen los Carlistas, que al día siguiente del golpe juntaron en Pamplona 10.000 Requetés armados y uniformados.
Aunque fuera escasa la influencia de Falange, su acceso a armamento resultó decisiva en varias provincias, aunque lo realmente decisivo resulto ser la postura del Coronel de la Guardia Civil en cada provincia.
José Antonio se negó a acudir al congreso de fascismos europeos de Montreux de 1934.
Y tiene su lógica, porque el ideario de Falange, fuertemente inspirado en el catolicismo, contempla al individuo, como no puede ser de otro modo, desde una perspectiva ferozmente individualista, al tener como uno de sus pilares ideológicos la responsabilidad individual de cada uno por sus actos (no creo que haga falta aclarar que hablo de la idea de pecado, o igual si). Un falangista no puede, de ninguna manera, ser fascista, por el transfondo estatalista de esa segunda ideología. Son antitéticos.
"Nosotros hemos venido a salir al mundo en ocasiones en que en el mundo prevalece el fascismo y esto, le aseguro al señor Prieto, que más nos perjudica que nos favorece, porque resulta que el fascismo tiene una serie de accidentes externos intercambiables que no queremos para nada asumir.“
— José Antonio Primo de Rivera Discurso en el Parlamento, 3 de Julio de 1934.
Os pego este artículo de Jose Antonio en defensa del Fascismo. Tiene sus matices, pero dice lo que dice.
José Antonio Primo de Rivera habla del fascismo
José Antonio Primo de Rivera. ABC, 22 de marzo de 1933
A Juan Ignacio Luca de Tena:
Sabes bien, frente a los rumores circulados estos días, que no aspiro a una plaza en la jefatura del fascio, que asoma. Mi vocación de estudiante es de las que peor se compaginan con las de caudillo. Pero como a estudiante que ha dedicado algunas horas a meditar el fenómeno, me duele que ABC tu admirable diario despache su preocupación por el fascismo con sólo unas frases desabridas, en las que parece entenderlo de manera superficial. Pido un asilo en las columnas del propio ABC para intentar algunas precisiones. Porque, justamente, lo que menos importa en el movimiento que ahora anuncia en Europa su pleamar, es la táctica de fuerza (meramente adjetiva, circunstancial acaso, en algunos países innecesaria), mientras que merece más penetrante estudio el profundo pensamiento que lo informa.
El fascismo no es una táctica la violencia. Es una idea la unidad. Frente al marxismo, que afirma como dogma la lucha de clases, y frente al liberalismo, que exige como mecánica la lucha de partidos, el fascismo sostiene que hay algo sobre los partidos y sobre las clases, algo de naturaleza permanente, trascendente, suprema: la unidad histórica llamada Patria. La Patria, que no es meramente el territorio donde se despedazan aunque sólo sea con las armas de la injuria varios partidos rivales ganosos todos del Poder. Ni el campo indiferente en que se desarrolla la eterna pugna entre la burguesía, que trata de explotar a un proletariado, y un proletariado, que trata de tiranizar a una burguesía. Sino la unidad entrañable de todos al servicio de una misión histórica, de un supremo destino común, que asigna a cada cual su tarea, sus derechos y sus sacrificios.
En un Estado fascista no triunfa la clase más fuerte ni el partido más numeroso que no por ser más numeroso ha de tener siempre razón, aunque otra cosa diga un sufragismo estúpido, que triunfa el principio ordenado común a todos, el pensamiento nacional constante, del que el Estado es órgano.
El Estado liberal no cree en nada, ni siquiera en sí propio. Asiste con los brazos cruzados a todo género de experimentos, incluso a los encaminados a la destrucción del Estado mismo. Le basta con que todo se desarrolle según ciertos trámites reglamentarios. Por ejemplo: para un criterio liberal, puede predicarse la inmoralidad, el antipatriotismo, la rebelión... En esto el Estado no se mete, porque ha de admitir que a lo mejor pueden estar en lo cierto los predicadores. Ahora, eso sí: lo que el Estado liberal no consiente es que se celebre un mitin sin anunciarlo con tantas horas de anticipación, o que se deje de enviar tres ejemplares de un reglamento a sellar en tal oficina. ¿Puede imaginarse nada tan tonto? Un Estado para el que nada es verdad sólo erige en absoluta, indiscutible verdad, esa posición de duda. Hace dogma del antidogma. De ahí que los liberales estén dispuestos a dejarse matar por sostener que ninguna idea vale la pena de que los hombres se maten.
Han pasado las horas de esa actitud estéril. Hay que creer en algo. ¿Cuándo se ha llegado a nada en actitud liberal? Yo, francamente, sólo conozco ejemplos fecundos de política creyente, en un sentido o en otro.
Cuando un Estado se deja ganar por la convicción de que nada es bueno ni malo, y de que sólo le incumbe una misión de policía, ese Estado perece al primer soplo encendido de fe en unas elecciones municipales.
Para encender una fe, no de derecha (que en el fondo aspira a conservarlo todo, hasta lo injusto), ni de izquierda (que en el fondo aspira a destruirlo todo, hasta lo bueno), sino una fe colectiva, integradora, nacional, ha nacido el fascismo. En su fe reside su fecundidad, contra la que no podrán nada las persecuciones. Bien lo saben quienes medran con la discordia. Por eso, no se atreven sino con calumnias. Tratan de presentarlo a los obreros como un movimiento de señoritos, cuando no hay nada más lejano del señorito ocioso, convidado a una vida en la que no cumple ninguna función, que el ciudadano del Estado fascista, a quien no se reconoce ningún derecho sino en razón del servicio que presta desde su sitio. Si algo merece llamarse de veras un Estado de trabajadores, es el Estado fascista. Por eso, en el Estado fascista y ya lo llegarán a saber los obreros, pese a quien pese los sindicatos de trabajadores se elevan a la directa dignidad de órganos del Estado.
En fin, cierro esta carta no con un saludo romano, sino con un abrazo español. Vaya con él mi voto por que tu espíritu, tan propicio al noble apasionamiento, y tan opuesto, por naturaleza, al clima soso y frío del liberalismo, que en nada cree, se encienda en la llama de esta nueva fe civil, capaz de depararnos, fuerte, laboriosa y unida una grande España.