Giulio Douhet y la que lió…
Publicado: 01 Feb 2013 23:49
Giulio Douhet (1869-1930) fue un militar y aviador italiano. Aunque fue uno de los pioneros de la aviación de guerra, luchó en Libia y en la I Guerra Mundial, llegó a general y ocupó altos cargos en la aviación italiana en la época de Mussolini, es recordado sobre todo por escribir un libro: “Il dominio dell’aria” (“El dominio del aire”), que fue el primer tratado teórico sobre estrategia de la guerra en el aire, en su estilo, un libro tan influyente como “De la guerra”, de Clausewitz o “La influencia del poder naval en la historia”, de Mahan.
Douhet proponía una serie de ideas que en su época fueron revolucionarias: la primera es que las Fuerzas Aéreas debían de constituir un Ejército propio, separado del Ejército de Tierra y de la Armada, y que no debía de estar, bajo ningún concepto, subordinada a las anteriores.
La segunda idea de Douhet era que misiones como la caza, la observación y el apoyo a las fuerzas terrestres eran, en esencia, pérdidas de tiempo: la aviación podía volar por encima de cualquier obstáculo y llegar al centro del territorio enemigo. Y eso era lo que debía hacer. Por lo tanto, Douhet defendía que el poder aéreo por sí mismo y, más concretamente, el bombardeo estratégico, bastaba para ganar la guerra: las ciudades, fábricas e infraestructuras del enemigo serían destruídas, los habitantes morirían en masa, y los supervivientes implorarían la paz de rodillas. Para Douhet, el bombardero era imparable, y la política de defensa de un país tenía que consistir en construir una potente flota de bombarderos estratégicos.
Las ideas de Douhet se extendieron a gran velocidad e influyeron en la política de muchos países: se dice que muchas de las concesiones que Baldwin y, posteriormente, Chamberlain, hicieron a la Alemania nazi fue por el miedo a sufrir un ataque de este tipo.
Entre muchos aviadores, las ideas de Douhet calaron enseguida, pues les convertían en la fuerza decisiva, capaces de ganar una guerra ellos solitos. Así, el pensamiento estratégico en aviación se vio dominado en la RAF por generales como Hugh Trenchard o Arthur “Bomberdero” Harris, que creían en la doctrina del bombardeo estratégico masivo. En el US Army Air Corps, un influyente grupo de aviadores, conocidos como “The Bomber Mafia” (“La Mafia de los Bombarderos”, entre la que destacaban oficiales que luego serían tan influyentes como Karl Spaatz o Curtiss D. Le May) proponía ideas similares, y en 1935, creyeron encontrar el argumento definitivo: el recién estrenado bmbardero B-17 era mucho más rápido que los cazas americanos entonces en servicio. ¿Cómo podrían detener a los bombarderos?
Sin embargo, los teóricos del bomabrdeo estratégico no cayeron en un detalle: el principal caza del USAAC en la época era el Boeing P-26, un “cacharro” a punto de quedar obsoleto (de hecho, pese a ser monoplano, algunos cazas biplanos como el Gloster Gladiator le superaban en velocidad).
No deja de ser curioso que en la RAF hubiera tantos partidarios del bombardeo estratégico cuando su flota de bombardeo hasta mediados de los años 30 incluía cacharros tan pintorescos como los Handley Page Hampden y Heyford o el Boulton Paul Overstrand. El primer bombardero moderno de la RAF fue el Vickers Wellington, que no era un bombardero pesado, sino medio, y su primer bombardero cuatrimotor, el Short Stirling resultó ser bastante mediocre. Por fortuna para la RAF, los defensores de los cazas, con Hugh Dowding a la cabeza, consiguieron que Gran Bretaña construyera una cadena de estaciones de radar (la “Home Chain”) y se dotara de cazas modernos, como los Spitfire o Hurricane.
Los acontecimientos de la II Guerra Mundial pusieron a cada uno en su sitio: la Batalla de Inglaterra demostró que el lema de los discípulos de Douhet (“El bombardero siempre conseguirá pasar”) no era cierto, y pese a los millones de toneladas de bombas lanzadas sobre Alemania y Japón, éstas por sí mismas no bastaron para derrotarles.
Sin embargo, el advenimiento de la bomba atómica y de los bombarderos intercontinentales (primero el B-36 y luego, el B-52) pareció cambiar las cosas: Le May, ahora al frente del Mando Aéreo Estratégico (SAC) creía que, con un solo ataque masivo de sus bombarderos, podía acabar con la URSS. El problema es que la URSS podía hacer lo mismo con los Estados Unidos, lo cual dio lugar a una sorprendente paradoja: los bombarderos estratégicos se habían convertido en el arma definitiva que había predicho Douhet… ¡pero no podía usarse en una guerra de verdad, pues ésta acabaría con la destrucción total de ambos bandos! Y, privados del arma nuclear, los bombarderos seguían siendo incapaces de ganar una guerra por sí solos. La prueba definitiva fue la Guerra de Vietnam, donde, pese a las amenazas estadounidenses de “bombardearles hasta hacerles volver a la Edad de Piedra” (y, de hecho, los B-52 lanzaron sobre Vietnam del Norte más toneladas de bombas de las que se habían lanzado sobre Alemania en la II Guerra Mundial), los americanos tuvieron finalmente que retirarse.
Ahora, con los “bombarderos invisibles” resurge esa idea de que es posible ganar la guerra exclusivamente desde el aire… ¿qué pasará esta vez?
Douhet proponía una serie de ideas que en su época fueron revolucionarias: la primera es que las Fuerzas Aéreas debían de constituir un Ejército propio, separado del Ejército de Tierra y de la Armada, y que no debía de estar, bajo ningún concepto, subordinada a las anteriores.
La segunda idea de Douhet era que misiones como la caza, la observación y el apoyo a las fuerzas terrestres eran, en esencia, pérdidas de tiempo: la aviación podía volar por encima de cualquier obstáculo y llegar al centro del territorio enemigo. Y eso era lo que debía hacer. Por lo tanto, Douhet defendía que el poder aéreo por sí mismo y, más concretamente, el bombardeo estratégico, bastaba para ganar la guerra: las ciudades, fábricas e infraestructuras del enemigo serían destruídas, los habitantes morirían en masa, y los supervivientes implorarían la paz de rodillas. Para Douhet, el bombardero era imparable, y la política de defensa de un país tenía que consistir en construir una potente flota de bombarderos estratégicos.
Las ideas de Douhet se extendieron a gran velocidad e influyeron en la política de muchos países: se dice que muchas de las concesiones que Baldwin y, posteriormente, Chamberlain, hicieron a la Alemania nazi fue por el miedo a sufrir un ataque de este tipo.
Entre muchos aviadores, las ideas de Douhet calaron enseguida, pues les convertían en la fuerza decisiva, capaces de ganar una guerra ellos solitos. Así, el pensamiento estratégico en aviación se vio dominado en la RAF por generales como Hugh Trenchard o Arthur “Bomberdero” Harris, que creían en la doctrina del bombardeo estratégico masivo. En el US Army Air Corps, un influyente grupo de aviadores, conocidos como “The Bomber Mafia” (“La Mafia de los Bombarderos”, entre la que destacaban oficiales que luego serían tan influyentes como Karl Spaatz o Curtiss D. Le May) proponía ideas similares, y en 1935, creyeron encontrar el argumento definitivo: el recién estrenado bmbardero B-17 era mucho más rápido que los cazas americanos entonces en servicio. ¿Cómo podrían detener a los bombarderos?
Sin embargo, los teóricos del bomabrdeo estratégico no cayeron en un detalle: el principal caza del USAAC en la época era el Boeing P-26, un “cacharro” a punto de quedar obsoleto (de hecho, pese a ser monoplano, algunos cazas biplanos como el Gloster Gladiator le superaban en velocidad).
No deja de ser curioso que en la RAF hubiera tantos partidarios del bombardeo estratégico cuando su flota de bombardeo hasta mediados de los años 30 incluía cacharros tan pintorescos como los Handley Page Hampden y Heyford o el Boulton Paul Overstrand. El primer bombardero moderno de la RAF fue el Vickers Wellington, que no era un bombardero pesado, sino medio, y su primer bombardero cuatrimotor, el Short Stirling resultó ser bastante mediocre. Por fortuna para la RAF, los defensores de los cazas, con Hugh Dowding a la cabeza, consiguieron que Gran Bretaña construyera una cadena de estaciones de radar (la “Home Chain”) y se dotara de cazas modernos, como los Spitfire o Hurricane.
Los acontecimientos de la II Guerra Mundial pusieron a cada uno en su sitio: la Batalla de Inglaterra demostró que el lema de los discípulos de Douhet (“El bombardero siempre conseguirá pasar”) no era cierto, y pese a los millones de toneladas de bombas lanzadas sobre Alemania y Japón, éstas por sí mismas no bastaron para derrotarles.
Sin embargo, el advenimiento de la bomba atómica y de los bombarderos intercontinentales (primero el B-36 y luego, el B-52) pareció cambiar las cosas: Le May, ahora al frente del Mando Aéreo Estratégico (SAC) creía que, con un solo ataque masivo de sus bombarderos, podía acabar con la URSS. El problema es que la URSS podía hacer lo mismo con los Estados Unidos, lo cual dio lugar a una sorprendente paradoja: los bombarderos estratégicos se habían convertido en el arma definitiva que había predicho Douhet… ¡pero no podía usarse en una guerra de verdad, pues ésta acabaría con la destrucción total de ambos bandos! Y, privados del arma nuclear, los bombarderos seguían siendo incapaces de ganar una guerra por sí solos. La prueba definitiva fue la Guerra de Vietnam, donde, pese a las amenazas estadounidenses de “bombardearles hasta hacerles volver a la Edad de Piedra” (y, de hecho, los B-52 lanzaron sobre Vietnam del Norte más toneladas de bombas de las que se habían lanzado sobre Alemania en la II Guerra Mundial), los americanos tuvieron finalmente que retirarse.
Ahora, con los “bombarderos invisibles” resurge esa idea de que es posible ganar la guerra exclusivamente desde el aire… ¿qué pasará esta vez?