Fragmento del libro de Joaquin Jackson "one ranger"

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RafaGG
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Fragmento del libro de Joaquin Jackson "one ranger"

Mensajepor RafaGG » 24 Feb 2016 19:18

Os pongo un fragmento (traducido por mí) del libro autobiográfico de Joaquin Jackson, antiguo ranger de Texas (una lectura muy entretenida, pero por desgracia no se ha traducido al castellano). Lo subo bajo las condiciones de "uso legítimo" ("fair use"), sin que creo que existan problemas de copyright, puesto que no se generan beneficios económicos de su publicación, puede considerarse una forma de promoción del libro, y la traducción es mía.

Jueves por la tarde, 3 de abril, el año que la misión Apolo alcanzó la luna.
El cuidador de la prisión de Carrizo Springs y su esposa habían llevado,c omo de costumbre, la comida a los prisioneros, cuando estos se abalanzaron sobre ellos y los hicieron prisioneros. Forzaron los armeros, apropiándose de armas y muiniciones, y se abrieron paso a tiros, fuera de la cárcel, hasta que se encontraron con algunos agentes de la policía local, y con el capitán de la compañía “D” de Rangers de Texas, Alfred Y. Allee senior, quienes obligaron a tiros a los delincuentes a volver al interior de la prisión. Los presos, acorralados, decidieron fortificarse tras los muros y luchar contra la policía.

El capitán Allee pidió ayuda por radio a todas las unidades disponibles. Recibí la llamada, y mi Dodge sedan del 69 se tragó 50 millas de carretera rural en 28 minutos.

Cuando el agente Morris Barrow y yo llegamos frente a la prisión del condado, me quedé impresionado por la caótica violencia que reinaba en las calles. Varios oficiales disparaban contra la prisión, parapetados tras coches policiales. Las armas tronaban desde cada rincón de la plaza, y los ciudadanos se protegían detrás de los árboles y tras las esquinas, presenciando el espectáculo. Nunca me habían invitado a una fiesta como esta.

Morris y yo nos vimos convertidos en blancos casi inmediatamente. Pude ver el resplandor de los disparos que se producían desde el segundo piso de la prisión, y las balas comenzaron a silbar sobre mi cabeza, nada más salir del coche. Yo llevaba aquel día un nuevo sombrero de cowboy, que me había costado 65 $, lo que no era poco para un policía con una familia de cuatro miembros, que ganaba menos de 1000 $ al mes. Era lo bastante joven y tonto para considerarme a prueba de balas, así que lo que más me preocupaba era que aquellos desesperados hijos de perra me agujereasen el sombrero. Cogí mi carabina M-2 del calibre .30 del maletero, puse el selector de tiro en fuego automático, y dejé claro a los delincuentes, en los términos más diáfanos posibles, que el plomo podía volar en 2 direcciones.

El Ranger Alfred Allee Junior, hijo del capitán, estaba en la escena, y se estaba quedando sin cartuchos para su escopeta Remington, así que le pasé un par de cajas de postas del .000. “¿Dónde está el capitán?”, le pregunté (no era muy profesional preguntar “¿Dónde está tu papá?” en medio de un tiroteo). Señaló hacia el ala este de la prisión. El Agente Barrow y yo nos dirigimos en aquella dirección, cubriéndonos mutuamente con ráfagas cortas de disparos, y nos encontramos al capitán Allee lanzando la última de sus granadas de gas lacrimógeno de 40 mm. Ninguno de sus disparos previos había conseguido pasar entre los barrotes de la prisión, y su último intento también falló. El gas lacrimógeno cubría toda la zona como una misteriosa niebla.

Era evidente, por su ceño fruncido, que el capitán estaba muy cabreado, probablemente porque había logrado gasear a todo el mundo en la ciudad, menos a los delincuentes. Con su educación habitual, nos agradeció a todos el haber llegado tan pronto y dijo, “chicos, si no podemos ahumar a esos bastardos para que salgan, tendremos que entrar nosotros”.
“Sí, capitán” dije. El capitán Allee estaba planeando el camino más corto y menos arriesgado hacia la prisión, cuando se detuvo para observarme atentamente con sus brillantes ojos castaños. Me acerqué para oir qué quería decirme.
“¿Es un sombrero nuevo, Joaquin?”, dijo.

“Ah…sí, señor, lo es” contesté, asegurándome de estar bien a cubierto de los disparos, detrás del viejo olmo que todos estábamos compartiendo.

“Parece muy bueno”. Cargó 3 cartuchos más en su carabina Winchester .30-30 niquelada (un regalo de cumpleaños de su esposa) y comenzó a correr hacia el edificio de la prisión. No tuvo que mirar atrás para saber que nosotros le seguiríamos.
Mientras se preparaba para asaltar un edificio fortificado, entre el humo de los disparos y el gas lacrimógeno, aquel hombre de 64 años se tomó un momento para admirar mi sombrero de 65 $. ¡Me encantaba aquel viejo!
Nos ordenó seguirle hasta la pared norte de la prisión. Los delincuentes abrieron fuego contra nosotros, y yo contesté vaciando con un cargador entero de mi M-2. Mientras recargaba, oímos gritos desde el interior de la cárcel. Ahora querían negociar.

“Hijos de perra” -gritó el capitán- “contaré hasta 10 para que arrojéis vuestras armas y salgáis”. Tras contar hasta tres, salió corriendo hacia la cárcel, disparando. “Capitán” -le dije- “creí que iba a contar hasta diez”. “Bah” -contestó- “de todas formas, esos bastardos no saben contar”.

Nos guió hacia la entrada del edificio, donde nos reunimos con mi buen amigo, el Ranger Tol Dawson, y con Alfred Allee junior –el hijo del capitán-, el patrullero de autopistas Art Rodríguez (que más adelante se uniría a su vez a los Rangers), y con 2 ó 3 agentes del Sheriff local. Nos abrimos paso a través del primer piso de la prisión, y nos dirigimos hacia la escalera que subía hacia las celdas.

Tol Dawson y yo, con nuestras armas dispuestas, asumimos que, como los más jóvenes del grupo, éramos los candidatos lógicos para abrir el camino hacia el segundo piso. Dimos un paso hacia las escaleras, cuando nuestro capitán de 64 años nos cogió por los brazos y tiró hacia atrás.

“No voy a permitir que le disparen a ninguno de mis hombres en mi presencia”, dijo. Se detuvo el tiempo suficiente para coger el arma del agente Barrow, un subfusil de la II Guerra Mundial del calibre .45, apodado “pistola de engrasar”. En un instante, se aseguró de que el arma tenía el cargador lleno, accionó la palanca de montar, respiró profundamente, movió su cigarro a la otra comisura de su boca, y cargó gritando hacia las escaleras, disparando su arma. Nos quedamos tan sorprendidos, que por un momento ni pensamos en seguirle.

La prisión estaba construida fundamentalmente de cemento y acero. El subfusil comenzó a escupir las balas blindadas de 230 grains. La prisión se sumió en una tormenta de fuego, rebotes y ensordecedoras detonaciones. El suelo tembló.
Después de unos ansiosos segundos, oímos la voz del Capitán: “Despejado”, gritó, “subid”.

Dawson y yo fuimos los primeros en trepar las escaleras, y ver los efectos del asalto del capitán. Las armas yacían abandonadas, todavía cargadas y montadas. Dos revólveres estaban sobre las bandejas de comida, como platos sucios. Encontramos un rifle aquí, una escopeta allí. Mientras el polvo y el humo de los disparos se asentaban, un ominoso silencio descendió, como la calma que sigue a un tornado. Todos los objetos a la vista tenían un agujero de bala.

Nos movimos de celda en celda, hasta que observamos dos pares de zapatillas de la prisión asomando desde debajo de un catre. Tiramos de ellos hasta sacar a sus propietarios, que salieron con rostros inexpresivos. Los agentes los identificaron como 2 borrachos habituales, que no tenían nada que ver con el motín. Totalmente aturdidos, y cubiertos de polvo, fueron puestos a salvo. Continuamos la búsqueda de los otros.

Pronto encontramos a los 14 amotinados, acurrucados juntos en una celda. Algunos sollozaban como niños. Otros parecían resignados a su destino, sin duda inmersos en los estadios iniciales del estrés postraumático. En cualquier caso, todos querían una cosa: que los llevasen muy lejos del capitán Allee – y rápido.

“Sus vacaciones han sido canceladas, chicos”, dijo el capitán, “pero tienen habitación y comida gratis durante 5 años extra”.

Después de asegurar a los prisioneros, el capitán encendió un nuevo cigarro y reunió a los Rangers a su alrededor. “¿Tenéis hambre?” dijo, como su hubiésemos salido de una sesión de cine.

Meses más tarde, el capitán Allee me dijo que los borrachos que habíamos sacado de la prisión no habían vuelto a probar una gota de licor desde el incidente. “Mejores resultados que en Alcohólicos Anónimos, ¿no?” dijo, con un guiño. “Y más rápidos, además”.

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