Sobre esta escarpada loma,
contra la que se desloma
un mar oscuro y bravío,
el faro de la papaya
se alza sobre el horizonte,
sin un cateto en su monte
ni un bañador en su playa.
Y en su figura cetrina
que se tuerce triste y rota,
no anida la gaviota,
ni el albatros ni el alción,
ni el paleto guitarrón
canta muy cerca una jota.
Y su pupila sin vista
que translúcida se atasca,
cuando surge la borrasca
renace con un destello,
que al que lo contempla,
el vello se le eriza en una vasca.
Porque aseguran las gentes,
que por las noches pululan,
mil sombras negras que ululan
y se estiran repelentes.
Y es que una leyenda hay luego,
que en todas las lenguas anda,
desde la costa normanda
hasta el litoral gallego.
Y es que el farero noruego
que cuidaba el luminar,
a un hijo quiso enseñar
el oficio que tenía,
mas al chico le importaba
medio pepinillo el mar.
El torrero convenial
concertó un pacto diabólico
y al día siguiente, de un cólico
murió bajo un ventanal.
Llegó de pronto el chaval
y se llevó el susto padre,
pues donde crece el baladre,
junto al cadáver había,
un letrero que decía,
"Farero, como su padre".
Desde aquella escabechina,
el faro se halla solo,
cual nave que encalla en la costa cristalina.
Nadie se acerca asustado
ni aunque baje la marea,
y es porque no es a brea
a lo que huele endiablado.
Y en las mañanas ardientes,
cuando sopla el tramontana,
dicen que, con sobrehumana
calma que produce horror,
se nota en el faro olor
a paella valenciana.
Y si nadie el faro habita,
¿Qué zarpa ignota y maldita
hace el arroz con afán,
y le agrega el azafrán
el ajo y el tomatito?.
¿Y quién cuida del sofrito,
sino el ojo de...Satán?.
No pocos se han suicidado,
ante la amenaza arcana,
de que la mole inhumana
pueda oler, cual basilisco,
no a paella de marisco,
sino a fabada asturiana.
El Cabo Pistolo
