Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 05 Mar 2018 16:02

Bueno hasta aquí lo referente a la Guerra de Independencia de Méxcio, quizás hayan quedado algunas batallas o hechos de armas de menor importancia, si alguien conoce algún otro que se me haya podido pasar, reitero mi petición de que lo incluya.

Saludos cordiales
Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 05 Mar 2018 16:14

Batallas y hechos historicos de la Guerra de Independencia de las Provincias Unidas de Sud-America LA JUNTA DE MONTEVIDEO

Junta de Montevideo

La Junta Gubernativa de Montevideo fue un organismo de autogobierno creado por los españoles de la Banda Oriental luego de la invasión de España por Napoleón Bonaparte. Su creación fue resuelta el 21 de septiembre de 1808 (instaurándose al día siguiente) y funcionó hasta el 30 de junio de 1809. Es generalmente considerada como el primer exponente del movimiento juntista en la América española.

La invasión de España

Deseoso el emperador francés Napoleón Bonaparte de aislar a Inglaterra, procedió a extender el bloqueo continental a su aliado Portugal. Ante las reticencias del príncipe regente Juan, el ejército francés entró en España el 18 de octubre de 1807 en dirección a Portugal, tras lo cual, el 27 de octubre, Eugenio Izquierdo y el general Duroc como plenipotenciarios pactaron en el Tratado de Fontainebleau (1807) el reparto de Portugal. El 17 de noviembre entraron las tropas franco-españolas al mando de Junot y sin resistencia se dirigieron a Lisboa. El 22 de diciembre entró otro ejército liderado por Pierre-Antoine Dupont de l'Étang con 22.000 efectivos de infantería y 3.500 de caballería sin tener la anuencia de la Corte española y el 9 de enero de 1808, otro ejército al mando de Bon Adrien Jeannot de Moncey con 25.000 efectivos de infantería y 2.700 de caballería cruzó la frontera. El 1 de febrero, contraviniendo lo pactado en Fontainlebleau, Junot depuso formalmente a la dinastía Braganza y al consejo de regencia designado por el príncipe regente, y proclamó el gobierno de Napoleón sobre la totalidad del territorio portugués.

A mediados de febrero los franceses se presentaron en Pamplona y, ante la reticencia de cederles la ciudadela, la tomaron por sorpresa. Por otro lado entró un ejército dirigido por Guillaume Philibert Duhesme de 11.000 hombres de infantería y 1.700 de caballería en dirección a Valencia y, bajo amenaza y temiendo la enemistad francesas, entraron en Barcelona. Y con la autorización de Manuel Godoy, el 5 de marzo se entregó San Sebastián y el 18 de marzo se rindió la ciudadela de Figueras. En marzo se formó un nuevo ejército de 19.000 hombres a las órdenes de Jean-Baptiste Bessières. Por otra parte, el general Joaquín Murat, lugarteniente de Napoleón para todos sus ejércitos en España, vino a España el 9 de marzo, llegó a Burgos el 13 y emprendió camino hacia Madrid el día 15.

En definitiva, temeroso Godoy de que ya hubiera 100.000 efectivos franceses en territorio español sin autorización y sin saber su objeto, decidió trasladar a la familia real hacia América, viaje que inició el 13 de marzo encaminándose hacia Aranjuez. Los rumores de que proseguiría la partida de los Reyes el 17 o 18 de marzo y la instigación del Príncipe de Asturias Fernando en la guardia de corps puso los ánimos alerta. Nuevas asonadas llevaron a Carlos IV a abdicar a favor de su hijo Fernando el 19 de marzo.

Teniendo noticias Murat de lo acaecido en Aranjuez, aceleró su paso y entró en Madrid el 23 de marzo. Al día siguiente lo hizo el nuevo rey Fernando VII. Habiendo recibido las nuevas el 26 de marzo, Napoleón se dispuso hacer el cambio de monarca. Al día siguiente propuso a su hermano Luis la corona y el 2 de abril salía de París en dirección a Bayona, aunque Murat extendió el rumor de que iría a Madrid.

En cambio, el trato que Murat reservaba al rey Fernando VII era de total indiferencia, negándose a reconocerlo. Por el contrario, el nuevo monarca, necesitado de apoyos y reconocimiento internacional, prosiguió la política de estrechar lazos de amistad y alianza con Francia. Así, el 5 de abril mandó a su hermano Carlos al encuentro del emperador. El 10 de abril, el rey, deseoso de contar con el beneplácito de Napoleón, partió de Madrid con su comitiva y dispuso que en su ausencia rigiera el gobierno una Junta Suprema de Gobierno presidida por su tío el infante Antonio. A su llegada a Burgos el 12 de abril, no tuvo noticias de Napoleón, y el general Savary convenció al rey para proseguir viaje a Vitoria, adonde llegó el día 14. Mientras, Napoleón entraba en Bayona el 15 y, teniendo noticias el infante Carlos, hizo lo propio. El general Savary aseguró que si el rey iba a Bayona al encuentro de Napoleón, éste no tendría inconveniente en reconocerlo como Rey de España. El rey partió de Vitoria el 19 y arribó a Bayona el 20, donde nadie salió a recibirlo.

En Madrid, Murat declaró a la Junta que el emperador Napoleón no reconocía a otro rey que a Carlos IV y que iba a publicar una proclama de Carlos IV en la que indicaba que su abdicación había sido forzosa. No obstante, la Junta respondió que no se daría por enterada hasta que el propio Carlos se lo comunicara y pidió el secreto de dicha resolución. En seguida, Murat se puso de acuerdo con Carlos IV, quien desde el Escorial escribió a Napoleón poniéndose en sus manos, y a su hermano Antonio, presidente de la Junta, con la retractación de su abdicación y la confirmación de los miembros de la junta suprema tal y como la había constituido su hijo el rey Fernando VII. El 25 de abril, Carlos IV y su esposa emprendieron viaje a Bayona adonde llegaron el 30 de abril, siendo recibidos y agasajados por Napoleón como los verdaderos reyes.

Tras una comida con Napoleón el 20 de abril, el rey Fernando fue informado por Savary de que el emperador había resuelto sustituir a los Borbones por la familia Bonaparte. En Bayona, el 1 de mayo, Napoleón tras comer con los reyes padres y Godoy, citó a Fernando VII, y sus padres apoyados por Napoleón le amenazaron para que abdicase en favor de Carlos IV al día siguiente. De esta manera le fue arrancada una abdicación fechada el 1 de mayo y condicionada a la reunión de las Cortes en España y sin presencia de Godoy. Carlos IV rechazó esta idea.

El 5 de mayo el mariscal Duroc y Godoy, como plenipotenciarios, concluyeron un tratado por el que Carlos IV cedía la corona de España a Napoleón. Hechas ya las renuncias reales, faltaban las de los sucesores, que se llevaron a cabo, bajo la gestión de Duroc y Escóiquiz, el 12 de mayo en Burdeos, suscritas por Fernando, Carlos y Antonio.

El 6 de junio Napoleón dictó un decreto en el que nombraba a su hermano José como rey de España y, al día siguiente, espetó a su hermano, recién llegado a Bayona para que aceptase la corona, donde fue reconocido como tal por las autoridades españolas allí congregadas. José aceptó la corona el 10 de junio y confirmó a Murat como lugarteniente del reino.

La asamblea convocada por Napoleón debatió el proyecto de Constitución preparado por el propio Napoleón y, con escasas rectificaciones, entre el 15 y 30 de julio de 1808 fue aprobada la Constitución, llamada Estatuto de Bayona. El rey José la juró el 7 de julio y entró en España el 9 de julio. Entretanto en España ya se habían producido sublevaciones y la formación de Juntas por todo casi todo el territorio desde finales de mayo.
Las Juntas de Gobierno

Las noticias de los hechos se extendieron por todo el país, provocando las primeras reacciones de indignación y solidaridad, a la vez que las primeras declaraciones a favor de un levantamiento armado general en un clima de confusión ante la fragmentación de los distintos representantes del gobierno. Surgieron órganos locales de poder o Juntas.

El llamado Bando de los alcaldes de Móstoles, promulgado por Andrés Torrejón y Simón Hernández, fue la primera iniciativa desde el ámbito local que contribuyó al desprestigio de la Junta Suprema de Gobierno designada por Fernando VII. El 9 de junio de 1808 se constituyó la Junta General del Principado, que impulsó el inicio de la rebelión en Asturias, a pesar de las presiones de la Junta Suprema de Gobierno. La rebelión se tornaría en enfrentamiento general tras la formación de un ejército de milicias populares campesinas a partir del 25 de mayo, con la formación de la nueva Junta Suprema del Principado. La Junta aprobó una declaración de guerra contra los franceses, creó un ejército y ondeó por vez primera la bandera regional.

Una vez difundidas las noticias de las abdicaciones de Bayona, la insurrección se inició en la ciudad de Valencia y en los días siguientes, en Zaragoza, José de Palafox y Melci tomó el control de la ciudad tras entregar el mando el Capitán General Jorge Juan Guillelmi y Andrada a su segundo, produciéndose el primero de los Sitios de Zaragoza. Mientras en Murcia, el antiguo ministro Floridablanca presidía la constituida nueva Junta. En Sevilla, la Junta local adoptó el nombre de Junta Suprema de España e Indias, impulsora del texto considerado como la declaración de guerra formal emitido el 6 de junio de 1808.

Las Juntas en Hispanoamérica


Frente a los sucesos en España, las colonias americanas reaccionaron en forma muy semejante a los reinos metropolitanos. Había dos posiciones. Los españoles, particularmente los altos funcionarios de gobierno y clero, fueron partidarios de que la situación política se mantuviera, continuando en sus cargos los virreyes y gobernadores y otras autoridades, bajo la supremacía del Consejo de Regencia.

Por otra parte, los criollos y algunos españoles, postularon la formación de juntas de gobierno, por cuanto consideraron que aquel Consejo solo tenía validez para el pueblo español que lo había generado y que su autoridad no era extensiva a América. A su vez, esgrimieron el argumento de que las colonias o reinos hispanoamericanos eran entidades político-administrativas independientes de las existentes en España, porque desde el descubrimiento habían quedado vinculadas jurídicamente a la Corona, mediante la Bula Inter caetera. Estando ausente el monarca, ellos tenían los mismos derechos de autogobierno, porque también se apoyaron en la doctrina tradicional del poder, que en tales circunstancias les devolvía la soberanía para establecer el orden político transitorio que resultase más conveniente a sus intereses.

Por ello, en la mayor parte de los territorios americanos, los criollos, a través de los cabildos, manifestaron sus intenciones y promovieron con éxito en la mayoría de los casos la instauración de juntas de gobierno locales fieles a Fernando VII, a quien reconocían como legítimo soberano. Entre 1808 y 1809 se constituyeron juntas en Montevideo, Chuquisaca, La Paz y Quito. Algunas de ellas fueron efímeras, otras perduraron en el tiempo, pero en sus inicios ninguna tuvo carácter separatista. Con el tiempo promovieron un conjunto de reformas políticas, económicas y administrativas que, en forma paulatina, fueron desencadenando el proceso que condujo finalmente a la independencia de América.

La misión Sassenay

En agosto de 1808 llegó a Buenos Aires el enviado de Napoleón, el marqués Claude-Henry-Étienne Bernard de Sassenay, quien tenía por misión hacer conocer la abdicación de los reyes españoles, la instalación en el trono de José I y, además, hacer jurar lealtad al nuevo monarca.

Sassenay desembarcó primero en Maldonado, donde fue recibido calurosamente por el comandante del Fuerte. Luego se dirigió a Montevideo, adonde llegó el 10 de agosto y fue acogido por el gobernador Francisco Javier de Elío. Montevideo se preparaba para hacer un juramento de fidelidad al rey Fernando VII y Sassenay pidió al gobernador retrasar las festividades. Éste respondió que no era de su competencia y podría producir movimientos sediciosos en el seno de la población. Se comprometió a facilitar a Sassenay la travesía del Río de la Plata y le brindó ayuda para trasladarse a Buenos Aires, adonde llegó el 13 de agosto y esperó ser recibido por el virrey Santiago de Liniers. Hacia 1800, recién casado, Sassenay se había ocupado de diversos negocios mercantes marítimos que le habían llevado a Buenos Aires, donde había conocido a Liniers.

Tras haberse enterado de la llegada del enviado francés, Liniers quedó muy contrariado. No disponía de tropa alguna, era rehén del Cabildo y su posición dependía de la alianza con el pueblo. Liniers convocó a la Real Audiencia y al Cabildo de Buenos Aires para decidir qué posición tomar y no dar pie a la crítica. La entrevista entre Liniers y Sassenay fue fría. Se realizó en el Fuerte en presencia de los alcaldes y de otros funcionarios reales. Sassenay entregó despachos y valijas y contó lo que había escuchado en Bayona. La documentación que traía el enviado daba cuenta de la abdicación de los dos reyes a favor de Napoleón y contenía una carta de Fernando VII estipulando que las fiestas en honor a su advenimiento no tendrían lugar. También traía Sassenay pliegos del Real y Supremo Consejo de Indias y de Gonzalo O'Farril y Miguel José de Azanza quienes, en vista de la situación de España, aconsejaban reconocer al nuevo monarca.

La furia de los representantes fue tal que se quiso atentar contra la vida de Sassenay. Para que no quedara ninguna duda sobre sus opiniones, optaron por quemar los pliegos que traía el enviado. Liniers intentó impedir el desenlace fatal y afirmó que Sassenay y su tripulación serían repatriados a Europa en un navío neutral. En la noche del 13 al 14 de agosto Liniers fue a ver subrepticiamente a Sassenay retenido en la fortaleza, le informó su posición y lo invitó con un salvoconducto a regresar precipitadamente a Europa. Escribió a De Elío para que este general se asegurara la partida de los franceses. Sassenay llegó a Montevideo el 19 de agosto, algunas horas después de que un barco español hubiera ingresado en la rada con el pedido al gobernador de detener a los franceses y encarcelarlos. Sassenay fue enviado a un calabozo e incomunicado.

La situación del virrey Liniers


La situación de Liniers se tornaba cada día más delicada, pues su actuación como virrey interino levantaba resistencias. El hecho de ser francés de nacimiento, haber recibido a solas a Sassenay, luego que el Cabildo y la Audiencia habían rechazado sus pliegos, lo convirtieron en sospechoso, a los ojos de muchos, de simpatizar con el régimen que se había instalado por la fuerza en España.

Todo se agravó cuando el virrey hizo conocer una proclama con fecha del 15 de agosto, advirtiendo a los habitantes de Buenos Aires de la llegada de un barco de la Junta de Cádiz y de los documentos traídos por el enviado francés. La proclama no indicaba abiertamente que había que referirse a Fernando VII. Liniers quería saber lo que habían decidido las Cortes reunidas en Bayona el 15 de junio de 1808.

Se entendió que, en ese documento, el virrey trataba con mesura a los invasores. Y lo que más revuelo generó fue la actitud que, a su entender, debían tener las colonias con respecto al conflicto que asolaba a España. Liniers recomendaba esperar la suerte de la metrópoli "para obedecer a la autoridad que ocupe la soberanía". En el mejor de los casos, la actitud de Liniers podía calificarse como de oportunista, pues aconsejaba el inmovilismo hasta la resolución militar del conflicto. Tanto españoles como criollos eran hostiles hacia los franceses, especialmente a partir de que se conoció el levantamiento popular en España para resistir la invasión.

El Cabildo de Buenos Aires no tardó en reaccionar ante las maniobras dubitativas de Liniers. El 21 de agosto realizó la proclamación y jura de Fernando VII como soberano español. Al día siguiente dio a conocer una proclama que era una verdadera advertencia para el virrey, se decía “Habéis jurado un rey... No se reconocerá relaciones distintas a la que os unen a su persona”.

El gobernador de Montevideo, Elío, no dudó en acusar de traidor a Liniers. Éste para desmentir la acusación, tomó la iniciativa de declararle la guerra a Napoleón, luego de varias vacilaciones. En septiembre de 1808 Liniers declaró la guerra a Napoleón y a José I y reconoció la Junta de Sevilla. A su vez, designó al capitán de navío Juan Ángel Michelena para hacerse cargo del gobierno de Montevideo, quien llegó sin escolta en la mañana del 20 de septiembre con la orden de apresar a Elío y trasladarlo a la capital:

Por convenir al mejor servicio S.M. he determinado, que los Cuerpos de Infantería de Montevideo, relevar al Jefe político y militar de esa plaza: ”Brigadier don Francisco Xavier de Elío” y nombrar para que le suceda, al Capitán de Navío Juan Antonio Michelena.
Orden de relevo de Elío

Luego de recibir excusaciones de los jefes de la guarnición de la ciudad para no brindarle apoyo, a los que había remitido oficios solicitándoselo, se dirigió al fuerte a tomar posesión del gobierno, pero fue insultado y golpeado en público por el propio Elío, debiendo dirigirse al cabildo. Una revuelta popular de apoyo a Elío lo obligó a huir durante la noche.

Cabildo abierto

El pedido de cabildo abierto expresado por la muchedumbre el día 20 fue aceptado por el cabildo y por el gobernador para efectuarse al día siguiente, 21 de setiembre de 1808.

Por miedo a la reacción popular, los cabildantes permitieron que 19 personas fueran elegidas por la muchedumbre para participar en el cabildo abierto. Por aclamación fueron elegidos:

(...) recayó la elección en los señores D. Juan Francisco García de Zúñiga, coronel comandante del Regimiento de Voluntarios de Infantería de esta Plaza, Dr. D. José Manuel Pérez, clérigo Presbítero, Reverendo P. Guardian del Convento de San Francisco, Fray Francisco Xavier Carvallo, D. Mateo Magariños, D. Joaquín de Chopitea, D. Manuel Diago, D. Ildefonso García, D. Jaime Illa, D. Cristoval Salvañach, D. José Antonio Zubillaga, D. Mateo Gallego, D. José Cardoso, D. Antonio Pereyra, D. Antonio de San Vicente, D. Rafael Fernandez, D. Juan Ignacio Martínez, D. Miguel Antonio Vilardebó, D. Juan Manuel de la Serna y D. Miguel Costa y Tejedor, todos Vecinos antiguos de esta Ciudad, notoriamente acaudalados, del mejor crédito y concepto, de los quales, la mayor parte han obtenido en esta Ciudad cargos de República, estando los mas de ellos actualmente empleados en calidad de oficiales de los Regimientos de Milicias de Artillería, Caballería é Infantería de esta Plaza

La asamblea de 55 personas, estaba presidida por Elío e integrada además de los representantes del pueblo, por los capitulares, jefes militares, la iglesia y funcionarios.2​

(...) siendo las diez de la mañana, concurrió a las puertas de las casas capitulares, un inmenso pueblo que se difundía por toda la extensión de la Plaza Mayor, repitiendo los clamores de la noche anterior, insistiendo en sus pretensiones y en la celebración del Cabildo Abierto que se les había otorgado.
Acta capitular del 21 de septiembre de 1808

Para evitar saltar el orden jerárquico existente, el cabildo abierto usó la fórmula "obedecer pero no cumplir" las órdenes de Liniers, contemplada en el Derecho de Indias, amparándose en que no podía cumplir la orden de relevo de Elío al haber salido de la ciudad Michelena. Entre los más decididos expositores de ese pensamiento se hallaba Pérez Castellanos. Cuando el virrey Liniers ordenó la disolución de la Junta, los montevideanos sostuvieron la misma fórmula argumentando que el gobernador de Montevideo era de nombramiento real.

Se decidió que la asamblea quedara constituida en Junta de Gobierno, a semejanza de las creadas en España para gobernar a nombre de Fernando VII. Fueron nombrados asesores de la Junta los doctores Eugenio de Elías y Lucas José Obes y como secretario a Pedro Feliciano Cavia.

La Junta se reservó el derecho a modificar el número de sus miembros y las resoluciones tomadas para su erección y ordenó a los jefes militares la obligación de consultarla para toda orden del virrey.

La Junta de gobierno tendrá potestades para corregir, ampliar ó modificar el número de individuos que la componen, como también cualquier otra deliberación relativa a su erección por consiguiente se elijen asesores de la junta: los doctores José Elias y Lucas José Obes y por secretario al escribano del Cabildo Sáinz de Cavia.
Acta del cabildo abierto

La Junta de Montevideo

Las juntas tenían el sentido que sus componentes les dieran: en España las hubo que se destacaron por su empuje revolucionario, pero otras intentaron frenar la participación popular. Fue por eso que los españoles respondieron de distinta manera a las juntas que se fueron conformando desde 1808 en territorio americano: algunas fueron duramente reprimidas por los absolutistas mientras que otras, como la de Montevideo, fueron aceptadas por la Junta de Sevilla. La explicación es que la de Montevideo estaba formada en su totalidad por españoles, dóciles a las directivas de la metrópoli.

En la tarde del 21 la Junta se dirigió al fuerte para recibir los homenajes y acatamientos de los militares. El 22 de septiembre se instaló en el Fuerte la Junta Gubernativa de Montevideo presidida por el gobernador Elío y reducida ese día en número. Fueron elegidos como vocales:

Miembros del cabildo:
Pascual José Parodi (alcalde de 1° voto)
Pedro Francisco de Berro (alcalde de 2° voto)
Manuel Ortega (regidor)
José Manuel de Ortega (regidor)
Manuel Vicente Gutiérrez (fiel ejecutor)
Juan Domingo de las Carreras (regidor)
Juan José Seco (regidor)
Miembros del ejército:
Prudencio Murguiondo
Juan Balbín González Vallejo
Diego Ponce de León
Miembros de la Iglesia:
Francisco Javier Carvallo
José Manuel Pérez Castellano
Administrador de Aduanas:
José Prego de Oliver
Comerciantes y propietarios:
Miguel Antonio Vilardebó
Francisco Antonio Suárez
Pedro José de Errazquin
Joaquín de Chopitea
Mateo Gallego

Fueron confirmados:

Presidente:
Francisco Javier de Elío
Asesores:
José Eugenio de Elías
Lucas José Obes
Secretario:
Pedro Feliciano Cavia

El Fiel Ejecutor del Cabildo de Montevideo, Manuel Gutiérrez, fue el encargado de llevar a Buenos Aires las resoluciones del Cabildo Abierto. Mientras que a España fue enviado José Raimundo Guerra, quien embarcó el 30 de septiembre en el bergantín Fiel Amigo.

Entre los que se opusieron a la instalación de la Junta se hallaban: el comandante de marina Joaquín Ruiz Huidobro, el cura de la iglesia matriz, Juan José Ortiz, el coronel Juan Francisco García y su hijo Tomás García de Zúñiga, síndico procurador del Cabildo de Montevideo, quien abandonó la ciudad negándose a reconocer a la Junta. Los oficiales de marina también opusieron resistencia, a causa de su dependencia militar directa del virrey, lo mismo que el brigadier Lecocq.

El 26 de septiembre la Real Audiencia de Buenos Aires desaprobó la creación de la Junta y pidió a Elío que la disolviera y destruyera las actas de su creación, remitiendo a Buenos Aires a quienes se negaran. Ante la decisión de la Audiencia, la reacción del virrey fue cortar toda comunicación con Montevideo y detener a los oficiales basados en esa ciudad que se hallaban en Buenos Aires. También intentó evitar la partida del diputado Guerra, elegido por esa ciudad para la Junta de Sevilla, para lo cual situó tres barcos en vigilancia, pero éstos fueron burlados el 30 de septiembre. Como consecuencia de la ruptura, Montevideo estuvo de hecho en una situación de libre comercio.​ Liniers envió a Sevilla a su ayudante Hilarión de la Quintana con pliegos para la Junta Central sobre lo acontecido en Montevideo.

El 5 de octubre de 1808 el Cabildo de Montevideo dirigió un extenso oficio al Cabildo de Buenos Aires instándolo a deponer al virrey:

El pueblo de Montevideo, que dio poco tiempo há tantos asunto á la historia de la América, vuelve á ser hoy toda la expectación de este gran continente. Él es quien ha levantado el grito contra la corrupción del gobierno..., él quien pide la separación de un virey extranjero por sospechoso de infidencia... El mundo lo sabe, y nosotros estamos en el caso de convencerlo. Pero por desgracia Montevideo no es mas que un pueblo pequeño. Su rival es el arbitro del poder y la fuerza. Tenemos justicia, pero ¡qué importa si nos falta el valimiento! Nosotros necesitamos de un apoyo, de un protector poderoso, y este no puede ser otro que Vuestra Excelencia. Si Vuestra Excelencia posee un valor heroico, le sobra constancia, y ha probado bien que no le falta entereza para arrostrarlo todo, cuando se trata de salvar la patria, y servir al soberano. Suya es la causa que defendemos, no de Montevideo: suyo es el pueblo que representamos, suya la provincia por cuya felicidad entabló este cabildo sus primeros empeños. ¿No son estos títulos mas que poderosos para interesar á Vuestra Excelencia en nuestra defensa?
Primera parte del oficio del 5 de octubre de 1808


Al mismo tiempo que el cabildo, la Junta se dirigió a la Audiencia el 8 de octubre renovando la fórmula de obedecer pero no cumplir. El 15 de octubre la Audiencia reafirmó su orden de disolución de la Junta intimándola, lo mismo que al Cabildo y al gobernador.

En conocimiento de la actuación de Pérez Castellanos, el virrey pidió al obispo que tomara medidas disciplinarias contra el sacerdote. El 26 de noviembre de 1808 el obispo de Buenos Aires le ordenó no asistir a la Junta y dirigirse a Buenos Aires, pero el presbítero se excusó de cumplir.

En Buenos Aires, tanto Martín de Álzaga, jefe del Cabildo, como Mariano Moreno, eran partidarios del sistema de juntas, e incluso Álzaga mantuvo una muy fluida relación con el gobernador de Montevideo y cabeza de la Junta. A ambos los unía su enemistad con el virrey Liniers. Moreno sostenía la necesidad de que los criollos tuvieran una participación destacada en las juntas, a diferencia de Álzaga, que pensaba en una junta formada exclusivamente por españoles, al igual que la de Montevideo. El 1 de enero de 1809 se produjo en Buenos Aires la Asonada de Álzaga, sofocada por el virrey Liniers, siendo los principales complotados desterrados a Carmen de Patagones, de donde fueron rescatados por un barco enviado por Elío desde Montevideo.

El nuevo organismo tuvo un carácter más bien conservador. En 1809 se le encomendó a Bernardo de Velasco, militar y gobernador de la Intendencia del Paraguay, una expedición contra la Junta de Montevideo, pero ésta no llegó a concretarse. La Junta de Sevilla había nombrado a un nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien el 30 de junio de 1809 llegó a Montevideo y disolvió la Junta obedeciendo precisas instrucciones que traía de España, aunque la halagó.​ Fue la primera Junta que se formó en Hispanoamérica. Si bien la misma carecía de todo espíritu revolucionario, no faltaría mucho para que nuevas Juntas surgieran y conmocionaran todo el andamiaje del colonialismo español.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 05 Mar 2018 16:18

Asonada de ALZAGA


Se conoce como asonada de Álzaga, ocurrida el 1 de enero de 1809, al intento de destituir al virrey del Río de la Plata, Santiago de Liniers, por parte de un grupo afín a el Cabildo de Buenos Aires encabezado por uno de sus miembros, el alcalde Martín de Álzaga.

Santiago de Liniers y Martín de Álzaga fueron los héroes de la Reconquista de Buenos Aires durante la primera de las invasiones inglesas al Virreinato del Río de la Plata acaecida en 1806. Al producirse el segundo ataque inglés, en 1807, por presión popular, Liniers reemplazó como virrey a Rafael de Sobremonte, acusado de haber abandonado sus funciones en medio de una invasión. La victoria en la Defensa contra la segunda invasión elevó su prestigio y fue confirmado en su cargo por orden del rey Carlos IV de España.

Francisco Javier de Elío, el gobernador de Montevideo, resistió su autoridad y aprovechó el hecho de que Liniers era francés para acusarlo de complotar con el Imperio Napoleónico, en guerra contra España por ese entonces. Elío organizó una Junta de Gobierno en Montevideo, que desconoció la autoridad del virrey.

En el mes de octubre de 1808 estuvo por estallar una revolución contra Liniers, dirigida por el Cabildo de la capital virreinal: la excusa era que el hijo del virrey acababa de contraer matrimonio en el virreinato que gobernaba su padre, algo prohibido por las leyes españolas. Pero la absoluta negativa de la Real Audiencia a secundar el reclamo en su contra hizo abortar los planes de Álzaga y su partido.

La asonada

El 30 de diciembre, el Cabildo presentó una exigencia antipática al virrey, con la evidente intención de provocarlo: vetó el nombramiento de alférez real del joven Bernardino Rivadavia, candidato de Liniers a ese cargo, con comentarios hirientes contra la capacidad del mismo. La intención era usar su insistencia para acusarlo de despotismo. Al darse cuenta de que se le tendía una trampa, Liniers adoptó una actitud sumisa y firmó sin comentarios una orden en que se le pedía al mismo Cabildo que nombrara al nuevo alférez real. Eso desarmó el primer impulso revolucionario.

El 1 de enero del año 1809, los miembros del Cabildo se reunieron y propusieron una lista de miembros del nuevo cabildo, que debía asumir ese mismo día, seleccionando a sus miembros entre los más reconocidos enemigos del virrey. Al dirigirse al Fuerte de Buenos Aires para presentar esa lista para su aprobación, fueron apoyados por varios regimientos de milicias, todos de origen español, que ocuparon la Plaza de la Victoria. También reunieron una pequeña multitud de manifestantes, que protestaban contra la gestión de Liniers y exigían su renuncia.

Contra lo que esperaban, Liniers protestó durante algunos minutos en voz baja, y luego firmó los nombramientos. Por segunda vez, había cedido y logrado salvar con eso su cargo.

Simultáneamente, ingresaba por la puerta de atrás del fuerte un batallón del Regimiento de Patricios, cuyo comandante, Cornelio Saavedra, ordenó defender al virrey y apuntar sus cañones contra el edificio del Cabildo.

Los miembros del Cabildo volvieron a reunirse, y decidieron deponer al virrey de todos modos. Pretendían reemplazarlo con una Junta de Gobierno, de la cual formaban parte solamente españoles peninsulares y dos criollos, Mariano Moreno y el síndico Julián de Leyva, que ejercerían como secretarios de la misma.
Segundo intento

Pasado el mediodía, una fuerte tormenta dispersó a los manifestantes, pero las tropas permanecieron en sus puestos, aunque trasladándose al reparo de los arcos de la Recova.

A media tarde, una gran comitiva se presentó en el Fuerte; de ella formaba parte el Cabildo en pleno, el obispo de la ciudad, Benito Lué y Riega, y los miembros de la Audiencia y del Consulado de Comercio de Buenos Aires. Todos exigían la renuncia de Liniers.

Además pidieron a Saavedra que retirara sus tropas. Viendo que el virrey no parecía ya dispuesto a resistir, el coronel de los Patricios retiró su regimiento por el medio de la Plaza, como en un desfile, saludado por las fuerzas militares rebeldes. Minutos más tarde, y sin esperar órdenes superiores, la mayor parte de los soldados de los batallones españoles se retiró a sus casas. Por su parte, Saavedra se dedicó a recorrer los cuarteles de los demás batallones.

Liniers se consideraba vencido, pero aún quiso controlar en algo los efectos de su caída, por lo que — apoyado por Lué — exigió el cumplimiento de las normativas que preveían el reemplazo de los virreyes por el militar más antiguo del virreinato. En este caso, se trataba del general Pascual Ruiz Huidobro. Sabiendo que su primer intento había fallado, pero considerándolo más manejable y menos prestigioso que Liniers, Álzaga terminó por unirse a esa exigencia.

Entonces sí, Liniers declaró que renunciaría, y se inició la redacción de un acta en que Liniers anunciaba su renuncia.

El fracaso


Pero antes de que el acta estuviera completada, se presentó nuevamente de improviso en el Fuerte el coronel Saavedra, comandante de Patricios, con los demás comandantes de regimientos y batallones formados por criollos. Para darle más espectacularidad a su entrada, Saavedra iba con la espada desenvainada, y había reemplazado su sombrero por un pañuelo anudado.

Saavedra y los demás comandantes exigieron firmemente que se suspendiera el acto, ya que el grupo que presentaba la exigencia de renuncia no representaba al pueblo. Lué intervino, pidiendo a Saavedra que dejara las cosas como estaban, debido a que Liniers no era querido. Entonces Saavedra llevó a Liniers al balcón del Fuerte, donde fue aclamado por una importante cantidad de gente, convocada por el mismo Saavedra.

En ese mismo momento aparecieron en la plaza los Patricios, ocupándola y desplazando a las milicias partidarias del golpe. Hubo algunos disparos, que causaron algunos heridos, pero las milicias rebeldes evacuaron la plaza sin luchar.

Entonces Liniers ingresó nuevamente al salón en que estaban los capitulares y el obispo, y declaró firmemente que no pensaba renunciar. En un giro muy curioso, el acta que se estaba redactando, que comenzaba anunciando la renuncia de Liniers, terminó con la confirmación del mismo, con el general beneplácito de todos los presentes; incluidos los miembros del Cabildo.

Todos se retiraron a sus casas, excepto los miembros del Cabildo. Horas más tarde, entrada ya la noche, Liniers ordenó la libertad de los alcaldes y otras dignidades entrantes. Pero los cabildantes salientes, incluido Álzaga, permanecieron prisioneros.

Consecuencias

Al día siguiente, Álzaga y los demás líderes del movimiento fueron desterrados a Carmen de Patagones. La Audiencia inició un juicio contra ellos, por "independencia"(sic). Pero los dos secretarios nunca fueron molestados.

Los batallones de milicias urbanas sublevados — tercios de Miñones, de Gallegos y de Vizcaínos, incluyendo a los Cazadores Correntinos — fueron disueltos. Parte de las tropas correspondientes pasaron a otros cuerpos, pero los oficiales fueron dados de baja de forma definitiva. También se hallaron implicadas 4 compañías del 3° Batallón de Patricios al mando de José Domingo de Urién y algunos oficiales de los otros dos batallones del cuerpo, tales como Antonio José del Texo (un capitán del 1° batallón), Pedro Blanco y Tomás José Boyso. Urién fue destituido y a Texo se le inició juicio por intentar asesinar a Saavedra.1​ Los desterrados a Carmen de Patagones: Martín de Álzaga, Juan Antonio Santa Coloma, Olaguer Reynals, Francisco de Neyra y Arellano y Esteban Villanueva, fueron rescatados por Elío — quien seguía sin reconocer a Liniers y sostuvo la Junta de Montevideo — y trasladados a esa ciudad.

El Cabildo fue purgado de varios de sus miembros, y un nuevo grupo de dirigentes, ligados especialmente al jefe de los Patricios y a los demás jefes militares criollos, asumió el mando del mismo. No obstante, la mayor parte de ellos — a diferencia de Saavedra — no participarían en la Revolución.

Con la llegada de España del nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, los cuestionamientos de los pobladores españoles al reemplazado Liniers quedaron en el olvido, y Cisneros indultó a los responsables de la Asonada.

Poco después tendría lugar la Revolución de Mayo, dirigida por criollos en lugar de españoles. Álzaga parece haber tenido alguna participación en la elección de los miembros de la Primera Junta, aunque no de forma visible. Varios de los partidarios de Álzaga tuvieron activa participación en la Revolución, aliados esta vez del grupo dirigido por Saavedra.

Uno de los vocales de la fallida junta, Juan Larrea, fue miembro de la Primera Junta. Uno de los dos secretarios, Mariano Moreno, fue secretario de la misma, mientras que el otro, Manuel Leyva, opuso los últimos obstáculos legales que debieron sortear los revolucionarios.

El principal beneficiario del fracaso de la Asonada fue Saavedra, a quien Liniers debía desde entonces su gobierno. De allí en adelante, ningún gobierno pudo actuar en Buenos Aires sin el apoyo de las milicias urbanas, por lo menos hasta la crisis de 1820. De hecho, fue la decisión de Saavedra la que desencadenó la Revolución de Mayo.

Interpretaciones

Desde Vicente Fidel López en adelante, la Asonada de Álzaga fue vista como una reacción absolutista, dirigida por españoles, para salvar el dominio español en el Virreinato. Muchos historiadores han repetido esa visión desde entonces. Entre ellos, Ricardo Levene, biógrafo de Mariano Moreno, no logró nunca conciliar esa visión con el panegírico de su biografiado. Uno de los últimos biógrafos de Álzaga, Lozier Almazán, no intenta definir ese punto con precisión.

Posteriormente, varios autores han puesto en duda esa visión, observando que Álzaga era vasco, y había llegado al Río de la Plata siendo un niño; es decir, que mal podía pretender una dependencia de una España que casi no recordaba, y por la cual los vascos no sentían el mismo apego que los habitantes de las provincias centrales.

Asimismo, tampoco la posterior trayectoria de Moreno condice con el supuesto absolutismo de los partidarios de la Asonada. Por otro lado, durante esos años, los absolutistas siempre se opusieron a la formación de juntas de gobierno.

La significación exacta de la Asonada de Álzaga sigue abierta a discusión, aunque queda claro que no todos los que participaron en ella perseguían los mismos fines. Ni tampoco concordaban en sus objetivos quienes se le opusieron.

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Si ignoras lo que pasó antes de que nacieras, siempre serás un niño.
Marco Tulio Cicerón.

Brasilla
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 05 Mar 2018 17:47

Revolución de CHUQUISACA ( I )


La Revolución de Chuquisaca fue el levantamiento popular ocurrido el 25 de mayo de 1809 en la ciudad de Chuquisaca (actualmente Sucre), perteneciente al Virreinato del Río de la Plata. La Real Audiencia de Charcas, con el apoyo del claustro universitario y sectores independentistas, destituyeron al gobernador y formaron una junta de gobierno.

El movimiento, fiel en principio al rey Fernando VII de España, fue justificado por las sospechas de que el gobierno planeaba entregar el país a la infanta Carlota Joaquina de Borbón, pero desde los comienzos sirvió de marco para el accionar de los sectores independentistas que propagaron la rebelión a La Paz, donde se constituiría la Junta Tuitiva. Reprimido violentamente este último y más radical levantamiento, el movimiento de Chuquisaca fue finalmente deshecho.

Para la historiografía independentista hispanoamericana este acontecimiento suele ser conocido como el Primer Grito Libertario de América.​

El 18 de octubre de 1807, las tropas francesas al mando del general Junot entraron a España, aliada del Primer Imperio francés. Napoleón Bonaparte tenía como objetivo primario ocupar el Reino de Portugal que se resistía a implementar el Bloqueo Continental contra Gran Bretaña.

El 27 de octubre de 1807 el ministro Manuel Godoy firmó el tratado de Fontainebleau, por el que España comprometía su apoyo al ataque. No obstante, las fuerzas de Junot fueron tomando el control efectivo de ciudades y puntos estratégicos del país, lo que movió a la casa real a retirarse a Aranjuez (Madrid) y planear su emigración a América, siguiendo la estrategia de la corte portuguesa que tras la entrada de los franceses a su país, el 23 de noviembre de 1807, se había trasladado a Brasil.

Al conocerse el rumor, el 17 de marzo de 1808 se produjo el Motín de Aranjuez, que forzó la renuncia de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII. Ante los sucesos, el 23 de marzo los franceses ocuparon Madrid y Napoleón ordenó el traslado a Bayona a la familia real.
El dos de mayo de 1808 en Madrid.

El 2 de mayo se produjo en Madrid un levantamiento de la población sangrientamente reprimido, mientras que el 6 de mayo, en los sucesos conocidos como las Abdicaciones de Bayona, Fernando reconoció a su padre como rey legítimo, por lo que — dado que éste había cedido sus derechos a Napoleón — la corona recaía en el emperador, quien designó a su hermano José Bonaparte como el rey de España e Indias.

Juntas de Gobierno en España

Ni el renunciamiento ni el abyecto servilismo que demostró Fernando fueron suficientes para mover a la población a aceptar el cambio dinástico. El 25 de mayo se constituyó la primera junta de gobierno en Oviedo, Asturias, y con diferencias de días surgieron otras, provinciales o locales, en Murcia, Villena, Valencia, León, Santander, La Coruña, Segovia, Valladolid, Logroño, etc.

El puerto de Indias, Sevilla.


El 27 de mayo de 1808, Sevilla creó su propia junta con el nombre de Junta Suprema de España e Indias, que pretendía — al igual que las restantes — gobernar en nombre de Fernando VII y preservar sus derechos al trono, política que la llevó a declarar la guerra a Napoleón el 17 de junio.3​

En esas circunstancias, en 1809, primero en Chuquisaca, y luego en muchas otras ciudades americanas bajo el dominio del Imperio español, detonó una crisis política a causa de la crisis institucional en la metrópoli y de las tensiones revolucionarias que venían madurando en las sociedades coloniales.

Cuando las fuerzas de la división francesa del norte al mando de Joaquín Murat ocupaban la ciudad de Madrid, el 23 de marzo de 1808, se hallaba de servicio en la ciudad el capitán de milicias José Manuel de Goyeneche.

Era de origen americano, natural de Arequipa, en el Bajo Perú, y descendiente de una acomodada familia de origen europeo: su padre, que era realista, lo envió a educarse en la península, donde destacó en parte por su natural locuacidad y su evidente talento para la intriga, y en buena medida por sus contactos.

Goyeneche se acercó al general francés Joaquín Murat, consejero de José Bonaparte, y logró ganarse su confianza. El Emperador deseaba extender su control a la América española para restar mercados a sus adversarios y mantener el flujo de regalías, pero — sin recursos navales para asegurarlo — dependía por completo de lograr decantar hacia ella las lealtades de los americanos, sea por el expediente de mantener la obediencia al monarca, fuera cual fuera; o, de ser necesario, alentando el partido de la independencia.

Murat comisionó entonces a Goyeneche ante los gobiernos y pueblos de América del Sur para que lograse su sometimiento a la nueva dinastía, expidiéndole las correspondientes credenciales.4​

Hallándose ya en Cádiz, y listo el buque de bandera francesa que lo debía conducir a América, se produjo el levantamiento del 27 de mayo de 1808 en la cercana Sevilla y la consiguiente formación de su junta de gobierno.

Expuesto ante sus compatriotas, Goyeneche se dirigió a Sevilla donde se presentó ante la nueva junta como un fiel vasallo, víctima de su fidelidad a la causa realista. Dadas las difíciles circunstancias, no le costó convencer a la junta, especialmente cuando uno de los vocales —y uno de los más intrigantes— el padre Gilito, era amigo cercano de un tío suyo.

La Junta de Sevilla lo nombró su comisionado especial en América ascendiéndolo de forma extraordinaria al rango de brigadier — el salto de capitán de milicias a brigadier del ejército real era excepcional aún en esa situación — con instrucciones de asegurar la proclamación del rey Fernando VII en el del Río de la Plata y en el Virreinato del Perú, y el reconocimiento de las pretensiones de la Junta de Sevilla de gobernar en el nombre del monarca, para lo que carecía de todo título y derecho.

Los alcances de su mandato eran tales que estaba facultado, aunque no por derecho por pretensión de sus mandantes, a destituir y encarcelar a cualquier funcionario que manifestara cualquier oposición a Fernando VII como legítimo rey de España, sin importar que esos funcionarios tuvieran mando emanado del mismo rey (Carlos IV), como el caso de los virreyes.

Con sus dos pliegos, Goyeneche volvió a Cádiz y se embarcó finalmente en compañía del emisario francés de Murat.

Al pasar por Río de Janeiro camino a Buenos Aires, en agosto de ese año, se entrevistó con la infanta Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII y reina regente de Portugal en el Brasil, con ambiciones de asumir los títulos de su hermano en tierras americanas. Carlota le dio a Goyeneche cartas con sus pretensiones, dirigidas a las autoridades coloniales que él iba a visitar. El oficio principal de Carlota afirmaba entre otras cosas:

"Hago saber á los leales y fieles vasallos del Rey catolico de las Españas é Indias, (...) Estando de esta suerte mis muy amados Padres, hermanos y demas individuos de mi real familia de España privados de su natural libertad sin poder ejercer su autoridad ni menos atender á la defensa y conservacion de sus derechos (...) por tanto considerándome suficientemente autorizada y obligada á ejercer las veces de mi augusto Padre y real familia de España como la mas procsima representante suya en este continente de América para con sus fíeles y amados vasallos, me ha parecido conveniente y oportuno dirijiros este mi manifiesto por el cual declaro nula la abdicacion ó renuncia que mi Señor Padre el Rey Don Carlos IV y demas individuos de mi real familia de España tienen hecha en favor del Emperador ó Jefe de los franceces; á cuya declaracion deben adherir todos los fíeles y leales vasallos de mi augusto Padre, en cuanto no se hallen libres é independientes los representantes de mi real familia (...) Igualmente os ruego y encargo con el mayor encarecimiento que prosigais como hasta aquí en la recta administración de justicia con arreglo á las leyes, las que cuidareis y celareis se mantengan ilesas y en su vigor y observancia, cuidando muí particularmente de la tranquilidad pública y defensa de estos dominios, hasta que mi amado primo el infante D. Pedro Carlos ú otra persona llegue entre vosotros para arreglar los asuntos del gobierno de estos dominios durante la desgraciada situacion de mis mui amados Padres, hermanos y tio, sin que mis nuevas providencias alteren en lo mas mínimo lo dispuesto y prevenido por mis augustos antecesores".
Carta de Carlota Joaquina de Borbón, 19 de agosto de 1808


Goyeneche aceptó el encargo, sin comprometerse — según sus dichos — más que a actuar de mensajero. Sin embargo, su posición era probablemente puramente oportunista, al igual que en el caso de los pliegos de Murat o de Sevilla. Una carta confidencial que Carlota escribió a su secretario privado José Presas afirma:

"Presas, las cartas las quiero yo todas mañana para despachar a Cortés​ y a Cerdán, despues de mañana, asi como las dos cartas para ellos y también la de Abascal, para que ellos las lleven: la de Goyeneche que vaya bien tocadita, y al mismo tiempo agradecida para el buen éxito de nuestro negocio."
José Presas. Memorias secretas de la infanta Carlota, en Biblioteca de Mayo, página 797.


Desde la llegada al Río de la Plata de las primeras noticias acerca de los sucesos en España, el gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, había agudizado el conflicto que mantenía con su superior, el virrey Liniers. El alcalde de primer voto del Cabildo de Buenos Aires Martín de Álzaga, con el acuerdo de varios de los principales cabildantes, viajó a Montevideo y permaneció allí cerca de un mes, promoviendo la formación de una junta como primer paso para la creación de una junta suprema y la convocatoria a un congreso en Buenos Aires.

La llegada de un emisario de Bonaparte exacerbó el conflicto, poniéndose Elío en franca rebeldía y llegando a llamar traidor a Liniers. No obstante, el 21 de agosto se juró finalmente en Buenos Aires a Fernando VII, y el 2 de septiembre de 1808 se decretó por bando en Buenos Aires la guerra a Francia.

El brigadier Goyeneche arribó a Montevideo munido de tres pliegos para sendas misiones reservadas, para usar según su interés. Se acreditó allí ante Francisco Javier de Elío como representante de la Junta de Sevilla, alentándolo en su propósito de independizarse de Buenos Aires y no reconocer la autoridad del virrey Liniers por ser de origen francés:"Cuando llegó a Montevideo aplaudió el celo del gobernador Elío y sus vecinos en haber formado una junta y manifestó que su venida se dirigía a promover el establecimiento de otras en las ciudades de aquel reino."6​ Tras esto, Goyeneche pasó a Buenos Aires.

El 21 de septiembre de 1808 se produjo así el primer movimiento juntista en el Virreinato. En Montevideo un Cabildo abierto formó una Junta y nombró al gobernador Francisco Javier de Elío como su presidente, "llegando su osadía a tal extremo de circular órdenes seductivas a las provincias de este virreinato para que hiciesen lo mismo que ellos, que no han hecho caso de semejantes siniestras deliberaciones, todo con el fin de obligar a esta capital a que depusiera al señor virrey, pues así lo indicaron a este cabildo diciéndoles que solo levantando una junta con el nombre de Suprema obedecerían, lo que fue despreciado."7​

Una nota de la Real Audiencia de Buenos Aires del 27 de octubre de 1809 diría "..el fuego que encendió don Javier Elio en Montevideo se extendió a las provincias interiores del virreinato."
Santiago de Liniers y Bremond.

Llegado a Buenos Aires trató de hacer uso de las instrucciones que llevaba del rey José pero desconcertado por la fidelidad del Virrey Santiago de Liniers — nacido francés — empezó a proclamarse realista puro y partidario acérrimo de la causa de Fernando.

Buena parte de la población, al recibir noticias de que en España subsistía un gobierno, lo hizo propio más allá de su ilegitimidad.

Con el objeto de asegurar los fondos necesarios para proseguir su misión, Goyeneche no dudó en condenar ahora a Elío: "Trasladado a Buenos Aires fue diferente su lenguaje, y unido con Liniers y los oidores, de quienes esperaba caudales y créditos para proseguir su misión a Lima blasfemó de la conducta del jefe de Montevideo y lo caracterizó refractario."6​ No obstante, tuvo tratos con Álzaga, a quien dejó entrever que el gobierno peninsular vería con agrado que se depusiera a todo gobierno americano sobre cuya lealtad pudiera haber dudas: "No por eso dejó de insinuarse privadamente con los individuos del Cabildo que ya se hallaban sumamente alarmados con los manejos de Liniers, que sería acertado y muy conformes a las ideas de la metrópoli se separasen en América los mandatarios sospechosos y se erigiesen unos gobiernos populares que vigilasen sobre la seguridad pública." Exactamente lo que Álzaga deseaba oír para seguir adelante con su plan, que desembocaría en la abortada revolución del 1 de enero del año siguiente.

Finalmente, el intrigante Goyeneche siguió hacia el Alto Perú, camino de Lima. Diría el Dean Gregorio Funes en su Ensayo histórico de la revolución de América: "Fue bonapartista en Madrid, federalista en Sevilla, en Montevideo aristócrata, en Buenos Aires realista puro y en el Perú tirano".
Revolución en Chuquisaca

Alto Perú

El territorio del Alto Perú, hoy parte integrante de Bolivia, estaba compuesto por cuatro intendencias o provincias y dos gobiernos políticos militares. Una de las provincias era la de Chuquisaca, en cuya capital Chuquisaca —llamada también La Plata o Charcas y hoy Sucre, 19°2′35″S 65°15′33″O— tenía su sede la Real Audiencia de Charcas.

La Intendencia de Chuquisaca contaba con los partidos de Yamparáez (16 "doctrinas" incluidas las parroquias de San Lorenzo y San Sebastián, sitas en los términos de la capital misma), Tomina (once pueblos), Pilaya y Paspaya (7 doctrinas), Oruro (4 pueblos), Paria (8) y Carangas (6).

El Alto Perú perteneció al Virreinato del Perú hasta 1776. Por real cédula del 8 de agosto, al crearse el nuevo Virreinato del Río de la Plata, el territorio del Alto Perú pasó a ser parte integrante de este nuevo virreinato. La real ordenanza de 28 de enero de 1782 dispuso que la administración de lo concerniente a gobierno, guerra y policía estaba en manos de intendentes, con acuerdo último del virrey.

Actual Departamento de Chuquisaca.

Así como la importancia de Potosí radicaba en la riqueza de su cerro, la de Chuquisaca giraba alrededor de la Audiencia y la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca, la cual —reputada en la época como una de las mejores del mundo— atraía estudiantes de los Virreinatos de Lima y Buenos Aires, por lo que la ciudad era llamada la "Atenas americana".11​

En esa época tenía una población de alrededor de entre 14 000 y 18 000 habitantes, de los cuales alrededor de 800 eran estudiantes y 90 miembros graduados del Claustro.

Así, la actividad económica de la ciudad era sostenida por los sueldos de los oidores, empleados curiales y civiles, las costas de los procesos, la universidad, los asistentes a actos literarios y constitucionales, las rentas eclesiásticas,12​ etc.

Desde hacía tiempo existían fuertes desavenencias entre el presidente de Charcas, Ramón García de León y Pizarro, y la Real Audiencia; y entre el arzobispo de Charcas Benito María Moxó y Francolí y el cabildo eclesiástico, producidas en buena medida por los celos y la ambición, que tomaban mayor envergadura por el estado de anarquía y desorden en que se hallaba España.

Unos y otros contendores invocaban el auxilio del pueblo para hacer triunfar sus miras: en uno de los pasquines que en 1808 circularon en Chuquisaca se pedía al pueblo el apoyo al clero oprimido, concluyéndose por exclamar "Viva! Viva la libertad!"
.
Comienza el conflicto

Las noticias llegaron también al Alto Perú y, en acuerdos del 18 y el 23 de septiembre, la Real Audiencia de Charcas se opuso al reconocimiento de la Junta de Sevilla y de Goyeneche como legítimo comisionado "habiendo otras juntas provinciales independientes de la de Sevilla".

Las noticias de su entrevista con Carlota de Brasil despertaron alarma en la población. A mediados del siglo XVIII la provincia de Chiquitos, en los llanos al oriente de Chuquisaca, había sido alcanzada por las incursiones de bandeirantes brasileños, quienes habían secuestrado para esclavizar a la población aborigen, recuerdo que despertó suspicacias en la población de la ciudad.

El 24, el arzobispo de Charcas, Benito María Moxó y Francolí, mandó reconocer a la Junta de Sevilla y a su representante, Goyeneche, intimando al clero bajo pena de excomunión. El Real Acuerdo del 23 de septiembre trazó una línea entre los oidores por un lado y el Virrey, el Presidente Ramón García de León y Pizarro y el Arzobispo Moxó y Francolí, en torno a la aceptación de la Junta de Sevilla.

A principios de noviembre Goyeneche fue recibido pomposamente, pero la Audiencia se mantuvo en su posición, lo que también desafiaba la autoridad del Virrey Liniers, que lo había aceptado. Goyeneche llegó a amenazar con hacer detener al regente, lo que motivó una manifestación pública. La presentación de los pliegos de la Infanta Carlota y el fallecimiento del oidor Antonio Boero —a resultas de las discusiones— empeoraron la situación:

La Junta de Sevilla fue reconocida no solo sin contradicción, pero aún con alegría, y en todo el virreynato sólo un anciano y respetable magistrado, el Regente de Charcas, se atrevió a censurar la ligereza e impropiedad de este paso: su singular firmeza le costó muy cara pues murió de sofocación por los insultos que Goyeneche le hizo al pasar por esa ciudad.13​

Interviene el Claustro

El presidente Pizarro elevó los pliegos de Carlota a la Universidad y Claustro de Doctores, pidiéndole su parecer. El Claustro —siguiendo la posición de su síndico, el Dr. Manuel de Zudáñez— no sólo rechazó los términos de la orden de la hermana de Fernando VII, sino que calificó en sus acuerdos de subversiva la comunicación de la Infanta: en efecto, habiéndose jurado a Fernando VII como rey de España y de las Indias, al desconocer ese derecho y afirmar que su padre fue obligado a ceder la corona a Fernando por una sublevación en Aranjuez, provocada con ese fin, no por cierto dejaba de ser traición.

Las principales observaciones del Claustro respecto de las "intenciones y miras irregulares e injustas de la Corte de Portugal contra los sagrados e inviolables derechos de nuestro Augusto Amo y Señor Natural, Fernando Séptimo" eran:

Que reconociendo y jurando como único y legítimo monarca de España e Indias, al Señor Fernando Séptimo en virtud de la premeditada, legal y espontánea renuncia que a su favor hizo de la Corona el Señor Don Carlos, cuando en el Real sitio de Aranjuez a diecinueve de marzo del año próximo pasado de ochocientos ocho, lo que ningún español ni americano puede poner en duda sin ser visto y tratado como reo de alta traición".

Admira y asombra que la Señora Princesa del Brasil, Doña Carlota Joaquina en su citado manifiesto dirigido a estas provincias, atribuya renuncia tan solemne y autorizada, a una sublevación o tumulto suscitado en la Corte de Madrid para obligar al Señor Don Carlos Cuarto a abdicar la corona: proposición subversiva que excita la noble indignación y horror de los dignos vasallos de Fernando Séptimo.

Que la inicua retención de la sagrada persona de nuestro Augusto Fernando Séptimo en Francia, no impide el que sus vasallos de ambos hemisferios, reconozcan inflexiblemente a su soberana autoridad, adoren su persona, cumplan con la observancia de las leyes, obedezcan a las autoridades, tribunales y jefes respectivos que los gobiernan en paz y quietud, y sobre todo a la junta Central establecida últimamente que manda a nombre de Fernando Séptimo, sin que la América necesite que una potencia extranjera quiera tomar las riendas del Gobierno como la Señora Princesa Doña Carlota Joaquina, a pretexto de considerarse “suficientemente autorizada y obligada a ejercer las veces de su Augusto Padre Don Carlos Cuarto (que ya dejó de ser Rey) y Real Familia de España existentes en Europa”, expresiones de su manifiesto.

Respuesta de la Universidad de Chuquisaca, AHN Cons. Leg. 21392.85 f. 76.

La Universidad finalmente expresaba no sólo su opinión sino que se atrevía a ordenar la política a seguir:

En cuya consecuencia reflexionando sobre los perniciosos efectos que puede acarrear en perjuicio de la soberanía y la tranquilidad pública el que circulen los citados papeles de la Señora Princesa del Brasil, acordaron, mandaron y ordenaron que no se conteste a dicha Señora Princesa Doña Carlota Joaquina.

El Claustro negaba también los derechos de la Infanta Carlota en razón de la Ley Sálica, sancionada en 1713 por Felipe V, que excluía a las mujeres de la sucesión.14​ Al respecto, Benito María Moxó y Francolí y Pedro Vicente Cañete —oidor honorario y asesor del intendente de Potosí— aseguraban que la pragmática estaba derogada por la Pragmática Sanción de 1789, sancionada por las Cortes de Madrid, a pedido de Carlos IV. Si bien esto era cierto, ésta era oficialmente desconocida en la época —incluso en la Universidad— dado que en su momento Carlos IV había dado órdenes de que la resolución mantuviera un carácter reservado. Era ignorado incluso por la Junta Central, que —ante la afirmación en ese sentido del embajador portugués— debió asesorarse de la veracidad convocando a dos personas que habían participado como procuradores de dichas cortes.14​15​

Las afirmaciones de Moxó y Cañete, lejos de restar argumentos a la oposición, generaron más desconfianza, suponiéndose que la desconocida derogación que era sacada a la luz era sólo un pretexto para cohonestar la usurpación.14​

El acta final de la Universidad, redactada por el Dr.Jaime de Zudáñez, tras ser aprobada y firmada por todos los doctores, fue remitida por el rector al gobernador y directamente elevada al virrey. Liniers, viendo el uso de palabras como traición — y referidas nada menos que a la Infanta — ordenó que se borrasen y destruyesen, por lo que Pizarro dispuso que se le llevase el libro de actas y todo papel relacionado, y que el escribano de gobierno arrancase las hojas y las destruyese.14​
José Fernando de Abascal.

Durante su estadía en Chuquisaca, Goyeneche se entrevistó en varias ocasiones con Ramón García de León y Pizarro y con el arzobispo de Charcas, Benito María Moxó y Francolí. Ambos tenían previamente conflictos con los oidores de la Real Audiencia y con el cabildo eclesiástico, respectivamente.

Es imposible saber si en esas reuniones, siempre reservadas, se tramó la entrega del virreinato a la princesa Carlota, pero es probable que sólo se trató de la manera de que cada cual conservase su puesto en la espera del resultado de los acontecimientos en la Península, a juzgar por la conducta previa y ulterior de esos personajes.16​

Las diligencias de Goyeneche fueron cortas, pues la Real Audiencia y su presidente Ramón García de León y Pizarro reconocieron la autoridad de la Junta peninsular; y las comunicaciones de la infanta Carlota no pasaron de meras formalidades que se despacharon antes de que el plenipotenciario siguiera camino de Lima, en donde el virrey del Perú, José Fernando de Abascal, lo confirmó en el rango de brigadier y le concedió la presidencia provisoria de la Real Audiencia del Cuzco.
Sucesos en Buenos Aires

El 1 de enero de 1809, cuando debían asumir las nuevas autoridades del Cabildo de Buenos Aires, se produjo el levantamiento en Buenos Aires, conocido como la Asonada de Álzaga. Si bien la mayoría de sus partícipes eran españoles nativos,17​ muchos criollos, como Mariano Moreno lo apoyaban. Parte de las milicias españolas apoyaban la rebelión: los tercios de gallegos, vizcaínos y miñones de Cataluña. Pero las milicias criollas — encabezadas por Cornelio Saavedra — y el tercio de andaluces sostuvieron a Liniers, con lo que el movimiento fracasó. Álzaga y los cabecillas fueron desterrados a Carmen de Patagones​ y los cuerpos militares sublevados fueron disueltos.
Cornelio Saavedra.

El tercer movimiento se daría en las provincias de "arriba", en el Alto Perú: en Charcas, el 25 de mayo; en La Paz el 16 de julio; y se propagaría a Quito el 10 de agosto, con la Instalación de la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito tras el levantamiento de la Real Audiencia de Quito.

Los sucesos de Buenos Aires no eran ajenos a los de Chuquisaca. Por un lado, el asesor del intendente Pedro Vicente Cañete, odiado por los oidores propietarios escribió el 25 de enero la "Carta consultiva apologética" apoyando a Liniers.

De manera similar, los partidarios de Álzaga mantenían contactos con comerciantes del Alto Perú, especialmente de Potosí. Muchos de los estudiantes eran oriundos del Río de la Plata, y casi todos los graduados de la capital habían estudiado en Chuquisaca y se habían relacionado en mayor o menor medida con los círculos independentistas. Tal era el caso de Mariano Moreno, que era considerado por estos últimos como un verdadero comisionado.

La revocatoria dispuesta por el virrey Liniers de la expulsión de Cañete acordada por la Audiencia y la difusión de un rumor de que el presidente Pizarro detendría a los oidores agravaron la situación.
Bernardo Monteagudo.

Circulaban panfletos y pasquines anónimos, en ocasiones redactados en la misma Charcas. En su mayoría acusaban de "carlotismo" a los gobernantes, pero en algunos casos eran en mayor o menor medida revolucionarios. El principal que circuló esos días fue el célebre Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos, escrito por el republicano Bernardo Monteagudo, graduado en el 1808, que cerraba con las palabras:

"Habitantes del Perú: si desnaturalizados e insensibles habéis mirado hasta el día con semblante tranquilo y sereno la desolación e infortunio de vuestra desgraciada patria, despertad ya del penoso letargo en que habéis estado sumergidos. Desaparezca la penosa y funesta noche de la usurpación, y amanezca luminoso y claro el día de la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la esclavitud y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de la independencia. Vuestra causa es justa, equitativos vuestros designios. Reuníos, pues, corred a dar ripio a la grande obra de vivir independientes."
Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos.


El abogado y regidor del Cabildo Manuel Zudáñez el 16 de mayo persuadió al Cabildo de que era inminente su detención por lo que solicitaron a la Audiencia la protección de sus personas, la cual empezó a efectuar averiguaciones oficiales y planear la prisión del presidente García Pizarro

El 20 de mayo, Manuel de Zudáñez Ramírez, supo de la destrucción de las actas en que constaba la resolución del Claustro contra las pretensiones de Carlota y denunció de inmediato la actitud del Presidente. Lo sucedido decidió a los opositores a dar crédito definitivo a la posible entrega del poder a Carlota y representó un rompimiento de relaciones del gobernador con el Claustro, la Universidad, el Tribunal, el Cabildo y la opinión pública.

El 23 de mayo el presidente Ramón García de León y Pizarro empezó a disponer medidas para anticiparse a los acontecimientos solicitando al gobernador intendente de Potosí Francisco de Paula Sanz que movilizara sus tropas a Chuquisaca, pues:

(...) todas las señas son de que tratan de quitarme el mando (...) y desconocer la autoridad del gobierno superior.

El 24 por la noche la Audiencia dispuso patrullas conducidas por los regidores para evitar detenciones, mientras preparaba un documento, redactado por López de Andreu, solicitando la renuncia del presidente. El 25 de mayo, el padre Félix Bonet, provincial de Santo Domingo junto al capitán Santiesteban previnieron a Pizarro sobre la conspiración y acuerdos secretos que se venían gestando días atrás.

Ramón García de León y Pizarro reforzó con 25 hombres la guardia del palacio, envió a su hijo Agapito a Potosí llevando una carta reservada para el gobernador Francisco de Paula Sanz y aproximadamente a las 15:00 convocó a los abogados Esteban Gascón y José Eugenio Portillo, a quienes les informó sobre la reunión nocturna que sostuvieron los oidores y donde se dispuso su suspensión. El Presidente requería el asesoramiento de los abogados para la detención de los oidores José Vicente Ussoz20​ y José Vásquez de Ballesteros, del fiscal Miguel López Andreu, de los miembros del Cabildo Secular, Manuel de Zudáñez y Domingo Aníbarro y el abogado Jaime de Zudáñez, defensor de los pobres.

A las 6 de la tarde ordenó García de León y Pizarro la prisión de los conjurados, a cuyos efectos salieron seis comisionados acompañados de guardias. La noticia corrió rápidamente y los intimados se pusieron a buen recaudo en donde pudieron. Los oidores Váquez Ballesteros, Ussoz y Mozi y el fiscal Andreu no fueron hallados en sus domicilios, ya que estaban en una reunión en la casa del decano José de la Iglesia. Posteriormente, Vásquez Ballesteros se refugió en un rincón de esa casa, Ussoz y Mozi se trasladó al convento de San Felipe Neri y López Andreu huyó de la ciudad.

Así, solo se pudo detener a Jaime de Zudáñez, a quien una comisión dirigida por el oficial Pedro Usúa trasladó apuntando con sus armas al cuartel de veteranos. A pocos metros los seguía la hermana de Zudáñez que pedía a gritos auxilio para su hermano, con lo que se empezó a formar una multitud, razón por la cual Zudáñez fue trasladado a la cárcel de corte (llamada así por estar en el edificio que servía a la real audiencia y donde también vivía el presidente), frente a la cual se empezó a reunir la población que pidió a gritos la intervención del Arzobispo, quien se reunió con Ramón García de León y Pizarro.

Mientras la población apedreaba el edificio, Ramón García de León y Pizarro accedió a liberar a Jaime de Zudáñez, a quien por otra parte consideraba el menos importante de los conjurados, y le pidió que calme a la turba. Zudáñez salió junto con el Arzobispo y el Conde de San Javier y Casa Laredo por una puerta falsa, debido a que la pedrea continuaba, y al ser visto fue llevado en andas como un héroe.

Al conocerse la noticia de la detención de Zudáñez y al notarse la falta de otras personas a quienes se suponían detenidas, se movilizó un gran número de ciudadanos a la Plaza Mayor en tumulto. Destacaba Bernardo de Monteagudo y otros seguidores de los ideales republicanos quienes repetían el lema "¡Muera el mal gobierno, viva el Rey Fernando VII!" pidiendo la liberación de los presos y la renuncia de García de León y Pizarro.

Para convocar al pueblo se tocó a rebato las campanas de las iglesias principales: Juan Manuel Lemoine forzó sable en mano la resistencia de los frailes del Templo de San Francisco y consiguió acceder a su campana que tocó hasta rajarse, la cual es denominada por esa razón y desde entonces "Campana de la Libertad",21​ en tanto que el francés José Sivilat y un sirviente de Jaime de Zudáñez hicieron lo propio en la catedral. Al sonido de las campanas acudió aún más gente y Mariano Michel Mercado, trabuco en mano, envió a los jóvenes a tañer las campanas de las restantes iglesias.

Las gentes que el subdelegado de Yamparáez, el coronel Juan Antonio Álvarez de Arenales, había apostado a las afueras de la ciudad invadieron las calles, mientras los principales se reunían nuevamente en la casa de José de la Iglesia, donde se resolvió enviar una nota al presidente Ramón García de León y Pizarro exigiendo la entrega del armamento existente en su residencia. El propio Arenales, el alcalde Antonio Paredes y el padre Polanco reclamaron del presidente la entrega de las armas y ante su negativa el oidor Ballesteros se hizo presente para acompañar la petición como única forma de sosegar el tumulto.

La población amotinada en que se destacaban los Zudáñez y Lemoine, Malavía, Monteagudo, Toro, Miranda, Sivilat, etc, se iba cada vez excitando más, a lo que contribuía en muchos la situación y en otros el aguardiente que mezclado con pólvora se les iba repartiendo.22​

El Presidente ordenó abrir la puerta principal y dejó sacar los cañones solicitados, pero iniciada la entrega de los fusiles los manifestantes invadieron el recinto del palacio de gobierno por lo que la guardia disparó al aire a lo que se respondió con artillería.14​23​

Los conjurados redactaron un mensaje al Presidente exigiéndole la entrega inmediata del mando político y militar. Ramón García de León y Pizarro rechazó y sugirió una reunión al día siguiente (26 de mayo), a fin de analizar el problema. Los oidores insistieron el pedido para evitar "funestos sucesos". Ante una nueva negativa, se envió una tercera demanda, entretanto el pueblo logró derribar, con dos disparos de cañón, la puerta falsa de la residencia. Finalmente, en el momento en que los grupos ingresaban por la abertura, emergieron los mensajeros, exhibiendo el documento de renuncia. En ese momento eran las tres de la madrugada.

Sólo defendió a su presidente el marques Ramón García de León y Pizarro su guardia, dado que el oficial chuquisaqueño Manuel Yañez, a cargo del cuartel, no dejó salir los soldados a la calle.14​

García de León y Pizarro se entregó a los oidores, y fue detenido en la Universidad. El 26 por la mañana la Audiencia asumía el poder como "Audiencia Gobernadora", nombrando a Álvarez de Arenales como comandante general y al decano de la Audiencia, José de la Iglesia como gobernador de Charcas.24​ El presidente fue sometido a juicio por traición a la patria y la guarnición fue desarmada, pasando las armas al pueblo.25​ Solo se separó de sus funciones al presidente Ramón García de León y Pizarro y al comandante del batallón de milicias Ramón García.14​ Álvarez de Arenales organizó la defensa formando las milicias de Chuquisaca y Yamparáez con nueve compañías de infantería organizadas por los oficios de sus miembros: I Infantería (al mando de Joaquín Lemoine), II Académicos (Manuel de Zudáñez), III Plateros (Juan Manuel Lemoine), IV Tejedores (Pedro Carbajal), V Sastres (Toribio Salinas), VI Sombrereros (Manuel de Entre Ambas Aguas), VII Zapateros (Miguel Monteagudo), VIII Pintores (Diego Ruiz) y IX Varios gremios (Manuel Corcuera). Se formaron además tres partidas de caballería ligera al mando de Manuel de Sotomayor, Mariano Guzmán y Nicolás de Larrazabal, un cuerpo de artillería al mando de Jaime de Zudáñez y un batallón de pardos y morenos.


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Marco Tulio Cicerón.

Brasilla
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 05 Mar 2018 17:48

Revolución de CHUQUISACA ( II )


En busca de apoyo

El 9 de julio el gobernador de Potosí, Francisco de Paula Sanz, recibió una comunicación del virrey Liniers fechada el 18 de junio de 1809:

(...) que en Salta, Tomina y esa Villa se apronten, y municiones en cada uno de estos Parages doscientos hombres de sus Milicias que al mando de Don Jose Francisco Tineo, Don Diego de Velasco, y Don Indalecio Gonzalez de Socasa, y unidos con las Compañías veteranas que exiten en esa dicha Villa se pongan todas a disposición de V. Señoria interin que se remite Xefe que se haga cargo de la Precidencia de Charcas, para que reuniendo VSeñoria esta fuerza armada mantenga la tranquilidad y sociego interior de esas Provincias imponga el respeto de la Autoridad Real y sociegue qualesquiera alboroto publico que exista: o pueda sucitarse (...)
Carta del virrey Liniers al gobernador Paula Sanz del 18 de junio de 1809

En igual sentido a lo solicitado por Pizarro, ordenándole que reuniera una fuerza competente en Potosí para mantener el sosiego público y el respeto a las autoridades, ordenándole también que obedeciera a la Audiencia en lo que esta no contrariara al gobierno superior. Marchó Paula Sanz con tropas sobre Chuquisaca en auxilio del presidente pero al llegar a las inmediaciones de Chuquisaca la Audiencia le ordenó retroceder a Potosí con sus fuerzas, a lo que tras una conferencia accedió.
Baltasar Hidalgo de Cisneros.

Los juntistas buscaron y hallaron el apoyo de Elío en la Banda Oriental. En Colonia del Sacramento se encontraba el nuevo virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien aprobó en principio la conducta observada por la Audiencia de Charcas, ordenando al intendente de Potosí que cooperase en lo sucesivo.

Hasta el momento y tal como era percibido en aquella época al menos en el Río de la Plata e incluso por muchos de sus protagonistas, el movimiento de Chuquisaca no tenía por objeto la independencia sino que por el contrario era inspirado por una ciega adhesión a la causa del rey Fernando y rechazo al enemigo tradicional, Portugal, y la política de los carlotistas. No obstante muchos estudiantes y ciudadanos de Chuquisaca sí aspiraban a avanzar hacia la independencia, entre ellos Antonio Paredes, Mariano Michel, José Benito Alzérreca, José Manuel Mercado, Álvarez de Arenales, Manuel Victorio García Lanza y Monteagudo.26​

Con ese objeto disimulado se enviaron emisarios a distintas ciudades: supuestamente con el objeto de transmitir sus leales intenciones para con Fernando VII y llevar a cabo tareas encomendadas por la Audiencia tenían por misión fomentar los sentimientos independentistas entre los habitantes de otras ciudades.

Los comisionados conformaban una sociedad secreta, conocida como la Sociedad de Independientes.

A Cochabamba salieron primero Mariano "malaco" Michel y Tomás Alzérreca y luego José Benito Alzérreca y Justo María Pulido. A La Paz fueron enviados primero Gregorio Jiménez y Manuel Toro, pero fracasaron en su misión, por lo que se resolvió enviar a Michel con su hermano, el clérigo Juan Manuel Mercado, y con el Alcalde Provincial del Cuzco, Antonio Paredes. En Sicasica, en la ruta a La Paz, se les sumó el cura José Antonio Medina. Paredes siguió después al Cuzco. Bernardo Monteagudo fue enviado a Potosí y Tupiza, con la misión de fomentar la sublevación, interceptar el correo realista entre Buenos Aires y Lima, y de triunfar el movimiento, proseguir a Buenos Aires. Joaquín Lemoine y Eustaquio Moldes partieron a Santa Cruz de la Sierra y como comisionado en San Salvador de Jujuy se contaba con Teodoro Sánchez de Bustamante, en Salta con José Mariano Serrano, en Tucumán con Mariano Sánchez de Loria y en Buenos Aires con el antiguo estudiante Mariano Moreno.

Ocupaba el gobierno de la Paz interinamente (por la muerte del intendente Antonio Burgundo de Juan) el Dr. Tadeo Dávila, de quien se sospechaban simpatías revolucionarias, al igual que de su antecesor, por sucesos acaecidos en 1805.29​

Un cronista afirmaba:

"De estos maquinantes (los patriotas de la Paz) se componia en su mayor parte la tertulia del Sr Dávila, a quien llevaban repetidos chismes, calumniando sin miramiento a los más honrados vecinos, y haciéndole entender que estos hacian juntas para colocar en el mando al Sr Prada; y aunque nada de esto sucedia, esto era lo único que preocupaba al Sr Dávila."

"Los acontecimientos de Chuquisaca los miraban como modelo de lo que debia suceder en esta (la Paz); veian inmediatamente la llama, y el viento espeso y caldeado de la atmósfera incendiada les embarazaba la respiracion: solo al jefe nada le alteraba, nada se le podia decir, porque despreciándolo todo, nada resolvia."
"Acéfalo el pueblo de este modo, en nada encontraban los tramantes oposicion para su intento; seguian con empeño en sus juntas y se fermentaron con la llegada del emisario Dr.Mariano Michel, mandado por la Audiencia de Chuquisaca, con una real provision para prender a varios que se habian escapado en la noche del 26 de mayo."
Citado en Ramón Muñoz, La guerra de los 15 años en el Alto Perú.

Michel más allá de su misión oficial, promovía la revolución. Llevó a La Paz el documento titulado Proclama de la ciudad de La Plata a los valerosos habitantes de La Paz, que adquirió fama conocida como Proclama de la Junta Tuitiva de La Paz:

"Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno de nuestra Patria. Hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y la tiranía de un usurpador injusto que degradándonos de la especie humana, nos ha reputado por salvajes y mirado como esclavos; hemos guardado un silencio bastante análogo a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español"

"Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo de tan funesto a nuestra felicidad, como favorable al orgullo nacional del español; ya es tiempo de organizar un nuevo sistema de gobierno fundado en los intereses de nuestra Patria, altamente deprimida por la política de Madrid; ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía."
"Valerosos habitantes de La Paz y de todo el imperio del Perú relevad vuestros proyectos por la ejecución; aprovechaos de las circunstancias en que estamos; no miréis con desdén la felicidad de nuestro suelo; no perdáis jamás de vista la unión que debe reinar en todos para ser en adelante felices como desgraciados hasta el presente"
Facsímile de la Proclama de la ciudad de La Plata a los valerosos habitantes de La Paz, según un testimonio judicial coetáneo (1809, Archivo General de la Nación Argentina), en Revista Expresión, edición especial Nº 11 y 12; junio de 2008. Publicación de la Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca (Sucre, Bolivia)

La misión fue un éxito, y después de un mes Michel regresó a Chuquisaca. El 12 de julio los independentistas se reunieron en la casa de Juan Antonio Figueroa y acordaron dar el golpe definitivo el 16 de julio, aprovechando la circunstancia de que se licenciaría la tropa después de la procesión del Cármen que es en Bolivia una de las más solemnes.30​ Fueron de cualquier manera comisionados Mariano Graneros y Melchor Jiménez para sondear la actitud de los soldados del batallón.

Los principales conjurados eran Pedro Domingo Murillo, Melchor Giménez (alias "el pichitanga"), Mariano Graneros (alias el "chaya-tegeta") y Juan Pedro de Indaburu. En la fecha prevista el batallón de milicias al mando de su segundo jefe Juan Pedro de Indaburu copó el cuartel de veteranos mientras la población se volcaba a la plaza. El gobernador Dávila fue arrestado por los revolucionarios y un Cabildo abierto reunido esa misma noche lo depuso del mando al igual que al obispo Remigio de la Santa y Ortega, a los alcaldes ordinarios, a los subdelegados y a todos los empleados públicos constituidos por el rey. Abolió todas las deudas contraídas a favor del fisco hasta ese día, y en la mañana del 20 se mandó quemar los documentos y papeles relativos a ellas en la plaza mayor a la vista de todos.

Pidió y obtuvo el pueblo la renuncia del prelado así como la del gobernador Dávila, proclamando a Murillo para jefe de las armas, cargo en que fue reconocido por disposición del Cabildo. Este accidente, que defraudaba en cierto modo las esperanzas de Indaburo, trajo como se verá más tarde fatales consecuencias y fue el origen de desastrosos sucesos.

Se formó una junta de gobierno independentista denominada Junta Tuitiva, presidida por el coronel Pedro Domingo Murillo, nombrándose Secretario a Sebastián Aparicio, Escribano a Juan Manuel Cáceres y como vocales al Dr.Gregorio García Lanza, Dr.Melchor León de la Barra (cura de Caquiavire), José Antonio Medina (tucumano, cura de Sicasica), presbítero Juan Manuel Mercado (chuquisaqueño), Dr.Juan Basilio Catácora y Dr.Juan de la Cruz Monje y Ortega.

Se nombraron después otros vocales suplentes o ciudadanos agregados: Sebastián Arrieta (tesorero), Dr.Antonio Avila, Francisco Diego Palacios y José María Santos Rubio (comerciantes), Buenaventura Bueno (maestro de latín) y Francisco X. Iturres Patiño

Murillo fue elevado al rango de coronel y jefe militar de la provincia e Indaburo al de teniente coronel, segundo de aquel. Esta decisión se basaba por un lado en la popularidad de Murillo pero también por desconfianza hacia Indaburo, considerado un hombre ambicioso, dominante e impetuoso.

Mientras el movimiento hallaba eco y radicalización en La Paz, en Potosí Francisco de Paula Sanz actuó con rapidez y decisión. Tras desconocer a la Audiencia de Charcas y a la Junta Tuitiva de La Paz, acuarteló al batallón de milicias al mando del coronel Indalecio González de Socasa y separó a los oficiales americanos para reemplazarlos con europeos. Como los jefes del batallón de Azogeros se manifestaron a favor de lo sucedido en Chuquisaca, Sanz mandó también prender al coronel Pedro Antonio Ascarate y al teniente coronel Diego de Barrenechea. También hizo detener al alferez real Joaquín de la Quintana, al ensayador del Banco Salvador Matos, a cuatro hermanos de apellido Nogales y al escribano Toro entre otros ciudadanos.

Mientras adoptaba esas medidas, Sanz pidió auxilios al virrey del Perú José Fernando de Abascal y Sousa, más tarde marqués de la Concordia. Abascal temía que el movimiento revolucionario que alcanzaba sus fronteras se propagase a las provincias de Puno, Arequipa y Cuzco, donde aún se recordaba el levantamiento de Túpac Amaru II por lo que resolvió no esperar una definición de Buenos Aires e iniciar de inmediato el levantamiento de un ejército y la represión de la rebelión. A ese efecto nombró al presidente de la Real Audiencia del Cuzco, José Manuel de Goyeneche como general en jefe del ejército expedicionario, ordenando al coronel Juan Ramírez, gobernador de Puno, que se pusiese a sus órdenes con las tropas de su mando, disponiendo otro tanto respecto de las de Arequipa.34​ Mientras disponía la movilización, para cubrir las formalidades de lo que era en los hechos la invasión de otra jurisdicción sin atribuciones algunas, ordenaba a Goyeneche ofrecer sus tropas al nuevo virrey del Río de la Plata Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien las aceptó el 21 de septiembre.

La represión

Goyeneche de buen grado se apresuró a aceptar la comisión que se le confiaba y se puso inmediatamente en marcha para el río Desaguadero, línea divisoria de ambos virreinatos. Las tropas que Goyeneche traía para combatir la insurrección de La Paz consistían en 5.000 hombres bien armados y municionados de Cuzco, Arequipa y Puno, en tanto que los revolucionarios solo contaban 800 malísimos fusiles y 11 piezas de artillería en no mejor estado.

Ante la amenaza, el 12 de septiembre el Cabildo de La Paz resolvió a instancias de los patriotas José Gabriel Castro, Landaeta, Cossio, Arias, y Ordoñez declarar la guerra a la provincia de Puno y ordenar al sargento mayor Juan Bautista Sagárnaga avanzar hacia el Desaguadero. El 24 de septiembre partió la expedición mientras que en la ciudad permanecieron sólo diez compañías.

Cuando la vanguardia de Goyeneche a las órdenes del coronel Fermín Piérola con cien hombres y dos piezas de artillería llegó al puente del Desaguadero, este ya estaba ocupado por una pequeña fuerza de los revolucionarios de La Paz que, inexpertos y mal armados, no pudieron resistir a la artillería enemiga y se replegaron sobre La Paz, abandonando el punto a los invasores.​

Hasta mediados de octubre se ocupó Goyeneche en disciplinar su ejército estableciendo su campamento general en Zepita de donde se movió recién el día 13 del mismo mes con dirección a La Paz.​

Un cronista realista relata:

"Goyeneche antes de atacar hizo proposiciones pacíficas que fueron rechazadas con altanería." "Los más comprometidos se empeñaban siempre en sostener que el alboroto del 16 de julio era el resultado de la fidelidad, del celo y del honor de aquella población, movida por la desconfianza que le inspiraba la secreta inteligencia que se suponia advertida entre la corte del Janeiro y los jefes superiores del virreynato de Buenos Aires. Tal era el sentido en que el mismo ayuntamiento de La Paz había escrito al marques de la Concordia, asegurándole además tener a la vista irrefragables justificaciones de la reunión de tropas portuguesas en los límites de Matto Grosso36​ y otros puntos de la frontera de Mojos, de la existencia del infante don Antonio en clase de incognito en la ciudad de Buenos Aires, de la detención de la fragata española Prueba, de los insultos hechos a la persona de Pascual Ruiz Huidobro,37​ y de la repetición de expresos desde el Brasil a la capital del Virreynato"
García Cambá, Memoria para la historia de las armas españolas en América.


En Buenos Aires "Cuando llegó a Buenos Aires en el mes de junio la noticia del primer movimiento de la ciudad de la Plata...Liniers...se pronunció contra aquel movimiento clasificándolo como un atentado escandaloso en el parte que dirigió a la Corte de España el 10 de julio siguiente"38​ No obstante, Liniers suspendió el envío de tropas en razón de tener noticias de que había arribado a Montevideo su sucesor, el nuevo virrey enviado por la Junta Central, Cisneros. Este, desconfiando de Liniers y del partido criollo, recién pasó a Buenos Aires el 29 de julio y se movió con suma morosidad.

Cisneros puso al mando del cuerpo expedicionario al mariscal Vicente Nieto,39​ y como su segundo al capitán de fragata José de Córdoba y Rojas.

La expedición estuvo en condiciones de marchar a mediados del mes de agosto, pero el 11 de septiembre se efectuó una importante reforma de las milicias apuntando a reducir el fuerte déficit y a debilitar las fuerzas criollas (principalmente Patricios y húsares)40​ y pocos días después, el 24 de septiembre de 1809, "con motivo de haber la ciudad de La Paz, en el Perú, provincia dependiente de este Virreinato, formado una Junta suprema, titulada Junta tuitiva del Alto Perú, negándose a obedecer a esta superioridad"7​ salieron las primeras tropas, una compañía de infantería y otra de dragones veteranos.

Recién el 4 de octubre de 1809 salió el contingente principal al mando del mariscal Vicente Nieto, designado nuevo presidente de la Audiencia de Charcas:

"El mariscal inspeccionó su ejército en la plaza Mayor de la capital, compuesto de dos compañías de patricios, una de arribeños, una de montañeses y otra de andaluces, un piquete de marinos y tres piquetes de veteranos del fijo, artilleros y húsares del rey, integrando una fuerza de 400 a 500 hombres, con facultad de aumentarla en los pueblos del tránsito...puso en movimiento sus fuerzas en tres divisiones que salieron de la capital con intervalos de varios dias marchando él mismo a la vanguardia."
Ignacio Núñez, Noticias históricas de la República Argentina, en Biblioteca de Mayo, página 402.


Pero la lentitud en sus decisiones dejaron la represión en manos de Goyeneche:

"No fue mala la disposición tomada por Cisneros ni la elección de Vicente Nieto, a fin de apaciguar las innovaciones de La Paz, Alto Perú, mala fue la calma de Cisneros, que nombrado a fines de febrero recien a principio de julio llegó a Montevideo y perdió todo el mes en esa ciudad y la Colonia a cautelas, asi que lo mandó tarde, cuando el travieso Goyeneche se había adelantado explotando, como aventurero los miedos de Abascal que echó mano de él, quien ensangrentó farsaica (sic) y brutalmente sin título para entrometerse en una jurisdicción y dominio del todo separados, su propio país o patria, si la tienen bribones sin el decoro siquiera aparente, como él dejó ver en Madrid, Sevilla, Montevideo, Buenos Aires, por todo donde habia aparecido haciendo roncha."
Domingo Matheu, Autobiografía, inciso 126, en Biblioteca de Mayo, página 2285/6.


Para ese entonces ante la presión de Goyeneche la Junta Tuitiva de La Paz se había disuelto confiriendo a su Presidente Murillo el mando político y militar. Murillo contaba sólo con unos mil hombres y para evitar deserciones se situó con el grueso a las afueras, en la localidad de Chacaltaya en los altos de La Paz, dejando a Indaburu con una compañía en la ciudad. El 18 de octubre Indaburu, puesto de acuerdo con un emisario de Goyeneche, traicionó el movimiento. Detuvo a los dirigentes revolucionarios que permanecían en la ciudad, entre ellos a los patriotas Jiménez, Medina, Orrantia, Cossio, Rodríguez, Iriarte y Zegarra, y al día siguiente alcanzó a ejecutar a Pedro Rodríguez, condenado por un consejo compuesto por el alcalde Diez de Medina, el edecán de Goyeneche Miguel Carrazas, Indaburo y el asesor Baltasar Aquiza.

José Gabriel Castro, quien había permanecido en los Altos, recibió las noticias de la traición por José Manuel Bravo y tras reunir rápidamente una fuerza de 250 hombres, descendió sobre la ciudad, atacó la trinchera de la calle del Comercio donde se concentraba la resistencia y dio muerte a Indaburo.

Las divisiones y enfrentamientos entre los rebeldes les restaron las escasas posibilidades de resistencia con que contaban:

"Sus autores, por más bien intencionados que fueron al cometer tan peligrosa empresa, se dividieron de intereses, y ocuparon el tiempo, que debían emplear en la organización de fuerzas para llevarla adelante, y hacerla abrazar en los pueblos limítrofes, en otras discusiones mezquinas, que la hicieron abortar miserablemente. En La Paz éstas tomaron un carácter tan sangriento y feroz, que los varios caudillos que alternativamente se disputaron el mando, lo hicieron a viva fuerza y por medio de combates intestinos, en que al mismo tiempo se desmoralizaron enteramente y se debilitaron para resistir con alguna probabilidad las fuerzas que ya se apresuraban aceleradamente para batirlos."
Dámaso de Uriburu, Memorias 1794-1857, en Biblioteca de Mayo, página 632/3.

El 24 de octubre de 1809 salió una división revolucionaria a Chulumani, en las Yungas, compuesta de cincuenta hombres armados y dos mil indios conducidos por el protector de naturales Francisco Pozo y al mando de Apolinar Jaén.

En La Paz, Goyeneche finalmente atacó a las desorganizadas fuerzas de Murillo, a las que derrotó y dispersó con facilidad el 25 de octubre en los Altos de Chacaltaya. En esas mismas fechas las tropas de Jaén fueron vencidas en Chicaloma (16°27′0″S 67°29′0″O) luego de una larga lucha, retirándose nuevamente a Chulumani el 26 de octubre.

Una división rebelde al mando de Manuel Victorio García Lanza, José Gabriel Castro, Mariano Graneros y Sagárnaga entre otros patriotas, se dirigió tras la dispersión de Chacaltaya a las Yungas con el objetivo de sublevar a los indígenas. Castro se hizo fuerte en Coroico, Sagárnaga en Pacollo y Lanza en Chulumani. Goyeneche envió tras ellos el 30 de octubre a su primo el coronel Domingo Tristán con una fuerza de 550 hombres que convergieron sobre Irupana (16°28′0″S 67°28′0″O) y el 14 de noviembre otra de 300 hombres al mando de Narciso Basagoitia a la vecina Chulumani.

El 11 de noviembre Tristán atacó con la cooperación de La Santa, el depuesto obispo de La Paz, que incluso convirtió en soldados a algunos curas, y venció a los patriotas en el Combate de Irupana (16°28′0″S 67°28′0″O)41​ el 11 de noviembre, matando a los líderes.42​

Al tener noticias los revolucionarios de Chuquisaca del fin desastroso de los de La Paz pusieron en libertad a Pizarro y reconocieron la autoridad del nuevo presidente de Charcas, Nieto, que se hallaba en Tupiza.

El 14 de diciembre llegaron las tropas de Buenos Aires a Potosí, donde recibieron la noticia del sometimiento de la Real Audiencia de Charcas. Nieto salió el 17 en compañía del arzobispo Moxó que fue en su alcance y entró en Chuiquisaca el 21. Sus tropas habían entrado días antes.14​ El 10 de febrero habiendo recibido el correo de La Paz, mandó Nieto prender y poner incomunicados a todos los oidores de la Real Audiencia, a Juan Antonio Fernández, Joaquín Lemoine, Juan Antonio Álvarez de Arenales,43​ Domingo Aníbarro, Angel Gutiérrez, Dr.Angel Mariano Toro, a los dos Zudañez (Manuel murió en prisión), Antonio Amaya, Dr.Bernardo Monteagudo, a los franceses Marcos Miranda y José Sivilat y a otros más que pudieron evadirse.

Después de haber sido sometidos a una rigurosa prisión fueron en su mayor parte desterrados y remitidos a Lima en calidad de presos. Fueron confinados a diferentes puntos los ministros de la audiencia, a excepción del Conde de San Javier y Casa Laredo y del oidor Monte Blanco, y remitidos a Lima el asesor Bonard y el comandante Arenales.​ Para el destierro se tuvo en cuenta el origen y destino: "(Goyeneche) designó los paceños a Buenos Aires, porque sus relaciones con esta ciudad eran remotas, el segundo (Nieto) los chuquisaqueños a Lima, porque éstos encontrarían en Buenos Aires muchos compañeros de estudios."

Muchos se salvaron "comprando unos y otros la gracia de la vida con donaciones de considerables sumas en alhajas y en dinero".

De esta manera terminó la revolución patriótica de 1809 con el sacrificio de muchos americanos y el destierro de otros, más de 30, condenados a los presidios de Boca Chica (Cartajena), Filipinas y Morro de la Habana.

El 29 de enero de 1810 fueron ejecutados entre otros Murillo, Mariano Graneros, Juan Bautista Sagárnaga y García Lanza.

Mayo de 1810

En Buenos Aires, teniendo en cuenta las medidas conciliadoras de Cisneros para los implicados en la revuelta juntista del 1 de enero de 1809 que culminaron el 22 de septiembre con una completa aministía, se suponía que tomaría disposiciones similares en el Alto Perú:"Todo lo de Buenos Aires esta zanjado...los presos del día 1 están libres y todos somos amigos, y lo mismo se hara con los del Perú...las medias bullas de La Paz y Chuquisaca están aquietadas, si pudiera hablar, diría lo que causa esas bullas, pero de lejos."

Primera Junta.

Al conocerse las noticias de la represión la reacción fue profundamente negativa en todos los partidos y, de haber sido adoptada esa conducta por Cisneros con el fin de intimidar y fortalecer su autoridad, resultó contraproducente:

"A fines de enero empiezan a venir noticias vagas de la pacificacion de La Paz y Chuquisaca; pero todos los que no están predispuestos por un espíritu personal creen que ha debido tratárselos como a los de esta ciudad en 1° de enero de 1809 y que tanto el virrey Cisneros como Nieto han procedido incautamente dejando aquellas posesiones a los amaños de Goyeneche y Abascal, faltando al celo que debía animarlos por la invasión de su autoridad y las sospechas que ya se habian comprobado de la bellaquería del primero; luego mediados de marzo ya fue una verdad su criminal y dementada pacificación a sangre con proceso y sentencia de enero 29 a febrero 10, 1810, que sólo un malvado podía parodiar, y todo fue aprobado por el virrey Cisneros; como una violación bárbara e inmotivada...conmueve todas las conciencias"
Matheu, Autobiografía, inciso 129, en Biblioteca de Mayo, página 2286/7.

Manuel Moreno afirmó en igual sentido que "Semejantes actos de barbarie hicieron odiosa la autoridad de Cisneros y no tardaron en convertir en desprecio la frialdad de los habitantes con respecto a un jefe sin apoyo. Los eventos desgraciados de la metrópoli vinieron a precipitar la conclusión de la escena".48​ En efecto, al conocerse la caída de Sevilla y la disolución de la Junta Central, en Cabildo abierto del 22 de mayo se suspendió a Cisneros y el 23 se formaba una junta presidida por el antiguo virrey. De corta duración, permitió que Cisneros (firmando como virrey y no como presidente para que su orden fuera obedecida), presión mediante, conmutara el exilio dispuesto para el cura Medina. El 25 de mayo de 1810 se formó una nueva junta sin Cisneros, la primera presidida por un americano.

Por correo que llegó a Chuquisaca el 23 de junio supieron Nieto y Sanz la destitución de Cisneros. Se pusieron a las órdenes del Virrey del Perú, calificaron a Buenos Aires de insurgente y pidieron auxilios. El 26 por la mañana se desarmaron las tropas de los cuerpos de patricios y arribeños de Buenos Aires y sus tropas fueron "quintadas", esto es, se sorteó uno de cada cinco49​ y a los que les cupo el número, entre cincuenta a sesenta hombres, fueron remitidos con esposas en las manos y caminando a Potosí, donde Paula Sanz los envió al trabajo de socavón de las minas del cerro de Potosí, donde murió más de una tercera parte en menos de tres meses. En la noche del 25 los soldados habían brindado por Cornelio Saavedra al saber que presidía la junta pero sin saber si era legal o no.

Ante las novedades, Nieto puso en libertad a Fernández, Aníbarro, Gutiérrez, Toro y Amaya y confinó a los oidores a las provincias de Perú a su elección y a los demás incluyendo al Dr.Pedro José Rivera detenido en Oruro, los despachó a Lima a disposición de Abascal, quien los derivó al presidio de Casas Matas, de donde salieron por decreto de amnistía de las Cortes de Cádiz del 15 de octubre de 1810.

Con sus tropas y cuatro compañías de Potosí al mando del coronel González Socasa, Nieto se dirigió a Santiago de Cotagaita (20°49′3.87″S 65°39′35.24″O), unos 400 km al norte de San Salvador de Jujuy, donde hizo levantar trincheras a lo ancho de la quebrada y abrir fosos al frente del río, mientras Abascal enviaba los cuerpos del Fijo o Real de Lima, organizaba otros en sus provincias y dirigía proclamas a los pueblos del Alto Perú, incluso una en que manifestaba que los americanos habían nacido para ser esclavos, palabras que sólo sirvieron para dar impulso a la revolución.14​

El destino de los revolucionarios de Buenos Aires en manos de Nieto de vencer este no iba a ser diferente a los paceños. Tras haber "quintado" a los patricios, de lo que se lisonjeaba públicamente, manifestaba en carta a Montevideo del 26 de julio:"Mandaré como general en jefe todo el ejército, llevando en sus divisiones jefes de mi satisfacción, como lo es el Sr. brigadier José Manuel de Goyeneche, acostumbrado a corregir empeñosamente iguales crímenes".50​ Y seguidamente:"Tomado Santa Fe, que ha de ser una de mis principales miras, queda Buenos Aires..., se les estrechará más o menos para que entre en sus deberes, sin olvidar el castigo a los autores de tantos males: tengo en mi poder varios oficios de la revolucionaria Junta a los que no he dado el uso que correspondía, porque espero tener la satisfacción de hacérselos comer en iguales proporciones a los sucios y viles insurgentes que me los han remitido..."

Mientras, el Ejército del Norte o Ejército del Perú, avanzaba con rapidez en su "Primera expedición auxiliadora al Alto Perú". Al conocerse el avance patriota empezaron a estallar nuevos movimientos que adherían a la Junta de Buenos Aires. El 14 de septiembre de 1810 se produjo la revolución de Cochabamba, el 24 de septiembre se formó junta en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, de la que participaron Juan Manuel Lemoine y el enviado de la Primera Junta de Buenos Aires, Eustaquio Moldes, el 6 de octubre se pronunció también Oruro y el 14 de octubre tras la victoria rebelde en la Batalla de Aroma se cerraba el cerco en la retaguardia realista.
Batalla de Suipacha.

Alrededor de mil hombres mandados por Antonio González Balcarce y Eustoquio Díaz Vélez, con Juan José Castelli como representante de la Junta, enfrentaron el 27 de octubre a las tropas de Nieto en el Combate de Cotagaita. Tras bombardear con escasa artillería las trincheras enemigas y sin poder capturar la posición las fuerzas revolucionarias se retiraron al sur. El 5 de noviembre las fuerzas del Perú avanzaron tras Balcarce y entraron en Tupiza. El 7 de noviembre se enfrentaron en la batalla de Suipacha (21°33′56.17″S 65°36′32″O), donde el ejército argentino obtuvo su primera victoria sobre el de José de Córdoba, quien había alzado pabellón de guerra a muerte y avanzar hasta el río Desaguadero, límite del virreinato. El general Juan Martín de Pueyrredón fue nombrado presidente de la Audiencia de Charcas.

Al llegarle la noticia de la derrota, Nieto destruyó las fortificaciones en Cotagaita y con el párroco de Tupiza y algunos oficiales intentó huir pero fue capturado en Lípez. Una partida salió en búsqueda del prisionero, formada por soldados de las compañías de patricios que Nieto había mandado a trabajar en el socavón de Potosí cuatro meses antes.

Córdoba huyó con los restos de su ejército a Cotagaita y al día siguite de la batalla escribió a Balcarce:

"Venció usted en la lid y ahora estoy dando las órdenes más activas para que se junte lo que ha esparcido el indigno Presidente. Reconozco la Junta, me someto á ella, lo mismo que hace esta marina, y lo mismo que harán las tropas que yo he mandado, pues para ello he dado órdenes muy estrechas."

Castelli le respondió que se entregara a la generocidad del Gobierno de la Junta pero temiendo con razón por su suerte intentó huir a Chuquisaca, siendo apresado en las cercanías de Potosí. Paula Sanz demoró su salida de Potosí por lo que cuando el 10 de noviembre llegó a la ciudad un oficio de Castelli anunciando su inminente arribo y ordenando al cabildo el apresamiento del gobernador, Paula Sanz fue también detenido. Nieto, Córdoba y Paula Sanz quedaron así detenidos en la Casa de la Moneda de Potosí durante un mes.

Juzgados en el Cuartel general de Potosí, el 14 de diciembre de 1810 se condenó "a los referidos Sanz, Nieto y Córdoba, como reos de alta traición, usurpación y perturbación pública hasta con violencia y mano armada, a sufrir la pena de muerte" y el 15 de diciembre de 1819 a las 10 de la mañana fueron puestos de rodillas en la Plaza Mayor y fusilados.

Controversia


Este evento, conocido en Bolivia como el Primer Grito Libertario de América, o la Chispa de la liberación americana, es considerado por buena parte de la tradición historiográfica como el primero de los movimientos independistas en la América Hispana.

Muchos coinciden en esa posición. El líder independentista radical, y un partícipe principal de los acontecimientos, Bernardo de Monteagudo la consideraba, ya en 1812, como el inicio de la Revolución del Río de la Plata al escribir Ensayo sobre la Revolución del Río de la Plata desde el 25 de mayo de 1809, en el periódico Mártir o Libre, en el tercer aniversario de la revolución. Historiadores extranjeros como Benjamín Vicuña Mackenna llama a Chuquisaca, la "cuna volcánica de la revolución". El 25 de mayo de 1825 el mismo Antonio José de Sucre dispuso que fuesen públicamente conmemorados los sucesos de la Revolución de 1809, y rindió su personal homenaje a los revolucionarios de Charcas, por haber sido los primeros en proclamar la independencia de América.

Sin embargo, en la historiografía reciente ha surgido una corriente revisionista que llama a este evento una revolución monárquica por sus expresiones de lealtad al monarca. Afirman que se trató de una revuelta que enfrentó a Fernandistas y Carlotistas en un contexto alejado de intenciones independentistas, criticando su actual condición de fiesta cívica patriótica. Se la pone en contraste con la revolución del 16 de julio en La Paz, que es considerada una revolución abiertamente independentista, y se señala a la Junta Tuitiva como el primer 'gobierno libre' de América del Sur y origen de la independencia hispanoamericana.55​56​57​58​

Para no caer en una controversia que puede resultar estéril y artificiosa, es obvio que las motivaciones públicas y privadas de los partícipes de este movimiento fueron disímiles, concurrentes y en muchos casos contradictorias: la amenaza carlotista, el temor por el destino de España, la ilegitimidad del mandato de la Junta de Sevilla y su prepotencia, el enfrentamiento preexistente entre el gobernador y los oidores, apoyados por el Claustro, el que enfrentaba al obispo y al cabildo eclesiástico, el localismo y la ambición de mantener los márgenes de independencia de Buenos Aires y de Lima logrados desde las Invasiones Inglesas, intereses económicos, celos, odios y afectos personales, etc. Y sin duda, también deseos de independencia, sea para algunos a la manera de juntas fieles al monarca, sea en otros en camino a la república. Los comisionados a otras ciudades fueron de esta última posición.

Esto mismo puede con las variantes del caso decirse de los movimientos de julio en La Paz (donde también se mantenía en oficios a las autoridades la máscara de la fidelidad al monarca), de mayo de 1810 en Buenos Aires, y en general de cualquier levantamiento americano.

Por otra parte, si bien la revolución en La Paz fue más radical en sus fines y en su desarrollo fue esa chispa encendida en Chuquisaca la que la hizo estallar. De una u otra manera los sucesos de mayo de 1809 en los que algunos patriotas dejaron la vida o sufrieron prisión y destierro, fueron con mayor o menor "pureza revolucionaria" un antecedente legítimo del movimiento independentista americano.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
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Marco Tulio Cicerón.

Brasilla
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 05 Mar 2018 18:01

Junta TUITIVA


Se denomina Junta Tuitiva de los Derechos del Rey y del Pueblo al gobierno local formado en La Paz.
La Junta Tuitiva de La Paz se formó tras el levantamiento de la ciudad el 16 de julio de 1809.

El 16 de julio de 1809 fue el hito más importante de la primera etapa de una revolución que hizo temblar las estructuras de la Colonia.

La revolución de julio fue el resultado de una acción decidida y comprometida de mestizos y criollos. Hombres y mujeres se movilizaron como parte del pueblo que se impuso al régimen colonial.

Sobre la participación del pueblo Aymara, o "los indios" (como despectivamente se llama a los aymaras) hay que dejar claramente establecido que el pueblo aymara no participó de la junta tuitiva en absoluto.

De hecho, el pueblo Aymara nunca se liberó del colonialismo español y con la creación del estado boliviano la colonización sobre el pueblo aymara continuó e incluso se radicalizó. Al presente, a pesar de que el estado boliviano ha hecho de todo para obligar a los aymaras a creer en Murillo y en la junta tuitiva (propaganda, publicidad, educación, adoctrinamiento, desfiles) éstos continúan soñando con ser libres algún día (pachakuti) libres de verdad.

Aprovechando que toda la atención estaba en la procesión de la patrona castrense la Virgen del Carmen y por ello se habían licenciado las tropas, los revolucionarios encabezados por Pedro Domingo Murillo apoyados por el Batallón de Milicias al mando de su segundo jefe, Juan Pedro de Indaburu, tomaron el cuartel de Veteranos, arrestaron a los oficiales y convocaron al pueblo a la plaza por medio de campanas y pidieron un cabildo abierto, solicitando que fueran separados de sus cargos el obispo de La Paz Remigio de la Santa y Ortega y el gobernador intendente interino Tadeo Dávila. Éste intentó sofocar la revuelta y se dirigió hacia el cuartel, en donde fue arrestado. El cabildo aceptó realizar esa noche un cabildo abierto admitiendo e incorporando como representantes del pueblo a Gregorio García Lanza, Juan Bautista Sagárnaga y Juan Basilio Catácora. Tras la renuncia del gobernador y del obispo, la deposición de los alcaldes ordinarios y de los subdelegados partidarios, el cabildo secular de la ciudad dispuso que Murillo asumiera como comandante militar de la provincia con el grado de coronel, mientras que Juan Pedro de Indaburu quedó como su segundo, otorgándosele el grado de teniente coronel. Todas las deudas en favor del fisco fueron abolidas y los documentos que las avalaban fueron quemados.

El cabildo tomó el nombre de Junta Gobernadora, conformándose en una junta de gobierno consultiva de doce miembros, denominada Junta Tuitiva de los derechos del Rey y del Pueblo:

Presidente de la Junta:
coronel comandante Pedro Domingo Murillo
Vocales:
Melchor León de la Barra, cura de Caquiaviri
José Antonio Medina, cura de Sicasica
Juan Manuel Mercado, presbítero
Antonio Ávila
Gregorio García Lanza, auditor de guerra
Juan Basilio Catácora
Juan de la Cruz Monje y Ortega, asesor
Secretarios:
Sebastián Aparicio
Juan Manuel Cáceres, escribano

Posteriormente fueron nombrados como vocales suplentes:

Sebastián Arrieta, tesorero de la Real Hacienda
Antonio Ávila
Francisco Diego Palacios
José María Santos Rubio
Buenaventura Bueno

Posteriormente se incorporaron los Diputados indígenas de los partidos:

Francisco Figueredo Incacollo y Catan (Francisco Katari Inca Kollo), representante del partido de Yungas
Gregorio Rojas, representante del partido de Inquisivi
José Zanco, representante del partido de Larecaja o Sorata

Al día siguiente fueron convocados los españoles europeos en la plaza, a quienes se les hizo prestar el juramento de:

(...) hacer perpetua alianza con los criollos, no intentar cosa alguna en su daño, y defender con ellos la religión y la patria.

Proclama

El 27 de julio se aprobó el "Plan de Gobierno" de diez artículos que se considera el primer estatuto constitucional de América Latina. Se enviaron diputados a cada uno de los seis partidos de la Intendencia de La Paz. Se formaron tres ministerios, llamados departamentos: Gobierno, Gracia Justicia, Culto y Hacienda.

Proclama de la Junta Tuitiva:

Se trata de un texto, con la retórica y el estilo propio de los juristas de la Academia Carolina. En esta Academia estudiaron numerosos abogados paceños que participaron en el levantamiento del 16 de julio de 1809: Basilio Catacora, Juan Bautista Sagárnaga, Manuel de Oma y Echevarría, Gregorio Lanza, Tiburcio León de la Barra, Joaquín de la Riva, Felipe de la Riva, Juan Pórcel; Manuel Ortiz, Federico de Castro, José Aliaga,Bartolomé Andrade, Gabino Estrada, Baltasar Alquiza, Crispín Santos Diez de Medina y Gerónimo Calderón de la Barca. Todos ellos estudiaron en Chuquisaca y precisamente ahí entraron en contacto con las redes independentistas y estuvieron con varios de los más importantes revolucionarios sudamericanos.

Compatriotas: Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto que, degradándonos de la especie humana, nos ha mirado como a esclavos; hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio de humillación y ruina. Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad, como favorable al orgullo nacional español. Ya es tiempo, en fin de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía. Valerosos habitantes de La Paz y de todo el Imperio del Perú, revelad vuestros proyectos para la ejecución; aprovechaos de las circunstancias en que estamos; no miréis con desdén la felicidad de nuestro suelo, ni perdáis jamás de vista la unión que debe reinar en todos, para ser en adelante tan felices como desgraciados hasta el presente.

El manuscrito original se encuentra en el Archivo General de la Nación Argentina, en Buenos Aires, entre los papeles incautados y enviados a las autoridades del Virreinato del Río de La Plata, del que dependía la Real Audiencia de Charcas.

La junta envió un oficio al gobernador de Potosí explicando su accionar:

Si este Pueblo reunido con todas sus jerarquías que lo forman pidió a voces la deposición de sus autoridades, fue porque le eran sospechosas y caminaban de acuerdo con otros jefes de este Reino para realizar sus miras infames y ambiciosas.

Reacción realista

Mientras tanto el intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz, desconoció a la Audiencia de Charcas que había emitido un silogismo independentista y apoyado a la Junta Tuitiva de La Paz. Procedió entonces en Potosí a separar a los oficiales americanos del Batallón de Cívicos e hizo arrestar a varios simpatizantes de la Audiencia independentista, entre ellos a los jefes del Batallón de Azogueros. Pidió ayuda al virrey del Perú José Fernando de Abascal y Sousa. El presidente interino de la Real Audiencia del Cuzco, brigadier José Manuel de Goyeneche, por instrucción del virrey Abascal, ofreció al virrey del Río de la Plata Baltasar Hidalgo de Cisneros sus fuerzas militares para actuar sobre los sublevados de La Paz y de Chuquisaca. Cisneros aceptó el 21 de septiembre pidiendo que se coordinara con el general Vicente Nieto quien había sido nombrado presidente de la Audiencia de Charcas.

Abascal envió al gobernador de Huarochiri coronel Juan Ramírez Orozco a tomar el mando de las tropas en la frontera de la Intendencia de Puno y la de La Paz. Estableciéndose el campamento en el pueblo Zepita, a donde envió una compañía del Regimiento veterano Real de Lima y milicias de Arequipa, Cuzco y Puno. La vanguardia al mando del coronel Piérola desalojó a los revolucionarios del puente sobre el río Desaguadero, límite entre los virreinatos.

El 20 de septiembre Goyeneche se puso en marcha hacia el Campamento de Zepita, mientras que el gobernador intendente de Potosí Paula Sanz movilizaba sus tropas hacia Chuquisaca y Cisneros enviaba un contingente desde Buenos Aires de casi un millar de soldados al mando del nuevo presidente de la Audiencia de Charcas general Vicente Nieto y del subinspector general Bernardo Lecocq.

Las tropas partieron de Buenos Aires el 4 de octubre de 1809, incorporando algunos soldados en Salta. Participaban soldados veteranos de Dragones, del Regimiento Fijo de Infantería y del Real Cuerpo de Artillería, una compañía de marina y tropas milicianas de Patricios, Arribeños, Andaluces, Montañeses y Artilleros de la Unión.

Enfrentamientos

La Junta Tuitiva organizó la defensa de La Paz y envió a Victoriano Lanza a Chuquisaca para pedir auxilios mientras intentaba propagar la insurrección en otras ciudades. El material militar existente en la ciudad sólo era de 800 fusiles y 11 piezas de artillería. Goyeneche recibía secretamente bagajes del subdelegado de Larecaja Francisco Mutari, quien le servía de contacto con sus partidarios en La Paz. El 25 de septiembre fue abortada una contrarrevolución realista encabezada por Francisco San-cristóbal, quien fue arrestado. El 30 de septiembre fue disuelta la Junta Tuitiva, asumiendo Murillo el mando político y militar, disolviéndose también el escuadrón de Húsares. El 12 de octubre fue sofocado un nuevo intento contrarrevolucionario realista.

El 13 de octubre Goyeneche abandonó el Campamento de Zepita rumbo a La Paz, mientras el 15 de octubre Murillo trasladó las tropas y la artillería a Chacaltaya, excepto una compañía que permaneció custodiando la ciudad. De esa compañía se apoderó Juan Pedro de Indaburu el 18 de octubre, pasándose a los realistas, capturando a varios revolucionarios y haciendo ahorcar al día siguiente a Pedro Rodríguez. Murillo entró con las tropas en la ciudad, siendo herido Indaburu y ejecutado por Antonio de Castro, mientras las tropas saqueaban La Paz, retirándose ese mismo día hacia Chacaltaya.

El 25 de octubre Goyeneche atacó con artillería Chacaltaya, por lo que los revolucionarios huyeron hacia el Partido de las Yungas abandonando la artillería, 200 fusiles y posibilitando la entrada de Goyeneche en la ciudad ese mismo día. Desde allí envió al coronel Domingo Tristán con una división de 100 hombres hacia las Yungas, en donde entre octubre y noviembre de 1809 derrotó a Victorio García Lanza en los combates de Irupana y Chicaloma. Luego de este último fueron ejecutados Lanza y Antonio de Castro poniendo sus cabezas en picas. Mientras Murillo fue apresado en los primeros días de diciembre en Zongo. Luego también apresaron a muchos otros revolucionarios.

Tras dominar la insurrección, Goyeneche ordenó el juzgamiento de los revolucionarios. El virrey Cisneros le ordenó que «procediese contra los reos pronta y militarmente aplicándoles todo el rigor de la ley». Mientras que el general Vicente Nieto pedía «practicar el pronto, ejecutivo y veloz escarmiento». Diez de los cabecillas fueron ahorcados, otros fueron degollados y sus cabezas clavadas en picas colocadas en la vía pública y otros fueron puestos en prisión o desterrados a las islas Malvinas y a las Filipinas, a todos se les confiscaron los bienes. En total se hicieron 86 procesos hasta marzo de 1810.2​ Los ejecutados el 29 de enero de 1810 fueron: Basilio Catacora, Buenaventura Bueno, Melchor Jiménez, Mariano Graneros, Juan Antonio Figueroa, Apolinar Jaén, Gregorio García Lanza, Juan Bautista Sagárnaga y Pedro Domingo Murillo quien, según una leyenda que fue difundida en La Paz, antes de su ejecución en la horca pronunció las siguientes palabras:

Compatriotas, yo muero, pero la tea que dejo encendida nadie la podrá apagar, ¡viva la libertad!

El 7 de marzo de 1810 Goyeneche salió de La Paz para retornar al Cuzco, dejando a Juan Ramírez Orozco como gobernador intendente, junto con 400 hombres.

El pueblo Aymara y la junta tuitiva


Sobre la participación del pueblo aymara, o “los indios” (denominación despectiva con el que se nombra a los Aymaras). Hay que dejar claramente establecido que el pueblo Aymara no participo en la organización y realización de la junta tuitiva en absoluto ni se benefició del mismo, algo que se evidencia con los documentos históricos del momento incluido la proclama de la junta tuitiva (donde no se menciona al pueblo Aymara) y que además se constata con el hecho de que la colonización sobre el pueblo Aymara continúo existiendo durante la época republicana de Bolivia con total normalidad privando al pueblo Aymara de ser verdaderamente libre.

En la visión histórica que tienen el pueblo Aymara sobre la junta tuitiva se tiene el siguiente resumen: En ese momento los Aymaras eran un pueblo colonizado y sometido por los españoles. En tanto que la junta tuitiva fue un hecho histórico organizado por los mismos españoles que en ese entonces vivían en la ciudad española de La Paz (hoy Bolivia) quienes, ante la crisis desatada por encontrarse ante un contexto internacional desfavorable a raíz de la derrota del imperio español en las guerras napoleónicas, el surgimiento hegemónico del imperio británico que amenazaba con invadir las colonias de España en américa (invasión inglesa), la invasión francesa de España, la abdicación del rey de España Carlos IV, el apresamiento y exilio del sucesor en el trono español Fernando VII.

Es decir, ante un nuevo contexto político internacional desfavorable que significaba una amenaza inminente de perderlo todo, algunos colonizadores españoles revolucionarios de América, como respuesta a la crisis, e inspirados por la independencia de Estados Unidos y la revolución francesa, se ven en la imperiosa necesidad de proponer la creación de nuevas condiciones socio-políticas que permitan la continuidad del sistema colonial y así mantener y proteger los privilegios que se tenían hasta ese momento gracias a la colonización ejercida sobre el pueblo Aymara, en el caso de La Paz. Lo cual encontrara resistencia en otros colonizadores españoles más conservadores leales a la monarquía que no querían saber nada de revoluciones.

Con el tiempo los españoles se dividirán en dos facciones, independentistas y realistas, ambos a favor de mantener el sistema colonial, pero con diferencias en la forma, ni la junta tuitiva del 16 de julio de 1809 ni los posteriores actos que sucedieron, tenían la más mínima intención de acabar con el sistema colonial sobre el pueblo Aymara sino todo lo contrario de mantenerlo. No obstante que en la proclama de la junta tuitiva los patriotas independentistas se presentan como víctimas del colonialismo, por lógica es absurdo que estos se auto-victimicen de los efectos de la colonización siendo que ellos mismos la promovían y se beneficiaban de ello. De manera que el rol de víctimas de la colonización que asumieron los independentistas es una falacia histórica, y con el tiempo ya en la republica los antes independentistas convertidos luego en bolivianos promoverán, ejercerán y realizarán el sistema colonial (colonialismo) sin ningún problema llegando incluso a radicalizarse en genocidio, en otras palabras, para los Aymaras los colonizadores nunca se fueron.

De hecho, el pueblo Aymara nunca logro liberarse del colonialismo español por lo que nunca recobro su libertad y con la creación del estado boliviano la colonización sobre el pueblo Aymara continuo e incluso se radicalizo hasta límites que rozaban con el genocidio. Al presente, y a pesar de que el estado boliviano ha hecho de todo para obligar a los Aymaras a que crean en Pedro Domingo Murillo y en la junta tuitiva (publicidad, propaganda, educación, adoctrinamiento, desfiles civicos) estos se resisten a creer y continúan esperando ser libres algún día, algo que denominan en su lengua natal “jach’a uru pachakuti” libres de verdad.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 06 Mar 2018 21:58

Revolución de Mayo ( I )


La Revolución de Mayo fue una serie de acontecimientos revolucionarios ocurridos en mayo de 1810 en la ciudad de Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, dependiente del rey de España, y que tuvieron como consecuencia la destitución del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y su reemplazo por la Primera Junta de gobierno.

Los eventos de la Revolución de Mayo sucedieron durante el transcurso de la llamada Semana de Mayo, entre el 18 de mayo, fecha de la confirmación oficial de la caída de la Junta Suprema Central, y el 25 de mayo, fecha de asunción de la Primera Junta.

La Revolución de Mayo inició el proceso de surgimiento del Estado Argentino sin proclamación de la independencia formal, ya que la Primera Junta no reconocía la autoridad del Consejo de Regencia de España e Indias, pero aún gobernaba nominalmente en nombre del rey de España Fernando VII, quien había sido depuesto por las Abdicaciones de Bayona y su lugar ocupado por el francés José Bonaparte.

Juráis a Dios nuestro Señor y a estos Santos Evangelios reconocer la Junta Provisional Gubernativa de las provincia del Río de La Plata a nombre del Sr. D. Fernando Séptimo, y para guarda de sus augustos derechos, obedecer sus órdenes y decretos, y no atentar directa ni indirectamente contra su autoridad, propendiendo pública y privadamente a sus seguridad y respeto.
Todos juraron; y todos morirán antes que quebranten la sagrada obligación que se han impuesto. (Gaceta de Buenos Aires (1810-1821), 1910, p. 13)

Esta manifestación de lealtad, conocida como la máscara de Fernando VII, es considerada por algunos historiadores como una maniobra política que ocultaba las intenciones independentistas. Otros sostienen que asumir esto sería como considerar que los revolucionarios eran «cínicos, embusteros y traidores».1​

La declaración de independencia de la Argentina tuvo lugar seis años después durante el Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816.

La declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776 de Gran Bretaña sirvió como un ejemplo para los criollos de que una revolución e independencia en Hispanoamérica eran posibles. La Constitución estadounidense proclamaba que todos los hombres eran iguales ante la ley (aunque, por entonces, dicha proclamación no alcanzaba a los esclavos), defendía los derechos de propiedad y libertad y establecía un sistema de gobierno republicano.

A su vez, desde finales del siglo XVIII se habían comenzado a difundir los ideales de la Revolución francesa de 1789, en la cual una asamblea popular finalizó con siglos de monarquía con la destitución y ejecuciones del rey de Francia Luis XVI y su esposa María Antonieta y la supresión de los privilegios de los nobles. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuyos principios eran Liberté, égalité, fraternité («libertad, igualdad, fraternidad»), tuvo una gran repercusión entre los jóvenes de la burguesía criolla. La Revolución francesa motivó también la expansión en Europa de las ideas liberales, que impulsaban las libertades políticas y económicas. Algunos liberales políticos influyentes de dicha época, opuestos a las monarquías y al absolutismo, eran Voltaire, Jean-Jacques Rousseau, Montesquieu, Denis Diderot y Jean Le Rond d'Alembert, mientras que el principal representante de la economía liberal era Adam Smith, autor del libro La riqueza de las naciones que proponía el libre comercio.

Aunque la difusión de dichas ideas estaba muy restringida en los territorios españoles, pues no se permitía el ingreso de tales libros a través de las aduanas o la posesión no autorizada, igualmente se difundían en forma clandestina.

Las ideas liberales alcanzaron incluso al ámbito eclesiástico, Francisco Suárez (1548-1617) sostenía que el poder político no pasa de Dios al gobernante en forma directa sino por intermedio del pueblo. Éste sería entonces, de acuerdo con Suárez, el que posee el poder y lo delega en hombres que manejan al estado y si dichos gobernantes no ejercieran apropiadamente su función de gerentes del bien común se transformarían en tiranos y el pueblo tendría el derecho de derrocarlos o enfrentarlos, y establecer nuevos gobernantes.

En Gran Bretaña, mientras tanto, se inicia la revolución industrial, y para satisfacer ampliamente las necesidades de su propia población necesitaba nuevos mercados a los cuales vender su creciente producción de carbón, acero, telas y ropa. Gran Bretaña ambicionaba que el comercio de las colonias españolas en América dejara de estar monopolizado por su metrópoli. Para lograr este fin intentó conquistarlas –intento fallido en el Río de la Plata mediante las dos Invasiones Inglesas, de 1806 y 1807– o bien promovió su emancipación.

En Europa se desarrollaban las Guerras Napoleónicas, que enfrentaron al Imperio Napoleónico francés contra Gran Bretaña y España, entre otros países. Francia tuvo una gran ventaja inicial y, mediante las abdicaciones de Bayona, forzó la renuncia de Carlos IV de España y su hijo Fernando VII. Estos fueron reemplazados en el trono español por José Bonaparte, hermano del emperador francés Napoleón Bonaparte. La monarquía española intentó resistir formando la Junta Suprema de España e Indias o Junta Suprema Central y, tras la derrota de ésta, el Consejo de Regencia de España e Indias o Consejo de Regencia.

A lo largo del siglo XVIII, las reformas en el Imperio Español llevadas adelante por la Casa de Borbón —que reemplazó a la Casa de Austria a partir del 16 de noviembre de 1700— transformaron la Hispanoamérica de aquel entonces de "reinos" relativamente autónomos, en colonias enteramente dependientes de decisiones tomadas en España en beneficio de ella.​ Entre las principales reformas borbónicas en América se destacó la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, que reunió territorios dependientes hasta entonces del muy extenso Virreinato del Perú, y dio una importancia principal a su capital, la ciudad de Buenos Aires, que había tenido una significación secundaria hasta ese momento.

En el Virreinato del Río de la Plata el comercio exterior era un monopolio de España y legalmente no se permitía el comercio con otras potencias. Esta situación era altamente desventajosa para Buenos Aires ya que la corona española minimizaba el envío de barcos rumbo a dicha ciudad. Esta decisión de la metrópoli se debía a que la piratería obligaba a enviar a los barcos de comercio con una fuerte escolta militar, y ya que Buenos Aires no contaba con recursos de oro ni de plata ni disponía de poblaciones indígenas establecidas de las cuales obtener recursos o someter al sistema de encomienda, enviar los convoyes de barcos a la ciudad era mucho menos rentable que si eran enviados a México o Lima. Dado que los productos que llegaban de la metrópoli eran escasos, caros e insuficientes para mantener a la población, tuvo lugar un gran desarrollo del contrabando, que era tolerado por la mayoría de los gobernantes locales. El comercio ilícito alcanzaba montos similares al del comercio autorizado con España. En este contexto se formaron dos grupos de poder diferenciados:

1- Los que reclamaban el comercio libre para importar directamente con cualquier país sin tener que necesariamente comprar todas las mercaderías trianguladas por España.

Dentro de este grupo del comercio libre pueden distinguirse a su vez a un grupo de poderosos contrabandistas criollos o españoles asociados a los mercaderes ingleses que fomentaban la nula protección de la manufactura local y por el otro lado a un grupo que si bien quería romper el monopolio español, no deseaba una desprotección de la manufactura y producción locales (Mariano Moreno).

2- Los comerciantes monopolistas, autorizados por la Corona española, quienes rechazaban el libre comercio y propugnaban por la continuidad del monopolio ya que si los productos entraban legalmente disminuirían sus ganancias.

En la organización política, especialmente desde la fundación del Virreinato del Río de la Plata, el ejercicio de las instituciones residentes recaía en funcionarios designados por la corona, casi exclusivamente españoles provenientes de la metrópoli, sin vinculación con los problemas e intereses americanos. Legalmente no había diferenciación de clases sociales entre españoles peninsulares y del virreinato, pero en la práctica los cargos más importantes recaían en los primeros. La burguesía criolla, fortalecida por la revitalización del comercio e influida por las nuevas ideas, esperaba la oportunidad para acceder a la conducción política.

La rivalidad entre los habitantes nacidos en la colonia y los de la España europea dio lugar a una pugna entre los partidarios de la autonomía y quienes deseaban conservar la situación establecida. Aquellos a favor de la autonomía se llamaban a sí mismos patriotas, americanos, sudamericanos o criollos, mientras que los partidarios de la realeza española se llamaban a sí mismos realistas. Los patriotas eran señalados despectivamente por los realistas como insurgentes, facciosos, rebeldes, sediciosos, revolucionarios, descreídos, herejes, libertinos o caudillos; mientras que los realistas eran a su vez tratados en forma despectiva como sarracenos, godos, gallegos, chapetones, matuchos o maturrangos por los patriotas.

La coronación de Carlota Joaquina de Borbón fue brevemente considerada una alternativa a la Revolución.

Buenos Aires, la capital del Virreinato, logró un gran reconocimiento ante las demás ciudades del mismo luego de expulsar a las tropas inglesas en dos oportunidades durante las Invasiones Inglesas.​ La victoria contra las tropas inglesas alentó los ánimos independentistas ya que el virreinato había logrado defenderse solo de un ataque externo, sin ayuda de España. Durante dicho conflicto se constituyeron milicias criollas que luego tendrían un importante peso político, la principal de ellas era el Regimiento de Patricios liderado por Cornelio Saavedra.

Una alternativa considerada antes de la revolución fue el Carlotismo, que consistía en apoyar a la infanta Carlota Joaquina de Borbón, hermana del rey Fernando VII de España y esposa y princesa consorte del príncipe regente Juan de Portugal, para que se pusiera al frente de todas las colonias españolas como regente. Estaba capacitada para hacerlo por la derogación de la Ley Sálica en 1789, y su intención sería prevenir un posible avance francés sobre las mismas. El intento no fue apoyado por los españoles peninsulares, pero sí por algunos núcleos revolucionarios que veían en ello la posibilidad de independizarse en los hechos de España.

Entre ellos se encontraban Juan José Castelli, Juan José Paso, Antonio Luis Beruti, Hipólito Vieytes y Manuel Belgrano; otros revolucionarios como Mariano Moreno y Cornelio Saavedra estaban en desacuerdo. Sin embargo, la propia infanta renegó de tales apoyos, y denunció al virrey las motivaciones revolucionarias contenidas en las cartas de apoyo que le enviaron. Sin ningún otro respaldo importante, las pretensiones de Carlota fueron olvidadas. Incluso después de la revolución hubo algunas aisladas propuestas de coronación de la Infanta como estrategia dilatoria, pero ésta estaba completamente en contra de los sucesos ocurridos. En una carta enviada a José Manuel de Goyeneche dijo:

En estas circunstancias creo de mi deber rogarte y encargarte que emplees todos tus esfuerzos en llegar cuanto antes a Buenos Aires; y acabes de una vez con aquellos pérfidos revolucionarios, con las mismas ejecuciones que practicaste en la ciudad de La Paz.​

Desde mediados del siglo XVIII en el Río de la Plata, al igual que lo que sucedía en el resto de la América española, dos corrientes de pensamiento distintas influyeron en la cosmovisión filosófica que impactó en la acción política. Estas posiciones continuaron durante el proceso que se inició en 1810 y que culminó con la emancipación.

La primera corriente de pensamiento era de inspiración cristiana. Ella tuvo dos principales sub escuelas. La más arraigada fue la escuela sostenida por la doctrina del sacerdote jesuita Francisco Suárez, de la Escuela de Salamanca, que pregonó que la autoridad es dada por Dios pero no al rey sino al pueblo que fue divulgada por los profesores de la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca y aprendida por sus estudiantes, muchos de los cuales fueron varios de los posteriores patriotas que impulsaron la Revolución de Mayo. La otra escuela se inspiró en la Revolución Americana que, aunque tuvo otros orígenes, acuñó para sí como lema nacional la frase In God we trust que en inglés significa: «En Dios confiamos» y que sintetiza acabadamente el pensamiento de los revolucionarios de las primitivas colonias norteamericanas.

La segunda corriente de pensamiento fue racionalista, laicista e iluminista que sustentó la filosofía política de Voltaire y de la Revolución Francesa.

Hacia principios del siglo XIX, en el Río de la Plata, ambas corrientes de pensamiento se vieron reflejadas a través de diversos patriotas que gestaron la emancipación. Así, el militar Cornelio Saavedra, fray Cayetano Rodríguez, fray Francisco de Paula Castañeda, el presbítero Pedro Ignacio de Castro Barros, el licenciado Manuel Belgrano, Esteban Agustín Gascón, Gregorio García de Tagle, entre muchos otros, fueron defensores del pensamiento católico y de la Iglesia en contra el anticatolicismo de los grupos liderados primero por Mariano Moreno y Juan José Castelli,​ y después por Bernardino Rivadavia quien se valió de políticas regalistas y laicisantes.

Tras la victoria obtenida durante las Invasiones Inglesas, la población de Buenos Aires no aceptó que el virrey Rafael de Sobremonte retomara el cargo, ya que durante el ataque había huido de la ciudad rumbo a Córdoba con el erario público. Si bien Sobremonte lo hizo obedeciendo una ley que databa de la época de Pedro de Cevallos, que indicaba que en caso de ataque exterior se debían poner a resguardo los fondos reales, dicha acción lo hizo aparecer como un cobarde a los ojos de la población.​ En su lugar, el nuevo virrey fue Santiago de Liniers, héroe de la reconquista, elegido por aclamación popular.

Sin embargo, la gestión de Liniers comenzó a recibir cuestionamientos. El principal adversario político de Liniers era el gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, quien los canalizó en una denuncia sobre el origen francés de Liniers: argumentaba que era inaceptable que un compatriota de Napoleón Bonaparte, en guerra con España en ese entonces, ocupara el cargo. Sin embargo, a pesar de los reclamos de Liniers, no pudo brindar pruebas concretas de que el virrey complotara con los franceses. Elío se negó a reconocer la autoridad de Liniers y formó una junta de gobierno en Montevideo, independiente de las autoridades de Buenos Aires.

En ese entonces confluyeron varios sectores con diferentes opiniones sobre cuál debía ser el camino a seguir en el Virreinato del Río de la Plata. Una situación análoga a la que se estaba viviendo había sucedido un siglo antes, durante la Guerra de Sucesión Española entre los austracistas y los borbónicos, en la que durante quince años los dominios españoles de ultramar no sabían a quién reconocer como el rey legítimo. En aquella oportunidad una vez que se instaló Felipe V en el trono español los funcionarios americanos lo reconocieron y todo volvió a su curso. Probablemente en 1810, muchos, especialmente españoles, creían que bastaba con formar una junta y esperar a que en España retornara la normalidad.1

El alcalde y comerciante español afincado en Buenos Aires Martín de Álzaga y sus seguidores, hicieron estallar una asonada con el objetivo de destituir al virrey Liniers. El 1 de enero de 1809, un cabildo abierto exigió la renuncia de Liniers y designó una Junta a nombre de Fernando VII, presidida por Álzaga; las milicias españolas y un grupo de personas convocados por la campana del cabildo apoyaron la rebelión.

Las milicias criollas encabezadas por Cornelio Saavedra rodearon la plaza, provocando la dispersión de los sublevados. Los cabecillas fueron desterrados y los cuerpos militares sublevados fueron disueltos. Como consecuencia, el poder militar quedó en manos de los criollos que habían sostenido a Liniers y la rivalidad entre criollos y españoles peninsulares se acentuó. Los responsables del complot, desterrados a Carmen de Patagones, fueron rescatados por Elío y llevados a Montevideo.

En España la Junta Suprema Central decidió terminar con los enfrentamientos en el Virreinato del Río de la Plata disponiendo el reemplazo del virrey Liniers por don Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien arribó a Montevideo en junio de 1809. La Junta Suprema Central envió al nuevo virrey con instrucciones muy precisas: la detención de los partidarios de Liniers y la de los criollos que secretamente bregaban por la independencia.​

El traspaso del mando se hizo en Colonia del Sacramento, Javier de Elío aceptó la autoridad del nuevo virrey y disolvió la Junta de Montevideo, volviendo a ser gobernador de la ciudad. Cisneros rearmó las milicias españolas disueltas tras la asonada contra Liniers, e indultó a los responsables de las mismas.

En Buenos Aires Juan Martín de Pueyrredón se reunió con los jefes militares para tratar de desconocer la autoridad del nuevo virrey. Este plan contó con el apoyo de Saavedra, Belgrano, Eustoquio Díaz Vélez, Juan José Viamonte, Miguel de Azcuénaga, Castelli y Paso, pero no con el visto bueno de Liniers, que se mantuvo leal a los realistas.

El descontento con los funcionarios españoles se manifestó también en el interior del Virreinato del Río de la Plata, particularmente en el Alto Perú.

El 25 de mayo de 1809 una revolución destituyó al gobernador y presidente de la Real Audiencia de Charcas o Chuquisaca, Ramón García de León y Pizarro, acusado de apoyar al protectorado portugués; el mando militar recayó en el coronel Juan Antonio Álvarez de Arenales. La autoridad civil quedó en situación indecisa, de modo que fue en parte ejercida por el mismo Arenales.

El 16 de julio en la ciudad de La Paz otro movimiento revolucionario liderado por el coronel Pedro Domingo Murillo y otros patriotas obligó a renunciar al gobernador intendente Tadeo Dávila y al obispo de La Paz, Remigio de la Santa y Ortega. El poder recayó en el cabildo hasta que se formó la Junta Tuitiva de los Derechos del Pueblo, presidida por Murillo.

La revolución de Chuquisaca no se proponía alterar la fidelidad al rey, mientras que la revolución de La Paz se proclamó abiertamente independiente. Actualmente los historiadores tienen diversas interpretaciones sobre si la revolución de Chuquisaca tuvo motivaciones independentistas o si fue sólo una disputa entre fernandistas y carlotistas. En consecuencia, existen desacuerdos sobre si la primera revolución independentista en Hispanoamérica fue la de Chuquisaca o la de La Paz. Durante el proceso instruido a raíz de las revoluciones en Chuquisaca y La Paz se mencionó a Rousseau y su libro El contrato social como cuerpos del delito.

La reacción de los funcionarios españoles derrotó estos movimientos: el de La Paz fue aplastado sangrientamente por un ejército enviado desde el Virreinato del Perú, mientras que el de Chuquisaca fue sofocado por tropas que envió el virrey Cisneros.

Las medidas tomadas por el virrey contra dichas revoluciones acentuaron el resentimiento de los criollos contra los españoles peninsulares, ya que Álzaga fue indultado de la prisión recibida tras su asonada, lo cual reforzaba entre los criollos la sensación de inequidad. Entre otros, Castelli estuvo presente en los debates de la Universidad de San Francisco Xavier en donde se alumbró el silogismo de Chuquisaca, el cual influenció sus posturas en la Semana de Mayo.

En el plano económico, ante las dificultades y costos del comercio con España, Cisneros aceptó la propuesta de Mariano Moreno e instauró el 6 de noviembre de 1809 el libre comercio con las demás potencias. Los principales beneficiados eran Gran Bretaña y los sectores ganaderos que exportaban cueros. Sin embargo, los comerciantes que se beneficiaban del contrabando reclamaron a Cisneros que anule el libre comercio, a lo cual accedió para no perder su apoyo. Esto provocó a su vez que los ingleses, con Mac Kinnon y el capitán Doyle como representantes, reclamaran una revisión de la medida, haciendo valer el carácter de aliados contra Napoleón de España y Gran Bretaña. Mariano Moreno también criticó la anulación, formulando la Representación de los Hacendados, la cual es considerada como el informe de política económica más completo de la época del virreinato. Cisneros resolvió finalmente otorgar una prórroga al libre comercio, la cual finalizó el 19 de mayo de 1810.

El 25 de noviembre de 1809 Cisneros creó el Juzgado de Vigilancia Política, con el objetivo de perseguir a los afrancesados y a aquellos que alentaran la creación de regímenes políticos que se opusieran a la dependencia de América de España. Esta medida y un bando emitido por el virrey previniendo al vecindario de «díscolos que extendiendo noticias falsas y seductivas, pretenden mantener la discordia» les hizo pensar a los porteños que bastaba sólo un pretexto formal para que estallase la revolución. Por eso, en abril de 1810, Cornelio Saavedra les expresaba a sus allegados:

Aún no es tiempo; dejen ustedes que las brevas maduren y entonces las comeremos.

Cronología de la Semana de Mayo


La Semana de Mayo es la semana que transcurrió en Buenos Aires, entre el 18 y el 25 de mayo de 1810, que se inició con la confirmación de la caída de la Junta Suprema Central y desembocó en la destitución del virrey Cisneros y la asunción de la Primera Junta.

El 14 de mayo arribó al puerto de Buenos Aires la goleta de guerra británica HMS Mistletoe procedente de Gibraltar con periódicos del mes de enero que anunciaban la disolución de la Junta Suprema Central al ser tomada la ciudad de Sevilla por los franceses, que ya dominaban casi toda la Península, señalando que algunos diputados se habían refugiado en la isla de León, en Cádiz. La Junta era uno de los últimos bastiones del poder de la corona española, y había caído ante el imperio napoleónico, que ya había alejado con anterioridad al rey Fernando VII mediante las Abdicaciones de Bayona.

El día 17 se conocieron en Buenos Aires noticias coincidentes llegadas a Montevideo el día 13 en la fragata británica HMS John Paris, agregándose que los diputados de la Junta habían sido rechazados estableciéndose una Junta en Cádiz. Se había constituido un Consejo de Regencia de España e Indias, pero ninguno de los dos barcos transmitió esa noticia. Cisneros intentó ocultar las noticias estableciendo una rigurosa vigilancia en torno a las naves de guerra británicas e incautando todos los periódicos que desembarcaron de los barcos, pero uno de ellos llegó a manos de Manuel Belgrano y de Juan José Castelli. Estos se encargaron de difundir la noticia, que ponía en entredicho la legitimidad del virrey, nombrado por la Junta caída.

También se puso al tanto de las noticias a Cornelio Saavedra, jefe del regimiento de Patricios, que en ocasiones anteriores había desaconsejado tomar medidas contra el virrey. Saavedra consideraba que, desde un punto de vista estratégico, el momento ideal para actuar sería cuando las fuerzas napoleónicas lograran una ventaja decisiva en la guerra contra España. Al conocer las noticias de la caída de la Junta de Sevilla, Saavedra consideró que el momento había llegado. El grupo encabezado por Castelli se inclinaba por la realización de un cabildo abierto, mientras los militares criollos proponían deponer al virrey por la fuerza.

Viernes 18 de mayo

Ante el nivel de conocimiento público alcanzado por la noticia de la caída de la Junta de Sevilla, Cisneros realizó una proclama en donde reafirmaba gobernar en nombre del rey Fernando VII, para intentar calmar los ánimos. Cisneros habló de la delicada situación en la península, pero no confirmó en forma explícita que la Junta había caído, si bien era consciente de ello.24​ Parte de la proclama decía lo siguiente:

En América española subsistirá el trono de los Reyes Católicos, en el caso de que sucumbiera en la península. (...) No tomará la superioridad determinación alguna que no sea previamente acordada en unión de todas las representaciones de la capital, a que posteriormente se reúnan las de sus provincias dependientes, entretanto que de acuerdo con los demás virreinatos se establece una representación de la soberanía del señor Fernando VII.

El grupo revolucionario principal se reunía indistintamente en la casa de Nicolás Rodríguez Peña o en la jabonería de Hipólito Vieytes. Concurrían a esas reuniones, entre otros, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan José Paso, Antonio Luis Beruti, Eustoquio Díaz Vélez, Feliciano Antonio Chiclana, José Darragueira, Martín Jacobo Thompson y Juan José Viamonte. Otro grupo se congregaba en la quinta de Orma, encabezado por fray Ignacio Grela y entre los que se destacaba Domingo French.

Algunos criollos se juntaron esa noche en la casa Rodríguez Peña. Cornelio Saavedra, quien se hallaba en San Isidro, fue llamado de urgencia y concurrió a la reunión en la que se decidió solicitar al virrey la realización de un cabildo abierto para determinar los pasos a seguir por el virreinato. Para esa comisión, fueron designados Castelli y Martín Rodríguez.

Sábado 19 de mayo


Tras pasar la noche tratando el tema, durante la mañana Saavedra y Belgrano se reunieron con el alcalde de primer voto, Juan José de Lezica, y Castelli con el síndico procurador, Julián de Leyva, pidiendo el apoyo del Cabildo de Buenos Aires para gestionar ante el virrey un cabildo abierto, expresando que de no concederse, «lo haría por sí solo el pueblo o moriría en el intento».
Domingo 20 de mayo

Lezica transmitió a Cisneros la petición que había recibido, y éste consultó a Leyva, quien se mostró favorable a la realización de un cabildo abierto. Antes de tomar una decisión el virrey citó a los jefes militares para que se presenten a las siete horas de la tarde en el fuerte.​ Según cuenta Cisneros en sus Memorias, les recordó:

(...) las reiteradas protestas y juramentos de fidelidad con que me habían ofrecido defender la autoridad y sostener el orden público y les exhorté a poner en ejercicio su fidelidad al servicio de S.M. y de la patria.

Antes que los militares convocados ingresaran al fuerte, los batallones de urbanos fueron acuartelados y provistos de munición de guerra. No fue casualidad que fuera Saavedra el que hablara por todos: era el comandante del cuerpo de Patricios, la unidad militar más importante del Virreinato. En sus Memorias, escritas muchos años después de estos sucesos, Saavedra describió aquella reunión explicando que ante el silencio de sus compañeros "yo fui el que dijo":

Señor, son muy diversas las épocas del 1º de enero de 1809 y la de mayo de 1810, en que nos hallamos. En aquella existía la España, aunque ya invadida por Napoleón; en ésta, toda ella, todas sus provincias y plazas están subyugadas por aquel conquistador, excepto solo Cádiz y la isla de León, como nos aseguran las gacetas que acaban de venir y V.E. en su proclama de ayer. ¿Y qué, señor? ¿Cádiz y la isla de León son España? (...) ¿Los derechos de la Corona de Castilla a que se incorporaron las Américas, han recaído en Cádiz y la isla de León, que son una parte de las provincias de Andalucía? No señor, no queremos seguir la suerte de la España, ni ser dominados por los franceses, hemos resuelto reasumir nuestros derechos y conservarnos por nosotros mismos. El que a V.E. dio autoridad para mandarnos ya no existe; de consiguiente usted tampoco la tiene ya, así que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella. Esto mismo sostuvieron todos mis compañeros. Con este desengaño, concluyó diciendo: "Pues señores, se hará el cabildo abierto que se solicita. Y en efecto se hizo el 22 del mismo mayo"
(Saavedra, 1960, p. 1052)

Al anochecer se produjo una nueva reunión en casa de Rodríguez Peña, en donde los jefes militares comunicaron lo ocurrido. Se decidió enviar inmediatamente a Castelli y a Martín Rodríguez a entrevistarse con Cisneros en el fuerte, facilitando su ingreso el comandante Terrada de los granaderos provinciales que se hallaba de guarnición ese día. El virrey se encontraba jugando a los naipes con el brigadier Quintana, el fiscal Caspe y el edecán Coicolea cuando los comisionados irrumpieron. Martín Rodríguez en sus Memorias relató cómo fue la entrevista, en donde Castelli se dirigió a Cisneros así:

Excelentísimo señor: tenemos el sentimiento de venir en comisión por el pueblo y el ejército, que están en armas, a intimar a V.E. la cesación en el mando del virreinato.

Cisneros respondió:

¿Qué atrevimiento es éste? ¿Cómo se atropella así a la persona del Rey en su representante?

Pero Rodríguez (según sus Memorias) lo detuvo advirtiéndole:

Señor: cinco minutos es el plazo que se nos ha dado para volver con la contestación, vea V.E. lo que hace.

Solamente defendió la posición de Cisneros el síndico procurador del cabildo, Julián de Leyva. Ante la situación, Caspe llevó a Cisneros a su despacho para deliberar juntos unos momentos y luego regresaron. El virrey se resignó y permitió que se realizara el cabildo abierto. Según cuenta Martín Rodríguez en sus Memorias póstumas, escritas muchos años después, sus palabras fueron:

Señores, cuanto siento los males que van a venir sobre este pueblo de resultas de este paso; pero puesto que el pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran.28​

El cabildo abierto se celebraría el 22 de mayo siguiente.

Esa misma noche se representó una obra de teatro cuyo tema era la tiranía, llamada Roma Salvada, a la cual concurrieron buena parte de los revolucionarios. El jefe de la policía intentó convencer al actor de que no se presentara y que, con la excusa de que éste estuviera enfermo, la obra fuera reemplazara con Misantropía y arrepentimiento, del poeta alemán Kotzebue. Los rumores de censura policial se extendieron con rapidez, por lo que Morante salió e interpretó la obra prevista, en la cual interpretaba a Cicerón. En el cuarto acto, Morante exclamaba lo siguiente:

Entre regir al mundo o ser esclavos ¡Elegid, vencedores de la tierra! ¡Glorias de Roma, majestad herida! ¡De tu sepulcro al pie, patria, despierta! César, Murena, Lúculo, escuchadme: ¡Roma exige un caudillo en sus querellas! Guardemos la igualdad para otros tiempos: ¡El Galo ya está en Roma! ¡Vuestra empresa del gran Camilo necesita el hierro! ¡Un dictador, un vengador, un brazo! ¡Designad al más digno y yo lo sigo!29​

Dicha escena encendió los ánimos revolucionarios, que desembocaron en un aplauso frenético a la obra. El propio Juan José Paso se levantó y gritó «¡Viva Buenos Aires libre!».

Lunes 21 de mayo


A las tres, el Cabildo inició sus trabajos de rutina, pero se vieron interrumpidos por seiscientos hombres armados, agrupados bajo el nombre de «Legión Infernal», que ocuparon la Plaza de la Victoria, hoy Plaza de Mayo, y exigieron a gritos que se convocase a un cabildo abierto y se destituyese al virrey Cisneros. Llevaban un retrato de Fernando VII y en el ojal de sus chaquetas una cinta blanca que simbolizaba la unidad criollo-española.​ Entre los agitadores se destacaron Domingo French y Antonio Beruti. Estos desconfiaban de Cisneros y no creían que fuera a cumplir su palabra de permitir la celebración del cabildo abierto del día siguiente.

El síndico Julián de Leyva no tuvo éxito en calmar a la multitud al asegurar que el mismo se celebraría como estaba previsto. La gente se tranquilizó y dispersó gracias a la intervención de Cornelio Saavedra, jefe del Regimiento de Patricios, que aseguró que los reclamos de la Legión Infernal contaban con su apoyo militar y quien comunicó que él personalmente iba a designar las guardias para las avenidas de la Plaza con oficiales de Patricios y que dichas guardias estarían a las órdenes del Capitán Eustoquio Díaz Vélez, de cuya adhesión, de ninguna manera, podía dudar el pueblo.

El 21 de mayo se repartieron cuatrocientos cincuenta invitaciones entre los principales vecinos y autoridades de la capital. La lista de invitados fue elaborada por el Cabildo teniendo en cuenta a los vecinos más prominentes de la ciudad. Sin embargo el encargado de su impresión, Agustín Donado, compañero de French y Beruti, imprimió muchas más de las necesarias y las repartió entre los criollos.

El Excmo. Cabildo convoca á Vd. para que se sirva asistir, precisamente mañana 22 del corriente, á las nueve, sin etiqueta alguna, y en clase de vecino, al cabildo abierto que con avenencia del Excmo. Sr. Virrey ha acordado celebrar; debiendo manifestar esta esquela á las tropas que guarnecerán las avenidas de esta plaza, para que se le permita pasar libremente.

Martes 22 de mayo

De los cuatrocientos cincuenta invitados al cabildo abierto solamente participaron unos doscientos cincuenta. French y Beruti, al mando de seiscientos hombres armados con cuchillos, trabucos y fusiles, controlaron el acceso a la plaza, con la finalidad de asegurar que el cabildo abierto fuera copado por criollos.

El cabildo abierto se prolongó desde la mañana hasta la medianoche, contando con diversos momentos, entre ellos la lectura de la proclama del Cabildo, el debate, «que hacía de suma duración el acto», como se escribió en el documento o acta, y la votación, individual y pública, escrita por cada asistente y pasada al acta de la sesión.

El debate en el Cabildo tuvo como tema principal la legitimidad o no del gobierno y de la autoridad del virrey. El principio de la retroversión de la soberanía planteaba que, desaparecido el monarca legítimo, el poder volvía al pueblo, y que éste tenía derecho a formar un nuevo gobierno.

Hubo dos posiciones principales enfrentadas: los que consideraban que la situación debía mantenerse sin cambios, respaldando a Cisneros en su cargo de virrey, y los que sostenían que debía formarse una junta de gobierno en su reemplazo, al igual que en España. No reconocían la autoridad del Consejo de Regencia de España y de Indias argumentando que las colonias en América no habían sido consultadas para su formación.​ El debate abarcó también, de manera tangencial, la rivalidad entre criollos y españoles peninsulares, ya que quienes proponían mantener al virrey consideraban que la voluntad de los españoles debía primar por sobre la de los criollos.

El primer orador fue el obispo de Buenos Aires, Benito Lué y Riega, máxima autoridad de la iglesia local, que sostuvo la primera postura:

No solamente no hay por qué hacer novedad con el virrey, sino que aún cuando no quedase parte alguna de la España que no estuviese sojuzgada, los españoles que se encontrasen en la América deben tomar y reasumir el mando de ellas y que éste sólo podría venir a manos de los hijos del país cuando ya no hubiese un español en él. Aunque hubiese quedado un solo vocal de la Junta Central de Sevilla y arribase a nuestras playas, lo deberíamos recibir como al Soberano.

Juan José Castelli habló a continuación, y sostuvo que los pueblos americanos debían asumir la dirección de sus destinos hasta que cesara el impedimento de Fernando VII de regresar al trono.

Desde la salida del Infante don Antonio, de Madrid, había caducado el Gobierno Soberano de España, que ahora con mayor razón debía considerarse haber expirado con la disolución de la Junta Central, porque, además de haber sido acusada de infidencia por el pueblo de Sevilla, no tenía facultades para el establecimiento del Supremo Gobierno de Regencia; ya porque los poderes de sus vocales eran personalísimos para el gobierno, y no podrían delegarse, ya por la falta de concurrencia de los Diputados de América en la elección y establecimiento de aquel gobierno, deduciendo de aquí su ilegitimidad, la reversión de los derechos de la Soberanía al pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo gobierno, principalmente no existiendo ya, como se suponía no existir, la España en la dominación del señor don Fernando Séptimo.

Pascual Ruiz Huidobro expuso que, dado que la autoridad que había designado a Cisneros había caducado, éste debía considerarse separado de toda función de gobierno, y que, en su función de representante del pueblo, el Cabildo debía asumir y ejercer la autoridad.

El fiscal Manuel Genaro Villota, representante de los españoles más conservadores, señaló que la ciudad de Buenos Aires no tenía derecho a tomar decisiones unilaterales sobre la legitimidad del virrey o el Consejo de Regencia sin hacer partícipes del debate a las demás ciudades del Virreinato. Argumentaba que ello rompería la unidad del país y establecería tantas soberanías como pueblos. Juan José Paso le dio la razón en el primer punto, pero adujo que la situación del conflicto en Europa y la posibilidad de que las fuerzas napoleónicas prosiguieran conquistando las colonias americanas demandaban una solución urgente.

Adujo entonces el argumento de la hermana mayor, por la cual Buenos Aires tomaba la iniciativa de realizar los cambios que juzgaba necesarios y convenientes, bajo la expresa condición de que las demás ciudades serían invitadas a pronunciarse a la mayor brevedad posible. La figura retórica de la «Hermana mayor», comparable a la gestión de negocios, es un nombre que hace una analogía entre la relación de Buenos Aires y las otras ciudades del Virreinato con una relación filial.
La postura de Cornelio Saavedra fue la que acabó imponiéndose.

El cura Juan Nepomuceno Solá opinaba que el mando debía entregarse al Cabildo, pero sólo en forma provisional, hasta la realización de una junta gubernativa con llamamiento a representantes de todas las poblaciones del virreinato.

El comandante Pedro Andrés García, íntimo amigo de Saavedra, comentó al votar: «Que considerando la suprema ley la salud del pueblo y advertido y aun tocado por sí mismo la efervescencia y acaloramiento de él con motivo de las ocurrencias de la Metrópoli, para que se varíe el Gobierno, que es a lo que aspira, cree de absoluta necesidad el que así se realice, antes de tocar desgraciados extremos, como los que se persuade habría, si aún no se resolviese así en la disolución de esta Ilustre Junta; repite por los conocimientos que en los días de antes de ayer, ayer y anoche ha tocado por sí mismo, tranquilizando los ánimos de los que con instancia en el pueblo así lo piden».

Cornelio Saavedra propuso que el mando se delegara en el Cabildo hasta la formación de una junta de gobierno, en el modo y forma que el Cabildo estimara conveniente. Hizo resaltar la frase de que «(...) y no queda duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando». A la hora de la votación, la postura de Castelli se acopló a la de Saavedra.

Luego de los discursos, se procedió a votar por la continuidad del virrey, solo o asociado, o por su destitución. La votación duró hasta la medianoche, y se decidió por amplia mayoría destituir al virrey: ciento cincuenta y cinco votos contra sesenta y nueve. Los votos contrarios a Cisneros se distribuyeron de la siguiente manera:37​

Fórmula según la cual la autoridad recae en el Cabildo: cuatro votos
Fórmula de Juan Nepomuceno de Sola: dieciocho votos
Fórmula de Pedro Andrés García, Juan José Paso y Luis José Chorroarín: veinte votos.
Fórmula de Ruiz Huidobro: veinticinco votos
Fórmula de Saavedra y Castelli: ochenta y siete votos

Miércoles 23 de mayo

Tras la finalización del Cabildo abierto se colocaron avisos en diversos puntos de la ciudad que informaban de la creación de la Junta y la convocatoria a diputados de las provincias, y llamaba a abstenerse de intentar acciones contrarias al orden público.

Por la mañana se reunió el Cabildo para contar los votos emitidos el día anterior y emite un documento:

hecha la regulación con el más prolijo examen resulta de ella que el Excmo. Señor Virrey debe cesar en el mando y recae éste provisoriamente en el Excmo. Cabildo (...) hasta la erección de una Junta que ha de formar el mismo Excmo. Cabildo, en la manera que estime conveniente.
(Pigna, 2007, p. 238)

Jueves 24 de mayo


El día 24 el Cabildo, a propuesta del síndico Leyva, conformó la nueva Junta, que debía mantenerse hasta la llegada de los diputados del resto del Virreinato. Estaba formada por:

Presidente y comandante de armas:

Baltasar Hidalgo de Cisneros

Vocales:
Cornelio Saavedra (militar, criollo)
Juan José Castelli (abogado, criollo)
Juan Nepomuceno Solá (sacerdote, español)
José Santos Incháurregui (comerciante, español)

Dicha fórmula respondía a la propuesta del obispo Lué y Riega de mantener al virrey en el poder con algunos asociados o adjuntos, a pesar de que en el Cabildo abierto la misma hubiera sido derrotada en las elecciones. Los cabildantes consideraban que de esta forma se contendrían las amenazas de revolución que tenían lugar en la sociedad.​ Asimismo, se incluyó un reglamento constitucional de trece artículos, redactado por Leyva, que regiría el accionar de la Junta. Entre los principios incluidos, se preveía que la Junta no ejercería el poder judicial, que sería asumido por la Audiencia; que Cisneros no podría actuar sin el respaldo de los otros integrantes de la Junta; que el Cabildo podría deponer a los miembros de la Junta que faltaran a sus deberes y debía aprobar las propuestas de nuevos impuestos; que se sancionaría una amnistía general respecto de las opiniones emitidas en el cabildo abierto del 22; y que se pediría a los cabildos del interior que enviaran diputados. Los comandantes de los cuerpos armados dieron su conformidad, incluyendo a Saavedra y Pedro Andrés García.

Cuando la noticia fue dada a conocer, tanto el pueblo como las milicias volvieron a agitarse, y la plaza fue invadida por una multitud comandada por French y Beruti. La permanencia de Cisneros en el poder, aunque fuera con un cargo diferente al de virrey, era vista como una burla a la voluntad del Cabildo Abierto. El coronel Martín Rodríguez lo explicaba así:

Si nosotros nos comprometemos a sostener esa combinación que mantiene en el gobierno a Cisneros, en muy pocas horas tendríamos que abrir fuego contra nuestro pueblo, nuestros mismos soldados nos abandonarían; todos sin excepción reclaman la separación de Cisneros.​

Hubo una discusión en la casa de Rodríguez Peña, lugar en que se reunieron dirigentes civiles y oficiales de los cuerpos, entre ellos: Manuel Belgrano, Eustoquio Díaz Vélez, Domingo French y Feliciano Antonio Chiclana donde se llegó a dudar de la lealtad de Saavedra. Castelli se comprometió a intervenir para que el pueblo fuera consultado nuevamente, y entre Mariano Moreno, Matías Irigoyen y Feliciano Chiclana se calmó a los militares y a la juventud de la plaza. Finalmente decidieron deshacer lo hecho, convocar nuevamente al pueblo y obtener del cabildo una modificación sustancial con una lista de candidatos propios. Cisneros no podía figurar.

Por la noche, una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se presentó en la residencia de Cisneros informando el estado de agitación popular y sublevación de las tropas, y demandando su renuncia. Lograron conseguir en forma verbal su dimisión. Un grupo de patriotas reclamó en la casa del síndico Leyva que se convocara nuevamente al pueblo, y pese a sus resistencias iniciales finalmente accedió a hacerlo.

Viernes 25 de mayo

Durante la mañana del 25 de mayo, una gran multitud comenzó a reunirse en la plaza de la Victoria, actual plaza de Mayo, liderados por los milicianos de Domingo French y Antonio Beruti. Se reclamaba la anulación de la resolución del día anterior, la renuncia definitiva del virrey Cisneros y la formación de otra Junta de gobierno. El historiador Bartolomé Mitre afirmó que French y Beruti repartían escarapelas celestes y blancas entre los concurrentes; historiadores posteriores ponen en duda dicha afirmación, pero sí consideran factible que se hayan repartido distintivos entre los revolucionarios. Ante las demoras en emitirse una resolución, la gente comenzó a agitarse, reclamando:

¡El pueblo quiere saber de qué se trata!

La multitud invadió la sala capitular, reclamando la renuncia del virrey y la anulación de la resolución tomada el día anterior.

El Cabildo se reunió a las nueve de la mañana y reclamó que la agitación popular fuese reprimida por la fuerza. Con este fin se convocó a los principales comandantes, pero éstos no obedecieron las órdenes impartidas. Los que sí lo hicieron afirmaron que no solo no podrían sostener al gobierno, sino tampoco a sus tropas, y que en caso de intentar reprimir las manifestaciones serían desobedecidos por estas.

Cisneros seguía resistiéndose a renunciar, y tras mucho esfuerzo los capitulares lograron que ratificase y formalizase los términos de su renuncia, abandonando pretensiones de mantenerse en el gobierno. Esto, sin embargo, resultó insuficiente, y representantes de la multitud reunida en la plaza reclamaron que el pueblo reasumiera la autoridad delegada en el Cabildo Abierto del día 22, exigiendo la formación de una Junta. Además, se disponía el envío de una expedición de quinientos hombres para auxiliar a las provincias interiores.

Pronto llegó a la sala capitular la renuncia de Cisneros, «prestándose á ello con la mayor generosidad y franqueza, resignado á mostrar el punto á que llega su consideración por la tranquilidad pública y precaución de mayores desórdenes».​ La composición de la Primera Junta surge de un escrito presentado por French y Beruti y respaldado por un gran número de firmas. Sin embargo, no hay una posición unánime entre los historiadores sobre la autoría de dicho escrito.

Algunos como Vicente Fidel López sostienen que fue exclusivamente producto de la iniciativa popular. Para otros, como el historiador Miguel Ángel Scenna, lo más probable es que la lista haya sido el resultado de una negociación entre tres partidos, que habrían ubicado a tres candidatos cada uno: los carlotistas, los juntistas o alzaguistas, y el «partido miliciano». Belgrano, Castelli y Paso eran carlotistas. Los partidarios de Álzaga eran Moreno, Matheu y Larrea. No hay duda de que Saavedra y Azcuénaga representaban al poder de las milicias formadas durante las invasiones inglesas; en el caso de Alberti, esta pertenencia es más problemática.​

Los capitulares salieron al balcón para presentar directamente a la ratificación del pueblo la petición formulada. Pero, dado lo avanzada de la hora y el estado del tiempo, la cantidad de gente en la plaza había disminuido, cosa que Julián de Leyva adujo para ridiculizar la pretensión de la diputación de hablar en nombre del pueblo. Esto colmó la paciencia de los pocos que se hallaban en la plaza bajo la llovizna. A partir de ese momento (dice el acta del Cabildo),

... se oyen entre aquellos las voces de que si hasta entonces se había procedido con prudencia porque la ciudad no experimentase desastres, sería ya preciso echar mano a los medios de violencia; que las gentes, por ser hora inoportuna, se habían retirado a sus casas; que se tocase la campana de Cabildo, y que el pueblo se congregase en aquel lugar para satisfacción del Ayuntamiento; y que si por falta del badajo no se hacía uso de la campana, mandarían ellos tocar generala, y que se abriesen los cuarteles, en cuyo caso sufriría la ciudad lo que hasta entonces se había procurado evitar.

El badajo de la campana del cabildo había sido mandado retirar por el virrey Liniers tras la asonada de Álzaga de 1809. Ante la perspectiva de violencias mayores, el petitorio fue leído en voz alta y ratificado por los asistentes. El reglamento que regiría a la Junta fue, a grandes rasgos, el mismo que se había propuesto para la Junta del 24, añadiendo que el Cabildo controlaría la actividad de los vocales y que la Junta nombraría reemplazantes en caso de producirse vacantes. La titulada Junta provisional gubernativa de la capital del Río de la Plata —según consta en la proclama del 26 de mayo de 1810— que la tradición y la historiografía conocen como la "Primera Junta", estaba compuesta de la siguiente manera:

Cornelio Saavedra

Vocales
Dr. Juan José Castelli
Manuel Belgrano
Miguel de Azcuénaga
Dr. Manuel Alberti
Domingo Matheu
Juan Larrea

Secretarios
Dr. Juan José Paso
Dr. Mariano Moreno

La Junta era un cuerpo plural que estaba integrada por nueve miembros, siete de ellos americanos —o criollos— y dos españoles peninsulares; estos últimos eran Matheu y Larrea. Desde el punto de vista social estaba conformada por representantes de diversos sectores de la sociedad: Saavedra y Azcuénaga eran militares, Belgrano, Castelli, Moreno y Paso eran abogados, Larrea y Matheu eran comerciantes, y Alberti era sacerdote. Desde el punto de vista político, los tres partidos revolucionarios estaban representados por tres miembros cada uno: Saavedra, Azcuénaga y Alberti eran moderados, Castelli, Belgrano y Paso eran carlotistas y Matheu, Larrea y Moreno eran juntistas o alzaguistas.

Acto seguido, Saavedra habló a la muchedumbre reunida bajo la lluvia, y luego se trasladó al Fuerte entre salvas de artillería y toques de campana.

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Marco Tulio Cicerón.

Brasilla
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 06 Mar 2018 23:01

Revolución de Mayo ( II )


Al mismo tiempo que el sol se ponía en el horizonte, una compañía de Patricios mandada por Don Eustoquio Díaz Vélez anunciaba, al son de cajas y voz de pregoneros, que el Virrey de las Provincias Unidas del Río de la Plata había caducado, y que el Cabildo reasumía el mando supremo del Virreynato por voluntad del pueblo.

El mismo 25, Cisneros despachó a José Melchor Lavín rumbo a Córdoba, para advertir a Santiago de Liniers lo sucedido y reclamarle acciones militares contra la Junta.

Proclama del 26 de mayo
Proclama de la Junta provisional gubernativa de la capital del Río de la Plata del 26 de mayo de 1810.

El 26 de mayo de 1810, la Primera Junta —oficialmente la «Junta Provisional Gubernativa de la capital del Río de la Plata»— emitió una proclama que dirigió «a los habitantes de ella, y de las provincias de su superior mando», dando noticia de la nueva autoridad surgida de los sucesos de la Revolución de Mayo.

Circular a los cabildos del interior

En el acta del Cabildo de Buenos Aires del 25 de mayo, se indicaba a la Junta que remitiera una circular a los cabildos del interior, para que las provincias envíen diputados a la capital:

Apartado X: que los referidos SS. despachen sin perdida de tiempo ordenes circulares a los Xefes de lo interior y demas a quienes corresponde, encargandoles muy estrechamente baxo de responsabilidad, hagan que los respectivos Cabildos de cada uno convoquen por medio de esquelas a la parte principal y mas sana del vecindario, para que formando un congreso de solos los que en aquella forma hubiesen sido llamados elijan sus representantes y estos hayan de reunirse á la mayor brevedad en esta Capital.

La Junta hizo una circular el 27 de mayo solicitando la elección de los diputados:

Asimismo importa que V. quede entendido que los diputados han de irse incorporando en esta junta, conforme y por el orden de su llegada á la capital, para que así se hagan de la parte de confianza pública que conviene al mejor servicio del rey y gobierno de los pueblos, imponiéndose con cuanta anticipación conviene á la formación de la general de los graves asuntos que tocan al gobierno. Por lo mismo, se habrá de acelerar el envío de diputados, entendiendo deber ser uno por cada ciudad ó villa de las provincias, considerando que la ambición de los extranjeros puede excitarse á aprovechar la dilación en la reunión para defraudar á Su Majestad los legítimos derechos que se trata de preservar.

El haber derrocado al virrey y a la junta que en principio se había formado para representarlo, reemplazándolos por la Primera Junta fue algo escandaloso para muchos y por lo tanto las primeras reacciones en el virreinato ante lo sucedido no fueron las mejores:

En Córdoba se armó una contrarrevolución, liderada por Liniers.
En Mendoza hubo algunas reticencias en aceptar a la nueva Junta.
En Salta hubo muchas discusiones.
La resistencia fue activa en el Alto Perú, Paraguay y Montevideo.

La versión de Cisneros

El virrey Cisneros brindó su versión de los hechos de la semana de mayo en una carta dirigida al rey Fernando VII, con fecha 22 de junio de 1810:

Había yo ordenado que se apostase para este acto una compañía en cada bocacalle de las de la plaza a fin de que no se permitiese entrar en ella ni subir a las Casas Capitulares persona alguna que no fuese de las citadas; pero la tropa y los oficiales eran del partido; hacían lo que sus comandantes les prevenían secretamente y éstos les prevenían lo que les ordenaba la facción: negaban el paso a la plaza a los vecinos honrados y lo franqueaban a los de la confabulación; tenían algunos oficiales copia de las esquelas de convite sin nombre y con ellos introducían a las casas del Ayuntamiento a sujetos no citados por el Cabildo o porque los conocían de la parcialidad o porque los ganaban con dinero, así es que en una Ciudad de más de tres mil vecinos de distinción y nombre solamente concurrieron doscientos y de éstos, muchos pulperos, algunos artesanos, otros hijos de familia y los más ignorantes y sin las menores nociones para discutir un asunto de la mayor gravedad.

Aunque el gobierno surgido el 25 de mayo se pronunciaba fiel al rey español depuesto Fernando VII, los historiadores coinciden en que dicha lealtad era simplemente una maniobra política. La Primera Junta no juró fidelidad al Consejo de Regencia de España e Indias, un organismo de la Monarquía Española aún en funcionamiento, y en 1810 la posibilidad de que Napoleón Bonaparte fuera derrotado y Fernando VII volviera al trono, lo cual ocurrió finalmente el 11 de diciembre de 1813 con la firma del Tratado de Valençay, parecía remota e inverosímil. El propósito del engaño consistía en ganar tiempo para fortalecer la posición de la causa patriótica, evitando las reacciones que habría motivado una revolución aduciendo que aún se respetaba la autoridad monárquica y que no se había realizado revolución alguna. La maniobra es conocida como la «Máscara de Fernando VII» y fue mantenida por la Primera Junta, la Junta Grande, el primer, segundo y Tercer Triunvirato y los directores supremos, hasta la declaración de la Independencia de la Argentina, en 1816.

Cornelio Saavedra habló privadamente del tema con Juan José Viamonte en una carta del 27 de junio de 1811.

...las Cortes extranjeras y muy particularmente la de Inglaterra, nada exigen, más que llevemos adelante el nombre de Fernando y el odio a Napoleón; en estos ejes consiste el que no sea (Inglaterra) nuestra enemiga declarada... la Corte de Inglaterra... no se considera obligada... a sostener una parte de la monarquía española contra la otra... a condición que reconozcan su soberano legítimo... luego, si nosotros no reconociésemos a Fernando, tendría la Inglaterra derecho... a sostener a nuestros contrarios... y nos declararía la guerra... En medio de estas poderosas consideraciones quiere el... ciudadano Zamudio se grite: ¡Independencia! ¡Independencia! ¿Qué (se) pierde en que de palabra y por escrito digamos: ¡Fernando! ¡Fernando!​

Para Gran Bretaña el cambio era favorable, ya que facilitaba el comercio con las ciudades de la zona sin que éste se viera obstaculizado por el monopolio del mismo que España mantenía con sus colonias. Sin embargo, Gran Bretaña priorizaba la guerra en Europa contra Francia, aliada a los sectores del poder español que todavía no habían sido sometidos, y no podía aparecer apoyando a los movimientos independentistas americanos ni permitir que la atención militar de España se dividiera en dos frentes diferentes. En consecuencia presionaron para que las manifestaciones independentistas no se hicieran explícitas. Dicha presión fue ejercida por Lord Strangford, embajador de Inglaterra en la corte de Río de Janeiro, que manifestó su apoyo a la Junta pero lo condicionó

...siempre que la conducta de esa Capital sea consecuente y se conserve a nombre del Sr. Dn. Fernando VII y de sus legítimos sucesores.

Los grupos que apoyaron o llevaron adelante la revolución no eran completamente homogéneos en sus propósitos, y varios tenían intereses dispares entre sí. Los criollos progresistas y los jóvenes, representados en la junta por Moreno, Castelli, Belgrano o Paso, aspiraban a realizar una profunda reforma política, económica y social. Por otro lado, los militares y burócratas, cuyos criterios eran llevados adelante por Saavedra, sólo pretendían una renovación de cargos: aspiraban a desplazar a los españoles del ejercicio exclusivo del poder, pero heredando sus privilegios y atribuciones. Los comerciantes y hacendados subordinaban la cuestión política a las decisiones económicas, especialmente las referidas a la apertura o no del comercio con los ingleses. Finalmente, algunos grupos barajaron posibilidades de reemplazar a la autoridad del Consejo de Regencia por la de Carlota Joaquina de Borbón o por la corona británica, pero tales proyectos tuvieron escasa repercusión.

Estos grupos trabajaron juntos para el fin común de expulsar a Cisneros del poder, pero al conformarse la Primera Junta comenzaron a manifestar sus diferencias internas.

En la revolución no intervinieron factores religiosos, debido a que todas las corrientes revolucionarias y realistas coincidían en su apoyo a la religión católica. Aun así, la mayor parte de los dirigentes eclesiásticos se oponían a la revolución. En el Alto Perú los realistas y las autoridades religiosas procuraron equiparar a los revolucionarios con herejes, pero los dirigentes revolucionarios siempre impulsaron políticas conciliatorias en los aspectos religiosos. Los curas y frailes, en cambio, estaban divididos geográficamente, los de las provincias «de abajo» eran leales a la revolución, mientras que los del Alto Perú prefirieron continuar leales a la monarquía.

Ni el consejo de Regencia, ni los miembros de la Real Audiencia ni la población española proveniente de Europa creyeron la premisa de la lealtad al rey Fernando VII, y no aceptaron de buen grado la nueva situación. Los miembros de la Audiencia no quisieron tomar juramento a los miembros de la Primera Junta, y al hacerlo lo hicieron con manifestaciones de desprecio. El 15 de junio los miembros de la Real Audiencia juraron fidelidad en secreto al Consejo de Regencia y enviaron circulares a las ciudades del interior, llamando a desoír al nuevo gobierno. Para detener sus maniobras la Junta convocó a todos los miembros de la audiencia, al obispo Lué y Riega y al antiguo virrey Cisneros, y con el argumento de que sus vidas corrían peligro fueron embarcados en el buque británico Dart. Su capitán Marcos Brigut recibió instrucciones de Larrea de no detenerse en ningún puerto americano y de trasladar a todos los embarcados a las Islas Canarias. Tras la exitosa deportación de los grupos mencionados se nombró una nueva Audiencia, compuesta íntegramente por criollos leales a la revolución.

Con la excepción de Córdoba, las ciudades que hoy forman parte de la Argentina respaldaron a la Primera Junta. El Alto Perú no se pronunciaba en forma abierta, debido a los desenlaces de las revoluciones en Chuquisaca y La Paz de poco antes. El Paraguay estaba indeciso. En la Banda Oriental se mantenía un fuerte bastión realista, así como en Chile.

Santiago de Liniers encabezó una contrarrevolución en Córdoba, contra la cual se dirigió el primer movimiento militar del gobierno patrio. Montevideo estaba mejor preparada para resistir un ataque de Buenos Aires, y la Cordillera de los Andes establecía una efectiva barrera natural entre los revolucionarios y los realistas en Chile, por lo que no hubo enfrentamientos militares hasta la realización del Cruce de los Andes por José de San Martín y el Ejército de Los Andes algunos años después. A pesar del alzamiento de Liniers y su prestigio como héroe de las Invasiones Inglesas, la población cordobesa en general respaldaba a la revolución, lo cual llevaba a que el poder de su ejército se viera minado por deserciones y sabotajes.

El alzamiento contrarrevolucionario de Liniers fue rápidamente sofocado por las fuerzas comandadas por Francisco Ortiz de Ocampo. Sin embargo, una vez capturados Ocampo se negó a fusilar a Liniers ya que había peleado junto a él en las Invasiones Inglesas, por lo que la ejecución fue realizada por Castelli.

Luego de sofocar dicha rebelión se procedió a enviar expediciones militares a las diversas ciudades del interior, reclamando apoyo para la Primera Junta. Se reclamó el servicio militar a casi todas familias, tanto pobres como ricas, ante lo cual la mayor parte de las familias patricias decidían enviar a sus esclavos al ejército en lugar de a sus hijos. Esta es una de las razones de la disminución de la población negra en Argentina.

La Primera Junta amplió su número de miembros incorporando en sí misma a los diputados enviados por las ciudades que respaldaban a la Revolución, tras lo cual la Junta pasó a ser conocida como la Junta Grande.

Consecuencias

Según el historiador Félix Luna en su libro Breve historia de los argentinos, una de las consecuencias principales de la Revolución de Mayo sobre la sociedad, que dejaba de ser un virreinato, fue el cambio de paradigma con el cual se consideraba la relación entre el pueblo y los gobernantes. Hasta aquel entonces, primaba la concepción del bien común: en tanto se respetaba completamente a la autoridad monárquica, si se consideraba que una orden proveniente de la corona de España era perjudicial para el bien común de la población local, se la cumplía a medias o se la ignoraba. Esto era un procedimiento habitual.

Con la revolución, el concepto del bien común dio paso al de la soberanía popular, impulsado por personas como Moreno, Castelli o Monteagudo, que sostenía que, en ausencia de las autoridades legítimas, el pueblo tenía derecho a designar a sus propios gobernantes. Con el tiempo, la soberanía popular daría paso a la regla de la mayoría, que plantea que es la mayoría de la población la que determina, al menos en teoría, al gobierno en ejercicio. Esta maduración de ideas fue lenta y progresiva, y llevó muchas décadas hasta cristalizarse de una manera electoral, pero fue lo que llevó finalmente a la adopción del sistema republicano como forma de gobierno de Argentina.

Otra consecuencia, también según el mencionado historiador, fue la disgregación de los territorios que correspondían al Virreinato del Río de la Plata. La mayor parte de las ciudades que lo componían tenían poblaciones, producciones, mentalidades, contextos e intereses diferentes entre sí. Estos pueblos se mantenían unidos gracias a la autoridad del gobierno español; al desaparecer ésta, las poblaciones de Montevideo, Paraguay y el Alto Perú comenzaron a distanciarse de Buenos Aires. La escasa duración del Virreinato del Río de la Plata, de apenas treinta y ocho años, no logró que se forjara un sentimiento patriótico que las ligara como una unidad común.

Juan Bautista Alberdi consideró a la Revolución de Mayo una de las primeras manifestaciones de las disputas de poder entre la ciudad de Buenos Aires y las del interior, uno de los ejes alrededor del cual giraron las guerras civiles argentinas. Escribió en sus Escritos póstumos:

La revolución de Mayo de 1810, hecha por Buenos Aires, que debió tener por objeto único la independencia de la República Argentina respecto de España, tuvo además el de emancipar a la provincia de Buenos Aires de la Nación Argentina, o más bien el de imponer la autoridad de su provincia a la nación emancipada de España. Ese día cesó el poder español y se instaló el de Buenos Aires sobre las provincias argentinas.

La vida cultural sufrió un florecimiento sin igual, en especial en la cantidad de publicaciones, pues frente al único periódico permitido, la revolución dio rienda suelta a numerosos periódicos como La Lira Argentina, Gazeta de Buenos Aires, El Correo de Comercio, Mártir o Libre, El Censor de la Revolución, El Independiente y El Grito del Sud. Lo mismo puede decirse de las expresiones literarias, donde surgen poetas revolucionarios como Bartolomé Hidalgo, Vicente López y Planes y Esteban de Luca.

La primera escuela notable de interpretación historiográfica de la historia de Argentina fue la fundada por Bartolomé Mitre. Mitre consideraba a la Revolución de Mayo como una expresión icónica del igualitarismo político, como el conflicto entre las libertades modernas y la opresión representada por la monarquía española, y el intento de establecer una organización nacional sobre principios constitucionales en contraposición al liderazgo de los caudillos.

Por su parte, Esteban Echeverría sintetizaba los ideales de Mayo en los conceptos de progreso y democracia. En el futuro, dichos conceptos serían el eje alrededor del cual se diferenciarían la historia canónica de la historia revisionista en lo referido a los eventos de Mayo. La versión canónica reivindica el progreso y justifica el abandono o demora de la concreción de los ideales democráticos para no poner en riesgo la prosperidad económica aduciendo que la sociedad de entonces aún no estaba capacitada para aprovechar apropiadamente la libertad política. Dicha situación fue conocida como la instauración de la «República posible».

En la vereda opuesta, el revisionismo criticaba abiertamente la no conformación de una democracia auténtica. El historiador José María Rosa, por ejemplo, afirmó que la historia canónica presentaba a la revolución como el producto exclusivo de un sector reducido de la población movido por el deseo de libertades de comercio y libertades individuales, minimizando la implicación de las masas populares o el deseo de la independencia por la independencia misma.​ Asimismo, Rosa consideró que la historia canónica minimizaba u ocultaba las posturas políticas de Manuel Belgrano, presentándolo en cambio únicamente como un líder militar.

La figura de Mariano Moreno también motivó disputas por sus métodos confrontativos. Algunos historiadores lo ven como el principal impulsor de la Revolución, o bien del gobierno surgido de ésta, mientras que otros relativizan su influencia. También existen disparidades sobre su consideración o no como jacobino, el arraigo o desarraigo popular de sus posturas, o el análisis de su pensamiento, sus fuentes o sus acciones. Sin embargo, más allá de los juicios de valor de cada historiador, hay consenso entre los mismos en considerar a Mariano Moreno como uno de los protagonistas de Mayo con la postura revolucionaria más radical y decidida.

Por último, aunque parece evidente que no puede asignarse a un día y a un hecho puntual la carga simbólica de la independencia y constitución de la Argentina libre y soberana, hay quienes consideran el 9 de julio, fecha de la declaración de la independencia, como ícono del nacimiento del país, y otros, a la fecha del 25 de mayo. Uno de los motivos del debate tiene que ver con el hecho de que hay quienes consideran que la Revolución de Mayo fue un acontecimiento protagonizado solo por Buenos Aires mientras que la Declaración de la Independencia fue un acto que contó con la activa participación de las provincias. Parece claro, eso sí, que la Revolución de Mayo es la celebración del inicio de una serie de acontecimientos que desembocaron en la formalización de la independencia en 1816.

En la actualidad, el 25 de mayo es recordado como una fecha patria en Argentina, con el carácter de feriado nacional. El mismo es inamovible, por lo que se celebra exactamente el 25 independientemente del día de la semana. La fecha fue feriado de Uruguay desde 1834 hasta 1933, con el nombre Día de América.

En el año 1910 «El Centenario de la Revolución de Mayo fue celebrado con toda la grandeza que correspondía a la prosperidad de las elites, y ese mismo año... en el mes de abril, Roque Sáenz Peña fue elegido presidente de la República. Muy poco después iba a posibilitar, mediante la ley electoral que recuerda su nombre, el ejercicio del sufragio universal a todos los varones mayores de dieciocho años, en comicios de ejemplar limpieza».

Ya a finales del siglo XIX Argentina iba consiguiendo un papel destacado en el mundo occidental gracias al progreso que le brindó el comercio de sus productos agrícolas y ganaderos, como la carne, el cuero, la lana y el trigo, lo que enriqueció grandemente a las familias estancieras, a los frigoríficos y a otros comerciantes que comenzaron a adoptar las formas de vida de los sectores sociales altos de Europa y Estados Unidos de la belle époque. Empero esta imponente realidad contrastaba con la situación de millones de inmigrantes que —atraídos por las posibilidades que ofrecía este rico país— cruzaron el océano Atlántico en procura de una mejor calidad de vida, en paz y con posibilidades de progreso y ascenso socioeconómico, que estas tierran les ofrecían en ese entonces. Si bien la gran mayoría de ellos, en poco tiempo, se fueron integrando al tejido social y conformaron la base del destacado estrato social medio argentino, otros —en cambio— continuaron viviendo en condiciones de pobreza.

Ello no fue óbice para durante los festejos del Centenario Argentino llegaran al país embajadores y comitivas especiales para tan importante celebración, que fueron recibidos por el presidente José Figueroa Alcorta y alojados —en muchos casos— por las familias tradicionales. La visita más esperada fue la de la Infanta Isabel de Borbón, tía del rey Alfonso XIII de España, quien se hospedó con toda la pompa en el palacio de la familia Bary, en la avenida Alvear y que inaugurara un nuevo edificio conocido como el Palacio Vera que fuera edificado por su propietario, el rico estanciero Eustoquio Díaz Vélez (hijo), precisamente en la Avenida de Mayo, la nueva y más prestigiosa vía de la ciudad de Buenos Aires.

Arribaron también mandatarios de países hermanos como Pedro Montt, presidente de Chile y Eugenio Larraburu, vicepresidente del Perú. Representaciones de Uruguay, Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania, Holanda y Japón figuraron entre la lista de los estados participantes que participaron de los diversos desfiles castrenses. El imponente y novísimo Teatro Colón fue el escenario de una gran función de la lírica en donde fue cantada la obra Rigoletto por Titta Ruffo, el impresionante barítono italiano.

Pero los festejos por el primer siglo de la Revolución de Mayo no solamente fueron a nivel estatal sino que también llegaron a Argentina intelectuales y escritores de aquella época: Ramón del Valle Inclán, Jacinto Benavente, Vicente Blasco Ibáñez —éstos de la madre patria—, Georges Clemenceau, Jean Jaurès y Anatole France –estos tres últimos, franceses–.

Con motivo de El Centenario se erigieron monumentos ideados por las distintas y progresistas comunidades que habitaban la ya cosmopolita ciudad de Buenos Aires y que hoy en día son excepcionales exponentes de su arquitectura histórico urbana.

En el año 2010 se cumplieron doscientos años de la Revolución de Mayo, lo que motivó las celebraciones del Bicentenario de la República Argentina.

La fecha, así como también la imagen de un Cabildo en forma genérica, se utilizan en diversas variantes para homenajear la Revolución de Mayo. Dos de las más notables son la Avenida de Mayo y la Plaza de Mayo, en esta última se erigió la Pirámide de Mayo al año de la revolución, la cual fue reconstruida con su aspecto actual en 1856. «25 de mayo» es el nombre de diversas divisiones administrativas, localidades, espacios públicos y accidentes geográficos de la Argentina; se pueden mencionar el departamento Veinticinco de Mayo en San Juan, la localidad de Veinticinco de Mayo en la Provincia de Buenos Aires, la plaza 25 de Mayo en Rosario, la Plaza 25 de Mayo en La Rioja y la «isla Veinticinco de Mayo» (conocida internacionalmente como isla Rey Jorge). También se utiliza un Cabildo conmemorativo en las monedas de 25 centavos, y una imagen del Sol de Mayo en las de 5 centavos.

El carácter de fecha patria del 25 de mayo motiva que cada año la misma sea descrita con frecuencia en las revistas infantiles argentinas, como por ejemplo Billiken, así como también en manuales de uso escolar en las escuelas primarias. Dichas publicaciones suelen omitir algunos aspectos del evento histórico que por su violencia o contenido político podrían considerarse inapropiados para menores de edad, tales como el elevado armamentismo de la población de aquella época (consecuencia de la preparación contra la segunda Invasión Inglesa o las luchas sociales entre los criollos y los españoles continentales.

En su lugar, se enfoca a la revolución como un evento desprovisto de violencia y que inevitablemente habría sucedido de una u otra forma, se pone el acento en aspectos folclóricos y secundarios tales como el estado del tiempo del 25 y si ese día llovía o no, o si el uso de paraguas estaba extendido o limitado a una minoría.​ También se presentan como personajes arquetípicos de la revolución a diversos pregoneros, entre ellos el vendedor de velas, el aguatero, la mazamorrera repartiendo empanadas entre los concurrentes a la plaza el 25 de mayo.

Los acontecimientos fueron representados en La Revolución de Mayo, una de las primeras películas mudas de Argentina, filmada en el año 1909 por Mario Gallo y estrenado en 1910, año del centenario. Fue el primer film de ficción argentino realizado con actores profesionales.

Entre las canciones inspiradas en los sucesos de mayo se encuentra el «Candombe de 1810». El cantante de tangos Carlos Gardel interpretó «El sol del 25», con letra de Domingo Lombardi y Santiago Rocca, y «Salve Patria» de Eugenio Cárdenas y Guillermo Barbieri. Pedro Berruti, por su parte, creó «Gavota de Mayo»,​ con música folclórica.

En esta celebración, como así también en la del 9 de julio es muy común que el pueblo prepare o consuma locro, y en las escuelas primarias se beba un tradicional chocolate tibio.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 09 Mar 2018 13:48

Creación del Ejercito del Norte, Provincias Unidas del Rio de la Plata


El Ejército del Norte, denominado en los documentos de su época Ejército Auxiliar del Perú o Ejército del Perú ya que aún cuando era argentino su objetivo era liberar al Alto Perú y al Perú, fue el primer cuerpo militar desplegado por las Provincias Unidas del Río de la Plata en la guerra de la Independencia Argentina. Este ejército fue el encargado de actuar, bajo el mando, entre otros de Manuel Belgrano, en la región noroeste de la actual República Argentina y el Alto Perú (actual Bolivia), en donde se desarrolló uno de los principales frentes de batalla contra los realistas fieles a la corona de España.

Su acción en el frente independentista comenzó en 1810 y concluyó en 1817, con la derrota de las fuerzas comandadas por Gregorio Aráoz de Lamadrid en la batalla de Sopachuy, en un último intento de avanzar sobre el Alto Perú. A partir de allí las acciones ofensivas finalizaron, manteniéndose sólo en situación defensiva. La ofensiva ya había sido trasladada al Ejército de los Andes, comandado por José de San Martín, que concibió la idea de llegar por mar hasta Lima, el principal bastión realista, tras liberar Chile. El Ejército del Norte, nuevamente al mando de Belgrano, fue llamado para intervenir en las luchas internas suscitadas por el conflicto entre el gobierno central con sede en Buenos Aires y los caudillos federales del Litoral. El Motín de Arequito (1820), causado por la renuencia de los veteranos del frente independentista a comprometerse en luchas intestinas, puso fin a su existencia.

La Expedición de Belgrano al Paraguay llevó antes el nombre de Ejército del Norte, pasando con el tiempo a ser conocido así el que actuaba en el Alto Perú.

Durante la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, un nuevo cuerpo militar recibió el nombre de Ejército del Norte 1837 al mando de Alejandro Heredia, desapareciendo de nuevo tras su asesinato en 1838 al estallar la rebelión conocida como Coalición del Norte, finalizando la guerra en 1839 con la victoria chilena en Yungay y el retiro de los peruano-bolivianos del territorio argentino.
Artículo principal: Expediciones Auxiliadoras al Alto Perú

La carencia de militares entrenados fue una de las más graves dificultades a las que tuvo que hacer frente el gobierno revolucionario, además del Batallón de Patricios y otros cuerpos formados durante las Invasiones Inglesas, las únicas tropas más o menos experimentadas con que contaban los criollos eran los cuerpos de Blandengues, lanceros milicianos reclutados para vigilar las fronteras de los territorios aún dominados por los indígenas (mapuches y ranqueles).1​ No sería hasta 1812, con la llegada de los veteranos de las Guerras Napoleónicas, en que se incorporarían oficiales conocedores de la ciencia militar a las tropas nacionales. Muchos de los primeros comandantes fueron civiles u oficiales de graduación inferior, puestos al frente de las tropas más por su convicción política y su carisma de mando que por sus capacidades militares.

Lo que sería luego el Ejército del Norte tuvo su origen en las tropas reunidas por el vocal Juan José Castelli por orden dada por la Primera Junta el 14 de junio de 1810, para combatir al antiguo virrey Santiago de Liniers, que encabezaba un movimiento contrarrevolucionario en la Intendencia de Córdoba. La orden de la Junta respondía al cumplimiento del acta de formación de la misma el 25 de mayo, que la obligaba a enviar una expedición a las provincias.

La Junta comenzó una colecta en Buenos Aires para pertrechar a la expedición y se reunió un ejército de 1.150 hombres. Las tropas salieron del Retiro el 7 de julio de 1810 para ser revistada en el cuartel-campamento de Monte de Castro el día 9 (entonces a tres leguas de la aún pequeña ciudad de Buenos Aires). El mismo 9 de julio las tropas comenzaron la marcha por la ruta de Córdoba al mando del coronel de Arribeños; Francisco Ortiz de Ocampo (como comandante general), secundado por el teniente coronel Antonio González Balcarce (como mayor general), al que se dio una formación apresurada en dos meses.

A semejanza de los ejércitos de la Revolución francesa, ambos jefes iban acompañados por el representante de la Junta (mando político), Hipólito Vieytes como comisionado y por el auditor de guerra Feliciano Chiclana, quien alcanzó al ejército el 28 de julio en Fraile Muerto y continuó hacia Salta, pasando por la de San Miguel de Tucumán, con una escolta, en la ciudad de Salta fue nombrado gobernador intendente de Salta del Tucumán. Juan Gil era el comisario de guerra. El mando militar estaba sujeto al político y éste a la Junta a través de la Secretaría de Guerra que ocupaba Mariano Moreno. Vieytes llevaba instrucciones de dejar que en cada provincia el pueblo eligiera diputados para incorporarse a la Junta.

El 14 de julio la fuerza llegó a Luján, continuando luego por Salto, Pergamino, Guardia de la Esquina de Buenos Aires, que era el límite con Córdoba, y Fraile Muerto, entre el 20 y el 30 de julio. En la Guardia de la Esquina la expedición recibió noticias de que Liniers había partido con sus fuerzas rumbo al norte, por lo que González Balcarce se adelantó con 300 hombres en su búsqueda.

En Córdoba, Liniers y Juan Gutiérrez de la Concha alistaron milicias urbanas y varios cientos de milicianos reclutados en la campaña por el coronel Santiago Allende, armados con boleadoras y lanzas. El 8 de julio Liniers escribió a Paula Sanz que contaba con 600 hombres armados, la mitad con fusiles y el resto con lanzas, además de artillería. Cuando la expedición se acercó a la ciudad, parte de los milicianos desertaron y los jefes con 300 o 400 hombres y 9 piezas de artillería, huyeron el 31 de julio en dirección al Alto Perú. El día 5 ingresó en Córdoba un destacamento de 300 hombres en busca de Liniers y los demás jefes, 225 soldados permanecieron en la ciudad y los otros 75 iniciaron la persecución, alcanzando a Liniers al día siguiente en el paraje Piedritas, luego de que estos se habían dispersado y escondido, abandonando los cañones y todo lo transportado. El día 7 fueron capturados Gutiérrez de la Concha, el obispo de Córdoba Rodrigo de Orellana, Allende, el asesor Rodríguez y el secretario Moreno.

Ocupada Córdoba el 8 de agosto por el resto del ejército, fue reemplazado su cabildo y Juan Martín de Pueyrredón fue nombrado gobernador intendente, asumiendo a mediados de ese mes, luego la marcha siguió en dirección al Alto Perú, donde el general español José de Córdoba y Rojas estaba al mando de las tropas realistas.

Por orden de la Junta, González Balcarce comandó la vanguardia de las tropas que continuaron hacia el norte, mientras que Ortiz de Ocampo organizaba los contingentes de retaguardia y milicias provinciales. Juan José Viamonte fue nombrado tercer jefe y en sustitución de Vieytes, Juan José Castelli ocupó el cargo de delegado y Bernardo de Monteagudo el de auditor. French y Nicolás Rodríguez Peña integraban también el nuevo comité político. Ortiz de Ocampo permaneció al mando nominal de la expedición quedando en Santiago del Estero y luego en Tucumán para reunir milicias y remitirlas a González Balcarce.

En Salta también recibió tropas, encabezadas por Martín Miguel de Güemes. En Santiago del Estero se formó el Batallón de Patricios de Santiago del Estero comandado por el coronel Juan Francisco Borges, de 3 compañías con un total de 317 hombres, que el 25 de septiembre de 1810 se incorporó al Ejército del Norte y luego fueron fusionados con otras unidades para formar el Regimiento n.º 6 de Infantería.

El 6 de septiembre la Junta dispuso que Castelli asumiera el mando de la expedición, nombrándolo representante de la Junta:

(...) por tanto ha venido la Junta en nombrar á su Vocal el doctor don Juan José Castelli confiriéndolo el carácter de representante de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Rio de la Plata con todas las facultades, honores, tratamientos y distinción que á ella le competen. En cuya virtud la Junta de Comisión de la Expedición reconocerá á dicho señor Castelli por Representante de la Junta, obedecerá ciegamente sus órdenes, y no ejecutará plan, medida, ni providencia alguna, sino con su aprobación mirando en su persona á la misma Junta Provisional, y tributándole el mismo respeto y obediencia, que tributaria á esta, si estuviese presente. Y los pueblos interiores recibirán al doctor don Juan José Castelli como un órgano legítimo de la voluntad y sentimientos de esta Junta, ocurriendo á él para todas las mejoras de pronta ejecución que puedan proporcionarse, y dirigiendo por su conducto aquellas manifestaciones, que conduzcan á fomentar la felicidad de estas Provincias bajos los principios de una inalterable unión y fraternidad de todos los pueblos.

El 27 de septiembre de 1810 González Balcarce llegó con la vanguardia del ejército a San Salvador de Jujuy, 18 días después de su salida de Córdoba. El 4 de octubre llegó a Yavi, en el límite con el Alto Perú, en donde se detuvo a la espera de refuerzos.

El 25 de agosto de 1810 una junta consultiva en Lima decidió enviar un ejército de 2000 hombres a Potosí o Chuquisaca, para que las fuerzas altoperuanas hicieran frente a la expedición auxiliar de Buenos Aires.

González Balcarce inició la marcha desde Yavi con 400 hombres, desde Tarija recibió 600 hombres, de los cuales admitió a 300 debido a la falta de armamentos. La primera acción armada del Ejército del Norte en el Alto Perú fue el combate de Cotagaita, unos 400 km al norte de San Salvador de Jujuy, que tuvo lugar el 27 de octubre. La batalla fue desfavorable para Balcarce y su resultado indeciso, en parte por la superioridad numérica de los españoles, obligando a las tropas expedicionarias a regresar al sur sin ser perseguidas por los realistas. Balcarce rehizo su ejército dos días después en Tupiza.

El 3 de noviembre la Junta creó el Regimiento n.º 6 de Infantería en el norte argentino (cumplido por Castelli en Potosí el 1 de enero de 1811),3​ con dos batallones. Se lo formó sobre la base de las compañías de infantería llevadas desde Buenos Aires, excepto los pardos y morenos, y contingentes de Tucumán (300 hombres en 3 compañías) y Santiago del Estero (de tropas destinadas a la expedición al Perú y nuevas agregaciones que ha habido). Como jefe del regimiento se designó a Juan José Viamonte, a quien se le dio el rango de coronel. Ese día también fue creado el cuerpo Dragones Ligeros de la Patria (o del Perú), formado por los piquetes de dragones, blandengues y de húsares, todos provenientes de las provincias "de abajo", quedando al mando el coronel Díaz Vélez.​

El 5 de noviembre las fuerzas realistas comenzaron la marcha hacia Tupiza, por lo que al día siguiente Balcarce desalojó ese pueblo, que fue ocupado al día siguiente por 1.200 realistas, y se situó en Nazareno, en donde recibió un refuerzo de 200 hombres provenientes de Jujuy con dos piezas de artillería. El 7 de noviembre volvieron a enfrentarse contra las mismas tropas con que se habían enfrentado antes comandadas por el general Córdoba en Suipacha, donde el ejército argentino obtuvo su primera victoria. La batalla resultó favorable para Balcarce a pesar de tener, nuevamente, la inferioridad numérica (800 realistas con 4 cañones contra 600 patriotas con 2 cañones, en Cotagaita 2000 realistas contra 1.100 patriotas). A Balcarce le valió los galones de brigadier, y la confianza para avanzar hacia el río Desaguadero, límite del virreinato en la época colonial. El general Juan Martín de Pueyrredón fue nombrado presidente de la Audiencia de Charcas.

Entró luego la división de vanguardia del ejército auxiliar en Potosí, comandada por Martín Miguel de Güemes y posteriormente le siguió el resto del ejército. Las desavenencias internas llevaron a Castelli a despedir a Güemes y a su gente, fue confinado en Salta y la División de Salta, que estaba a su mando fue disuelta, incorporándose sus soldados a otras unidades.

El 17 de noviembre de 1810 la Junta dispuso la disolución de la junta de comisión y el relevo de Ortiz de Ocampo, quien se hallaba en Jujuy, quedando González Balcarce como general de la expedición, recibiendo la noticia el 12 de diciembre. Sin embargo, ninguna disposición podía tomar sin el asentimiento de Castelli. El coronel Juan José Viamonte quedó como segundo jefe y como tercero el teniente coronel Eustoquio Díaz Vélez.

El 21 de noviembre, un decreto de la Junta creó el Regimiento n.º 7 de Infantería (Regimiento de Cochabamba) con fuerzas milicianas de esa ciudad, formado por 12 compañías de 100 soldados cada una, siendo su jefe el gobernador intendente de Cochabamba, Francisco del Rivero.

El ejército auxiliar continuó estacionado en Potosí, hasta que el 9 de enero de 1811 comenzó a marchar hacia Oruro al mando de Viamonte. Contaba entre 8.0007​ y 10.0008​ hombres. Luego se situó en La Laja, cerca de La Paz.

Las acciones de éste ejército estuvieron coordinadas con la rebelión de Tacna, el 20 de junio de 1811, realizada por Francisco Antonio de Zela contra las autoridades realistas.

Como consecuencia de la derrota en la Batalla de Huaqui del 20 de junio de 1811, los restos desorganizados del ejército retrocederían en precipitada retirada, refugiándose primero en Potosí — que fue abandonada por Pueyrredón, llevándose los caudales —, luego en Jujuy, y finalmente en territorio salteño, donde recibirían el auxilio de Güemes.

Al conocerse en Buenos Aires lo ocurrido en Huaqui, el presidente de la Junta, Cornelio Saavedra, culpó al extremismo de Castelli por la pérdida del Alto Perú y el 3 de agosto ordenó su destitución y reemplazo en la jefatura del ejército auxiliar por Francisco del Rivero, siendo destituido Balcarce poco después. El 13 de agosto Goyeneche lograba el triunfo en la Batalla de Amiraya (o Sipe Sipe) y entraba en Cochabamba, entrevistándose el 15 de agosto con Rivero. Éste, sin saber que había sido nombrado jefe del Ejército Auxiliar, solicitó a Goyeneche el cese de hostilidades.

Al enterarse de lo que consideró la defección de Rivero, el 1 de septiembre Saavedra revocó la orden dada para que Rivero asumiera la jefatura, y ordenó que Balcarce regresara a Buenos Aires y dejara a Viamonte en el mando. Pocos días después, la Junta solicitó a Saavedra que se dirigiera a tomar el mando del ejército auxiliar, por lo que viajó junto a un grupo de oficiales (entre ellos: Manuel Dorrego, Ignacio Warnes y Ramón de Echeverría), a hacerse cargo de la jefatura del ejército. A sólo 8 días de su llegada a Salta, Saavedra recibió la comunicación de que había sido separado de la Junta y que debía dejar el mando del ejército a Juan Martín de Pueyrredón, ya que el 23 de septiembre de 1811, la Junta fue reemplazada en su función ejecutiva por el Primer Triunvirato.

A fines de 1811 se había alcanzado un efectivo de casi 1.800 hombres. El general Eustoquio Díaz Vélez, con 800 soldados, fue enviado por Pueyrredón para apoyar la insurrección de Cochabamba, en un nuevo intento de avanzar sobre el Alto Perú; pero fueron derrotados en Nazareno el 12 de enero de 1812.

En marzo de 1812 terminó oficialmente la primera campaña de la expedición. Ante la inminente invasión, Pueyrredón se replegó con el ejército hacia Tucumán, siendo reemplazado por el brigadier general Manuel Belgrano el día 26 en la Posta de Yatasto (Salta). La Junta había nombrado a Belgrano como jefe del Ejército del Perú el 27 de febrero de 1812.

En 1812, con nuevo comandante, Manuel Belgrano y con Eustoquio Díaz Vélez como mayor general, la Junta decidió hacer una segunda campaña auxiliadora al Alto Perú, con el objetivo de derrotar definitivamente a los realistas triunfantes en Huaqui y, por consiguiente, levantar la moral de la población, decaída por el avance español.

Al hacerse cargo Belgrano, dejó la artillería y el parque en Tucumán y situó su campamento en Campo Santo, donde se dedicó a reorganizar el ejército. El efectivo no alcanzaba a 1.500 hombres, había sólo 580 fusiles, 215 bayonetas, 21 carabinas, 34 pistolas y unos pocos cañones.

En abril de 1812 el Ejército del Norte estaba integrado por las siguientes unidades:

Artillería Volante: al mando del capitán Francisco Villanueva, con 10 piezas de artillería, 3 oficiales y 106 artilleros.
Regimiento n.º 6 de Infantería (o 6 del Perú): al mando del teniente coronel Ignacio Warnes, con 613 combatientes.
Pardos y Morenos: al mando del teniente coronel José Superí, con 305 combatientes.
Húsares de la Patria (llamado antes de la revolución Húsares del Rey): al mando de Martín Rodríguez, con 264 combatientes. Por disposición del 26 de noviembre de 1811, fue incorporado luego por Belgrano al Regimiento de Dragones de la Patria.
Dragones Ligeros del Perú: al mando del teniente coronel Antonio González Balcarce, con 305 combatientes. Había sido creado el 3 de noviembre de 1810.

La tarea de Belgrano en el Norte, al igual que la anterior en el Paraguay, tuvo tanto de política como de castrense; se confiaba en él para restaurar la moral de los habitantes de la región y desarmar a los realistas entre ellos, de los que no se contaban pocos en la jerarquía eclesiástica y las clases más pudientes. Se lo prefirió por ello a otros militares, quizá más experimentados y capaces, como Eustoquio Díaz Vélez o Juan Ramón Balcarce, ambos con el grado de coronel y veteranos de numerosos enfrentamientos. Entre los oficiales jóvenes contó con varias figuras que se destacarían en lo sucesivo, como José María Paz, Manuel Dorrego o Gregorio Aráoz de Lamadrid. Ya en Salta, recibiría el inestimable añadido del barón de Holmberg, artillero veterano de las guerras en Europa, que se haría cargo de su escasa artillería —apenas dos cañones en un primer momento— y sobre todo de la planificación estratégica.

La dotación de campaña era también reducida: sumaba unos 1.500 hombres, de los cuales dos tercios eran de caballería, y sólo poco más de 600 contaban con armas de fuego. Escaseaban asimismo las bayonetas, con lo que debieron improvisarse lanzas como armamento para la mayor parte de la tropa. Aquellos de los oficiales que no podían aportar un sable propio carecían de él. La necesidad impuso una organización estricta, y Belgrano ocupó los primeros meses de su mando en establecer un hospital, un tribunal militar, un cuerpo destinado a la garantía de la provisión, una compañía de reconocimiento y en negociar la fabricación de municiones y vestuario. La relativa hostilidad de la población ante las exigencias de los porteños no simplificó las medidas; se hizo uso de las amistades de los naturales de la región, entre ellos Lamadrid, para colaborar con el reclutamiento de tropa. Fue crucial en este aspecto el apoyo de Güemes, cuya dificultosa relación personal con Belgrano llevaría a éste a despacharlo rumbo a Buenos Aires en junio, antes de tener ocasión de entrar en combate.

El escaso número de efectivos y armamentos de que disponía el ejército forzó a Belgrano a efectuar su reorganización, los regimientos de infantería fueron rebajados a batallones. El ejército quedó formado por:

Batallón n.º 6 de Infantería (ex regimiento).
Batallón de Cazadores del Perú: al mando de Carlos Forest, con 6 compañías, fue creado por Belgrano.
Cuerpo de Pardos y Morenos (o Cuerpo de Castas).
Caballería Provisional del Río de la Plata, al mando de Juan Ramón Balcarce (fusión del Regimiento de Dragones con el de Húsares de la Patria, formado por 12 compañías).

Había además unos 300 milicianos, principalmente de caballería, entre ellos los Patricios de Salta (formado en 1810) y la Partida de Observación del teniente Martín Miguel de Güemes, con 60 jinetes. La artillería contaba con 14 piezas. El auditor era Teodoro Sánchez de Bustamante.

Escuadrón de caballería "Patriotas Decididos"': al mando de Eustoquio Díaz Vélez, formado por voluntarios jujeños. Tendrían una destacada participación en el combate de "Las Piedras", "Tucumán", y "Salta".

Belgrano ordenó la leva de todos los varones hábiles y en edad, formando un cuerpo de caballería irregular, pero recibió del gobierno central orden de retroceder hacia Córdoba.

Decidido a no dejar en manos del enemigo nada que le pudiese ser útil, Belgrano organizó durante agosto el llamado éxodo jujeño, ordenando a la población civil replegarse junto con el ejército y quemar todo lo que quedase detrás, para entorpecer el avance enemigo. Belgrano comandó la vanguardia de la salida mientras que Díaz Vélez se hizo cargo de la retaguardia conduciendo a sus gauchos jujeños o "Patriotas Decididos" librando el combate de Las Piedras, el día 3 de septiembre, victoria patriota que levantó la moral del ejército.

No obstante, Belgrano —a pedido de la población tucumana y con el apoyo de la poderosa familia Aráoz— desobedeció la orden de retirarse a Córdoba: el 24 se enfrentaría a Tristán en la batalla de Tucumán, donde la decisiva carga de la caballería bien mandada le dio la victoria. 1.800 patriotas (800 infantes, 900 de caballería y 100 artilleros) derrotaron a 3.000 realistas (2.000 infantes y 1.000 artilleros). Los mismos sufrieron 450 bajas, 687 prisioneros y pérdida de municiones y material. Tristán debió retroceder hacia Salta, y perdió toda su artillería y parque en manos del ejército rioplatense, para el cual sería crucial ese rico botín.

Los cuatro meses con que contó para reorganizarse tras la victoria de Tucumán permitieron a Belgrano duplicar el número de sus hombres y mejorar su formación y disciplina, aunque le costaron el alejamiento de von Holmberg, enemistado con otros oficiales y llamado a Buenos Aires; la falta de un jefe de Estado Mayor dotado de formación táctica se haría notar más adelante. Recibió refuerzos desde Buenos Aires el 10 de diciembre de 1812:

el Regimiento n.º 1 de Infantería, al mando del teniente coronel Gregorio Perdriel con 395 soldados.
4 compañías del Regimiento n.º 2 de Infantería con 360 soldados al mando del teniente coronel Benito Álvarez, con las que se constituyó el Batallón n.º 2.
70 u 80 Pardos y Morenos.

El Batallón n.º 6 fue aumentado con tropas llegadas de Buenos Aires y reclutas, llegó a 796 hombres, pasando a ser el Regimiento n.º 6 de Infantería con dos batallones, de seis compañías cada uno, al mando el primero, el teniente coronel Francisco Pico.

Los pardos y morenos llegados de Buenos Aires engrosaron el Cuerpo de Castas, pasando a ser Batallón de Castas, al mando del teniente coronel José Superí.

El Batallón de Cazadores del Perú fue también aumentado en número, al mando del teniente coronel Manuel Dorrego.

La Caballería Provisional del Río de la Plata pasó a ser Dragones de la Patria, con 2 escuadrones de tres compañías cada uno (otras tantas en Buenos Aires), al mando del teniente coronel Cornelio Zelaya.

Las milicias de caballería de Tucumán fueron organizadas como Regimiento de Dragones de la Milicia Patriótica de Tucumán, de 12 compañías, al mando del coronel Bernabé Aráoz, con 318 hombres.

La artillería recibió también refuerzos de Buenos Aires, contando 124 hombres, como 10 cañones y 2 obuses, al mando del capitán Benito Martínez.

El auxilio del capitán Aparicio, natural de la región, le permitió llegar por un sendero poco conocido hasta el camino de Jujuy y enfrentar a Tristán por la retaguardia el 20 de febrero. Tras un comienzo poco auspicioso, la victoria de los independentistas en la batalla de Salta fue arrasadora, y Tristán se rindió incondicionalmente. 3.700 patriotas con 12 piezas de artillería aniquilaron a 3.700 realistas y 10 piezas de artillería, produciendo 480 realistas muertos y 114 heridos, mientras que solamente murieron 13 patriotas y 433 resultaron heridos. A cambio del juramento de no volver a tomar armas contra las Provincias Unidas, Belgrano garantizó a Tristán y sus hombres su libertad; quedó en posesión de todo su parque y armamento, sin embargo, con lo que su situación mejoró sensiblemente.

El 1 de julio de 1813, Belgrano creó el Regimiento n.º 8 de Infantería con naturales del Alto Perú que hasta ese momento formaban un batallón con 796 hombres, siendo sus jefes el teniente coronel Benito Álvarez y el sargento mayor Patricio Beldón. Fue disuelto luego de la batalla de Vilcapugio ya que en ella murieron sus principales jefes y más de la mitad de su tropa.
Acciones en el Alto Perú y retiro hacia Jujuy

Al momento de avanzar sobre el Alto Perú, el ejército estaba integrado por:

Batallón de Pardos y Morenos, al mando de Superí.
Batallón de Cazadores, al mando del sargento mayor Ramón Echeverría (Dorrego había sido retirado del Ejército).
Regimiento n.º 1 de Infantería, fue luego aumentado con reclutas del Alto Perú, al mando del coronel Gregorio Perdriel.
Regimiento n.º 6 de Infantería, aumentado con reclutas, al mando del teniente coronel Miguel Aráoz.
Regimiento n.º 8 de Infantería, formado el 13 de julio sobre la base del Batallón n.º 2, al mando del teniente coronel Benito Álvarez.
Regimiento de Caballería de Línea del Perú, creado por Belgrano en marzo de 1813, fusionando Dragones Ligeros del Perú y una parte de los Dragones de la Patria, al mando del coronel Diego Balcarce. En abril de 1814 pasó a llamarse Dragones del Perú.
Artillería, al mando del capitán José Cereso.

Continuando su marcha hacia el norte, tomó Potosí el 21 de junio y continuó hasta Vilcapugio, donde se detuvo el 27 de septiembre a la espera de refuerzos. Un ataque sorpresivo el 1 de octubre de 1813 dio lugar a la batalla de Vilcapugio, en el que el ejército realista bajo el mando del brigadier Joaquín de la Pezuela, integrado por 4000 hombres y 12 piezas de artillería, se enfrentó a un ejército patriota con alta moral, integrado por 3500 hombres (1000 reclutas), 14 piezas de artillería y una caballería montada en mulas. Tras un inicio favorable a los rioplatenses, los españoles lograron la victoria.

Luego de la derrota de Vilcapugio, Belgrano estableció su campamento en Macha, intentando reorganizar el ejército, que quedó conformado por:

340 Cazadores, al mando del sargento mayor Cano
198 Pardos y Morenos, al mando de Superí
566 infante del Regimiento n.º 6, al mando de Martínez
532 infantes del Regimiento n.º 1, al mando de Perdriel
195 Dragones del Perú, al mando de Diego Balcarce
División de Cochabamba, al mando de Cornelio Zelaya, con 479 hombres de caballería y de infantería.
6 piezas de artillería y dos obuses con 107 artilleros
más de 1.000 de naturales de Chayanta.

El 14 de noviembre llegó el ejército comandado por el general Joaquín de la Pezuela, desatándose la Batalla de Ayohuma. El ejército patriota, con 2.000 hombres y 8 piezas de artillería (a pesar de contar con 3.400 hombres, 1.400 no estaban aptos para luchar) se enfrentó a un enemigo superior de 3.500 hombres y 18 piezas de artillería. El combate fue sangriento para los dos bandos, perdiendo el patriota, aunque no fueron perseguidos por los realistas por haber sufrido 500 bajas y un enorme desgaste. Como consecuencia de estas derrotas, el Alto Perú volvió al control realista y Belgrano se retiró a Jujuy, a donde llegó a fines de diciembre con sólo 800 hombres y sin artillería.

En enero de 1814, en Tucumán, Manuel Belgrano fue reemplazado por el entonces coronel José de San Martín quedando a cargo del Regimiento n.º 1 con el grado de coronel, el 30 de ese mes el gobierno lo separó del Ejército del Norte y viajó a Buenos Aires, donde fue arrestado y procesado, pero finalmente se le reconocieron sus méritos y honores.

En febrero de 1814 fueron disueltos el Regimiento n.º 6 de Infantería (sus efectivos pasaron al Regimiento n.º 1), el Batallón de Cazadores y el Regimiento n.º 8 de Infantería. El Regimiento n.º 2 de Infantería fue reemplazado por un batallón procedente de Buenos Aires (del mismo regimiento). De la caballería sobrevivieron diezmados los Dragones del Perú.

San Martín, por razones de salud renunció cuatro meses después, siendo reemplazado por el coronel José Rondeau.

Luego de guarecer el actual norte argentino durante un año, el Ejército del Norte recibió órdenes para una tercera campaña auxiliadora al Alto Perú. Los objetivos de ésta eran ocupar todo el territorio altoperuano, asegurándolo contra los realistas y así establecer la soberanía de las Provincias Unidas del Río de la Plata. También, si se podía, era importante avanzar sobre Lima para liberar la capital del Virreinato del Perú.

Al momento que las tropas preparaban para iniciar la tercera campaña al Alto Perú, el general Carlos María de Alvear fue designado para reemplazante de Rondeau. Los oficiales del Ejército del Norte se sublevaron y le comunicaron a Rondeau que sólo iban a acatar sus órdenes más no las de Alvear y lo instaron a iniciar la campaña, Rondeau en rebeldía ordenó el comienzo de la operación que comenzó en enero de 1815. Durante los siguientes diez meses hubo enfrentamientos con tropas realistas, pero nunca de la magnitud de la campaña anterior.

El 19 de febrero se produjo la batalla de El Tejar. La vanguardia patriota se adelantó para hacer un reconocimiento siendo sorprendido por el total de las tropas realistas.

En abril siguiente, la marcha se detuvo antes del Puesto del Marqués, ocupado por realistas. El general Rondeau, avanzó con 500 hombres derrotando a los 300 ocupantes.

Continuando la marcha por el Alto Perú, un grupo de reconocimiento encontró unas compañías realistas acampadas en Venta y Media al mando de Olañeta. Se preparó una estrategia para atacarlos por sorpresa, pero fracasó escapando los realistas. Fue tomado prisionero el coronel Martín Rodríguez junto a sus subordinados. El general Joaquín de la Pezuela a cargo de las fuerzas realistas retiró sus fuerzas hasta Oruro, abandonando ciudades que fueron ocupados por las fuerzas de Rondeau, quien se apoderó de Potosí y Charcas y estableció su cuartel en Chayanta.

Martín Miguel de Güemes, enemistado con Rondeau, abandonó las filas del ejército junto con sus gauchos y se retiró hacia Salta, llevándose consigo el parque del ejército que se encontraba en Jujuy.

La primera y única gran batalla de la campaña se produjo el 29 de noviembre de 1815. Cuando el ejército patriota estaba al norte de Venta y Media, llegando a Cochabamba se topó por el ejército comandado por el general Pezuela en Sipe-Sipe produciéndose la batalla de Sipe-Sipe que los españoles llaman de Viluma.

Resultó ser un fracaso total para los patriotas. Los 3500 hombres y las 9 piezas de artillería no pudieron con los 5100 y 23 piezas de artillería realistas teniendo que escapar con más de 1000 bajas, mientras que los realistas sólo tuvieron 32 muertos.

Los objetivos no fueron logrados y las provincias quedaron rodeadas de potenciales enemigos. Ingleses y franceses que podían llegar por el mar, portugueses por el este y españoles por el norte. Si se hubiera conseguido el Alto Perú, la mayor amenaza, los realistas, hubiera sido terminada.

En enero de 1816, el teniente coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid fue enviado hacia el norte para organizar un escuadrón con dispersos de Sipe Sipe, y tras una acción indecisa el 31 de enero en el combate de Culpina, el 2 de febrero logró en conjunto con tropas del caudillo Camargo el triunfo de Uturango para ser luego derrotado el 12 de febrero en una acción menor sobre el río San Juan. Rondeau recibió la orden de retirarse a Tucumán, el ejército, casi devastado, marchó durante nueve meses pasando por Potosí y Humahuaca hasta llegar a Tucumán. El 7 de agosto de 1816 en Las Trancas, Rondeau fue desplazado de su cargo y reemplazado de nuevo por Manuel Belgrano. Martín Miguel de Güemes quedó como comandante de la frontera norte.

Belgrano trasladó al ejército hasta la ciudadela construida por San Martín en la ciudad de Tucumán, en ese lugar intentó la reconstrucción moral y material en busca de una nueva acción sobre el Alto Perú, combinada con las acciones de San Martín.

Belgrano creó un Estado Mayor, el cual, en 1817 estaba formado por:

teniente coronel Benito Martínez, primer ayudante
teniente coronel graduado Juan Escobar, segundo ayudante
capitán Felipe Bertres, segundo ayudante
capitán Manuel Dorado, segundo ayudante
teniente Francisco Mallea, tercer ayudante
teniente Juan Francisco Echaure, tercer ayudante.

Al hacerse cargo Belgrano el ejército estaba conformado por:

Regimiento n.º 1 de Infantería, muy disminuido (fue disuelto en febrero de 1818).
Regimiento n.º 2 de Infantería, su batallón n.º 1 fue disuelto y sus restos agregados al Regimiento n.º 9. Su batallón n.º 2 (había llegado en febrero de 1816), incorporó los restos de Azogueros de Potosí.
Regimiento n.º 3 de Infantería, (había llegado en abril de 1815), fue reforzado con los restos del n.º 6 y del n.º 7.
Regimiento n.º 7 de Infantería, (había llegado en 1814), fue disuelto en febrero de 1816 y sus restos distribuido entre el n.º 3 y el n.º 9.
Regimiento n.º 9 de Infantería, (había sido creado con los efectivos de la 3a División Oriental el 4 de mayo de 1814), fue reforzado con los restos del n.º 6 y n.º 7.
Regimiento n.º 10 de Infantería, (había sido creado en agosto de 1814, en Montevideo).
Dragones de la Nación, formado por la fusión de los Dragones del Perú (muy disminuidos) con los dos escuadrones de los Dragones de la Patria el 3 de septiembre de 1816. Al mando de Cornelio Zelaya.
Regimiento de Granaderos a Caballo, (había sido creado el 16 de marzo de 1812 por San Martín), el primer escuadrón de tres compañías de un total de cuatro. Dos escuadrones partieron al Alto Perú en diciembre de 1813, en 1814 se creó una Compañía de Carabineros en el Alto Perú, que duró poco tiempo. En abril de 1816 fueron enviados a Mendoza.
Húsares de Tucumán, creado por Belgrano en septiembre de 1816 sobre la base de voluntarios del escuadrón de 180 Húsares de la Muerte creado por el teniente coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid luego de la derrota de Sipe Sipe, quien siguió siendo su jefe. Contaba con un escuadrón, de dos compañías, con 173 plazas. En abril de 1817 se creó el segundo escuadrón.
Regimiento de Artillería de la Patria (creado por decreto del 2 de marzo de 1812). El cuerpo se componía de doce compañías de 100 artilleros y cuatro oficiales cada una y una plana mayor, repartido en piquetes, compañías o escuadrones con sus cañones en varias provincias.
Regimiento de Dragones de Milicia Patriótica de Salta, creado por San Martín en marzo de 1814. Algunas de sus compañías eran: Atacama, Yavi, Orán y Soconcha. Belgrano hizo un reglamento para las milicias y en 1816 ordenó que los milicianos de Güemes pasaran a llamarse División Infernal o Gauchos de Línea de Salta.

Belgrano creó una compañía de guías y un cuerpo de cazadores de infantería.
Último avance sobre el Alto Perú y Guerra Gaucha
Véase también: Republiquetas

La campaña terminada en Sipe-Sipe fue el último intento de anexar el Alto Perú. No obstante, Belgrano envió un destacamento con el objetivo de apoyar a la resistencia en Oruro. En esta etapa, el ejército también intervino en luchas internas.

El 10 de diciembre de 1816 Belgrano envió a Lamadrid con tropas del Ejército del Norte para sofocar el movimiento autonomista de Santiago del Estero, derrotanto a las tropas de Juan Francisco Borges en Pitambalá. El 1 de enero de 1817 Borges fue fusilado en Santo Domingo por orden del Congreso de Tucumán.

El 18 de marzo de 1817 partieron de San Miguel de Tucumán los 400 soldados que Belgrano encomendó al general Gregorio Aráoz de Lamadrid para avanzar hasta Oruro, distrayendo así al enemigo a su frente. En territorio tarijeño se le unieron grupos de montoneros entre ellos los comandados por Eustaquio Méndez, José María Avilés y por Francisco Pérez de Uriondo que lo ayudaron a evitar que el comandante español de Tarija Mateo Ramírez, que contaba con los Granaderos del Cuzco, recibiera refuerzos.

El 15 de abril de 1817 los revolucionarios obtienen la victoria en la batalla de La Tablada de Tolomosa, consiguiendo liberar Tarija. El triunfo le significó al Ejército del Norte la captura de abundantes armas, municiones, víveres y prisioneros, incorporándose además más de mil altoperuanos y peruanos al ejército. Lamadrid permaneció en Tarija hasta el 5 de mayo de 1817, designó gobernador de Tarija a Francisco Pérez de Uriondo y marchó rumbo a Chuquisaca, ciudad que atacó el 21 de mayo, culminando con una derrota. El 12 de junio el ejército es sorprendido en Sopachuy (120 kilómetros al sureste de Chuquisaca) siendo derrotado casi sin combatir. Tuvieron que retirarse a Salta, por el mismo camino.

El 15 de noviembre de 1816 el coronel mayor Marqués del Valle del Tojo Juan José Feliciano Fernández Campero había sido derrotado en la Batalla de Yavi, quedando prisionero con 300 de sus hombres. Fernández Campero (conocido popularmente como Marqués de Yavi) estaba al mando del flanco oriental de la Puna de las fuerzas del general Güemes. Había avanzado sobre Yavi con 600 infantes y un escuadrón de gauchos, los Dragones Infernales, conducido por el coronel Bonifacio Ruiz de los Llanos. Ante su avance, los realistas que ocupaban Yavi (el segundo regimiento, un batallón de partidarios y una brigada de artillería), abandonaron sus posiciones replegándose a Moraya en suposición de que era el general Belgrano quien avanzaba con todo su ejército. Olañeta llegó con el primer regimiento y avanzó sobre Yavi sorprendiendo al marqués quién quedó prisionero. El coronel Fernández Campero, deeportado a España por su condición de noble alzado contra la corona a favor de la nueva Nación, falleció en Kingston, Jamaica, víctima del mal trato recibido el 20 de octubre de 1822.

El 1 de febrero de 1820 el Ejército del Norte recibió la orden de abandonar Tucumán y dirigirse a Buenos Aires para sofocar las sublevaciones autonomistas. La defensa del noroeste quedó a cargo de las fuerzas gauchas del general Martín Miguel de Güemes.

El 7 de junio desde Yavi 600 infantes a las órdenes del coronel José María Valdés (alias el Barbarucho), quien marchó a Purmamarca y por senderos rodeó la serranía de las Tres Cruces y del Chañi y el 7 de junio tomó por sorpresa Salta, en donde una de sus partidas logró herir a Güemes, quien falleció el 17 de junio de 1821 en Chamical. Asumió el mando en sustitución de Güemes el coronel Jorge Enrique Vidt.

El 4 de agosto de 1824 el gobernador de Salta, general Juan Antonio Álvarez de Arenales, nombró comandante general de Vanguardia al general José María Pérez de Urdininea en cumplimiento del pedido del mariscal Sucre, para que se dirigiera al Alto Perú a atacar a Olañeta por el sur, poniéndose en marcha el 3 de enero de 1825. En de marzo de 1825 Álvarez de Arenales salió en campaña, pero cuando se hallaba en su cuartel de Tilcara recibió la noticia de que el teniente coronel Carlos Medinaceli se había pasado al bando independentista, por lo que envió a Pérez de Urdininea desde Humahuaca en apoyo de Medinaceli. El 1 de abril de 1825 se produjo la batalla del Tumusla en la que Medinaceli venció a Olañeta, quedando liberado el Alto Perú. Pérez de Urdininea se autonombró Comandante en Jefe del Ejército Libertador de Chichas desobedeciendo a Álvarez de Arenales y llegando luego de la batalla del Tumusla en 1825.

A fines de 1817 el Regimiento n.º 2 de infantería, con 400 hombres, fue enviado a Córdoba al mando de Juan Bautista Bustos para aplacar la insurrección de Juan Pablo Bulnes, y se situó en la Villa de los Ranchos.

El 8 de noviembre de 1818, estas tropas fueron atacadas y sitiadas en Fraile Muerto por el gobernador y caudillo federal santafesino Estanislao López. A fines de 1818, Aráoz de Lamadrid salió de Tucumán para reforzar a las fuerzas de Bustos con dos escuadrones de húsares y uno de dragones, este último a las órdenes del comandante José María Paz.

El 19 de febrero de 1819 López atacó el campamento del Ejército del Norte en La Herradura (Córdoba), enfrentando a las fuerzas comandadas por los generales Lamadrid, Bustos y Paz. El 12 de abril, Belgrano y Estanislao López firmaron el pacto de San Lorenzo, que puso fin transitoriamente a la lucha entre Buenos Aires y el Litoral. Belgrano, enfermo, entregó el mando del Ejército del Norte al general Francisco Fernández de la Cruz el 11 de noviembre y se retiró a Tucumán. Fallecería seis meses más tarde.

El Ejército recibió la orden de marchar hacia Buenos Aires y partió desde su campamento de Pilar (provincia de Córdoba) el 12 de diciembre de 1819. El 8 de enero de 1820, en la posta de Arequito (provincia de Santa Fe), parte de las tropas del Ejército del Norte (más de la mitad) rechazaron a su nuevo jefe, el comandante general Francisco Fernández de la Cruz y se negaron a dirigirse a Santa Fe para combatir a las tropas federales, que respondían a José Gervasio Artigas y se encontraban al mando directo de Estanislao López.

La sublevación fue comandada por el jefe del Estado Mayor, coronel Juan Bautista Bustos, junto con el coronel Alejandro Heredia y el mayor José María Paz, quienes detuvieron a los otros jefes: Cornelio Zelaya, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Blas José Pico, José León Domínguez, Francisco Antonio Pinto y al general Francisco Fernández de la Cruz. Bustos escribió a Estanislao López (gobernador de Santa Fe) el 12 de enero

Puede considerarme un amigo sólo interesado en la felicidad del país, casi arruinado por la guerra civil que debemos terminar de modo amistoso. (...) (en Córdoba) desde donde trataremos cuanto conduzca a la prosperidad y seguridad de las provincias.

Tal hecho facilitó - aunque con muchas alternativas - el triunfo de las ideas federales en Argentina y significó el fin del gobierno nacional.

Para evitar derramamientos de sangre, Fernández de La Cruz continuó la marcha hacia Buenos Aires con algunos oficiales, mientras que Bustos se declaró neutral en el enfrentamiento interno y regresó con el resto de las tropas no sublevadas a Córdoba, donde fue proclamado gobernador en marzo de 1820.

Los restos del Regimiento n.º 2 de Infantería se integraron al Ejército de Córdoba. Desaparecieron el Regimiento n.º 3 de Infantería y el Regimiento n.º 10 de Infantería, también el de Dragones de la Nación y los Húsares de Tucumán. Al frente de una parte de estos cuerpos, Alejandro Heredia se pondría a las órdenes de Güemes, pero no regresaría al frente norte.

El único de sus jefes que volvería al Alto Perú sería el coronel Paz, en la campaña de Arenales. Pero sería sólo a principios de 1825, después de la victoria definitiva de Ayacucho, y solamente para presenciar cómo el ejército realista se disolvía sin luchar.)

Guerra entre la Confederación Argentina y la Confederación Perú-Boliviana

El 19 de mayo de 1837 el entonces encargado del manejo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, Juan Manuel de Rosas declaró la guerra a la Confederación Perú-Boliviana tanto por Tarija como por el hecho de que tropas peruanobolivianas invadieron la mayor parte de Jujuy, la Puna de Atacama y el norte de la provincia de Salta. Chile le había declarado también la guerra el 11 de noviembre de 1836, con el apoyo de peruanos contrarios a Santa Cruz y la Confederación, entablándose una alianza tácita. Alejandro Heredia fue nombrado comandante del Ejército del Norte (esto es, el ejército argentino cuyas tropas estaban compuestas casi en su totalidad por bisoños soldados reclutas del noroeste).

Tal ejército improvisado y mal pertrechado tuvo a Heredia como jefe máximo y a los generales Gregorio Paz y Manuel Virto como inmediatos comandantes. Prácticamente careció de todo apoyo logístico desde el resto de la Argentina (en parte porque las fuerzas argentinas de las otras regiones debían afrontar otros conflictos).

El 20 de enero de 1839 las fuerzas restauradoras al mando del general chileno Manuel Bulnes y el peruano Ramón Castilla logran la victoria de Yungay contra Santa Cruz que pone fin a la Confederación Perú-Boliviana. El 14 de febrero de 1839, el nuevo presidente de Bolivia comunicó el fin de la guerra y el 26 de abril de 1839 el gobierno argentino le puso fin oficialmente.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 09 Mar 2018 15:24

Contrarrevolución de Córdoba


La contrarrevolución de Córdoba tuvo su inicio cuando las autoridades de la Intendencia de Córdoba del Tucumán y el ex virrey del Río de la Plata, Santiago de Liniers, tomaron conocimiento de que había ocurrido la Revolución de Mayo en Buenos Aires, por lo que se dedicaron a organizar en Córdoba un ejército para rechazar la expedición militar enviada por la Primera Junta para hacer reconocer su autoridad en las provincias del interior del ex Virreinato del Río de la Plata. El fracaso de la contrarrevolución encabezada por Liniers culminó con su fusilamiento y el completo control del noroeste de la actual Argentina por la Junta de Buenos Aires.

La contrarrevolución de Córdoba

El mismo día 25 de mayo de 1810, fecha de instalación de la Primera Junta, el derrocado virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros despachó al joven entrerriano de diecisiete años José Melchor Lavín rumbo a Córdoba, para advertir a Liniers y reclamarle acciones militares contra la Junta. Cisneros daba a Liniers todos los poderes necesarios para que llevara adelante la misión que le encomendaba, dándole el cargo de general en jefe del Ejército Realista en el Río de la Plata y aún el mando político, debiendo actuar en combinación con el virrey del Perú. Al llegar rápidamente a Córdoba, en la medianoche del 28 de mayo, Lavín se dirigió a la casa de su conocido, el deán de la catedral de la ciudad, Gregorio Funes, quien esa noche lo condujo a la casa del obispo Rodrigo de Orellana, y los tres se dirigieron a la residencia del gobernador Juan Gutiérrez de la Concha, en donde se hallaba Liniers.

Éste se encontraba en ese tiempo residiendo en una estancia jesuita en Alta Gracia, y la noticia de la revolución lo sorprendió cuando estaba pronto a regresar a España y estaba de paso en la ciudad de Córdoba. En esa madrugada del 29 de mayo se produjo allí una reunión con la asistencia de Gutiérrez de la Concha, Liniers, Funes, Orellana, los dos alcaldes del Cabildo de Córdoba, el oidor jubilado de la Real Audiencia del Cusco, Miguel Sánchez Moscoso, el asesor jubilado del Gobierno de Montevideo y oidor de la Audiencia de Buenos Aires Dr. Zamalloa, el coronel de milicias Santiago Allende, el asesor de gobierno Rodríguez y el tesorero Joaquín Moreno. La reunión se reanudó luego por la mañana.​

Dos días antes, el 27 de mayo, la Junta había enviado una circular a las provincias pidiendo el envío de diputados a Buenos Aires y manifestando que enviaría una...

(...) expedición de 500 hombres para lo interior con el fin de proporcionar auxilios militares para hacer observar el orden, si se teme que sin él no se harían libre y honradamente las elecciones de vocales diputados (...)

La circular de la Junta conducida por Mariano Irigoyen (cuñado del gobernador) llegó a Córdoba el 7 de junio exigiendo al gobernador y al cabildo su reconocimiento, junto con ella llegaron también cartas de amigos de Liniers que lo exhortaban a que se sumara a la revolución o se mantuviera neutral, pero éste respondió:

¿Cómo, respondíales, siendo yo un general, un oficial que en treinta y seis años he acreditado mi fidelidad y amor al Soberano, en el último tercio de mi vida me he de cubrir de ignominia quedando indiferente en una causa que es la de mi Rey; y por esta infidencia he de dejar á mis hijos un nombre, hasta el presente intachable, con la nota de traidor?.

El gobernador convocó a una nueva reunión para tratar sobre los pliegos recibidos. La opinión del deán Funes en favor de reconocer a la Junta provocó una airada reacción de Liniers que motivó el retiro de Funes de la reunión y que no fuera invitado a otras reuniones posteriores.

En esa reunión el gobernador aconsejó desconocer a la Junta y jurar el Consejo de Regencia de España e Indias, ya que (...) contaba con el apoyo del vecindario y del ayuntamiento. Informó a Liniers de los hechos ocurridos en Buenos Aires, a lo cual este comentó:

(...) será necesario considerar como rebeldes a los causantes de tanta inquietud. Como militar estoy pronto a cumplir con mi deber. Y me ofrezco desde ya a organizar las fuerzas necesarias.

y agregó:

Todo aquél que adhiera al partido de la Junta revolucionaria de Buenos Aires, y apruebe la deposición del Virrey, debe ser tenido por un traidor; pues que la conducta de los de Buenos Aires con la madre patria en la crítica situación en que hoy se halla, es igual á la de un hijo que, viendo á su padre enfermo, pero de un mal que probablemente ha de salvar, lo asesina en la cama por heredarlo.


Por mayoría los presentes decidieron:

Que se rechazase el nuevo sistema gubernativo de la capital y desde luego se hiziesen propios á las ciudades de su Distrito, á las Provincias interiores del Virreynato, á Santa Fee y Montevideo á fin de que se tomasen medidas conducentes á su resistencia sin perdonar los hostiles.

Desconoció Córdoba la autoridad de la Primera Junta el 20 de junio, cuando el Cabildo con la presencia del gobernador juró el Consejo de Regencia, aunque no lo hicieron constar en actas. Ese mismo día el deán Funes envió una comunicación a la Junta informando los detalles de las reuniones celebradas por los contrarrevolucionarios, indicando la opinión de cada uno de los concurrentes y el voto del Cabildo.​ En su tarea de mantener en conocimiento a la Junta de los aprestos en Córdoba, Funes contaba con la colaboración de su hermano Ambrosio y de Tomás de Allende, sobrino del coronel Santiago de Allende, lo mismo que con la complicidad de clérigos. Diversas partidas organizadas por este grupo cortaban el paso en la travesía de Ambargasta en Santiago del Estero.

El mismo día 20 en Buenos Aires, Castelli y French tomaron prisioneros a Cisneros y a los oidores de la Real Audiencia, todos conspirando con los contrarrevolucionarios de Córdoba, embarcándolos dos días después en secreto con orden de no tocar ningún puerto hasta las islas Canarias.​ La Audiencia había jurado al Consejo de Regencia y enviado una comunicación a Liniers instándolo a que se pusiese al frente de la resistencia, lo mismo que había hecho Cisneros pidiéndole que comunicara a las demás autoridades que había sido obligado por la fuerza a reconocer a la Junta.

El 27 de junio Moreno publicó en La Gazeta un ultimátum a los contrarrevolucionarios:

La Junta cuenta con recursos efectivos para hacer entrar en sus deberes a los díscolos que pretenden la división de estos pueblos, que es hoy día tan peligrosa: los perseguirá y hará castigo ejemplar que escarmiente y aterre a los malvados.

El 4 de junio Gutiérrez de la Concha envió una comunicación al gobernador intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz, avisándole de lo ocurrido en Buenos Aires y solicitándole que diera aviso a las demás autoridades, llegando a Lima el 9 de julio la noticia de la revolución. Poco después Liniers envió cartas a Paula Sanz y al virrey del Perú José Fernando de Abascal y Sousa solicitándoles auxilios. El 17 de junio volvió a dirigirse a Abascal, asegurándole que las tropas de Buenos Aires serían fácilmente vencidas.

Su hijo, el alférez de navío Luis Liniers, fue enviado a Montevideo para comunicar el plan de acción y pedir socorros ante el inminente desastre, pero alertados por el deán Funes, fue capturado en San Nicolás de los Arroyos por una partida de blandengues cuando se dirigía en una balandra desde Santa Fe. Llegado el plan a Montevideo de todas formas, fue rechazado el envío de armas solicitado por Liniers, en vistas de que no llegarían a tiempo y eran necesarias para su defensa. Liniers intentó también ponerse en contacto con el gobernador del Paraguay Bernardo de Velasco.

El 13 de julio de 1810 el virrey Abascal proclamó la reincorporación provisional de las intendencias de Charcas, Potosí, La Paz y Córdoba del Tucumán al Virreinato del Perú:

(...) una formal agregacion á este Gobierno, del mismo modo que lo estaba ántes de la ereccion de aquel Vireynato: así lo han solicitado por los mas expresivos oficios, el Señor Presidente de Charcas, su Real Audiencia, M. R. Arzobispo, I. Ayuntamiento, la Imperial Villa de Potosí, la ciudad de la Paz y Córdova del Tucuman, y siendo obligacion extrecha de los principales Gefes, ocurrir al pronto remedio de los males que amenazen á los fieles vasallos de S. M. por todos los medios que dicte la justicia: he venido en acceder á esa solicitud declarando quedar por ahora (y hasta que se restablezca en su legítimo mando el Excmo. Señor Virey de Buenos-Ayres, y demas autoridades legalmente constituidas) agregadas á este vireynato las expresadas Provincias dependientes de la gobernacion del Rio de la Plata, en todos los ramos de Hacienda, Guerra, Politica y Justicia (...) Lima y Julio 13 de 1810.
Jph Abascal.
Decreto de agregación provisional del Alto Perú al virreinato del Perú


Esto lo hacía a pedido de sus gobernadores intendentes, incluyendo a Gutiérrez de la Concha. Aclarando el virrey en el decreto de anexión que lo hacía: hasta que se restablezca en su legítimo mando el Excmo. Señor Virey de Buenos-Ayres, y demás autoridades legalmente constituidas, pues solo la autoridad real podía desmembrar el territorio definitivamente del virreinato de Buenos Aires.6​7​ En los últimos días de julio, se supo en Córdoba esta decisión del virrey del Perú, tomando conocimiento también que éste había desconocido a la Junta de Buenos Aires. El Cabildo de Córdoba reconoció al virrey Abascal y se puso bajo la jurisdicción de la Real Audiencia de Charcas.

Abascal nombró al presidente provisorio de la Audiencia del Cusco, José Manuel de Goyeneche, General en Jefe del Ejército Expedicionario del Alto Perú, coordinando acciones militares con los opositores a la Junta de Buenos Aires. En el Alto Perú el general realista José de Córdoba y Rojas comenzó a reunir tropas para trasladarse a Santiago de Cotagaita.

El 11 de agosto de 1810 Vicente Nieto contestó una carta que le había remitido Gutiérrez de la Concha el 21 de julio, describiendo al gobernador cordobés su plan de operaciones:

Las qe V. S. tiene a su mando desde luego aunqe estubiesen bien armadas, qe no lo están, no son suficientes pa hacer frente á los insurgentes, y así me parece que si no logra la reunión de la Marinería, es de primera necesidad el qe se venga replegando con ella a Jujui, en donde desde luego encontrará el Regimto de Tarija, a cuio coronel Marquez del Valle de Toxo, prevengo con esta fha. marche a cubrir dicho punto y sobstener a V. S. en su retirada sin emprender acción alguna hasta qe con Tropas suficientes llegue a aquella Ciudad, mi Mayor General, el Capn de Fragata Dn José de Cordova a qn he conferido el mando gal de todas las tropas destinadas, pa puntualizar mis planes.
Carta de Vicente Nieto a Gutiérrez de la Concha


Liniers y Gutiérrez de la Concha alistaron milicias urbanas y varios cientos de milicianos reclutados en la campaña por el coronel de milicias Santiago Allende, armados con boleadoras y lanzas que habían recibido órdenes de dirigirse a la ciudad de Córdoba con cuantos armamentos encontraran. Los preparativos llegaron a verse muy avanzados, llegando a reunir mil quinientos hombres y catorce cañones.

Pese a la opinión de Liniers, quien prefería retirar las tropas hacia el norte para reunirlas con las del Alto Perú, prevaleció en un principio la opinión del gobernador Gutiérrez de la Concha de resistir en Córdoba. Liniers argumentaba que la cercanía de Córdoba con Buenos Aires no le permitiría reunir un ejército adecuado, pues no lo había en Córdoba, mientras que Buenos Aires disponía de fuerzas ya instruidas que podían llegar en poco tiempo. Aconsejaba el retiro hacia Salta, hacia donde pensaba dirigir las tropas existentes en el Alto Perú y suficientemente alejados de Buenos Aires como para poder armar un ejército eficaz y con conexiones con el Paraguay mediante el Chaco. El gobernador hizo prevalecer su opinión pues despreciaba la capacidad de las fuerzas porteñas para operar en el interior con un ejército que se anunciaba de quinientos hombres ante jefes experimentados y prestigiosos como lo eran ellos. Liniers finalmente se dejó convencer y se dedicó a organizar la resistencia en la misma Córdoba.

De acuerdo al Reglamento de milicias de 1801, existía en Córdoba el Regimiento de Voluntarios de Caballería de Córdoba, con cuatro escuadrones de tres compañías cada uno y un total de mil doscientas plazas. En La Carlota se hallaba la Compañía de Partidarios de la Frontera de Córdoba, con cien plazas, unidad de características similares al Cuerpo de Blandengues.

Lo que sería luego el Ejército del Norte tuvo su origen en las tropas reunidas por el vocal morenista Juan José Castelli por orden dada por la Primera Junta el 14 de junio de 1810. La orden de la Junta respondía al cumplimiento del acta de formación de la misma el 25 de mayo, que la obligaba a enviar una expedición a las provincias. Una vez instruido el ejército, las tropas salieron del Retiro el 7 de julio para ser revistada en Monte de Castro el día 9 (a tres leguas de Buenos Aires). Ese mismo día mil ciento cincuenta hombres comenzaron la marcha por la ruta a Córdoba al mando del coronel Francisco Ortiz de Ocampo, secundado por el teniente coronel Antonio González Balcarce.
Captura de los contrarrevolucionarios

El 8 de junio la Junta ordenó a las autoridades de Salta, Tucumán, Jujuy y Santa Fe que capturaran a los contrarrevolucionarios de Córdoba si pasasen por sus jurisdicciones:

El coronel Diego Pueyrredón fue comisionado para su captura, trasladándose posteriormente a Jujuy, desde donde adelantó al teniente Martín Miguel de Güemes a la quebrada de Humahuaca con una partida de observación:

La Junta Comisiona á V. S. para la prisión de ellos, y su remisión con segura custodia á la Capital y espera que su acendrado patriotismo se desplegará de mil modos para asegurar el éxito de una comisión que es de la mayor importancia á la causa pública. Se acompañan las órdenes á ese Cabildo y á el Gobernador de Salta para que V. S. haga de ellas el uso conveniente, y espera la Junta que la patria no se arrepentirá de haber encomendado esta diligencia á un hijo que siempre se ha distinguido en su servicio.

Dios Gde. á V. Buenos Aires Julio 8 de 1810.
Sr. Don Diego Pueirredon.

El 13 de julio la Junta reiteró a la Junta en Comisión de la expedición la remisión de los contrarrevolucionarios si fueran capturados:

Ya ha comunicado á V. E. La Junta, que irremisiblemente deben venir presos á esta ciudad con segura custodia, el Obispo, Concha, Liniers, el Teniente Rodríguez, el Coronel Allende, el oficial Real Moreno, el Alcalde Piedra y el Sindico Procurador. Cualquiera de estas personas que llegue á prenderse para lo que no se omitirá medio alguno, SERA REMITIDA AL MOMENTO sin darle la menor espera (...) Se sabe que el Obispo piensa salir á encontrar nuestra Expedición, si tal hace, no se le admitirá propuesta alguna, sino que agarrándolo alli mismo, SE LE REMITIRÁ BAJO SEGURA CUSTODIA Á ESTA CAPITAL, sin permitir que por caso alguno vuelva á entrar en aquella ciudad.

Cuando el 21 de julio la expedición llegó a la jurisdicción de Córdoba en la Guardia de la Esquina, las milicias cordobesas desertaron en masa. El 27 de julio la Junta envió una circular a varios cabildos anticipando la huida:

Siendo de recelar que los autores de la escandalosa convulsión suscitada en Córdoba tomen el partido de la huida luego que nuestra espedicion se acerque á aquella ciudad y siendo sobremanera interesante á la tranquilidad pública y bien del estado la aprehensión de estos delincuentes que tanto han comprometido nuestro sosiego, ha resuelto la junta prevenir á V. S. tome las más eficaces disposiciones para que si pasasen por esa jurisdicción sean aprehendidos

Dn. Santiago Liniers, Don Juan Gutiérrez de la Concha, Obispo de Córdoba, Oficial Real Moreno, Teniente Asesor Dn. Victorino Rodríguez, Coronel Rodríguez, Coronel Allende y todos cuantos vayan en fuga de Córdoba, los cuales remitirá V. S. inmediatamente á esta con la mas segura custodia, obrando con la cautela y vigilancia que son precisas para que no quede ilusoria esta providencia; cual realización fia la Junta al celo y patriotismo de V. S. y así como se reportaría un servicio importante al estado, también será responsable V. S. de la menor omisión que deje sin efecto esta resolución.

Dios G.de á V. S. Julio 27 de 1810.
Il.tmos Cabildos de la ciudad de San Luis — Santa Fe — San Juan — Mendoza — Rioja — Jujuy.

Los líderes contrarrevolucionarios decidieron el 27 de julio adoptar el plan originario de Liniers y partir hacia el norte con cuatrocientos hombres seguidores que les quedaban de las deserciones y 9 piezas de artillería junto con setenta mil pesos del erario público, saliendo de Córdoba el 31 de julio en dirección al Alto Perú, lo cual fue comunicado por Ortiz de Ocampo a la Junta el 1 de agosto:

Exmo. Señor- Acabamos de saber por Don Faustino Allende que ayer á medio día han salido de Córdoba camino del Peru el Gobernador Concha, el Sr. Liniers, el Obispo, el coronel Santiago Allende, Don Victorino Rodríguez y el oficial Real, Moreno llevando consigo nueve piezas de artilleria volante del calibre 4, 6 y 8, con algunos carruajes, y tres cientos ó cuatro cientos hombres con fusil y chuza (...)

Esa misma noche (del 31) desertó una compañía de cincuenta hombres, acentuándose la deserción en los días siguientes hasta el punto de quedar sólo una compañía de Partidarios de la Frontera. Entre el Totoral y Villa Tulumba se dispersó también esa última compañía de veteranos a la vista de los jefes. Durante la noche se dispersó la caballada. En ese último punto se incendió el carro de pólvora y municiones y al negarse el maestro de la posta a suministrar caballos, fueron clavados los cañones y quemadas las cureñas.
Martín Miguel de Güemes

Cuando se hallaban entre San Pedro y Río Seco, un chasque los alcanzó para darle aviso de que la avanzada expedicionaria había entrado en Córdoba y salía un destacamento en su persecución.

Cuando la expedición recibió noticias seguras y repetidas de que Liniers había partido con sus fuerzas rumbo al norte, González Balcarce se adelantó el 1 de agosto con trescientos hombres en su búsqueda, realizando una marcha forzada que le permitió recuperar los seis días que les llevaban de ventaja.

El día 5 de agosto ingresó en Córdoba el destacamento de trescientos hombres en busca de Liniers y los demás jefes, doscientos veinticinco soldados permanecieron en la ciudad y los otros setenta y cinco continuaron inmediatamente la persecución. Los fugitivos al enterarse en una posta la partida del destacamento, habían decidido dividirse en grupos, abandonaron los coches y continuaron a caballo junto con algunas mulas de carga, dejando en libertad a regresar a la ciudad a los pocos hombres que aún le eran fieles.

Liniers con su ayudante Lavín y su capellán el canónigo Llanos, se dirigieron al oeste hacia las sierras de Córdoba; Orellana disfrazado de clérigo, el capellán Jiménez y otro religioso buscaron refugiarse en la propiedad de un cura párroco, a quien dejaron mil pesos que conducían y se dirigieron hacia el este; Gutiérrez de la Concha, Rodríguez y los demás, continuaron viaje por el camino de las postas. Liniers envió desde allí al clérigo García y a su oficial ayudante Miguel Sánchez Moscoso, para comunicar al gobernador de Potosí lo que estaba ocurriendo, pero a pesar de que lograron llegar a Salta burlando a las partidas, fueron capturados por las guardias de Diego Pueyrredón, al mando de Martín Miguel de Güemes. Puestos a disposición del gobernador de Salta Isasmendi, fueron dejados continuar viaje por éste al no hallárseles papeles comprometedores.

González Balcarce llegó al día siguiente al punto de dispersión, alertado por delatores de las direcciones seguidas por los prófugos, destacó partidas en búsqueda de ellos. Esa misma noche del día 5 de agosto González Balcarce dio con dos hombres que guardaban unas mulas, los que interrogados confesaron que eran de Liniers, quien se hallaba en un rancho a tres cuartos de legua de allí. Destacó González Balcarce hacia allí un piquete que comandaba el ayudante de campo José María Urien, el cual capturó a Liniers en la estancia de Piedritas (cerca de Chañar) ese día 6 de agosto. El día 7 fue capturado Orellana por el alférez Rojas, a ocho leguas de donde se halló a Liniers, ambos fueron maltratados por los soldados. En la travesía de Ambargasta el teniente Albariño capturó a Gutiérrez de la Concha, Allende, al asesor Rodríguez y al primer oficial mayor Moreno. Éste último transportaba treinta mil pesos fuertes retirados del erario público de Córdoba, que desaparecieron luego de confiscados.

Acción sobre Córdoba

González Balcarce regresó inmediatamente con los prisioneros a Córdoba al mismo tiempo que el 8 de agosto llegaba el resto del ejército. Ante la salida de Liniers, el Cabildo de Córdoba había cambiado de actitud, envió como diputado ante el jefe expedicionario a su alcalde y recibió a las tropas porteñas, reconociendo a la Junta y abandonado su reconocimiento al virrey Abascal, sin embargo, fue reemplazado por nuevos miembros. Juan Martín de Pueyrredón fue nombrado gobernador intendente de Córdoba del Tucumán el 3 de agosto por la Junta, asumiendo el 16 de agosto. Los miembros del cabildo fueron confinados por 4 años en Carmen de Patagones. El 17 de agosto Gregorio Funes fue elegido diputado por Córdoba y se incorporó posteriormente a la Junta Grande. Ortiz de Ocampo comunicó a la Junta esa elección de la siguiente manera:

Exmo. Señor — Congregado este numeroso vecindario el dia de ayer, para la elección de Diputado que según las órdenes de V. E. debía caminar á esa Capital, recayó la elección por el consentimiento general en el Dean de esta Santa Iglesia Dr. Don Gregorio Funes; habiendo sido recibida esta elección con un júbilo y regocijo inesplicables; y espero que antes de mi partida
emprenda su marcha para esa Capital, según me lo tiene ordenado V. E.
Dios Gde á V. E. m.° a.° Cuartel General de Córdoba, 18 de Agosto de 1810.
Exmo. Señor.
Francisco Antonio Ortiz de Ocampo.
Exmo. Señor Presidente y Vocales de la Junta.


El conato de Mendoza

En Mendoza un viajero comunicó el 6 de junio los acontecimientos de Buenos Aires, recibiendo el cabildo el día 13 al comandante de milicias Manuel Corvalán con la comunicación de la Junta pidiendo su reconocimiento y el envío de un diputado. Al día siguiente llegó a la ciudad una comunicación de Gutiérrez de la Concha solicitando desconocer a la Junta y el envío de tropas a Córdoba.

Las opiniones se dividieron entre las dos alternativas, entre los que quisieron reconocer a la Junta estaban quienes deseaban la independencia jurisdiccional respecto de Córdoba, mientras que las principales autoridades se decidieron por desconocer a la Junta. Estas últimas eran: Faustino Ansay, Subdelegado de Real Hacienda y Guerra, Comandante de Armas y Fronteras y Comandante del 1º Regimiento de Caballería de Mendoza; Domingo de Torres y Arrieta, tesorero; y Joaquín Gómez de Liaño, contador de la Real Hacienda.

Se resolvió convocar un cabildo abierto el día 19 de junio, pero no se realizó. El día 21 llegó a Mendoza un nuevo enviado de la Primera Junta, resolviéndose realizar el cabildo abierto el 23 de junio. La reunión de cuarenta y seis vecinos concluyó con el reconocimiento de la Junta y el nombramiento de Bernardo Ortiz como diputado (quien falleció poco después y fue reemplazado por Manuel Ignacio Molina).

El Cabildo de Mendoza decidió reemplazar a Ansay, nombrando comandante de armas a Isidro Sáenz de la Maza, solicitándole la entrega de armas y pertrechos. Ansay renunció ese cargo el 28 de junio, pero esa noche dirigió un levantamiento tomando el Cuartel de Armas con unos treinta vecinos adictos, reuniendo más de doscientos soldados. Finalmente depuso su actitud por la mediación del presbítero Domingo García.

El 1 de julio se firmó un acuerdo con el cabildo aceptándose que no se enviaran tropas a Córdoba, reconoció a la Junta y juró fidelidad al rey Fernando VII. Pocos días después Gutiérrez de la Concha volvió a reclamar armas y tropas, pero se le contestó que no se podía en virtud del acuerdo firmado.11​ Cuando el 10 de julio llegó a Mendoza el coronel Juan Bautista Morón, con la misión de reclutar tropas para sofocar el levantamiento de Córdoba, Ansay y el Cabildo se pusieron bajo sus órdenes.

El 20 de julio Ansay, Torres y Arrieta y Gómez de Liaño, fueron destituidos de sus cargos, embargados sus bienes y enviados prisioneros a Buenos Aires y reemplazados respectivamente por Isidro Sáenz de la Maza, Clemente Benegas y Alejo Nazarre. El coronel José Moldes fue nombrado el 26 de julio por la Junta como Teniente Gobernador de Mendoza.​

Ansay pensaba escaparse al llegar a San Luis para dirigirse a Córdoba, pero en la posta de Achiras el destacamento que lo transportaba se encontró con Moldes, quien lo hizo engrillar para el resto del viaje, circunstancia que lo salvó de correr la misma suerte que Liniers de haber logrado escapar. Al llegar a la Guardia de Salto se encontró con el obispo Orellana, quien le refirió los sucesos de Cabeza de Tigre. A mediados de noviembre de 1810 la Junta deportó a Carmen de Patagones a Ansay y sus compañeros por 10 años. Mariano Moreno había pedido su ejecución, pero gracias a la intervención del rico comerciante Juan de Larramendi, vinculado con Manuel de Sarratea, fueron condenados al destierro. Viajaron por tierra cruzando territorio indígena, arribando a Patagones a fines de febrero de 1811. El 21 de abril de 1812 Ansay encabezó la Sublevación de Carmen de Patagones.

El resto de la intendencia

En las ciudades y villas de la Intendencia de Córdoba del Tucumán, las autoridades vacilaron sobre la posición a tomar, debido a que desde Córdoba les llegaron órdenes terminantes de reconocer al Consejo de Regencia y rechazar a la Junta, mientras que desde Buenos Aires les anunciaron la deposición del virrey.

Luego de que el comandante Corvalán comunicara el 11 de junio al cabildo de San Luis la instalación de la Junta, el 13 de junio se decidió reconocerla.

Llegó también una comunicación de Gutiérrez de la Concha:

Se confirmaron las noticias privadas (...) de que se ha depuesto el Virrey y creado, abusivamente, una Junta para el superior gobierno del virreinato sin más autoridad que la fuerza (...) tenga el mayor cuidado de sostener el orden y en obedecer la legitima autoridad (...)

Tras rechazar la comunicación de Córdoba, el 30 de junio fue elegido diputado el alcalde de 1° voto Marcelino Poblet. Ante el pedido de tropas hecho por la Junta, San Luis contribuyó con cuatrocientos soldados que marcharon a Salta.

El 17 de junio llegó a San Juan el comandante Corvalán con la comunicación de la Primera Junta solicitando su reconocimiento, y también el mensaje desde Córdoba, en sentido contrario. El cabildo de San Juan no tomó una decisión inmediatamente pasando a un cuarto intermedio hasta el día 20. Ese día se resolvió enviar un comisionado a Mendoza para indagar su estado y ver si conformaba con su sentir.

El comisionado partió el 22 de junio, regresando el día 26 con las noticias de las vacilaciones de Mendoza. Ese día llegó a San Juan un enviado de Córdoba, por lo que se resolvió esperar la llegada del correo ordinario del 30 de junio. El 4 de julio llegó una orden de Gutiérrez de la Concha exigiendo jurar obediencia al Consejo de Regencia, por lo que se convocó a un cabildo abierto para el 7 de julio. Ese día se decidió reconocer a la Junta, aunque manteniendo el reconocimiento de las autoridades de Córdoba y se fijó el 9 de julio como fecha de elección del diputado. Se eligió con un total de setenta y siete votos a José Ignacio Fernández de Maradona.​

El día 8 llegó un pedido de Córdoba para que se enviase tropas. El 28 de julio el cabildo de San Juan envió a dos delegados a comunicar lo acontecido a las villas de San José de Jáchal y San Agustín de Valle Fértil: Francisco Pensado y Juan Crisóstomo Quiroga, respectivamente, subsumiendo la designación a la decisión de esas villas, las cuales eligieron también a Fernández de Maradona el 6 y el 10 de agosto respectivamente.

El 18 de septiembre fueron remitidos ciento once milicianos sanjuaninos para la expedición auxiliar, quienes marcharon al mando del segundo comandante de armas, teniente coronel Mateo Cano y del subteniente Pascual Bailón. Posteriormente la Junta solicitó cien soldados más, por lo que el cabildo dispuso una contribución forzosa:

(...) sin consideración de personas ni fortunas (...) los pobres, funcionarios civiles y militares, miembros del clero, incluidos los religiosos profesos que en función de su vida de claustro y voto de pobreza no poseían recursos económicos.

El 6 de noviembre la Junta dispuso que esos 100 hombres se dirigieran a Buenos Aires.

El cabildo de La Rioja, temiendo una reacción desde Córdoba evitó pronunciarse a favor de la Junta hasta el 1 de septiembre cuando fue depuesto el subdelegado de Real Hacienda y Guerra, comandante de armas y de milicias Vicente de Bustos y se eligió diputado a Francisco Antonio Ortiz de Ocampo. El cabildo pidió órdenes a Buenos Aires manifestando que lo hacía por haber podido librarse:

de los justos recelos que antes de ahora motivaron su silencio (...) que estando por otra parte cierta del sabio sistema que Vuestra Excelencia ha jurado conservar ilesos los derechos de nuestro bien amado rey don Fernando Séptimo y sus legítimos sucesores (...)

Ortiz de Ocampo, jefe del Ejército del Norte, comunicó a Buenos Aires su nombramiento como diputado:

Exmo. Señor: Habiéndose dignado nombrarme por su Diputado por esa capital la ciudad de la Rioja, acompañándome al efecto sus poderes, y por segundo en defecto mio al Bachiller don Mauricio Albaro, he creído de mi primera obligación deber ponerlo en la alta consideración de V. E. para su conocimiento; debiendo al mismo tiempo asegurar á V. E. que me es tan satisfactorio y lisongero semejante nombramiento que me hallo resignado á que de modo alguno recaiga en el que ocupa segundo lugar; y sobre cuyo conocimiento espero se digne V. E. impartirme las órdenes que estime conveniente.

Dios Gde. á V. E. m/ a.s
Cuartel General de Córdoba, 5 de Setiembre de 1810.
Exmo. Señor.
Francisco Antonio Ortiz de Ocampo.

La Junta le respondió que siguiera en su puesto:

Ha recibido esta Junta el oficio de V. S. de 5 del cte. en que comunicando el nombramiento que ha hecho en su persona la ciudad de la Rioja por su Diputado en esta Capital, manifiesta V. S. su deseo de ejercer este empleo con preferencia á su elegido para segundo en su defecto, habiendo determinado la Junta que continué V. S. en la Expedición de que se halla encargado reservándose el uso del sobre dicho nombramiento para caso oportuno. Lo manifiesto á V. S. de acuerdo de la misma para su inteligencia y gobierno.
Dios guarde á V. S. m. a. Buenos Aires, Setiembre 20 de 1810

Río Cuarto

El cabildo de la villa de Río Cuarto respondió el 12 de junio a Gutiérrez de la Concha:

(...) que siempre a demostrado esta Villa disponiendo: a cuya propuesta y orden a Vs. estamos prontos a dar todo rendimiento y solo observar y cumplir aquellas órdenes que V.S. nos imparta demostrando en esta ocasión (como tan urgente) la fidelidad de leales vasallos expresando se digne comunicarnos aquellas superiores órdenes que sean de la aceptación de V. S. (...)

Pero el 10 de agosto, después de sofocada la reacción de Liniers, reconoció a la Junta expresando:17​

qe. Jamas podrían sin hacerse reos de la más severa critica oponerse ala instalacion de esa Junta provisional.

Envío de milicianos

La Junta dispuso el envío de milicianos desde las ciudades de San Juan, Catamarca y San Luis:

Sin perder momento dispondrá Vd. se alisten cien hombres de esas Milicias, y se dirijan á la mayor brevedad á alcanzar la Espedicion en el camino para Salta, echando mano para su competente habilitación de los fondos de Real Hacienda, y si estos no alcanzan se tomarán por via de préstamos de particulares las cantidades necesarias. La Junta encarga á V.m muy estrechamente verifique el cumplimiento de esta disposición con el mayor celo y eficacia por lo mucho que interesa al servicio del Rey y á la causa pública, y espera escitará el patriotismo de esos honrados vecinos para que contribuyan al logro de esta importante idea, que recomienda la Junta del modo mas expresivo.

Dios G.de á V.m — Setiembre 1° de 1810.
Sr. Comandante de Armas de la ciudad de San Juan.
Sr. Comandante de Armas de Catamarca.
Sr. Comandante de Armas de San Luis.

Fusilamiento de Liniers y sus compañeros

El 8 de julio Mariano Moreno ordenó que los que se opusieran a la revolución fueran remitidos a Buenos Aires a medida que fuesen capturados, pero el 28 de julio la Junta decidió el fusilamiento de los cabecillas; sólo Manuel Alberti, por ser sacerdote, se abstuvo de firmar la orden.

Los sagrados derechos del Rey y de la Patria, han armado el brazo de la justicia y esta Junta, ha fulminado sentencia contra los conspiradores de Córdoba acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto general de todos los buenos. La Junta manda que sean arcabuceados Dn. Santiago Liniers, Don Juan Gutiérrez de la Concha, el Obispo de Córdoba, Dn. Victorino Rodríguez, el Coronel Allende y el Oficial Real Dn. Joaquín Moreno. En el momentó que todos ó cada uno de ellos sean pillados, sean cuales fuesen las circunstancias, se ejecutará esta resolución, sin dar lugar á minutos que proporcionaren ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden y el honor de V. E. Este escarmiento debe ser la base de la estabilidad del nuevo sistema y una lección para los gefes del Perú, que se avanzan á mil excesos por la esperanza de la impunidad y es al mismo tiempo la prueba de la utilidad y energía con que llena esa Espedicion los importantes objetos á que se destina.

Dios guarde á V. E. muchos años.
Buenos Aires, 28 de Julio de 1810.
Cornelio Saavedra — Dr. Juan José Castelli — Manuel Belgrano — Manuel de Azcuenaga — Domingo
Matheu — Juan Larrea — Juan José Paso, secretario — Mariano Moreno, secretario.


La orden llegó a Córdoba entre el 4 y el 5 de agosto. Ortiz de Ocampo mandó inmediatamente a ejecutarla; sin embargo, debido a que trascendiera la medida, una comisión formada por el deán Funes, el Cabildo, el clero, damas y otras personas, rogó a Ortiz de Ocampo para que suspendiera la medida hasta tanto Funes y su hermano escribieran a la Junta para lograr retrotraerla y cambiarla por una pena menos cruel. Funes habló en nombre de todos, advirtiendo que la revolución:

"(...) vendría á tomar desde aquel momento el carácter de atroz y aún sacrílega, en el concepto de unos pueblos acostumbrados á postrarse ante sus obispos."

Tres horas después de mandar ejecutar la sentencia, Ortiz de Ocampo accedió y despachó un mensajero a González Balcarce para suspender la ejecución. Pesaba también el hecho de haber sido ambos compañero de armas de Liniers durante las Invasiones Inglesas.

Ortiz de Ocampo decidió enviar a los prisioneros a Buenos Aires, escribiendo a la Junta el 10 de agosto:

"Como uno de los más firmes apoyos del actual Gobierno y de la Expedición auxiliadora, es la adhesión y amor de estos pueblos, es absolutamente indispensable no chocar descubiertamente la opinión pública. Las preocupaciones que aun prevalecen en ellos en las materias de religión principalmente, han producido á nuestra vista el más declarado sentimiento con solo la presunción de que el Obispo sería una de las víctimas de nuestras fuerzas. Los más de los delincuentes enlazados en esta ciudad con los vínculos más estrechos, serían llorados por aquellos mismos que acaban de hacer los mayores esfuerzos por auxiliarnos, y entran con nosotros á la parte en la gloria de su aprehensión. La mayor parte de este pueblo se cubriría de luto, y de este modo previniéndonos en todas las ciudades la consternación y el temor, no hallaría entrada en los corazones de esos habitantes la alegría y el regocijo que debíamos esperar. Los dominaría la fuerza y no el amor, que es por tanto título la base más segura para cimentar el nuevo sistema de gobierno y el inevitable escollo en que debe estrellarse la esperanza de la Exma. Junta. (...) Jamás se hubiera separado esta Junta un solo instante de las medidas y órdenes de V. E. si por el convencimiento íntimo de los males que traía aparejados su ejecución, no se hubiera visto en la indispensable justa precisión de atemperar á las circunstancias, que inevitablemente le han conducido, á su pesar, á suspender en esta parte el justo ejercicio de la justicia, que el brazo de V. E. había casi descargado contra los más criminosos conspiradores de la tranquilidad y sosiego de la América. (...)"

Entre el 11 y el 12 de agosto, González Balcarce recibió en el Totoral la orden de Ortiz de Ocampo de remitir a los prisioneros con una escolta a Buenos Aires sin pasar por Córdoba. Esa escolta de cincuenta hombres quedó al mando del capitán José María Urien, pero el 19 de agosto lo reemplazó el capitán Manuel Garayo, debido al extremo rigor con que Urien trataba a los prisioneros.

Los miembros de la Junta se alarmaron, ya que el resultado del cambio de órdenes era enviar a Liniers a la ciudad que lo tenía por un héroe, y podía suponer un gran peligro para la revolución. Castelli escribió a Chiclana el 17 de agosto:

"Después de tantas ofertas de energía y firmeza pillaron nuestros hombres a los malvados, pero respetaron sus galones y cagándose en las estrechísimas órdenes de la Junta, nos los remiten presos a esta ciudad. No puede usted figurarse el compromiso en que nos han puesto y si la fortuna no nos ayuda, veo vacilante nuestra fortuna por este solo hecho. ¿Con qué confianza encargaremos obras grandes a hombres que se asustan de su ejecución? ¿Qué seguridad tendrá la junta en unos hombres que llaman a examen sus órdenes, y suspenden la que no les acomode? Preferiría una derrota a la desobediencia de estos jefes (...)"​

El 18 de agosto la Junta apercibió a la Comisión de la expedición, reiterando la sentencia y expresando que la ejecución inmediata de los reos era el único medio de desvanecer la desobediencia a la orden:

"Ha sido muy sensible á esta Junta la resolución que tomó V. E. en orden á los reos de Córdoba, y que comunica en oficio de 10 del corriente. Los compromisos que ha producido á este gobierno, habrian hecho balancear su firmeza, sino se hubiesen expedido felizmente providencias capaces de allanar el contraste en que se ha visto; pero no será igualmente fácil reparar el descrédito que ha resultado, al ver que los Jefes de esa expedición han atropellado las órdenes de esta Junta, dando entrada á consideraciones que se habian mandado anteriormente no fuesen escuchadas. La obediencia es la primera virtud de un General y la mejor lección que ha de dar á su ejército, de la que debe exijirle en el acto un combate. (...) La Junta espera que la amargura ocasionada por este procedimiento será satisfecha con una puntual ejecución de cuando ella ordene en lo sucesivo; y que las órdenes no sufrirán el examen y desaire, que en esta ocasión han padecido."

Castelli fue nombrado al frente del Ejército del Norte, llevando a Nicolás Rodríguez Peña como su secretario y a Domingo French al mando del destacamento de cincuenta soldados con el que salieron reventando caballos al encuentro de los prisioneros, con orden terminante de fusilarlos. Moreno hizo escoger soldados extranjeros, algunos de ellos ingleses que habían quedado de las invasiones, ya que temía que los Patricios, Arribeños y demás se negaran a realizar la ejecución. Moreno le ordenó a Castelli:

"Vaya usted y espero que no incursione en la misma debilidad que nuestro general; si todavía no se cumple la determinación tomada, irá el vocal Larrea, a quien pienso no faltará resolución, y por último iré yo mismo si fuese necesario (...)"

El 26 de agosto, French alcanzó a Garayo y los prisioneros en la Esquina de Lobatón, donde habían pasado la noche, y tomó el mando de la escolta, continuando el viaje hasta dos leguas de la posta de Cabeza de Tigre, en el sudeste de Córdoba (cerca de la actual Los Surgentes), en donde los esperaba el coronel Juan Ramón Balcarce, quien hizo detener allí a los criados con los equipajes y continuó hacia el Monte de los Papagayos, situado en las cercanías. Allí se hallaba Castelli con Rodríguez Peña y una compañía de húsares. Castelli les leyó la sentencia de muerte, que se haría efectiva cuatro horas después: como resultado de la misma, fueron fusilados Liniers, Gutiérrez de la Concha, el teniente gobernador Victorio Rodríguez, Santiago Alejo de Allende y Joaquín Moreno, perdonándose al obispo Orellana, quien fue enviado preso a Luján. A French le tocó dar el tiro de gracia al militar francés.

Castelli ordenó enterrar los cadáveres en una zanja al costado de la cercana iglesia de Cruz Alta. Sin embargo, cuando al día siguiente se retiraron los enviados de la Junta, el teniente cura de la capilla los exhumó y enterró separadamente, individualizándolos con una cruz en la que se escribió L.R.C.M.A., iniciales de los sepultados según el orden en que se hallaban.

Castelli regresó de inmediato a Buenos Aires y se reunió con Moreno el 6 de septiembre, recibiendo las instrucciones secretas para comandar el proyecto revolucionario en el Alto Perú.

El 9 de septiembre, Moreno emitió una proclama de la Junta al respecto de los fusilamientos:

"Todos ellos o por las leyes del nacimiento o por el antiguo goce de empleos distinguidos, o por una larga serie de grandes beneficios debían preferir la pérdida de su propia existencia a el horrendo proyecto de ser agentes de las calamidades y ruinas de estos pueblos. Ellos rompieron los vínculos más sagrados que se conocen entre los hombres, y se presentaron a vuestra vista unos enemigos tanto más dignos de vuestro odio, quanto habían participado de vuestra veneración y confianza. Un eterno oprobio cubrirá las cenizas de D. Santiago de Liniers y la posteridad más remota verterá execraciones contra ese hombre ingrato (...)"

El 22 de septiembre Castelli partió desde Buenos Aires, llegando a Córdoba el 30 de ese mes y a Santiago del Estero el 9 de octubre.

El 17 de agosto la Junta ordenó la marcha inmediata de la expedición desde Córdoba. Por orden de la Junta, González Balcarce reemplazó efectivamente a Ortiz de Ocampo al frente de las tropas, aunque éste continuó como jefe nominal, con Juan José Viamonte como segundo jefe y en sustitución de Vieytes, Castelli ocupó el cargo de delegado y Bernardo de Monteagudo el de auditor. French y Nicolás Rodríguez Peña integraban también el nuevo comité político. Luego el ejército continuó la marcha en dirección a Santiago del Estero en donde Ortiz de Ocampo quedó reuniendo tropas mientras González Balcarce continuó su avance hacia Salta.

Castelli fue nombrado representante de la Junta ante el ejército, los gobiernos y pueblos del interior, revestido de todas las facultades y distinciones que gozaba la propia Junta, se esperaba así evitar nuevas desobediencias.

El 1° de septiembre la Junta ordenó el regreso a Buenos Aires del comandante de la artillería, capitán Diego Solano, y su sustitución por el capitán Juan Ramón de Urien. El ejército comenzó a salir de Córdoba rumbo a Santiago del Estero, continuando en los días siguientes en grupos de cien hombres, hasta que el día 11 salió el último grupo con el comandante Ortiz de Ocampo

El 24 de octubre de 1810 fue creado el Batallón de Patricios de Córdoba, que quedó de guarnición en la ciudad al mando del coronel Mariano Usandivaras. Como sargento mayor fue nombrado Juan Gregorio de Las Heras.

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Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 11 Mar 2018 13:01

Los Voluntarios Catalanes en la Guerra de Africa


Dejando de un lado un momento las guerras de independencia de los paises de America del Sur, quiero traer un hecho casi olvidado, como es el de los voluntarios catalanes en la Guerra de Africa, desconocido y olvidado creo que intencionadamente, pues en los tiempos que corren no parece ser que a mucha gente le interese recordar la españolidad de los catalanes.

Los Voluntarios Catalanes. Marruecos 1860

Al igual que los vascos, los catalanes también contribuyeron en la Guerra de África de 1860 con la Unidad de Voluntarios Catalanes.

La unidad se creó el 24 de diciembre de 1859 constaba de cuatro compañías y estaba mandada por don Victoriano Sugrañés y Hernández, teniente coronel graduado y capitán de infantería retirado. La Plana Mayor la completaban el teniente ayudante don Manuel Vacaro y Vázquez y el subteniente don Federico Martínez Aranzana. Las Compañías eran mandadas por los capitanes de infantería retirados: don Manuel Rodríguez López Guars, la 1ª; don Antonio Giménez y Bouder, la 2ª; don Martín de Rochenflué y Ortiz, la 3ª y don Antonio Menéndez y Moron, la 4ª. Cada compañía tenía además dos tenientes y un subteniente. Todos los oficiales estaban en situación de retirados en el Ejército.

Como sucedió en el resto de regiones, fue la Diputación de Barcelona la encargada de gestionar todo lo relativo a la Unidad de Voluntarios. En un principio cada población que aportaba voluntarios debía costear la confección de los uniformes pero, finalmente, el coste fue asumido por la Diputación de Barcelona y alcanzó la cantidad de 10 000 duros. Este detalle fue correspondido por la reina Isabel II quien envió a la Diputación una carta de agradecimiento. La uniformidad constaba de un «gorro del país o barretina», 3 camisas de algodón, 2 pares de calzoncillos, 2 camisetas de algodón, una túnica y un pantalón de pana, un par de botines de cuero, 2 pares de alpargatas con peales, un morral‑mochila, una manta y una bolsa de aseo. Los oficiales lo mismo pero el poncho como el de los oficiales de Infantería.

Las divisas eran para los capitanes tres galones de panecillo de plata que llevarán en la manga de la túnica entre el codo y el hombro, en forma de ángulo cuyo vértice se colocará dos pulgadas debajo de la costura. Los tenientes usarán dos galones de la misma clase y forma y uno los subtenientes. Los sargentos usarán dos galones y uno los sargentos segundos colocados como los de infantería del Ejército y los cabos dos galones de estambre encarnado como los de los regimientos de infantería. El armamento era una carabina rayada como la de los Cazadores que se las entregó el Parque de Artillería de las existencias de los almacenes.

Para el reclutamiento se admitieron voluntarios entre los 17 y los 36 años con buena resistencia física y sin estar sujetos a la próxima quinta. Mientras dure la guerra quedarán acogidos a las leyes y ordenanzas militares. Cada compañía la compondrán 125 hombres y entre ellos se elegirán a 8 cabos, 3 sargentos segundos y un sargento primero, teniendo preferencia los que hubiesen pertenecido a esas clases en el ejército o en los cuerpos francos. Su hubiese voluntarios bastantes se formaría un segundo batallón con las mismas características. Finalmente, la Unidad estuvo compuesta por 466 hombres, 312 del partido judicial de Barcelona y el resto distribuidos por toda Cataluña.

La Unidad partió del puerto de Barcelona a bordo del buque “San Francisco de Borja” con destino a Tarifa. Su comandante al embarcar dio el grito: «Adeusiau barcelonins» (adiós barceloneses). El día 3 de febrero de 1860 la Unidad llegó a Ceuta a bordo del buque “El Piles”, justo antes de la batalla de Tetuán, siendo recibidos en la misma playa por el general O’Donnell y toda su plana mayor. Fue el general Joan Prim, conde de Reus y marqués de Los Castillejos, quien les dio la bienvenida y tras recordarles que debían corresponder con su valor a los honores recibidos por el ejército “del bravo O'Donnell, que ha resucitado a España y reverdecido los laureles patrios”, les dijo la siguiente arenga en catalán:

«Catalanes: Acabáis de ingresar en un ejército bravo y aguerrido, en el ejército de África, cuyo renombre llena ya el universo. Vuestra fortuna es grande, pues habéis llegado a tiempo de combatir al lado de estos valientes. Mañana mismo marchareis con ellos sobre Tetuán.
Catalanes: Vuestra responsabilidad es inmensa; estos bravos que os rodean y que os han recibido con tanto entusiasmo, son los vencedores en veinte combates, han sufrido todo género de fatigas y privaciones; han luchado contra el hombre y contra los elementos; han hecho penosas marchas, con el agua hasta la cintura; han dormido meses eternos sobre el fango y bajo la lluvia: han arrostrado la tremenda plaga del cólera; y todo lo han sufrido sin murmurar, con soberano valor, con intachable disciplina. Así lo habéis de soportar vosotros. No basta ser valientes: es menester ser humildes, pacientes, subordinados. Es menester sufrir y obedecer sin murmurar. Es necesario que correspondáis con vuestras virtudes al amor que yo os profeso, y que os hagáis dignos con vuestra conducta de los honores con que os ha recibido este glorioso ejército, de los himnos que han entonado las músicas en vuestro loor, del general en jefe a cuyas órdenes vais a tener la honra de combatir; del bravo general O´Donnel, que ha resucitado a España y reverdecido los laureles patrios…


Pensad en la tierra que os ha equipado y os ha enviado a esta campaña; pensad en que aquí representáis el honor y gloria de Cataluña; pensad en que sois depositarios de la bandera de vuestro país…y que todos vuestros paisanos tiene los ojos fijos en vosotros para ver como dais cuenta de la misión que os han confiado. Uno solo de vosotros que sea cobarde, labrará la deshonra de Cataluña…
Y si así no lo hacéis; si alguno de vosotros olvidase sus sagrados deberes y diese un día de luto a la tierra en que nacimos, yo os lo juro por el sol que nos está alumbrando: ni uno solo de vosotros volvería vivo a Cataluña…”

Si correspondéis a mis esperanzas y a las de todos vuestros paisanos pronto tendréis la dicha de abrazar a vuestras familias y dirán llenos de orgullo: “Tu eres un bravo catalán”».
¡Adelante, catalanes! ¡Acordaos de lo que me habéis prometido! ¡Adelante!».


Víctor Balaguer, cronista de la guerra, comentaba: «Después de la arenga, los voluntarios catalanes desfilaron delante de O´Donnell y al verlos desfilar, este se dirigió a Prim: “Me parecen algo faltos de instrucción”, a lo que éste, contestó: “Mi general, mañana la completaran en el combate”».

La Unidad de Voluntarios Catalanes tuvo su bautismo de fuego nada más llegar, tomando parte destacada en la batalla de Tetuán donde murió su comandante Victoriano Sugrañes. Los hechos de esta batalla se narraron así en el Diario de un testigo de la Guerra de África:

«Los voluntarios catalanes han levantado su nombre con una singular hazaña. Los nobles hijos del Principado iban de vanguardia mandados por el General Prim, pero en el instante crítico al llegar a la artillada trinchera, los moros se ponen de pie sobre sus parapetos y fusilan sin piedad a nuestros hermanos. Pero los catalanes no retroceden. […] aunque la franja está llena de muertos y heridos unos 100 catalanes consiguen pasar.
El General Prim se pone a su frente y con voz tremenda les grita en su lengua: “Adelante catalanes no hay tiempo que perder” […] los voluntarios acometen como toros la formidable trinchera. Prim va por delante el primero de todos. Ensangrientan sus bayonetas y vengan a sus compañeros. Vítores sin cuento a la madre España».


Víctor Balaguer en Los Españoles en África, comenta sobre la muerte de su comandante:

«Tan brillantes resultados, Excmo. señor, no se consiguen sino con pérdidas sensibles, doblemente cuando recaen en personas tan dignas y beneméritas como las que tenemos que lamentar. Por el estado adjunto, verá V.E cuan cara nos ha costado la victoria; solo llamaremos la atención de V.E sobre las nunca bien lloradas del comandante don Victoriano Sugrañés y Hernández y don Mariano de Moxó, muertos gloriosamente en su puesto, al conducir sus soldados a la victoria».

Los catalanes sufrieron cuantiosas bajas en la toma de Tetuán, pero no fue esa su única hazaña. Cuando los rifeños cortaron el paso a los españoles en Wad-Ras, en su marcha hacia Tánger, se produjo la batalla más dura y sangrienta de toda la guerra. En un momento determinado del combate los batallones españoles fueron rodeados por los rifeños, en ese momento el general Prim, a bayoneta calada, lanza a los 250 voluntarios catalanes que quedaban a romper el cerco. Estos heroicos hechos fueron inmortalizados por los cuadros de Mariano Fortuny y Frances Sans i Cabot.

La Diputación de Barcelona encargó el diseño de la medalla conmemorativa a Josep Pomar i Lladó, se acuñó en los talleres de Bernat Castells, y constó de tres categorías:

¾ Categoría Oro: Fueron dos, una para el general Prim y la otra para el coronel Francesc Fort Segura, quien comandó a los Voluntarios tras la muerte de Sugrañés.
¾ Categoría plata: 492 unidades, medalla de pecho para los soldados que regresaron.
¾ Categoría bronce: 140 unidades, medallas de mano para los familiares de los muertos en combate.

Según el historiador Alfredo Redondo, regresaron a casa 237 de los 466 voluntarios, con pensiones garantizadas en función de la condecoración recibida y un ofrecimiento por parte de la Diputación de Barcelona de trabajo en alguna de sus obras.

También se conoce a los Voluntarios Catalanes en la Guerra de África como «Los Voluntarios de Prim»

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 11 Mar 2018 15:43

Los Tercios Vascongados en la Guerra de Africa de 1860


Los Tercios Vascongados. Marruecos 1860

La intervención de España en Guerra de África de 1860 se produjo para garantizar la seguridad de sus plazas de soberanía e incluso su propia independencia. Esta lucha tuvo un espíritu de unidad y fue una guerra popular, se podía decir que fue una «Cruzada», una guerra santa que despertó en el pueblo un verdadero sentimiento de defensa nacional. Si la integridad de todo el territorio peninsular no peligraba, sí que estaba en juego la seguridad de la plaza española de Ceuta y se ponía gravemente en cuestión el honor nacional, lo que aunó aún más el sentimiento de unión.

En unos años tan convulsos, este movimiento tuvo un amplio respaldo en todas regiones y provincias de manera que se formaron y organizaron tropas especiales para la contienda, unas fueron forzosas, otras voluntarias y algunas con soldados de ambas procedencias, siendo una de estas las llamada División Vascongada o Tercios Vascongados con los que el Señorío de Vizcaya y las provincias de Álava y Guipúzcoa acudieron a formar parte de este empeño de nivel nacional.

Las provincias vascas vivían en aquellos años en Régimen Foral y dentro de esta estructura se creó todo el proceso de formación de los Tercios. Así, el 12 de noviembre de 1859 se reunieron en la Casa de Juntas de Guernica los Comisionados del Señorío de Vizcaya y los de las provincias de Álava y Guipúzcoa, junto al histórico árbol símbolo de las libertades vascas. Al ser un asunto excepcional el llamamiento a la guerra, ese mismo día se tomaron los acuerdos necesarios como respuesta inmediata. Estos acuerdos fueron: 1º Poner inmediatamente a disposición de la Reina («Su Majestad la señora de Vizcaya») un donativo voluntario de cuatro millones de reales por cuenta de las tres provincia hermanas. 2º Un alistamiento general del país, con arreglo al Fuero por el tiempo que dure la guerra de Marruecos y, 3º La creación de tres Tercios fuertes de 3 000 hombres, en dichas provincias durante el tiempo de la misma guerra.

La Junta del Señorío comunica a los vizcaínos por circular de la Diputación, el 20 de noviembre de 1859, los términos del acuerdo adoptado con las otras dos provincias de esta manera:

«Vizcaya, que a fuerza de sacrificios ha conquistado el renombre de Muy Noble y Muy Leal, sin que en la dilatada serie de los siglos haya desmentido tan glorioso dictado,—Vizcaya, que siempre ha concurrido con sus esfuerzos y servicios generosos el día del peligro, cuando el principio religioso, el principio monárquico, la independencia nacional o el honor del pabellón español se hallaban comprometidos, no puede, sin faltar a su historia, a sus antecedentes, a sus mayores y, a lo que a si propia se debe, dejar de tomar parte voluntaria y digna, en los sacrificios, ahora que se trata de obtener cumplida satisfacción de los repetidos agravios inferidos al pendón de Castilla, por una nación bárbara y descreída, y de llevar a ella, con la gloria de las armas españolas, la semilla fecunda y civilizadora del Evangelio, cumpliendo así el Testamento de aquella gran Reina Católica, la imagen de cuyo esposo tiene la Junta presente en el acto de jurar en este mismo sitio, a la sombra del árbol venerando que le cobija, los fueros, libertades y franquezas de este suelo infanzón. La España toda se apresta llena de entusiasmo a la guerra. ¿Cómo por primera vez en los fastos del honor vascongado había de quedar Vizcaya mera espectadora de la lucha, sin tomar parte en los sacrificios y en el peligro de sus hermanos? (…)»

Los «Tercios Vascongados» o «División Vascongada» estaba mandada por el mariscal de campo don Carlos María de la Torre Navacerrada como Comandante general de la División Vascongada, y al coronel don Rafael Sarabia Núñez como jefe de la plana mayor. Se dividía en cuatro Tercios que contaría cada uno con seis compañías, con un capitán, un teniente y un subteniente cada una de ellas.

El primer Tercio era el de Álava, con 709 hombres, el segundo el de Guipúzcoa, con 766, el tercero el de Vizcaya, con 776, y del cuarto correspondían a Guipúzcoa las Compañías 1ª, 2ª y 3ª, con 364, y a Vizcaya las 4ª, 5ª y 6ª, con 415. Aportan un total de 3 000 hombres que sumados a los 42 000 del resto de regiones forman los 45 000 efectivos del ejército de África. El 1º Tercio se reunió en Vitoria, el 2º en Tolosa, el 3º en Bilbao y el 4º en Durango.

Los jefes nombrados para cada uno de los Tercios fueron: el teniente coronel don Isidro Eleicegui Otamendi para el 1º; el teniente coronel don José Ochoteco Vergara para el 2º, este jefe fue cesado por insubordinación y sustituido por el teniente coronel don Antonio Palma Barrios quien enfermó y se hizo cargo del Tercio el comandante don Telesforo Gorostegui Saralegui; el teniente coronel don Juan Zabalainchaurreta Aboitiz para el 3º y el teniente coronel don Ignacio Arana Ganzarain para el 4º.

La única condición para alistarse era ser vascongado. En primer término se admitían los voluntarios de la Diputación y los que faltaban para completar el contingente lo proporcionaban los municipios (Ciudad, Villas y Anteiglesias), según su número de habitantes y como cupo forzoso.

Los voluntarios debían ser naturales de una de las tres provincias, de 18 a 40 años al principio, más adelante se matizó de 20 a 30 años, solteros o viudos sin hijos, y en enero de 1860 se acordó en admitir voluntarios a hijos del país de 20 a 40 años, foráneos que hayan salido libres del compromiso de la última quinta en sus provincias de origen, y casados que reúnan las condiciones para servir en campaña. Estos voluntarios recibían una gratificación de 4 000 reales de vellón: 160 al ser admitidos, el resto hasta 2 000 el día de su presentación y los 2 000 restantes en el momento de partir hacia la guerra.

El contingente se completaba con los cupos forzosos del modo que cada ayuntamiento considerase más oportuno, propio del espíritu foral vizcaíno que daba total libertad a sus municipios, comprendiendo a los solteros y viudos sin hijos de 20 a 30 años cumplidos, con una talla mínima de 1,56 m, quedando exentos los impedidos, los religiosos, los hijos que sostuvieran a la familia con su trabajo, etc. Para el caso de los sustitutos, se amplió la edad a 20-40 años, y se admitió a los casados.

Los jefes, oficiales y sargentos primeros se proveían de las clases activas del Ejército, procurándose, que fuesen naturales de las provincias Vascongadas.

Para cada Tercio se designaron 29 mandos: 1 teniente coronel, un primer comandante, un 2º comandante, 6 capitanes, 7 tenientes, 7 subtenientes y 6 sargentos primeros (1 teniente y 1 subteniente eran para la plana mayor del Tercio).

Los haberes que tenían eran los siguientes: mientras están en el País, 6 reales los soldados, 6 y medio los cabos segundos, 7 los cabos primeros, 8 los sargentos segundos, 9 los sargentos primeros que se incrementaban en 1 real a los soldados, 2 a los cabos y 3 a los sargentos, por cuenta del Señorío cuando salían fuera. Se establecieron pensiones para los inutilizados y para las familias de los muertos y preferencias de destino en el Señorío a los voluntarios de los Tercios.

El equipamiento corrió a cargo de las Diputaciones. Consistió en: vestuario, cananas, botas para líquidos, ollas de rancho y los siguientes efectos que fueron importados de Francia: mochilas, tiendas, mantas y botiquines (encargados en París por el general Latorre). El armamento fueron fusiles nuevos, procedentes del Ejército, de fabricación belga. La uniformidad de los Tercios Vascongados era la de la Infantería de Línea de la época, pantalón rojo y poncho azul, con la boina vasca de color rojo.

El 3 de febrero de 1860 se reúnen en Santander los cuatro Tercios. En los días siguientes son embarcados con destino a San Fernando donde realizan el periodo de instrucción. El 27 de febrero se encuentran todos en territorio africano donde son revistados por el general O’Donnell. Se distinguieron especialmente en la batalla de Wad-Rás donde lucharon heroicamente aunque no tuvieron el protagonismo que, sin duda, hubiesen deseado.

El retorno de los Tercios Vascongados se produjo de manera escalonada durante el mes de mayo de 1860 y la División fue oficialmente disuelta por Real Orden del 4 de mayo de 1860, en la que se expresó la gratitud de su majestad por el servicio prestado a la Monarquía.

El recibimiento a los Tercios en las tres constituyó una gran manifestación festiva, en un ambiente de exaltación patriótica vasco-española que ensalzaba el amor a España y la lealtad a la Corona, al mismo tiempo que el amor y la lealtad también a la provincia, al País Vasco y al régimen foral.

Cada Diputación dirigió una proclama a los Tercios, que fue ampliamente difundida por tos la provincia. La proclama que la Diputación de Vizcaya dirigió al Tercio de Vizcaya, decía así:

La Diputación general de este Señorío os saluda con toda la efusión de su alma. Os felicita por la brillante campaña de África, donde con vuestro sacrificio y valor, habéis aquilatado los nobles blasones de este ilustre solar. Dignos herederos de vuestros mayores, los habéis igualado, imitando aquellas grandiosas empresas que hicieron a España tan gloriosa. (…) Honor y memoria eterna también a los héroes que han merecido sellar con su sangre el testimonio de su lealtad: (…) la nación los bendice, la fama perpetuará sus nombres, y el Señorío no olvidará nunca sus servicios.
Al despediros del noble pendón de Castilla, de esa enseña sagrada que ha enardecido vuestro heroico corazón ante la hueste agarena, depositadla repitiendo vuestro juramento de adhesión y lealtad a la Regia Señora que ocupa el trono de San Fernando: no olvidéis nunca que os ha sido confiada su custodia; y al regresar tranquilos a vuestros pacíficos hogares, sea cada uno de vuestros pechos un firme muro donde se consolide la paz y el engrandecimiento del pueblo Ibero.


El general Latorre recibió en Álava y en Vizcaya la distinción honorífica de «Padre de Provincia» otorgada por las Juntas Generales, y en Guipúzcoa, donde no existía esa figura, un «voto de gracias» de la Asamblea Foral.

Saludos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
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Marco Tulio Cicerón.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 11 Mar 2018 15:51

El Marruecos de 1860 en la Guerra de Africa


El Marruecos de finales del diecinueve era un territorio convulso donde reinaba la anarquía y que constituía un constante peligro para las potencias que tenían intereses o posiciones en el norte de África. La administración del país era un tanto peculiar ya que estaba dividido en dos tipos de territorios: los Guich y los Naiba.

Dice el Corán que: «… sólo a Allah pertenece lo que hay en los cielos y en la tierra, y que siendo de Dios, El la da, a quien quiere de sus servidores…», explicándose así que los musulmanes no considerasen más que dos clases de tierras: las tierras del Islam y las tierras de infieles. Las tierras del Islam se las consideraba de dos procedencias, las que hubiesen sido conquistadas por las armas o las conseguidas por medio de capitulaciones.

Según esto en el Marruecos del Protectorado, las dos verdaderas clases de terrenos eran: las tierras de gobierno marroquí o «Blad el Majzén», las que estaban verdaderamente sometidas al dominio y gobierno del Imán de los Creyentes —Sultán—, de extensión muy considerable; y las tierras en rebeldía o «Blad es Siba», las que se consideraban insumisas por no reconocer la autoridad del Sultán, aparte de la meramente religiosa.

Así las cabilas del territorio sometido del Majzén se encontraban divididas a su vez en dos grupos llamadas tierras o cabilas Guich y tierras o cabilas Naiba. Las tierras Guich eran las que los sultanes concedían, desde tiempos antiguos, en usufructo a sus soldados y se constituían en colonias militares nutriendo al Ejército permanente según un sistema de recluta que estaba en vigor desde hacía más de un siglo, a cambio de ello recibían tierras y se les eximía del pago de impuestos. Por otra parte las tierras Naiba eran las cedidas a las tribus o cabilas en uso mediante el pago de un impuesto llamado «Naiba» y solo aportaban harkas, formaciones militares irregulares y temporales, en caso de guerra.

La falta de un ideal común en Marruecos, debido a estar constituido por distintas cabilas que se consideraban independientes y enemigas las unas de las otras determinó un estado de anarquía tan grande, que produjo como consecuencia el atraso enorme que, en todos los órdenes, atravesaba Marruecos, llegando a tal extremo, que incluso la agricultura y ganadería apenas si daban lo necesario para el sostenimiento de la población.

Este estado de cosas dio lugar a la creación de las Cabilas Guix o Guich, cuyo número no pasó de seis, pero que fueron las suficientes para sostener en Marruecos una relativa tranquilidad; que tomase algún incremento la agricultura y por último que al mismo tiempo fuese reconocida en más de una ocasión la autoridad del Sultán.

En aquellos territorios, cuyos habitantes aparecían con caracteres más indómitos, se establecía una Cabila Guich a cuyos individuos, además de los elementos indispensables de combate, se les daba una parcela de terreno de extensión suficiente para que, cultivada, produjese lo necesario para el mantenimiento, no sólo del individuo a quien se concedía, sino también de su familia. Se trataba, por tanto, de un ejército compuesto de voluntarios que no costaba un solo céntimo al Tesoro del Sultán, puesto que éste pagaba concediendo parcelas de terreno comprendidas dentro del territorio de las cabilas más insumisas.

Por este medio consiguió el Sultán tener una fuerza militar permanente, extremo muy difícil de conseguir en Marruecos, así tenía siempre personal necesario para formar una harca ya que la pertenencia a ésta llevaba consigo la razzia del enemigo lo que atraía al marroquí ya que debido a su carácter voluble le hace prácticamente incompatible con una larga permanencia en filas. Así una vez conseguido el objetivo de la expedición, el Sultán no se preocupaba de licenciar sus harcas, pues esto tenía lugar sin que para ello fuesen precisas ordenes emanadas de su autoridad.

Con este sistema no faltaban voluntarios para formar parte de los Guich y además, los Sultanes, conociendo muy bien el modo de ser de sus súbditos, les concedían todo aquello que más apetece un marroquí: armas, una parcela de terreno, que era heredada por sus hijos si seguían formando parte del Guich y les declaraban libres de pagar los impuestos que no fuesen los coránicos.

Estos Guich llegaron a constituir grandes contingentes, pues solo el denominado Abi el Bojari o simplemente Buajaras, que significa «Servidores del libro de Bojarí», tenía en filas 150.000 negros. Con el tiempo se relajó la verdadera misión de estas fuerzas, en las cuales era frecuente que se apoyasen los agitadores que aspiraban al Sultanato y esto dio lugar a que se convirtiesen en una especie de guardia pretoriana, constituyendo con ello un elemento más de desorden, por lo que fue preciso dividirlos y aún trasladarlos de territorio.

Con esta medida no se consiguió otra cosa, que aumentar la perturbación que en el orden jurídico representaba la propiedad rústica y la concesión de parcelas, en la forma que lo el Sultán. Por todo lo dicho disminuyó la eficiencia militar de los Guich y quedo latente la dificultad que en la transmisión de la propiedad rústica constituye las concesiones hechas a las Cabilas Guich.

De los seis Guich, el Guich el Riffi se estableció en la región del Fahs después de haber contribuido a tomar a los ingleses la plaza de Tánger, y que si bien los Buajaras los estableció el Sultán Muley Ismail en gran número por el territorio del Ríf, pero que una vez muerto el Sultán la región recobró su independencia y los rífenos, aprovechándose de la debilidad de los Sultanes sucesores de aquél, dieron buena cuenta de los Buajaras.

Como dato curioso el documento especial que otorgaba el Sultán para la concesión de tierras a los Guich decía:

«Loor a Dios único.
Que Dios reparta sus bendiciones entre nuestro señor y amo Mahoma, su familia y sus compañeros y que le conceda la salud.
Por la gracia de Dios y la liberalidad de nuestro amo Mahoma, asistido de Dios, otorgamos por esta nuestra carta a…… el disfrute de la parcela situada en...... y limitada…… que antes se encontraba en poder de quien no la merece, a fin de que aquél la disfrute en las mismas condiciones que sus compañeros del Guich el Ríffi.
Todo el que conozca esta carta dará cumplimiento a lo en ella mandado.
Y la paz».

Por último, hay que decir que de todas estas concesiones se llevaba un registro especial que estaba en poder del jefe de la Cabila Guich correspondiente.

Salaudos :saluting-soldier: :saluting-soldier: :saluting-soldier:
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 11 Mar 2018 15:58

Un Caso de Regulares


Hoy voy a contar un caso que contaba el capitán Juan Valdés Martel cuando estaba destinado en como 2º Teniente en el Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Larache nº 4, al mando de la 3ª Sección de la 1ª Compañía del primer Tabor, durante las clases de preparación que recibían los nuevos oficiales recién llegados a Marruecos, antes de incorporarse a los distintos cuerpos de destino, a modo de enseñanza práctica a tener presente.

En mayo de 1916 todas las columnas de operaciones del territorio de Larache se encontraban en Regaia con objeto de realizar una acción combinada con las fuerzas de Ceuta y Tetuán sobre las Kabilas de Wad-Ras y Anyera en apoyo a la labor político-guerrera del Raisuni, que por aquel entonces era aliado nuestro, para unir al territorio.

El teniente Valdés tenía en su sección a dos indígenas de la Kabila de Beni‑Mestara, de la zona montañesa bajo control francés, una de las más indómitas de Marruecos, que se había unido a las tropas españolas unos días de su partida a Regaia. Estos indígenas eran fuertes, serios y obedientes, tenían unos 25 años y planta de buenos soldados.

El teniente recelaba de ellos, conociendo su procedencia y su carencia de toda garantía personal y económica, suponía que su alistamiento se debía a la intención de desertar con el armamento. Los nombró camilleros de la sección y ordenó a sus hombres que los vigilasen constantemente, supervisando el mismo la vigilancia sobre ellos.

Participa su compañía en la operación del Azib del Hach el‑Arbi, sobre Wad‑Ras y la de Sidi Talha sobre Anyera. En Sidi Talha murieron un cabo y seis soldados de la compañía que salieron a hacer la descubierta de la avanzadilla El Borch, guarnecida por la 1ª sección. Durante toda la operación los susodichos cabileños no dieron ningún motivo de sospecha. Al tener bajas en la unidad, ambos dejaron de ser camilleros para coger un fisil y se incrementó la vigilancia sobre ellos.

El 29 de junio los regulares de Larache tomaban el Zoco del Tzein de Melusa, mientras las fuerzas de Ceuta ocupaban el Biutz y la compañía del teniente Valdés quedó en aquella posición de guarnición. Al día siguiente se dispuso que una avanzadilla de la sección de Valdés ocupara una altura que dominaba la zona y la guarneciera con un sargento y veinte hombres. Para el cometido eligió a los veinte soldados más bravos y aguerridos, ya que tras los sucesos de Sidi Talha en la sufrieron bajas sin hacer ninguna al enemigo, la moral estaba un poco decaía, y con ellos era consciente de que tales acontecimientos no les habrían dejado ningún tipo de huella.

El teniente con los otros 18 hombres, entre los que se encontraban los dos Beni‑Mestara, salió a realizar la descubierta dejando en el recinto al sargento con el resto de hombres. Ahora es cuando viene el caso:

“La avanzadilla, por la disposición topográfica de su emplazamiento, había de mantener durante el día tres centinelas en el exterior, los cuales, por tratarse de lugar tan avanzado y próximo al enemigo, eran dobles y Valdés dio la orden de que aquellos dos individuos no formaran nunca un puesto ellos solos.

Al quinto día y cuando faltaba poco para anochecer y por consiguiente para retirar el servicio exterior, se encontraba el teniente dando unos anticipos de su dinero particular a los soldados libres de servicio porque llevaban varios días sin cobrar la «muña», ya que no había llegado de Larache el dinero de la compañía, cuando las voces del cabo de guardia le hicieron salir rápidamente al exterior. Os podéis imaginar lo que había ocurrido. El cabo, por un olvido, había puesto juntos de centinela a los dos cabileños, en contra de la orden del teniente Valdés, y éstos se habían escapado.
Salió Valdés con varios hombres a buscarlos, dispuesto a cazarlos a tiros si lograba darles alcance. Fue inútil, como buenos montañeses y con los minutos de ventaja que les llevaban, en aquel terreno quebrado y cubierto de bosque, fueron más que suficientes para que escaparan. Como era de noche y tenía que mantener el puesto en la línea avanzada, tuvo regresar a él y dar parte a de la deserción a sus superiores.”

La lección que les quería dar a los nuevos oficiales es que a pesar del cariño o aprecio que les había cogido a los cabileños, que habían sufrido peligros y penurias a su lado, toda precaución sobre el indígena de tierras lejanas y guerreras que no ofrece garantías materiales, es poca. A pesar de las precauciones que había tomado, sufrió el fracaso de la deserción por culpa de una clase descuidada en sus cometidos. La enseñanza es que las clases tienen que ser buenas y hay que exigirles mucho sin lo cual, por grande que sea el celo que pongamos de nuestro lado, siempre estaremos vendidos.

Y como moraleja final: “El oficial no puede hacer, en ocasiones, de sargento y de cabo, pero si que tiene que conseguir que sus sargentos y cabos sean excelentes”.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 11 Mar 2018 16:04

Cambray 2 de Octubre de 1595


Estando en guerra con Francia, convenía a las armas españolas la toma de Cambray, plaza fuerte y populosa de los Países Bajos, gobernada, en nombre del Rey Enrique IV de Francia, por el Mariscal Juan de Montluc de Balagny, con el título de príncipe de Cambray, al mando de unos 3 000 soldados entre franceses, suizos y valones; unos 7 000 milicianos de la población, casi todos calvinistas.

El conde de Fuentes, don Pedro Enríquez de Acevedo, se propuso tomar la plaza, contando con espías dentro de la ciudad, cuyos habitantes estaban cansados del carácter despótico de Montluc, y reuniendo un fuerte ejército de 25 000 hombres, entre españoles, alemanes y walones, se presentó ante sus muros el 14 de agosto, empezando el 16 los primeros trabajos de circunvalación y contravalación. Levantó cuatro fuertes: el de San Olano, al Norte; el de Nierny, al Sur; el de Evandure, al Este, y el de Premy, al Oeste. El conde se situó en el de Evandure, y de él partieron los primeros ramales de trinchera hacia la plaza.

Por el lado del Mediodía era por donde la ciudad tenía sus puntos más débiles, y por lo tanto los franceses lo habían fortificado con más ahínco, estando juntos el muro de circunvalación con la ciudadela por medio de un baluarte con un gran orejón que protegía la muralla, entre el baluarte de Roberto y la puerta de Malle.

El maestre de campo don Agustín Mejía se encargó con su Tercio de construir el ramal de trinchera contra el primero, y el mariscal Varlotta, con los valones, hizo lo propio contra la puerta de malle, pudiéndose llegar, aunque con gran dificultad y en medio de fuertes combates, hasta el foso, que era seco pero muy hondo. Mientras tanto, los defensores realizaban salidas que estorbaban los trabajos de los Tercios y que conseguían que algunos pequeños refuerzos entraran en la ciudad, entre ellos el de 300 Dragones al mando de Mr. Vich.

El 24 de septiembre, la artillería española, que había sido emplazada por el hábil artillero Cristóbal Lechuga, rompió el fuego, con tres baterías de 14, 9 y 10 cañones dirigido al frente atacado, además de otros 30 situados en otras partes. El ataque fue contestando por los sitiados con tal energía, que al llegar la noche habían desmontado 9 piezas, muerto más de 100 artilleros y volado la segunda batería, que quedó inutilizada por completo.

Se realizó de nuevo la construcción de mejores emplazamientos para destruir el orejón defensivo, pues sólo así quedarían al descubierto las casamatas de las piezas de la plaza. El 2 de octubre se rompió de nuevo el fuego sobre la muralla y tras ocho horas de continuo castigo de las defensas se abrió una brecha de 30 varas, se destruyó una batería de 15 piezas y quedó al descubierto la puerta de Nuestra Señora, preparándose todo para el asalto.

Cuando se preparaban los españoles para el asalto y los defensores para resistirlo se produjo la sublevación de los ciudadanos católicos de Cambray, que secundados por suizos y valones, arrojaron las banderas blancas, enarbolando las rojas de España, para pedir a los sitiadores un trato. Abiertas las puertas se apresuró a entrar en la plaza don Agustín Mejía con 1 000 hombres de su Tercio, obligando a evacuar la población a franceses y calvinistas, que se refugiaron en la ciudadela. La esposa de Montluc, Renata de Clermont, se distinguió por su valentía quien con una pica en la mano, y seguida de sus criados con sacos de monedas, se metió entre los amotinados para comprarlos; pero sus esfuerzos por conservar el Principado de Cambray fueron inútiles, se auto envenenó ese mismo día por miedo a ser capturada por los españoles.

Intimada la rendición a los guarecidos en la ciudadela, contestó Montluc que si no le recibía refuerzos en seis días por parte de su rey, rendiría la fortaleza; contestándole el conde de Fuentes: «Si me aseguráis que Enrique va a acudir en vuestro auxilio, no digo seis días, muchos más os concederé gustoso para darle lugar a que venga y le veamos».

Como era de suponer Enrique IV no fue a socorrer la plaza, y el día 8 de octubre, Montluc de Balagny, esclavo de sus propias palabras, rindió la ciudadela, saliendo con todos los honores de guerra y siendo agasajados por el conde de Fuentes, que sentó a su mesa a los Jefes principales, y les dio caballos para que se unieran al ejército francés.

Las bajas enemigas fueron menores que las españolas, quienes hallaron, al entrar en la ciudad, gran material de guerra, provisiones, víveres y efectos de todas clases. En este sitio fue herido el insigne artillero Cristóbal Lechuga.

El rey don Felipe felicitó al conde de Fuentes otorgándole el título de Capitán General de España y lugarteniente real para los asuntos de guerra. Tras la muerte de Felipe II, Felipe III le hizo grande España y el duque de Lerma, valido del rey, consiguió alejarlo de la Corte, encomendándole el gobierno de Milán.

Don Pedro Enríquez de Acevedo murió el 25 de julio de 1610 a los ochenta y cinco años reconocido por todos como uno de los mejores políticos y militares de su tiempo.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 12 Mar 2018 00:30

La defensa a ultranza de la Torre CoIón. Cuba. 24 de Febrero de 1871


Los hechos que se cuentan a continuación ocurrieron en el transcurso de la primera guerra separatista cubana conocida como Guerra de los Diez Años o Guerra Grande (1868-1878).

En la zona de Camagüey, su capital Puerto Príncipe, se veía constantemente sometida a bloqueos por parte de los insurrectos quienes cortaban la línea férrea que la unía con el puerto de Nuevitas por donde se comunicaba con el resto de la isla. Era de vital importancia evitar la interrupción del ferrocarril, y con este motivo se construyeron 6 fortines-torre a lo largo del recorrido para evitar que la inutilizaran.

Estos fuertes consistían en una torre de dos pisos hecha con troncos y mampostería y con un techo de cinc, estando en el piso superior la torre de vigilancia. Todo el conjunto estaba rodeado de un pequeño foso, sin agua, y defendido por una guarnición de 20 a 30 hombres, en el mejor de los casos, en ocasiones eran menos.

La Torre Colón estaba situada a pocos kilómetros de Puerto Príncipe y su guarnición la componían 25 hombres del batallón de cazadores Chiclana nº 7, al mando del alférez don Cesáreo Sánchez, y tres paisanos que se habían presentado del campo enemigo. No contaban con más medios de defensa que las endebles tablas de madera de la torre, sus propios cuerpos y los viejos fusiles de avancarga que por aquel entonces utilizaba el ejército de Cuba.

En la mañana del 24 de febrero de 1871, el centinela que estaba situado en lo alto de la torre de vigilancia, dio el aviso a sus compañeros de que numerosas fuerzas enemigas, desplegadas por pelotones, estaban rodeando la torre. Inmediatamente se colocaron todos en sus puestos para defender el reducto.

Los insurrectos eran, aproximadamente, unos 500 hombres armados y un número aún mayor desarmados quienes bajo las órdenes de los cabecillas Agramonte, Mendoza, Espinosa y alguno más se disponían a atacar la torre. Los atacantes formaron tres líneas o escalones: el primero estaba formado por negros provistos de machete y cargados de faginas, para romper la empalizada de madera que rodeaba al foso y cegar éste; el segundo, formado por infantes a pie haciendo fuego, y el tercero por jinetes que también hacían fuego desde sus caballos sobre la débil fortificación española y desde la que respondían los bravos soldados del Chiclana.

El primer ataque fue muy duro ya que los insurrectos rompieron la empalizada, cegaron el foso y trataron de incendiar el fuerte mediante el lanzamiento de ramas encendidas, pero fueron rechazados por el arrojo de los defensores que consiguieron ocupar el foso y los alrededores de la torre y evitar que se quemaran las tablas que los protegían.

La defensa de la línea ferrea era primordial para asegurar los suministros, los transportes de tropas y las comunicaciones. Continuaba el ataque y las balas atravesaban los débiles muros de madera del fuerte. En un momento del combate fue herido el sargento Fernández y muertos los cabos Herrero y Suárez y también heridos, el cabo Brías, que recibió tres balazos, y el alférez Sánchez, al que le atravesaron el muslo. A la hora ya había dos muertos más y el número de heridos se elevaba a 13, quedando sanos, aunque con pequeñas contusiones los ocho o diez restantes.

El alférez, que no podía ponerse en pie, se recostó sobre la puerta, que se abría por los balazos que impactaban sobre ella, hacha en mano para morir matando. Los restantes heridos cargaban los fusiles que iban entregando a los sanos, y así sostenían el fuego. Pronto comenzaron a escasear las municiones y si se llegaba a carecer de ellas será la perdición de todo el destacamento. En esta tesitura el corneta Máximo Garrido Andreu, salió de la torre, y arriesgando su vida consiguió atravesar las líneas enemigas y llegar a Puerto Príncipe y dar aviso. Inmediatamente acudieron en su auxilio fuerzas de ingenieros, caballería y guerrillas que llegaron a tiempo de salvarlos, que ya no tenían útiles nada más que cinco fusiles al rojo vivo y muy pocos cartuchos. El enemigo al ver la llegada de refuerzos a los españoles se retiró dejando muchos cadáveres y llevándose en carretas más de 100 muertos y heridos. El destacamento español tuvo cuatro muertos y doce heridos, entre ellos uno de los paisanos.

El alférez Sánchez fue ascendido a capitán y recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando, y los supervivientes con las cruces rojas pensionadas que les fueron impuestas en un acto solemne en Puerto Príncipe el 19 de abril de 1872.

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Marco Tulio Cicerón.

Brasilla
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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 12 Mar 2018 00:34

El hundimiento del Castillo Olite. Cartagena. 7 de marzo de 1939


Durante la Guerra Civil el despliegue de la Basa Naval de Cartagena supuso un bastión fundamental para la disuasión de los ataques navales, mientras que la estructura defensiva antiaérea dificultó los continuos bombardeos de la aviación alemana e italiana al servicio del bando nacional, consiguiendo dar protección a la Escuadra de la Marina Republicana con base a este puerto.

Fundamentada en el despliegue Vickers consiguió mantener su poder disuasorio durante todo el conflicto y la única vez que debió ser utilizada su capacidad de fuego causó el hundimiento del transporte nacional Castillo Olite, convirtiéndose este hecho en la mayor tragedia naval de la guerra.

En la mañana del 7 de marzo de 1939. A solo 25 días del término de la Guerra Civil Española, el vapor Castillo Olite se acerca confiado al puerto de Cartagena. En sus bodegas, más de 2.000 soldados pertenecientes al ejército de Franco esperaban ansiosos la entrada en una ciudad que creían ganada al enemigo.

En esos momentos desde la batería de costa de La Paraloja en las inmediaciones de la Algameca Grande, al suroeste de la ensenada de Cartagena a una distancia de 4 km en línea recta de la ciudad, en el segundo saliente hacia el mar y a una cota media de 154.45 n, uno de sus cuatro cañones de costa Vickers de 152,4/50 cm (seis pulgadas) modelo 1923 le disparó un proyectil que impactó en la bodega en la que transportaban la munición, reventando al buque, que se hundió en pocos minutos en las cercanías del islote de Escombreras, llevándose contigo la vida de 1.477 militares, en lo que constituye la peor tragedia de la España marítima contemporánea.

Los cañones Vickers de 152,4/50, Modelo 1923 tenían una longitud de 7,86 m, con 36 rayas de paso constante. Eran de tubo de acero cromo níquel forjado, templado y revenido y pesaban, sin cierre, 8628 kg. La velocidad inicial de disparo era de 915 m/s y la velocidad de tiro de 10 disparos/minuto. Tenían un alcance máximo de 21.200 m.

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Re: Hechos de armas heroicos del Ejercito Español

Mensajepor Brasilla » 12 Mar 2018 00:38

14 de julio de 1535: la conquista del fuerte La Goleta

En julio de 1535 el Emperador Carlos I, en vista de los daños que causaba en las costas e islas del Mediterráneo, pertenecientes a los reinos cristianos el famoso corsario tunecino Haradin Barbarroja, determinó realizar una expedición a Túnez y arrasar aquellos nidos de piratas.

Para ello invitó a los monarcas interesados a formar parte en la expedición. A ella se adhirieron todos los reinos de Europa, excepto Francia, cuyo Rey, a pesar de titularse cristianísimo y en cuyas costas mediterráneas hacían estragos los piratas africanos, se dice que avisó al Rey de Túnez del peligro que le amenazaba. Conocida era su rivalidad con el Emperador.

En breve espacio de tiempo se reunió, en Barcelona, una potente Armada que constaba de 12 galeras pontificias a las órdenes de Virginio Morisco; 27 galeras de la orden de Malta; y hasta 400 más de Portugal, Cerdeña, Nápoles, Génova y Flandes, llamando la atención por su magnificencia los barcos españoles, cuya capitana, mandada por Andrea Doria, ostentaba 24 banderas de brocado de oro con las armas imperiales.

La expedición iba regida por el propio Emperador, asistido de sus célebres capitanes: don Álvaro de Bazán, marqués del Vasto; don Hernando de Alarcón, duque de Alba; don Antonio Doria; don Antonio de Saldanha; don García de Toledo; don Berenguer de Requesens; don Bernardino Mendoza, duque de Nájera; y otros ilustres próceres y caudillos. La tripulación estaba compuesta por 17.000 españoles, 8.000 alemanes, 5.000 italianos y muchos aventureros de otros países.

La Escuadra partió de la capital del Principado, el 30 de mayo de 1535, con rumbo a Cerdeña, donde se le unieron otras naves y desde donde pusieron rumbo a las costas tunecinas, yendo en vanguardia los portugueses, en el centro el grueso de la flota con el Emperador al mando y a retaguardia el resto de la Escuadra con don Álvaro de Bazán, llegando el 14 de junio a la costa de La Goleta, donde ya eran esperados por los tunecinos.

La Goleta se hallaba situada en la costa, en la boca de un canal que une a Túnez con el mar, y sus fortificaciones eran robustísimas, resguardadas por un ancho foso y cuya guarnición estaba al mando del famoso pirata de Esmirna, Sinan el judío.

El Emperador empezó por atacar la fortaleza, las trincheras y las baterías, comenzando el bombardeo el día 15 con 80 cañones. El fallo estuvo en no haber arrasado unos olivares próximos a su campamento, lo que dio lugar a que Barbarroja emboscase en ellos varios escuadrones que, atacando de improviso y ayudados por una salida vigorosa que hizo la infantería de la guarnición en la mañana del 24, día de San Juan, causaron gran alarma en el campo y muchas bajas entre las tropas cristianas, pereciendo entre otros don Luis de Mendoza y los alféreces Lara y Liñán, pero se les pudo rechazar y obligarlos a regresar a la fortaleza.

Salida de los sitiados del fuerte La Goleta

Los tunecinos hicieron una nueva salida el día 26, en la que el Emperador corrió grave peligro y estuvo a punto de caer prisionero pues cargó, lanza en ristre, al frente de su escolta sin mirar por su propia seguridad, consiguiendo con su ejemplo rechazar las tropas auxiliares de Barbarroja que pretendía hacerle levantar el sitio.

En estos días se presentó en el campamento cristiano ante el Emperador el rey de Túnez, Muley Hassan, destronado por Barbarroja, pidiéndole protección para recobrar su trono, y ofreciéndole su ayuda, a lo que accedió el Emperador.

El bombardeo continuaba sin causar gran daño a la fortaleza, por lo cual, y por consejo de don Hernando de Alarcón, se establecieron nuevas baterías que consiguieron derribar la torre principal, ordenándose el asalto por la brecha resultante. Al no estar del todo libre el paso se hubo que sostener un largo y sangriento combate cuerpo a cuerpo hasta que, animados por el Emperador, entraron en la fortificación arrasándolo todo y acuchillando a los 1.500 veteranos que quedaban dentro, de los 6.000 que formaban la guarnición al mando de Sinan. Quedaron en poder de las tropas imperiales los 40 cañones que se encontraban en La Goleta además de los víveres, municiones y los 42 buques de la escuadra de Barbarroja, que estaba anclada en el lago, y que se rindió sin ofrecer resistencia. Se tomó la fortaleza el 14 de Julio, tras un mes de asedio.

En el primer asalto se distinguió el alférez Marmolejo, que llegó a plantar la bandera de su compañía en el muro, pero herido en el brazo derecho, cogió la bandera con los dientes y la espada en la izquierda, salvándose desangrado, pero con su enseña.

En el segundo, el alférez Diego Ávila fue el primero que clavó su bandera en el muro, cayendo muerto al pie de ella, animando a su gente y, según documentos de la época, los primeros en asaltar el muro fueron los soldados Miguel de Salas y Andrés Toro, ambos naturales de Toledo, distinguiéndose además don Álvaro de Bazán y el Príncipe de Salerno.

Tomada La Goleta, la decisión del Emperador fue la de continuar a Túnez para reponer a Muley Hassan en eltrono, y dejando a Andrea Doria al mando de la plaza, partió a la conquista de aquella ciudad. Las bajas españolas no llegaron a 1.500.

El resultado de la expedición fue un gran éxito para el Emperador Carlos ya que la flota del corsario Barbarroja fue destruida y en Túnez quedó establecido un protectorado español, mientras se iniciaban una serie de obras de fortificación en La Goleta.

Esta fortaleza era un punto estratégico de gran importancia. El fuerte de La Goleta constaba de un cuerpo central cuadrado y cuatro bastiones (Goleta la Vieja), pero este primitivo recinto de tiempos de Carlos i quedó luego incluido dentro de la nueva fortificación que Felipe II encargó al ingeniero italiano II Fratino, en 1565, para reforzar las defensas de la plaza, y que estaba provista de seis bastiones (Goleta la Nueva).

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